Dos cartas - Nelson Fernando Vásquez Araya - E-Book

Dos cartas E-Book

Nelson Fernando Vásquez Araya

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Beschreibung

Los diez inquietantes relatos que componen la colección de Dos cartas, de Fernando Vásquez Araya, afincan sus historias en el mundo de la escritura. La mayoría de los cuentos de este volumen se constituye a partir de cartas, informes o composiciones escolares, como si se necesitara repensar cuidadosamente la experiencia, debido a lo inédito de lo que se va a contar. El arte de la escritura organiza estos mundos curiosos en que los objetos y los recuerdos arrastran con ellos una especie de vida personal capaz de arrasar con la existencia de sus poseedores al menor descuido.

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Dos cartasAutor: Fernando Vásquez Araya. Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-2-24153230, [email protected] Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Primera edición: enero, 2023. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Registro de Propiedad Intelectual: N° 2022-A-9618 ISBN: Nº 9789563386240 eISBN: 9789563386257

DOS CARTAS AL SEÑOR MARDONES

CARTA UNO

Le parecerá extraño que un hombre de negocios como yo (o que presuma de serlo) tenga la incongruencia de escribir algo con su puño y letra, cuando no está acostumbrado a dejar este tipo de huellas tan personales en el oscuro límite de nuestro fondo, pero como verá más adelante, la situación lo sugiere. Permita que me extienda en esto: usted que es abogado conoce de sobra todas esas maniobras que pueden realizarse con falsificaciones y copias. Una persona de mi posición, y cautivo de este mundo, no puede dejar cosas al azar por muy honestas que parezcan y que, por lo mismo, pongan en peligro las transacciones con las que sobrevivo. Incluso, le comentaré que evito hablar por teléfono porque temo algún trucaje con mi voz.

Como verá, soy por fuertes razones un anacoreta postal, pero considero que en ocasiones es conveniente romper el cristal del aislamiento y escribir en forma directa. En realidad, esta carta es de temer porque me compromete. De Marcos, mi emisario, el que está parado frente a usted, puedo indicar que es de mi absoluta confianza; pero usted, por su carácter, por la situación que todo esto ha desencadenado, de usted yo no… Bueno, seamos breves, para mí lo que cuenta es el tiempo. Mi querido señor Mardones, dejemos que Dios tome las riendas de mi caso. Que Él me condene o absuelva cuando sea la hora y no obliguemos a hombres como usted o como yo a tomar decisiones que perjudiquen al “infractor” (fíjese en las comillas). No crea que es ironía, aunque parezca lo contrario nunca he dudado de un Dios justo que al final dará su veredicto sin burlas ni excomuniones al derrotado de la pelea.

Señor Mardones, evitemos el recuerdo de caminos cruzados, que su “afán de justicia” (de nuevo las comillas) no lo enceguezca. Por favor, que su ingenuidad y orgullo no lo lleven a seguir con esta crisis melancólica que afecta mis arritmias y me pone de un humor negro.

Puedo ayudarlo con una gratificación en efectivo o con algún otro favor que me complaceré en conceder. Solo pida y se le otorgará. Si acepta, Marcos posee más información. Ruego que le consulte de inmediato, si no, también tiene instrucciones para una eventual negativa.

CARTA DOS

Como veo, no ha aceptado mi proposición. Marcos tenía la orden de entregarle esta otra carta en el momento exacto de oír su negativa. Quizá habrá sonreído por este curioso juego postal. Me siento un poco estúpido al haber confiado en su cordura de fiscal y acusador. Más aún, me desoriento al reconocer que la rectitud posee ribetes de tanto dramatismo y locura. Conoce mi afición de entregarme por entero a mis decisiones. Sabe que por salvar mi institución y a los míos haría cualquier cosa. ¿Por qué le digo esto? Es para que se dé cuenta de que la justicia, la responsabilidad y el honor son conceptos tan relativos, que catalogar lo bueno y lo malo, separar lo justo de lo injusto es ya una negación de la realidad cotidiana de policías y ladrones.

Viviendo en este mundo, han aparecido tantos señores Mardones (de uno u otro bando) que el surgimiento de otro, a mi edad, ya parece majadero. Pero créame, a ninguno de ellos le he negado la oportunidad de retractarse, incluso con alguna compensación por las molestias (cosa, por lo demás, infantil, porque a quien han molestado es a mí). Esto del ofrecimiento de favores es un arma que puede volverse en mi contra. Así es que me he guardado de mantener todos mis negocios y ofrecimientos en secreto, solo con uno que otro traspié en el camino del poder.

Quizá esté pensando que estas líneas son los últimos manotazos en la caída de un viejo que lo ha conseguido todo a cualquier precio. No lo crea. Estoy cansado de esto. Es verdad. Pero, lamentablemente, yo soy todo esto. Rendirse es morir derrotado, es suponer que todo lo hecho es una gran mentira y que, por lo mismo, debo entregarme a la verdad de una causa y situación real, con jueces y testigos. No quiero percibir que puedo morir. Aún no.

Imagino que piensa que estoy en sus manos, que sumar intento de soborno a un funcionario solo será el epílogo de la tragedia. Sé que sonríe porque me ve en su escritorio, ahogado en mi propia mierda de comedia, pero estoy seguro de que no imagina a Marcos apretando lentamente un puñal, con instrucciones de saltarle a la garganta, de volver con estas cartas y asegurarse de que usted... bueno, de que usted… Pero, ¿para qué seguir escribiendo, si tal vez ya ni siquiera alcanzó a leer lo último que el señor Mardones podría haber leído?

CARTA PARA AMANDA

Con esta, acuso recibo de tu anterior carta. He apelado a mi compromiso contigo para forjarla. Mis escritos son los únicos que acomodan la conciencia –por allá– de que sigo vivo, aun tan lejos de ustedes y de mi madre (que debo nombrarla aparte para que su silenciosa recriminación no me toque por haberla considerado miembro común entre todos los parientes que habitan tras el océano). En realidad, siguiendo la idea, te he escrito por voluntad ajena. Eso creo. La nostalgia de mi madre, de ti, de todos, ha hecho que envíe tranquilidad por el correo, tranquilidad que se dosifica mes a mes cuando elaboro un recuento mío y lo implanto con estampillas y sobres para no doblegarlos con mi ausencia tan física e incidental.

Tú sabes lo de este alejamiento resultado de mi actividad. Esto de buscar nuevos nortes para mi afición de escribir historias y mentiras literarias ha estropeado la cercanía y los almuerzos familiares de los domingos. En consecuencia, la distancia ha acarreado la necesidad de cartas en las que he prolongado mis vivencias. Mayoritariamente, he mencionado los hechos frescos y novedosos que se han acomodado en estas habitaciones que me adoptan. He tratado de no enviar penas ni fracasos para no entorpecer sus perfectas rutinas de trabajo y planchado. Explicar mis dudas con ambigüedad ha sido ley infranqueable para mi lápiz y papel. Pero, ahora, quiero comprometerme con el cambio. Esta carta llevará algo de lo que estoy trabajando para mi libro. Te contaré la idea principal de un cuento en que me he ahogado bajo el escritorio. Deseo aproximarme a ti cada vez más, por ello esto de lanzar suaves ráfagas de creación sobre el mar.

Claro, seré justo contigo. Al desarrollar esta noción de historia la quise relatar para una Amanda ficticia. Eres tú, con otro nombre. Sucede que tu verdadero nombre no disfruta de los rigores de la inspiración y del gusto literario, por eso el cambio tan de forma. Este personaje no es del cuento mismo, está totalmente ajeno a él; no participa en las acciones mencionadas, sino que me permite una mayor facilidad en el desarrollo de la trama. No es lo mismo, para mí, escribir hacia la vaguedad, que hacia lo puntual de una hermana. En todo caso, no será dedicado eternamente a ti –no das para tanto, ja–, pero está orientado hacia tu persona. Dirigir esto a Amanda, que es mi punto esencial, fue escribirlo para que, necesariamente, entendieras el profundo sentimiento que emana de un escrito. Mi realidad o ficción, debe guiarme a tu hogar con dos sobrinas y un gordo cuñado.

Ahora, bien, ¿por qué un cuento y no una de esas novelillas de amor o aventuras que te empeñas en leer? No soy bueno para las novelas. Me inclino a explicar al destino con una seguidilla de relatos cortos, en vez de tratar de restringirlo a una larga historia caótica. Además, un cuento posee el mismo sabor de una novela, pero más concentrado. Se entiende que es un resumen. Son los sucesos vistos entre paréntesis, reciclándolos desde la cabeza, empoderándonos con ellos para no perderlos y aprender de los mismos pequeños errores. Esto es un cuento, Amanda: un aprendizaje de la mortalidad pasajera.

Como he dicho, te daré a conocer el plan en su extracto más puro. Escribiré como si nada, dejando que el cuento –o la noción de él– se desnude por trozos, por los hechos redondeados y casi sin detalles. El cuento es así: la evolución de un amor hasta la ruptura que aparece cortando la escena. En realidad, es una descripción rápida del momento mismo en que se produce el quiebre y aflora un golpe al cerrarse la puerta. Ella se ha marchado. Él, sentado en un sillón de terciopelo azul (¿azul?), no se ha atrevido a impedir la huida. Queda con el gusto de gritar en pesadillas, así de impotente y cansado porque no tuvo la valentía de decir cualquier cosa para triunfar sobre el orgullo de la autosuficiencia. Aprovecho aquí la ceguera del personaje para establecer un racconto que explique en alguna medida el movimiento de mis protagonistas hacia este estado final: la primera escaramuza de miradas, el tanteo en los caracteres, el delirio amoroso, la monotonía abúlica y el choque de voluntades. Todo desgajado rápidamente para no cansar al lector con el símil de una rapsodia dramática.

Después de este rápido desenvolvimiento en el pasado, me dedico a detallar las emociones que transforman todo el espacio del protagonista que debe doblegarse ante ese “siempre” de “me voy para siempre”. Este trozo del relato ha sido el más difícil de concebir como tal. He tratado de no enmarcarlo en un romanticismo fatuo de amor acabado. Es fácil que en temas así se caiga en las figurillas rosa con las que se disfraza el arte del yo siento. Según un conjuro para realizarlo, no debo imbuirme de él, sentir que no soy yo el que le enseña a Amanda lo desvalido que ha quedado después del “siempre” tan fugazmente oído. Este pedazo de historia, que une el racconto con el presente, ha gastado varias noches en intentos ciegos por no tratar de parecerme a él en el proceso creativo. Estoy esperando ese sometimiento al que se le llama raciocinio para describirlo solo con las palabras que sobran, no forzando nada, apretando la esponja gradualmente para que gota a gota surja ese párrafo con el consentimiento del protagonista.

En el cuento, es cruda la mención de una araña jugando a tejerle la mortaja a su víctima, una simple polilla de persistente ingenuidad. Es como maldecir la apática vida que debe continuar admitiendo a mi héroe en el entorno estático de la habitación. Supongo que la soledad impuesta por el automóvil en su marcha es el marco ideal para una esperanza ajena de querer volver. El protagonista, se aferra a unas caricias y roces anteriores para frustrar el deseo de ir tras ella. Se da cuenta de que, aun siendo tan corto el tiempo de ausencia, quiere evitar sentirla preparando café mientras esperan la película de la tarde. No es una esperanza gratuita de que volverá lo que le obliga a permanecer sentado. No. Es un ciclo, una vuelta del minutero que lo atornilla al sillón. El proceso es: la perfidia de decir que se marcha, el regreso con algún pretexto de llave olvidada, la dilución de la crisis, la noche y envolverse nuevamente con la piel del perdón. Eso lo mantiene engrillado hasta la certeza del ocaso, con los faroles, las polillas danzando y la araña continua en la pared. Aquí, ya estás de lleno avanzando en la descarga de sucesos que fluye del esquema en tercera persona. Doy una descripción del universo en que él está presente en el respaldo del sillón. Es para transmitir el cómo cuesta ordenar los pensamientos en una habitación vacía. Quiero avanzar con cautela, Amanda, escuchando El cazador furtivo de Weber. Pisando suavemente para mostrar el fondo emocional de una ausencia, mostrando la punta del automóvil en el cruce de calles para indicar que doblo en otro sentido; es intentar, al fin, que el lector se asome y se empape con la soledad más pura y desquiciada.

Al exponerte mi esquema, se presenta la duda sobre si daré o no una descripción psicológica de los protagonistas. Dicen que un escritor debe presentar a sus personajes en forma desnuda, sin caretas ni sombras, o sea, la sola descripción de alguno debe ser forzada y sin especulaciones; el lector debe conocer el ancho de sus orejas, el porte de la nariz, el color de ojos, la conjugación de ciertas características precisas y exactas. Yo opino de una forma menos marcial. Creo que describir alguna vestimenta, el color del traje o las figuritas de yeso en la repisa (elefantitos, mariposas, cachorritos) son, en sí, descripciones tácitas de los aspectos íntimos de los protagonistas. Me agrada lo tangencial hasta sus lados extremos. Esto de hablar de ella, de dejar finales inconclusos, de no explayarme en situaciones vistas, me calma la sed de tinta y ficción. Además, ahondar en ellos no vale la pena, son dos, son pocos y no mucho se salva. Claro, debo tener cuidado con esa manía mía de crear frases que solo yo entiendo. Desearía que la lógica fuera menos ruda para criticar las tramas de los relatos. Que existiera una técnica especial para afrontar estas historias que no se inventan ni se oyen. Pero claro, un poco de ambigüedad y locura debe existir en los textos. Al lector, todo no se le puede dar tan fácil. Debe concentrarse y sentirle el gusto al laberinto de hechos que se van hilando, enseñándole entre neblina los recodos y atajos del camino. La lógica en sí ayuda a hacer todo más comprensible e interesante. Porque, ¿qué más quisiera yo que el lector se mezclara eternamente con el cisma de los protagonistas, que poco a poco se empeñara en considerar esta alusión como algo que pudiera ayudarlo a desenredar la madeja de la trama abierta?