E-Pack Bianca agosto 2020 - Varias Autoras - E-Book

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Varias Autoras

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Beschreibung

Raptada por un príncipe Maya Blake De seducida por un príncipe… a prisionera en un paraíso. Desierto de tentaciones Michelle Conder Era un acuerdo temporal… ¡Pero la fecha de la boda ya estaba fijada! Todo empezó con un baile Louise Fuller Prefiero mantener cerca a mis amigos, pero a mis enemigos aún más… Deseo ilícito Chantelle Shaw Seducida, vedada… embarazada.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Maya Blake

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Raptada por un príncipe, n.º 2795 - julio 2020

Título original: Kidnapped for His Royal Heir

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-642-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

VIOLET Barringhall recogió la carta a regañadientes, aunque se las arregló para dedicar una sonrisa forzada al mensajero antes de cerrar la puerta.

No necesitaba abrirla para saber quién la había enviado. La ligereza y calidad del papel indicaban que el remitente era una persona importante, y el emblema dorado que decoraba la esquina superior derecha habría hablado por sí mismo aunque ella no hubiera conocido a la familia que lo blandía con la arrogancia de varios siglos de historia. Y el más arrogante de todos ellos era Su Alteza Real el príncipe Zakary Philippe Montegova, autor de la misiva.

Pero no era una invitación.

Era una citación.

Violet lo sabía porque había enviado muchas cartas similares durante los tres meses que llevaba de recadera de Su Alteza Real. Tres meses infernales. Tres meses de órdenes constantes y expectativas imposibles, porque el príncipe esperaba de los demás lo mismo que se exigía a sí mismo, la perfección absoluta.

Como director del House of Montegova Trust, una fundación que se encargaba de cosas tan dispares como la gestión de los negocios internacionales de los Montegova, sus obras de caridad y su trabajo en pro del medio ambiente, Zak había conseguido que el pequeño pero inmensamente rico reino mediterráneo fuera famoso en todas partes.

Además, y con ayuda de la reina y de su hermano, el príncipe Remi Montegova, había llevado a su país a cotas incluso más altas que las alcanzadas por el difunto rey, que llevaba muerto más de una década.

De haber sido otro, quizá se habría contentado con disfrutar de su estatus de multimillonario y de la veneración que despertaba, pero Zak no era capaz de dormirse en los laureles. Trabajaba a destajo y de forma absolutamente vertiginosa, es decir, del mismo modo en que vivía. Y su forma de entender el amor no era diferente.

Sin embargo, Violet no quería pensar en sus muchas amantes. De hecho, habría dado cualquier cosa por dejar de pensar en él, aunque solo hubiera sido por unas horas.

Pero no podía, porque se había comprometido a estar a su entera disposición, como decía una de las cláusulas de su contrato. Y, aunque tuviera reservas sobre su jefe, tampoco podía negar que el trabajo en la fundación neoyorquina mejoraría sustancialmente su currículum de especialista en desarrollo y conservacionismo.

Por eso había aceptado el empleo cuando recibió la oferta. Le había costado mucho, pero no lo podía rechazar. Y no le había costado porque su madre estuviera empeñada en buscarle marido, aunque habría sido motivo suficiente, sino por algo más grave: porque había tenido un escarceo con él.

A pesar de repetirse una y mil veces que el incidente en cuestión era agua pasada, Violet no se lo quitaba de la cabeza. Volvía a ella como una pesadilla recurrente, y su imaginación lo proyectaba en tecnicolor cuando estaba en presencia del príncipe, algo que pasaba todos los días y durante varias horas.

Tres meses. Llevaba tres meses soportando esa situación, y aún faltaban tres más.

La cara de Zak se conjuró en su mente como si fuera la de un espectro. Era un hombre formidable, insufriblemente atractivo y aristocráticamente carismático. Un hombre que la había despreciado con toda la crueldad de su arrogancia.

¿Cómo olvidar lo sucedido seis años antes, en el jardín de su madre? Pero ya no era una jovencita de dieciocho años. Había madurado mucho desde aquella fiesta, por culpa del inesperado infarto de su padre y del descubrimiento de que la lujosa vida que llevaban dependía de una trama oculta de falsedades, humillaciones y un descarado y en última instancia fútil intento de robar a unos para pagar a otros.

La impactante revelación de que el conde y la condesa de Barringhall no eran tan ricos como intentaban hacer creer, de que en realidad estaban arruinados, se convirtió en un secreto a gritos. Y aunque Violet seguía en la universidad, muy lejos de su país, fue víctima de todo tipo de burlas y rumores malintencionados, porque la prensa del corazón aireó la verdadera situación de su familia.

Destrozada, se concentró en su trabajo del International Conservation Trust. Y, cuando surgió la oportunidad de alejarse de Barringhall y de los intentos de su madre por casarla con un hombre adinerado, se aferró a ella y se fue a Oxford.

Poco después, descubrió que su carrera en la universidad británica estaba condenada a fracasar. Los puestos importantes acababan en manos de gente con experiencia y, como la suya era bastante limitada, decidió mejorar su currículum para conseguir algo mejor y escapar completamente de la órbita de la condesa, lo cual pasaba por aceptar el trabajo en el House of Montegova Trust.

Por desgracia, su madre era muy amiga de la reina de Montegova, y aprovechó la circunstancia para insistir en su cruzada matrimonial.

Violet consideró entonces la posibilidad de decirle que no se molestara, pero habría sido inútil. Su madre no sabía que Zak Montegova la había rechazado seis años antes, ni que la seguía rechazando todos los días, desde que trabajaban juntos.

Para él, ella no era nada.

Pero, si no lo era, ¿a qué venía la carta que tenía en la mano, aunque ardiera en deseos de tirarla a la basura? Sobre todo, teniendo en cuenta que acababa de volver del despacho, donde había estado sometida a diez horas de caprichos principescos.

Violet suspiró, abrió el sobre y leyó la breve y brusca nota que contenía:

 

Mi ayudante se ha puesto enferma. La sustituirá y me acompañará a la gala de recaudación de fondos de la Conservation Society, que empieza dentro de una hora.

Le envío un coche. No me decepcione.

S.A.R.Z.

 

La amenaza intrínseca de esa manera de firmar, usando la sigla de Su Alteza Real Zakary, la había mantenido más noches despierta durante los tres últimos meses que en toda su vida anterior.

Además, Violet se sentía obligada a ser ejemplar en todos los aspectos porque las fechorías de sus padres la hacían sospechosa de ser como ellos, y los medios de comunicación se encargaban de mantener vivo el escándalo cuando no era su madre la que empeoraba las cosas con su obsesión por el estatus social.

Pero solo tenía que aguantar un poco más. Solo un poco más para ser independiente y dedicarse a lo que le gustaba. Solo un poco más para demostrar a los escépticos como Zakary Montegova que estaban equivocados con ella. Y si eso pasaba por sustituir a la ayudante del príncipe, la sustituiría. En el peor de los casos, podría hablar con los conservacionistas que asistieran a la gala y ganar más experiencia.

Entonces, ¿por qué se le aceleraba el corazón ante la perspectiva de volver a ver a Zak? ¿Por qué ocupaba todos sus pensamientos?

El teléfono sonó en ese instante, sobresaltándola. Y ni siquiera habría tenido que acercarse al aparato para ver quién llamaba, porque su piso de Greenwich Village era tan pequeño que pudo ver la pantalla desde su posición.

Por supuesto, era Zak.

–¿Dígame?

–Ha recibido mi nota, ¿verdad?

Violet se estremeció al oír su ronca voz, con la mezcla de acentos españoles, franceses e italianos que subyacían en el idioma y la historia de Montegova.

–¿Por qué lo pregunta? Supongo que lo sabe, porque le habrá pedido al mensajero que se lo confirme –replicó ella, irritada–. Y, por cierto, buenas noches.

A decir verdad, la irritación de Violet no se debía a la mala educación de Zak, sino a que se había obsesionado con él.

Sin embargo, no se podía decir que fuera algo nuevo. Estaba obsesionada desde que tenía doce años, cuando lo vio por primera vez desde la ventana de su dormitorio, donde estaba con su hermana gemela, Sage. Y cada vez que leía un cuento de hadas, se imaginaba en el papel de la princesa y lo imaginaba a él en el papel del príncipe.

¿Quién no se habría aferrado a ese recuerdo? Cuando se miraron a los ojos, se sintió como si todos sus sueños se hubieran hecho realidad. Como si ese acto fuera una compensación por las interminables discusiones de sus padres, las conversaciones que se detenían cuando ella y sus hermanas entraban en la habitación y la obcecación de su madre por establecer amistades estratégicas.

Con el paso del tiempo, Violet se odió a sí misma por confundir los cuentos con la realidad. Los libros solo eran libros. No necesitaba que ningún hombre o jovencito la salvara. No podía vivir en función de un príncipe que se volvía frío y desdeñoso cuando la miraba desde alguno de sus brillantes deportivos.

En cualquier caso, Zak no le dio el placer de replicar inmediatamente a su comentario, y eso la puso de los nervios. Siempre conseguía que se sintiera incómoda. Y lo conseguía porque ella le había dado ese poder.

Si Violet hubiera tenido doce o dieciocho años, habría caído en su trampa y habría perdido el aplomo; pero tenía veinticuatro, y se mordió la lengua como si su corazón no se hubiera acelerado ni sus manos estuvieran repentinamente húmedas, en recuerdo del breve escarceo que habían tenido hacía seis años.

–Las relaciones con los mensajeros están fuera de mi jurisdicción, así que tendrá que disculparme por mi ignorancia –replicó al fin, enfatizando que un hombre tan importante como él no se mezclaba con los trabajadores–. Pero me alegra saber que ha comprendido la urgencia de la situación… Supongo entonces que estará preparada.

–No, no lo estoy. Su nota me llegó hace cinco minutos, y ni siquiera he decidido lo que me voy a poner.

–Pues decídalo deprisa, Violet. Estaré en su piso dentro de veinte minutos.

–¿Cómo? ¿No decía que la gala empieza dentro de una hora?

–Sí, pero ha habido un cambio de planes. El ministro de Defensa quiere hablar conmigo antes de que empiece.

–Eso no es problema mío.

–Lo es, porque va a sustituir a mi ayudante y tiene que estar presente en la reunión. Pero, si no se cree capaz…

–Alteza, está hablando con la persona que estuvo limpiando pájaros durante tres semanas por culpa de un vertido de petróleo. Y los limpié bajo un sol de justicia y prácticamente sin dormir –le recordó–. Estoy segura de que seré capaz de tomar notas en una reunión, Alteza. Salvo que no tenga intención de hablar en ninguno de los cinco idiomas que domino.

Violet sonrió para sus adentros. Había aprendido que no podía ser tímida con Zak. Bajar la guardia con él era una forma perfecta de que se la comiera viva y escupiera sus huesos con absoluta indiferencia. Además, tenía que recordarle que no estaba dispuesta a saltar como un perrito cada vez que se lo pidiera.

–Soy muy consciente de su currículum, lady Barringhall. No es necesario que lo saque a colación. Especialmente, cuando vamos mal de tiempo.

–Por supuesto que no, Alteza. Y, por la misma razón, tampoco le recordaré yo que es usted quien me ha llamado y quien está perdiendo el tiempo hablando por teléfono, lo cual impide que me vista.

–Oh, vaya. Suponía que era capaz de hacer varias cosas a la vez –ironizó el príncipe–. Pero, teniendo en cuenta que esa habilidad no aparece en su currículum, tendré que comprobarlo en la práctica. Le quedan quince minutos, lady Barringhall.

Zak cortó la comunicación, y Violet dejó escapar una palabrota. Esa pequeña catarsis la relajó un poco y la propulsó hacia el dormitorio, donde empezó a revolver su exiguo vestuario en busca de un vestido que no se había puesto desde el día que cumplió veintiún años.

Cuando lo encontró, frunció el ceño. La sencilla y elegante prenda de raso le recordó lo mucho que cambió su vida por entonces. Los trescientos invitados de la fiesta de su decimoctavo cumpleaños pasaron a ser veinticinco en la del vigésimo primero. Sus supuestos amigos la abandonaron como ratas saltando de un barco que se hundía, y algunos fueron tan crueles que no lo había podido olvidar.

Sin embargo, el origen del vestido no restaba un ápice a su belleza. De corpiño plisado y escote en forma de uve, dejaba al desnudo los hombros y la parte inferior de la espalda, cayendo después hasta los tobillos. Era una pequeña maravilla que, por lo demás, enfatizaba suavemente sus caderas.

Como se había duchado antes de que Zak llamara por teléfono, solo tuvo que vestirse, cepillarse el cabello y recogérselo en un moño antes de maquillarse, ponerse su perfume preferido y completar el conjunto con el collar de perlas que había heredado de su abuela.

El timbre sonó por segunda vez en media hora cuando se disponía a meter las llaves en el bolso. Violet se sobresaltó, pensando que sería él; pero se dijo que el príncipe no era de los que se rebajaban a subir cuatro tramos de húmedas y oscuras escaleras para llamar a la puerta de un edificio de protección oficial. Y, cuando la abrió, se llevó una sorpresa.

–¿Siempre abre sin preguntar antes? ¿Es que no le preocupa su seguridad? –dijo Zakary Montegova.

Violet se quedó boquiabierta, contemplando sus intensos ojos grises y su alto e impresionante cuerpo.

–¿Qué está haciendo aquí? No era necesario que subiera. Podría haber llamado al portero automático. O haber enviado a uno de sus guardaespaldas –dijo ella, girándose brevemente hacia los hombres que lo acompañaban.

Él arqueó una ceja.

–¿Y perder la oportunidad de ver el sitio donde vive? –replicó–. Por cierto, ¿para qué quiere una mirilla y una cadena si no las usa?

Zak la miró de arriba abajo, haciéndola súbitamente consciente de todas las partes que acababa de escudriñar, incluidas las que no podía ver. Y esa sensación la irritó un poco más, porque también la volvió más consciente de lo bien que le quedaba el esmoquin a medida y de la potente e innata sensualidad que lo había convertido en uno de los hombres más deseados del mundo.

–Me dijo que estaría aquí en quince minutos y, aunque solo hayan pasado catorce, no necesitaba ser muy lista para saber que era usted quien había llamado –se defendió Violet–. Pero, ¿vamos a perder más tiempo con una discusión sobre protocolos de seguridad? Porque le aseguro que se me ocurren cosas mejores que hacer.

–¿Cosas mejores? Le recuerdo que firmó un contrato donde se dice que todo su tiempo es mío cuando está en comisión de servicio –declaró, mirando los muebles baratos del piso y el montón de libros que descansaban en la mesita del salón–. ¿O es que he interrumpido algo? ¿Se estaba divirtiendo, quizá?

Violet cerró la puerta un poco más, para que no pudiera ver su santuario. Estaba ordenado y limpio, pero era muy pequeño y, como no tenía dinero suficiente, no lo podía decorar como le habría gustado.

Además, Violet tampoco quería que el príncipe sacara conclusiones equivocadas de su precaria existencia. Conociéndolo, podía pensar que no había ido a Nueva York para ampliar su experiencia profesional, sino para casarse con algún hombre con dinero, como pretendía su madre.

–Creo que ha malinterpretado los términos de nuestro acuerdo, Alteza. Efectivamente, estoy a su disposición en el trabajo, pero eso no significa que todo mi tiempo le pertenezca. Lo que haga en mi tiempo libre es asunto mío.

–¿Está segura?

Ella sintió un escalofrío.

–¿Cómo que si estoy segura? ¿Qué significa eso?

Zak entrecerró los ojos, la miró en silencio durante unos segundos y, a continuación, se apartó de la entrada para que Violet pudiera salir y cerrar.

–Bueno, ya hablaremos de su seguridad y su tiempo más adelante. El ministro me está esperando.

Violet se quedó sin saber qué había querido decir, pero optó por quitárselo de la cabeza y empezó a bajar, con el príncipe a su lado. Cualquiera se habría dado cuenta de que Zak no era un hombre corriente. Hasta su forma de bajar las escaleras, insufriblemente arrogante, era un testimonio de su origen aristocrático.

Al llegar al portal, él admiró un momento la parte descubierta de su espalda, y sus ojos brillaron con deseo. Pero fue un momento tan breve que Violet se preguntó si se lo habría imaginado. A fin de cuentas, Zak Montegova no mostraba nunca lo que sentía. Su control emocional era absoluto, como si nunca hubiera dejado de ser el oficial de las Fuerzas Aéreas que había sido de joven.

Pero había excepciones.

Por ejemplo, la noche en el jardín de su madre, cuando su cuerpo se inflamó con una pasión tan desbordante que lo consumía todo. Y, aunque la hubiera rechazado después, Zak había bajado la guardia y le había enseñado un atisbo de lo que escondía tras su fachada de dureza.

Violet no había sido capaz de expulsar ese instante de sus pensamientos. O, por lo menos, de reprimirlo con tanta facilidad como él, porque a veces asomaba en su expresión, por mucho que intentara controlarse.

¿O también eran imaginaciones suyas?

En cualquier caso, sabía que no podría seguir con su vida si no lo superaba y, cuando llegó a Nueva York, se intentó convencer de que Zak no sentía nada por ella.

Y casi lo consiguió.

Casi, porque siempre se quedaba a las puertas de su objetivo.

El recuerdo de sus cálidas y habilidosas manos pesaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Por eso rechazaba a todos los hombres que se le acercaban. No era porque quisiera concentrarse en su carrera, sino porque Zakary Montegova estaba siempre allí, como un formidable fantasma con el que no podían competir, como una vulgar imitación del exitoso príncipe.

El aclamado príncipe era un genio. Mientras su hermano se encargaba de los asuntos internos de Montegova, él se encargaba de los intereses internacionales de su país. Y, en el transcurso de unos pocos años, había logrado que muchos presidentes comieran de su mano y se había vuelto increíblemente poderoso.

–Adelante –dijo Zak, abriéndole la puerta.

Violet salió a la calle, pero salió en el preciso momento en que un ciclista pasaba por delante, y tuvo que retroceder para que no la atropellara. Por desgracia, eso la puso en brazos de Zak, quien intentó impedir que perdiera el equilibrio y la volvió a mirar con deseo.

Ella se quedó sin aliento. No oyó el grito del ciclista, que se enfadó aunque no tenía derecho a circular por la acera. No oyó el ruido del tráfico. No notó el olor a salchichas y galletas saladas, tan típico de Nueva York.

De repente, el mundo se había reducido al contacto de su cuerpo y a la confirmación de su principal temor: que, a pesar de las maquinaciones de su madre y de las reservas del propio Zak, que al principio no había querido contratarla, el cuento de hadas de su juventud había resultado ser real.

Allí, en una sórdida esquina, acababa de descubrir que el hombre que la había besado años atrás mientras susurraba palabras cariñosas seguía vivo bajo su estoica fachada. Que el hombre con el que había estado a punto de perder la virginidad seguía siendo el hombre que anhelaba en secreto. Que ese hombre era la razón de que siguiera siendo virgen.

Y entonces, comprendió que Zak lo sabía. Estaba en sus ojos, en la tensión de su cuerpo, en los dedos que acariciaron su piel desnuda, como examinando sus debilidades.

Y se estremeció.

En respuesta, él apartó la vista de sus ojos y la pasó por su cuerpo, lo cual permitió que notara el endurecimiento de sus pezones y la errática cadencia de su respiración.

Violet no necesitaba ser muy lista para reconocer el cambio que experimentó un segundo después. Ya no la estaba admirando, sino analizando. Sopesaba lo sucedido para saber hasta dónde llegaba su poder sobre ella y si podía utilizarlo en su contra.

Súbitamente, Zak emitió un sonido que pareció una mezcla de gruñido y suspiro de satisfacción, como un depredador que hubiera acorralado a su presa.

Ese sonido fue todo lo que necesitaba Violet para salir de su estupor y redoblar sus esfuerzos por resistirse a las maquinaciones matrimoniales de su madre. Pero, sobre todo, fue todo lo que necesitaba para impedir que Zak confirmara definitivamente sus temores.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ZAKARY Montegova sabía que un momento de debilidad podía acabar con cualquier imperio. Y, cuando Violet se apartó de él como si tuviera la peste, optó por dejar que se alejara hacia la limusina y la siguió despacio, negándose reconocer lo que la visión de sus redondas nalgas hacía a su libido.

¿Cómo era posible que se dejara excitar con tanta facilidad? ¿Es que no tenía suficiente con la lección que le recordaba su padre desde la tumba?

Las repercusiones de su debilidad habían sido traumáticas, y seguían teniendo consecuencias en la Casa Real de Montegova, como demostraba su reservado y circunspecto hermano, Remi. O como demostraba también su madre, aunque escondiera su angustia tras el aplomo aristocrático de una mujer que no se acobardaba en ninguna circunstancia. Pero, sobre todo, como demostraba la existencia de Jules, su ilegítimo hermanastro.

El reino había estado a punto de caer en manos de oportunistas y generales ambiciosos cuando se hizo pública la noticia de la infidelidad de su padre, pocas horas después de que falleciera. Y Zak, que había sido testigo de todo ello, no olvidó lo que podía provocar la tentación.

Además, él no era una excepción a la norma. Por eso había elegido una vida de trabajo duro. Por eso se negaba a caer en las garras de ninguna mujer. Por eso estaba encantado de dejar la producción de herederos a su hermano, el primero en la línea dinástica.

Pero, en ese caso, ¿por qué se había obsesionado con Violet Barringhall?

No había olvidado lo sucedido seis años antes. Su madre le había pedido que asistiera al cumpleaños de la adolescente, y había estado a punto de negarse. No quería apoyar la amistad de la primera con la cotilla de Margot Barringhall, una famosa oportunista que adoraba la prensa del corazón.

Pero su madre insistió y, cuando Zak puso la vista en Violet, no pudo apartarla. Ya no era la niña con la que había coincidido un par de veces. Se había transformado en una joven preciosa. Y la hora que pretendía dedicar a su fiesta se convirtió en cuatro.

En determinado momento, la siguió al jardín de su casa, atraído por las tímidas pero seductoras artimañas femeninas que ella parecía decidida a practicar. Creía que se estaba probando a sí mismo, y se sometió a la tentación con la seguridad de que podría marcharse cuando quisiera y salir triunfante en la batalla contra el deseo de tocarla.

Y la tocó.

Descubrió por qué le intrigaba tanto lady Violet Barringhall.

La tocó y la probó con todo el hambre que había acumulado durante varios meses, desde la muerte de su padre. Hasta llegó a coquetear con la idea de tener una aventura con ella, y quizá la habría tenido si no hubiera descubierto que su familia era cualquier cosa menos honrada.

El conde había dilapidado su fortuna antes de morir, y la condesa se había zambullido en un desesperado y frenético plan por mantener su nivel de vida, que pasaba por dos estrategias a cual más vil: la primera, vender información a la prensa amarilla y la segunda, casar a sus hijas con cualquier hombre que tuviera una buena cuenta bancaria y quisiera acceder a un título nobiliario.

El descubrimiento lo dejó pasmado, y se maldijo a sí mismo por haber estado cerca de caer en la trampa casamentera de Margot Barringhall. Pero afortunadamente, se libró. Y no volvió a pensar en ello hasta que su madre le volvió a pedir un favor relacionado con Violet.

Solo habían pasado tres meses desde entonces. Tres meses de fracasos continuados en su intento de conseguir que se rindiera y dejara el empleo. Le encargaba las tareas más aburridas. Le daba las más insignificantes. Pero no se rendía, así que puso más trabajo sobre sus pequeños hombros con la esperanza de que se derrumbara.

Y no le salió bien.

Violet era más dura de lo que había imaginado, y comprendía a la perfección los objetivos del House of Montegova Trust; sobre todo, en lo tocante a los programas de ayuda a los más necesitados.

Además, su cercanía física había despertado en él el deseo de volver a tocar su cuerpo, de volver a oír sus gemidos, de volver a sentir sus caricias, de comprobar de nuevo que su tímida actitud ocultaba una lengua verdaderamente descarada.

Pero no podía ser. No podía cometer el terrible error de dejarse seducir por una de las hijas de la condesa, comprometiendo con ello el futuro de su familia. Y esa era la razón de que mantuviera las distancias con la escultural criatura de cabello castaño y ojos de color turquesa, que siempre le recordaban el mar.

A pesar de ello, lo primero que hizo cuando entró en el coche fue mirar las piernas de su acompañante, que las acababa de cruzar. Tenía una elegancia natural, y sus movimientos resultaban tan delicados como su pose, de espalda recta y manos cruzadas sobre el regazo. Era la quintaesencia del decoro. Salvo por la vena que latía en su suave y encantador cuello, que Zak deseó besar.

Pero, ¿qué demonios estaba haciendo? ¿Por qué se empeñaba en jugar con fuego?

No lo sabía, y se odió por ser incapaz de resistirse a la tentación de admirar su escote, que dejaba ver la parte superior de sus senos.

–Tendrá que tomar notas, pero no veo que haya traído su ordenador –dijo, irritado.

–No lo he traído porque no es necesario. Tengo una aplicación en el móvil que sirve para eso y que, si no recuerdo mal, es de uso corriente en la fundación –declaró ella–. Si necesita algo, lo puedo tener en una hora.

–¿Y si lo necesito antes?

–Entonces, me preguntaré por qué va a esa gala si tiene cosas más importantes que hacer –replicó–. No me malinterprete… Sé que es un genio de la multitarea. Pero todo sería más fácil si supiera qué es lo prioritario.

–Bueno, lo descubriremos pronto.

Momentos después, el chófer detuvo el vehículo en el vado de la embajada de Montegova. Zak salió y le ofreció cortésmente una mano, que Violet aceptó. Pero, al sentir su contacto, él la apartó como si le hubiera quemado y entró en el vestíbulo del edificio, donde esperaba el general Pierre Alvardo, ministro de Defensa.

–Gracias por recibirme, Alteza –dijo el general–. No quería interrumpirlo, pero se trata de un asunto importante.

–Eso lo decidiré yo.

A decir verdad, Zak le había concedido audiencia porque sabía que Alvardo era un hombre de gatillo fácil. Y, como su madre estaba ocupada en el Parlamento y su hermano se había ido a Oriente Próximo, no tenía más opción que recibirlo.

–¿Y bien? ¿Qué ocurre? –continuó el príncipe.

Alvardo lanzó una mirada a Violet, como si no quisiera hablar delante de ella.

–No se preocupe por lady Barringhall –añadió Zak–. Ha firmado un acuerdo de confidencialidad, y conoce las consecuencias de romperlo.

–No es necesario que me lo recuerde –intervino ella, sonriendo con frialdad–. Lady Barringhall no olvida nada, Alteza.

Alvardo se quedó asombrado con su descaro, pero no dijo nada. A fin de cuentas, no habría llegado a ministro si no hubiera sido un buen diplomático.

Ya en la sala de conferencias, Zak esperó a que Violet se sentara y sacara su teléfono móvil antes de acomodarse a su vez. Entonces, se giró hacia el ministro y declaró, entrando en materia:

–¿De qué se trata? ¿Son los disidentes sobre los que alertó hace dos meses?

Alvardo asintió.

–El servicio de Inteligencia afirma que cada vez son más, y que existe la posibilidad de que se rebelen en Playagova.

–¿La posibilidad? –dijo Zak, tenso–. ¿No está seguro?

–Bueno, es que no nos hemos podido infiltrar en el grupo. Es más difícil de lo que imaginábamos.

–¿Y qué quiere? ¿Que le dé permiso para perseguirlos abiertamente?

El ministro asintió.

–En efecto. La reina le nombró jefe de las Fuerzas Armadas, y no podemos actuar sin su permiso escrito.

–Discúlpeme, pero un acto así podría causar inquietud social y quizá pánico.

–Puede ser, pero el precio sería más pequeño que los beneficios.

–Yo no lo creo.

Zak notó que Violet lo miraba con alivio antes de seguir tomando notas en su teléfono.

–Alteza, no sé si es consciente del riesgo que corremos –dijo Alvardo, eligiendo cuidadosamente sus palabras–. Si no intervenimos pronto, la situación se nos podría escapar de las manos.

–Entonces, redoble sus esfuerzos por conseguir pruebas fehacientes. El pueblo de Montegova ya ha sufrido bastante, y no necesita que lo alteren con rumores infundados. Mantenga la vigilancia del grupo e infórmeme si se produce algún cambio.

Zak pensó que investigaría el asunto y comprobaría el informe del ministro, por si acaso. La situación de Montegova se había complicado por la inesperada decisión de su madre de dejar el trono a Remi, y el país no necesitaba más sustos.

–Eso es todo –sentenció.

El ministro se levantó, hizo una reverencia y salió de la habitación. Luego, Zak y Violet volvieron al coche y, cuando ya se dirigían al Upper East Side, donde se iba a celebrar la gala, él dijo:

–Si tiene algo que preguntar, pregunte. Se nota que está haciendo esfuerzos por callarse.

Ella apretó los labios.

–¿Es cierto que Montegova corre peligro?

Zak se encogió de hombros.

–Siempre hay amenazas de alguna categoría –respondió–. El truco consiste en separar el grano de la paja, por así decirlo.

–Pero el general parecía preocupado…

–Alvardo es ministro de Defensa, y tiende a exagerar.

Violet frunció el ceño.

–¿Está seguro? A mí me ha parecido algo grave.

–Porque puede que lo sea.

–¿Y se lo toma así, con tanta tranquilidad? –dijo ella, perpleja.

–He aprendido que las cosas no son siempre lo que parecen. El ministro hace sus informes, y yo investigo por mi cuenta cuando es necesario. Al final, siempre se descubre la verdad.

Zak se acordó del secreto que había guardado su padre durante veinte años, un secreto que estalló en la cara de su familia. Pero también se acordó de los planes matrimoniales de Margot Barringhall, y se preguntó si sería realmente cierto que su hija estaba conchabada con ella.

Tras mirarla de nuevo y ver que fingía estar interesada en el paisaje, se dijo que sí. Al parecer, lady Violet quería echarle el lazo, y se había convencido a sí misma de que la farsa de su trabajo en la fundación le había engañado.

–¿Cree que la situación merece una investigación a fondo? –insistió ella–. ¿Es posible que alguien quiera acabar con el reino?

Zak se encogió de hombros otra vez.

–Bueno, la era de las monarquías ha pasado, y hay quien piensa que el país estaría mejor sin la Casa Real. Pero Montegova no está gobernada por ningún dictador que se limite a sentarse en el trono y recaudar impuestos. Mi madre y mi hermano son miembros activos del Parlamento, y ninguno de los dos está por encima de la ley –respondió el príncipe–. Si alguien quiere cambiar las cosas, debe usar las vías legales, sin levantamientos ni revueltas.

–Eso suena bien, pero ¿no es verdad que sus antepasados aplastaron la disidencia a sangre y fuego?

Él sonrió con frialdad.

–Lo es. Y, precisamente por eso, hay que impedir que se repita la historia. ¿Por qué tomar la vieja ruta de siempre, habiendo caminos nuevos? Se trata de innovar, no de imitar.

Violet entrecerró los ojos.

–¿Por qué finge que no le preocupa?

Zak se puso tenso.

–Quizá, porque desconfío de sus motivos para preguntar. Se supone que solo tiene que tomar notas. ¿A qué viene ese súbito interés por mi país?

–A que trabajo para usted –contestó, haciendo un esfuerzo por mantener el aplomo–. ¿Qué tiene de extraño que me interese? Además, olvida que también tengo motivos personales. Mi madre es medio montegovesa.

Zak no lo había olvidado. De hecho, le parecía gracioso que las Barringhall solo mencionaran ese asunto cuando les convenía.

–Y dígame, ¿cuántas veces ha visitado Montegova? Porque, si su madre es medio hija de mi país, usted lo es un cuarto –ironizó.

Ella se ruborizó.

–No tanto como me habría gustado…

–Oh, vamos, confiese que no ha estado nunca.

–¿Confesarlo? No puedo confesar nada, porque usted lo sabe tan bien como yo.

–Efectivamente, lo sé. Según su currículum, ha viajado por todo el mundo y lo ha publicitado a lo grande en las redes sociales, pero nunca se ha molestado en visitar el hogar de sus ancestros mediterráneos –declaró–. Discúlpeme entonces por desconfiar de su súbito interés. No parece sincero.

–Todos mis viajes han sido de trabajo, y los han financiado organizaciones no gubernamentales –se defendió–. Y, en cuanto a las redes sociales, forman parte de mi profesión. Intento despertar la conciencia de la gente.

–Hay una gran diferencia entre despertar la conciencia de la gente y hacerse famosa a su costa –contraatacó Zak.

–¿Y cómo lo sabe usted? ¿Es que tiene una lista de expertos en redes sociales? ¿O es uno de esos príncipes que tienen identidades secretas para espiar a los demás por Internet?

Zak volvió a sonreír.

–Si tiene algo que ocultar, no se preocupe. No pienso decir nada.

Violet lo miró con ira.

–Sé que se han dicho muchas cosas sobre mi familia, Alteza. Pero me extraña que un hombre como usted se crea todo lo que le cuentan.

–Bueno, hay pruebas aparentemente irrefutables –replicó él–. Aunque, si no lo son, estaré encantado de oír su historia.

Ella apretó los labios de nuevo, y Zak se acordó del sabor que tenían y de los suspiros que dejaban escapar cuando Violet se excitaba.

–No, gracias, no quiero perder el tiempo en algo inútil. Además, ya hemos llegado.

Zak se giró hacia su ventanilla y se maldijo. Estaba tan concentrado en la conversación que había perdido el sentido del tiempo y el espacio. Ni siquiera se había dado cuenta de que el chófer había salido del vehículo y estaba esperando para abrir la portezuela.

Sin embargo, Violet había conseguido despertar su interés. Se había negado a hablar de los rumores que afectaban a su familia, y no estaba acostumbrado a que las mujeres le negaran nada.

–Alteza…

–Zak.

Ella lo miró con asombro.

–¿Cómo?

–Me puedes tutear cuando no estemos en ámbitos excesivamente formales o profesionales. Si te apetece, claro.

Violet no rechazó la oferta en voz alta, pero sus ojos la rechazaron con toda claridad.

–Vamos a llegar tarde, Alteza. Y no quiero que me eche la culpa.

Zak clavó la vista en sus ojos azules. ¿Con quién creía que estaba? Era príncipe. Era la segunda persona en la línea de sucesión de un pequeño pero muy poderoso reino. ¿Cómo se atrevía a desafiarlo?

Durante unos instantes, estuvo tentado de ponerla en su sitio. Sin embargo, había otras formas de someter a los que sembraban disensión en el país o intentaban hacerse ricos a costa de los Montegova. ¿Por qué no utilizarlas entonces? En lugar de reprenderla, la seduciría de nuevo y la dejaría después, enviando un mensaje claro y definitivo a las Barringhall.

Sí, era la solución perfecta. Si creían que él no podía jugar a su mismo juego, las sacaría de su error.

Decidido, hizo un gesto a su chófer, quien le abrió la portezuela.

Zak bajó de la limusina y se encontró entre un mar de paparazis, que empezaron a hacerle fotografías. Pero hizo caso omiso, ofreció una mano a Violet y la llevó por la alfombra roja que habían tendido en la entrada del edificio.

Naturalmente, los paparazis lo acribillaron a preguntas por el camino. Y él las desestimó todas, porque había aprendido que la prensa amarilla publicaba lo que quería con independencia de lo que dijera y de la propia verdad.

Además, Violet era lo único que le interesaba en ese momento.

 

 

Las cosas habían cambiado.

Violet no supo ni cuándo ni por qué, pero notó que Zak tenía otra actitud cuando se abrieron camino entre los invitados a la gala. Y estaba segura de que esa actitud no se debía al buen trabajo que estaba haciendo.

Era algo de carácter personal. Algo dirigido a ella, como demostró al mirarla reiteradamente y con más intensidad que de costumbre mientras la guiaba por el opulento salón.

¿Qué estaría tramando?

Fuera lo que fuera, tenía que alejarse de él. Y encontró la excusa que necesitaba en los compromisos de Zak, quien siempre tenía que reunirse con alguien.

–Le recuerdo que tiene que hablar con tres personas antes de la cena –insistiendo en hablarle de usted–. El primero es el agregado de la embajada boliviana, que viene hacia aquí.

Zak asintió sin apartar la vista del caballero del que se estaba despidiendo en ese momento, y Violet se dispuso a marcharse. Sin embargo, el príncipe le puso la mano en el codo y dijo:

–Quédate. Tu presencia limitará su tendencia a hablar sin parar. Y puede que aprendas un par de cosas que te serán útiles cuando dejes la fundación.

El recordatorio de que su trabajo era temporal no debería haberla molestado, teniendo en cuenta que ardía en deseos de irse, pero le molestó. ¿Sería porque la miraba como si desconfiara de ella?

–Está bien, me quedaré si lo desea. A fin de cuentas, soy su ayudante.

–¿Detecto un tono de enfado en tu voz, lady Barringhall?

La sorna de Zak aumentó su disgusto de tal manera que estuvo a punto de pedirle que no la llamara así, sino por su nombre.

–Claro que no.

Zak saludó al agregado, se puso a charlar con él y se despidió cuando empezó a ponerse pesado. Luego, se acercó a la siguiente persona con la que debía hablar y, por supuesto, le presentó a Violet.

Ya se habían quedado a solas cuando ella dijo:

–¿Por qué se empeña en presentarme como lady Barringhall?

–¿Empeñarme? No sé a qué te refieres.

–No disimule, Alteza –replicó–. Está de un humor extraño desde que llegamos. ¿Es algún tipo de prueba?

–Todo es una prueba. Si no has aprendido eso todavía, estoy perdiendo el tiempo contigo.

–Sabe de sobra que no me refería al trabajo. Esto es personal –afirmó–. ¿He hecho algo que le haya ofendido?

–Sigo sin entenderte –mintió–. Me limito a presentarte por tu título, que siempre ha sido lady Barringhall. No sé por qué te sientes atacada.

Ella suspiró.

–Deberíamos aclarar el ambiente. Ser francos el uno con el otro.

Los ojos de Zak brillaron.

–Ah, vaya. ¿Vas a ir al grano por fin? ¿Vas a confesar?

Violet frunció el ceño.

–¿Qué tengo que confesar?

–El verdadero motivo de que trabajes en la fundación.

–¿Y qué motivo es ese? –preguntó–. No, espere un momento… deje que lo adivine. ¿Cree que busco un hueco en su vida? ¿O quizá en su cama?

–¿Es que quieres acostarte conmigo? –dijo con humor–. Tendrías que habérmelo dicho antes, Violet. Nos habríamos ahorrado este juego.

El comentario de Zak la sacó de sus casillas y, antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, ya lo estaba tuteando.

–¡Estás manipulando mis palabras deliberadamente! ¡No quiero acostarme contigo! ¡No quiero ni acercarme a tu habitación!

Varios invitados se giraron hacia ellos, sorprendidos con el tono de voz de Violet. Y se sintió profundamente aliviada cuando, un momento después, alguien tocó una campanilla para llamar a cenar.

–Salvada por la campana, ¿eh? –dijo él, llevándola hacia otra sala–. Pero no te alegres tanto, que ya retomaremos la conversación.

–No retomaremos nada. He dicho todo lo que tenía que decir sobre ese asunto. Y me da igual lo que pienses de mí, aunque te agradecería que…

–¿Que te da igual? –la interrumpió–. ¿Has olvidado que una de las razones de tu presencia es conseguir que te dé una carta de recomendación?

–¿Me estás amenazando con negármela si no me presto a tu ridículo juego?

–¿Quién está jugando con quién? –dijo, mirándola con dureza.

–No has contestado a mi pregunta –insistió Violet, que no se iba a acobardar–. He hecho todo lo que me has pedido desde que llegué a Nueva York. Pero, si estoy perdiendo el tiempo, demuestra que tienes lo que hay que tener y dímelo.

Al llegar a la mesa que les habían asignado, Zak esperó a que Violet se sentara antes de hacer lo mismo. Ella seguía enfadada, pero se refrenó porque no quería irritarlo más de la cuenta.

–No te vas a ganar mi confianza con tu encanto inglés y unas cuantas semanas de trabajo. Tendrás que hacer algo más –declaró él, en voz baja–. Y, en cuanto a tener lo que hay que tener, yo no sacaría ese asunto en nuestras conversaciones. Por lo menos, así. Pero quién sabe… puede que luego te lo demuestre.

Violet, que ya era incómodamente consciente de su aroma y del poderoso cuerpo que ocultaba su traje, se ruborizó. No quería pensar en él, pero su mente se llenó de imágenes eróticas, y tuvo que hacer un esfuerzo para decir:

–¿Qué debo hacer para que me valores?

–Bueno, el fondo va a construir unos alojamientos ecológicos en Tanzania. Es una iniciativa con colaboración gubernamental, destinada a aumentar los ingresos de los habitantes de la zona –contestó–. Empieza por darme tu opinión.

Violet se animó al instante, porque Zak le había pedido consejo sobre una de las cuestiones que más le interesaban.

–¿Cuántos vais a construir?

–Para empezar, treinta. Y sesenta más en la segunda y tercera fases –le explicó–. Todos, pensando en un turismo sostenible.

–¿Necesitáis trabajadores? Os puedo ayudar con eso. Sé distinguir entre los que están verdaderamente comprometidos con una causa y los que solo quieren medrar.

–Tenemos unos cuantos, y el resto llegará dentro de un par de semanas.

Ella sacudió la cabeza.

–La época de lluvias empieza dentro de tres meses. Si no te das prisa, tendréis problemas.

Zak sonrió, y Violet supo que la había estado probando. Pero, en lugar de enfadarse, lo miró a los ojos y preguntó:

–¿Quieres probarme de verdad? Inclúyeme en el proyecto. Quiero demostrarte que no estoy jugando a nada.

Él la miró con escepticismo.

–No serías la primera aristócrata que se suma a un proyecto de estas características para mejorar su imagen.

–Oh, vamos, solo te estoy pidiendo que suspendas tu desconfianza durante unas semanas y me permitas hacer mi trabajo. ¿O eres tan canalla que ni siquiera me vas a conceder esa oportunidad? –le desafió.

Él volvió a sonreír, aunque con más dureza.

–Ten cuidado con lo que dices, Violet.

–No pretendía insultarte, pero estoy defendiendo mi carrera. Soy muy buena en lo que hago –dijo–. Si mi palabra no vale nada para ti, deja que mis actos lo demuestren.

Zak la miró con intensidad y, cuando ya se disponía a responder, empezó el discurso de la famosa que dirigía la gala de recaudación de fondos.

Los dos guardaron silencio, y Violet se quedó perpleja con la mujer en cuestión, porque no dejaba de mirar a Zak. De hecho, su interés era tan descarado que se preguntó si habrían sido amantes. Incluso era posible que él hubiera tenido algo que ver en su elección como anfitriona del acto.

Tras un discurso cargado de inteligencia y humor, que le ganó un aplauso cerrado, la famosa anunció la intervención del príncipe, quien se levantó con elegancia y se subió al estrado, logrando que todos los presentes se sintieran especiales.

Zak habló con una combinación sublime de encanto, seriedad y arrogancia. Despertó conciencias, animó a la gente y hasta se ganó a los más escépticos, que miraron el vídeo de presentación con verdadero interés.

–Para terminar, quiero recordarles lo que dice mi querida lady Barringhall, a quien acabo de nombrar asesora del proyecto en Tanzania… Que el tiempo es esencial si queremos conseguir nuestro objetivo –sentenció Zak–. Dense prisa entonces, porque este tren está a punto de partir. Y si lo pierden, no les garantizo que puedan subir al siguiente.

Los invitados rompieron a reír y se giraron hacia Violet, aunque ella no les prestó atención. Solo tenía ojos para el príncipe, quien la había dejado atónita con el inesperado y público anuncio de su nombramiento.

Momentos después, Zak bajó del estrado y volvió a la mesa mientras un cuarteto de cuerda empezaba a tocar.

–¿Por qué no me lo has dicho antes de anunciarlo? –preguntó ella, que apenas podía contener su entusiasmo.

Los grises ojos de Zak se clavaron en ella.

–Se supone que deberías darme las gracias por concederte esta oportunidad, ¿no?

Violet tragó saliva.

–Gracias por la oportunidad –replicó con sorna–. Y antes de que me preguntes si estoy a la altura de la tarea, te diré que lo estoy.

–Eso ya se verá. Pero quiero que sepas que te estaré vigilando constantemente, y que no permitiré pasos en falso. Si me decepcionas, te despediré.

–No te decepcionaré.

–En ese caso, nos vamos dentro de siete días. Será mejor que empieces a hacer las maletas.

Violet lo miró con asombro.

–¿Cómo que nos vamos? ¿Tú también vas a ir?

–Ah, ¿no lo había mencionado? Sí, también voy a ir a Tanzania, lo cual significa que estarás directamente a mis órdenes.

Zak la miró con intensidad, sopesando el efecto de sus palabras y, a continuación, apartó la vista de la desconcertada Violet y se puso a hablar con otros comensales.

Durante los minutos siguientes, ella intentó asumir el giro de los acontecimientos y borrar una idea que no conseguía quitarse de la cabeza: que ahora estaba a merced del poder sensual del príncipe.

La suerte estaba echada, y en más de un sentido.

Pero no era tan malo como parecía. De repente, tenía la oportunidad de demostrarle a él y demostrarle al mundo que no era una aristócrata sin escrúpulos, que no estaba jugando a ser una profesional para echar el lazo a un hombre rico y contentar a su ambiciosa madre.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

TANZANIA era húmeda, tórrida e impresionantemente bella, como Violet tuvo ocasión de comprobar cuando bajaron por la escalerilla del avión privado de Zak y se dirigieron a la ciudad más grande del país, Dar es-Salam.

El aire acondicionado de la furgoneta que los llevaba solo equilibró levemente la incomodidad de viajar por carreteras llenas de baches, pero ella estaba tan entusiasmada que ni siquiera se dio cuenta. No podía creer que hubiera conseguido un trabajo de campo.

Al cabo de un rato, se detuvieron en un restaurante de carretera, un lugar de vistas preciosas que consistía en unas cuantas chozas de paja frente a las que habían puesto, mesas, sillas y sombrillas. Aún estaban a dos horas de su destino final, el lago Ngorongoro, y Violet frunció el ceño al ver que un grupo de guardaespaldas trajeados descendían de los tres vehículos que los seguían.

–¿Qué te molesta tanto? –preguntó Zak con sorna–. ¿El calor, quizá? ¿O el hecho de que no paremos en un restaurante de cinco estrellas?

Violet apretó los dientes, irritada.

–Ni lo uno ni lo otro –respondió.

–Entonces, ¿qué?

–¿No te parece que llevar seis guardaespaldas es un poco excesivo?

–Son obligaciones del protocolo. Y, francamente, prefiero no oponerme a los deseos de mi madre. Tiene muy mal genio.

Violet asintió. Conocía a la reina, con quien había coincidido un par de veces, y sabía que era una mujer formidable. De hecho, se había quedado impresionada con su carisma, su fortaleza de carácter y la inteligencia que brillaba en los ojos grises que habían heredado sus hijos.

–¿Siempre es tan apabullante?

Él abrió una botella de agua y le llenó un vaso antes de beber.

–Eso es como preguntar si la Tierra es redonda. Evidentemente, sí.

–¿Cambiarías el protocolo si pudieras?

–¿Por qué querría cambiar una situación de la que solo disfrutan un puñado de personas en todo el mundo? Hay quien diría que tengo suerte de estar rodeado de hombres y mujeres que harían cualquier cosa por mí.

–Quizá, pero tu tono de voz no indica eso.

Zak la miró con sorpresa, porque no esperaba que fuera tan perceptiva.

–¿Qué puedo decir? Me enseñaron a apreciar las ventajas de mi estatus social, a preservarlas en lo posible y a quitarme de encima a los parásitos que quieren acceder a la fortuna de mi familia –replicó.

Violet supo que se estaba refiriendo a ella, y lo maldijo para sus adentros.

–Pero eso no impide que uses a la gente para alcanzar tus objetivos, ¿verdad?

Zak entrecerró los ojos.

–¿Insinúas que me aprovecho de ellos?

–No lo sé. ¿Te aprovechas?

–Soy generoso en los negocios y en el placer. Nadie se queda insatisfecho cuando está conmigo. Salvo que lo merezca, por supuesto.

Violet tuvo que refrenar el impulso de quitarle las gafas de sol para verle los ojos y salir de dudas. ¿Se estaba refiriendo a la noche en que cumplió dieciocho años? Y, si sus sospechas eran ciertas, ¿por qué insinuaba que se lo había merecido?

La aparición de un camarero, que empezó a servir la cena, interrumpió sus pensamientos. Y, veinte minutos después, Zak miró su plato y preguntó:

–¿No vas a comer más?

Ella bajó la mirada. La comida estaba muy buena, pero no le apetecía.

–No tengo hambre.

Zak frunció el ceño, pero guardó silencio.

De vuelta en la furgoneta, él se sentó al volante y condujo con su elegancia habitual, cargado de un poder latente que la dejaba sin aire cuando le lanzaba una mirada. No podía negar que su cuerpo era extremadamente sensible a su cercanía.

Dos horas más tarde, llegaron al lago Ngorongoro. Violet se sintió aliviada al ver los verdes paisajes de sus alrededores, que se combinaban con un aire fresco y limpio. Pero no tuvo tiempo de relajarse, porque se pusieron a trabajar de inmediato.

Tal como imaginaba, los ricos y famosos les aseguraban un flujo constante de donaciones, suficiente para financiar cinco proyectos más ese mismo año. No tenían más problema que la inminencia de la temporada de lluvias, lo cual la llevó a acelerar las cosas. Leyó cientos de currículos, entrevistó a los candidatos por videoconferencia y se aseguró de que los trabajadores elegidos estaban a la altura del proyecto.

Al día siguiente, mientras Zak y ella contemplaban la marcha de las obras, se les acercó un hombre de piel oscura, pelo castaño y ojos claros. Su camiseta estaba empapada de sudor, pero tenía una sonrisa encantadora.

–Soy Peter Awadhi, capataz y representante de la Junta de Turismo –dijo, dirigiéndose a Zak–. Hemos hablado un par de veces por teléfono, pero quería saludarlo en persona, señor Montegova… ¿O debo llamarlo Alteza?

–No, llámame Zak.

Peter asintió y se giró hacia ella, que se apresuró a presentarse.

–Hola, soy Violet Barringhall. Asesora, coordinadora y chica para todo del proyecto –ironizó.

–Ah, ¿estás a cargo de la plantilla? Me alegro, porque me gustaría hablar contigo dentro de un rato. Tengo que hacerte un par de preguntas.

–Por supuesto. Para eso estoy.

Peter sonrió a Violet, y Zak lo miró con cara de pocos amigos.

–¿Ya han montado las tiendas de campaña? –preguntó el príncipe.

Peter se giró hacia el lugar donde estaban los vehículos, y habló en suajili con uno de los trabajadores.

–Sí, parece que sí –respondió momentos después–. Me encargaré de que os lleven el equipaje.

–Excelente –dijo Zak–. ¿Se puede ver el piso piloto?

Peter asintió.

–Está en el recinto del oeste, como pediste.

–Llévame. Quiero echarle un vistazo.

–Claro.

–Cuando hayamos terminado, me gustaría dar una vuelta, si no es demasiada molestia –intervino Violet.

Zak frunció el ceño.

–¿Estás segura de eso? Llegamos ayer –le recordó–. Deberías descansar un poco.

Ella sacudió la cabeza.

–No estoy cansada. Además, me gustaría estirar las piernas y familiarizarme con los terrenos antes de que lleguen los trabajadores que hemos contratado.

Zak se giró entonces hacia uno de sus guardaespaldas y le dijo algo en voz baja. Segundos después, el hombre apareció con un sombrero de ala ancha y se lo puso a Violet, que se quedó atónita.

–¿Y esto?

–Las insolaciones son habituales en esta zona –le explicó–. No quiero tener que llevarte a un hospital en el helicóptero.

–Está bien. Gracias.

Al cabo de unos momentos, se dirigieron al corazón de la propiedad, donde se alzaba el enorme edificio que albergaría la recepción, el restaurante y el spa.

Los trabajadores que estaban allí desde el principio ya habían puesto los cimientos de los primeras cabañas ecológicas. Violet se alegró de lo bien que marchaban las obras, y pensó que irían aún mejor cuando llegaran los que había elegido ella.

Justo entonces, vio el helicóptero al que Zak se había referido, y le sorprendió que llevara la pequeña cruz roja de los servicios médicos.

–¿Por qué necesitamos un helicóptero médico? ¿Se producen muchos accidentes? –preguntó a Peter.

–No es un helicóptero estrictamente médico. Pero nos viene bien, porque el ambulatorio más cercano está a sesenta kilómetros de aquí –respondió.

Violet supuso que Zak habría tenido algo que ver, y sus sospechas se confirmaron al divisar el emblema de la Casa Real de Montegova. Obviamente, las autoridades de su país no podían permitir que al segundo príncipe de la línea dinástica le pasara algo.

–No es lo que estás pensando –dijo Zak, adivinando sus pensamientos–. No está aquí para llevarme al hospital si me clavo una astilla en un dedo. Lo trajimos porque la mujer que se encarga de la comida y las provisiones está embarazada de ocho meses y se niega a dejar el trabajo. Es por cautela, por si da a luz antes de tiempo.

Violet se sitió avergonzada de sí misma, y se alegró de que el ala del sombrero ocultara su expresión cuando giraron a la izquierda y se dirigieron al oeste.

El piso piloto era una cabaña de una sola planta, pequeña pero preciosa. Se fundía con el paisaje a la perfección, y tenía un porche delantero para disfrutar de las vistas a la puesta de sol.

Zak subió al porche y abrió la puerta principal.

El interior se dividía en un salón, una cocina y dos dormitorios, que estaban al fondo. Pero Violet estaba más interesada en otras cosas, así que dijo:

–Supongo que el agua de la ducha se recicla para el inodoro, ¿verdad?

Zak asintió.

–Sí, y hay un pozo central para aprovechar el agua de lluvia, que dará servicio a todo el complejo.

–¿Y la electricidad?

–De paneles solares, claro.

Violet se dio cuenta de que aquel proyecto, que Zak había diseñado en colaboración con un grupo de arquitectos tanzanos, le interesaba mucho. Lo supo porque lo miró absolutamente todo y señaló los detalles que no le convencían para que se hicieran los cambios oportunos en las cabañas prefabricadas que se iban a montar.

Peter respondió a sus preguntas con inteligencia y profesionalidad, ofreciendo soluciones a todo. Y, cuando salieron de allí, Violet no tuvo ninguna duda de que habían elegido al capataz adecuado.

Por desgracia para ella, no fue él quien la acompañó a dar la vuelta, sino su jefe. Peter se tuvo que ir a hablar con unos trabajadores, y Violet no tuvo más remedio que seguir adelante, algo enfadada con el hecho de que Zak estaba fresco como una rosa y ella, sudorosa y acalorada.

–¿Y bien? ¿Qué te ha parecido? –preguntó él.

–Magnífica –respondió.

–Tendremos un especialista de Montegova durante los tres primeros meses, que formará a los dueños y les enseñará a arreglar cosas básicas, por si se estropean.

Zak lo dijo con un orgullo que sorprendió a Violet, porque no encajaba en la imagen que tenía de él. Si no se andaba con cuidado, terminaría creyendo que el príncipe se había escapado de un cuento de hadas para ayudar a los pobres.

–¿Por qué frunces el ceño? ¿Hay algo que no te guste?

Ella sacudió la cabeza.

–No, estoy encantada con lo que he visto –afirmó–. Pero tu actitud me extraña, la verdad. ¿Por qué estás aquí? Tienes cientos de empleados que podrían hacer este trabajo.

Zak se había quitado las gafas al entrar en el piso piloto, y la miró con toda la potencia de sus ojos grises.

–¿Quieres saber por qué superviso un proyecto que lleva mi nombre?

–No lo pregunto por eso, sino por lo que la gente pueda pensar. ¿No te preocupa que desconfíen de ti? No serías el primer rico y privilegiado que se mancha un poco las manos para llamar la atención de los medios.

Él se encogió de hombros.

–Por suerte, mi posición es tan excepcional que no tengo que impresionar a nadie ni preocuparme por lo que piensen.

–¿Ni siquiera cuando quieres hacer algo grande? –se interesó ella.

–Ni siquiera. Los resultados de mi trabajo hablan por sí mismos.

Violet no lo podía negar. Además de su carrera militar y sus galardones académicos, Zak se había hecho famoso por su labor al frente de la fundación. De hecho, había mejorado la imagen de su familia incluso más que su solitario hermano, quien se había retirado de la vida social tras perder a su prometida.

Al pensar en el príncipe Remi, supuso que su retraimiento habría aumentado la presión sobre Zak, que ahora se veía obligado a representar públicamente a los Montegova. Y se preguntó si ese era el motivo de que hubiera empezado a vivir de forma estoica.

Sin embargo, no quería analizar al enigmático hombre que la acompañaba, de modo que se apartó de él con intención de seguir andando. Pero Zak la detuvo en seco.

–Puede que el arbusto que has estado a punto de rozar te parezca inofensivo, pero sus púas son venenosas. No te salgas de los caminos designados. Estás en África, y nunca se sabe lo que te puedes encontrar.

Violet se dijo que Zak la incomodaba más que la posibilidad de toparse con una serpiente, y replicó:

–Si me preocupara en exceso por lo que me puedo encontrar, no disfrutaría mi estancia en Tanzania.

–Bien dicho –sentenció Peter, quien apareció de repente.

Zak le dedicó una mirada tan dura que Peter dejó de sonreír y se volvió a marchar.

–No has venido a disfrutar, sino a trabajar –declaró el príncipe, molesto.

–Esa es la diferencia entre nosotros. Yo me doy permiso para disfrutar de las cosas. Y eso no significa que no esté absolutamente comprometida con lo que hago.

–Puede que lo estés, pero no permitiré que un descuido tuyo cause problemas a los demás o interrumpa el programa de trabajo.

Ella suspiró.

–¡Pero si acabo de llegar! ¡No he tenido tiempo de ser descuidada!

–¿Ah, no? –dijo, señalando el sombrero que le habían puesto.

–No soy tan frágil como crees –se defendió–. Ni estamos en las horas más cálidas del día.