E-Pack Bianca enero 2024 - Lynne Graham - E-Book

E-Pack Bianca enero 2024 E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

Matrimonio por honor Lynne Graham La boda con aquel italiano iba a ser su plan de huida… Deber y matrimonio Lorraine Hall "Vamos a tener gemelos" Y el rey iba a reclamarlos. Una apuesta de futuro Millie Adams ¡Una noche juntos que subió las apuestas!

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EPUB

Seitenzahl: 548

Veröffentlichungsjahr: 2024

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca, n.º 379 - enero 2024

 

I.S.B.N.: 978-84-1180-830-9

Índice

 

Créditos

 

Matrimonio por honor

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Una apuesta de futuro

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Deber y matrimonio

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

UN enorme y carísimo todoterreno esperaba a Lorenzo Durante a su llegada en avión privado al aeropuerto de Norwich.

Hacía mucho que no conducía. De hecho, las limusinas eran más su estilo, pero no debía quejarse. Ya no era un crío, y él solito se había metido en la situación en la que se encontraba. Evidentemente no era plato de su gusto tener que renunciar a su estilo de vida, pero esa renuncia formaba parte del castigo, a pesar de que su abuelo, Eduardo Martelli, había insistido en que el desafío al que se estaba enfrentando no era un castigo, sino un periplo necesario para madurar, palabra que su abuelo le repetía hasta la saciedad y que a él le ponía de los nervios. Tenía veintisiete años y, aparte de sus estudios universitarios y sus estancias en internados, jamás había trabajado. ¿Por qué iba a hacerlo, si había heredado millones al morir su padre, siendo él un bebé?

Sus abuelos maternos no eran ni remotamente tan ricos como los paternos, pero habían peleado por conseguir su custodia y, seguramente por ser más jóvenes y sanos que los segundos, la habían conseguido. Ante el juez se habían comprometido a que su nieto llevase una vida sencilla, pero se lo habían puesto bastante difícil: Enzo recordaba bien la legión de conocidos de los Durante que invadían constantemente su infancia cargados de regalos carísimos y bienintencionadas invitaciones, todo ello con el fin de tentarle con la vida de privilegios y permisividad que había llevado su fallecido padre.

Rondaba los veintitrés, una vez terminada su educación en el mundo de los negocios, cuando la seducción comenzó a surtir efecto. Recién salido de la facultad y tras un tropiezo amoroso, se encontró vulnerable a la tentación de llevar una vida de playboy. Así fue cómo empezó su existencia decadente, que tanto afectó a sus abuelos que en todo se habían comportado con él como si fueran sus padres.

Pasaron unos años, y ocurrió lo inevitable: en los titulares de los periódicos aparecía constantemente el nombre de su nieto, pero Eduardo y Sophie se esforzaban por ignorarlo, hasta que cometió el error fatal de asistir a un evento completamente borracho, con una acompañante igualmente ebria. Aún sentía un sudor frío en la espalda al recordar aquella noche. Al día siguiente intentó disculparse, pero Eduardo Martelli se negó a escucharle, mientras que su esposa solo podía llorar y avergonzarse por él, dado que además su marido parecía decidido a desheredar al nieto que ella adoraba.

Aquel fue el momento en el que Enzo se dio cuenta de que daba igual la cantidad de dinero que tuviera, o los amigos y oportunidades que le aguardasen. Lo que de verdad tenía significado para él era su familia, y la angustia de su maravillosa abuela lo avergonzaba. El precio de la reconciliación fue trasladarse a Inglaterra, hacerse cargo de una pequeña empresa que había adquirido su abuelo poco tiempo atrás y llevar una vida más útil y normal. Normal no para él, desde luego.

Llegó a la puerta de la casa en la que tenía que vivir. Estaba en el más allá, a unos cinco kilómetros del núcleo urbano más cercano y era más grande de lo que esperaba. Estaba acostumbrado a las casas grandes, pero un pequeño apartamento con servicio le habría ido mejor que una vieja casa de campo con torre. Ojalá estuviera mejor por dentro de lo que parecía estar desde fuera. Unos minutos después, hubo de enfrentarse al horror de unos muebles y una decoración anticuados, y a una cocina vacía, estando como estaba muerto de hambre. ¿Cómo narices iba a arreglárselas solo, si no sabía cocinar?

Una hora después, la pizza que había pedido estaba en el cubo de la basura. Qué birria. Mejor tomar el coche e irse en busca de un restaurante… ¡Ni uno había en aquel pueblo! Solo un supermercado de los de veinticuatro horas en el que, en el último instante, decidió no parar. Tampoco pasaba nada por acostarse sin cenar una noche. Ya que estaba allí, podía pasarse a ver la empresa que iba a llevar al siglo XXI.

El bloque de oficinas que había al lado de la fábrica era bastante grande. A ver qué cara le ponían cuando se presentara al día siguiente diciendo que era el nuevo CEO, teniendo en cuenta que se trataba de un negocio familiar que tendría que someterse a restructuraciones y cambios que pudieran hacerlo viable.

De vuelta a casa, rebasó un coche aparcado en la cuneta de la carretera. Había una mujer joven junto al capó. Una mujer sola en la oscuridad, con el coche averiado. Qué fastidio. No quería pararse. Nadie podría acusarle de ser un buen samaritano, pero lo habían educado demasiado bien para pasar por alto el peligro que podía correr una mujer en esa situación así que, maldiciendo entre dientes, dio la vuelta y bajó la ventanilla.

 

 

Una hora antes

 

Skye se quedó tirada en el suelo, sin moverse de donde el empujón de Ritchie la había lanzado, tan aterrada que no podía siquiera respirar. Había intentado estrangularla después de propinarle un puñetazo en la cara y otro en el estómago, y luego la había emprendido a patadas con ella mientras la miraba como si se hubiera vuelto loco.

Sentía como si el mundo se hubiese parado de repente para lanzarla desde mucha altura, y aún no hubiera dejado de caer. Ritchie nunca la había maltratado. Gritar, sí, pero recurrir a la violencia, nunca. De hecho, seguía dando alaridos, rompiendo cosas, dando portazos, dirigiéndole todo tipo de insultos mientras ella permanecía inmóvil, los ojos cerrados, temiendo que se fijara de nuevo en ella, que volviera a hacerle daño. O lo que era peor aún: que su falta de respuesta lo exaltara más y se volviera contra los niños. Brodie, el pobrecito, había presenciado el ataque y había corrido a ella como si quisiera protegerla con sus escasos dos años, pero Skye había logrado interponerse entre él y Ritchie y meter al pequeño en su habitación. Precisamente había sido su frenética intervención lo que había desatado aún más la ira de Ritchie. Tenía que salir de allí con los niños cuanto antes, pero sabía que él no permitiría de buen grado que lo abandonara, así que se quedó en el suelo, quieta como un ratón, el corazón desbocado, haciéndose la muerta.

–¡Tú, imbécil! Me voy a por algo de beber –le escupió.

Y la puerta de la casa se cerró de un portazo.

Se levantó todo lo rápido que pudo, que no fue mucho porque el dolor de las costillas era insoportable. Consiguió llegar a la habitación de los niños. Brodie, su hermanito pequeño, estaba llorando y aterrado en la cama, y fue primero a por él.

–Nos vamos –le dijo, acariciándole los rizos rubios–, pero tienes que estar muy calladito.

Shona, la más pequeña, dormía en su cuna y la envolvió en una manta para llevarla en brazos. Estaba descalza, pero no veía sus zapatos, y Brodie estaba aferrado a sus piernas. No era de extrañar, después de lo que había visto. Y solo podía culparse a sí misma. Ella había sido quien había decidido irse a vivir con Ritchie, exponiendo a sus hermanos al contacto con ese monstruo y el peligro que encarnaba. Pero ahora lo sabía, y se iba a largar. No había tiempo de hacer maletas, ya que tenía que salir de allí antes de que volviera. Ya volvería a por sus cosas cuando él estuviera trabajando.

Las manos no le obedecían y le costó un triunfo poner a los niños en sus sillitas y abrocharles el cinturón, pero cuando lo consiguió, se dejó caer en el asiento del conductor rezando al dios de los coches viejos para que su Mavis arrancase. Cuando el motor cobró vida, se puso en marcha, doblada sobre el volante y preguntándose a dónde ir. ¿Un hogar para los sin techo? ¿Un refugio para mujeres? Algún sitio habría en el que los acogieran. Si no, tendrían que pasar la noche en el coche. Escapar de Ritchie iba a ser solo el primer paso de un camino sembrado de piedras.

 

 

Enzo asomó el cuerpo por la ventanilla del coche.

–¿Necesitas ayuda?

–¿Sabes algo de coches? –le preguntó, esperanzada.

Enzo bajó del suyo conteniendo un suspiro. Cuando era un adolescente se pasaba la vida enredando con motores, pero por desgracia bastó echarle un primer vistazo a aquel capó oxidado para imaginar que no haría menos de una década del último mantenimiento que se le había hecho a aquella tartana.

–Podrían ser muchas cosas. ¿Has llamado a alguien? ¿Tienes asistencia en carretera?

–Me temo que no, y no he llamado a nadie. En realidad, no tengo a quién llamar –confesó, alejándose un paso de él. Es que era muy alto y fuerte, con una elegancia que le resultaba un tanto intimidante.

Enzo la miró por primera vez. Era rubia, con una melena rizada estilo león y había algo raro en su cara. Si se acercara a las luces de su coche, podría verla mejor.

–Tiene que haber alguien. ¿Amigos? ¿Familiares?

–A estas horas de la noche, no hay nadie –se reafirmó, cambiando el peso de un pie al otro.

Enzo bajó la mirada y se quedó descolocado.

–¿Por qué no llevas zapatos? ¡Hace un frío tremendo!

–Es que he salido de casa con muchas prisas –le dijo, e intentó reír, pero el dolor no se lo permitió.

–Estás herida – observó, consternado–. ¿Has tenido un accidente? ¿Llamo a la policía?

–¡No, por favor! A la policía, no.

–Entonces, ¿cómo te puedo ayudar?

–Siguiendo tu camino. Has hecho lo que debías parándote, pero es que no me puedes ayudar, a menos que sepas arreglarme el coche.

–¡No puedo dejarte aquí sola!

Era muy menuda. No debía medir más de metro cincuenta, ni pesar más de cuarenta y cinco kilos en mojado. Además, debía ser muy joven.

–¿No puedo llevarte a algún sitio?

Cuando se acercó, vio que tenía la cara hinchada, un ojo parcialmente cerrado y un macabro collar azul oscuro le recorría el cuello.

–¡Madonna mía, te han atacado! ¡Estás herida! ¿Por eso te has ido a toda prisa de tu casa?

–Sí. Estamos huyendo, pero no hemos conseguido llegar muy lejos –confesó.

–Voy a llamar a una grúa.

Sacó el móvil y, mientras marcaba, se preguntó vagamente por qué habría usado el plural, si estaba sola.

–No sé si puedo permitírmelo.

–Yo te la pago –contestó–, pero ahora déjame llevarte al hospital más cercano. Necesitas atención médica.

–¿Tan mala pinta tengo? –preguntó, angustiada.

–Parece que alguien hubiera intentado estrangularte, y que te hubieran dado un puñetazo en la cara. Tiene que verte un médico, pero creo que la mejor opción sería llamar antes a la policía.

–No puedo acudir a la policía.

Enzo colgó la llamada, irritado.

–No pueden recoger tu coche hasta mañana. Te llevo yo al pueblo.

–No te conozco. No puedo subirme a tu coche.

–Me llamo Lorenzo Durante. Mis amigos me llaman Enzo. ¿Y tú eres…?

–Skye Davison –le dijo sin demasiada convicción.

–Si te dejo aquí, tendré que llamar a la policía para decirles dónde estás y cómo.

–¿Y por qué ibas a hacer eso?

–Porque, si algo te ocurriera, cualquiera de los conductores que han pasado ya podría hacerme responsable de tu estado.

–¡Por Dios! –exclamó Skye, angustiada.

–Tengo una solución. Una empleada mía es paramédico titulado. Si quieres, Paola puede echarte un vistazo primero en mi casa, pero antes vamos a buscarte unos zaparos.

–¿Paola es una mujer?

Enzo asintió, y vio que parte de su tensión se evaporaba al saber que era una mujer.

–Lo primero, los zapatos –insistió.

Skye capituló.

–Tendré que pasar las sillas a tu coche. Y espero que no te molesten los perros.

Enzo frunció el ceño.

–¿Las sillas? ¿Tienes perro?

Skye había abierto la puerta y había introducido el cuerpo dentro del habitáculo mal iluminado del coche, y Enzo, mirando por encima de su hombro, vio un bebé tapado con una manta hasta debajo de la barbilla y, un poco más allá, a un crío de pocos años adormilado. Algo pequeño y enérgico saltó del asiento del acompañante para enredarse en sus pies.

–Se llama Sparky –le dijo ella mientras soltaba el cinturón del bebé, lo dejaba a los pies del asiento y soltaba la sillita.

Las luces de otro coche cortaron la noche, así que Enzo se agachó a recoger al pequeño dachshund para subirlo a su coche antes de que pudieran atropellarlo. Al ver que Skype se esforzaba por levantar la sillita, se la quitó de las manos para pasarla al asiento trasero de su vehículo. Estaba claro que tenía demasiados dolores para agacharse y hacer lo que había que hacer, así que recogió él al bebé y lo colocó en su sitio para ponerle el cinturón.

–Gracias –le dijo ella no sin cierta sorpresa, ya que Ritchie nunca la había ayudado con los niños.

El niño comenzó a llorar en cuanto vio a Enzo.

–No es culpa tuya –lo disculpó Skye–. Es que, después de lo que ha visto esta noche, los hombres lo asustan un poco.

–¿Es que te han pegado delante de él? –preguntó mientras ella sacaba al pequeño y él soltaba la sillita.

–Eso me temo. Me siento tan culpable… –se lamentó.

–No tienes de qué sentirte culpable. No es culpa tuya que te hayan atacado.

Enzo abrochó el cinturón del niño y cerró la puerta de aquella mercancía tan inesperada. Dos niños y un perro. ¿Qué otra cosa podía hacer?

–Siento mucho todo esto –se disculpó Skye mientras se acomodaba con mucho esfuerzo en el asiento del acompañante–. No creo que te esperases estas complicaciones.

–Así no pienso en mis propios problemas –contestó–. Llamo a Paola mientras tú entras en el súper a comprarte unos zapatos.

Su serenidad estaba obrando maravillas con sus nervios.

–¿Te quedas tú con los niños?

–No voy a abandonarlos, y tampoco vamos a andar moviéndolos otra vez a estas horas de la noche.

Unos minutos más tarde, llegaban al aparcamiento.

–¿Quieres que entre yo a por los zapatos?

Skye negó con la cabeza, y también ese gesto le dolió. No había un solo centímetro de su cuerpo que no le doliera.

–No. Estaré bien.

Menos mal que había podido sacar el bolso con los niños. Entró en la tienda sin que el encargado de seguridad la mirara y escogió unas deportivas de lona, pañales, leche infantil, un biberón, y algunas cosas más que necesitaban sus hermanos, agradecida de tener suficiente dinero después de que Hacienda le devolviera el importe de su declaración.

Cuando volvió al coche, Enzo estaba hablando por teléfono en otro idioma. Había llamado a Paola al hotel en el que se hospedaba su equipo de seguridad y le había pedido que se reuniera con él en la casa, y la mujer protestó vehementemente porque se le hubiera ocurrido salir sin sus guardaespaldas. A cambio, él le contó lo de Skye y los niños.

–Paola se reunirá con nosotros en mi casa –le dijo al terminar de hablar–. Si me das unos minutos, voy a entrar a comprar café y algunas cosas básicas, porque no hay comida en la casa.

–¿Y eso? –preguntó cuando él se había bajado ya y le iluminaban las luces de la tienda.

Era la primera vez que lo veía con claridad. Se trataba de un hombre excepcionalmente guapo, con unos rasgos muy definidos, un mentón fuerte y unos ojos muy oscuros. Tenía el pelo negro y muy espeso, y lo llevaba bastante corto. Todo él emanaba clase y estilo, desde el corte de pelo hasta el traje que llevaba.

–Es que he llegado esta tarde, y no he tenido tiempo de ir a la compra.

–Yo puedo pasar sin café.

–Pero yo no.

Se alejó el desconocido que estaba siendo tan amable con ella cuando el hombre al que creía amar y que la amaba había estado a punto de matarla. Había una lección que aprender, y era que tenía que expulsar a Ritchie de su vida. No albergaba ninguna duda a ese respecto, después de lo que le había hecho.

Enzo volvió con un par de bolsas y volvieron a ponerse en marcha.

–Mi casa no está lejos. Paola te dirá si piensa que debes ir al hospital.

–¿Cómo voy a ir al hospital con los niños?

–Has debido tenerlos muy joven… –comentó él.

–No son mis hijos. Son mis hermanos. Mi madre y mi padrastro fallecieron en un descarrilamiento de tren hace más o menos un año. Shona solo tenía un mes.

Fue extraño que sintiera alivio al descubrir que no eran sus hijos.

–Siento tu pérdida.

–Gracias, pero en cierto modo, los niños evitaron que mi hermana menor, Alana, y yo, nos viniéramos abajo. Teníamos que seguir adelante por su bien.

–¿Ha sido tu marido quien te ha hecho esto?

–No. Un novio. Afortunadamente no estamos casados, y no tenemos ninguna propiedad que sea de los dos.

Enzo se desvió de la carretera principal y tomó un camino bordeado de setos altos de laurel, y a Skye se le quedó la boca abierta al ver la enorme casa victoriana con su espectacular torre adosada a uno de los muros.

–¿Aquí vives?

–Desde esta tarde –confirmó Enzo sin demasiado entusiasmo–. Paola ya ha llegado. Supongo que tendremos que meter a los niños y al perro.

–Sí. Mejor no quieras saber lo que es capaz de hacer Brodie si lo dejas solo en un coche.

Su responsable de seguridad lo esperaba en el porche delantero, y abrió los ojos de par en par al ver a Enzo con Brodie en los brazos, que se revolvía enfadado como si fuera una serpiente dentro de un saco.

–Entremos –dijo, abriendo la puerta para dar paso al recibidor–. Examinaré a Skye en el salón –anunció. En la mano llevaba un neceser de primeros auxilios–. ¿Podrás cuidar de los niños?

Brodie empezó a llorar y siguió intentando liberarse.

–Me las arreglaré –contestó, decidido.

Dejó al niño en el suelo y Skye le pasó a la pequeña.

–Intenta no despertarla –le aconsejó.

Enzo entró en la cocina y se sentó dando un suspiro. Rescatar mujeres era agotador y frustrante, y él carecía de las habilidades necesarias para cuidar niños, pero habría ayudado a Skye de todos modos, aunque hubiera sabido que llevaba niños y un perro con ella.

–¿Quién eres? –preguntó Brodie, plantándose delante de Enzo.

Se estiraba como si quisiera parecer mayor.

–Tengo hambre –anunció–. Y tengo caca.

Menos mal que había visto la puerta de lo que debía ser el cuarto de baño de la planta baja.

–Necesito ayuda –dijo el niño al llegar.

Sujetando a la bebé con un solo brazo, ayudó al niño con la ropa y abrió el grifo para que pudiera lavarse las manos. Dios, qué difícil podía resultar una tarea tan sencilla.

 

 

–El jefe no sabe absolutamente nada de niños –comentó Paola mientras atendía a Skye en el elegante salón–. Le va a venir bien.

–Ha sido muy amable con nosotros, pero cuando vio a los niños y al perro, creo que pensó en echar a correr. ¿Está soltero?

–Muy soltero. No es de los que se comprometen –le confesó–. Creo que tus costillas están magulladas pero no rotas, así que tendrás que cuidarte hasta que sanen. En cuanto a la garganta, intenta no hablar demasiado. Es un problema más serio, y creo que deberías dejar que el jefe te lleve al hospital.

–El hospital más cercano está a kilómetros de aquí, y los niños ya han pasado suficiente por una noche.

–Tienes que ir a la policía y denunciar la agresión.

Skye bajó la mirada.

–No puedo.

–¿Por qué? ¿Y si vuelve a hacerlo, y no sobrevives?

Skye palideció.

–Es que es policía. ¿Cómo voy a denunciarle? Igual no me creen, y seguro que conseguiría que sus amigos me localizasen. Creo que llevo un localizador en el teléfono.

–¿Es policía? –preguntó, consternada–. Da igual. Tienes que denunciarlo. Dame tu teléfono, que voy a ver si tienes instalado ese localizador.

Skye salió al vestíbulo y vio a Enzo con Brodie a sus pies y con Shona apoyada en el hombro, dormida. Paola tardó poco en volver con su teléfono.

–Creo que deberíamos irnos ya –le dijo Skye.

–Sería una locura, a estas horas de la noche y habiendo aquí por lo menos seis dormitorios vacíos. Elige el que quieras.

–Eres muy generoso, pero…

–No, lo que soy es práctico –la cortó, mirándola. Sin los moretones y las inflamaciones que deformaban su rostro, sería una mujer muy guapa–. Los niños y tú estáis a salvo en esta casa. Tengo seguridad las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Incluso podrías encerrarte en tu habitación. Nadie te va a molestar, y podrás marcharte cuando quieras.

Con las mejillas sonrojadas, miró su reloj y le quitó a Shona de los brazos con un suspiro de rendición. Enzo se agachó para recoger a Brodie, que estaba medio dormido.

–Os acompaño arriba. Yo mañana saldré temprano para ir a trabajar, así que, si quieres que te lleve a la ciudad, dímelo.

Uno de los dormitorios tenía cama y cuna, y fue el que eligió. Dejó a la niña en la cuna y la tapó con su manta.

–Si no nos hubiéramos encontrado, ¿dónde tenías pensado ir? –le preguntó Enzo desde la puerta.

–Hay un albergue para vagabundos en la ciudad, pero eso acarrearía la intervención de Servicios Sociales, y me preocupa que puedan quitarme a los niños.

–¿Tienes su custodia?

–Sí, pero cuando me la concedieron, vivía con mi hermana y trabajaba de maestra. Mi vida era estable entonces, pero ahora, todo ha cambiado.

–¿Maestra?

–Sí, de infantil. Pero era un trabajo temporal, y como a mi hermana le ofrecieron trabajo y alojamiento en un hotel, yo sola no podía pagar el alquiler. Ritchie se ofreció a que viviera con él, y fue la peor decisión de mi vida. Para empezar, no quería que buscase trabajo, lo que debió escamarme ya entonces. Y ahora, aquí estoy, sin casa, sin trabajo y sin un céntimo.

–Saldrás adelante –le aseguró–, pero por ahora, hay que dormir.

–Gracias por todo –le dijo en voz baja.

–Mi buena acción del día –respondió–. Tampoco he hecho tanto. En general, suelo ser un bastardo egoísta.

–Pues esta noche, no.

Cuando Enzo cerró la puerta, Skye echó la llave. Sí, se sentía mejor en una habitación que pudiera cerrar. Tardaría mucho tiempo en volver a sentirse cómoda cerca de un hombre, si es que lo lograba.

Metió al pequeño en la cama y entró en el baño. El anticuado espejo le devolvió una imagen espantosa de sí misma. Paola le había dado unos analgésicos y si se movía despacio, el dolor no era muy intenso, aunque le dolía absolutamente todo el cuerpo.

Y aún tenía que recoger sus cosas. ¿Cómo iba a hacerlo sin coche? Seguramente ni siquiera tendría dinero suficiente para reparar la vieja tartana de su madre. Respiró hondo. No podía dejar que la angustia la venciera. Se enfrentaría a sus problemas uno a uno. Tenía que ser fuerte.

Era muy doloroso recordar hasta qué punto había confiado en Ritchie. Confiando en su proposición de matrimonio, había ido renunciando casi por completo a su libertad, ignorando lo poco que le gustaba el tiempo que les dedicaba a sus hermanos, sus ataques de celos que se desencadenaban con que otro hombre tan siquiera la mirase, su insistencia en saber dónde iba y con quién hablaba. Había ignorado y perdonado demasiado, creyendo en su amor y achacando todo eso a la inseguridad.

A Alana nunca le había gustado Ritchie. Le parecía demasiado posesivo. Pero ella lo había querido, sobre todo porque parecía aceptar a los niños. Y porque parecía considerarla especial a ella, algo que nunca nadie había hecho antes. Obviamente, había sido todo una ilusión.

 

 

Enzo se acostó después de ducharse y comenzó a hacer planes. Iba a ofrecerle trabajo a Skye como ama de llaves. No es que fuera a estar mucho por casa, teniendo en cuenta las horas que pasaba en el trabajo, pero cuando estuviera, quería sentirse cómodo, sin preocuparse por ir a la compra, aprender a cocinar y todas esas monsergas. Le había sorprendido descubrir que los críos no le molestaban, y esa niña dormiría en mitad de un terremoto. En cualquier caso, la casa era lo bastante grande para poder tener a dos niños y un perro.

La verdad es que nunca se le habría ocurrido imaginar que podían gustarle los niños. Después de su desastrosa experiencia en el amor durante la universidad, había dado por sentado que nunca se casaría ni tendría hijos, pero en aquel momento cayó en la cuenta de que no debía permitir que aquella experiencia dictase el resto de su vida.

 

 

Skye se despertó cuando Shona reclamó con un lloriqueo su alimento, y por un momento quiso echarse también ella a llorar, del hambre y la sed que tenía. Bastó con hacer el ademán de levantarse de la cama para recordar violentamente cómo se encontraba. Se le escapó un gemido de los labios involuntariamente, y Brodie se incorporó de golpe.

–Desayuno –dijo alegremente, sin preocuparse por no conocer el sitio en el que estaban.

Se duchó rápidamente, arregló a los niños, y estaba a punto de bajar con ellos cuando alguien llamó a la puerta.

–He oído a los niños y he pensado que te vendría bien tener ropa limpia –dijo Enzo a través de la rendija que ella abrió–. No es mucho y me temo que la talla no sea la correcta, pero es mejor que nada.

–Gracias. Eres muy detallista.

–¡Enzo!

Brodie lo había visto y salió corriendo encantado hacia él como si fuera su mejor amigo.

–Bajo en dos minutos.

Se quitó los vaqueros y el jersey y se metió la camisa y el pantalón de deporte, que tuvo que remangarse y sujetarse con los cordones a la cintura. Estaba ridícula, pero sentirse limpia fue estupendo.

Enzo, de pie ante el microondas, le robó la respiración con aquel traje de chaqueta en raya diplomática, camisa oscura y corbata roja.

–No es una tostadora –estaba diciendo Brodie, cargado de razón.

–Pero puede que tenga algo para tostar –le contestó Enzo, muy serio.

–Yo me ocupo de las tostadas –intervino Skye, con Shona cargada a la cadera mientras llenaba la tetera con agua para preparar su biberón–. Necesito ir a por las cosas del bebé que se quedaron en el coche.

–Yo me encargo de enviarte un coche con chófer para que puedas ir a buscarlas. También tengo una proposición que hacerte –anunció–. Necesito un ama de llaves. Tú necesitas un trabajo y un techo sobre la cabeza. ¿Te interesa?

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SKYE frunció el ceño primero y luego asintió mientras llenaba el biberón, hacía la mezcla y lo ponía en agua fría para darle la temperatura correcta.

–Podría ser. ¿Dónde está Sparky?

–En el jardín de atrás. Me temo que no tenemos comida para él.

–Sparky tiene hambre. Brodie tiene hambre– se quejó el niño.

–Tengo hambre –le corrigió mientras ponía el pan en la tostadora–. Se está tostando el pan y anoche compré unos cereales.

Así que ama de llaves. Le daría un sitio seguro en el que vivir y donde seguir cuidando de los niños. Y mientras ganaba algo de dinero, podría seguir buscando trabajo de lo suyo.

–Deja que te sostenga yo a la niña –se ofreció, tomándola en brazos y sentándose a la mesa.

–¿En qué consistiría exactamente el trabajo? –le preguntó.

–Sería solo durante un par de meses, porque no estaré en Inglaterra hasta mucho después de Navidad. Con que te ocupes de la casa, hagas la compra y cocines, estaré encantado. Solo cena. Estaré fuera casi todo el día.

Skye probó la leche del biberón en la muñeca.

–Suena bien. Tener ocasión de recuperarme antes de volver a empezar en algún sitio. ¿Cuánto me pagarías?

Enzo le dijo una cantidad.

–¡Eso es demasiado! –se sorprendió.

–Te vas a ocupar de todo, y creo que el dinero te vendría bien. En cuanto tu coche vuelva a funcionar, recuperarás tu independencia.

–De acuerdo. ¿Qué dirección es esta? Tengo que decirle a mi hermana dónde estamos.

Anotó la dirección, tomó a Shona de nuevo en brazos y le dio su biberón, que la niña tomó encantada, con sus ojazos azules clavados en la cara de Skye.

–Si consigues que la cafetera haga un café decente, te pagaré un plus –añadió Enzo.

–No es ciencia aeroespacial.

–Pues podría serlo –suspiró, viéndola acomodar a Brodie en su silla para, a continuación, untar mantequilla en las tostadas–. Se te da bien la multitarea.

–Es necesario teniendo niños. ¿Quieres tostadas?

Se la veía muy pequeña con su ropa, y había algo vagamente sexy en verla con algo suyo, pero esas consideraciones estaban fuera de lugar ahora que era su empleada. Además, había pasado por una relación abusiva y debía extremar las precauciones para que se sintiera segura estando con él.

Se movía con evidente rigidez, y tenía un ojo a la funerala, pero nada podía ocultar sus delicadas facciones, su piel blanca como el alabastro o la carnosidad de sus labios.

–¿Enzo? ¿Tostadas?

–No –contestó, enfatizando con un gesto de la cabeza–. Me gusta tomar fruta, café y un cruasán en el desayuno.

–De acuerdo. Ya tienes ama de llaves. Recogeré nuestras cosas y me iré a la compra.

Enzo le dejó una tarjeta de crédito negra sobre la mesa.

–¿Qué presupuesto tengo?

–No hay presupuesto.

–¿Qué te gusta comer? –le preguntó, sacando de su bolso una pequeña libreta y un boli–. ¿Y qué no te gusta?

Hablaron de ello un momento y a continuación Enzo se levantó.

–Tenemos que intercambiar números de teléfono. Voy a enviar a dos hombres para que te acompañen a recoger tus cosas, por si tu ex anda por allí y quiere causar problemas. Tienes que estar protegida. Además, llevarás contigo a los niños.

–Gracias. Te estoy muy agradecida. ¿Podrías sacar las sillitas de los niños de tu coche antes de irte?

Como todavía era pronto, decidió llamar a su hermana para pillarla antes de que se fuera a dormir. Alana trabajaba en el turno de noche del hotel, y solía dormir por las mañanas. Tampoco habría tenido sentido llamarla la noche anterior, porque no tenía coche. Aun así, necesitaba su ayuda y quería que supiera lo que había ocurrido y que Ritchie estaba ya fuera de su vida. Iba con mucha frecuencia a pasar las tardes con los niños y ella al apartamento, y no quería que pudiera encontrarse con Ritchie sin saber hasta qué punto era volátil la situación.

–Hoy es mi día libre –le contó, contenta–. Bueno, lo era hasta hace un rato. Mi compañera ha llamado para decir que está enferma.

Escuchó en silencio lo que su hermana tenía que contarle, e inmediatamente se ofreció a quedarse con los niños mientras ella iba a recoger sus cosas a casa de Ritchie.

Había vestido a los niños, dado de comer al pobre Sparky un trozo de tostada y la cocina estaba recogida cuando Matteo y Antonio, los dos hombres enviados por Enzo, llegaron. Alana apareció poco después.

–¡Ay, Dios mío, cómo tienes la cara! –exclamó horrorizada.

Alana era una versión más alta y curvilínea de Skye, con una larga y lisa melena rubia que ella le envidiaba.

–¡Tendría que matar a ese cerdo por lo que ha hecho!

Skye calmó a su hermana pequeña y dejó a los niños con ella. Se sentía muy rara con la ropa de Enzo y la cara amoratada, así que decidió que no debía quitarse en ningún momento las gafas de sol. Los nervios se le desbocaron cuando el coche se detuvo en el pequeño aparcamiento que había delante del bloque.

Afortunadamente, encontraron el apartamento vacío. Como si estuviera concursando en uno de esos programas en los que hay que llenar un carro de supermercado a toda velocidad, buscó un par de bolsas de basura y entró primero en la habitación de los niños.

No había caído en la cuenta de que tenía que llevarse un carrito de bebé, una trona y varias cosas voluminosas más, pero vio que Antonio hacía una llamada.

–Vamos a necesitar una furgoneta –le explicó–, pero Matteo se encargará de conseguirla.

–Debería haberlo pensado antes de venir –se disculpó mientras Antonio recogía juguetes y ella entraba en el dormitorio que había compartido brevemente con Ritchie.

Miró la cama con recelo y apartó enseguida la mirada del lugar en el que había empezado a sentir miedo. No le gustaba el sexo. En contra de todos los artículos que había leído, no lo disfrutaba y, ahora que Ritchie estaba fuera de su vida, podía sincerarse. Tanto fingir un placer que estaba lejos de sentir para mantener a Ritchie contento la había dejado agotada, con un regusto a mentira en la boca, y a extrañeza también, porque no le gustase lo que les gustaba a otras mujeres. Se había librado ya de todo eso. Un futuro libre de hombres se extendía ante ella.

La foto de sus padres la miró desde encima de la cómoda, y los ojos se le llenaron de lágrimas. La felicidad que desprendían juntos había llegado a ser su ideal, y le parecía risible que hubiera podido imaginarse construyendo algo parecido con Ritchie. Al fin y al cabo, su padrastro había aceptado a dos niñas pequeñas que no eran sus hijas y las había tratado como si fueran de su misma sangre. Que Ritchie pareciera dispuesto a aceptar que el paquete la contenía a ella, a Brodie y a Shona la había animado a creer que era parecido a su padrastro, pero tardó poco en empezar a quejase de que los críos estuvieran siempre por medio, e incluso a acusarla de anteponerlos a él. En realidad, a pesar de todas sus frases altisonantes sobre el matrimonio, Ritchie no estaba preparado para la vida en familia.

Terminó de meter zapatos y ropa en bolsas y las sacó al vestíbulo, a la espera de la furgoneta, no sin antes colocarse las gafas de sol.

Estaban ya bajándolo todo al portal cuando llegó la furgoneta con otro hombre, que lo cargó todo rápidamente. Salía del portal con una sonrisa en los labios cuando se tropezó frente a frente con Ritchie.

–¿Dónde demonios te has metido? –escupió con rabia–. ¡Has estado fuera toda la noche y ni siquiera me has llamado!

Skye se quedó paralizada. Él tenía el aspecto de siempre: pelo rubio, mentón cuadrado, ojos azules y mejillas enrojecidas de rabia. No iba de uniforme.

–¡Te he hecho una pregunta! –le gritó, acercándose amenazador. Entonces miró a Antonio–. ¿Y este quién es?

–Me marcho, Ritchie –le dijo–. Esta es la última vez que me vas a ver.

–Aléjese –le dijo Antonio, extendiendo un brazo protector delante de Skye–. Está demasiado cerca.

–¿A qué demonios juegas, Skye? ¿Cómo que te vas a marchar? Hemos tenido una pequeña discusión, sí, pero…

Ella se quitó las gafas.

–¿A esto le llamas una pequeña discusión? ¡Me diste una paliza!

Ritchie apartó la mirada.

–Te caíste. A mí no me culpes por eso. Vamos a hablar de ello como dos adultos en privado.

–No, gracias. No quiero saber nada más de ti –terminó, y echó a andar hacia el coche.

Ritchie avanzó para cortarle el paso, pero Antonio se abalanzó sobre él. Ritchie logró zafarse y se revolvió con intención de darle un puñetazo, pero Antonio fue más rápido que él: se subió al coche, cerró la puerta y arrancaron de inmediato. Menos mal que Alana se había quedado con los niños y Brodie no había tenido que presenciar otra escena como aquella. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras Antonio y Matteo hablaban en su idioma.

–Nos está siguiendo –dijo Antonio.

Skye se tapó la boca con las manos para ahogar un grito. No quería que Ritchie supiera dónde iba a vivir.

–Hacemos lo que nos diga. Nosotros estamos de servicio, porque el jefe no quiere que la dejemos sola en ningún sitio –dijo Matteo–. Y después de lo que acabo de ver, es la decisión acertada.

Su teléfono sonó y atendió la llamada. Era Enzo.

–¿Cómo estás?

–Un poco agobiada. Y muy agradecida por no haber estado sola –añadió, pensando que tenía una voz preciosa, honda y algo ronca–. Siento estarte causando tantas molestias.

–De eso, nada, piccolo mio. Tú no te separes de mis hombres.

 

 

Enzo terminó la llamada mientras la directora de marketing de la empresa esperaba a que la atendiera. Se trataba de una curvilínea morena que lo estudiaba abiertamente con mucho interés. Había tenido un primer día un poco difícil. Cambiar la pesada estructura de la empresa no le iba a granjear muchos amigos, y en cuanto a las nuevas ideas que quería aportar, no habían sido bien recibidas, excepto por aquellos que se habían adelantado y pretendían buscar un futuro más próspero para la empresa.

–Mi novia –mintió descaradamente.

Martina se había pasado el día intentando flirtear, rozarse con él, llamar su atención, y quería que diera un paso atrás, de modo que fingir que ya había alguien en su vida era la mejor estrategia. Por desgracia, estaba acostumbrado a que las mujeres se lanzasen a él. Era rico, joven y soltero, así que una atención desmedida iba con el territorio.

–Creía que había venido solo a Inglaterra, señor Durante.

Enzo maldijo en aquel momento la notoriedad de su apellido, una fama en parte heredada de su padre, un notable mujeriego que había destrozado su matrimonio poco después de que Enzo naciera. Él y su madre estaban intentando por enésima vez reconciliarse cuando ocurrió el accidente.

–Pues no –contestó sin vacilar, y pensó en Skye, que no tenía la más mínima intención de flirtear con él o de lanzarse a su cuello. Para él era una experiencia nueva que lo trataran como un adulto, y no como un producto fabulosamente rico que se debía adquirir. Nueva y relajante.

 

 

Menos mal que Alana estaba allí para ayudar cuando fueron dejando en el vestíbulo, amontonado, todo lo que habían cargado en la furgoneta.

–¿De verdad se ha terminado todo con Ritchie? –preguntó mientras colocaba la trona en la cocina–. Ya sabes que vendrá a buscarte, se disculpará e incluso se arrastrará ante ti prometiéndote que no volverá a ocurrir.

–Me da igual. Se ha terminado definitivamente –contestó Skye–. Ni siquiera quiero volver a verlo. Nos ha visto irnos y seguía cabreado.

Alana frunció el ceño.

–Háblame del dueño de esta casa.

Preparó café para todos y dejó que Brodie saliera con su triciclo a jugar al patio trasero seguido por Sparky. El espacio estaba bien vallado. A continuación, y mientras daba de comer a Shona sentada en su trona, le contó lo que había ocurrido la noche anterior.

–No será un viejo verde, ¿no?

–Nada de eso. Es más: es un tío guapo, pero no me preocupa en absoluto. Creo que le van las mujeres mucho más glamurosas que yo.

–A mí sí que me preocupa porque, sinceramente, no creo que Ritchie te vaya a dejar en paz así como así. Seguro que te va a acosar, a querer meterse en tu vida constantemente. Creo que tendrías que denunciarlo a la policía –añadió–. ¿Y si te encuentra un día estando sola y vuelve a atacarte?

Skye intentó quitar hierro lo mejor que pudo a la pregunta mientras Alana la ayudaba a deshacer las maletas en la habitación contigua a la de los niños, que era la que tenía más almacenaje. Había seis dormitorios en total, y siempre podría pasarse a la habitación de los niños si Enzo necesitaba más espacio. Una vez terminaron, Skye hizo la lista de la compra y avisó a Antonio para decirle que estaba preparada para ir a la ciudad. Alana se ofreció a acompañarla para ayudarla con los niños.

Al salir de la compra cargadas, Alana se llevó a los niños a su coche y Paola le quitó a Skye el carro de las manos.

–No deberías hacer esfuerzos –le dijo muy seria.

Estaba ya en el coche descargando cuando Ritchie apareció de pronto. Debía estar escondido entre dos coches, y agarró a Skye por un brazo.

–¿Quién es esa gente con la que estás? –le preguntó de malos modos–. ¿Y de quién es la casa en la que te has metido?

–¡Suéltame! –gritó, oliendo el alcohol en su aliento–. Se ha terminado, Ritchie. ¡Suéltame el brazo!

–¡Suelta a mi hermana! –gritó Alana, corriendo hacia ellos con intención de liarse a patadas con él.

Enfurecido, Ritchie se dio la vuelta cuando Skye consiguió por fin soltarse de él, y se encontró de frente con Antonio. Pero fue Paola la que se adelantó y lo derribó con un movimiento de artes marciales, retorciéndole un brazo a la espalda para entregárselo al guardia de seguridad que se acercaba.

–Ahora ya sabes por qué tienes que denunciarlo a la policía –le dijo Paola a Skye que acompañaba a su hermana al coche, pálida y temblorosa–. Ese tío te va a seguir acosando. Está cabreado y es terco.

–Lo haré esta tarde –prometió.

 

 

Skye había empezado con los preparativos de la cena cuando Enzo entró en la cocina.

–Tu hermana se va a quedar con los niños. Yo he venido para llevarte a la comisaría antes de que cambies de idea.

–Pero…

–No hay elección.

Eso era cierto. Al parecer, no bastaba con separarse de Ritchie. Para recuperar su libertad, iba a tener que luchar. Desde luego, no podía depender de los empleados de Enzo para que la defendieran. Tenía que hacerlo sola.

–De acuerdo. Voy a cambiarme.

Llevaba unos vaqueros y una camiseta de manga larga, y le parecía demasiado casual.

–Estás bien así –le dijo él, y fue a por su abrigo, colgado en un armario que había en la entrada.

–¡Es guapísimo! –dijo Alana pronunciando las palabras en voz baja cuando Skye se asomó a verla al salón, que era donde estaba con los niños.

Se le veía cansado. La barba le oscurecía el mentón y el corazón le dio un saltito a Skye sin avisar. Debería haber llegado a casa para relajarse y cenar.

–Tenía pensado hacer una cena rica –le confesó.

–Ya cenaremos más tarde.

–Pero debes tener mucha hambre –protestó ella mientras salían al aire frío.

–Quítate las gafas de sol.

Skye lo hizo. El ojo amoratado empezaba a abrirse y Enzo pudo ver el color tan poco común de sus iris: era un azul violáceo tan claro que le recordaba a las lilas de la primavera.

–Vámonos –dijo, irritado consigo mismo por la distracción.

Skye se acomodó con dificultad en el asiento del acompañante. No había modo de evitar el escalón que había que salvar para subir al coche, ni tampoco que, a cada movimiento del cuerpo, le dolieran las costillas.

Cuando entraron en la comisaría, Enzo pidió hablar con un superior. En la sala de interrogatorios Enzo explicó por qué quería hablar con un superior. Llamaron a una agente femenina que condujo a Skye a otra habitación para que le explicase lo ocurrido, en aquella ocasión sin Enzo. Una vez hecha la declaración, tuvieron que esperar a que un forense la examinara y fotografiase sus lesiones. Nadie hizo mención a que el asaltante era un policía que trabajaba en su misma comisaría, y esa actitud tan profesional hizo que Skye perdiera parte de la tensión.

Cuando volvió junto a Enzo, estaba agotada, y la garganta le dolía de todo lo que había tenido que hablar. Ya juntos, salieron al coche.

–Paola y el resto de su equipo fueron testigos, y se pasarán mañana por la comisaría a prestar declaración –le explicó–. Creo que también tendrás que pedir una orden de alejamiento. Te he concertado una cita con un abogado para mañana.

–Te estás tomando una barbaridad de molestias por mí –dijo, haciendo una mueca avergonzada–. ¿Por qué?

–En primer lugar, ahora que trabajas para mí, tu seguridad es responsabilidad mía. En segundo, no se puede permitir que tu ex te agreda, te amenace y se vaya de rositas, y mucho menos que siga trabajando en un puesto de confianza. Y en tercero, los niños deben vivir en un ambiente seguro.

–Me conociste ayer. Seguro que te has arrepentido más de una vez de haber parado con el coche.

Enzo se encogió de hombros y tomaron ya la entrada hacia la casa.

–Ya estamos aquí, en la casa encantada.

–¿Por qué la llamas así?

–Porque me recuerda a las casas de las películas. ¡Si no tenemos un fantasma, pensaré que nos han estafado!

–¿No es tuya?

–No. Creo que es alquilada. Mi abuelo se encargó de buscármela. Por cierto, tu hermana ha tenido que irse a trabajar. Paola ha hecho de canguro.

Era una fuente constante de problemas. Darle trabajo teniendo dos niños a su cargo era más engorro de lo que valdría cualquier trabajo que pudiera desempeñar.

–No he tenido que hacer nada –replicó Paola en tono tranquilizador–. Tu hermana los dejó acostados antes de irse. ¿Te sientes mejor ahora que lo has denunciado?

–Sí –mintió. En realidad estaba más asustada que antes, porque sabía que Ritchie iba a enfadarse.

Cuando Paola se marchó, Skye se fue a la cocina a preparar la cena que tenía pensada.

–Ya cocinarás mañana –le dijo Enzo desde la puerta–. He pedido cena para los dos al hotel en el que trabaja tu hermana. Es tarde y estás agotada.

–Cocinar es parte de mi trabajo –respondió.

–Esta noche, la tienes libre.

–Tú también debes estar cansado –contestó, aunque en realidad quería seguir discutiendo, pero algo en su mirada le aconsejó no hacerlo–. ¿Qué tal ha sido el primer día?

–Horrible –le confesó con una mueca.

Skye salió al comedor para poner la mesa. Encendió la chimenea eléctrica para que estuviera más acogedor y la lámpara que había en una mesita colocada en un rincón. Enzo había subido, y apareció con el pelo mojado de la ducha, unos vaqueros viejos que le sentaban como un guante y un jersey gris. Una imagen difícilmente desdeñable, pero Skye se obligó a volver a entrar en la cocina para llenar de agua una jarra y llevar dos vasos.

Sí, el tío estaba cañón, pero trabajaba para él, así que tendría que enterrar esas respuestas femeninas como fuera. Menos mal que ella no era una mujer muy atractiva. Así él no le prestaría mucha atención.

–¿Y por qué ha sido horrible? –preguntó.

–Despidos –suspiró–. Pero si el negocio va como yo creo que va a ir en el futuro, no tardaremos en contratar a gente. Así son las cosas –sentenció.

–¿Es Mackies, la fábrica de embalajes del polígono industrial? Es la que da más trabajo en esta zona.

Enzo asintió al mismo tiempo que sonaba el timbre de la puerta. Skye fue a abrir y se hizo a un lado para dejar pasar a un carrito empujado por un camarero.

–Aquí, por favor –lo llamó Enzo–. Siéntate, Skye.

Se sentía un poco rara allí, cuando había pensado llevarse su plato a la cocina.

–Nosotros nos serviremos –le dijo Enzo al camarero.

–Yo lo hago –se ofreció Skye.

Descubrió que se trataba de una comida de tres platos, con un aspecto delicioso. Sirvió la ensalada.

–Qué buena pinta –alabó–. No esperaba algo así.

Extendió la servilleta sobre las piernas y atacó su plato. Tenía hambre.

Enzo le habló de que la fábrica iba a empezar a vender embalajes biodegradables, que estaban muy demandados y que esperaban firmar en breve un suculento contrato.

–Creo que mi abuelo compró esta fábrica pensando en mí.

–¿Y eso?

–Soy propietario de una de las empresas más grandes de ese tipo de embalajes en el mundo –declaró sin darse importancia–, y creo que mi abuelo debió pensar que me iba a gustar emprender un negocio de esa envergadura.

Sirvió el plato principal mientras Enzo seguía hablando, sin importarle que hubiera una tercera persona escuchando. Lorenzo Durante era mucho más rico de lo que ella había pensado. ¿La compañía más grande del mundo? Tendría que haber hecho una búsqueda en Internet. Era obvio que estaba acostumbrado a tener servicio.

–¿Discutiste con tu ex? –cambió de tema, en cuanto el camarero se retiró con el carrito, dejándoles los postres–. ¿Por eso te agredió?

–No, no hubo discusión. Volvió del trabajo de mal humor –suspiró–. Le habían dicho que había suspendido el examen al que se había presentado para ascender. Era la tercera vez que suspendía, y nos culpó a nosotros por ello.

–¿Vosotros teníais la culpa?

–Estalló gritando que era imposible estudiar con los críos en la casa, y yo cometí el error de intentar razonar con él. No le recordé que ya lo había suspendido en dos ocasiones antes de que nos fuéramos a vivir con él, o que solo le vi estudiando en una ocasión antes de presentarse. Únicamente le dije que, para la próxima ocasión, me llevaría a los niños, y eso debió ser lo que terminó de encenderlo, porque no iba a poder volver a presentarse hasta el año siguiente. Me dio un puñetazo, me insultó, y cuando me caí, se lanzó a mi cuello. De verdad pensé que iba a matarme…

Enzo murmuró algo en italiano.

–Siento haber sacado el tema.

–No es culpa tuya –contestó, y se levantó a por los postres que esperaban en otra mesa–. Pero fue la primera vez que me pegó. No me habría quedado con él si lo hubiera hecho antes.

–¿Cuánto tiempo llevabais juntos?

Tenía unos ojos de color ámbar, con unas largas pestañas oscuras, y por un momento se quedó en blanco, mirándolos.

–¿Skye?

–Cuatro meses –contestó rápidamente, azorada–. No mucho, la verdad, pero no nos iba bien. Es un hombre controlador, muy posesivo, muy desconfiado. No quería que tuviera amigos. Ni siquiera le parecía bien que viera a Alana. Empecé a sentirme como un gato caminando sobre ascuas cuando él estaba cerca. De no haber sido por los niños y porque no quería volver a cambiarles la vida otra vez, no me habría quedado tanto tiempo.

–¿Piensas volver a dar clases?

–Si puedo encontrar un trabajo que no me obligue a irme demasiado lejos de mi hermana, sí. ¿Te han dicho algo de mi coche?

–Sí –suspiró–. Está tan viejo que sería mejor que lo llevaras al desguace.

–¡No! –exclamó–. Mavis era el coche de mi madre, y es irremplazable.

Enzo la miró sorprendido.

–¿Mavis? ¿Le has puesto nombre a ese pedazo de chatarra?

–Se lo puso mi madre –dijo, levantándose–. Voy a por el café. Ya sé cómo funciona la máquina. Hasta he conseguido que muela los granos.

–Así que tiene valor sentimental.

–Sí. Montones de recuerdos felices de mi infancia.

–Al menos tú conociste a tu madre. La mía murió con mi padre en un accidente de coche cuando yo tenía seis semanas. Me criaron mis abuelos.

–Las fotos no sirven de mucho, ¿verdad? –se lamentó. Iban los dos hacia la cocina, y sin pensar, le apretó el hombro para consolarlo–. Al menos tuviste a tus abuelos, que los míos habían fallecido mucho antes que mi madre y mi padrastro.

Enzo la miró sorprendido ante el gesto. La única persona que lo había tocado así era su abuela. Fuera de la alcoba, no estaba acostumbrado. Solía evitar esa clase de intimidad, no fuera a transmitir una idea equivocada. Después de haber estado a punto de casarse con la mujer equivocada en la universidad, las relaciones casuales habían pasado a ser su forma de relacionarse con el sexo opuesto. Así no había malos entendidos ni se esperaba una proyección a futuro.

Skye le dejó delante una taza de café y le dio un sorbo complacido.

–No –protestó cuando ella empezó a recoger la mesa–. Siéntate conmigo. Tengo algo que proponerte.

Skye abrió de par en par sus ojos violeta y frunció el ceño.

–Pareces una gatita cuando haces ese gesto –sonrió Enzo.

–Preferiría que pensaras en una pantera o una tigresa. De gatita, nada.

Enzo se echó a reír.

–No sé yo si voy a poder. ¿Qué te parecería hacerte pasar por mi novia en una fiesta la semana que viene?

La risa aún iluminaba sus rasgos cuando hizo la pregunta. Desde luego tenía encanto por toneladas.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

HACERME pasar por tu novia? –repitió, temiendo no haber entendido bien–. ¿Eso qué significa?

–Pues que finjas que tenemos una relación. Nada de sexo, o de cualquier otra cosa que no te parezca aceptable –aclaró rápidamente–. Hay varias mujeres en el trabajo que intentan flirtear conmigo. La semana que viene organizamos una fiesta en la empresa, y me gustaría llevar del brazo a una novia para dejarle claro a todo el mundo que no estoy disponible. Me temo que mi reputación de mujeriego me precede, pero no pienso tener nada con nadie mientras esté aquí.

Que las mujeres intentasen flirtear con él no le sorprendía lo más mínimo. Tenía un físico envidiable y era extraordinariamente guapo, así que cualquier mujer soltera le daría la bienvenida, pero le resultó curioso que se refiriera con tanta flema a su reputación de mujeriego.

–¿Eres mujeriego?

–Lo creas o no, eso atrae a un cierto tipo de mujer. Pero, ahora mismo, llevo una vida de celibato –sonrió–, y quiero que siga así mientras esté aquí.

–Es bueno saberlo –contestó, sintiendo que se sonrojaba–. Entonces, quieres una novia de pega para que te mantenga a salvo de las tentaciones.

–Exacto. Nada de aventuras, ni escarceos de una noche, y menos aún relaciones de ningún tipo.

–¡Pero nadie se lo va a creer! Yo no doy el perfil. No soy lo bastante estilosa para alguien como tú.

–Los hematomas habrán desaparecido a finales de la semana que viene, y un poco de maquillaje servirá para tapar los restos que puedan quedar. Por supuesto correrá a mi cargo la compra de un vestido apropiado para la ocasión, ya que imagino que no tendrás nada de ese estilo.

–Lo pensaré. Supongo que podría hacerlo como favor por todo lo que has hecho por mí.

–No me gustan demasiado los favores. Prefiero pagarte.

–No. La fiesta será el modo de darte las gracias por ayudarnos anoche y por acompañarme hoy a la comisaría. No soy señorita de compañía, así que lo haré gratis. Por favor, no vuelvas a ofrecerme dinero.

Enzo la miró sorprendido.

–¿Es una advertencia?

–Sí –le contestó, y empezó a quitar la mesa–. ¿Vas a necesitar algo más esta noche? Había pensado acostarme pronto.

–Vete a la cama. Nos vemos mañana.

Skye se detuvo en la puerta y se volvió a mirarlo.

–¿No te parece que es un poco arriesgado, teniendo en cuenta que nos conocemos hace apenas veinticuatro horas?

Enzo se quedó pensativo. Ciertamente era raro para él sentirse tan cómodo con una mujer y, curiosamente apenas la conocía. Quizás se debiera a la certeza de que no podía ocurrir nada entre ellos, y seguramente ella se sentía igualmente cómoda por la misma razón.

–Traquila. Saldrá bien.

 

 

Su abuela lo llamó para ver qué tal estaba y Enzo le contó resumido cómo había conocido a Skye, sus hermanos y el perro en la carretera.

–No estarás teniendo algo con esa joven, ¿verdad? –preguntó, preocupada–. Me siento orgullosa de que la hayas ayudado, pero no quiero que le hagas daño.

–No, no hay nada de esa naturaleza entre nosotros. Está totalmente a salvo conmigo. Los niños son una monada –añadió, y su voz reflejó la sorpresa que le producía ser consciente de ello.

 

 

¿Un mujeriego? Skye se tumbó en la cama, escribió su nombre en el buscador y leyó los resultados que aparecieron en cascada. Había una foto suya medio desnudo, con un pantalón corto en la cubierta de un yate, rodeado por un cortejo de rubias despampanantes, lo que le hizo sentirse como una cotilla y decidió que lo mejor era cerrar la ventana. La vida personal de Enzo no era asunto suyo.

 

 

Skye se levantó temprano, dio de desayunar a los niños y los vistió antes de que Enzo hubiera bajado. No tenía por qué someterlo al caos mañanero de la vida con críos.

–He pensado servirte el desayuno en el comedor –comentó cuando lo vio entrar en la cocina.

Como siempre, su aspecto la dejaba sin respiración. Llevaba un traje gris claro que resaltaba la anchura de sus hombros, sus estrechas caderas y la fuerza de sus piernas. Todo lo que llevaba le quedaba perfecto, y se preguntó cuántos trajes tendría porque aún no le había visto repetir.

–Puedo comer aquí perfectamente… Dio mio! –exclamó, viendo cómo Shona gateaba hacia él–. ¡Se mueve!

Su cara de fascinación le resultó muy graciosa, y vio a su hermana intentar levantarse agarrándose a la pernera del pantalón de Enzo.

–Me la llevo al vestíbulo.

–No es necesario. No está haciendo nada malo –contestó Enzo mientras Brodie, buscando su atención, le llevaba un coche de juguete para que lo viera–. ¿Qué edad tienen?

–Brodie casi tres y Shona trece meses.

Le sirvió el café y le quitó a Shona de las piernas. Debería estar en el comedor, que era donde le había puesto la mesa. Nunca olvidaría su convencimiento de que el microondas podría tostarle el pan. Eso quería decir que no estaba familiarizado con las cocinas, o con comer en un entorno tan humilde.

Enzo dio un par de mordiscos a un cruasán de supermercado y arrugó un poco la nariz, y Skye decidió que acudiría a la panadería del pueblo en busca de un sustituto. Su instinto le decía que Enzo debía estar acostumbrado solo a lo mejor de lo mejor. No le gustaba aquella casa, y por supuesto no le había impresionado, cuando se trataba de una casa grande, cálida y que había sido reformada con sensibilidad, añadiendo electrodomésticos modernos, pero manteniendo las particularidades que le otorgaban carácter. Debía haber muchas cosas que Enzo daba por sentadas en su vida.

–Estás muy seria –comentó.

–Estaba pensando que no aprecias esta casa –se atrevió a decir–, pero es muy cómoda y se le ha hecho una buena restauración.

–Hablas como la voz de mi conciencia –contestó mientras troceaba una manzana–. Estoy de acuerdo en que es funcional, pero yo prefiero un estilo más contemporáneo. Mis abuelos viven en una casa muy antigua, y supongo que por eso mi abuelo escogió este sitio.

–Te malcrían –dijo antes de poder contenerse.

Una sonrisa ladina cruzó la cara de Enzo y sus ojos oscuros brillaron.

–Seguramente –contestó tan tranquilo.