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Lo que el dinero no puede comprar Lynne Graham La artista estaba embarazada… ¡Y tuvo que casarse con el hombre más rico del mundo! Raj Belanger tenía todo lo que el dinero podía comprar y, también algo que nunca había deseado, la responsabilidad sobre Pansy, su pequeña sobrina huérfana. Debido a su complicada infancia, estaba convencido de que su sobrina estaría mejor con su tía, la artista Sunshine Barker. Hasta que Sunny cambió por completo su vida. Para Sunny, la pequeña Pansy lo era todo. Sin embargo, la salvaje atracción que sentía hacia Raj y la explosiva noche que pasaron juntos, la descolocaron por completo. Seis semanas más tarde, Sunny descubrió que estaba embarazada. Y la solución que le propuso Raj fue toda una sorpresa… Una reina improvisada Annie West Con unas horas para encontrar a su reina… ¡Exigió la mano de su enemiga! Decidida a salvar a su prima de un matrimonio que no deseaba, Miranda secuestró al futuro novio, el jeque Zamir. No esperaba que él cambiase las tornas y le exigiera convertirse en su esposa, pero ahora el jeque tenía todo el poder... El tiempo apremiaba para Zamir: debía encontrar una esposa aquel día o perdería su trono. Casarse con Miranda era la única opción, a pesar de la desconfianza mutua y el desdén de Miranda por el protocolo palaciego. Pero nunca imaginó que ese matrimonio de conveniencia conduciría a un deseo peligrosamente inconveniente... Un contrato para huir Clare Connelly Su contrato era temporal, pero no iba a ser tiempo suficiente. Paige Cooper, que de niña había sido una estrella de Hollywood, huía de la fama y trabajaba de niñera. Al ser contratada por el magnate de las perlas australiano Max Stone para ayudarla con su hija, Paige decidió aprovechar la oportunidad para escaparse a la otra punta del mundo. Sorprendida por su conexión con Max, que era viudo, Paige deseó abrirse a él, pero revelarle su pasado podía destruir la relación más real que había tenido en toda su vida. No obstante, reprimir el deseo que sentía por él era un suplicio y, según iban pasando los días, se dio cuenta de que era inútil resistirse.
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Seitenzahl: 511
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
E-pack Bianca 1, n.º 403 - octubre 2024
I.S.B.N.: 978-84-1074-351-9
Créditos
Lo que el dinero no puede comprar
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Un contrato para huir
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Una reina improvisada
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Raj Belanger, el hombre más rico del mundo, estaba de bastante buen humor cuando su helicóptero aterrizó en la azotea del Diamond Club en Londres.
Después de todo, el club era su propia creación, y no solo servía de santuario para él, sino también para otras personas con mucha riqueza. Lazlo, el manager, lo recibió en la puerta con discreción y lo acompañó a la zona privada. Las columnas de mármol y los techos altos combinaban con los colores apagados y la opulenta comodidad del mobiliario. Además, dentro de aquel lugar no había espacio para los paparazis ni para los buscadores de famosos. Los empleados estaban perfectamente formados al respecto. Todos los miembros tenían una suite privada y el servicio de catering era tan internacional como la clientela.
Al ver que la secretaria de Lazlo lo miraba con interés, Raj miró a otro lado. Su aspecto siempre llamaba la atención. Era un hombre alto, delgado, fuerte y atractivo que despreciaba la vanidad. Se mantenía en forma para cuidar la salud y la resistencia. Creía que lo que habitaba dentro de una persona era mucho más importante que el exterior. La belleza desaparecía, pero en ausencia de enfermedad, la inteligencia permanecía. Raj había sido un niño prodigio y un emprendedor legendario en el mundo de la tecnología. Tenía las ideas muy claras y pocas personas se atrevían a discutir con él.
Marcus Bateman, su abogado británico, lo esperaba en la suite privada. Era un hombre menudo de cabello cano, astuto y con un agudo sentido para los negocios. Mientras les servían el desayuno, Raj mantuvo una conversación casual. Nunca hablaba sobre temas privados cuando había testigos. Una vez a solas, expuso el tema que llevaba preocupándole desde hacía tiempo: la complicada situación de su sobrina huérfana, Phoenix Petronella Pansy Belanger.
Cuatro meses antes, Raj había perdido a su último pariente con vida, su hermano Ethan. Ethan y Christabel, su esposa, habían fallecido en un accidente de coche. Un accidente provocado por el consumo de cocaína. La niñera que cuidaba de su hija de diez meses había contactado inmediatamente con los servicios sociales para que se ocuparan de la pequeña y le encontraran un nuevo hogar.
–¿Has cambiado de opinión acerca de pedir la custodia? –le preguntó Marcus.
–No, si la hermanastra de Christabel es una buena opción para hacer de tutora, no tengo objeción –repuso Raj–. Yo, puesto que soy un hombre soltero, sería el peor tutor para una niña. La vida que llevo es completamente inadecuada para el cuidado de una pequeña, y no sabría por dónde empezar.
El hombre asintió, consciente de que Raj había vivido en un ambiente disfuncional desde que era pequeño hasta que su madre abandonó a su padre. Sus propias experiencias harían que le resultara imposible vincular con un niño normal. En realidad, Raj nunca había sabido lo que era ser normal. Había estado sobreprotegido, lo habían educado en casa y antes de llegar a la adolescencia ya había conseguido varios títulos de las mejores universidades del mundo.
Se había criado sin el calor de los amigos y de la familia. Sus padres solo se habían centrado en potenciar su excepcional capacidad intelectual. No obstante, cuando nació Ethan, Raj se entusiasmó con la idea de tener un hermano. Al estar protegido de la maligna influencia de su padre, Ethan recibió todo lo que a Raj le habían negado. Lo habían abrazado, animado, querido y alabado, incluso cuando no lo merecía y, para sorpresa de Raj, Ethan se había convertido en un fracasado. ¿Lo habían mimado demasiado? ¿Quizá tenía las expectativas muy altas debido al paraguas económico que Raj le había ofrecido? ¿Las injustas comparaciones entre hermanos le habrían dañado el ego?
Raj había hecho todo lo posible para tratar de apoyar a su hermano, sobre todo después del fallecimiento de su madre. Por desgracia, Ethan no había sido capaz de aprovechar las oportunidades que se le habían ofrecido. Se había convertido en un hombre débil, perezoso y mentiroso, aunque Christabel, una mujer avariciosa e infiel, había sido la peor de los dos. Raj había visto a su sobrina solo una vez, durante el bautizo. Ni a Christabel ni a Ethan le gustaba que hubiera niños en los eventos sociales, así que, Raj no la había vuelto a ver y sospechaba que la pequeña pasaba más tiempo con la niñera que con sus padres.
–La señorita Barker, la tía de la niña, ha aceptado que visites a tu sobrina –le dijo Marcus en tono animado–. Me he tomado la libertad de consultar con tu secretaria personal y agendar una visita para la próxima semana.
Raj apartó el plato del desayuno y le dio las gracias.
–Tengo entendido que la muy tonta todavía se niega a aceptar mi dinero –murmuró.
–Está decidida a criar a la pequeña sin tu ayuda económica –confirmó Marcus–. Algo admirable, dadas las circunstancias.
–E irracional. Abordaré el tema cuando me reúna con ella la próxima semana.
–Recuerda que la señorita Barker no necesita el dinero. Es una artista de éxito. Discutir con ella puede generar resentimiento y dificultarte el acceso a la relación con tu sobrina. Dentro de unos meses el juzgado ratificará la adopción –le advirtió Marcus.
Raj apretó los labios. No veía dificultad en tratar con Sunshine Barker. Si hubiese pensado que se parecía en algo a Christabel, su difunta hermana, se habría visto obligado a luchar por la adopción de su sobrina. No obstante, había investigado a fondo la vida de Sunshine y era muy diferente a Christabel, esa mujer calculadora y sin escrúpulos. Vivía en una finca y le gustaba la vida rural, hasta el punto que iba al bosque para recolectar alimentos con los que cocinar. Era una mujer educada, creativa, bohemia, con el cabello rubio alborotado, sandalias y varios animales rescatados. También era muy respetada en su comunidad.
Raj no la consideraba un reto.
A Sunny se le había perdido una lentilla y no podía encontrarla en el suelo. Frustrada, buscó las gafas que tenía sobre la mesilla de noche y tampoco las encontró. Una desgracia, porque sin ellas no veía nada. Tarde o temprano las encontraría, se consoló mientras bostezaba y cepillaba su cabello rubio.
Estaba cansada. Y tenía motivos. El día anterior, Pansy se había quedado a dormir en su casa por segunda vez y, a partir de entonces, su sobrina continuaría viviendo con ella. No obstante, todavía necesitaba pasar los controles de los servicios sociales para ser familia adoptiva, así que todavía le quedaba una jornada de orden y limpieza. Nadie esperaba que tuviera la casa perfecta, pero tampoco aceptarían una casa descuidada.
Era una pena que Sunny no hubiera tenido tiempo de terminar la reforma de la casa de su abuela. Había cambiado la cocina y el baño seis meses antes, poco después de que su abuela falleciera, pero las paredes todavía lucían el papel antiguo. El suelo era de madera y demasiado duro para un bebé que empezaba a caminar, así que Sunny lo había cubierto de alfombras. Tarde o temprano tendría toda la casa arreglada, pero, entre tanto, su prioridad era el bienestar y la comodidad de Pansy.
Ese día recibiría la visita del perito de la compañía de seguros para que evaluara los daños que una tormenta había provocado en el establo. Al menos, su sobrina se había quedado dormida y ella había podido vestirse de manera formal para recibirlo. La falda le quedaba un poco apretada, había comido demasiados sándwiches de beicon cuando le faltaba energía… Y también demasiadas chocolatinas mientras esperaba al tren los días que iba a Londres para conocer bien a su sobrina mientras vivía en la casa de acogida.
Sonó el timbre tres veces seguidas. Era evidente que se trataba de un hombre impaciente que no pensaba en que pudiera haber bebés o mascotas en la casa. Bear, su gran danés, aulló al oír el timbre y ella se alegró de no tener vecinos cerca. Descalza, se dirigió a la puerta para no hacerlo esperar más.
Un hombre alto la esperaba fuera. Ella vio que iba vestido con traje de chaqueta y se alegró de haberse puesto la falda y la blusa.
–Es usted el… no importa. Si me da dos minutos me pongo los zapatos y lo acompaño a mirar el establo…
Los zapatos estaban en su dormitorio, pero las botas de agua estaban en la entrada y decidió ponérselas.
–Con estas voy bien –dijo sonriendo y levantando la mirada–. Cielos, ¡qué alto es!
–Usted es menuda –repuso Raj con tacto, mientras se preguntaba por qué diablos querría ella que inspeccionara el establo.
La miraba asombrado porque iba hecha un desastre. Llevaba la falda ladeada y desabrochada en la cintura. Sus senos eran grandes, como los que Raj imaginaba en sus fantasías, pero el top naranja parecía sacado de una tienda benéfica y, como la falda, estaba lleno de pelo de animal. Una sensación de desagrado se apoderó de él, sin embargo, no fue capaz de apartar la mirada de la gran sonrisa que iluminaba su rostro. Ella era preciosa. Tenía el cabello largo, ondulado y de color dorado y sus ojos violetas parecían del color de una flor. ¿Llevaría lentillas de colores? No, no parecía ese tipo de mujer.
–¿Tiene alguna identificación? –preguntó ella.
A Raj nunca le habían preguntado tal cosa.
Tenía el cabello oscuro, y su altura intimidaría a gran parte de las mujeres, pero a ella no.
Raj estaba asombrado. ¿No lo había reconocido? Ella no había ido al bautizo ni a la boda, sin embargo, él creía que sí había asistido al funeral doble. Ese día no la había conocido debido a que mucha gente quería hablar con él. Raj había mantenido la distancia con el grupo de amigos de Christabel, muchos de los cuales habían estado sacándose fotos como si estuvieran en un evento divertido y no en un sepelio.
Conteniendo un suspiro, él sacó el pasaporte y se lo entregó. Sunny Barker tenía los dedos más pequeños que él había visto en una persona adulta. Raj la observó con detenimiento mientras ella miraba el pasaporte. Parecía una mujer atolondrada que necesitaba que alguien la ayudara a organizarse.
Sunny miró el pasaporte y pensó que era una extraña manera de identificarse. ¿La empresa no le había dado una tarjeta con su nombre y el logo? Era evidente que no, pero no era culpa de aquel hombre.
–¿Y el establo? –preguntó él, tratando de seguirle el juego para no avergonzarla.
–Venga por aquí –le indicó Sunny.
Bear caminó junto a ella y evitó al visitante. Bert se asomó entre los arbustos y se acercó amenazante. Bear se echó atrás.
–¡Para, Bert! –lo regañó Sunny–. No seas abusón.
Raj miró al animal con incredulidad. Era el perro más pequeño que había visto nunca. El perro grande estaba atemorizado por el pequeño. Se preguntaba para qué iba a enseñarle el establo. Y por qué estaba con aquella extraña mujer que ni siquiera lo reconocía. ¿Pretendía que todo el mundo lo reconociera con solo mirarlo? Pues más o menos. Y Sunny Barker era la hermana de su excuñada. Debía reconocerlo. ¿Aunque nunca los hubieran presentado?
–Aquí está el establo. Como verá, una rama enorme se cayó sobre el tejado y lo ha roto un poco.
–Más que un poco, diría yo –contestó Raj, observando la deteriorada estructura y anticipando que ninguna agencia de seguros cubriría algo así. Al ver que un caballo lo miraba desde uno de los boxes, preguntó: ¿Quién es este?
–Muffy. Es una Clydesdale –dijo Sunny–. Se disgustó mucho al ver que se caían las tejas y que entraba la luvia.
–Parece tranquila –comentó él.
–Es muy relajada, pero necesito arreglar el tejado. Es mayor –susurró Sunny, como si no quisiera que el caballo la oyera –. Necesita un establo seco.
–¿Por qué me está enseñando el establo? –preguntó Raj mientras ella acariciaba al caballo. Se fijó en cómo el top que llevaba se ajustaba a sus senos al mover el brazo.
Cualquiera pensaría que era una adolescente que nunca había visto unos senos antes. ¡Por favor! Él era un hombre moderno que tenía cuatro amantes, todas en distintos lugares. Se ocupaba de su vida sexual con la misma eficiencia con la que se ocupaba del resto de sus cosas. Se centraba en la privacidad y la practicidad. Podía estar en Londres, París, Nueva York o Tokyo, descolgar el teléfono y quedar con cualquiera de sus amantes. Sin embargo, la idea no evitaba que dejara de mirar el cuerpo de aquella mujer.
–¿Cómo me pregunta tal cosa? Es el perito del seguro –le dijo Sunny sorprendida.
–No, no. Soy Raj Belanger y su sobrina también es mi sobrina. Había concertado una cita para visitarla…
–Iba a venir la semana que viene –repuso Sunny con convicción–. El mismo día, a la misma hora, pero de la semana que viene.
–Creo que descubrirá que está equivocada. Mi secretaria rara vez comete errores –aseguró Raj, justo en el momento en que el Gran Danés se escondía detrás de él para huir del chihuahua. El perro le golpeó en las piernas y él se resbaló y cayó en un charco de barro. Rápidamente se puso en pie y se miró las manos llenas de tierra.
–Lo siento… –susurró Sunny, agarrándolo del codo para guiarlo hasta la casa. Nunca había visto a alguien tan molesto por mancharse de barro–. Venga por aquí para que pueda lavarse.
¿De veras era el tío de Pansy? Se avergonzaba del recibimiento que le había dado. No era de extrañar que hubiese estado tan callado. Seguramente se estaba preguntado de qué diablos estaba hablando, pero había sido demasiado educado como para decírselo.
Raj estaba marcando un número en su teléfono con los dedos manchados de barro y hablaba en otro idioma de manera que parecía que estaba dando órdenes. Sunny decidió que era un mandón con mal genio. Lo guio hasta la casa y abrió la puerta del baño justo cuando Pansy comenzó a llorar.
–Imagino que querrá lavarse. Le traeré una toalla.
Sunny le llevó una toalla y la dejó sobre el cesto que había junto a la puerta. Intentó no fijarse en su pantalón sucio y mojado que evidenciaba que se había caído a un charco. Pobre hombre, era tan vulnerable a los accidentes como el resto de la humanidad, a pesar de su riqueza. Él había intentado sobornarla para que cuidara mejor de su sobrina, y al parecer era incapaz de comprender que lo que ella deseaba era convertirse en la madre de Pansy y quererla sin más. No había dinero que pudiera interferir en el proceso.
Alguien estaba llamando a la pueta. Ella se apresuró para ir a abrir. Quería ir a ver a Pansy, pero debía atender la llamada. Un hombre vestido formalmente le tendió un traje en una bolsa.
–Para el señor Belanger –le dijo.
Sunny se preguntaba cómo había podido llegar tan deprisa. Se apresuró para entregarle el traje a Raj y nada más cerrar la puerta del baño se dirigió a la habitación de su sobrina. Pansy estaba de pie en la cuna y, al verla, levantó los brazos para que la sacara de allí. Tenía la melena rubia y rizada y los ojos azules.
–Sí, preciosa. Tu tía se ha retrasado –le dijo Sunny mientras la abrazaba–. Es la hora de tu almuerzo, ¿verdad?
Raj observó el baño mientras se desnudaba. Había visto las otras habitaciones por el pasillo y se había fijado en que todas estaban desordenadas y decoradas con motivos florales y baratijas.
A Raj le gustaba tener orden y disciplina en todos los espacios que utilizaba. Todo, excepto las obras de arte, debía ser funcional. Se metió en la ducha porque se había empapado hasta la piel y el agua caliente lo relajó. No así, el estado granuloso del jabón. Estaba en casa de Sunny y las cosas eran diferentes, nada más. Ella era diferente. Muy diferente.
Una vez limpio, se secó y se vistió con el traje nuevo antes de guardar la ropa sucia en la bolsa. Tras dudar un instante, recogió la toalla mojada y la dejó sobre el cesto de ropa sucia. Por primera vez en muchos años, estaba haciendo el esfuerzo de ser escrupulosamente educado.
–¿Señor Belanger? –lo llamó Sunny tras oír que se abría la puerta del baño–. ¡Estamos en la cocina!
Raj respiró hondo y se dirigió a la cocina. Al entrar se fijó en los ramilletes de hojas marchitas que colgaban de las vigas, pero inmediatamente, centró su atención en Sunny y en la niña que estaba sentada en la trona, agitando la tostada que tenía en la mano y bebiendo de una taza de bebé.
–Siéntese. Como si estuviera en su casa –sonrió Sunny–. Sé que no ha tenido mucho contacto con Pansy…
–¿Pansy? –preguntó sorprendido–. Creía que se llamaba Phoenix. En todos los documentos que he visto figura Phoenix.
–Al parecer, su hermano prefería Pansy y le dijo a la niñera que la llamara así –repuso Sunny–. Y la trabajadora social decidió que era lo mejor, ya que es el nombre que reconoce. Los otros dos nombres son un poco sofisticados.
–Interesante –comentó Raj. A él tampoco le gustaban los nombres, pero era demasiado diplomático como para expresar su opinión.
–¿Le apetece un té o un café? Yo me estoy tomando una infusión relajante.
–Café, por favor, solo y sin azúcar. Gracias. Y llámame Raj. De algún modo, somos miembros de la misma familia.
Sunny le sirvió el café y le acercó un plato con galletas.
–Sírvete.
Raj miró las galletas y vio que tenían una flor de verdad incrustada en la masa. Eran muy decorativas. Respiró hondo y escogió una.
Sunny dejó un cuchillo sobre el plato.
–Son flores comestibles, pero si no te gusta la idea puedes retirarlas con el cuchillo.
Raj ignoró el cuchillo y probó la galleta. Su sabor era sorprendentemente bueno. Observó a Sunny mientras tomaba a su sobrina en brazos, le limpiaba la cara y empezaba a jugar con ella.
–¿Quién es el bebé más bonito? –le preguntó a la niña. La expresión de su rostro irradiaba, amor, ternura y felicidad.
Era justo lo que Raj había esperado encontrar en la mujer que quería cuidar de su sobrina huérfana, y se sintió aliviado.
–¿Qué hizo que te decidieras a querer adoptarla? –le preguntó.
–Yo no puedo tener hijos. Tengo un problema de salud –admitió–. Y Pansy estaba sola, sin padres, y es de mi propia sangre. Tomé la decisión al instante. Me habría gustado que Christabel me hubiera permitido visitarla más a menudo y así Pansy me habría conocido mejor cuando entré en su vida. Al no ser así, he tenido que conocerla como si fuera una desconocida.
–¿Por qué tu hermana no te permitió visitar a tu sobrina? –preguntó Raj, frunciendo el ceño.
–Bueno, mi hermanastra y yo no estábamos muy unidas. Ella era ocho años mayor y nos criamos separadas.
–Es cierto. Recuerdo que Christabel mencionó que su madre falleció y su padre se casó de nuevo y se divorció.
–Y durante el último año, mi abuela se murió y me dejó esta casa porque era donde yo me crie. Mi abuela estaba terminal –explicó Sunny–. Cuando falleció, Christabel me llevó a juicio para reclamar parte de la casa y se puso furiosa cuando gané el juicio. Ahí perdí todos mis ahorros.
Raj frunció el ceño porque había leído sobre el juicio al revisar el pasado de Sunny. Su difunta hermana había sido muy avariciosa, y después de casarse con Ethan, nunca le había faltado el dinero.
–¿Puedo preguntarte por qué no quisiste adoptar a Pansy? –preguntó Sunny.
–Pensé que tú podías ofrecerle más cosas –dijo él–. Yo no tengo esposa y no deseo tener hijos. No sabría cómo criar a una niña y no me gustaría dejarla en manos de una niñera todo el tiempo. Mi estilo de vida no sería adecuado para ella.
–Eres tú el que sabe si serías capaz o no –admitió Sunny–. Respecto a mí, me alegro de no tener que competir contigo.
–Bueno, si en algún momento te considero una tutora inapropiada, lucharé por la custodia. En eso quiero ser sincero –advirtió.
Sunny se contuvo para no permitir que el resentimiento se apoderara de ella.
–Me alegra que Pansy te interese lo suficiente como para venir a visitarla. No tendrá padre, pero, con suerte, tendrá un tío favorito.
–Es muy generoso por tu parte, aunque espero ser solo un visitante ocasional.
Sunny se levantó de golpe y cruzó la cocina para recoger unas gafas que había visto gracias a que la luz se reflejaba en ellas.
–¡Las he buscado por todos los sitios! –exclamó mientras se las ponía–. Las pierdo a menudo, así que, tengo tres pares.
–Hay unas gafas en el perchero y otras en la repisa de la ventana del baño –comentó Raj.
Sunny se quedó asombrada por lo observador que era, y también por su atractivo. Lo había visto en fotos de revistas, pero en persona, el impacto de su atractivo era mucho mayor.
Tenía los pómulos prominentes, nariz aristocrática y labios sensuales. Los ojos negros y largas pestañas. Unos ojos preciosos.
–Me estás mirando –dijo Raj con ironía.
–Lo siento. Eres mucho más atractivo en persona de lo que pareces en las revistas –murmuró–. Menos intimidante. Y no te pareces a Ethan.
Raj se sonrojó una pizca.
–Está claro que no piensas antes de hablar, ¿verdad?
–Es mi costumbre. Siento haberte avergonzado –sonrojada, se volvió para mirar el calendario que tenía en la pared–. Te debo otra disculpa. Era hoy el día que tenías que venir. Y el perito del seguro la semana que viene. La única excusa que tengo es que he estado preparándolo todo para que Pansy llegara a casa y he estado muy ocupada.
Raj gesticuló con la mano como restando importancia. ¿De veras su aspecto era intimidante? Era cierto que no solía sonreír demasiado. Sin embargo, Sunny provocaba que quisiera sonreír. Era como un libro abierto, mientras que él ocultaba sus sentimientos y era muy introvertido.
–Vamos al salón para que puedas empezar a relacionarte con Pansy –sugirió Sunny, colocando el plato de galletas, el café y su taza de té, en una bandeja.
Raj observó a Pansy mientras gateaba detrás de su tía y trataba de mantener el equilibrio. Las siguió con una sonrisa y entró en el salón. La habitación estaba llena de libros apilados, plantas y, en una esquina, un tronco que hacía que el espacio pareciera más pequeño. Se sentó en una butaca y observó a Sunny.
Sus ojos de color violeta azulado eran muy luminosos.
–¿Y por qué Pansy tampoco te conoce a ti? –preguntó Sunny, justo cuando Raj se disponía a preguntar por qué había un tronco en el suelo.
–Solía ver a mi hermano y a tu hermana en eventos sociales para adultos. Los invitaba a mi casa de Londres, pero siempre dejaban al bebé en casa –explicó–. Tu hermana comentaba que necesitaba un descanso de ser madre. ¿Y tú por qué no fuiste ni a la boda ni al bautizo?
–Christabel tenía una larga lista de invitados importantes a los que tenía que invitar y yo no estaba en ella. Además, nuestra abuela no se encontraba bien –dijo Sunny–. Yo lo comprendí. Ethan y ella tenían vidas muy glamurosas comparadas con la nuestra.
Mientras Sunny acercó una caja de plástico con juguetes y Pansy comenzó a sacarlos, Raj se relajó al ver que no tenía que hacer nada especial para conocer a la niña.
–¿Dónde pintas? –preguntó con curiosidad.
–En el estudio que está detrás de la cocina. Hay buena luz allí. Suelo levantarme al amanecer para pintar, pero ahora tendré que adaptar mi horario al de Pansy.
Al ver que él la miraba con los ojos entornados, Sunny comenzó a ponerse nerviosa. Había algo muy intenso en Raj Belanger. No estaba segura de si era la energía masculina que emanaba de su ser o su mirada exigente. Ella sintió que los pezones se le ponían turgentes y un cosquilleo en la pelvis. Al darse cuenta de que lo que sentía era atracción sexual, se puso tensa. Hacía tanto tiempo que no experimentaba tal cosa con un hombre que se sintió desconcertada.
–Me gustaría ver tus obras –comentó Raj, tratando de romper el hechizo que impedía que dejara de mirarla. ¿Qué diablos le pasaba? Tratando de ignorar la tensión que sentía en la entrepierna, se fijó en un gato negro que se acercaba al tronco que había en el suelo–. ¿Quién es?
–Miracle… el único superviviente de una camada. Parecido a Bear, a quien su madre rechazó. Lo traje a casa para ver si conseguía que sobreviviera y, como ves, sobrevivió –al oír su nombre, el perro grande se acercó a ella y se tumbó a su lado.
Cuando Pansy vio al gato, estiró los brazos y gritó de emoción. El gato salió corriendo de la habitación y Sunny se rio.
–Miracle ya ha aprendido a escapar. Bert se queda siempre en la cesta de la cocina. Con suerte lo adoptarán esta semana. Vendrá una mujer a verlo. Necesita una casa donde no haya niños ni otras mascotas. Te enseñaré el estudio –añadió poniéndose en pie. Su sobrina la siguió gateando.
Él la siguió hasta el estudio. Allí había un caballete y una mesa con manchas de pintura, bocetos, fotos y pinceles.
–Todavía no está terminado –explicó ella, mientras él miraba una acuarela.
–Anthriscus sylvestris, o perifollo verde –murmuró Raj.
–O encaje de la reina Anne, que suena mucho más romántico. En realidad, esa es una planta diferente que se conoce como zanahoria silvestre.
–¿A partir de qué trabajas?
–A veces a partir de fotos, a veces con la propia planta, o de ambas cosas. Conoces los nombres latinos.
–Sí. Era uno de mis hobbies cuando era joven. Me encantaban los nombres en latín.
Sunny se sorprendió al ver que él miraba sus obras con mucho interés.
A Raj le encantaba aquella acuarela. Era tan realista que parecía que se pudieran tocar las flores.
–Me gustaría comprártela –comentó de pronto.
–Puedo hacerte otra, pero no puedo darte esta –repuso Sunny–. Es la última de una serie que he hecho para un libro de botánica que se va a publicar pronto y tengo que entregarla.
–¿Y quién se va a enterar si me das esta a mí y haces otra para ellos?
–Yo, y así no es como trabajo con mis clientes.
–Te encargaré otra –comentó con tono cortante. No estaba acostumbrado a que alguien le dijera que no–. ¿Puedo preguntarte por qué no aceptas que te ofrezca apoyo económico para mi sobrina?
Desconcertada por el cambio de tema, Sunny puso una mueca.
–No quiero que Pansy esté tan mimada como para que no persiga sus sueños o trate de conseguir algo por sí misma. Ethan era así. Sabía que podía tener todo lo que quisiera porque tú se lo pagarías o conseguirías, eso hizo que nada le complaciera y anuló su impulso de actuar para conseguir lo que quería.
Raj la miró asombrado y palideció una pizca. Nadie le había hablado con tanta dureza desde que era niño. Le sorprendía su falta de tacto y su osadía a la hora de hablar en esos términos de su difunto hermano.
–¿Quién te crees que eres para hablar de esa manera sobre mi hermano? –preguntó enojado.
No era un grito, simplemente alzó una pizca la voz. Pansy estaba junto a la ventana y, al oírlo, puso una mueca y comenzó a gimotear. Sunny se acercó para consolarla y tomarla en brazos.
–Creo que es hora de que te marches –comentó.
Raj apretó los labios. No necesitaba que ella le pidiera que se marchara. Estaba muy enfadado por lo que ella había dicho sobre Ethan. Raj no permitiría que lo culparan por el fracaso de Ethan. Él había hecho lo posible por ayudarlo a Ethan a encontrar algo que fuera de su interés y facilitarle el camino para conseguirlo, pero había fallado. Permitir que Ethan se hundiera en soledad era algo que Raj no se había podido ni plantear. Cada vez que había fracasado con su hermano lo había intentado de nuevo. Una y otra vez.
Se acercó a la puerta principal, abrió y respiró hondo.
–Te veré el mes que viene –anunció–. Mismo día, misma hora… Si te viene bien.
–De acuerdo –repuso ella muy pálida. Lo observó alejarse y después oyó arrancar el motor de un vehículo, y después otro, lo que indicaba que alguien lo había acompañado en otro coche hasta allí.
¿Qué había hecho? ¿Cómo se le había ocurrido hablar abiertamente de un tema doloroso? ¡Claro que él se había ofendido! Ella solo había conocido a Ethan cuando había ido con Christabel a visitarla, antes de la boda. Después de esa fecha apenas había tenido contacto con ellos. Debería haber tenido más cuidado, o mentido, incluso. Había sido muy sincera, pero no siempre era la mejor opción.
No sueles visitarme en persona en mi casa –le dijo Raj, sorprendido, a su abogado británico dos semanas más tarde. Ha debido ocurrir alguna catástrofe.
Marcus se rio y le tendió el tubo largo que llevaba en la mano.
–Es para ti… de parte de Sunny Barker. Puesto que no sabe dónde vives ni tiene tu teléfono, me ha pedido que te lo entregue junto a esta carta.
Raj se puso tenso y agarró el tubo.
–¿Carta?
Markus dejó un sobre encima del escritorio.
Raj abrió el sobre y sacó la hoja que estaba dentro. Se sorprendió al ver que le pedía disculpas. No obstante, ¿necesitaba decirle que sentía haberle herido sus sentimientos? No era un adolescente en terapia. No, ella no tenía tacto, pero sí se mostraba completamente sincera, algo a lo que Raj no estaba acostumbrado. Sunny reconocía que debía de haber tenido más sensibilidad y que normalmente no se comportaba de esa manera.
Raj abrió el tubo y, con cuidado, sacó la acuarela que contenía. Al abrirla y ver que era la que ella no había querido venderle, sonrió. La llevó a la ventana para comprobar que no fuera una copia. Ella había hecho lo que dijo que no haría y le había entregado el original. Lo sabía porque recordaba unas pequeñas marcas en el borde.
–Deduzco que la relación progresa adecuadamente –comentó Marcus.
–Tuvimos diferencia de opiniones en el primer encuentro –admitió Raj.
Marcus arqueó la ceja, sorprendido.
–Eso debió ser interesante.
Raj asintió. Se preguntaba dónde podría conseguir un rascador para el gato. Así se podría deshacer del tronco de olivo. Raj quería ser generoso porque tampoco se sentía orgulloso de su comportamiento. Había estado a punto de perder los papeles con la tía de Pansy. Había reflexionado mucho sobre ello desde el incidente. Sunny Barker lo inquietaba y eso no le gustaba. No volvería a sacar el tema. No estaba dispuesto a hablar sobre la relación que había tenido con su hermano. Eso sería violar su privacidad.
Abrazando a Pansy como si fuera un talismán, Sunny bajó del helicóptero y esperó a que la guiaran al jet privado.
«Uno de sus jets», recordó abrumada, no su jet personal, sino uno de los muchos. No era capaz de comprender ese nivel de riqueza. Era algo abrumador, pero si quería que su sobrina tuviera una relación con su tío rico, el sentido común le decía que tenía que aceptarlo.
Raj había correspondido a su regalo de la acuarela invitándolas a la casa que tenía en la costa de Amalfi, en Italia. Ambos intentaban forjar una relación familiar para la niña y ella no quería estropearlo, y menos cuando la trabajadora social que estaba a cargo de la solicitud de adopción decía estar encantada con el hecho de que estuviera haciendo un esfuerzo para relacionarse con Raj.
El interior del jet era impresionante. Nada más entrar, una mujer uniformada le pidió tomar a Pansy en brazos.
–Soy María, la niñeara encargada de darle un descanso, señorita Barker.
Asombrada, Sunny observó cómo se llevaban a su sobrina a la parte trasera del avión. Pansy era sociable y le gustaba estar con otras personas. Al recordar que Raj y su sobrina no habían tenido nada de contacto durante la primera visita, ella se sintió culpable por haberlo echado de la casa. Nunca había hecho algo así, pero sabía que la causa era el efecto que él tenía sobre ella.
Raj le recordaba al único hombre del que ella había estado enamorada, Jack. Jack era un hombre alto y muy masculino. Jack le había dicho que la amaba y, sin embargo, la dejó el día después de que ella le contara que no podría tener hijos. No habían sido amantes, ya que ella solo tenía diecisiete años, pero habían sido mejores amigos en la infancia. Todavía lo veía en misa los domingos, y se saludaban desde la distancia mientras él se sentaba junto a su mujer y sus varios hijos.
–Eso significa que ya no eres la mujer adecuada –le había dicho Jack–. Lo siento, pero yo quiero tener hijos en el futuro, mis propios hijos, no hijos adoptados o de otra madre gestante…
Ese había sido el final de su idilio adolescente, pero Sunny no se había expuesto de nuevo a la posibilidad de sufrimiento. No volvería a situarse en una posición donde un hombre pudiera despreciarla como Jack había hecho. La peritonitis que había sufrido a los doce años y por el que había estado a punto de morir, había afectado a su fertilidad y ella no podía hacer nada al respecto. Por muy doloroso que fuera, no le quedaba más remedio que aceptarlo. Nunca había tenido la oportunidad de contarle a Jack que su madre le había dado la noticia la noche anterior a que ella se lo contara a él. Petra Barker no había tenido valor de contarle la verdad a su hija antes de que cumpliera diecisiete años.
Tratando de no pensar en todo aquello, Sunny se concentró en las revistas de animales y plantas que le habían entregado para que se entretuviera. Sí, Raj ya se había ocupado de que no le dieran revistas de moda. Era muy inteligente. ¿Pensaba que ella no suponía que la habría investigado alguna empresa de seguridad?
Raj Belanger no era el tipo de hombre que dejaba las cosas al azar, y ella no era estúpida.
En el aeropuerto las recogió una limusina y las trasladó a su destino. Una gran mansión que podría haber sido un palacio, protegida por grandes verjas de hierro y personal de seguridad.
Sunny se negaba a quedarse impresionada. Raj pertenecía a otro mundo, nada más. El dinero era dinero y no necesariamente hacía que la gente fuera más feliz.
Sunny se inclinó para dejar a Pansy en el suelo y se preguntó si Raj se daría cuenta de que su sobrina caminaba mucho mejor. El recibidor era un amplio espacio de mármol, lámparas de araña de cristal y obras de arte sobre pedestales. No había nada acogedor en todo aquello. Era un ambiente que podía intimidar. Raj estaba en el centro del espacio, y su aspecto era tan distante como un monolito en la luna. Pansy se agarró a las piernas de Sunny y comenzó a temblar.
–Raj… –dijo Sunny–, que casa más bonita tienes.
Raj se percató de que no era sincera porque se notaba en la expresión de su rostro. ¿Por qué reaccionaba así? ¿Qué era lo que no le gustaba de él? ¿Su dinero? ¿Eso era lo que se interponía entre ellos?
Ella ni siquiera había intentado encajar en su forma de vida. Vestía un pantalón de estilo hippy muy ancho y nada elegante. De todos modos, ¿qué más daba? Él la había invitado a Italia pensando que sería bueno para Sunny que supiera que ella no sería la única que llevara la batuta en el futuro. Era una mujer muy directiva y necesitaba que se lo recordaran. Además, en la casa había unos jardines maravillosos que seguro que le gustarían.
–Has llegado a tiempo de comer en la terraza –dijo él–. Espero que hayáis tenido un buen viaje.
–Ha sido perfecto. Todo lo haces perfecto –admitió ella. Al ver que él la agarraba del codo para guiarla, se le entrecortó la respiración–. Aunque todavía no has saludado a Pansy.
–¿Cómo voy a saludar a un bebé? –preguntó Raj.
Ignorando sus palabras, Sunny se agachó y habló con la niña. Pansy saludó con la mano.
–Lo ves… ¡Sabe decir hola!
–No, no sabe, porque no puede hablar todavía –señaló Raj, y se agachó junto a la niña–: Hola, Pansy…
–La –dijo la niña, sorprendiéndolo.
–Hola, Pansy –murmuró Raj con una sonrisa.
Sunny lo observó satisfecha. Por fin había comprendido cuál era el único motivo por el que ella estaba en Italia: su sobrina. Aunque su sonrisa era tremendamente atractiva, llena de carisma y sex-appeal. Sunny se estremeció y trató de no darle importancia a lo que sentía. Era deseo sexual y trató de luchar en contra de él con fuerza.
Raj las guio hasta una terraza con vistas maravillosas al jardín.
–¿Me permite? –María, la niñera que estaba en el avión, se acercó a ella y le mostró un juguete a Pansy. Sunny soltó la mano de la niña y observó cómo la llevaban hasta la trona que estaba en el extremo de una mesa.
–Parece una niña contenta –comentó Raj con satisfacción.
–Lo es. Además, se adapta muy bien a las situaciones nuevas porque se interesa por todo –comentó Sunny, mientras les servían una ensalada muy apetecible–. Creo que es inteligente, quizá siga tus pasos.
–¡Por el amor de Dios! –exclamó Raj.
–No, no quería decir que debe aspirar a alcanzar tu nivel, solo que muestra signos de ser razonablemente brillante –repuso Sunny.
–Lo he malinterpretado –dijo él, agarrando los cubiertos para empezar a comer.
–¿Qué es lo que te ha consternado? –preguntó ella.
–Tendrías que firmar un acuerdo de confidencialidad para que yo te contestase a esa pregunta. Lo poco que puedo mantener en privado sobre mi vida, lo protejo firmemente. Soy discreto y cuidadoso con mi vida personal.
–Lo comprendo –dijo Sunny.
No obstante, había percibido dolor emocional en su mirada. Pensaba que la desconfianza que sentía hacia otros tenía mucho que ver con el sufrimiento que había experimentado de joven. ¿Cuánta gente en la que él había confiado lo había traicionado? Era un hombre extraordinario en todos los aspectos, y probablemente había pagado un precio alto por su inteligencia, éxito y riqueza.
–Lo firmaré –admitió ella.
Raj le dedicó una sonrisa de aprobación que provocó que se le pusiera la piel de gallina. Sunny se sonrojó y una ola de calor la invadió por dentro. Trató de concentrarse en la comida y se sorprendió cuando, cinco minutos más tarde, le dejaron un documento y un bolígrafo sobre la mesa.
Él la miró y dijo:
–Puesto que vas a estar en mi vida durante años, esperaba que quisieras firmar un documento de confidencialidad para que todo sea más sencillo y yo pueda relajarme cuando esté contigo.
Sunny revisó el documento mientras un hombre permanecía a su lado observando a modo de testigo. Sintiéndose un poco presionada, se preguntaba si debía llevarse el documento a casa. No obstante, agarró el bolígrafo y lo firmó, pensando que nunca revelaría nada personal sobre Raj Belanger puesto que ella siempre respetaba la intimidad de otras personas.
Raj se sorprendió al ver la facilidad con la que había firmado el documento de confidencialidad. La gente solía leer las condiciones y esperaba hasta el último minuto tratando de conseguir una compensación económica, pero Sunny no había hecho nada de eso. Ella no había tratado de conseguir nada en beneficio propio. De pronto, Raj se sentía de muy buen humor. Aunque pensaba que Sunny necesitaba un buen abogado que la asesorara y protegiera, algo que no solía pensar respecto a una mujer. No comprendía por qué, pero de pronto pensó que le gustaría besarla.
Había algo en aquella mujer que alimentaba su deseo con facilidad. Desde su primer encuentro, no había dejado de pensar en ella cada día.
–Entonces, ¿supongo que ahora ya puedes contarme por qué consideras que tener un cociente intelectual alto es una carga? –preguntó Sunny mientras comían el plato principal.
–No es igual para todo el mundo, pero para mí lo fue –comentó Raj–. Mi padre era un profesor de Psicología famoso y brillante en Oxford. Cuando conoció a mi madre, Clara, ella era la estudiante más brillante y la sedujo cuando solo tenía dieciocho años.
–Pensaba que había normas respecto a eso.
–Las había. Él dimitió y regresó a Hungría, y se la llevó con él al mismo tiempo que se aprovechaba de su dinero. La utilizó, igual que después me utilizó a mí. Ella ya estaba embarazada y no tenía familia. No había nadie más maduro que ella para advertirle de que era un abusador –admitió–. Mi madre lo admiraba, y creyó que sabría cómo educar a un niño.
Sunny puso una mueca y se preparó para lo siguiente.
–Él, por otro lado, solo quería una cobaya para hacer un experimento sobre el que pensaba escribir un libro. Yo fui ese experimento y, desde mi nacimiento, apuntó cada uno de mis logros y fracasos. Me criaron de forma aislada, y solo me recompensaban por tener los mejores resultados académicos. Nunca jugaba, nunca me divertía, y mi madre no estaba autorizada para abrazarme o consolarme. Mi padre pensaba que cuantas más carencias tuviera, más intentaría complacer a mis padres.
–Oh, cielos –susurró Sunny, y empujó el plato porque había perdido el apetito.
–No quiero tu compasión Sunny –le dijo Raj, al ver que sus ojos se llenaban de lágrimas–. Solo te lo he contado porque veo que no te gusta mi actitud hacia nuestra sobrina. Necesitabas saber por qué no puedo jugar con ella, por qué no puedo mostrarle afecto. No tengo ni idea de cómo se hace… Y tú tendrás que darle todo lo que yo no puedo ofrecer.
–Por supuesto, después de esa crueldad, pensarás que sentirte así es… –se inclinó hacia delante y lo miró un instante–. Puedes arreglarlo –le dijo, como si fuera una pieza de una vajilla.
Su aroma floral lo invadió de tal manera que despertó en él algo que no reconocía. Estaba tan cerca que Raj pudo ver que tenía tres pecas en el puente de la nariz y contemplar sus labios rosados y sensuales. Raj sufrió una erección. Su miembro rozaba contra la cremallera de su pantalón, una respuesta muy agresiva para un hombre que siempre había pensado que podía controlar sus impulsos sexuales.
–No quiero arreglarme, Sunny. He hecho montones de terapias y estoy contento con quién soy.
Sunny colocó la mano sobre la de él y le acarició la muñeca.
–Yo puedo enseñarte a jugar con ella, a mostrarle afecto, y estoy dispuesta a hacerlo por vosotros.
–Lo único que quiero hacer ahora mismo es besarte –admitió Raj.
Sunny pestañeó, tratando de concentrarse en lo que decía.
–¿Y por qué diablos quieres hacer tal cosa?
–¿Puedo?
Sunny se sorprendió de que él también se sintiera atraído por ella. Nunca había imaginado que pudiera ser algo recíproco.
–Si crees que así te sentirás más cómodo conmigo…
Raj estiró la mano y le acarició el cuello para retirarle su melena dorada. Ella contuvo la respiración y lo miró.
–Respira, Sunny –le indicó Raj, encantado con su reacción–. Respira antes de que te desmayes.
Sunny respiró justo antes de que Raj inclinara su cabeza y la besara en los labios.
El mundo se paralizó, aunque su corazón latía con fuerza y su cuerpo experimentó algo que ya había olvidado. Una ola de calor invadió su entrepierna y se extendió por todo su cuerpo, provocando que sus pezones se pusieran turgentes.
Raj la saboreó despacio, moviendo los labios sobre su boca hasta que ella le permitió que descubriera su interior y comenzó a saborearlo también. Su aroma masculino alentó su deseo y, cuando Raj la sujetó por el cuello para acercarla más a él, ella se sentía tan abrumada por la pasión que se separó bruscamente de su lado.
Raj pestañeó y permitió que el mundo recuperara la normalidad. Nunca había sentido algo tan poderoso con una mujer. Deseaba más. La deseaba a ella. Muy excitado e insatisfecho, respiró despacio, asimilando la idea de que el sexo podía ser algo más aparte de lo que siempre había pensado.
Sunny apoyó su mano temblorosa sobre la mesa e intentó tranquilizarse. Nunca había sentido algo así con un hombre, ni siquiera con Jack. Al instante recordó que Raj y ella pertenecían a mundos diferentes y que él no sería nada más que el tío de Pansy.
–Bueno, ha sido…
–Emocionante… –admitió Raj, consciente de que ella estaba tan afectada como él. Ella era incapaz de ocultarlo y a él le encantaba que fuera así. No había nada premeditado, ni calculador en Sunny. Ella era, simplemente Sunny. Y él nunca había sentido tanta confianza con ninguna de las mujeres con las que se había acostado.
–Sí, bueno…
–Pasaremos la noche juntos en mi yate –decidió Raj, poniéndose en pie–. Déjame que te enseñe dónde están los jardines aromáticos…
Sunny estuvo a punto de reír al oír las afirmaciones de Raj. Era evidente que para él era habitual pensar que un beso significaba que ella se acostaría con él solo porque él lo deseaba. ¿Podía culparlo por ello? ¿O quizá otras mujeres habían cedido con demasiada facilidad?
Mientras Raj le daba la mano para guiarla por las escaleras de piedra que daban a los jardines, Pansy gritó y María la tomó en brazos para tratar de calmarla. Pansy se revolvió y estiró los brazos hacia su tía, lloriqueando. Sunny se volvió y se apresuró para recógela. Pansy se lanzó a sus brazos y Sunny regresó junto a Raj. La niñera la siguió.
–Es muy sociable, pero no le gusta que yo desaparezca de su vista en un lugar desconocido –explicó.
Atravesaron el césped los cuatro. La mirada de Raj se tornó fría y ya no había brillo en sus ojos. «Mala suerte, Raj», pensó Sunny. «Ella es mi prioridad».
–Tenemos que hablar sobre lo de la noche en tu yate –Sunny sacó el tema con reticencia.
–¿Qué es lo que hay que hablar? Nos sentimos atraídos el uno por el otro. Muy atraídos. Así de fácil.
Sunny se humedeció el labio inferior.
–No es así de fácil. No es como si tuviéramos una relación.
–Yo no tengo relaciones –pronunció Raj, con tono de disgusto.
–Yo tampoco, por norma, pero no me meto en la cama con desconocidos.
Raj blasfemó algo en otro idioma.
–No soy un desconocido.
–Eres lo bastante desconocido como para que no tenga intención de intimar contigo. ¿Y qué hay de la necesidad de mantener una buena relación por el bien de Pansy? ¿Has pensado que liándonos podríamos estropearlo todo? –preguntó Sunny.
Se detuvieron frente a un jardín aromático lleno de caminos y macizos geométricos.
–Esto es maravilloso –susurró ella, alejándose de él para explorar un poco.
Raj no estaba acostumbrado a que lo dejaran atrás y se sentía desconcertado por el argumento que había empleado ella. Deseaba sujetarla para que lo escuchara y hacer que entrara en razón, pero se contuvo. La siguió y le preguntó:
–Entonces, ¿tengo que salir contigo para poder acostarme contigo?
–No seas tonto, eso no es lo que he dicho –repuso Sunny–. Y si solo estás interesado en tener sexo con mi cuerpo y no conmigo, olvida la idea.
Raj respiró hondo.
–No lo entiendo.
–¿Estás soltero? –preguntó Sunny.
–¡Por supuesto!
Sunny lo miró un instante con escepticismo.
–¿En serio me estás diciendo que no hay otras mujeres en tu vida?
Raj nunca había mentido a una mujer con la que compartía la cama, y tampoco había permitido que hubiera ni el más pequeño malentendido entre ellos. Las mujeres que compartían su tiempo de ocio con él sabían que tenían un espacio limitado en su vida y que, tarde o temprano, su interés por ellas, desaparecería. Raj se aburría enseguida, siempre lo había hecho y siempre lo haría. No llegaba a vincular de ninguna manera. El sexo era una diversión inofensiva y no solía tener mucha importancia para él.
Sunny se percató de que él se sonrojaba una pizca y notó que se le encogía el corazón. Confiaba en que estuviera equivocada y realmente no hubiera más mujeres en su vida.
–Hay mujeres, pero no tengo citas con ellas –explicó con la mayor delicadeza posible, confiando en que ella dejara el tema.
Sunny arqueó las cejas y lo miró.
–¿Prostitutas?
Raj nunca se había sentido tan avergonzado en su vida, y no podía creer que ella estuviera indagando hasta tal punto.
–No… Vámonos.
–¿Señoritas de compañía?
–No –Raj la miró y contestó–. Amantes.
–¿Más de una?
Raj no podía más. Ni siquiera comprendía por qué había contestado a tantas preguntas. Alzó la barbilla con determinación porque no pensaba dar más respuesta.
–Está bien –Sunny se alejó de él y comenzó a caminar entre la lavanda. Cortó una ramita y la frotó entre sus dedos. Todavía tenía lágrimas en los ojos. Amantes es plural. Al menos había sido honesto, aunque eso significaba que ella nunca podría estar con él.
–No pareces sorprendida –comentó Raj, preguntándose por qué retomaba el tema si no quería hablar de él. Solo sabía que necesitaba una respuesta de ella.
Sunny pestañeó varias veces.
–No lo estoy. Es práctico, eficiente… El tipo de acuerdo que esperaba de ti. Siento haber curioseado tanto.
–Está bien. Preguntaste y yo contesté –Raj intentó darle la mano, pero ella la retiró–. ¿Qué ocurre?
–No debemos intimar. Debemos ser amigos, pero no amigos con beneficios. Yo no soy el tipo de mujer amante y no me gusta compartir, así que, créeme, estamos en un punto sin salida.
Sunny le estaba diciendo que él no podría tenerla, pero él no podía aceptar la negativa porque nunca se había encontrado en una situación así.
–No te gusta compartir, entonces solo tienes citas en exclusividad –resumió él–. Eso no es posible, así que, tendremos que llegar a un acuerdo.
–Ya basta, Raj. Sabes que no tienes intención de comprometerte de ninguna maneara y que solo esperas que yo me comprometa. No lo haré. Soy muy cabezota cuando se trata de lo que considero si algo es correcto para mí, o para Pansy.
–¿Y cómo supones que me conoces tan bien?
–Sinceramente, no lo sé, pero sé que tienes mucho carácter y que seguirás insistiendo si no soy firme.
–¿Firme? No soy un niño, Sunny.
No, él podría causarle mucho más daño que un niño. Estaba acostumbrado a conseguir lo que quería y era capaz de manipular sin límites. Sunny confiaba en su instinto y eso era como lo veía. Era peligroso para su bienestar emocional y estabilidad, y su sobrina necesitaba un progenitor estable y fuerte.
Además, le costaba creer que Raj Belanger, con todas las opciones que podía tener, pudiera desearla a ella. No era una supermodelo ni alguien sofisticada de la alta sociedad.
–No tenemos nada en común.
–Pasión. ¿Qué más podemos necesitar?
–Si tuviera que decir qué más, sería un desastre. En cualquier caso… –alzó la barbilla–. No quiero nada de esto. Estoy contenta con mi vida tal y como está.
–No me has tenido en tu vida antes.
–El asunto está zanjado –comentó Sunny.
Raj se rio al oír la respuesta. Pansy se chocó contra sus piernas mientras perseguía una pelota y, sin pensarlo, él agarró la pelota y la levantó por encima de su cabeza.
–No. Lánzala por el suelo o no la verá –susurró Sunny.
Raj rodó la pelota por el camino que había entre las flores y Pansy corrió tras ella riéndose.
–Camina mucho mejor –comentó él.
Sunny le dedicó una sonrisa.
–Sí, cambia cada día y está pasando de ser un bebé a ser una personita.
Raj sonrió al verla sonreír. Eso lo enojaba porque no estaba contento con ella. Sunny le había dado un ultimátum y él no reaccionaba bien a los ultimátum. Además, ella se mostraría cauta si él quisiera llevarla al yate con algún propósito indecente. No obstante, sabía cómo solucionar el problema. Sacó el teléfono y realizó una llamada.
Al mismo tiempo, se preguntaba por qué trataba de mezclar el placer con los negocios por primera vez en su vida. Nunca había cometido ese error. Era cierto que Sunny y su sobrina no eran un asunto de negocios, pero tampoco entraban en otra categoría. De hecho, tenían una categoría propia: llenar el espacio vacío que había dejado Ethan. El espacio familiar. Desear a Sunny era algo complicado. La lógica le indicaba que debía contener su deseo por ella. No obstante, junto a Sunny no operaba la lógica. Había algo en ella que lo atraía, aunque lo hiciera enfadar.
La observó junto a su sobrina. Ella estaba arrodillada mostrándole a Pansy una flor y haciéndole cosquillas en la barbilla con ella. Riéndose mientras la pequeña se reía también. El vestido estilo hippy se había manchado de hierba y polvo, pero no parecía importarle nada. Su cabello dorado brillaba bajo el sol, y sus labios rosados resplandecían al sonreír. Ternura. Eso era lo que irradiaba de ella. Ternura, aceptación y la capacidad de disfrutar con una vida corriente, algo que para él era completamente nuevo.
Sunny regresó a la casa elegante en la que disfrutaron de café y dulces en la terraza. Las vistas eran maravillosas, el clima perfecto, la comida y el glamour en general hacía que pareciera un lugar mágico. Seguramente, eso era lo que Raj había planeado. Ella sospechaba que Raj lo planeaba todo. Otra vez. Había vuelto a pensar que conocía muy bien cómo funcionaba su mente. Cuando deseaba algo, él sabía cómo conseguirlo. Sunny estaba convencida de que su visita también estaba completamente planeada, el intento de seducirla durante la comida, el paseo entre aromáticas bajo el sol. Quizá fuera ingenua e inexperta, pero no estúpida.
–Cuéntame cómo era Christabel de niña –le pidió Raj.
–Su madre murió cuando era muy joven. Ella tenía ocho años cuando yo nací, así que no tengo muchos recuerdos de ella porque siempre estaba actuando o haciendo de modelo y mi padre se iba con ella. Por lo que me contó mi madre, nuestro padre veía a Christabel como una superestrella desde que ganó el primer concurso de belleza de bebés, que se celebró antes de que mi madre estuviera con mi padre. Cuando se casaron, a mi padre ya solo le interesaba la posibilidad de que Christabel fuera famosa. Dejó de trabajar para acompañarla cuando empezó a hacer de modelo en París. Tenía catorce años y protagonizaba la serie de televisión que llevaba su nombre.
–Me estás dando una visión de tu hermana muy diferente. ¿Fue presionada de niña para actuar para el público?
–Creo que sí, y nuestro padre actuó como su manager. Solo sé que mi madre creía que mi padre se había casado con ella solo para que Christabel tuviera una madre y que luego decidió que no la necesitaba, o que no tenía tiempo para una esposa. Se sentía excluida. Cuando mi madre se quedó embarazada de mí, él le pidió que abortara porque decía que no podían permitirse los gastos que suponía tener otro hijo, y eso fue la gota que colmó el vaso –admitió Sunny–. Continuaron juntos un par de años y después, mi madre se mudó con mi abuela de forma temporal, para ayudarla a superar la muerte de mi abuelo. No obstante, se convirtió en algo permanente y mis padres terminaron divorciándose.
–¿Y tú relación con tu padre?
–Nunca se consolidó. Vino a visitarme unas cuantas veces cuando era bebé y después se murió, así que no lo conocí, excepto por lo que me contaban de él mis familiares.
–Eres mucho mejor que Christabel. Ella era muy superficial.
Sunny puso una mueca.
–Quizá nuestro padre le enseñó a ser así y aprendió a valorarse solo por su belleza, la fama y el dinero.
–Siempre tienes ese punto compasivo.
–Nadie es perfecto –comentó ella–. Todos tenemos debilidades. No se puede juzgar a la gente sin más.
–Eso suena a verso de la biblia… claro que, vas a la iglesia.
–¿Me hiciste una investigación muy a fondo?
–Sí y no. Los hechos eran correctos, pero el informe no reflejaba cómo eres en absoluto –comentó Raj, sin ocultar que la habían investigado antes de la primera reunión.
Ella apreció su sinceridad y estuvo a punto de preguntarle cómo creía que era. Entonces, se dio cuenta de que podía parecer que estaba coqueteando con él y buscando un cumplido.
Más tarde, se subieron a una motora para ir al yate Belanger I y, durante el trayecto, ella respiró hondo para tranquilizarse. No iba a suceder nada entre ellos, porque ya había quedado claro durante la conversación. Entonces, ¿por qué en lugar de aliviada se sentía decepcionada?
Por primera vez desde hacía años había deseado a un hombre y eso la había descolocado. Jack le había hecho tanto daño que durante los años de universidad ella no había querido mantener ninguna relación.
Sunny miró a Raj un instante y vio que el viento había alborotado su cabello. Ella se estremeció y sintió como si fuegos artificiales se incendiaran en su interior. Al instante, como si se hubiera percatado, Raj se colocó a su lado, se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros. Al sentir el calor de la tela sobre su cuerpo, ella sintió un nudo en el vientre. Percibió el aroma de su cuerpo impregnado en la prenda: cálido, masculino, con un ligero olor a colonia. Era algo tan íntimo que Sunny se estremeció de nuevo.
Raj la rodeó con los brazos.
–Tienes mucho frío. Lo siento.
Ella se percató de que María la miraba sorprendida y se sonrojó como si fuera una adolescente.
Una vez junto al yate, le devolvió la chaqueta y tomó la mano de su sobrina para ayudarla a subir a bordo por las escaleras.
–Yo la llevaré. Los escalones son muy empinados para esas piernecitas –intervino Raj, agachándose para tomar a Pansy en brazos–. Por desgracia, aunque tus piernas no son mucho más largas, no puedo llevaros a las dos…
Sonrojada, Sunny subió por la escalera y una vez a bordo vio a una mujer que los recibía con una amplia sonrisa.
–Bienvenidos a bordo –los saludó.
–Sunny, te presento a Bambina Barelli. Es una contessa italiana y una buena amiga.
–Raj, yo ya no uso ese título… y ¡no hace falta que me presentes a esta pequeña! –se acercó para saludar a la niña que Raj llevaba en brazos–. Tú eres Pansy, ¿a qué sí?
Pansy se rio y, por primera vez, su tía deseo que gritara y actuara de forma distante con los extraños. La idea golpeó con fuerza sobre la conciencia de Sunny. Bambina, la amiga de Raj, era una mujer despampanante, con el cabello largo y negro, rasgos perfectos, ojos almendrados y piernas increíbles. Lucía un vestido corto y dorado y unos pendientes de brillantes a juego con una gargantilla. Sunny empezó a encontrarse mal, con náuseas.