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Divertirse es solo cuestión de encontrar la compañía adecuada. Verano del 88. Milie es un ama de casa enganchada a Falcon Crest y a las películas románticas. Su marido no le hace caso, sus hijos están de campamento y su asistenta se ha marchado de vacaciones. Josh acaba de llegar a Mumford, no tiene empleo ni grandes planes, así que no se lo piensa dos veces cuando Milie le propone que le eche una mano con las tareas más pesadas, como limpiar la piscina, cortar el césped, cavar el jardín… ¿Os he dicho que es muy joven? Y muy atractivo, y tiene ese acento tan adorable y tan propio del sur, y cada vez que sonríe Milie se olvida hasta de cómo se llama. Ah, y también sabe cocinar. - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!
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Seitenzahl: 84
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Maria Luisa Sicilia
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Dulce y picante... como tú, n.º 239 - agosto 2019
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Shutterstock.
I.S.B.N.: 978-84-1328-457-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Julio
Agosto
Si te ha gustado este libro…
Milicent Fortenberry se miró con disgusto en el espejo. Acababa de levantarse y no estaba en su mejor momento del día.
El moldeado que se había hecho hacía menos de dos semanas le había dejado el pelo como un auténtico estropajo. Además, todo ese volumen no le favorecía en absoluto. Parecía que tuviese un casco de astronauta por cabeza.
Cogió el cardador e intentó convertirlo en algo razonable sin demasiado éxito. Se rindió y lo recogió en un moño descuidado. Si no se daba prisa, cuando bajase, George ya se habría marchado y no lo vería en todo el día. Igual que el día anterior y que el anterior y el otro… Se puso una ligera bata de raso encima del camisón y bajó a la cocina. Su marido recogía el maletín.
—¿Ya te marchas? —preguntó con un tono que sonó agudo y molesto.
—Sí, tengo un poco de prisa. No me esperes para comer. Va a venir el delegado de la zona este. Iremos a Arby’s.
Ella replicó antes de que llegase a la puerta:
—¿Y a cenar? ¿Vendrás a cenar?
George puso cara de fastidio.
—No empieces, Milie.
Odiaba que la tratase como a una niña, tanto como odiaba aquel estúpido nombre de quinceañera.
—No voy a empezar nada. Que te aproveche tu almuerzo —dijo amargada ya desde por la mañana temprano.
Él se detuvo fastidiado.
—Escucha. No te quedes aquí sola todo el día. ¿Por qué no vas al club? Janet me preguntó por ti. Dijo que te echaban de menos.
Al club a jugar al bridge con aquel montón de brujas. Justo en lo que estaba pensando.
—¿Y cuándo has visto a Janet?
—Estuvo en el concesionario la semana pasada. Quiere comprar un coche para Susan. Va a cumplir los dieciséis y será su regalo de cumpleaños. Oye —dijo molesto—, ¿de veras hace falta que te cuente todo esto? Ve al club y ella te lo explicará al detalle.
—Seguro.
George ignoró el retintín de su voz.
—Adiós, Milie.
La puerta se cerró. Ella suspiró y concentró su atención en la mesa de la cocina. Parecía que, en vez de solo George, hubiesen desayunado cuatro personas. Estaba harta de decirle que tenía que empezar a cuidarse. Milie había conseguido adelgazar siete kilos aquel invierno. Todos los que él había engordado.
Puso la radio porque tanto silencio la molestaba y Cindy Lauper saltó igual de efervescente y chispeante que la Coca Cola.
But girls, they wanna have fun
Oh, girls just want to have fun
They just wanna, they just wanna
Eso estaba un poco mejor. Tampoco a ella le vendría mal un poco de diversión, pensó solidarizándose con Cindy, moviendo la cabeza al ritmo de la música mientras sacaba el cartón de leche desnatada de la nevera.
Se sentó a la mesa y la visión de la cocina sucia y desordenada tras el paso como elefante en una cacharrería de George volvió a desanimarla. Mientras bebía su vaso de insípida leche aguada observó con rencor los restos de panceta del desayuno de su marido. Para colmo, Marita se había tomado unos días libres para visitar a su familia en Monterey. Tendría que encargarse ella misma de limpiar y recoger. Casi prefería largarse al club.
That’s all they really want some fun
Cindy insistía en pedir diversión y Milie miró de refilón la caja de dónuts. No debería. George no tenía la menor consideración. Sabía que estaba intentando adelgazar y dejaba aquello encima de la mesa. Claro que a él le daba exactamente igual. Por él podía ponerse como una auténtica vaca. Le daba todo lo mismo mientras le dejase ir y venir con sus comidas de trabajo y sus cenas de negocios. Sus negocios. Cualquiera que le oyese pensaría que George Fortenberry era un jodido genio de las finanzas, un hombre hecho a sí mismo, el auténtico superhéroe americano, pensó Milie resentida, recordando al bueno de Ralph y su skyjama rojo, la serie favorita de su hijo Jason. Pero la realidad era que, si el padre de Milie no le hubiese dejado los cien mil dólares que necesitaba para poner en marcha el concesionario de coches, aún seguiría despachando tornillos en la ferretería de su tío Albert.
No luchó más contra la tentación y cogió un dónut de chocolate. Su humor mejoró un poco y casi se enterneció recordando al joven George. Guapo, encantador, ardiente, más que adorable. Le había robado el corazón y se había quedado con ella como recompensa. La dulce, ingenua y estúpida Milie, el mejor partido de Mumford, Alabama. Casada a los veintiuno con un simple dependiente, embarazada a los veintidós y luego otra vez embarazada a los veinticinco. Desde luego, ya no podía hacerse nada respecto a eso, pero si hubiese dado marcha atrás en el tiempo, habría hecho las cosas de otra forma muy distinta.
Ahora, a los treinta y siete, tenía un marido con serios problemas de sobrepeso que la ignoraba y dos hijos que apenas le contestaban cuando les hablaba. En eso habían salido a su padre. George ya había dejado caer que no podría acompañarlos a Savannah en agosto. Si creía que iba a pasar las vacaciones sola, soportando la permanente cara de cabreo de George Jr. y la desquiciante hiperactividad de Jason mientras él hacía lo que le venía en gana en Mumford, estaba muy equivocado.
Por lo pronto, los chicos estaban de campamento en Tuscaloosa. Tenía un mes para ella sola.
«Sola, desanimada y aburrida», recitó para sí, al tiempo que en la radio la alegría contagiosa de Cindy Lauper era sustituida por el desgarro y las nubes de tormenta que vaticinaba Bonnie Tyler.
Once upon a time I was falling in love
But now I’m only falling apart
Nothing I can say…
Los acordes de piano la pusieron melancólica. Quizá George tuviera razón y debería volver al club. La perspectiva de mezclarse con aquel puñado de víboras dispuestas a despellejarla a la primera de cambio contribuyó a deprimirla. Y la peor era Janet. Desde su divorcio, se había soltado la melena y andaba desatada. A veces se le ocurría que George y ella… Trató de desechar la idea. Janet la odiaba desde que eran niñas porque Milie tenía los vestidos más caros y ganaba todos los concursos de reina de la belleza, y no solo porque su padre fuese el hombre más rico de Mumford. De joven era auténticamente bonita. Ya hacía mucho de eso, pero Janet todavía parecía resentida. Aunque de ahí a interesarse por George… Se levantó de la mesa para no seguir alimentando aquellas ideas. Comenzó a recoger los platos y lo volcó todo de mal genio en el fregadero. Casi le habría regalado George a Janet envuelto con un lazo y con una tarjeta que dijese Que te aproveche.
Nothing I can do
A total eclipse of the heart
Oyó ruido fuera, pero no prestó atención. Sería Phil. Los martes iba a cortar el césped y a dar una vuelta al jardín. Normalmente, ni se veían. Hacía su trabajo y se marchaba, pero, al poco, oyó cómo llamaban a la puerta principal.
Dejó los platos y se acercó a abrir. Al pasar se echó un vistazo en el espejo del recibidor y se ajustó un poco más el cinturón de la bata de raso. Tenía pelos de loca y cara de recién levantada. No eran formas de abrir la puerta, pero Phil era como de la familia. Aunque le sacaba un par de años a George Jr. se habían criado prácticamente juntos. A ver qué quería Phil…
—¿Señora Fortenberry?
Parpadeó aturdida y boquiabierta. No era Phil. Era un chico algo mayor que Phil, pero no con más de veinte. Alto, fuerte, sin un gramo de grasa superflua que se advirtiese a través su camiseta de algodón, y con un rebelde flequillo rubio dorado cayendo sobre los ojos azules más salvajes e impactantes que Milie hubiese visto en su vida.
El chico la miraba atento y curioso. Milie solo pudo pensar en su pelo recogido de cualquier manera y en su bata rosa de andar por casa.
—¿Es usted la señora Fortenberry? —volvió a preguntar amable, con la vieja cantinela del sur, esa que los chicos de ahora despreciaban y procuraban evitar para que no los tachasen de paletos, colgando suave de sus palabras.
—Sí, sí, soy yo —atinó a decir Milie recuperando un poco la compostura y tirando más de los bordes de su bata.
—Eso pensé —dijo él con una sonrisa que dibujó dos hoyuelos simétricos a ambos lados de su rostro. Lo que Milie pensó fue que no se podía ser más insultantemente perfecto de lo que lo era aquel muchacho—. Me manda Phil.
—¿Phil? —preguntó Milie intentando recuperar su lugar y posición habitual sobre el planeta Tierra: vertical y con los pies en el suelo.
—Se ha roto un brazo y dijo que a usted no le importaría que le sustituyese para ocuparme del jardín o de cualquier otra cosa que pudiera necesitar —respondió con otra sonrisa que volvió a dejarla deslumbrada y parpadeante.
Él se quedó callado, observándola. Milie comprendió que debía de parecer una auténtica idiota.
—Comprendo. Sí. Perfecto. No hay ningún problema. Puedes empezar cuando quieras.