Dulce tentación - Cora Reilly - E-Book
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Dulce tentación E-Book

Cora Reilly

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Beschreibung

Era encantadora y demasiado joven… ¿Podrá él resistirse a esa dulce tentación? Cassio es un capo de la mafia que domina con mano de hierro la ciudad de Filadelfia. Cuando su mujer muere y se queda al cuidado de sus dos hijos pequeños, Cassio necesita una nueva esposa que les haga de madre. La elegida es Giulia, una joven adorable, pero también insolente que apenas supera la mayoría de edad. Cassio deberá poner todo su empeño si quiere resistir ante la dulce tentación que es Giulia… Llega Cora Reilly, autora best seller del USA Today

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Dulce tentación

Cora Reilly

Traducción de Tamara Arteaga y Yuliss M. Priego

Contenido

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Epílogo

Agradecimientos

Sobre la autora

Página de créditos

Dulce tentación

V.1: Enero, 2022

Título original: Sweet Temptation

© Cora Reilly 2020

© de la traducción, Yuliss M. Priego y Tamara Arteaga, 2022

© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2022

Todos los derechos reservados.

Diseño de cubierta: Hang Le

Publicado por Chic Editorial

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

[email protected]

www.principaldeloslibros.com

ISBN: 978-84-17972-66-0

THEMA: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Dulce tentación

Era encantadora y demasiado joven… ¿Podrá él resistirse a esa dulce tentación?

Cassio es un capo de la mafia que domina con mano de hierro la ciudad de Filadelfia. Cuando su mujer muere y se queda al cuidado de sus dos hijos pequeños, Cassio necesita una nueva esposa que les haga de madre. La elegida es Giulia, una joven adorable, pero también insolente que apenas supera la mayoría de edad. Cassio deberá poner todo su empeño si quiere resistir ante la dulce tentación que es Giulia…

Llega Cora Reilly, autora best seller del USA Today

«Cora Reilly es la mejor escritora de mafia romance de nuestra generación. Cassio y Giulia me han cautivado.»

L. J. Shen, autora best seller

Prólogo

Cassio

Miré mis manos cubiertas de sangre y, después, el cuerpo sin vida de mi mujer. Cerré la puerta despacio, por si a Daniele le daba por volver. No tenía por qué regresar a ver esto. Las rosas rojas que la asistenta había comprado para Gaia como regalo de nuestro octavo aniversario estaban aplastadas junto al cuerpo sin vida. Rosas rojas, a juego con la sangre que manchaba las sábanas y su vestido blanco.

Cogí el móvil y llamé a mi padre.

—Cassio, ¿no habías reservado para cenar con Gaia?

—Gaia está muerta.

Se produjo un silencio.

—Repite eso.

—Gaia está muerta.

—Cassio…

—Necesito que alguien venga a limpiar esto antes de que los niños lo vean. Mándame a un equipo de limpieza y avisa a Luca.

Uno

Cassio

Cuando tu mujer muere, se espera que sientas tristeza y desesperación, pero yo solo sentí rabia y resentimiento al ver el ataúd descendiendo en el interior de la tumba.

Gaia y yo llevábamos casados ocho años. El día de nuestro aniversario, la muerte acabó con nuestro matrimonio. Un final adecuado para una relación que había estado condenada desde el principio. Tal vez fuera cosa del destino que ese fuese el día más caluroso del verano: el sudor perlaba mi frente y mis sienes, pero no parecía que las lágrimas fueran a unirse a la fiesta.

Mi padre me apretó el hombro. ¿Para evitar derrumbarse él o para que no lo hiciera yo? Su piel se había tornado pálida desde su tercer infarto, y la muerte de Gaia tampoco había ayudado. Me miró a los ojos, preocupado; los suyos estaban nublados por cataratas. Parecía más marchito a cada día que pasaba. Y, cuanto más se debilitara él, más fuerte tendría que ser yo. Si parecías vulnerable, la mafia te comía vivo.

Le dediqué un ligero asentimiento y me volví de nuevo hacia la tumba con expresión imperturbable.

Todos los segundos de la famiglia estaban presentes. Hasta Luca Vitiello, nuestro capo, había venido desde Nueva York con su mujer. En los rostros de todos, el gesto solemne: máscaras perfectas, como la mía. No tardarían en venir a darme el pésame, a susurrarme falsas palabras de consuelo, tan pronto como los rumores acerca de la prematura muerte de mi esposa comenzaran a propagarse. 

Me alegraba que ni Daniele ni Simona fueran lo bastante mayores para entender nada de lo que se decía. No eran conscientes de que su madre había muerto. Con dos años, Daniele ni siquiera alcanzaba a comprender el significado y la extensión de la palabra muerte. Y Simona… se había quedado sin madre con tan solo cuatro meses de edad. 

Una nueva oleada de furia recorrió todo mi cuerpo, pero logré apaciguarla. Pocos de los hombres que me rodeaban eran amigos; la mayoría solo buscaba en mí algún indicio de debilidad. Yo era un joven segundo de la mafia; demasiado joven a ojos de muchos, pero Luca confiaba en mí para gobernar Filadelfia con mano dura. Y yo no iba a decepcionarlo; ni a él, ni a mi padre.

Tras el funeral, nos reunimos en mi mansión para el almuerzo. Sybil, la asistenta, me tendió a Simona. La pequeña se había pasado toda la noche llorando, pero en ese momento dormía profundamente en mis brazos. Daniele se aferró a mi pierna, confuso y perdido. Era la primera vez que buscaba mi cercanía desde la muerte de Gaia. Sentía las miradas de compasión sobre mí y a mi alrededor. Solo, con dos niños pequeños, un segundo tan joven…; todos buscaban lo mismo: cualquier grieta en mi fachada, por mínima que fuera. 

Mi madre se acercó con una sonrisa triste y tomó a Simona de mis brazos. Se había ofrecido a cuidar de mis hijos, pero tenía sesenta y cuatro años y ya se ocupaba de mi padre. Mis hermanas se congregaron a nuestro alrededor y arrullaron a Daniele. Mia lo cogió en brazos y lo estrechó con fuerza contra su pecho. Ellas también me habían ofrecido su ayuda, pero todas tenían hijos propios a los que cuidar y, a excepción de Mia, tampoco vivían cerca. 

—Se te ve cansado, hijo —comentó mi padre con voz queda.

—No he podido dormir mucho estas últimas noches.

Desde la muerte de su madre, ni Daniele ni Simona habían dormido más de dos horas seguidas a la vez. La imagen del vestido ensangrentado de Gaia cruzó mi mente, pero la aparté enseguida. 

—Deberías buscar otra madre para tus hijos —dijo mi padre, que se apoyaba pesadamente en su bastón. 

—¡Mansueto! —exclamó mi madre por lo bajo—. Acabamos de enterrar a Gaia…

Él le palmeó el brazo, pero me miró a mí. Sabía que yo no necesitaba llorar a Gaia, pero debíamos mantener el decoro. Eso sin mencionar el hecho de que yo no estaba muy seguro de querer a otra mujer en mi vida. Sin embargo, lo que yo quisiera era irrelevante. Todos y cada uno de los aspectos de mi vida habían sido dictados por férreas reglas y tradiciones. 

—Los niños necesitan a una madre, y tú también necesitas a alguien que cuide de ti —insistió mi padre.

—Gaia nunca cuidó de él —murmuró Mia. 

Ella tampoco había perdonado a mi difunta esposa. 

—Este no es ni el momento ni el lugar —la corté.

Ella cerró la boca de golpe. 

—Imagino que ya tendrás a alguien en mente para Cassio —le dijo Ilaria, la mayor de mis hermanas, a mi padre. 

—No habrá capitán o segundo con hija casadera que no haya hablado ya con papá —dijo Mia en voz baja.

Mi padre todavía no me había comentado nada al respecto, porque sabía que yo no le habría escuchado. Sin embargo, probablemente Mia tuviera razón. Yo era un partidazo: el único segundo soltero en la famiglia.

Luca y su mujer, Aria, se aproximaron. Pedí silencio a mi familia con un gesto. Luca me estrechó la mano de nuevo y Aria sonrió a mis hijos.

—Si necesitas alejarte de tus obligaciones por un tiempo, dímelo —propuso él.

—No —le espeté. 

Si renunciaba entonces a mi posición, jamás la recuperaría. Filadelfia era mi ciudad, y sería yo quien mandara sobre ella.

Luca inclinó la cabeza.

—Sé que no es un buen día para tratar estos asuntos, pero mi tío Felix ha hablado conmigo.

Mi padre asintió, como si supiera qué era lo que Luca iba a decir.

—Es una idea razonable.

Hice un ademán con el brazo para que me siguieran al jardín.

—¿De qué se trata?

—Si no conociera las circunstancias de la muerte de tu esposa, no habría sacado el tema hoy. Es irrespetuoso. 

Luca solo sabía lo que yo le había contado.

Mi padre negó con la cabeza.

—No podemos esperar el año habitual. Mis nietos necesitan una madre.

—¿Qué querías tratar conmigo? —pregunté a Luca, cansado de mi padre y de que supiera de qué iba el tema sin haberme dicho nada.

—Mi tío Felix tiene una hija que no está prometida a nadie; podría ser tu esposa. Una unión entre Filadelfia y Baltimore fortalecería tu poder, Cassio —explicó Luca.

Felix Rizzo gobernaba Baltimore como segundo. Se había ganado el puesto al casarse con una de las tías de Luca —y no porque fuera bueno en su trabajo—, pero era un hombre tolerable. No recordaba a su hija.

—¿Por qué no la ha casado todavía? 

Como hija de un alto cargo sin vínculos consanguíneos con la famiglia, la chica debería llevar años prometida a alguien de dentro…, a menos que tuviera alguna tara.

Luca y mi padre intercambiaron una mirada que hizo saltar todas mis alarmas.

—Estuvo prometida al hijo de un capitán, pero lo mataron el año pasado en un ataque de la Bratva. 

Mi padre reparó de inmediato en mi expresión preocupada y añadió:

—Ella no lo conocía. Solo lo había visto una vez, cuando tenía doce años.

Había más.

—Podrías casarte con ella a principios de noviembre. Así, la boda no estaría tan próxima al funeral de Gaia. 

—¿Por qué noviembre?

—Es cuando cumplirá los dieciocho —reveló Luca.

Los miré fijamente a ambos. ¿Habían perdido la cabeza?

—¡Le saco casi catorce años a esa niña!

—Dadas las circunstancias, es la mejor opción, Cassio —imploró mi padre—. El resto de hijas de altos cargos disponibles son todavía más jóvenes, y dudo mucho que quieras casarte con una viuda, teniendo en cuenta tus experiencias pasadas.

Endurecí la expresión. 

—Hoy no es el día adecuado para hablar de este tema.

Luca inclinó la cabeza.

—No lo pospongas demasiado. Felix quiere encontrarle un marido a Giulia lo antes posible. 

Asentí bruscamente y regresé dentro. Mi madre estaba tratando de calmar a Simona, que había empezado a llorar, y Mia salía del salón con Daniele en pleno berrinche. Necesitaba una esposa. Y, sin embargo, ese día no tenía la energía mental suficiente para tomar esa clase de decisión.

* * *

Faro me entregó un martini antes de hundirse en el sillón que quedaba frente al mío en mi despacho. 

—Tienes un aspecto de mierda, Cassio.

Le dediqué una sonrisa tensa.

—Otra noche sin dormir.

Me lanzó una mirada desaprobadora mientras daba un sorbo a su copa.

—Dile que sí a Rizzo. Necesitas una esposa, y podrías tenerla en menos de cuatro meses. Él se muere por tenerte en su familia y salvar así su penoso culo; de lo contrario, no habría esperado todas estas semanas a que te aclarases. Estoy seguro de que, a estas alturas, ya podría haberle encontrado otro marido a su hija.

Apuré medio martini de un solo trago.

—Le saco casi catorce años. ¿Te das cuenta de que estaré esperando a que esa niña cumpla los dieciocho?

—Entonces tendrás que casarte con una viuda. ¿De verdad quieres a una mujer que ya haya estado con otro hombre, después de lo de Gaia? —preguntó en voz queda.

Hice una mueca. La mayoría de los días trataba de olvidar a Gaia, e incluso Daniele había dejado de preguntar por su madre, tras comprender que no iba a volver. Se había vuelto terriblemente callado desde entonces, jamás decía una sola palabra.

—No —repliqué con dureza—. Nada de viudas. 

No era solo que no quisiera arriesgarme a repetir la misma historia, sino que, además, todas las viudas del mercado tenían hijos, y yo no quería que los míos tuvieran que compartir su atención con nadie. Mis hijos necesitaban todos los cuidados y el amor posibles. Estaban sufriendo y, por mucho que me esforzara, yo no era la persona adecuada para dárselos.

—Por el amor de Dios, llama a Rizzo. ¿Cuál es el problema? La chica pronto será mayor de edad.

Le lancé una mirada.

—Otros hombres matarían por tener la oportunidad de disfrutar una vez más de una jovencita sexy en la cama y, aun así, tú vas y te haces la víctima cuando se te ofrece una en bandeja de plata. 

—Si no fuera porque somos amigos desde niños, te habría cortado un dedo por ese tono —espeté. 

—Menos mal que lo somos, pues —respondió Faro mientras alzaba su copa.

* * *

Tras otra noche de berridos, llamé a Felix por la mañana.

—Hola, Felix. Soy Cassio.

—Cassio, me alegro de oírte. Deduzco que has tomado una decisión con respecto a mi hija.

—Me gustaría casarme con ella. —Aquello no era exactamente verdad: la chica era la única posibilidad que tenía de salvar mi cordura—. No puedo esperar mucho. Sabes que tengo dos niños pequeños que necesitan una madre.

—Por supuesto, Giulia es muy cariñosa. Podríamos programar la boda para principios de noviembre, el día después de que cumpla los dieciocho… ¿Te parece?

Apreté los dientes.

—Está bien. Suena razonable.

—Me gustaría que la conocieras antes, así podríamos discutir los detalles del banquete. Va a ser complicado organizar una boda de tales dimensiones con tan poca antelación. 

—¿Insistes en hacer una gran celebración?

—Sí. Giulia es nuestra única hija y mi mujer quiere organizar algo especial para ella. Con nuestro hijo no tuvo la oportunidad de hacer todo lo que le habría gustado. Eso por no mencionar que, debido a nuestro estatus, será un evento social de lo más importante, Cassio. 

—Yo no puedo involucrarme en los preparativos. Ya tengo bastante con lo mío, así que tu esposa tendrá que ocuparse de todo. 

—Eso no será un problema. Hablaremos de los detalles cuando vengas, ¿de acuerdo? ¿Cuándo te iría bien a ti?

Sybil había pensado en pasar el fin de semana en casa para echarles un ojo a los niños.

—En dos días, pero no podré quedarme mucho tiempo. 

—Perfecto. Has tomado la decisión correcta, Cassio. Giulia es maravillosa.

Giulia

Papá estuvo muy raro durante la cena. No dejaba de mirarme como si estuviera a punto de decir algo, pero luego no decía nada. Mamá tenía cara de haber recibido una invitación a la venta exclusiva de la colección de verano de Chanel.

Cuando terminé de cenar, esperé a que papá me diera permiso para levantarme: quería terminar el cuadro que había empezado por la mañana. Ahora que había terminado el instituto, dedicaría el tiempo libre a perfeccionar mis dotes artísticas. 

Él carraspeó.

—Tenemos que hablar contigo.

—Vale —dije despacio, alargando la segunda vocal. 

La última vez que mi padre había empezado una conversación así, fue para decirme que a mi prometido lo habían matado durante un ataque de la Bratva. Aquello no me afectó tanto como debería haberlo hecho si tenemos en cuenta nuestro futuro en común, pero solo lo había visto una vez, y había sido hacía muchos años. Mamá fue la única que derramó lágrimas amargas, principalmente porque esa muerte implicaba que me había quedado sin prometido a los diecisiete. Aquello era un escándalo en ciernes. 

—Te hemos encontrado un nuevo marido. 

—Ah. 

No es que me pillara por sorpresa que quisieran casarme tan pronto, pero, dada mi edad, sí que había esperado que, al menos, pudiera participar en el proceso de selección de mi futuro marido.

—¡Es un segundo! —estalló mamá, radiante.

Alcé las cejas. Con razón estaba entusiasmada: mi difunto prometido tan solo era el hijo de un capitán, nada por lo que emocionarse demasiado. Al menos, en su opinión.

Me estrujé el cerebro pensando en un segundo que fuese más o menos de mi misma edad, pero no logré dar con ninguno.

—¿Quién es?

Papá rehuyó mi mirada.

—Cassio Moretti.

Me quedé boquiabierta. Papá a menudo me hablaba de su trabajo si necesitaba desahogarse, porque a mamá los detalles no le interesaban lo más mínimo. El apellido Moretti llevaba en las conversaciones varios meses ya: el segundo más cruel de la famiglia había perdido a su mujer, y ahora se había quedado solo con dos niños pequeños. Las especulaciones sobre cómo y por qué había muerto su esposa estaban a la orden del día, pero solo el capo conocía los detalles. Algunos decían que Moretti había matado a su mujer en un arrebato, mientras que otros aseguraban que ella había enfermado por vivir bajo su estricto mando. Los había, incluso, que especulaban con la posibilidad de que ella se hubiera suicidado para escapar de su crueldad. Ninguno de los rumores hacía que quisiera conocerlo, y mucho menos casarme con él. 

—Es bastante mayor que yo —dije, al fin. 

—Trece años, Giulia. Es un hombre en su mejor momento —me reprendió mamá.

—¿Por qué me quiere? 

Ni siquiera lo conocía. Y él a mí tampoco. Y, lo que era peor: yo no tenía ni idea de cómo criar a unos niños. 

—Eres una Rizzo. La unión de dos familias importantes siempre es algo deseable —respondió mamá.

Miré a papá, pero él seguía contemplando su copa de vino. Lo último que me había contado sobre Cassio Moretti era que Luca lo había convertido en segundo porque los dos eran iguales: irrevocablemente crueles, despiadados y corpulentos como toros.

Y ahora me entregaba a uno de ellos. A un hombre así.

—¿Cuándo? —pregunté. 

A juzgar por la emoción de mamá, los detalles ya debían de haberse decidido. 

—El día después de tu cumpleaños —respondió ella.

—Me sorprende que hayáis esperado a que cumpla la mayoría de edad. Como en esta familia se respetan tanto las leyes…

Mamá torció el gesto.

—Espero que abandones esa actitud de sabionda antes de conocer a Cassio. Un hombre como él no tolerará esta insolencia tuya. 

Cerré los puños con fuerza por debajo de la mesa. Seguro que había sido mamá la que había apretado las tuercas en el tema del matrimonio. Ella siempre estaba tratando de mejorar nuestra posición dentro de la famiglia.

Sonrió y luego se puso en pie.

—Será mejor que empiece a buscar el sitio. Este será el evento del año. 

Me dio unas palmaditas en la mejilla, como si yo fuera un caniche pequeñín y adorable que acabara de ganar un trofeo en un concurso de perros, pero volvió a fruncir el ceño al percatarse de mi expresión. 

—No estoy muy segura de que Cassio vaya a aprobar ese malhumor… o ese flequillo.

—La niña está bien, Egidia —replicó papá con firmeza.

—Es joven y guapa, pero no sofisticada, ni elegante. 

—Si Cassio quiere una dama, debería dejar de asaltar cunas —murmuré. 

Mamá ahogó un grito y se llevó una mano al corazón, como si, con ese comentario, yo solita fuera a llevarla a la tumba antes de tiempo. Papá tosió para disimular una risotada, pero ella no se dejó engañar. Lo señaló con un dedo a modo de advertencia.

—Haz entrar en razón a tu hija; ya conoces a Cassio. Siempre te he dicho que deberías ser más estricto con ella.

Se dio la vuelta y desapareció con un crujido de su larga falda. 

Papá suspiró mientras me dedicaba una sonrisa cansada. 

—Tu madre solo quiere lo mejor para ti. 

—Ella quiere lo mejor para nuestra posición. ¿Cómo es posible que casarme con un hombre cruel y mayor sea lo mejor para mí, papá?

—Vamos —dijo mientras se ponía en pie—. Demos un paseo por el jardín. 

Lo seguí. Él me ofreció su brazo y yo lo tomé. El aire era cálido y húmedo y me golpeó, casi como una bofetada. 

—Cassio no es tan mayor, Giulia. Solo tiene treinta y un años.

Traté de pensar en hombres de su edad, pero lo cierto era que jamás había prestado demasiada atención a los hombres. ¿No tenía Luca, más o menos, esa edad? Pensar en mi primo no fue ningún consuelo; me daba pavor. Si Cassio era igual…

¿Y si era un bruto gordo y asqueroso? Miré a papá y sus ojos castaños se reblandecieron. 

—No me mires como si te hubiese traicionado. Ser la mujer de Cassio no es tan terrible como uno podría pensar. 

—«Irrevocablemente cruel». Así es como lo definiste, ¿recuerdas? 

Papá asintió, algo culpable. 

—Con sus hombres y con sus enemigos, no contigo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Por qué murió su mujer? ¿Cómo murió? ¿Y si él la mató? ¿O si abusó tanto de ella que prefirió quitarse la vida? 

Respiré hondo para tratar de calmarme.

Papá me apartó el flequillo de la cara.

—Jamás te había visto tan asustada. —Suspiró—. Luca me aseguró que Cassio no tuvo nada que ver con la muerte de su esposa. 

—¿Confías en Luca? ¿No me dijiste que está intentando afianzar su poder?

—No debería haberte contado tantas cosas.

—¿Y cómo puede Luca estar tan seguro de lo que le pasó a la señora Moretti? Ya sabes cómo va esto. Ni siquiera un capo se involucra en asuntos familiares.

Papá me agarró por los hombros.

—Cassio no te pondrá una mano encima, si sabe lo que le conviene. 

Ambos sabíamos que él no podría hacer nada una vez que me casara con Cassio. Y, siendo francos, papá no era de los que se arriesgan a entrar en conflictos para terminar perdiendo. Luca prefería a Cassio antes que a mi padre: de tener que elegir entre los dos, papá encontraría un final rápido. 

—Mañana vendrá a conocerte. 

Di un paso atrás, estupefacta.

—¿Mañana?

Dos

Giulia

Mamá me había dejado muy claro que no conocería a Cassio hasta que nos presentaran formalmente durante la cena. Se suponía que yo debía quedarme en mi cuarto toda la tarde, mientras mis padres y mi futuro marido discutían acerca de mi vida, como si yo fuese una cría de dos años sin opinión. Sin voz ni voto.

Salí a hurtadillas de mi cuarto al escuchar el timbre. Llevaba un vestido peto vaquero y, debajo, una camiseta blanca sin mangas con girasoles. Iba descalza, de modo que no hice ruido cuando, de puntillas, me dirigí al rellano superior para evitar así los escalones que crujían.

Me arrodillé para hacerme pequeña y espié a través de la barandilla. Por el murmullo de voces, supe que mis padres estaban charlando de cosas insustanciales e intercambiando cortesías varias con dos hombres. Papá entró en mi campo de visión con su sonrisa oficial y seguido de mi madre, que irradiaba felicidad. Aparecieron entonces los otros dos.

No me costó adivinar cuál de ellos era Cassio. Superaba en altura a papá y al otro hombre. Entonces comprendí por qué lo comparaban con Luca: era alto y fornido, y el traje de tres piezas azul oscuro lo hacía parecer aún más imponente. Su expresión parecía de acero, fría e insondable. Ni siquiera el pestañeo exagerado de mi madre logró arrancarle una sonrisa. Por lo menos su acompañante sí que parecía querer estar aquí. Cassio no se veía mayor, y no estaba gordo en absoluto. Se le intuían los músculos, incluso a través de las varias capas de ropa. Su rostro anguloso lucía una oscura barba incipiente dejada a propósito, no por descuido ni por falta de tiempo.

Cassio era un hombre adulto, un hombre tremendamente imponente y poderoso. Yo apenas había terminado el instituto. ¿De qué se suponía que íbamos a hablar?

Me encantaba el arte moderno, dibujar y hacer pilates. Dudaba que aquello le interesara a un hombre como él. Probablemente, la tortura y el blanqueo de dinero fueran sus pasatiempos favoritos; también, tal vez, tirarse a alguna puta de vez en cuando. La angustia se aferró a mis entrañas. En menos de cuatro meses, tendría que acostarme con ese hombre, con ese desconocido. Con un hombre que tal vez había conducido a su esposa a la muerte.

Sentí un ramalazo de culpa: estaba presuponiendo cosas. Cassio había perdido a su mujer y ahora tenía que encargarse de sus hijos él solo. ¿Y si estaba de luto? Aunque no lo parecía.

Teniendo en cuenta que los hombres de nuestro mundo aprendían desde pequeños a ocultar sus sentimientos, su inexpresividad no significaba nada.

—¿Por qué no vamos a mi despacho, nos tomamos una copa de buen coñac y hablamos del matrimonio? —propuso papá, que señaló el pasillo.

Cassio asintió.

—Voy a asegurarme de que todo vaya bien en la cocina. Nuestro chef está preparando todo un festín para esta noche —dijo mamá, entusiasmada.

Tanto Cassio como su acompañante le dedicaron una sonrisa de cortesía.

¿Aquel hombre sonreiría de verdad alguna vez, con los ojos y el corazón?

Esperé a que todos desaparecieran de mi campo de visión antes de bajar corriendo y meterme en la biblioteca contigua al despacho. Pegué la oreja a la puerta que conectaba con este para escuchar la conversación.

—Esta unión nos beneficiará a ambos —empezó papá.

—¿Ya le has contado a Giulia lo del enlace?

Oír mi nombre pronunciado por la voz grave de Cassio por primera vez me aceleró el corazón. Lo oiría decirlo durante el resto de mi vida.

Papá se aclaró la garganta. Aun sin verlo, sabía que estaba incómodo.

—Sí, anoche.

—¿Y cómo reaccionó?

—Es consciente de que casarse con un segundo es todo un honor.

Puse los ojos en blanco. Habría matado por verles las caras.

—Eso no responde a mi pregunta, Felix —le recordó Cassio, algo molesto—. Tu hija no solo se convertirá en mi mujer; necesito a una madre para mis hijos. Eres consciente de eso, ¿verdad?

—Giulia es muy responsable y cariñosa, toda una… mujer. —A papá le había costado pronunciar esas palabras y yo tardé unos instantes en comprender que se estaba refiriendo a mí. Todavía no me sentía una mujer—. En varias ocasiones ha cuidado del hijo de su hermano, y lo ha disfrutado mucho.

Sí, había jugado con el bebé de mi hermano un ratito cuando nos visitaban, pero nunca había cambiado un pañal ni le había dado de comer.

—Te aseguro que Giulia te satisfará.

Se me encendieron las mejillas, y en el despacho hubo un momento de silencio. ¿Habrían malinterpretado Cassio y su acompañante las palabras de papá, como yo?

Papá volvió a carraspear.

—¿Se lo has contado ya a Luca?

—Sí, anoche, tras nuestra llamada.

Se pusieron a hablar de una próxima reunión con el capo, cosa que hizo que desconectara por un instante y me perdiera en mis pensamientos. 

—Tengo que llamar a casa. Y a Faro y a mí nos gustaría descansar un poco antes de cenar. Ha sido un día largo —dijo entonces Cassio.

—Por supuesto. Ve por esa puerta, en la biblioteca estaréis tranquilos. Todavía falta una hora para que te presente a mi hija.

Me aparté de la puerta a trompicones cuando oí que los pasos al otro lado se aproximaban. El pomo se movió y yo corrí a esconderme tras una de las estanterías, y me pegué a ella tanto como pude. Desde allí miré hacia la puerta. Cassio y Faro entraron, mi padre les obsequió con otra sonrisa falsa y luego cerró la puerta y me encerró con ellos. ¿Cómo se suponía que iba a salir y regresar al piso de arriba con Cassio y su acompañante ahí?

—¿Y bien? —preguntó Faro.

Cassio se adentró en la estancia y se acercó al lugar en el que me escondía. Tenía el ceño fruncido, pero ya no parecía estar tan alerta.

—Son agotadores. La señora Rizzo en particular. Espero que su hija no se parezca a ella.

Apreté los labios, indignada. Mamá era agotadora, cierto, pero sus palabras me sentaron fatal.

—¿Has visto alguna foto suya? —Faro cogió uno de los marcos de la mesilla y sonrió entre dientes.

Miré a través del hueco entre los libros y abrí mucho los ojos, horrorizada. La había levantado para que Cassio la viese. La foto era de cuando tenía nueve años: sonreía abiertamente, enseñando el aparato; llevaba dos pequeños girasoles, uno a cada lado de las coletas, un vestido de lunares y botas rojas de goma. A papá le encantaba esa foto mía y se había negado a quitarla de ahí, a pesar de las protestas de mamá. Ojalá le hubiera hecho caso.

—Joder, Faro. Deja eso —gruñó Cassio, brusco, lo que hizo que me encogiera—. Me siento un puto pedófilo mirando a esa cría.

Faro volvió a dejar el marco en la mesilla.

—Es mona. Podría ser peor.

—Espero sinceramente que ya no lleve el aparato, ni ese flequillo horrible.

Me llevé una mano al flequillo y sentí una mezcla de rabia y vergüenza.

—Bueno, al look de colegiala le va que ni pintado.

—No quiero follarme a una maldita colegiala.

Me estremecí y mi codo topó con un libro, que cayó al suelo.

Oh, no. El silencio se adueñó de la estancia. 

Miré frenéticamente a mi alrededor para buscar una escapatoria. Agaché la cabeza y traté de deslizarme al pasillo contiguo, pero fue demasiado tarde. Una sombra cayó sobre mí y choqué con un cuerpo fibroso, duro. Trastabillé de nuevo hacia la estantería, me golpeé el coxis con la madera y aullé de dolor.

Alcé la cabeza, con las mejillas ardiendo.

—Lo siento, señor —solté. Al cuerno con mi educación.

Cassio me miró, ceñudo. Y, en ese momento, se le encendió la bombilla. 

¿Primeras impresiones? Bueno… Podrían haber sido mejores.

Cassio

—Lo siento, señor.

Bajé la mirada hacia la chica que tenía delante. Me miraba con unos enormes ojos azules y los labios entreabiertos. Entonces caí en la cuenta de quién era. Giulia Rizzo, mi futura mujer.

La miré fijamente. A mi lado Faro se aguantaba la risa, pero a mí eso no me hacía ni puta gracia. La mujer —la chica, más bien— que en menos de tres meses se convertiría en mi esposa acababa de llamarme señor.

Mis ojos recorrieron su cuerpo y repararon en los pies descalzos, las piernas esbeltas, el horrible vestido vaquero y la florida atrocidad que llevaba como camiseta. Al fin, mis ojos se detuvieron en su rostro. Seguía llevando el mismo flequillo, pero el resto de su cabello era largo y ondulado, y le caía sobre los hombros desnudos.

Al ver que no la dejaba pasar, alzó la mirada y se tensó, visiblemente sorprendida ante mi atención. 

Tuve que admitir que el flequillo no le quedaba tan mal. Era muy guapa, una chica encantadora. Y ese era el problema. Vestida como iba, tenía aspecto de adolescente, no de mujer. Y, definitivamente, no de esposa ni mucho menos de madre.

Se tocó el flequillo con dedos temblorosos mientras el rubor se adueñaba de sus mejillas.

Debía de haber oído todo lo que habíamos dicho.

Suspiré. Todo aquello era una mala idea. Lo había sabido desde el principio, pero el acuerdo ya se había formalizado y ahora ya no había vuelta atrás. Se convertiría en mi esposa y, con suerte, no volvería a llamarme señor.

Dejó caer la mano y se enderezó.

—Disculpe, señor, no pretendo ofenderlo, pero no deberíamos estar solos sin supervisión, y mucho menos tan cerca el uno del otro.

Faro me lanzó una miradita, a punto de descojonarse.

Miré a Giulia con los ojos entornados, sin apartarme y sin dar un paso atrás, pero tuve que admitir que me gustó que se enfrentara a mí, a pesar del poder que yo tenía.

—¿Sabes quién soy?

—Sí, sé que usted es el segundo de Filadelfia, pero yo estoy bajo la potestad de mi padre y no la suya y, aunque así fuera, el honor me prohibiría quedarme a solas con un hombre con el que no estoy casada.

—Cierto —convine tranquilamente—, pero en menos de cuatro meses serás mi esposa.

Alzó la barbilla para tratar de parecer más alta. El numerito impresionaba, pero los dedos temblorosos y los ojos, exageradamente abiertos, la delataban.

—Tal como yo lo veo…, nos estabas espiando. Estábamos manteniendo una conversación confidencial, que tú has interrumpido sin permiso —dije en voz baja.

Ella apartó la mirada.

—Yo ya estaba en la biblioteca cuando ustedes han entrado y me han dado un susto.

A mi lado, Faro estalló en carcajadas. Lo acallé con una mirada y suspiré pesadamente. No tenía paciencia para los dramas. En varias semanas apenas había dormido una noche entera. Las asistentas se encargaban de casi todo, pero el llanto de Simona me despertaba igualmente por las noches. Necesitaba a una madre para mis hijos, no a otra cría de la que hacerme cargo yo.

—Faro, ¿puedes dejarnos un momento a solas?

Giulia me miró, insegura y todavía arrinconada contra la estantería. Yo di un paso atrás para dejarle el espacio adecuado. Faro se marchó y cerró la puerta tras de sí.

—Esto es inapropiado —insistió ella con voz suave.

—Necesito hablar un momento contigo a solas. Luego tus padres estarán por aquí y no tendremos ocasión de hacerlo.

—Ya se encargará mi madre de hablar. Es agotadora.

¿Se estaba burlando de mí? Su expresión era, a la vez, curiosa y cauta.

—No tenías que oír eso. —Hice un gesto hacia los sillones—. ¿Hablamos?

Ella ladeó la cabeza como si tratara de entenderme.

—Por supuesto.

Esperé a que ella tomase asiento antes de hacerlo yo. Cruzó las piernas y se retocó el flequillo una vez más, pero, al notar que la observaba, se sonrojó y arrugó la nariz.

—Le agradecería que no le dijera a mi madre nada de esto…

—No me llames señor —gruñí.

Ella hizo una mueca, turbada.

—¿Y cómo se supone que debo llamarle?

—¿Qué tal Cassio? Seré tu marido dentro de poco.

Ella suspiró, temblorosa.

—En noviembre.

—Sí, en cuanto cumplas los dieciocho.

—¿Acaso importa? ¿Qué diferencia hay? ¿Cómo van unos pocos meses a convertirme en una esposa adecuada si ahora mismo no lo soy?

—Seguirás siendo demasiado joven de cualquier modo, pero me sentiré más cómodo si me caso contigo cuando seas oficialmente mayor de edad.

Ella apretó los labios y sacudió la cabeza.

—Tengo dos hijos pequeños que precisan de cuidados. Daniele tiene casi tres años y Simona cumplirá diez meses cuando nos casemos.

—¿Podrías enseñarme alguna foto de ellos? —pidió, para mi sorpresa.

Saqué el móvil y le mostré el fondo de pantalla: era una foto que les habían hecho poco antes de que Gaia falleciera, pero ella no aparecía. En ella, Daniele acunaba a su hermana de cuatro meses.

Escruté el rostro de Giulia. Su expresión se había suavizado y ahora sonreía. La suya era una sonrisa honesta y confiada, no como aquellas a las que las mujeres de nuestro círculo me tenían acostumbrado. También eso evidenciaba lo joven que era: todavía no estaba hastiada de la vida. Todavía no estaba en guardia.

—Son adorables. Qué mono él, sujetando a su hermana. —Me sonrió un momento y, entonces, se puso seria—. Lamento su pérdida. Yo…

—No quiero hablar de mi difunta mujer —la corté.

Ella asintió enseguida y se mordió el labio. Joder, ¿por qué tenía que ser tan linda e inocente? Había miles de adolescentes que se emplastaban las caras, que se maquillaban como puertas para aparentar diez años más, pero Giulia no era una de ellas. Su aspecto era el de una chica de diecisiete años, y no iba a parecer mayor en cuatro meses, cuando cumpliera los dieciocho, como por arte de magia. Tendría que pedirle a su madre que la maquillara muchísimo el día de la boda.

Se llevó el pelo detrás de la oreja y dejó a la vista un pendiente de girasol.

—¿Siempre vas vestida así? —pregunté mientras señalaba su atuendo.

Ella se miró, con el ceño algo fruncido.

—Me gustan los vestidos.

El rubor de sus mejillas se intensificó cuando volvió a mirarme a mí.

—A mí también —repuse—. Pero los elegantes y apropiados para una mujer adulta. Espero que en el futuro te vistas de forma más sofisticada. Tienes que transmitir cierta imagen, de cara al exterior. Si me das tus medidas, mandaré a alguien a comprarte un nuevo fondo de armario. 

Ella me miró fijamente.

—¿Entendido? —insistí ante su silencio.

Parpadeó un par de veces y después asintió.

—Bien —dije—. No habrá fiesta de compromiso. Ni tengo tiempo para ello ni quiero que nos vean juntos en público antes de que cumplas los dieciocho.

—¿Podré conocer a tus hijos antes de que nos casemos? ¿O ver dónde vives?

—No. No volveremos a vernos hasta noviembre, y conocerás a Daniele y Simona el día después de la boda.

—¿No crees que sería mejor que nos conociéramos antes de casarnos?

—No veo qué importancia puede tener —respondí secamente.

Ella apartó la mirada.

—¿Hay algo más que quieras de mí, aparte de un cambio de vestuario?

Consideré pedirle que comenzara a tomar la píldora porque yo no quería más hijos, pero me resultó imposible hablar de eso con una chica de su edad; lo cual, por otro lado, era ridículo, puesto que tendría que acostarme con ella en nuestra noche de bodas.

Me puse en pie.

—No. Ahora es mejor que te vayas, antes de que tus padres se percaten de que hemos estado a solas.

Ella se puso en pie y se abrazó los codos mientras me miraba durante un momento. Luego me dio la espalda y se marchó sin decir palabra. Faro volvió a entrar.

Alzó las cejas.

—¿Qué le has dicho? Parecía a punto de echarse a llorar.

Arrugué la frente.

—Nada.

—Lo dudo, pero si tú lo dices…

Tres

Giulia

Seguía temblando cuando entré en mi cuarto después de aquel primer encuentro con Cassio. Él se había mostrado intenso y frío, por no decir dominante. ¿Ordenarme cambiar de fondo de armario? ¿Cómo se atrevía?

—¡Ahí estás! ¿Dónde te habías metido? —preguntó mamá mientras me llevaba hacia el vestidor—. Tenemos que arreglarte. Por el amor de Dios, Giulia, ¿qué llevas puesto?

Me tiró de la ropa hasta que empecé a desvestirme, todavía en trance. Mamá me miró con curiosidad.

—¿Qué pasa contigo?

—Nada —respondí en voz baja. 

Acto seguido, se volvió hacia la selección de vestidos que debía de haber sacado y extendido en la banqueta antes de que yo llegara. 

—No puedo creer que no tengas ni un solo vestido decente.

Siempre había evitado ir a los eventos oficiales, porque no soportaba la actitud falsa, el chismorreo y las puñaladas traperas de quienes asistían a ellas.

—¿Qué tienen de malo mis vestidos?

Mamá había elegido los tres menos extravagantes de mi colección. Todos eran del estilo retro de Audrey Hepburn, que me encantaba. Escogió uno azul celeste con lunares blancos. 

—¿No tienes nada liso?

—No —respondí. ¿Acaso nunca se había fijado en mi ropa o qué?

Tenía que agradecer a papá la libertad de vestir como quisiera. Aunque él fuera conservador, siempre le costaba decirme que no. Y, así, a mamá no le quedaba más remedio que claudicar.

Suspiró y me tendió el vestido azul.

—Este va a juego con tus ojos. Esperemos que a Cassio no le eche para atrás el estilo ridículo.

Me enfundé el vestido sin decir palabra mientras recordaba lo que había dicho Cassio sobre mi ropa y mi flequillo.

—Maquíllate, Giulia. Tienes que parecer mayor. 

La miré exasperada, pero ella ya salía por la puerta.

—¡Y ponte tacones!

Respiré hondo y parpadeé para contener las lágrimas. Hasta entonces había tenido suerte. Había preferido hacer la vista gorda respecto a todo lo que en realidad suponía el hecho de pertenecer a la mafia, pero sabía perfectamente qué ocurría de puertas adentro. Nuestro mundo era cruel. Papá se había portado bien conmigo, pero yo sabía cuántas de mis primas habían sufrido el abuso de sus propios padres y había visto cómo mis tíos trataban a sus esposas.

Mi difunto prometido tenía más o menos mi misma edad; un chico callado y casi tímido al que mi padre había elegido para protegerme. Con él habría podido hacer lo que quisiera una vez casados, mantener mi posición contra la suya, de ser preciso. Eso sería complicado con Cassio. No me gustaba sucumbir a las emociones negativas, pero el miedo que sentía se había transformado en un dolor agudo que me atravesaba el pecho.

Cogí los tacones azules y me dirigí al tocador. Tenía los ojos vidriosos cuando me enfrenté a mi reflejo. Me maquillé más de lo habitual, pero, aun así, muchísimo menos de lo que mamá y Cassio probablemente esperaban. 

Al bajar las escaleras para la presentación oficial, logré serenarme. Todavía me ardían los ojos por haber estado al borde del llanto, pero mi sonrisa no flaqueó ni por un momento mientras descendía los escalones en dirección a papá, Cassio y su acompañante, Faro.

Papá me tomó de la mano y la apretó con afecto mientras me conducía hacia mi futuro esposo. La expresión de Cassio al mirarme fue una obra maestra de controlada cortesía. Sus ojos eran de un azul oscuro similar al de las profundidades del océano y daban la impresión de poder tragarte con tanta facilidad como lo haría el mar insondable y sin fondo. Un destello de desaprobación cruzó su rostro cuando reparó en mi vestido.

—Cassio, te presento a mi hija, Giulia. —En su voz había cierto tono de advertencia que prácticamente rebotó en la estoica actitud de Cassio.

—Es un placer conocerte, Giulia.

Tensó los labios en una sonrisa prácticamente inexistente al tiempo que tomaba mi mano y la besaba. Yo me estremecí.

Sus profundos ojos azules se posaron sobre los míos y, entonces, me enderecé.

—El placer es todo mío, señ…, Cassio.

Papá nos miró repetidamente, preocupado: tal vez por fin se había dado cuenta de que me había entregado a un lobo. Entonces trató de intimidar a mi futuro marido con una mirada sombría, pero un cordero no se convierte en depredador por mucho que se vista con piel de lobo y papá nunca había sido más que una presa entre los monstruos sedientos de sangre de nuestros círculos. 

Ignorando a papá, Cassio se enderezó e hizo un ademán hacia su acompañante. 

—Él es mi mano derecha y consigliere, Faro. 

Extendí una mano, pero Faro no la tomó, sino que se limitó a inclinar cortésmente la cabeza. Dejé caer el brazo y me pegué a papá, que me escudriñó la expresión. Parecía desgarrado, y yo no pude evitar sentir una especie de satisfacción enfermiza ante su evidente conflicto interior.

—Os haré llegar un nuevo fondo de armario para Giulia. Por favor, Felix, dile a tu esposa que le tome las medidas —dijo Cassio—. Necesito a una mujer a mi lado, no a una niña. 

Aquello fue demasiado para papá. 

—Tal vez todo esto sea un error y sería mejor cancelar el acuerdo. 

Cassio se colocó frente papá y lo miró de una forma que me revolvió el estómago. 

—Ya hemos acordado el compromiso, Felix. También hemos avisado a Luca. Todo está hablado y en marcha. Ambos por separado decidimos concertar esta unión, cosa que convierte a Giulia en mi prometida, y ya te aviso que nadie, y mucho menos tú, va a impedir este matrimonio. 

Puede que Cassio no me hubiese querido en un principio, pero de ningún modo iba a permitir que nadie me apartara de su lado.

Contuve el aliento. Esa era la casa de papá, y en esa ciudad era él quien movía los hilos. Solo se postraba ante Luca, no ante ningún otro segundo. 

Por lo menos, así es como tendría que haber sido en teoría. 

Y, sin embargo, papá carraspeó y bajó la mirada.

—No tengo ninguna intención de romper el acuerdo. Solo estaba apuntando una posibilidad… Una propuesta.

¿Qué propuesta?

La expresión de Cassio mostraba la misma pregunta. Mi madre apareció en aquel momento, completamente ajena a lo que sucedía.

—¡La cena está lista!

Su sonrisa desapareció de golpe al vernos. 

Cassio me ofreció su brazo. Miré a papá, pero él evitó todo contacto visual conmigo. El mensaje estaba claro: de ahora en adelante, sería Cassio quien marcara el camino. 

Posé mi mano sobre el fuerte antebrazo de mi prometido: si papá ya no podía protegerme, tendría que hacerlo yo misma. Cassio me condujo hasta el comedor en pos de mamá, que balbuceaba sobre los posibles esquemas de color para nuestra boda. Es probable que aquello no le importara lo más mínimo a Cassio. Como hombre que era, ni siquiera tendría que fingir lo contrario; a diferencia de mí, la feliz futura novia.

Cuando llegamos a la mesa, él retiró la silla por mí.

—Gracias. —Me acomodé y me alisé el vestido. 

Cassio tomó asiento frente a mí. Sus ojos se demoraron en mi flequillo antes de desplazarse hacia mis pendientes de flores, probablemente decidiendo qué nuevo corte de pelo me obligaría a llevar y qué clase de joyas comprarme.

Pretendía convertirme en la esposa que quería; moldearme como la arcilla. Tal vez pensara que mi edad me hacía una marioneta débil, sin alma y sin espinas, dispuesta a postrarse ante su dueño al menor tirón de los hilos. 

Le sostuve la mirada. Había aprendido el sutil arte de salirme con la mía con amabilidad y una sonrisa, el único modo en que una mujer podía conseguir lo que quisiera en nuestro mundo. ¿Funcionaría con mi futuro marido? Papá siempre se derretía cuando le ponía ojitos y pestañeaba, pero tenía la sensación de que con Cassio no iba a ser tan fácil. 

* * *

Una semana después, llegaron a casa dos paquetes llenos de vestidos, faldas y blusas. Mamá apenas podía contener la emoción mientras sacaba la ropa de Max Mara, Chanel, Ted Baker y muchos otros de sus diseñadores favoritos. Los vestidos eran bonitos y elegantes. No me pegaban lo más mínimo. No era para nada yo.

Entendía la necesidad de Cassio de proyectar cierta imagen de cara al público, y en eventos sociales jamás me habría puesto el vestido de girasoles, pero habría preferido que me pidiera que me comprara ropa elegante en vez de hacerlo él por mí, como si mi opinión no le importara lo más mínimo…

Como, por supuesto, era el caso.

Cassio

Los cuatro meses hasta noviembre pasaron volando: una hilera interminable de noches en vela, berrinches y duros días de trabajo.

La mañana de mi despedida de soltero me acuclillé frente a Daniele. Estaba concentrado en su iPad viendo una de las series que le gustaban. Tenía el pelo enmarañado por delante y enredado por detrás, pero se negaba a que Sybil lo peinara y yo no había tenido la paciencia suficiente para sujetarlo mientras ella lo hacía. Ya se lo cortaríamos después de la boda. 

—Daniele, tengo que hablar contigo. 

Ni siquiera alzó la mirada. Alargué el brazo hacia el iPad, pero él se volvió.

—Dámelo.

Encorvó sus hombritos, esa fue su única reacción. Cogí el aparato y lo aparté.

—Pronto alguien vendrá a vivir con nosotros, será tu nueva mamá. Ella cuidará de ti y de Simona. 

Daniele arrugó el rostro, se abalanzó sobre mí y me golpeó las piernas con sus pequeños puños. 

—¡Ya es suficiente! —troné mientras le agarraba los brazos.

Toda mi ira desapareció en cuanto vi las lágrimas que le caían cara abajo.

—Daniele.

Traté de abrazarlo contra mi pecho, pero él se retorcía y, al final, lo solté. En los días posteriores a la muerte de Gaia, Daniele había buscado mi cercanía, pero ahora había vuelto a ignorarme. No estaba muy seguro de lo que Gaia le habría dicho antes de morir, pero estaba claro que el crío estaba resentido conmigo.

Volví a dejar el iPad frente a él y luego me puse en pie. Sin otra palabra más, me dirigí al piso superior, al dormitorio de Simona. La niñera se apresuró a salir. En unos pocos días, por fin podría deshacerme de todas ellas y Giulia se haría cargo de Simona. Me asomé a la cuna. Simona alzó la mirada y me sonrió con una mueca desdentada. Deslicé las manos bajo su cuerpecito y la cogí en brazos. Mientras la estrechaba contra mi pecho, le acaricié la cabecita rubia oscura. Tanto Daniele como ella habían heredado el color de ojos y el pelo de su madre. La besé en la frente y recordé la primera vez en que lo hice, dos días después de que naciera. Gaia se había negado a que estuviese presente durante el parto de nuestra hija y solo me permitió estar cerca de ella al segundo día. Resurgió la ira, como siempre que recordaba el pasado. Simona balbuceó y de nuevo la besé en la frente. Siempre que la cogía alguien que no fueran mis hermanas, mi madre o yo, lloraba. Tan solo esperaba que se acostumbrara rápido a la presencia de Giulia. 

La volví a dejar en la cuna, a pesar de que su llanto me partía el corazón. Tenía que prepararme para una reunión con Luca y, luego, para mi despedida de soltero. 

* * *

Una hora antes del inicio oficial de la despedida de soltero que Faro había organizado para mí, me reuní con Luca en mi despacho. Su esposa Aria y él habían llegado un día antes para comprobar cómo iba el negocio en Filadelfia. No tenía de qué preocuparse: había sacrificado horas de sueño para asegurarme de que todo fuera como la seda en mi ciudad. Luca y yo nos acomodamos en los sillones de mi despacho. Me sorprendía que hubiese accedido a venir a mi despedida, pues, desde su boda con Aria, se había retraído un poco. 

—Mi tía no ha reparado en gastos con la planificación de la boda —comentó Luca mientras se arrellanaba en el sillón—. Ha pensado en todo: desde palomas y esculturas de hielo hasta las sábanas blancas de seda.

Sábanas blancas de seda. Sábanas que se suponía que debía manchar con la sangre de mi joven esposa en nuestra noche de bodas.

Di un sorbo al whisky escocés y luego bajé el vaso.

—No habrá exhibición de sábanas, porque no voy a acostarme con Giulia. 

Luca bajó su vaso despacio con los ojos grises entrecerrados. Sabía que no era por Gaia, aunque yo no hubiese estado con ninguna otra mujer desde su muerte.

—Es la tradición. Así ha sido durante siglos.

—Lo sé, y yo respeto nuestras tradiciones, pero esta vez no exhibiremos las sábanas.

Estas palabras bien podían significar mi caída en desgracia. No me correspondía a mí decidir si ignorar o no nuestras tradiciones. Solo Luca podía tomar una decisión así, y estaba claro que no iba a hacerlo. Había considerado la idea de acostarme con Giulia. Era guapa, pero no podía quitarme de la cabeza la imagen de sus ojos grandes e inocentes, ni lo joven que se veía con sus ropas ridículas y sin una gota de maquillaje. Las mujeres de mi pasado habían sido de mi edad, capaces de aceptar todo lo que yo podía darles.

—En tu primer matrimonio no pareciste tener problema en seguir la tradición. Esto no es algo que puedas hacer o no según te apetezca —arguyó Luca con brusquedad. 

—La última vez que me casé, la mujer tenía más o menos mi edad. A mi futura esposa le saco casi catorce años, me llamó señor la primera vez que nos vimos. Es una niña. 

—Ya es mayor de edad, Cassio. Hoy es su cumpleaños.

Asentí.

—Sabes que hago lo que me pidas, siempre. Que gobierno Filadelfia con mano dura, como tú quieres, pero hasta yo tengo ciertos límites que no estoy dispuesto a cruzar, y no voy a forzar a una cría. 

—La chica es mayor de edad y nadie te está diciendo que tengas que usar la fuerza —repitió Luca, que me hizo perder los nervios. 

Estampé el vaso sobre la mesa.

—¡Sí, lo es, pero, aun así, sentiría que me estoy aprovechando de ella…! No puedes creer de verdad que ella vendrá a mi cama de buena gana… Tal vez se someta porque sabe que no le queda otra, pero eso no significa que quiera hacerlo… Tengo una hija, Luca, y no querría que estuviera con un hombre trece años mayor que ella. 

Luca me miró durante un rato largo, considerando tal vez la posibilidad de encajarme una bala en la cabeza. No toleraba los desafíos.

—Exhibirás las sábanas después de tu noche de bodas, Cassio. —Abrí la boca para volver a negarme—. Se acabó la discusión. Cómo las manches de sangre, ya dependerá de ti. 

Me recosté en el sillón, receloso.

—¿Qué insinúas?

—No insinúo nada —respondió él—. Solo te estoy diciendo que quiero ver las sábanas manchadas de sangre, y que tanto yo como el resto las tomaremos como prueba del honor de tu mujer y de tu propia crueldad, tal como se espera de ambos.

Quizás me equivocaba, pero estaba casi seguro de que Luca había insinuado que falseara las sábanas. Di otro sorbo al whisky y me pregunté si Luca tendría experiencia falsificando manchas de sangre. Yo había estado presente cuando exhibió las sábanas tras su noche de bodas con Aria, pero, por mucho que lo intentara, no podía imaginar a Luca perdonándole nada a nadie. Lo había visto arrancarle la lengua a un hombre por faltarle al respeto a Aria y también había estado con él cuando le había destrozado el cuello a su tío. Tal vez me estaba poniendo a prueba. Quizá estuviera sugiriendo todo eso para ver si era demasiado débil para acostarme con mi esposa. Al crecer en nuestro mundo, había aprendido a identificar las señales de alarma. Si fracasaba en las pruebas a las que me sometiera mi capo, el resultado final sería inevitable. Me apartarían de mi puesto y de mi posición de la única forma posible: matándome. Y, si bien no temía morir, no soportaba la idea de lo que eso implicaría para Daniele y Simona. Ya habían perdido cruelmente a su madre. Si yo también los abandonaba, quedarían traumatizados de por vida. 

En esa situación, mostrar cualquier tipo de debilidad sería fatal. No iba a arriesgar la salud de mis hijos, ni tampoco mi posición. 

Di un sorbo.

—Haré lo que me pides, Luca, como siempre hemos hecho mi padre y yo. 

Luca inclinó la cabeza, pero la tensión entre nosotros no desapareció. Tendría que guardarme las espaldas hasta que tuviera que volver a probar mi lealtad.

Cuatro

Cassio

Faro me entregó una petaca.

—Toma, para ti.

Me coloqué bien la corbata antes de aceptar su regalo.

—Hoy no beberé nada fuerte.

—He pensado que podrías usarla para golpearte la cabeza si se te vuelve a ocurrir algo tan estúpido como negarte a seguir la tradición de enseñar las sábanas.

Me metí la petaca en el bolsillo interior del esmoquin.

—No empieces con eso otra vez.

Faro me atravesó con la mirada.

—Prométeme que no intentarás esa mierda de falsear las manchas. Luca te estaba provocando. Créeme, se folló a esa mujer suya en su noche de bodas, por mucho que ella llorara desconsolada. Él es así, y espera que tú también lo seas. Y, joder, Cassio, lo eres, así que deja ya de hacerte el caballero porque te sientas culpable por lo de Gaia.

Le agarré la garganta.

—Somos amigos, Faro, pero también soy tu jefe, así que muestra algo de respeto.

Faro farfulló, con los ojos castaños llorosos.

—Solo intento mantenerte vivo. Giulia ya es mayor de edad. Eso es lo único que debería importarte.

—¡Voy a follármela, así que déjame en paz! —grité a la vez que lo soltaba. 

No había vuelto a verla desde nuestro primer y único encuentro cuatro meses atrás, pero sabía que seguiría pareciendo joven, mucho más de lo que me habría gustado. Unos pocos meses no bastaban para que eso cambiara. Lo único que esperaba era que su madre hubiera seguido mis instrucciones y la hubiese maquillado lo suficiente para hacerla parecer mayor.

Faro sonrió de oreja a oreja.

—Hazme un favor y disfrútalo, ¿vale? Esta noche tendrás un coñito joven y estrecho alrededor de la polla.

Se marchó antes de que pudiera agarrarlo de nuevo.

* * *

Esperé a Giulia al frente de la iglesia. Faro estaba a mi derecha y frente a él esperaba una de las amigas de Giulia, quien parecía terriblemente joven. Un recordatorio de la edad de mi futura mujer.

Cuando la música empezó, dirigí mi atención hacia la puerta de la iglesia, por donde Felix entró con Giulia al lado. Lucía un vestido largo, blanco y elegante, de manga larga y encaje. Y, a excepción del flequillo, llevaba el pelo recogido.

Sonreía levemente mientras su padre la conducía hacia el altar, pero su nerviosismo era evidente. Cuando se detuvo frente a mí, reparé en los pequeños girasoles entrelazados tanto en su pelo como en el ramo. Sus ojos se encontraron con los míos y, por un momento, percibí sorprendido un atisbo de desafío en ellos. Cuando su padre me la entregó, ella se puso todavía más tensa y su sonrisa flaqueó.

Gracias al maquillaje y al vestido parecía algo mayor. Aun así, su mano húmeda y de huesos finos y la inocencia de su mirada me recordaron su verdadera edad.

A pesar de su juventud, mantuvo la cabeza alta y se mostró cómoda con la situación. Solo yo percibí su temblor. Pronunció el «sí, quiero» con firmeza, como si aquella unión hubiera sido realmente una elección suya.

Me lanzó miradas de incertidumbre durante todo el intercambio de anillos. No tenía muy claro qué buscaba, qué pretendía encontrar en mis ojos. Tal vez pena, o incluso tristeza. Recordé entonces mi primera boda. La tristeza, precisamente, no era ninguno de los sentimientos que me invadían al pensar en Gaia.

—Puede besar a la novia —dijo el sacerdote.