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Dos años después de que la abandonara Keith Mitchell en el altar, Cara no estaba preparada para volver a encontrarse con él, pero ahora se vieron obligados a trabajar juntos. Keith había salido huyendo por culpa de un malentendido, pero tras conocer la verdad, y tras pasar largos días trabajando junto a Cara, la deseaba de vuelta en su cama.
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Seitenzahl: 185
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Kat Cantrell
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Dos años después, n.º 2072 - noviembre 2015
Título original: From Ex to Eternity
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7271-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Hasta los andarríos se divertían más que Cara Chandler-Harris.
Claro que ella estaba en el complejo hotelero de Turcas y Caicos para trabajar. Cara era la única diseñadora de vestidos de novia inspirados en cuentos de hadas. El desfile de moda para novias era un evento importantísimo y Diseños Cara Chandler-Harris, que todavía estaba en sus inicios, tenía la oportunidad de su vida para darse a conocer.
Cara echó un vistazo a la mujer, vestida de seda blanca, que lucía el modelo Ariel. Arrodillándose por enésima vez, recogió el bajo de la falda de sirena con un alfiler.
–No olvides que los tacones serán de doce centímetros, no de diez –le recordó su ayudante y hermana, Meredith, mientras le pasaba otro alfiler–. Y sí, he vuelto a hablar con la compañía aérea. La bolsa con los zapatos estará aquí a las cuatro de la tarde.
–Gracias, cielo. Ya tuve en cuenta los tacones. ¿Está preparada Cenicienta?
–Solo hace falta retocar un poco la cintura –Meredith asintió–. Hice un buen trabajo eligiendo el vestido para cada modelo ¿no te parece?
–¿Temes que te despida por rasgar la manga de Aurora? –Cara sonrió. Su hermana había hecho un excelente trabajo. Más que su ayudante, era su segunda piel.
–Lo que me preocupa es lo que aún no sabes –la joven tarareó una melodía.
–Sabes que odio esa canción –murmuró la diseñadora.
–Por eso la canto. ¿De qué sirve una hermana pequeña si no puede incordiar?
–Para colocar a las chicas. Quedan solo tres días para el comienzo de la muestra, y aún no hemos hecho un ensayo –Cara sentía una creciente opresión en el pecho–. ¿Por qué dejé que me convencieras para venir?
No tenía ni idea de cómo había surgido su nombre para el evento. Un puñado de novias de Houston había caminado hasta el altar con algunos de sus diseños en los dieciocho meses que llevaba en funcionamiento el negocio, todas asiduas de las crónicas de sociedad. Todo el mundo en Houston conocía el apellido Chandler, y también Harris. Pero Grace Bay estaba muy lejos de Houston.
–Deja de agobiarte. Los planes pueden alterarse.
–Los vestidos pueden alterarse. Los planes están tallados en piedra.
Meredith hizo un gesto a otras dos modelos vestidas de blanco y descalzas, como todas.
–¿Dónde está Jackie? –Cara miró ansiosa hacia la puerta.
–Vomitando –contestó una de las chicas–. Ya le dije que no bebiera el agua de aquí.
–El agua del complejo hotelero es potable –Cara frunció el ceño.
–Pues será otra cosa –Meredith le dio una palmada a su hermana en el hombro–. Se le pasará.
–Eso espero –un virus podría transmitirse fácilmente al resto, y Cara miró angustiada a la compañera de habitación de Jackie–. ¿Cómo te encuentras, Holly?
–No es nada contagioso –contestó la espigada rubia–. Jackie está embarazada.
A Cara le pareció un buen momento para sentarse.
–No lo sabía –Meredith se sentó junto a Cara–. Debería haber…
–Tampoco es el fin del mundo. Las mujeres se quedan embarazadas y siguen trabajando.
–Yo me pondré el vestido para el ensayo –sugirió su hermana.
–No puedes ponértelo. Es demasiado estrecho de busto y no hay tiempo para alterarlo tanto.
Sin embargo, el vestido Mulan, no sería demasiado pequeño para ella.
Ella, con su pecho de tamaño medio.
Meredith había heredado el magnífico cabello color caoba de mamá Chandler, el voluptuoso cuerpo Chandler y las elegantes maneras Chandler. Cara tenía más sangre Harris, y papá era conocido por su cerebro y brillantez para los negocios, pero no por su belleza.
–Yo me lo pondré.
No era la primera vez. Tenía por costumbre probarse todos los vestidos que diseñaba. Solía colocarse frente al espejo y pronunciar las palabras «sí, quiero». Si los ojos se le humedecían, significaba que el vestido era bueno.
El problema era que siempre lloraba porque sus creaciones de fantasía, seda y satén eran para otra persona. Cara era una modista excepcional. Excepcional y soltera.
Caminó por la arena de la playa hasta el corazón del complejo, dos edificios de cinco plantas con una enorme piscina entre medias. Por todas partes los trabajadores daban los últimos toques a la reforma de las instalaciones que reabrirían a finales de la semana. El desfile de moda para novias era uno de los eventos de las celebraciones.
Cara bordeó la piscina y esperó cinco minutos la llegada del ascensor antes de subir a pie los tres pisos hasta la habitación de Jackie, muy cerca de la suya. Le llevó una tónica y se puso el vestido que descansaba sobre el respaldo de una silla. No dijo una palabra. Las náuseas eran un asco, y el vestido, que le había llevado horas diseñar, no podría importarle menos a Jackie.
Ejercicio, una dieta pobre en hidratos de carbono y una voluntad de hierro para todo, salvo para el cabernet, mantenían el peso de Cara a raya. Las calorías del cabernet no contaban.
El espejo la tentaba, pero se resistió a contemplarse en él. No podía. El reflejo solo le devolvería lo que ya sabía: siempre sería la novia, pero jamás se casaría.
Cara regresó al pabellón. Iba descalza porque los pies la estaban matando después de pasarse todo el día con tacones. Las mujeres Chandler-Harris nunca salían a la calle sin estar perfectamente vestidas. Sin embargo, lo último que quería era subir de nuevo las escaleras con esos tacones.
Los siguientes minutos los dedicó a mostrarles a las chicas cómo caminar sobre la pasarela. Ninguna le explicó que eran ellas las modelos. Si alguna se hubiera atrevido a darle a Cara lecciones de modista, les habría enviado a un sitio muy feo.
Aquello era su vida, su carrera, y nada iba a privarle de sustituir su sueño de casarse por ese floreciente negocio de diseño de vestidos de novia.
–¡Madre mía! –susurró Holly–. Eso sí que es un hombre.
Los ojos de Meredith se abrieron descomunalmente y Cara se dio media vuelta, dispuesta a librarse del causante de la interrupción.
–Eh, Cara –susurró Meredith–. Sobre eso que hice y que aún no sabías… ¡Sorpresa!
Keith Mitchell, Satanás vestido de traje, estaba de pie en medio del pabellón.
–Eso me suena de algo –brazos cruzados y cabeza ladeada, la miró de arriba abajo.
–Vaya, vaya, pero si es mi novio fugado –Cara fingió una sonrisa hasta que la mandíbula le dolió–. ¿Sigues teniendo tus zapatos de correr?
–Son muy cómodos.
–Suerte para ti, cielo –ella asintió–. Ahí tienes la puerta. Úsalos.
–Siento defraudarte, cariño –él sonrió–, pero me temo que el espectáculo es mío.
–¿Qué espectáculo? –Cara señaló los vestidos de boda. ¿Qué demonios hacía Keith Mitchell en Grace Bay?–. ¿Vienes como modelo sustituto? Puede que tenga algún vestido de tu talla ahí dentro.
A Keith no le cabría ni una pierna dentro de uno de esos vestidos. Lo suyo eran los trajes sin arrugas. Las arrugas no tenían cabida en su mundo.
–No me refiero al desfile de moda, sino a todo el espectáculo –le guiñó un ojo como solo él sabía hacer–. Regent me contrató para convertir este complejo hotelero en el mayor destino mundial para lunas de miel. Si sale bien, haré lo mismo con los demás hoteles caribeños de la cadena.
–¿A eso te dedicas ahora? ¿A las bodas? Si no recuerdo mal, no eras muy aficionado a las bodas.
–Esta es la mejor clase de bodas: sin novia –él rio–. O al menos eso creía yo al aceptar el empleo.
–Me invitaron a participar –las mejillas a Cara se le tiñeron de rojo–. Diseño trajes de novia. Quizás quieras buscar otro empleo para el que estés más cualificado –añadió ella con dulzura.
Meredith carraspeó ante el tono empleado por su hermana. Las serpientes de cascabel avisaban de su llegada, Cara no.
–Sí, lo sabía –Keith se limitó a reír–, pero no esperaba verte con uno puesto. Me trae recuerdos.
–Ahórratelo, Mitchell. ¿Qué tengo que hacer para que desaparezcas de mi vista los próximos seis días?
Keith frunció los labios. Tenía los cabellos negros y muy cortos, un cuerpo de casi metro noventa en excelente forma y unos deliciosos ojos color caramelo que la miraban con evidente deseo.
–No –Cara sacudió la cabeza mientras el cuerpo le vibraba sin su permiso–. Saca tu sucia mente de mi cama. Podrías haberte acostado conmigo las veces que quisieras, si hubieras desfilado hasta el altar. Pero ahora la puerta está cerrada para ti. Para siempre.
La expresión del rostro de Keith se endureció. Alérgico al compromiso, despiadado y distante, ese era el hombre que tenía ante ella. El mismo hombre que la había abandonado cuarenta y siete minutos antes de que sonara la Marcha nupcial dos años atrás.
–Vamos a tener que trabajar juntos, Cara. Muy juntos. Te sugiero que superes nuestra desafortunada historia y que te comportes con profesionalidad.
Las modelos permanecían en silencio, pero Cara sentía arderle la espalda con sus miradas.
–Cariño, no hay gran cosa que superar –era totalmente falso, pero ella consiguió sonreír–. Ya lo había superado a los cinco minutos de tu marcha.
Otra mentira. Cara estaba segura de que Keith no se lo había tragado ni por un instante.
–Pues entonces no hay de qué preocuparse. Luego te invito a una copa y nos pondremos al día.
–Por tentador que me resulte, paso. Los profesionales no beben en el trabajo.
Keith abandonó el pabellón de la playa indemne, cosa increíble tras enfrentarse a toda una habitación llena de mujeres vestidas de novia.
Caminó hacia el hotel seguido por su secretaria, Alice, quien, tablet en mano, tomaba nota de cada palabra que salía de boca de su jefe.
Evaluó los progresos de los constructores, consultó con el personal del restaurante y solventó un pequeño problema con el equipo de animación. Pero ni un solo instante logró que la imagen de Cara vestida de novia se borrara de su mente.
No solo iba vestida de novia, era la dueña de un negocio que ella misma había creado.
Cuanto más intentaba olvidarla, más pensaba en ella. Seguía siendo Cara, pero no la Cara que él recordaba, y le resultaba inquietante y atractiva a la vez.
No había sido esa su intención al elegirla para la exposición nupcial. Era mujer de importantes contactos, y sus vestidos empezaban a ser famosos en la industria, sobre todo entre la gente adinerada. Los sentimientos personales no podían interferir. Keith solo admitía lo mejor y, en vestidos de novia, lo mejor eran los diseños de Cara Chandler-Harris.
La decisión de elegir a Cara había sido fácil. Verla de nuevo, no.
Era una mujer fría e intrigante, como todas con las que había salido, pero Cara había demostrado ser la peor de todas. Por suerte, su estratagema no había funcionado y se había escapado a tiempo.
Jamás volvería a cometer ese error. Le había llevado bastante más de cinco minutos superarlo, pero al fin lo había logrado y apenas pensaba en su exnovia, hasta ese día.
Su trabajo de consultor le había acaparado toda la atención los últimos seis meses. El grupo Regent lo había contratado para dinamizar una decadente cadena hotelera en el Caribe.
Cara no era más que una pequeña, aunque necesaria, pieza del engranaje, y no podía convertirse en una distracción, por sorprendente que fuera descubrir que seguía sintiéndose peligrosamente atraído por ella.
–Alice, por favor, que lleven una botella de cabernet a la habitación de la señorita Chandler-Harris. Cara –le aclaró. Meredith bebía martinis, con dos aceitunas.
–Sí, señor –respondió su secretaria.
El vaso oscuro de la piscina que se extendía entre los dos edificios principales hacía que el agua pareciera de color azul marino. La brisa se hizo más fuerte y sacudió los parasoles de colores. Todavía quedaba mucho por hacer hasta que todo estuviera perfecto.
Su llegada impulsaría la ejecución del proyecto, o dejaría a los trabajadores sin empleo.
Keith Mitchell no permitía que nadie bajo su supervisión fracasara.
Faltaban tres días para la reinauguración, que coincidía con la exposición nupcial. Docenas de empresarios, publicistas y otros profesionales del mundo de las bodas formaban el selecto grupo de invitados a la reinauguración del hotel como principal destino para viajes de luna de miel.
El desfile de moda de Cara sería uno de los momentos cumbre de la fiesta.
La imagen de Cara vestida de novia seguía distrayéndolo. Los pies descalzos asomando bajo el vestido le habían provocado una extraña sensación de cintura para abajo. Solo la había visto descalza cuando estaba desnuda. Y la imagen de Cara desnuda era digna de recordar.
Dos años atrás les había sobrado química, una química que no había desaparecido.
–Señor Mitchell, bienvenido –la directora del complejo, Elena Moore, se reunió con él en el vestíbulo y le estrechó la mano con firmeza–. Me alegra volver a verlo.
–Lo mismo digo –había contratado a Elena personalmente–. Muéstreme los progresos.
La última visita había tenido lugar tres semanas atrás y el esfuerzo de Elena por contratar al personal adecuado había sido espectacular.
La mujer lo acompañó a la suite de dos dormitorios del ático y desapareció. Las maletas, con las iniciales de Keith grabadas, se encontraban ya allí. Un excelente servicio hotelero. Viajero infatigable, si había algo que conocía bien, eran los hoteles.
La suite estaba equipada con un televisor de pantalla plana, una pequeña cocina y conexión inalámbrica a Internet, siguiendo las especificaciones dadas por él mismo.
Keith comprobó el funcionamiento de todo, dos veces. Satisfecho, deshizo el equipaje y colgó los trajes en el enorme vestidor.
Pidió al servicio de habitaciones que le planchara las camisas y se duchó. Después se tomó un respiro de quince minutos para disfrutar de una cerveza. Una rubia belga. El personal del hotel conocía bien sus preferencias, y llegaría a conocer las de todos los clientes.
Sentado en la terraza, disfrutó de las vistas del mar que se teñía de rosa con el atardecer. Quienes quisieran casarse en tan incomparable marco pagarían gustosamente.
Keith Mitchell siempre acertaba.
Trabajó hasta que no pudo más y, tras un sueño reparador de cuatro horas, se levantó dispuesto a correr un rato. Apenas había terminado de calentar cuando vio a otro corredor acercarse por la playa. Normalmente, dejaría la suficiente distancia, pues siempre que podía optaba por la soledad. Los lazos duraderos no tenían sentido en un trabajo como el suyo.
Pero su cromosoma Y no tuvo ningún problema en reconocer a Cara, y el breve intercambio de palabras del día anterior no le había dejado del todo satisfecho. Además, sentía una perversa necesidad de averiguar por qué esa mujer lo seguía afectando después de tantas mentiras.
–¿Desde cuándo corres? –Keith la alcanzó.
–Podría preguntarte lo mismo –ella lo miró de reojo.
–Hace bastante tiempo –Keith se encogió de hombros–. No voy para joven.
–¿Y quién sí? –Cara se sujetó los cabellos en una cola de caballo–. ¿Por dónde vas a correr?
–¿Te apetece unirte a mí? –él apartó la mirada del cuerpo de Cara y miró a su izquierda.
–No –ella frunció los labios–. Lo que me apetece es correr en dirección contraria.
–Ten cuidado. No querrás que nadie se haga una idea equivocada. Eso me ha sonado mucho a una historia no superada conmigo.
–Pues deberías hacerte revisar el oído.
Sin embargo, Cara arrancó en la dirección que él había señalado y Keith se acomodó a su ritmo. Corrieron en un incómodo silencio. Entre ellos habían quedado demasiadas cosas sin hablar.
Después de casi un kilómetro, esperaba que Cara se rajara, o cayera desmayada sobre la arena. Pero ella siguió adelante hasta completar dos kilómetros. Impresionante, pues ni siquiera le faltaba el aliento. La Cara que él había conocido se hubiera negado a realizar cualquier actividad que resultara más agotadora que pintarse las uñas.
Claro que, en realidad, apenas la había conocido.
De mutuo acuerdo, se dirigieron de vuelta al complejo. Al llegar a la entrada de la playa privada, se detuvieron.
Bajo la disimulada mirada de Keith, Cara se relajó caminando en círculos. La piel le brillaba de sudor y no llevaba una gota de maquillaje en el rostro, como en el pasado. La Cara que le gustaba vestía de punta en blanco y, cuando la llevaba a cenar, le excitaba fantasear con la idea de arrancarle las carísimas prendas.
Pero la imagen natural de la joven lo golpeó como un martillo en las corvas.
«No te distraigas, Mitchell».
Cara nunca se había limitado a jugar el papel que él le había designado en su vida.
–Explícame una cosa –ella lo descubrió mirándola–. ¿Por qué yo entre tantas diseñadoras de trajes de novias como hay ahí fuera?
–Para mi sorpresa, descubrí tu nombre en la lista.
–¿Tan difícil te resulta creer que sepa coser? –Cara lo contempló desafiante.
Lo que sí le resultaba inconcebible era que hubiera cambiado su deseo de atrapar a un inocente varón por montar una empresa de diseño.
–Eres titulada en marketing. Hace dos años preparabas el café en una agencia y, de repente, eres Diseños Cara Chandler-Harris, perdona si me he sorprendido. Además, tu nombre es muy respetado en la industria y yo busco lo mejor. Por eso superaste la criba.
También quería averiguar si era algo más que el rostro de la compañía. Quizás tuviera contratado a alguien que hiciera todo el trabajo para que ella se llevara el mérito.
–Para tu información, hicieron falta dieciocho meses de noches en blanco y varios cursos de diseño para que el negocio cristalizara. Tuve que pedir un crédito. Nadie me regaló nada.
–Pero tampoco te vendrá mal poner los apellidos Chandler-Harris en la etiqueta.
–Tener contactos no es ningún crimen. Si no recuerdo mal, el presidente del consejo directivo del grupo Regent está casado con una amiga de tu madre. Dime que es una coincidencia que ahora tú trabajes para Regent.
–Todas las personas de éxito tienen contactos.
–Exactamente. Y yo voy a seguir utilizando los míos –la luz del amanecer le iluminó el rostro y reveló una expresión traviesa en la mirada color café.
–Sí, pero ¿vestidos de novia?
–Una historia curiosa. Me dejaron plantada en el altar con ese vestido que me había hecho.
Una imagen de Cara vestida de blanco con cientos de perlas cosidas al corpiño surgió en la mente de Keith. Se había quedado el tiempo justo para descubrir la verdad sobre su novia antes de largarse.
–¿Hiciste tú ese vestido?
–Si hubieras prestado atención mientras organizábamos la boda –ella lo fulminó con la mirada antes de continuar con los estiramientos–, no te pillaría de nuevas.
–Si tus planes hubieran sido razonables, quizás habría prestado más atención.
–Se trataba de mi boda, Keith –Cara cerró los ojos un instante y murmuró algo entre dientes.
También había sido la boda de Keith, algo que Cara parecía olvidar, aunque lo cierto era que le había dado igual el color de la tarta. Una boda era un acto que había que sufrir, igual que el matrimonio que no había pedido, pero al que había accedido porque era lo correcto.
–De modo que te hiciste tú misma el vestido. ¿Y qué pasó?
–Norah me pidió que se lo adaptara –Cara lo miró con calma–. Y se casó con él ese mismo mes. Y entonces Lynn me pidió que le hiciera uno. Y así nació el negocio de diseño.
Norah y Lynn, damas de honor tres y cuatro. Hacía tiempo que se había desconectado de Houston y la fallida boda, y le asustaba recordar tantos detalles con claridad.
–¿Te gusta?
–Sí –Cara lo miró sorprendida–. No era lo que tenía previsto hacer, pero necesitaba… –respiró hondo y dio la impresión de cambiar de idea sobre sus palabras– ocupar mi tiempo.
Al fin algo que tenía sentido. El negocio del diseño era un buen pasatiempo para una mujer florero obsesionada con encontrar marido. Todas las mujeres con las que había salido habían buscado el prestigio de convertirse en la señora Mitchell. Y Cara no era diferente.
–Pues te ha ido muy bien para haber tropezado accidentalmente con ello.
–Prefiero considerarlo un designio divino.
–¿Y por qué un vestido de un solo uso? ¿Por qué no algo más práctico?
–¿Alguna vez has preparado una tarta?
–He comido tartas. ¿Eso también cuenta?
–A veces –ella puso los ojos en blanco–, cuando preparas una tarta, no sale bien del todo. A veces queda torcida, o parte se pega al molde. El glaseado tapa casi todos los pecados del horno. Un vestido de novia es como el glaseado. Mis novias se sienten hermosas y yo soy la responsable de ello. La sensación es increíble.
–Entonces sí estás utilizando tu título en marketing –el glaseado también era de un solo uso–. Al final no es más que publicidad engañosa.
Y el engaño era la especialidad de Cara.
–Que el Señor se apiade de tu alma cínica –Cara se sacudió la arena del cuerpo–. No sé cómo se te ocurrió pedirme que me casara contigo.
–Lo hice porque estabas embarazada –contestó él.
O al menos eso le había hecho creer.