E-Pack Bianca abril 2 2020 - Varias Autoras - E-Book

E-Pack Bianca abril 2 2020 E-Book

Varias Autoras

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Beschreibung

El príncipe indio Lynne Graham Fue reclamada como madre del hijo del marajá. Tras la venganza Pippa Roscoe "Quiero lo que me prometiste en el pasado..." Fantasías de papel Melanie Milburne ¿Podrían ignorar la fuerte atracción que había entre ellos?

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

E-pack Bianca, n.º 195 - abril 2020

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-447-1

Índice

 

Portada

 

Créditos

 

Fantasías de papel

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

El príncipe indio

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Tras la venganza

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LAYLA Campbellestaba colocando guardapolvos sobre los muebles de los aposentos del difunto Angus McLaughlin en el ala norte del castillo de Bellbrae cuando se oyó un ruido de pasos en las escaleras. Se le erizó el vello de los brazos y notó una corriente de aire, como si hubiera una presencia fantasmal. «Los fantasmas no existen. Los fantasmas no existen…», se repitió.

Sin embargo, aquel mantra no le estaba funcionando, igual que no le había funcionado de niña cuando, al quedarse huérfana a los doce años, la habían llevado a vivir a aquel castillo en las Tierras Altas de Escocia. Se había hecho cargo de ella su tía abuela Elsie, que había trabajado durante años allí como ama de llaves para la distinguida familia McLaughlin. En aquella época sus movimientos se habían circunscrito a la planta baja, a las cocinas y los aposentos del servicio. La planta alta le había estado vedada, y no solo por su cojera, sino también porque era un mundo al que no pertenecía, al que jamás pertenecería.

–¿Hay… hay alguien ahí?

El eco hizo resonar su voz en el silencio. ¿Quién podría haber en la torre norte a esa hora del día?, se preguntó, con los latidos del corazón tronándole en los oídos. Logan, el nieto que había heredado el castillo, estaba en Italia por motivos de trabajo, y lo último que había sabido de Robbie, el hermano pequeño, era que estaba gastando dinero a todo trapo en los casinos de Las Vegas.

Los pies se le habían puesto helados, y cuando una figura alta se materializó entre las sombras contuvo el aliento mientras un escalofrío le recorría la espalda.

–¿Layla? –exclamó Logan McLaughlin, frunciendo el ceño–. ¿Qué haces aquí?

Layla se llevó una mano al pecho, donde el corazón seguía latiéndole como un loco.

–¡Me has dado un susto de muerte! Tía Elsie me dijo que no volverías hasta noviembre. ¿No estabas en la Toscana por trabajo?

No había visto a Logan desde el funeral de su abuelo, en septiembre, y estaba segura de que él ni siquiera se había enterado de que había asistido. Había querido acercarse a ofrecerle sus condolencias durante el velatorio, pero había estado demasiado ocupada ayudando a su tía con el catering. También lo había intentado al término del funeral, pero Logan se había marchado antes de que tuviera la oportunidad de hablar con él.

En cualquier caso, era consciente de que para él no era más que una intrusa, una huérfana sin hogar de la que su abuelo había sentido lástima y con la que había hecho una obra de caridad al dejarla vivir allí.

Logan se pasó una mano por el cabello.

–He pospuesto mi viaje. Tenía que encargarme de unos asuntos aquí –murmuró. Paseó sus oscuros ojos azules por los muebles cubiertos y volvió a fruncir el ceño–. ¿Por qué te estás ocupando de esto? Pensaba que Robbie iba a contratar a alguien para que lo hiciera.

Layla le dio la espalda para tomar otro guardapolvo doblado. Lo sacudió para abrirlo y cubrió con él una mesa de caoba.

–Y eso hizo: me contrató a mí –contestó, inclinándose para colocar bien un extremo del guardapolvo. Le lanzó una mirada y añadió–: Sabes que me dedico a esto, ¿no? Tengo un pequeño negocio, un servicio de limpieza con unos pocos empleados. ¿No te lo contó tu abuelo? Me hizo un préstamo para ponerlo en marcha.

Logan enarcó una ceja.

–¿Un préstamo? –repitió sorprendido. ¿O tal vez esa nota en su voz fuera cinismo?

Layla frunció los labios y puso los brazos en jarras.

–Sí, un préstamo que le devolví, con intereses. Si no, no lo habría aceptado.

¿Qué se pensaba?, ¿que iba por ahí explotando a ancianos que se estaban muriendo de cáncer?

Logan entornó los ojos.

–¿Va en serio? ¿De verdad se ofreció a prestarte dinero?

Layla pasó junto a él para llegar hasta la cesta donde llevaba los productos de limpieza, que había dejado en el suelo.

–Para tu información, siempre valoré la generosidad de tu abuelo –respondió volviéndose hacia él–. Me permitió vivir aquí con mi tía abuela sin tener que pagarle un alquiler, y es algo por lo que siempre le estaré agradecida.

Le había tomado mucho cariño al anciano en sus últimos meses de vida, y había llegado a comprender la aparente brusquedad de aquel hombre orgulloso que se había esforzado por mantener unida a la familia tras las tragedias que los habían golpeado.

Logan, que seguía con el ceño fruncido, suspiró y le preguntó:

–Pero… ¿por qué no te dio el dinero y punto?

Layla apretó los labios y lo miró con los ojos entornados.

–¿Por qué iba a dármelo sin más, porque le daba lástima?

Por la mirada furtiva que Logan le lanzó a su pierna izquierda, Layla supo lo que estaba pensando: igual que todos los demás, lo primero que veía cuando la miraba era su cojera y no a ella.

Nunca hablaba de lo que le había pasado. O cuando menos no en detalle. Su respuesta habitual era un escueto «un accidente de coche». Nunca decía quién había ido al volante, o por qué había ocurrido, ni si alguien había muerto o alguien más había resultado herido. No quería recordar el día en que su vida había cambiado para siempre.

–No, porque era rico y tú eres casi de la familia –dijo Logan, antes de alejarse hacia las cajas apiladas en un rincón.

Abrió la que estaba en lo alto, sacó un libro encuadernado en cuero y lo hojeó con expresión pensativa.

¿Casi de la familia? ¿Era así como la veía? ¿Como a una hermana postiza o una prima lejana? Con lo guapo que era –alto, con el pelo castaño y ondulado, un mentón esculpido que le daba un aire a lord Byron y los ojos de un azul profundo–, sería una tragedia estar emparentada con él. Y ya era una tragedia que no hubiese salido con nadie desde la muerte de su prometida, Susannah.

Aunque con ella no saldría jamás. De hecho, hacía años de la última vez que ella había tenido una cita. Y eso había sido en su adolescencia, se recordó, intentando no pensar en lo embarazosa que había resultado aquella única cita.

Logan cerró el libro con un golpe seco, lo devolvió a la caja y se volvió hacia ella, de nuevo con el ceño fruncido.

–¿Dónde iréis tu tía y tú si se vende el castillo?

Una fuerte punzada atenazó el pecho de Layla, que lo miró con unos ojos como platos.

–¿Si se vende? ¿Vas a vender Bellbrae? –murmuró–. ¿Cómo puedes estar pensando en hacer algo así, Logan? Tu abuelo te ha dejado en herencia el castillo porque eres su nieto mayor. Tu padre está enterrado aquí, junto a tus abuelos y a varias generaciones de antepasados tuyos. Y no me digas que vas a venderlo porque te hace falta el dinero.

Él la miró aturdido, pero cuando respondió su voz destiló un cierto hartazgo.

–No, no es por el dinero. Lo que pasa es que no estoy dispuesto a tragar con las condiciones que impuso mi abuelo en su testamento.

Entonces fue ella quien frunció el ceño.

–¿Condiciones?, ¿qué condiciones?

Logan se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se alejó hasta una de las ventanas. Aún de espaldas a ella como estaba, Layla percibió lo tenso que se había puesto de repente por la rigidez de sus hombros. Siempre la había fascinado su figura atlética.

Y cuando había llevado con él a Susannah, que había sido esbelta y sofisticada como una supermodelo, no había podido evitar observarlos desde lejos con admiración. Nunca había visto a una pareja igual: tan perfectos el uno para el otro, ni tan enamorados.

Cuando Logan se volvió por fin para contestarle, vio que tenía apretada la mandíbula.

–Si no me caso en un plazo de tres meses, la propiedad pasará a manos de Robbie.

Layla, a quien de repente el corazón le palpitaba inquieto, se humedeció los labios.

–¿A manos de… Robbie?

Logan inspiró profundamente y resopló con frustración.

–Exacto. Y los dos sabemos lo que hará si Bellbrae cae en sus manos.

No podría haber dos hermanos más distintos. Logan era callado, trabajador y responsable, mientras que Robbie era un juerguista y un irresponsable que había avergonzado a su familia un sinfín de veces.

–¿Crees que vendería la propiedad?

Logan hizo una mueca de desagrado.

–O peor: podría convertir este lugar en un centro de recreo para vividores como él.

Layla se mordió el labio. Su mente era un enjambre de pensamientos. Si Robbie vendiera Bellbrae… ¿qué sería de su tía Elsie? ¿Adónde iría? Llevaba los últimos cuarenta años viviendo allí, en una pequeña cabaña en la propiedad. Bellbrae era para ella su hogar; para ambas. ¿Y qué pasaría con Flossie, la vieja perra del abuelo de Logan? Estaba casi ciega, y la angustiaría aún más que a su tía Elsie que la llevaran a otro lugar.

–Debe haber algo que puedas hacer para recurrir esas condiciones del testamento.

–Imposible: está blindado –contestó Logan, y se volvió de nuevo hacia la ventana.

–Pero… ¿por qué pondría esas condiciones? –murmuró Layla–. ¿Te mencionó algo de eso antes de que…?

Aún le costaba creer que hubiera muerto. Solo al ponerse a guardar sus cosas en cajas se había dado cuenta de lo diferente que sería Bellbrae sin el viejo Angus McLaughlin. Había sido un maniático y un quisquilloso, pero en sus últimos meses de vida Layla se había esforzado por ignorar sus defectos y había descubierto que en el fondo era un hombre tierno y afectuoso.

Logan se frotó la nuca con la mano y se giró para mirarla.

–Llevaba años diciéndome que sentara la cabeza y cumpliera con mi deber, que me casara y trajera un par de críos al mundo para asegurar la continuidad de nuestro linaje.

–Pero tú no quieres casarte.

La mirada de Logan se ensombreció, y se volvió una vez más hacia la ventana.

–No.

El tono tajante de ese «no» hizo que a Layla se le encogiera el corazón. Seguramente era incapaz de imaginarse casándose con otra mujer que no fuera Susannah. Si ella pudiera encontrar a alguien que la amara de esa manera…

–¿Y un matrimonio de conveniencia? –le sugirió–. Solo tendría que durar el tiempo justo para que se cumpliesen las condiciones del testamento.

Él enarcó una ceja, y le preguntó con sarcasmo:

–¿Te estás ofreciendo voluntaria?

A Layla se le encendieron las mejillas, y se agachó para disimular su azoramiento, haciendo como que reorganizaba las cosas de su cesta.

–Pues claro que no.

Su voz, entremezclada con una risa vergonzosa, había sonado aguda y forzada. ¿Ella? ¿Casarse con él? Nadie querría casarse con ella, y mucho menos alguien como Logan McLaughlin.

Un extraño silencio cayó sobre la sala. Logan fue hacia ella, y Layla levantó la vista lentamente cuando se detuvo a su lado y lo miró con el corazón palpitándole con fuerza. A sus treinta y tres años, Logan estaba en su mejor momento: rico y con talento –se había convertido en un paisajista de renombre mundial–, no se podría encontrar a un soltero más cotizado… ni a uno tan reacio como él a comprometerse.

–Piénsalo, Layla –le dijo.

La nota ronca en su voz la hizo estremecer. No podía negar la atracción que sentía por él. ¿Estaba burlándose de ella? Era imposible que viera en ella a alguien con quien casarse, aunque solo fuera por conveniencia y de manera temporal.

–No seas ridículo –replicó incorporándose.

Cuando Logan le puso la mano en el hombro, sintió que un cosquilleo le recorría el brazo y tragó saliva.

–Hablo en serio –le dijo él, clavando su intensa mirada en ella–. Si quiero evitar que Robbie venda Bellbrae, necesito una esposa, ¿y quién mejor que alguien que ama este lugar tanto como yo?

Layla retrocedió un par de pasos.

–Estoy segura de que encontrarás a otra persona más apropiada para que sea tu esposa.

–Layla, no estoy hablando de un matrimonio de verdad –le recordó Logan en un tono condescendiente, como un profesor dirigiéndose a un alumno torpe–. Solo sería un matrimonio sobre el papel, y duraría un año como máximo. Y tampoco tendríamos que organizar una gran boda; podría ser una ceremonia discreta, solo con los testigos necesarios para hacerlo legal.

Layla apretó los labios y apartó la vista un momento.

–Pero… ¿no te preocupa lo que pueda decir la gente? –dijo, alzando la vista de nuevo hacia él–. Tú eres un terrateniente y yo solo una chica huérfana, pariente del ama de llaves. Nadie me consideraría un buen partido para ti.

Logan frunció el ceño.

–¿Por qué eres tan dura contigo misma? Eres una joven hermosa; no tienes nada de lo que avergonzarte.

Una ola de calor la invadió. Eso no era lo que le decía el espejo. Claro que Logan no había visto la magnitud de sus cicatrices.

–¿Y cuando el año termine?

–Haremos que anulen el matrimonio y volveremos a nuestras vidas.

Layla se secó las manos, que de pronto estaban sudorosas, en los pantalones. Si accediera a aquel matrimonio, tendría que convivir con él durante un año entero… No es que fueran a dormir juntos ni nada de eso, pero…

–No espero que lo hagas a cambio de nada –añadió Logan–. Te compensaría generosamente, por supuesto –dijo, y le ofreció una cifra que hizo que se le abrieran los ojos como platos.

Habría estado dispuesta a hacerlo gratis para salvar Bellbrae, pero con ese dinero podría ampliar su negocio de limpieza. Podría contratar a más empleados para centrarse solo en la gestión. Levantó la barbilla, esforzándose por mostrar una compostura que no sentía en absoluto en ese momento.

–Me gustaría que me dieras un día o dos para pensarlo.

La expresión de Logan apenas varió, pero a Layla le pareció que respiró aliviado al escuchar su respuesta.

–Por supuesto. No es una decisión menor, que se deba tomar a la ligera, lo cual me recuerda que hay algo importante de lo que tenemos que hablar antes de nada.

Layla sabía por dónde iba, y la irritó que la considerara tan ingenua como para pensar que podría acabar enamorándose de ella. Ella no era Jane Eyre ni lo veía a él como el señor Rochester. Aunque lo encontraba tremendamente atractivo y se le disparase el pulso cuando lo tenía cerca, jamás se permitiría encapricharse de él.

Enarcó las cejas y le dijo burlona:

–¡Ah!, ¿de que no me haga ilusiones, pensando que te enamorarás perdidamente de mí?

–Lo último que querría es hacerte daño –le dijo Logan–. Los dos amamos este lugar, pero eso no implica que vayamos a acabar enamorándonos.

Layla esbozó una sonrisa forzada, pero sintió una punzada en el pecho al oírle decir eso. Pues claro que jamás se enamoraría de ella… ¿Por qué iba a enamorarse de ella? Sin embargo, que desechase incluso aquella posibilidad de un plumazo, había sido como una bofetada a su ego femenino.

–Me ha quedado claro, no te preocupes.

Logan asintió levemente.

–Vamos, te acompaño abajo –le dijo–. Deja, ya te la llevo yo –dijo inclinándose al mismo tiempo que ella para recoger la cesta.

Las manos de ambos se rozaron al intentar asir el mango, y Layla sintió que un cosquilleo eléctrico le subía por el brazo. Al apartar la mano se incorporó tan deprisa que perdió el equilibrio, y se habría caído si no hubiera sido por los rápidos reflejos de Logan, que la agarró del brazo para sujetarla. Cuando sus dedos se cerraron en torno a su muñeca, una nueva ola de calor la invadió.

Sus ojos se encontraron. Estaban tan cerca que Layla podía oler su aftershave, una mezcla de lima, pino y cuero. Y sus labios… El corazón le dio un brinco en el pecho, el estómago le dio un vuelco. No debería haber mirado sus labios, pero es que era como si una fuerza magnética atrajera su mirada. Se preguntaba cómo sería sentir esos labios contra los suyos. Le gustaría tanto que la besara…

–¿Estás bien? –le preguntó Logan, casi en un susurro, con esa voz aterciopelada.

Layla esbozó una sonrisa temblorosa.

–Estoy bien, gracias –murmuró, apartándose de él–. Iré a preparar tu habitación –le dijo, imprimiendo brío a su voz–. Porque imagino que te quedarás una o dos noches, ¿no?

–Depende.

–¿De qué?

–De la decisión que tomes –contestó él, sosteniéndole la mirada.

–¿Y si mi respuesta fuera no?

Logan apretó la mandíbula y un brillo amargo relumbró en sus ojos.

–Pues me temo que tu tía y tú no podréis seguir viviendo aquí; no si Bellbrae acaba en manos de Robbie.

 

 

Cuando Layla se hubo marchado, Logan exhaló un suspiro. Lo último que se habría esperado de su abuelo era que le impusiese como condición encontrar una esposa para heredar Bellbrae. Una esposa… cuando había decidido siete años atrás, después del suicidio de su prometida, que jamás se casaría…

Fue de nuevo hasta la ventana, y se quedó allí de pie, pensativo. El corazón se le encogía de solo pensar que pudiera perder el lugar que había sido el hogar de su familia durante generaciones y generaciones. Algunos de los árboles que había en la propiedad los había plantado su tatarabuelo. Los jardines actuales los había diseñado su padre poco antes de que el cáncer de páncreas se lo llevara, cuando él tenía dieciocho años. De hecho, él había aprendido de su padre todo lo que sabía y había hecho de esa pasión su carrera.

El caso era que no tenía elección; si no quería que su irresponsable hermano se quedase con Bellbrae, tenía que casarse. ¿Y con quién mejor que con Layla Campbell, que había crecido allí, igual que él?

Mentiría si dijera que no se había fijado en lo bonita que era. No era una belleza clásica, pero su largo cabello castaño, su blanca piel y sus ojos verdes grisáceos le daban un aire etéreo y la hacían tremendamente cautivadora.

Además, si su hermano vendiese la propiedad, se perdería el legado de su abuelo y de su padre. Durante todos esos años Logan había pasado horas y horas sentado en el estudio de su padre, leyendo los mismos libros que él había leído y había escrito con la pluma que solía utilizar para poder sentirse un poco más cerca de él. Había sido su manera de aferrarse a su recuerdo.

La relación con su abuelo no había sido tan estrecha como debería haber sido, pero el haber perdido a su padre en la adolescencia había hecho que detestara su forma anticuada de educar. No se había dado cuenta de que él no necesitaba que hiciera de padre suplente, que jamás podría sustituir a su padre. Lo había irritado tremendamente que su abuelo hubiera intentado controlar cada decisión que tomaba, cada cosa que hacía, e incluso con quién se relacionaba. Esa actitud asfixiante solo lo había hecho añorar aún más a su padre.

Robbie lo había llevado aún peor, y él se había culpado de que su hermano pequeño se hubiera convertido en un rebelde. Había sido demasiado indulgente con él, y aunque lo había hecho en un intento por el autoritarismo de su abuelo, había sido un error. Claro que quizá siempre hubiese sido demasiado indulgente con su hermano. Desde que su madre los había dejado había intentado llenar ese vacío, pero estaba claro que había fracasado.

Hacía poco había descubierto la magnitud del problema que Robbie tenía con el juego, un problema que le había llevado a acumular una deuda astronómica. Y en cuanto a Bellbrae, no, Robbie no estaba tan unido como él a aquel lugar, y sí, estaba convencido de que vendería al mejor postor el que había sido el hogar de su familia durante siglos.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

TIENES quenegarte –le dijo a Layla su mejor amiga, Isla, por teléfono esa tarde–. O acabarás con el corazón roto.

–Pero es que también me rompería el corazón que el hermano de Logan vendiera Bellbrae –replicó ella–. Es el único hogar de verdad que he conocido. Llevo catorce años aquí; es parte de mí. No podría soportar que pase a otras manos. Pertenece a Logan; no estuvo bien que su abuelo pusiera esa condición en su testamento.

–¿Tienes idea de por qué lo hizo?

Layla suspiró, dejando caer los hombros.

–Logan había dejado muy claro que no tenía intención de volver a comprometerse. Perder a Susannah fue un golpe durísimo para él. Oí varias veces a su abuelo insistirle en que tenía que rehacer su vida, pero a Logan no le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Y una vez ha tomado una decisión, no hay vuelta atrás.

–Ya. ¿Y ahora ha decidido que tienes que casarte con él porque le conviene? –le espetó Isla con sarcasmo.

–Bueno, en cierto modo fui yo quien le dio la idea, pero los dos amamos este lugar y sabemos lo impulsivo que Robbie puede llegar a ser. Él no está tan unido a Bellbrae como nosotros. Le parece un sitio aburrido, frío y demasiado aislado. Por eso tenemos que evitar que caiga en sus manos, aunque tengamos que renunciar a un año de nuestras vidas con ese falso matrimonio.

–¿Y seguro que solo será un matrimonio sobre el papel? –inquirió Isla–. Porque Logan tiene sangre en las venas y tú eres joven y guapa. ¿No te parece que vivir bajo el mismo techo podría complicar las cosas?

Layla dejó escapar una risa forzada.

–Eso de que soy guapa es mucho decir. Además, no me imagino a Logan sintiéndose atraído por mí. No soy precisamente su tipo. De hecho, dudo que sea el tipo de nadie.

–Eres demasiado dura contigo –replicó Isla–. No deberías dejar que las secuelas del accidente te hagan sentirte menos atractiva. Y sí, a veces puede pasar que un par de amigos acaben siendo algo más. No ocurre solo en las novelas románticas.

–No sabría muy bien cómo describir mi relación con Logan –respondió Layla–, pero me parece que «amistad» le va un poco grande. Somos educados el uno con el otro y guardamos las distancias, y a veces creo que ni siquiera me ve cuando pasa a mi lado, igual que si fuera un mueble.

–Sea como sea espero que no acabe haciéndote daño –le reiteró Isla–. Me gustaría que fueras tan feliz como lo soy yo. Aún no puedo creerme lo maravilloso que es estar casada con Rafe, sabiendo que me quiere más que a nada en el mundo. Estamos tan ilusionados con lo del bebé. Estamos deseando que nazca.

–Yo también me alegro mucho por vosotros.

A Layla se le hacía difícil no sentir celos de la felicidad de su amiga. A pesar de que su relación con Rafe había tenido un comienzo difícil, el final no habría podido ser más feliz y ahora iban a tener un bebé. ¿Podría llegar ella a experimentar alguna vez esa felicidad?

 

 

Logan estaba paseando por los jardines que rodeaban el flanco sur del castillo. Las hojas que habían perdido los viejos árboles crujían bajo sus pies. Los vivos tonos de rojo, bronce y amarillo en sus copas eran como salpicaduras de pintura en el paisaje. Para él, cada estación albergaba una magia especial en aquel lugar. Pero a menos que Layla accediera a casarse con él, tendría que decirle adiós a Bellbrae para siempre.

Se detuvo para esperar a Flossie, la vieja perra de raza border collie de su abuelo. Estaba olisqueando entre las raíces de un anciano roble que sobresalían de la tierra como tendones.

–¡Vamos, Floss! –la llamó, dándose unas palmadas en el muslo.

La perra fue hacia él bamboleándose, con la lengua fuera y moviendo la cola. Logan se agachó para rascarle entre las orejas, y se le hizo un nudo en el estómago al pensar qué sería de ella si Bellbrae acabara en manos de Robbie. La vieja perra no podría soportar que se la llevasen a vivir a otro sitio, y Robbie no querría quedarse con ella.

Cuando se incorporó de nuevo vio la esbelta figura de Layla a lo lejos, entre los árboles. En ese momento, como si hubiese sentido su presencia, giró la cabeza, y al verlo se arrebujó en su abrigo y echó a andar hacia él.

–Estaba buscando a Flossie –dijo, echándose el pelo hacia atrás por encima del hombro–. Me preocupaba que hubiera salido sola y se pudiera perder.

Logan echó a andar también hacia ella para que Layla no tuviera que sortear las traicioneras raíces de los árboles que sobresalían del suelo.

–La he sacado para que se aireara un poco; perdona por haberte preocupado –le respondió, deteniéndose cuando se encontraron a medio camino. Se giró un momento para mirar a Flossie, que se acercaba renqueando–. La pobre está ya muy torpe, ¿verdad?

Cuando Layla se acuclilló para acariciar al animal, su cabellera se desparramó hacia delante, y Logan se sintió tentado de alargar la mano para tocar su pelo y averiguar si era tan sedoso como parecía. No, tenía que contenerse, se dijo apretando los puños. Si Layla aceptaba casarse con él, sería un matrimonio únicamente sobre el papel.

–Sí, dio un bajón tremendo después de que tu abuelo falleciese –respondió ella–. Lo echa de menos, ¿verdad que sí, bonita? –le susurró con cariño al animal, acariciándolo de nuevo. Se incorporó y, mirando a Logan a los ojos, añadió–: Todos lo echamos de menos.

Por un momento Logan se preguntó si su abuelo no habría planeado aquello desde el principio: un matrimonio entre Layla y él. Había pasado mucho tiempo con ella durante sus últimos meses de vida. Y le había hecho ese préstamo que ella había mencionado. De hecho, había sido Layla quien había sugerido lo del matrimonio de conveniencia cuando habían hablado en los aposentos de su abuelo. ¿Habría sido algo deliberado, o algo que se le había ocurrido de manera espontánea por su amor a Bellbrae?

¿Cómo podía estar dudando así de ella? Layla era parte de la familia, o casi. No podía imaginarse Bellbrae sin ella. Y había sido él quien había sugerido que ella podría ayudarlo a evitar que perdiese su herencia casándose con él.

–¿Hablaste alguna vez con mi abuelo sobre las condiciones que me impuso en su testamento?

Ella abrió mucho los ojos, como ofendida, y levantó la barbilla.

–¿Qué estás sugiriendo, que fue cosa mía que incluyera esas condiciones?

Logan encogió un hombro con fingida indiferencia.

–Ese matrimonio de conveniencia sería muy beneficioso para ti; te ayudaría a ascender en la escala social.

Layla dejó escapar una risa despectiva.

–Pues para que te enteres: no pienso casarme contigo. Iría contra mis principios casarme con alguien tan rematadamente esnob como tú.

Se giró y echó a andar deprisa para volver al castillo, pero Logan le dio alcance en un par de zancadas y la agarró por la muñeca.

–¡No, espera! –le suplicó.

De pronto se fijó en lo pequeña que era su muñeca, tan pequeña que sus dedos se solapaban, y en el aroma a flores y cítricos de su pelo. Sus ojos echaban chispas y tenía los labios apretados.

–Perdóname –se disculpó soltándola–, eso ha sido muy grosero por mi parte.

–Pues sí, me has insultado. Lo último que quiero es que pierdas Bellbrae, pero me niego a casarme con alguien que desconfía de mí de esa manera.

–Solo puedo pedirte perdón de nuevo; lo que he dicho ha sido una estupidez –le reiteró Logan, y escrutó su rostro, confiando en que su expresión se suavizara.

Layla pareció ablandarse un poco, aunque solo un poco.

–Disculpa aceptada –le dijo a regañadientes. Carraspeó y añadió–. Pero hay otra cosa que me resulta molesta: estás dando por hecho que no tengo pareja.

Logan sintió como si un puño invisible lo golpeara en el pecho, y por un momento se quedó sin aliento. La verdad era que no sabía demasiado de su vida personal.

–¿Tienes pareja? –le preguntó, aunque no estaba seguro de querer oír la respuesta.

Ella bajó la vista y sus mejillas se tiñeron de rubor.

–Ahora mismo no.

Se hizo un incómodo silencio, roto solo por el ruido de las hojas que alfombraban el suelo, empujadas por una fría brisa que se levantó de repente. Layla miró a la vieja perra, que se había echado a los pies de Logan.

–¿Qué pasará con Flossie si Robbie hereda Bellbrae? –le preguntó a Logan con inquietud–. ¿Te la llevarías a vivir contigo?

–Está demasiado mayor para adaptarse a otro sitio, y además yo paso mucho tiempo fuera, de viaje –le contestó el con un suspiro–. Probablemente hará que la sacrifiquen.

Layla tragó saliva y alzó la vista hacia él, espantada.

–No podemos dejar que eso pase. Puede que esté mayor y casi ciega, pero aún disfruta de la vida y tu abuelo se revolvería en su tumba si…

–Si de verdad le preocupaba Flossie, ¿por qué puso esas condiciones en su testamento? –la cortó Logan, sin poder reprimir su frustración.

Layla se mordió el labio.

–Y si me casara contigo, ¿qué le diríamos a la gente? Quiero decir… ¿haríamos como que es un matrimonio de verdad o…?

Logan se rascó la mandíbula, pensativo, antes de dejar caer la mano.

–Preferiría que pensaran que es una unión por amor. No sé quién se lo creería, pero… –dijo encogiéndose de hombros.

Layla levantó la barbilla, desafiante, y le lanzó una mirada furibunda.

–Vaya, gracias –contestó con aspereza.

¿Podría haber sido más insensible?, se reprendió Logan.

–Perdona, no quería decir eso. Lo decía por mí.

Ella frunció el ceño.

–¿Por lo que sentías por Susannah? –preguntó, y se quedó callada un momento antes de añadir–: ¿Por lo que aún sientes por ella?

Logan nunca había hablado con nadie de su complicada relación con Susannah. Detestaba pensar siquiera en lo mal que había gestionado todo aquello. Prefería dejar que la gente creyera que seguía llorando la pérdida de su prometida, pero la verdad era que sentía más culpa que dolor por su muerte. Una culpa que lo devoraba por dentro, como si una fiera estuviera desgarrándole las entrañas con sus afilados dientes y sus garras. Había cometido tantos errores…, errores imperdonables que habían acabado en tragedia.

–Todo el mundo sabe que después de la muerte de Susannah no me quedaron ganas de tener otra relación –dijo–. Supongo que mi abuelo decidió tomar cartas en el asunto con su testamento para obligarme a afrontar mis responsabilidades como primer heredero de los McLaughlin.

Layla frunció el ceño de nuevo.

–¿Y quién será tu heredero? ¿O le dejarás Bellbrae a algún sobrino si Robbie tiene hijos?

Logan, que no había pensado en eso, esbozó una media sonrisa.

–Imagino que no querrías ayudarme con eso, ¿no?

A Layla le ardían las mejillas. Apretó los labios y contestó en un tono puritano:

–Por supuesto que no.

–Solo bromeaba –dijo él.

No era algo con lo que bromear, pero se negaba a considerar siquiera la posibilidad de tener hijos. Bastante mal lo había hecho ya con el daño que le había infligido a su hermano.

Aunque Layla había apartado la vista, la vio morderse de nuevo el labio y murmuró:

–Tengo que volver; tía Elsie me pidió que le echara una mano con algo.

–Necesito que me des una respuesta –le insistió Logan–. Esta noche a ser posible; hay que hacer bastante papeleo legal antes de…

–Te la daré esta noche, en la cena.

Logan asintió con la cabeza.

–Está bien, pues quedamos en eso.

 

 

Una media hora después Layla estaba sentada en las cocinas de Bellbrae con su tía abuela, que había preparado té y magdalenas.

–No parece que tengas mucho apetito –dijo tía Elsie, empujando la fuente de las magdalenas hacia ella–. ¿Te preocupa algo?

Layla tomó una magdalena y le quitó el papel.

–No sé muy bien cómo decirte esto… –comenzó.

Su tía abuela, que iba a tomar un sorbo de té, se detuvo y la miró con interés.

–¿Has conocido a alguien?

–No, es algo un poco más complicado –Layla inspiró profundamente y añadió–: Logan me ha pedido que me case con él.

La taza de la anciana repiqueteó ligeramente cuando la dejó en el platillo.

–¿Y qué le has respondido?

Layla no sabía muy bien cómo interpretar la expresión en el rostro de su tía abuela.

–¿No te sorprende que me lo haya pedido?

Tía Elsie alcanzó la tetera para rellenar las tazas de ambas y volvió a dejarla sobre el mantel antes de responder.

–En absoluto. Te conoce desde que eras una mocosa. Te ha visto crecer y convertirte en una joven atractiva. Serás una buena esposa para él, una esposa centrada y leal en la que podrá confiar –dijo. Miró a Layla por encima de la montura de sus gafas–. Porque le habrás dicho que sí, ¿no?

Layla se mordió el labio.

–Aún no he decidido qué respuesta le voy a dar.

Tía Elsie le echó un chorrito más de leche a su té.

–Sería una locura que lo rechazaras; es un buen hombre. Un poco callado, tal vez, pero no creo que quieras a un marido que hable mucho y no te escuche. Además, cuidará bien de ti.

Layla arrancó un pedazo a la magdalena con los dedos.

–Solo quiere que me case con él para no perder Bellbrae. Si no se casa antes de tres meses, será Robbie quien heredará la propiedad –le explicó. Se metió el trozo de magdalena en la boca, y masticó y tragó mientras observaba a su tía abuela para ver cómo reaccionaba.

Tía Elsie removió el té con su cucharilla antes de alzar de nuevo la vista hacia ella.

–Ya sabía lo del testamento de Angus; me lo contó antes de morir.

Layla frunció el ceño.

–¿Y no intentaste convencerle para que lo cambiara?

La anciana suspiró y se llevó la taza a los labios.

–A ese hombre no había quien lo hiciera cambiar de opinión. A Angus lo frustraba enormemente que Logan fuera incapaz de rehacer su vida después de perder a Susannah. De vez en cuando tenía alguna que otra cita, sí, pero su abuelo quería que sentara la cabeza y se hiciera cargo de Bellbrae. Así que si el único modo que ve Logan de no perder Bellbrae es que os caséis, ¿por qué no? Amas este lugar y también lo quieres a él.

–¡Tía Elsie! –exclamó Layla con una risa ahogada–. ¡Siento cariño por él pero no de esa clase!

La anciana enarcó las cejas.

–¿Estás segura?

En su adolescencia, Layla lo había tenido un tanto idealizado, no podía negarlo –cualquier chica de su edad habría estado coladita por él–, pero de eso a decir que ahora, de adulta, estaba enamorada de él…

Y, sin embargo, la atracción que sentía por él seguía ahí, como los rescoldos de un fuego que aguardaban a que alguien los avivara con un soplillo. Layla bajó la vista las migajas de magdalena que quedaban en su plato y exhaló un pesado suspiro.

–En realidad da igual lo que sienta o no por él, porque no sería un matrimonio de verdad –dijo, alzando la vista–. Sería únicamente un matrimonio sobre el papel, temporal.

Los ojillos de tía Elsie brillaron traviesos.

–Ya, ya, seguro…

Layla puso los ojos en blanco y se levantó para llevar las cosas al fregadero. Su tía abuela no podía ser más ilusa. En las revistas había visto fotos de Logan en diferentes eventos sociales con distintas acompañantes, todas guapísimas. Y había conocido a su prometida, Susannah, que también había sido una belleza. ¿Cómo podría ella competir con esas mujeres?

Capítulo 3

 

 

 

 

 

ESA TARDE Layla dio de comer a Flossie y la llevó a dar un paseo. Cuando regresaron, el animal empezó a roncar tan pronto como se echó en su cesta de mimbre, frente a la chimenea del estudio.

La entristecía ver su declive. Angus la había llevado a Bellbrae cuando solo era un cachorrito juguetón, al poco de que ella se fuera a vivir allí con su tía. Sospechaba que había comprado a la perrita para ayudarla a adaptarse mejor, y una vez, en una conversación con Angus, había deslizado esa suposición, pero él se había apresurado a negarlo con ese tono brusco que lo caracterizaba.

Layla había pasado muchos ratos felices jugando con Flossie, cepillando su sedoso pelo y dando paseos con ella por la propiedad. Al llegar el castillo le había parecido enorme y aterrador, pero con la compañía del alegre cachorrito había acabado convirtiéndose en un verdadero hogar. Un hogar que no podía imaginar que pudiera llegar a perder. Sus recuerdos más felices, los únicos recuerdos felices que tenía, estaban unidos a aquel lugar.

Estaba terminando de preparar la cena cuando Logan entró en la cocina. Le lanzó una breve mirada por encima del hombro y siguió removiendo el estofado que tenía en el fuego.

–La cena estará lista enseguida.

–¿Y tu tía? –le preguntó Logan.

Layla se volvió.

–Le he dicho que se tomara la noche libre –le explicó. Se quedó callada un momento antes de añadir–. Sabía lo del testamento. Tu abuelo se lo contó.

Logan frunció el ceño.

–¡Vaya, qué considerado! –murmuró él con sarcasmo–. Se lo contó a alguien del servicio, pero no a mí.

Layla apretó los labios.

–Tía Elsie es algo más que una simple ama de llaves –le espetó irritada mientras deshacía el nudo del delantal–. Ha estado al lado de tu familia en los momentos buenos y malos durante treinta años –le recordó, arrojando el delantal sobre una silla–: cuando tu madre os abandonó, cuando tu padre murió, y la primera vez que Robbie se descarrió. Y también cuando tu abuela murió y tú estabas en la universidad. Ha trabajado como una mula todos estos años; no te atrevas a referirte a ella como «alguien del servicio» –lo increpó. Su pecho subía y bajaba, como si hubiese subido corriendo una de las torres del castillo.

Logan cerró los ojos un momento y suspiró.

–Parece que últimamente cada vez que abro la boca meto la pata –murmuró torciendo el gesto, disgustado consigo mismo–. No pretendía ofender a tu tía, pero es que me fastidia que mi abuelo me tuviera preparada esta jugarreta. Odio las sorpresas, y esto era lo último que me esperaba de él.

Desde luego había sorpresas… y sorpresas, y Layla sabía que por desgracia la vida de Logan había estado jalonada de malos tragos y tragedias, como que su madre los abandonara a su hermano y a él cuando solo eran niños, para irse a vivir al extranjero con su amante, como la repentina muerte de su padre por cáncer de páncreas, o el suicidio de su prometida.

–Espero que no te importe que le haya contado a tía Elsie que me has pedido que me case contigo.

Logan se quedó mirándola.

–Claro que no. ¿Y qué te ha dicho?

–Que sería una locura que no aceptara.

–¿Y vas a aceptar?

–Para que te quede claro: no quiero casarme contigo –puntualizó ella, levantando la barbilla–, pero tampoco quiero que pierdas Bellbrae, así que sí, voy a aceptar tu propuesta. Considéralo como una obra de caridad.

Si se había sentido aliviado al oír su respuesta, desde luego Logan no se lo dejó entrever. Por la mirada inexpresiva que le dirigió, bien podrían haber estado hablando del tiempo.

–Agradezco tu sinceridad. Ninguno de los dos queremos esto, pero sí, los dos queremos salvar Bellbrae.

Layla mantuvo la barbilla bien alta y le sostuvo la mirada.

–Tía Elsie también me dijo que duda que siga siendo un matrimonio solo sobre el papel por mucho tiempo.

Él esbozó una media sonrisa que hizo que a Layla el estómago le diese un vuelco. Hacía años que no lo veía sonreír.

Logan se acercó a ella.

–¿Y por qué piensa eso? –inquirió con voz ronca.

Layla apartó la vista. Las mejillas le ardían.

–¿Quién sabe? –contestó encogiendo un hombro–. A lo mejor cree que el deseo se apoderará de ti y no podrás resistirte a mis encantos.

Se hizo un silencio tenso, un silencio cargado de una energía inusual que parecía vibrar en cada partícula de oxígeno. Una energía que hizo que un cosquilleo recorriera a Layla. Le lanzó una mirada furtiva a Logan y lo encontró mirándola pensativo.

Logan pareció salir entonces de su ensimismamiento y se pasó una mano por el pelo.

–Pensaba que me conocías lo suficiente como para saber que soy un hombre de palabra. Si te digo que no consumaremos nuestro matrimonio, puedes contar con ello.

¿Por qué?, ¿tan poco deseable le parecía? ¿Le resultaba tan repulsiva como al primer y único novio que había tenido a los dieciséis años? ¿Tan distinta la veía de las supermodelos con las que tenía romances pasajeros?

–Ahora mismo no sé si debería sentirme reconfortada o insultada –respondió.

Las palabras habían escapado de sus labios antes de que su cerebro pudiera reprimir a su orgullo herido.

Logan bajó la vista a sus labios, y cuando sus ojos se encontraron de nuevo el corazón de Layla palpitó nervioso. Le costó un horror no mirar ella también su boca, pero no pudo evitar preguntarse si sus besos serían tiernos o ardientes. Peor aún: de pronto su mente conjuró imágenes de ambos haciendo el amor, en una amalgama de brazos y piernas, besándose con pasión. Una pasión que solo podía imaginar, puesto que era algo que no había experimentado.

–Tener una relación normal solo complicaría las cosas –murmuró él con esa misma voz rasgada–. No sería justo para ti.

Layla le dio la espalda y sus ojos se posaron en el estofado, que seguía hirviendo a fuego lento. Ella también estaba hirviendo por dentro, estaba derritiéndose por unas sensaciones y un ansia que no sabía cómo controlar. ¿Podría ser que la proposición de Logan las hubiera desatado?, ¿que de pronto fuera consciente de unas necesidades físicas que hasta entonces había ignorado y negado?

Tomó la cuchara de madera y removió un poco el estofado.

–¿Seguirás teniendo ligues de una noche mientras estemos casados?

–No. Eso tampoco sería justo por mi parte. Y espero que tú tampoco lo hagas.

Layla dejó la cuchara a un lado y tapó la cazuela malhumorada.

–Por eso no tienes que preocuparte; nunca he tenido un ligue de una noche.

¿Por qué diablos le había dicho eso? Se hizo otro silencio incómodo. Logan se acercó a ella, y Layla sintió que todo su cuerpo se ponía en alerta teniéndolo tan cerca.

–Pero sí has estado con otros hombres, ¿no?

Layla, que notó como se le subían los colores a la cara, rogó por que Logan se lo achacara al calor de la cazuela.

–No tantos como puedas estar pensando –mintió ella. De ningún modo iba a reconocer ante él que a sus veintiséis años aún era virgen. Apagó el fuego y fue por un par de platos–. No he sacado nada para beber. ¿Quieres ir por una botella? Como estamos los dos solos, cenaremos en el comedor pequeño.

–Claro; traeré algo de la bodega.

«Los dos solos»… Sonaba muy íntimo, pero no era cierto. Si no fuera por las condiciones que su abuelo le había impuesto en el testamento, no le habría pedido que se casara con él. Tenía que recordarlo; aquello era solo un acuerdo de «negocios», nada personal, nada que fuese a durar. Nada.

 

 

Logan se demoró más de lo necesario escogiendo un vino de la bodega. Se estaba acordando de la botella de champán añejo que había escogido para celebrar su compromiso con Susannah y lo ilusionado que se había sentido. Sin embargo, había sido un espejismo. Había creído que amaba a Susannah, y que ella lo amaba a él. Entonces él tenía la edad de Layla, veintiséis años. Susannah dos menos, además de un montón de problemas que él había ignorado hasta que había sido demasiado tarde.

Perder a su padre tras una batalla arrolladoramente breve contra el cáncer era lo que lo había empujado a sentar la cabeza. Echando la vista atrás, ahora se daba cuenta de que no había estado preparado para dar aquel paso, y de cuántas señales se le habían pasado por alto con respecto a Susannah.

Nunca habría podido imaginar que Susannah se quitaría la vida apenas un año después, pero… ¿cómo podía haber estado tan ciego, no haber sabido nada de los demonios a los que se enfrentaba a diario?

¿Qué decía eso de él? Que no estaba preparado para tener una relación. O al menos, no esa clase de relación. Prometer a alguien amor incondicional, comprometerse a largo plazo eran cosas que se veía incapaz de hacer; que jamás podría hacer.

Finalmente se decidió por una botella de champán de la nevera que había junto al botellero. Aunque su matrimonio con Layla no fuera a ser un matrimonio en el sentido estricto de la palabra, sí deberían celebrar su esfuerzo conjunto para salvar Bellbrae.

 

 

Layla prefirió llevar los platos al comedor en el carrito de servicio en vez de arriesgarse a llevarlos en las manos. Por los injertos musculares que habían tenido que hacerle en la pierna después del accidente, al final del día solía notarla más débil y dolorida, y lo último que quería era volver a perder el equilibrio y necesitar de nuevo la ayuda de Logan. Bastante nerviosa estaba ya ante la idea de cenar a solas con él…

A su llegada a Bellbrae, años atrás, su tía Elsie, que estaba chapada a la antigua, siempre la había hecho comer y cenar en la cocina con ella, pero desde la muerte de la abuela de Logan las reglas se habían relajado porque a su abuelo no le gustaba almorzar y cenar solo. Sin embargo, nunca había cenado a solas con Logan.

De todas las estancias del castillo, el comedor pequeño era una de las favoritas de Layla. Las ventanas se asomaban al lago que había en la propiedad con las montañas como telón de fondo. Las cortinas estaban descorridas, y se veía el reflejo plateado de la luna en las oscuras aguas.

En ese momento Logan regresó de la bodega. Llevaba en la mano una botella de champán, y un par de copas altas en la otra.

–Creo recordar que te gustaba el champán, pero si prefieres vino…

–No, me encanta el champán –replicó ella–. ¿Pero no sería una pena desperdiciarlo en una cena de diario?

Logan dejó las copas en la mesa y se puso a quitarle el precinto de aluminio y el alambre al corcho.

–No es una cena de diario; vamos a celebrar que vamos a salvar Bellbrae –le dijo, antes de proceder a descorchar la botella y servir el champán. Luego, le tendió una de las copas y levantó la suya para hacer un brindis–: Por Bellbrae.

Los dos bebieron y Logan dejó su copa en la mesa para buscar algo en el bolsillo del pantalón.

–Tengo algo para ti –le dijo.

Sacó una cajita de terciopelo verde y se la tendió. Layla sabía qué había dentro. Había ayudado a su tía Elsie a guardar las cosas de la abuela de Logan, Margaret McLaughlin, cuando había muerto por las complicaciones derivadas de una intervención quirúrgica. Las hermosas joyas de la anciana habían fascinado a Layla de tal modo que en su adolescencia se había colado en la habitación más de una vez para admirarlas. Conocía la combinación de la caja fuerte donde se guardaban, y había llegado incluso a probarse algunas de las joyas y a mirarse en el espejo, fingiendo que era una princesa a punto de casarse con el príncipe azul de sus sueños.

Layla dejó su copa en la mesa, abrió la tapa de la caja y se quedó mirando el hermoso anillo de estilo art déco con docenas de pequeños diamantes. Alzó la vista hacia Logan.

–¿Seguro que quieres que lo lleve…? Era de tu abuela y… Bueno, como no va a ser un matrimonio de verdad…

–Mi abuela habría querido que lo tuvieras. Sentía un gran afecto por ti. Pruébatelo, a ver si te queda bien. Si no puedo hacer que lo ajusten.

Layla ya sabía que le quedaba bien, pero no se atrevió a revelar su secreto inconfesable. Sacó el anillo de la caja, algo decepcionada de que no fuera a ser Logan quien se lo pusiera en el dedo, como habría hecho un hombre enamorado con su prometida.

Pero entonces, como si le hubiera leído el pensamiento, Logan extendió la mano para que le diera el anillo.

–Deja que lo haga yo; me parece que es a mí a quien le corresponde hacerlo –le dijo en un tono extraño, como movido por una emoción que ella no sabría definir.

Layla le dio el anillo y contuvo el aliento cuando Logan tomó su mano. El solo contacto hizo que un cosquilleo eléctrico recorriera su piel. Logan sonrió cuando el anillo se deslizó sobre sus nudillos sin problemas.

–Es como si lo hubieran hecho a medida para ti.

Su sonrisa la tenía tan cautivada que Layla ni bajó la vista al anillo. Hacía años que no lo veía sonreír de verdad. Cuando sonreía parecía más joven, menos estresado, más accesible. Aún estaba sosteniéndole la mano, con tanta delicadeza como si estuviera sosteniendo un gatito.

De pronto fue como si un cuchillo invisible hubiera rasgado el velo del tiempo. Se produjo una quietud, un silencio tenso, como si fuera a ocurrir algo. Layla no podía despegar la mirada de los labios de Logan, no podía dejar de pensar en cómo sería sentir su boca contra la suya, y se encontró humedeciéndose los labios con la lengua.

–No… no sé qué decir… –murmuró.

–Pues no digas nada –contestó él, con los ojos fijos en los de ella, mientras le pasaba la mano libre por la nuca.

Layla se olvidó hasta de respirar. Observó embelesada como Logan inclinaba la cabeza lentamente, y aspiró el olor mentolado de su cálido aliento. Era como si llevara toda su vida esperando aquel momento, como si hasta entonces no se hubiera sentido viva de verdad.

«Bésame. Bésame. Bésame…», repitió para sus adentros como una letanía, al son de los fuertes latidos de su corazón. Pero de repente Logan se apartó de ella y dio un paso atrás, pasándose las manos por las perneras del pantalón, como si se hubiera contaminado al tocarla.

–Perdóname; no pretendía… –dijo en un tono abrupto.

El chasco que Layla se había llevado era tal que no podía articular palabra. No se atrevía ni a mirarlo a la cara por temor a ver una expresión de repugnancia en sus facciones. El eco de las crueles burlas del novio que había tenido en su adolescencia resonó en su mente: «Eres fea, eres una tullida. ¿Quién iba a desear a alguien como tú?».

Bajó la vista a su mano izquierda, donde brillaba el anillo de diamantes, y el estómago le dio un vuelco. Aquel anillo tan hermoso no era para una chica como ella, a la que los hombres no querían ni besar.

–No pasa nada –dijo finalmente, obligándose a mirarlo a los ojos–. Lo entiendo.

Logan inspiró y se pasó una mano por el pelo con tal brusquedad que se le quedaron los surcos de los dedos.

–No, me parece que no lo entiendes.

Layla le dio la espalda para pasar los platos del carrito a la mesa.

–Pues claro que lo entiendo –replicó, volviéndose hacia él–. Esto no se parece en nada a cuando te comprometiste con Susannah. A ella la amabas –exhaló un suspiro–, y aún la amas. Por eso te sientes tan incómodo con esta situación, porque te parece que es como si estuvieras traicionando su recuerdo.

Logan apretó la mandíbula.

–No quiero hablar sobre Susannah. Ni contigo ni con nadie –le dijo.

Sus ojos eran como ventanas cerradas con las cortinas echadas y las persianas bajadas.

Layla se sentó a la mesa y se puso la servilleta en el regazo.

–Sé que aún no lo has superado –murmuró–. Siento muchísimo lo que pasó. Fue tan triste… sobre todo porque vino a sumarse a tantas otras pérdidas como habías sufrido ya, pero creo que tu abuelo hacía lo correcto al animarte para que rehicieras tu vida.

–Ah, o sea que te parece bien lo que hizo con el testamento, ¿no? –le espetó él en un tono corrosivo como el ácido.

Layla apretó los labios, luchando por controlar sus cambiantes emociones. De pronto se sentía furiosa con él y al instante siguiente la entristecía que no fuera capaz de dejar atrás el pasado.

–Por favor, siéntate y cenemos. Me está entrando dolor de cuello de tener que levantar la cabeza para mirarte.

Logan claudicó, y cuando se sentó sus rodillas chocaron contra las de ella bajo la mesa. Layla se echó un poco hacia atrás, intentando ignorar la ola de calor que le había subido por las piernas. ¿Por qué tenía que tener ese efecto en ella?

Empezaron a comer en medio de un silencio tenso, roto solo por el ruido de los cubiertos. En un momento dado sus ojos se posaron en el anillo en su dedo y un pensamiento la asaltó. ¿Por qué, cuando se habían comprometido, Logan no le había dado a Susannah el anillo de su abuela? Recordaba perfectamente el anillo de compromiso que le había regalado: un anillo muy moderno y llamativo.

–Logan…

Él levantó la vista del plato.

–¿Qué?

Su tono áspero no la invitaba demasiado a continuar, ni tampoco el ceño fruncido, pero Layla jugueteó con el anillo y le preguntó de todos modos.

–¿Por qué no le diste a Susannah este anillo cuando le pediste que se casara contigo?

Una sombra cruzó fugazmente por los ojos de Logan.

–No le gustaban las joyas antiguas –dijo. Dejó los cubiertos en el plato y movió su copa apenas un milímetro–. No me lo tomé a mal; le compré encantado el anillo que quería –volvió a tomar sus cubiertos y ensartó con saña un trozo de nabo con el tenedor.

Layla se quedó callada un momento.

–¿Cómo lo lleva su familia? –le preguntó–. ¿Sigues en contacto con ellos?

Las facciones de Logan se ensombrecieron.

–Las primeras semanas los llamaba o pasaba a verlos, pero he dejado de hacerlo. Les recordaba lo ocurrido y solo servía para hacerles sentir mal –dijo con el ceño fruncido. Dejó de nuevo los cubiertos en el plato y apoyó los brazos en la mesa.

Layla le puso la mano en el antebrazo y se lo apretó suavemente.

–No puedo ni imaginarme lo horrible que debió ser para ti llegar a casa y encontrarla…

Logan apartó el brazo y se irguió en su asiento con la espalda tiesa, pero al cabo de un rato su postura se relajó, como si por dentro también hubiera estado tenso y de pronto esa tensión se hubiese disipado ligeramente.

–Cuando alguien se quita la vida es diferente de cualquier otra muerte –dijo desolado, con la mirada perdida–. Te queda una horrible sensación de culpa, te preguntas si habrías podido haber hecho algo para evitarlo. Es insoportable –exhaló un pesado suspiro y añadió–: Me culpo por no haber percibido las señales.

–Entiendo que te sientas así, y a cualquiera en tu lugar le pasaría lo mismo –dijo Layla–, pero no debes culparte. Leí en un artículo que en el dieciséis por ciento de los suicidios no se da ninguna señal. Es una decisión que la persona toma en el momento a raíz de algún tipo de angustia que no da señales.

Logan apuró su copa en un par de tragos y la plantó en la mesa con un golpe seco.

–Sí hubo señales, pero no les presté atención –murmuró. Se quedó callado un momento y añadió con voz entrecortada–: Tenía un trastorno alimentario: bulimia. No sé cómo no me di cuenta –torció el gesto y su tono se tornó atormentado, como si se odiara a sí mismo por lo ocurrido–. ¿Cómo pude vivir tantos meses con ella y no darme cuenta de algo así?

Layla puso su mano sobre la de él, y esa vez Logan no la apartó.

–La gente oculta muchas cosas por vergüenza –le dijo–. Tengo entendido que, al contrario que pasa con la anorexia, es difícil reconocer un caso de bulimia porque los efectos físicos no son tan evidentes.

Logan bajó la vista a las manos unidas de ambos, puso la suya sobre la de ella y comenzó a acariciarle distraídamente el dorso con el pulgar. Era una caricia muy leve, pero una vez más volvió a sentir ese cosquilleo eléctrico.

Cuando alzó la vista hacia ella el estómago le dio un vuelco. Interrumpió sus caricias, pero no le soltó la mano. Estaba escrutando su rostro como si estuviese intentando memorizar sus facciones. Al ver que sus ojos descendían a su boca, Layla no pudo reprimir el impulso de pasarse la lengua por los labios.

Logan le apretó la mano un instante y esbozó una leve sonrisa, pero luego le soltó la mano y se echó hacia atrás en su asiento.

–Termina de cenar –le dijo–. Mañana será un día muy ajetreado: tenemos una reunión con el abogado para organizar todo el papeleo para la boda. Podríamos ir en coche, pero he pensado que mejor tomaremos un vuelo de Inverness a Edimburgo.

Su tono formal y el abrupto cambio de tema descolocó a Layla, y dejó sin respuesta algunas preguntas más que habría querido hacerle.

Quería saber más sobre su relación con Susannah. En su adolescencia le había parecido que formaban una pareja idílica y había sentido celos del amor que se profesaban. De hecho, había soñado con que un día alguien la amase de esa manera, pero el descubrir que su relación no había sido tan maravillosa ni tan estrecha como había imaginado le hizo comprender por qué Logan era tan reacio a volver a embarcarse en una relación.

En todo caso, ella sabía por propia experiencia que no por convivir muchos años con alguien podías decir que lo conocieras. Su padre siempre había sido un hombre difícil, iracundo y violento –sobre todo cuando había tomado drogas o estaba borracho–, pero nunca lo hubiera creído capaz de lo que había hecho: estampar contra un árbol el coche que conducía con su mujer y su hija, a las que supuestamente quería, a bordo.

Se mordió el labio y trató de apartar de su mente aquel horrible «accidente» que había acabado con la vida de sus padres y había cambiado su vida para siempre.

–Con eso del papeleo… –murmuró–… te refieres a un acuerdo prematrimonial, ¿no?

–Es algo muy común hoy en día –le respondió él–. Espero que no te ofenda. Además, tienes que proteger tus bienes: tu negocio de limpieza, por ejemplo.

Layla resopló.

–Sí, claro, como si mis bienes pudieran compararse a los tuyos… Tú tienes oficinas en toda Inglaterra y en otros países de Europa. Yo dirijo mi negocio a través del teléfono –le contestó–. Cuando tu abuelo murió dejé la oficina que había alquilado en Edimburgo para venir a ayudar a tía Elsie. Me pareció que sería más fácil gestionar mi pequeño negocio desde aquí hasta que se hubiera aclarado lo de la herencia.

–Siento que esto te haya ocasionado inconvenientes –dijo él mirándola con el ceño fruncido, como preocupado–. No tenía ni idea.

Ella agitó la mano, restándole importancia.

–Me alegré de volver. Flossie echaba de menos a tu abuelo y a tía Elsie le costaba hacerse cargo de todo ella sola.

–Pero tu negocio va bien, ¿no? ¿Estás consiguiendo beneficios?

Layla no estaba dispuesta a admitir delante de él, ni de nadie, cuántas veces su negocio se había encontrado en la cuerda floja. Sin embargo, tenía claro que no podía permitirse fracasar. Si fracasara quedaría patente que no era sino el producto de una infancia caótica: era la hija de un par de adictos, de unos padres que jamás habían tenido ambición alguna.

–Me va bien –fue la vaga respuesta que le dio a Logan.

–¿Cómo de bien? –inquirió él, clavando sus ojos en los de ella.