E-Pack Bianca enero 2025 - Lynne Graham - E-Book

E-Pack Bianca enero 2025 E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

El secreto de Scarlett Lynne Graham La confesión al playboy italiano: ¡Eres el padre de mis gemelos! A Scarlett Pearson le cambio la vida cuando descubrió que estaba embarazada de gemelos. Consciente de que el amor no formaba parte de los planes del multimillonario Aristide Angelico, decidió terminar la aventura que tenían. Sus hijos merecían mucho más. Aristide no conseguía olvidar la intensa química que había compartido con Scarlett, ni el hecho de que ella hubiera terminado la relación. Al reunirse con ella dos años después, se sorprendió de que la pasión entre ellos continuará intacta. Decidido a recuperar el control, Aristide invitó a Scarlett a Italia y se quedó helado al descubir su mayor secreto... ¡Y por el deseo de reclamar a su familia! Separados por las mentiras Annie West Noticia de última hora: ¡Embarazada del multimillonario! La modelo Laura Bettany estaba trabajando cuando se quedó totalmente prendada del atractivo Vassili Thanos. Después de una vida de mentiras, Laura se sintió atraída por su honestidad cuando él le dijo claramente que no le gustaban los compromisos… hasta que se enteró de que él estaba prometido para casarse y de que ella estaba embarazada… El magnate griego Vassili Thanos estaba furioso con su tío porque este se había inventado que Vassili estaba comprometido, mucho más aún porque Laura había dejado de responder a sus llamadas. Cuando leyó en la prensa que ella estaba embarazada, Vassili la buscó y comprobó que era cierto. Un matrimonio de conveniencia le aseguraría descendencia, pero le haría falta mucho más que un anillo para conseguir que Laura volviera a confiar en él… Rendidos a la pasión en Venecia Rosie Maxwell La esposa de Ricci volvió… para bien o para mal Cuando la esposa que lo había abandonado volvió para el funeral de un familiar, Domenico se indignó… especialmente consigo mismo. Después de la tortura que había supuesto su rechazo ¿cómo era posible que la encontrara irresistible? Aún más indignante fue la cláusula que su tía incluyó en el testamento, por la que, si quería conservar el palacete veneciano, debía seguir casado con Rae. Rae había tenido que huir para evitar que la adoración que sentía por su marido acabara por eclipsar su identidad. Pero había cambiado, era mucho más fuerte, y se quedaría en Venecia para demostrarlo. Lo único que temía era no poder resistirse a la peligrosa química que había entre ellos… Venganza en el paraíso Heidi Rice Una decisión para siempre: ¿pasión o venganza? Roman Garner pasó de niño pobre a multimillonario. Sin embargo, ninguna cantidad de dinero podía calmar su odio hacia la familia que se negó a reconocerlo. Descubrir que un miembro de la familia Cade, Milly Devlin, había robado accidentalmente su lancha podría servirle de ventaja. Navegando a toda velocidad hacia su isla privada en el golfo de Nápoles, Roman no contaba con la capacidad de Milly para desarmarlo con su vulnerabilidad, emocionarlo con su deseo... y desafiarlo a cada paso. ¿Pero sería posible igualar el marcador si se acostaba con el enemigo?

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Seitenzahl: 759

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

E-pack Bianca, n.º 410 - enero 2025

 

I.S.B.N.: 979-13-7000-552-8

Índice

 

Créditos

El secreto de Scarlett

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Separados por las mentiras

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Rendidos a la pasión en Venecia

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

Venganza en el paraíso

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Aristide Angelico, el multimillonario fundador de Angelico Technologies y un legendario playboy, reposaba en su limusina mientras lo trasladaban al funeral de Luke Walker. Era un hombre alto de complexión atlética, musculoso y con el cabello negro y rizado. Tenía los ojos verdes y era muy atractivo.

Aristide se cuestionaba lo que estaba haciendo.

–¿Y por qué vas? –le había preguntado su asistente personal por la mañana–. Apenas conocías a ese hombre.

¿La respuesta?

Aristide iba a asistir por pura curiosidad. El fallecimiento de un ciclista inocente que circulaba entre el tráfico cuando se dirigía a un nuevo trabajo fijo por primera vez, se había convertido en noticia. Aristide se había quedado de piedra al ver la foto.

Sin embargo, no se había sentido con muchas ganas de ver a su ex llorando sobre el ataúd de su difunto esposo. Sería un falso espectáculo, la demostración de que ella tenía tanta profundidad emocional como un charco. Por lo tanto, en lugar de asistir al entierro eligió asistir al funeral que se celebraría tiempo después.

Aristide había compartido la cama con Scarlett Pearson durante casi un año. Ella era profesora de primaria y él había pensado que la conocía bien. Para su sorpresa, él comprobó que era tan tonto y confiado como cualquier otro hombre cuando se trataba de una mujer menuda y pelirroja. Por supuesto, Aristide se había quedado de piedra cuando al cabo de un tiempo de estar ilocalizable, Scarlett le había anunciado mediante un mensaje de texto que iba a casarse con Luke Walker. Luke, su mejor amigo de la infancia, y con el que según le había asegurado a Aristide, mantenía únicamente una relación pura y platónica.

¡Tonto él por haberla creído! A pesar de todas las precauciones que Aristide había tomado para mantenerse invulnerable, había terminado convirtiéndose en idiota por una mujer, igual que habían hecho su abuelo y su padre, y lo mismo que Daniele, su difunto gemelo. Los hombres de la familia Angelico no habían tenido suerte con el sexo opuesto. De adolescente, Aristide se había prometido que seguiría siendo un playboy, y lo había cumplido durante años. Los años dorados de la juventud, caracterizados por la ignorancia y la irresponsabilidad. A los dieciocho años había decidido que no condenaría su futuro atándose a una arpía sin sentimientos como su madre ni a una cazafortunas infiel como la mujer con la que se había casado su hermano.

Y después, con veintinueve, su madre lo presionaba para que se casara. ¿Y por qué la escuchaba? Desafortunadamente, la última petición que había hecho su hermano Daniele había sido que Aristide intentara se más comprensivo y amable hacia el desagradable carácter de su madre. Y Aristide intentaba ser tolerante por respeto a su hermano y a ser más comprensivo con el trágico pasado de su madre.

–Por el bien de la familia –había dicho Daniele. La familia significaba todo para su hermano gemelo. Y, tristemente, mucho menos para Aristide.

Cada vez que asistía a un evento familiar, le presentaban posibles candidatas al matrimonio, y siempre le resultaba molesto. Después de todo, su plan siempre había sido permanecer soltero hasta la mediana edad. Entonces, se casaría para tener la próxima generación. No tenía ninguna candidata en mente, y no pensaba que existiera la mujer perfecta. Sin embargo, ya había pensado cuáles eran los atributos que su futura esposa debía poseer. Tendría que ser una mujer bella, adinerada y con carácter maternal. Lo último era innegociable. Nadie sabía mejor que Aristide lo que era criarse junto a una madre fría y cruel.

 

 

–Estás agotada –comentó Edith, la suegra de Scarlett, al ver que la joven tenía ojeras.

–Tú también –señaló Scarlett en el atrio de la iglesia. La inesperada muerte de su marido un año antes había roto el corazón de toda la familia.

Luke había fallecido a causa de un accidente de bicicleta camino del trabajo. Durante los dos meses después del accidente había permanecido en coma en un hospital sin ninguna esperanza de despertar. Finalmente, ella y sus suegros habían aceptado que lo desconectaran de las máquinas que mantenían su cuerpo con vida. Él tenía veinticuatro años, estaba recién licenciado, era el hijo único de una familia que lo quería con locura y tenía toda la vida por delante, no obstante, en un abrir y cerrar de ojos, falleció y nada podía cambiarlo.

Scarlett suspiró. Ya no le quedaban lágrimas. Se le habían agotado durante las semanas en las que Luke había permanecido en el hospital. Además, conocía bien lo que era perder a un familiar. Sus padres adoptivos habían fallecido poco después de su boda, uno tras una larga enfermedad, otro por un derrame sufrido tras la pérdida. El hecho de haberse convertido en una huérfana adulta hizo que Scarlett se sintiera más agradecida de tener a Luke y a sus padres. Él la había ayudado mucho. Y sin su presencia, se sentía como si su mundo hubiera colapsado, pero sabía que tenía que superarlo porque tenía dos hijos a los que criar.

Lo último para lo que Scarlett estaba preparada aquel día era para ver a Aristide, su ex, entrando por la puerta de la iglesia donde, junto con los padres de Luke, ella estaba recibiendo a sus amigos. Él llevaba un traje oscuro muy elegante que, sin duda, habría sido diseñado por un sastre italiano y por su aspecto parecía que no le hubiera afectado el paso del tiempo.

No era algo que la sorprendiera, ya que había aprendido que no había nada que realmente afectara a Aristide y solo habían pasado dos años desde que lo había visto por última vez. Dos años intensos, marcados por un embarazo, el nacimiento de sus gemelos y una nueva vida oscurecida por la muerte de Luke. Una vida completamente diferente a la que había tenido mientras estaba con Aristide.

Con aquellos rizos oscuros que enmarcaban su rostro, Aristide era un hombre que siempre llamaba la atención de las mujeres. Scarlett sintió que le flaqueaban las piernas nada más verlo, como si un hechizo se hubiera apoderado de ella. Recordó lo vulnerable que había sido con él a causa del miedo a perderlo. No obstante, en el momento en que él sujetó la mano de Edith y se inclinó para darle el pésame, ella consiguió recuperar el control. Su turno llegaba justo después…

Lo miró fijamente con sus ojos color esmeralda, como si fueran cuchillas de diamante, y no oyó sus palabras. Ni siquiera se percató del tacto de su mano, ya que al ver cómo la miraba de arriba abajo, notó que se estaba sonrojando y dio un paso atrás. Él continuó para saludar a Tom, el padre de Luke.

Asombrada por el efecto que el carisma de Aristide había tenido sobre ella, Scarlett tuvo que esforzarse para girarse hacia la siguiente persona de la fila. Era como si hubiese perdido el control.

Estaba recordando lo que no quería recordar: Aristide, sonriendo y preocupado, la primera vez que lo vio. Ella se había torcido un tobillo mientras corría para hacer deporte. Scarlett nunca había creído en el amor a primera vista, hasta ese día. La atracción había sido instantánea y poderosa. Cuando por fin comprendió bien quién era él, lo que significaba su estatus y riqueza y cómo marcaría las expectativas que tenía hacia ella, ya no tenía vuelta atrás. Amar a Aristide la había vuelto demasiado indulgente, hasta el punto que siempre lo excusaba cuando él la decepcionaba.

«No, no», pensó enfadada. «Hoy no, no en el día de Luke, mi mejor amigo».

 

 

Aristide se sentó en un banco y centró su atención en el rostro de la viuda. Su piel clara como de porcelana mostraba todo. A pesar de que habían pasado meses desde la muerte de su esposo, todavía estaba pálida, tenía ojeras y llevaba su cabello cobrizo recogido en un feo moño. Curiosamente, él no se alegró tanto de verla tan afectada como esperaba. ¿Eso significaba que era más amable de lo que él pensaba? No.

Una vez más, pensó en lo afortunado que era por haber dejado que Scarlett se marchara. No la había seguido desde la distancia y no sabía mucho de su vida. Por supuesto, se había sentido tentado a hacerlo, pero decidió que lo mejor sería darle la espalda y continuar sin preguntarse qué tipo de vida llevaría ella con el otro hombre.

No obstante, las preguntas que había tratado de contener dos años antes, emergieron de nuevo en su cabeza. ¿Habría amado a Luke Walker desde siempre? ¿Habría salido con Aristide para provocar celos a su amigo y despertar así su interés sexual por ella? ¿O había engañado a Aristide desde el primer momento?

En cualquier caso, ella era virgen por aquel entonces, y Aristide eligió no sacar el tema para no crear expectativas. Él nunca cometía ese error con las mujeres. Siempre era muy claro sobre lo que estaba dispuesto a ofrecer y lo que no. Ella había aceptado la situación igual que todas las mujeres con las que había estado. Aun así, Scarlett siempre se había resistido frente a los límites de esa aceptación. Se había negado recibir regalos caros, y a reconocer que sus obligaciones como director ejecutivo de importantes negocios a nivel internacional tenían prioridad ante sus llamadas. En ocasiones, Scarlett era tan difícil que él solía preguntarse por qué seguía con ella.

Aristide no era tonto. Scarlett Pearson-Walker le producía intriga porque lo había abandonado y era la única mujer que se había marchado de su lado. Por supuesto, la idea todavía molestaba al hombre al que habían acusado de tener un ego más grande que el planeta. Era normal que él se preguntara por qué había elegido a otro hombre.

Aristide asistió a la recepción que se celebró después del servicio. Rara vez se había sentido tan fuera de lugar, escuchando los discursos improvisados sobre Luke Walker, quien al parecer había sido un joven notable y voluntario en la iglesia local y en diversas organizaciones.

«Un don Perfecto», pensó Aristide, preguntándose qué secretos habría ocultado bajo esa apariencia.

No podía imaginar a Scarlett con un hombre así, pero podía imaginarla admirando a un hombre así, y eso le ponía muy nervioso. Cuando la conoció, Scarlett empleaba todo su tiempo en libre en atender eventos filantrópicos y, cuando él le recriminó que nunca estaba disponible cuando quería verla, dejó de asistir a ellos con tanta frecuencia. De pronto Aristide se sentía como si nunca hubiera conocido a Scarlett y le molestaba no haber querido conocer el mundo en el que ella se había criado. Un entorno convencional y conservador que él apenas podía comprender porque era lo contrario a la exquisitez, los gélidos silencios y los secretos amargos que ocultaba su pasado disfuncional.

Aristide no sabía lo que era el calor y el apoyo de la familia. A juzgar por lo que había presenciado durante años, sus padres siempre se habían odiado. Su padre siempre se había mostrado indiferente hacia él. Su madre, sin embargo, lo idolatraba. Era su único hijo con vida, pero Aristide la odiaba y evitaba. A pesar de todo, seguir las normas de la familia Angelico implicaba aparentar unidad, dignidad y cumplir con el deber. No obstante, Aristide únicamente se había preocupado por un miembro de la familia, su querido hermano gemelo, quien se había quitado la vida seis años antes. El mundo privado del optimismo de Daniele se convertía en un lugar muy lúgubre, pero, de algún modo, parecía menos lúgubre cuando Scarlett estaba a su lado.

 

 

Al ver que Aristide se acercaba a ella entre los invitados, Scarlett se quedó de piedra. Justo antes, mientras estaba sentada con los padres de Luke, había estado observando a Aristide desde la distancia. Era fácil de distinguir entre la multitud debido a su altura, a su traje inmaculado y a los gemelos que llevaba a juego con el reloj de oro.

Todo el mundo a su alrededor era corriente, y Aristide Angelico nunca había sido una persona corriente, ni siquiera al nacer, puesto que había nacido en una dinastía dedicada al mundo de los negocios en Italia. El monograma A.A figuraba grabado en toda su vestimenta, como en la camisa que ella todavía tenía guardada entre sus pertenencias. Además, era un hombre increíblemente atractivo. Ella se preguntaba por qué había asistido al funeral si, por lo que sabía, no había asistido al entierro.

Después de todo, Aristide habría visto a Luke una docena de veces y nunca había mostrado verdadero interés por él. Sin duda, se habría mostrado mucho más atento si el mejor amigo de Scarlett hubiese sido una mujer. Era cierto que nunca había criticado tal cosa, pero ella había aprendido a percatarse de aquello que molestaba a Aristide porque su mirada se volvía fría o fruncia el labio ligeramente.

–¿Puedo hablar contigo brevemente? –le preguntó Aristide.

Scarlett se levantó de la silla con piernas temblorosas.

–Por supuesto –alejándose de sus suegros, murmuró–. ¿Qué haces aquí?

–Sentía curiosidad.

 

 

Aristide la miró fijándose en su piel de porcelana de su cuello. Al instante, deseó ver más. Observó la curva de sus labios con los ojos entornados y, sin quererlo, recordó su sabor.

Durante un instante se sorprendió al sentir una erección. Era inapropiado, poco acertado, todo lo que él no era. Ya no la deseaba, ¡por supuesto que no! Todo era un viaje al pasado junto a algunos recuerdos no bien recibidos. Y había que tener en cuenta que llevaba mucho tiempo sin estar con una mujer.

–¿Y por qué sientes curiosidad? ¿Sobre qué? –preguntó Scarlett sorprendida.

Un sentimiento de rabia se apoderó de Aristide, quien siempre alardeaba de no perder nunca el control. Ella estaba jugando con él, pero ¿y qué otra opción le quedaba a él?

–Por saber por qué te marchaste.

Scarlett lo miró asombrada.

–¿No era evidente? –respondió, y se volvió al oír que alguien la llamaba.

¿Evidente? No para Aristide. Él quería una explicación. Claramente, debería haber pasado página y olvidar toda la basura de esa época, pero Scarlett había permanecido en su cabeza por mucho que él tratara de evitarlo. No debería haber asistido al funeral. Era el lugar equivocado. El momento equivocado.

 

 

Agotada y nerviosa, Scarlett volvió a sentarse. Edith se inclinó hacia ella y apoyó la mano sobre sus piernas temblorosas

–¿Es él? –preguntó en un susurro–. Es la viva imagen de nuestros nietos.

Scarlett se puso pálida al oír sus palabras, pero admitió que Luke había sido muy sabio al insistir en que no debía guardar el secreto ante sus padres. Al mismo tiempo, había admitido que eragay.

–Sí –confirmó ella. Rome y Alice tenían la piel aceitunada, el cabello negro y rizado y los ojos verdes. Eran una copia de su padre.

 

 

–Te llevaré a los niños dentro de una hora –le dijo Edith a Scarlett por teléfono–. Lo están pasando muy bien en el tobogán. Les daré de comer y así cuando lleguen a casa podrán dormir la siesta y tú tendrás un descanso.

–No necesito descansar –comentó Scarlett–. Hoy no trabajo.

–Estoy segura de que tienes cosas que hacer en casa.

«Por supuesto», admitió Scarlett mientras vaciaba la lavadora y llevaba la colada para tenderla en el jardín. Estaba cansada, pero llevaba cansada desde la muerte de Luke y pensaba que podía ser parte del proceso de duelo. Sin Luke, la vida era más dura y solitaria, pero era afortunada de tener un par de abuelos adorables viviendo en el apartamento de arriba.

Durante las últimas semanas había vuelto a trabajar en la escuela de primaria donde la habían contratado nada más graduarse. Sin embargo, solo trabajaba a tiempo parcial. Por suerte, Luke tenía un buen seguro de vida y, de haberlo querido, ella podría haberse quedado en casa con sus hijos durante una temporada. Sin embargo, Scarlett necesitaba el estímulo de ir al trabajo y relacionarse con otros adultos para encontrarse mejor.

Los Walker habían reformado su casa para convertirla en dos apartamentos y habían invitado a su hijo a que se mudara a la planta baja con su esposa para que los niños pudieran disfrutar del jardín. En realidad, las dos parejas y los gemelos se llevaban tan bien que compartían el jardín sin problema y Tom, el marido de Edith, se encargaba de cuidarlo para relajarse cuando no estaba en la oficina de contabilidad.

Al oír el timbre, Scarlett frunció el ceño. No esperaba a nadie y, Brie, su mejor amiga, estaba trabajando. Salió de la cocina y se dirigió a abrir la puerta con una sonrisa, convencida de que sería un mensajero con un paquete.

Al ver quién estaba al otro lado de la puerta se quedó paralizada. Era Aristide.

–Te habría llamado para avisarte de que venía, pero no tengo tu número de teléfono.

–Aristide… –comentó ella tratando de respirar hondo para calmarse. La imagen de Aristide Angelico frente a su puerta provocó que sintiera pánico.

Agradeció que los niños estuvieran fuera con su suegra y se preguntó si habrían recogido los juguetes del salón. Claro que también había fotos de los niños allí, así que, lo mejor era que no le dejara pasar.

–¿Qué haces aquí? –preguntó mientras daba un paso adelante para salir de la casa.

–No voy a hablar de eso contigo aquí en el jardín –le aseguró Aristide.

Ella se sonrojó. Entró de nuevo en el apartamento y abrió la puerta del salón confiando en que estuvieran recogidos los juguetes. Por suerte, al entrar vio un suelo limpio y de madera y miró a Aristide con nerviosismo.

Él era mucho más alto que ella y, además iba descalza. Se había vestido con una blusa y unos vaqueros y no se había maquillado. Tampoco se había peinado desde el amanecer. Rome la despertaba cada mañana con un abrazo. Era un niño muy cariñoso a pesar de tener un padre que era justo lo contrario.

–La última vez que nos vimos te hice una pregunta. No era el sitio ni el momento adecuado, y te pido disculpas por ello, pero me gustaría saber la respuesta.

Scarlett no podía creer lo que estaba oyendo.

–Han pasado dos años, Aristide. ¿Por qué has venido ahora a preguntármelo?

–¿Te hace daño que te lo pregunte? –arqueó una ceja.

–Has de admitir que es un poco extraño cuando en su momento no te importó lo bastante como para ir a buscarme –repuso Scarlett cerrando los puños–. Aunque no es un secreto. Fue Cosetta Ricci y aquel baile formal a la que la llevaste en Londres. No me mencionaste nada, ni me diste una explicación. Eso fue la gota que colmó el vaso. No podía competir con una modelo y heredera, y tampoco estaba preparada para intentarlo.

–Nunca dije que nuestra relación fuera exclusiva……

–Y en cuanto me percaté de que no lo era me alejé –concluyó Scarlett.

–No querías irte. Querías casarte con tu mejor amigo –comentó Aristide fulminándola con sus ojos verdes.

–Ya te he dado la explicación que querías. Ahora puedes marcharte.

–Cosetta Ricci –repitió Aristide con incredulidad–. Ella no significaba nada para mí…

–Ni yo tampoco –comentó Scarlett. Lo tenía claro desde el día en que no volvió a saber nada de él después de que le enviara el mensaje de texto. Él no luchó por ella, no se enfrentó a ella, simplemente la dejó marchar.

–Era una amiga, nada más. Era un evento benéfico esponsorizado por la fundación benéfica de la familia Angelico y mi madre invitó a Cosetta para que fuera como mi acompañante…

–¡Y no pudiste decir que no! Ahora márchate, por favor –dijo Scarlett y se dirigió a abrir la puerta de la calle.

Aristide se detuvo un instante antes de salir.

–¿De veras intentas decirme que el motivo por el que te marchaste y te casaste con otro hombre fue que no te invité al baile?

Con la cara colorada de rabia, Scarlett cerró la puerta de un portazo y regresó a la cocina donde se puso a caminar en círculos para calmarse. Podía haberle dicho tantas cosas, tantos motivos por los que ella había tomado esa elección, que si empezaba a hablar lo tendría allí de pie hasta media noche. No obstante, ¡no le debía ninguna explicación!

Al contrario, le había hecho un gran favor. No le había endosado a sus hijos y no crearía ningún escándalo cuando saliera a la luz que tenía hijos fuera de un matrimonio. La familia Angelico, y Aristide, siempre aparecían en la prensa y cada uno de sus movimientos atraía publicidad.

Scarlett, sin embargo, nunca había sido lo suficientemente buena para él o su familia. Él siempre la había mantenido alejada de ellos hasta que su madre coincidió con ella en una fiesta y se burló de Scarlett por su origen de clase obrera y por ser adoptada. Elisabetta Angelico le dejó muy claro que pertenecía a la clase más baja y que no sería nada más que una aventura pasajera para su hijo.

En realidad, Scarlett ya sabía quiénes eran sus padres biológicos. Siendo muy jóvenes, después de darla en adopción, continuaron con sus vidas. Su madre biológica, a la que conoció a los dieciocho años, disfrutaba de un buen trabajo en el mundo de la moda y no tenía mucho interés en mantener la relación con ella. Su padre biológico se había matado en un accidente de moto a los veintitantos años. Explorar sus orígenes la ayudó a entender por qué no tenía nada en común con los padres adoptivos a los que ella tanto había querido.

 

 

La siguiente semana, Aristide regresó a casa de Scarlett por segunda vez. Estaba molesto por no haber podido resistir la tentación de verla otra vez, impaciente por satisfacer su curiosidad y dispuesto a marcharse de nuevo. Llamó a la aldaba y oyó pasos acercándose. Se abrió la puerta y apareció una mujer rubia y delgada, la suegra de Scarlett. Sorprendentemente, la mujer sonrió para darle la bienvenida.

–Señor Angelico. Me temo que Scarlett está trabajando, pero terminará en quince minutos.

Al momento apareció un niño pequeño y se agarró a la pierna de la mujer. Justo después, otra niña pequeña hizo lo mismo. Ambos miraban a Aristide con curiosidad. Había algo en sus rostros que a Aristide le resultaba familiar.

Frunciendo el ceño, Aristide preguntó dónde trabajaba Scarlett y si podía darle el número de teléfono para avisarla de que iba a ir a recogerla. Recibió respuesta a sus peticiones sin problema. Al parecer, creían que no había sido más que un amigo para Scarlett y eso lo molestaba. Durante los últimos meses Aristide notaba que estaba más impulsivo y no le gustaba perder el control.

De camino a la limusina y antes de darle la dirección de la escuela al chófer, se preguntó de quién serían esos niños. Escribió un mensaje a Scarlett y, divertido, pensó en su reacción. Le sorprendía que siguiera trabajando en el mismo lugar y que todavía siguiera viviendo con sus suegros. Claro que, ella había rechazado su estilo de vida, sus regalos, y había dejado atrás todo lo que él le había dado. Claramente, Luke Walker y su familia eran lo que ella deseaba tener en su vida. Y como siempre, la idea lo enervaba.

Él la había recogido de la escuela en otras ocasiones y ella se había sentido avergonzada porque la gente miraba la limusina, sin embargo, cuando él apareció en un Ferrari semanas después, tampoco se sintió mucho mejor. Aristide la observó acercarse por la acera. Vestía una falda marrón y un chubasquero. La imaginó vestida con ropa de diseño y pensó que estaría espectacular. Sin quererlo, decidió que era una lástima que no estuviera disponible para acompañarlo a la fiesta de sus treinta cumpleaños que le había organizado la familia y a la que tendría que asistir dos semanas después.

Él no había pedido a sus padres que le organizaran una fiesta y no la quería. Había pensado en no asistir, pero sabía que humillaría a su madre delante de todos sus amigos y familiares. La opción de no asistir era una elección cruel. Por otro lado, en cuanto su madre viera que Scarlett había vuelto a formar parte de la vida de su hijo, la rabia se apoderaría de ella y eso amenizaría la velada de Aristide, y la presencia de Scarlett mantendría alejadas a sus pretendientes. Entonces decidió que iba a preguntarle si quería acompañarlo. Al fin y al cabo, no le estaba preguntando que volviera a acostarse con él.

 

 

Scarlett se metió en la limusina a toda velocidad, deseando que arrancara cuanto antes y que la gente dejara de mirarla. Estaba furiosa con Aristide, furiosa por haber planeado sorprenderla. Siempre se había equivocado al subestimar lo que Aristide era capaz de hacer cuando se le presentaba un reto. Aunque ella no lo había retado, no había hecho nada para que volviera a interesarse por ella.

–¿Qué diablos haces aquí? –le preguntó mirándolo.

Y al verlo sintió que una avalancha se cernía sobre ella. Sus ojos verdes claros como el agua, la piel aceitunada, los pómulos prominentes y aquella boca sensual rodeada de barba incipiente. Era tremendamente atractivo en cualquier momento del día, pero mucho más después de llevar tiempo sin verlo.

«Sólo dos años», recordó ella, pero sentía que había pasado una eternidad desde que había anhelado acariciar sus rizos sedosos y oscuros, su ceño fruncido o la sexy forma de sus labios.

Al estar tan cerca de Aristide después de tanto tiempo sintió que lo añoraba.

–Tengo algo que te olvidaste…

–Mételo en el buzón –dijo Scarlett.

–Puesto que era algo preciado para ti, no me gustaría correr el riesgo –comentó Aristide

Su voz grave reverberó en el interior de Scarlett y alcanzó territorio íntimo. Ella se estremeció y se puso tensa. La imagen de Aristide seguía en su cabeza, a pesar de que ya no estaba mirándolo. Vestía un traje gris que resaltaba cada parte de su cuerpo, una camisa blanca y una corbata azul. Era como una sustancia embriagadora. Ella no podía ni pensar en la conversación. Su mente estaba en blanco y su cuerpo a la defensiva, como si estuviera a punto de recibir un ataque.

 

 

Aristide la miró y tuvo que contenerse para no poner una mueca cuando vio que cruzaba las piernas y mostraba parte de la piel de la zona interior del muslo. Notó una fuerte tensión en la entrepierna y trató de contenerla. Se preguntaba por qué Scarlett se mostraba tan nerviosa, por qué no lo miraba y por qué ni siquiera le había preguntado qué era lo que se había olvidado en su apartamento. Entonces, se preguntó a sí mismo por qué se cuestionaba tantas cosas y por qué le importaba lo que le estuviera pasando a ella.

La limusina se detuvo frente a la casa de Aristide y el chófer abrió la puerta del pasajero. Scarlett preguntó confusa:

–¿Dónde estamos?

–En mi casa. Comeremos y hablaremos, después te llevaré a casa y yo regresaré a la oficina –murmuró Aristide en tono calmado.

–¡No tenemos nada de qué hablar!

–Puede que te sorprendas –comentó él.

 

 

A Scarlett no le gustaban las sorpresas y se le encogió el corazón al pensar en la posibilidad de que Aristide hubiera descubierto algo acerca de los niños. Salió de la limusina con piernas temblorosas y un nudo en el estómago.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Cuando Scarlett conoció a Aristide, él vivía en un ático. Sin embargo, el coche se había detenido frente a una casa independiente de estilo georgiano situada en uno de los barrios más famosos de Londres.

–¿Te has mudado? Preguntó ella, acompañándolo hasta la puerta.

–Era de mi abuelo. La heredé el año pasado cuando falleció –le confesó Aristide. Un hombre uniformado salió a recibirlos a la pueta.

–James, esta es mi invitada, la señorita Scarlett Pearson.

–Walker –corrigió Scarlett.

–La señora Walker –admitió Aristide–. Pensaba que no te gustaba que las mujeres tomaran el apellido del marido.

Scarlett se sonrojó. Estaba en lo cierto. Eso era lo que ella había opinado hasta que se quedó embarazada y su madre adoptiva se molestaba cada vez que se referían a ella como señorita. Para sus padres adoptivos era terrible que se hubiera quedado embarazada sin estar casada. Por suerte, Luke había aparecido cuando más lo necesitaba y estuvo dispuesto a cubrir ese vacío.

–¿Y por qué iba a comer contigo? –susurró Scarlett, intimidada por la grandeza del recibidor.

Aristide se encogió de hombros.

–¿Y por qué no? No nos separamos siendo enemigos.

Era cierto. No habían tenido grandes discusiones. Ella había esperado que fuera así. Había imaginado que tendría que mentir para defender lo que le había contado. Imaginaba que tendría que enfrentare a la mirada penetrante de Aristide mientras mentía. No obstante, Aristide no intentó volver a verla. Él permitió que se marchara, demostrando que no significaba nada para él, que simplemente había sido otra mujer en su cama. Su indiferencia la destrozó, a pesar de que en aquellos momentos encajaba muy bien con sus necesidades

La hicieron pasar a un comedor muy elegante. Aristide le retiró el abrigo y se lo entregó al hombre mayor. Le ofrecieron algo de beber y ella pidió una copa de vino blanco, preguntándose cuándo había sido la última vez que había tomado una bebida con alcohol.

Observó a Aristide y trató de averiguar el motivo por el que quería hablar con ella. Mientras le daba un sorbo al vino, él sacó una caja pequeña y se la colocó en el regazo. Ella pestañeó un instante y se apresuró a dejar la copa para abrir la caja. Eran los pendientes de perlas que sus padres le habían regalado para su veintiún cumpleaños.

«Perlas de verdad», recordó que le había dicho su madre con orgullo.

–¡Creía que los había perdido!

–No, te los olvidaste. Tenía intención de mandártelos, pero me olvidé de ellos hasta que me mudé aquí –comentó Aristide, convencido de que no preguntaría por el resto de cosas que se había dejado.

Posiblemente no quería recordar las prendas de lencería fina que él le había comprado y que finalmente se había puesto. Ella no comprendía por qué le encantaba verla con esas prendas. Ni tampoco el placer de tener relaciones sexuales a la luz del día o en un lugar que no fuera la cama. Al principio, Scarlett se mostraba muy inhibida y Aristide disfrutó del reto de moldearla para convertirla en su mujer perfecta. Y fue perfecta durante meses, hasta que él evitó la incómoda pregunta de hacia dónde se dirigían con aquella relación y también cualquier encuentro con sus padres. Ella deseaba algo más, pero Aristide nunca había estado con una mujer que no deseara más. Nunca se le ocurrió pensar que Scarlett preferiría marcharse antes de conformarse con lo que tenía.

Y allí la tenía sentada en una zona donde daban los rayos del sol. Los mechones dorados resaltaban en su cabello y sonreía por haber recuperado sus pendientes. Por supuesto, también se había dejado joyas más grandes y más valiosas que él le había regalado. Aristide apretó los dientes al recordarlo. Desde luego, podía decir que Scarlett no era una cazafortunas.

–Gracias –dijo ella, mostrando por primera vez algo de cercanía.

–Ven a sentarte aquí –la invitó y separó una silla de la mesa. Los recuerdos afloraron a su memoria. Scarlett recibiéndolo con una cena de tres platos, Scarlett dándole más afecto de lo que ninguna otra mujer le había dado. Scarlett sonriendo en la cama, tan feliz, siempre aparentaba estar feliz, tanto que él se quedó destrozado cuando, sin avisar, le dijo que iba a casarse con otro hombre.

 

 

Scarlett se levantó y se sentó junto a la mesa.

–¿Hay algún motivo por el que quisieras verme?

James apareció y dejó una quiche decorada con brotes de lechuga frente a Scarlett. Era una creación tan bonita que ella tenía miedo de tocarla.

–Tengo que pedirte un favor –confesó Aristide.

Scarlett se había preparado para oír algún comentario sobre sus hijos, así que, se relajó una pizca. Aristide Angelico no pedía favores. Otra gente se los pedía a él, pero él lo que quería, lo compraba.

–¿Un favor? –preguntó ella sorprendida.

–Mis padres van a celebrar una fiesta por mi treinta cumpleaños dentro de dos semanas. Necesito una pareja. Te agradecería mucho si aceptaras acompañarme a la fiesta.

–¿Hablas en serio? –le preguntó mirándolo con sorpresa.

–Totalmente

–¿Y por qué yo?

–Porque no malinterpretarás la invitación –contestó Aristide–. Además, servirás para protegerme de todas las posibles parejas que mi madre invitará para que conozca. Está desesperada porque me case… Y yo no tengo prisa…

–La única vez que vi a tu madre dejó claro que me despreciaba, así que, debería ser la última persona a quien preguntes –dijo Scarlett.

–No, eres la mejor opción –contestó Aristide con una sonrisa adusta–. No me importa ofender a mi madre y, el hecho de que reaparezcas en mi vida hará que ella se retire… Al menos un poco.

Scarlett se encogió de hombros y apartó el plato vacío.

–No puedo…

–El curso académico está a punto de terminar. Estarás de vacaciones –le recordó Aristide–. Solo será un fin de semana.

Scarlett se sonrojó, pensando en lo irónico que era que Aristide la invitara a un evento familiar una vez que ya no tenían relación. Italia era donde tenía su casa, pero él sólo la había llevado a Roma una vez, durante un fin de semana. Por supuesto, él nunca le habría pedido que se relacionara con sus padres mientras estaban juntos, no fuera a ser que ella comenzara a soñar con anillos de boda. El único motivo por el que había conocido a Elisabetta Angelico era que la mujer necesitaba satisfacer su curiosidad.

–Siento no poder hacerlo –le dijo a Aristide, pensando en Rome y Alice porque ya no era libre de viajar cuando quisiera. Además, ¿podría pasar tiempo con Aristide sin mencionar sin querer que era madre de dos pequeños?

–Piénsalo. Treinta y seis horas bajo el sol italiano. Por supuesto, yo cubriría todos los gastos.

Llegó el primer plato. Scarlett se concentró en la comida porque no tenía nada más que decir

Le estaba muy agradecida porque le hubiera devuelto los pendientes, pero no veía motivos para querer pasar tiempo con Aristide otra vez. Le había hecho mucho daño. Él era un error del pasado y necesitaba que continuara así. ¿Aunque cómo podía considerar a sus hijos un error cuando le habían dado tanta felicidad? Y sin Aristide, ni siquiera habría tenido a Rome y a Alice.

Aristide la observó mientras ella probaba una cucharada de la mousse de chocolate que le habían servido de postre. Su silencio le recordó lo callada que había estado durante las últimas semanas de su relación. Callada, reservada. Aunque lo que le estaba ocultando no la había apartado de su cama, ni le había quitado las ganas de estar con él. No, su repentina falta de disponibilidad había empezado durante el último mes, con excusas como: enfermedad, eventos familiares, trabajo, visitas de parientes y amigos.

–Tengo que irme –comentó Scarlett–. Se supone que esta tarde voy a ir de compras con mi suegra.

Aristide apretó los dientes al descubrir que su negativa acentuaba su deseo de pasar tiempo con ella. Su reacción refleja lo enervaba.

–Un descanso te sentará bien –murmuró él, indicándole a James que no sirviera el café.

Las lágrimas afloraron a los ojos de Scarlett de forma inesperada. Aristide hablaba con mucha consideración, pero seguía siendo superficial. En una ocasión la había consolado cuando ella lloraba por el cáncer de su padre, pero Aristide no fue a visitarlo ni una sola vez al hospital o a su casa. Él siempre había evitado hacer cualquier cosa que sugiriera que su relación era verdadera. Él la había mantenido a distancia, negándose incluso a explicarle por qué tenía poco tiempo para su propia familia.

Decidida a no responder, Scarlett se levantó de la silla y recogió el bolso.

–¿No tienes que regresar al trabajo? –murmuró.

–Yo decido mi horario –contestó Aristide, molesto por cómo el recuerdo de su piel caliente había invadido su cabeza. Y ella ni siquiera estaba tratando de resultarle atractiva.

 

 

–Deberías ir a Italia con él –le recomendó Edith Walker aquella misma tarde–. Aprovecha la oportunidad para contarle lo de Rome y Alice.

Scarlett se quedó de piedra.

–No puedo creer que me estés sugiriendo tal cosa.

–Algún día tendrás que contarles a tus hijos la verdad sobre su padre, y él tiene derecho a tener la misma información. No puedes ignorar ese detalle para siempre –suspiró–. Luke ya no está aquí y, tristemente, Rome y Alice ya no tienen padre. Aunque el señor Angelico no demuestre mucho interés en los gemelos, será mejor que no tener padre para nada.

Scarlett palideció, afectada por esa declaración.

Edith le agarró la mano para tranquilizarla.

–Si mi hijo estuviera vivo no tendríamos esta conversación. Luke adoraba ser padre. Yo habría esperado unos años antes de decirte todo esto, pero ahora todo ha cambiado y tu ex ha vuelto a aparecer en escena. Creo que es hora de que sepa la verdad.

–Aristide no querrá sabe nada.

–Si eso ocurre, todavía habrá sido bueno que hayas sido sincera. Al menos sabrás en qué terreno pisas y serás capaz de guiar a los niños hacia el futuro. Si le haces ese favor a Angelico, él tendrá mejor disposición hacia ti. Intenta mantener la relación cordial y civilizada –suspiró Edith–. Estate preparada para cuando se enfade por haberse enterado ahora de lo de los gemelos. Los hombres como él, no están acostumbrados a que haya cosas que les pillen por sorpresa.

Aquella noche, Scarlett se acostó con muchas cosas en la cabeza. Tal y como le había recordado su suegra, la muerte de Luke lo había cambiado todo. Por primera vez le habían hecho darse cuenta de que sus hijos tenían derechos, y que ella no podía ignorarlos. Merecían conocer su origen, aunque sólo fuera para poder recibir información médica precisa.

¿Y si en el futuro, Rome y Alice querrían conocer a Aristide y sus familiares? En realidad, había obviado la mitad de su genética y toda una familia de la que podían formar parte. La idea de confesarle a Aristide lo que le había ocultado durante dos años la inquietaba.

¿Y cuánto le afectaría el secreto? Aristide no parecía interesado en los niños y nunca había dado su opinión hacia ellos. En su momento, sospechó que él pensaba que ella no tenía por qué preguntarle cosas tan personales, pero recordaba que él había comentado que no pensaba tener hijos hasta los cincuenta y, también, que una vez había hecho referencia a que, en los años previos a conocerla, había tenido que recurrir dos demandas de paternidad y, que, en ambas, había demostrado que era falso.

Por otro lado, él nunca había corrido el mínimo riesgo con los anticonceptivos y, a pesar de que ella estaba tomando la píldora, él había seguido utilizando precauciones. Scarlett no tenía ni idea de cómo había podido concebir a los gemelos. No se había olvidado de ninguna toma y tampoco había tomado ninguna medicación que pudiera haber interferido con el anticonceptivo. Aun así, una mañana se despertó con náuseas, aterrorizada por la idea de un posible embarazo y también por cómo afectaría a su relación con Aristide.

Recrearse en el pasado no le serviría de nada, así que, se sentó en la cama, encendió la luz y agarró el teléfono. Si tenía que contarle a Aristide que él era el padre, era mejor que lo hiciera cuando sus hijos no estuvieran delante. Se lo diría en Italia. Edith le había dicho que Tom y ella estarían encantados de cuidar a los gemelos ese fin de semana.

Le escribió un mensaje.

 

Iré a Italia.

 

Aristide estaba trabajando hasta tarde y, al leer el mensaje, sonrió. Eran las dos de la madrugada y estaba seguro de que ella no se había dado cuenta de la hora que era. Scarlett podía ser una criatura muy ansiosa. Habría permanecido despierta pensando en los pros y contras de su invitación. Él la conocía lo suficiente como para imaginarla en la cama con el ceño fruncido y mordisqueándose el labio inferior. Antes de que se separaran, ella había permanecido despierta muchas noches, en silencio. ¿Y cuál era su preocupación?

 

No te arrepentirás.

 

«No se arrepentirá», se prometió a sí mismo. Aristide se comportaría como un auténtico caballero. Igual que esos hombres estúpidos de los cuentos de hadas que a ella le gustaba contar a los niños. No solo se aseguraría de que su madre se mantuviera alejada de ella, sino que, si Cosetta Ricci figuraba en la lista de invitados, él se mantendría alejado de ella para no ofender a Scarlett.

Aristide estaba animado. Protegería a Scarlett de cualquier influencia adversa.

¿Qué podía salir mal?

 

 

La mañana siguiente, tras recibir un mensaje de Aristide, Scarlett lo llamó para preguntarle:

–¿Qué quieres decir con que van a traerme unos vestidos?

Aristide respiró hondo al recordar momentos del pasado.

–Scarlett, es un evento exclusivo y no tendrás nada adecuado en el armario. Imagina cómo sería si no fueras adecuadamente vestida en un evento con mi madre.

Scarlett se estremeció.

–Vas a hacerlo por mí, así que, yo te proporcionaré la ropa adecuada… ¿De acuerdo?

–Está bien –repuso ella tras un suspiro.

–La modista te tomará medidas y te adaptará todo lo que elijas para que te quede perfecto, y la estilista se ocupará de la ropa.

–Cielos, te lo estás tomando muy en serio.

–Si sientes que te ves guapa te relajarás y disfrutarás.

Cuando colgó, Scarlett empezó a recordar cosas del pasado. Durante el último año de universidad había vivido con Brie y dos amigas en un elegante apartamento de Hampstead. El apartamento pertenecía a los padres de Brie. Ellos estaban viajando por el extranjero y Brie siempre había odiado vivir sola. Scarlett había visto a Aristide corriendo en varias ocasiones antes de conocerlo. Una mañana, ella se torció el tobillo y se cayó. Aristide fue a su rescate. La recogió del suelo como si fuera una muñeca de trapo y la llevó a un café para mirarle el tobillo.

Alguien apareció con un botequín. Él se arrodilló ante ella para curarle una herida en la rodilla y, al ver sus ojos verdes, quedó cautivada, riéndose con sus bromas y balbuceando cada vez que trataba de decir algo. Más tarde, al recordarlo, se ruborizaba. A él no pareció importarle que estuviera sudada y despeinada. La invitó a cenar aquella misma noche y ella aceptó incluso antes de saber su nombre.

–Debe vivir cerca de aquí –le había dicho Brie, mientras miraba su nombre en Internet–. Madre mía, Scarlett. Si yo hubiera sabido que Aristide Angelico iba por ahí corriendo por la calle, habría esperado a que pasara y me habría tropezado delante de él. ¿Es este? –le preguntó girando el teléfono para que lo viera Scarlett–. ¿En serio? ¿Cómo has podido tener tanta suerte?

Scarlett se había sentido la chica más afortunada del mundo en aquellas primeras citas. Aristide era encantador y la llevaba a sitios a los que ella no habría podido ir sola. Siempre había sido una chica sensata y había intentado que el dinero de Aristide no le afectara en su manera de verlo o en cómo se comportaba con él. También veía sus imperfecciones. Era un hombre arrogante y tenía grandes expectativas. También era muy reservado y rechazaba hablar de su familia.

Ella estaba en mitad de los exámenes finales cuando él le pidió que lo acompañara al Caribe. No le quedó más remedio que aceptar que ella tenía que estudiar y que tendría que esperar. Al final, viajaron a Dominica cuando ella terminó. Estuvieron allí una semana y finalmente compartieron la cama. Ella pensaba que era demasiado pronto para algo tan íntimo, pero era la primera vez que deseaba tanto a un hombre y se dejó llevar.

–Pásalo bien con Aristide –la animó Brie–. Pero asume que no vais a durar. En un momento dado, él continuará con su vida. Simplemente, intenta no sufrir.

En retrospectiva, deseó haber escuchado más a su amiga porque Brie había sido capaz de darse cuenta de que Aristide no estaba en edad de comprometerse con una mujer, ya que valoraba mucho su libertad. Scarlett, sin embargo, se dejó llevar por el amor. Al poco tiempo estaba prácticamente viviendo con él, siempre que él estuviera en Londres, y organizando su vida alrededor de él. Dejó los proyectos de voluntariado en los que participaba porque no tenía tiempo y empezó a mentir a sus padres para justificarse cuando no iba a verlos en lugar de decirles que estaba saliendo con un chico.

Entre ellos había habido conflictos inevitables. Aristide le compraba joyas continuamente y ella las lucía cuando salía con él, sabiendo que cuando se separaran no se las llevaría. Entonces, cuando él le pidió que lo dejara todo y que volaran juntos a un lugar exótico para el fin de semana, ella le dijo que no porque ya no tenía vacaciones y le gustaba su trabajo como profesora. En un par de ocasiones se marchó solo, y ella se preocupó por lo que pudiera estar haciendo sin ella a su lado.

Una noche, le informó de que no mantenía una relación exclusiva con ella. Scarlett le respondió que, si eso era así, tenía que romper con él.

–¿Estarías tranquilo si yo saliera con otros hombres?

–¡No! –había contestado él asombrado.

–Entonces, si esa opción es solo para ti, a mí no me vale –le advirtió–. No soy el tipo de mujer que disfrutaría saliendo con otros hombres a la vez que contigo. Si tú quieres estar con otras mujeres, entonces no quieres estar conmigo. Está bien. Es tu elección.

Esa noche regresó a su apartamento llorando y con el corazón roto. A pesar de todo, Scarlett había sido muy feliz a su lado.

–Estás demasiado enamorada de él. Quizá lo mejor es que lo dejes ahora –la consoló Brie.

–Si ya te está haciendo tanto daño, estarás mejor sin él –le había dicho Luke esa misma noche.

Aquella semana le pareció la peor de su vida. Siendo justa con él, nunca había tenido la sensación de que estuviera con otras mujeres, pero él siempre se negaba a comprometerse de alguna manera.

Y al final de la semana, Aristide apareció en su puerta.

–Te echo de menos –admitió–. Ahora, no quiero salir con nadie más. Esa es la verdad.

Y aquellas palabras bastaron para calmar el vacío que sentía en su corazón. Sin embargo, había dicho ahora, recordándole que no la veía formando parte de su vida en un futuro. Él la abrazó y la besó con desesperación y ella trató de calmar su inseguridad diciéndose que existía la posibilidad de que fuera ella la que se aburriera primero de él.

Al final, fue el trauma de descubrir que estaba embarazada lo que provocó que se separara de él.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Scarlett no estaba preparada para la llegada de la costurera, la estilista y su asistente, ni para todos los percheros llenos de ropa que le habían llevado para que eligiera. Desafortunadamente, ya no tenía la misma talla de ropa que dos años antes, la talla que Aristide había supuesto que todavía tendría. El embarazo había cambiado la forma de su cuerpo. Tenía los pechos más grandes y las caderas más anchas.

La costurera le tomó las medidas y suspiró asombrada. Los gemelos estaban durmiendo la siesta y, por suerte, Brie estaba con ella para darle su opinión.

–Le sugiero que se ponga este para el gran evento –la estilista le mostró un vestido de ensueño. El color esmeralda le recordaba a los ojos de Aristide. Llegaba hasta el suelo y estaba cubierto de lentejuelas brillantes.

Scarlett tragó saliva y se llevó el vestido para probárselo en privado. Le quedaba un poco apretado, así que volvió al salón un poco cohibida.

–Es precioso… si tuvieras una talla más grande –comentó Brie.

–Haremos uno especialmente para usted –dijo la costurera.

Desde entonces, la experiencia pasó a otra dimensión. Todos los vestidos los hicieron a medida. A Scarlett le parecía un poco excesivo y llamó a Aristide por teléfono.

–¿Cuántos modelitos piensas comprarme? ¿Ropa de viaje?

–Los paparazis están por todas partes. Quiero que estés a la altura todo el tiempo que estés conmigo. No es gran cosa, bella mia. La ropa solo es un adorno, el papel que desempeñes es lo importante.

Scarlett colgó el teléfono y recordó el consejo que le había dado Edith acerca de no disgustar a Aristide antes de darle la noticia que le había ocultado. Discutir con él sólo serviría para molestarlo y, puesto que le estaba haciendo un favor, haría lo posible por hacerlo lo mejor posible. Lo que le costara montar un espectáculo con ella como estrella, no era asunto suyo.

 

 

–Estás preciosa –dijo Aristide con satisfacción cuando la recogió en su apartamento.

Scarlett llevaba una chaqueta a juego con una camisola de seda y unos pantalones de flores. Se había alisado el cabello y maquillado. Incluso se había hecho la manicura en un salón de belleza.

Aristide la miró detenidamente. Estaba radiante y sus ojos brillaban como estrellas. Cuando se acomodó en la limusina, la chaqueta se abrió una pizca y dejó al descubierto la forma de sus senos. Estaba muy sexy y ni siquiera mostraba un pedazo de piel.

Aristide vestía un pantalón vaquero de diseño que le quedaba como un guante y una camisa con las mangas enrolladas. Ella lo miraba de reojo porque no estaba segura de si podría soportar el efecto que tenía sobre ella cuando lo miraba de lleno. Confiaba en no sentir nada puesto que hacía mucho tiempo que no experimentaba ningún tipo de atracción física. No obstante, al fijarse en su perfil, en sus anchas espaldas, en sus piernas musculosas y en el bulto de su entrepierna, notó un fuerte cosquilleo en el estómago.

Sonrojándose, apartó la mirada y se percató de que estaba demasiado susceptible como para mirarlo, aunque fuera de reojo. Había pasado mucho tiempo sin que nadie la acariciara, la abrazara o la volviera loca de deseo. Dos años. Dos años en los que un matrimonio sin relaciones sexuales había tenido su efecto. Había cerrado esa parte de sí misma que solo Aristide conocía y había continuado con su vida, convenciéndose de que era feliz con la relación que había establecido con Luke.

El ambiente en el interior de la limusina era muy tenso. Ella respiró hondo y se percató de lo nerviosa que le ponía pensar en lo que tenía por delante. ¿Cuándo pensaba revelarle la verdad a Aristide? ¿Esa misma noche? ¿Dónde se alojarían? ¿Habría más gente? No quería que hubiera testigos cuando él perdiera lo nervios. ¿Después de la fiesta? ¿A qué hora sería? ¿Estarían a solas? Y al día siguiente regresarían a casa.

–Estás muy nerviosa –comentó Aristide, agarrándola de la mano. Prometo no dejarte a solas con mi madre.

–¡Ella no me asusta! –exclamó Scarlett antes de retirar la mano y volver el rostro para mirarlo.

Sus ojos verdes resaltaban contra su piel bronceada y Scarlett notó que se le encogía el corazón a causa de su atractivo sexual. Se puso tensa y comenzó a respirar de forma entrecortada.

–No me mires así… A no ser que quieras ver las consecuencias –comentó él tras respirar hondo.

Scarlett pestañeó y giró el rostro rápidamente.

–No sé…

–Yo sí lo sé, y tú también –le contradijo Aristide–. Pero no es eso por lo que estamos aquí juntos. Dije que sería algo platónico y será platónico, pero eso significa que ambos tenemos que seguir las reglas.

Scarlett se sentía como si estuviera ardiendo por dentro.

Aristide estaba muy tenso y trataba de mantener el autocontrol a pesar de que estaba muy excitado. Ella lo había mirado con nostalgia y deseo y él había reaccionado al instante. ¡Que hubiera tenido que recordarle las normas! No se había imaginado que ella fuera a mirarlo de esa manera. Con deseo. Y era evidente que no podía controlarlo, puesto que seguía mirando al frente, con las mejillas coloradas.

–Supongo que esto era de esperar. La familiaridad hace que volvamos a comportamientos anteriores –comentó Aristide con ligereza.

–Sí. Eso es.

–Pues demos un paso adelante y saciemos nuestra curiosidad –sugirió Aristide–. Un beso y nada más.

Scarlett se quedó tan sorprendida por su propuesta que lo miró asombrada.

–Apuesto a que no sentiremos nada –comentó Aristide con seguridad.

–¿Un beso?

–Uno debería bastar para evitar que nos arranquemos la ropa antes del vuelo –bromeó Aristide–. Y tenemos que trabajar sobre tu actitud hacia mí antes de que finjamos delante del público. No puedes seguir alejándote de mí como si me tuvieras miedo.

–¡Por supuesto que no te tengo miedo! –exclamó Scarlett, a pesar de que estaba aterrorizada por lo que podía hacerle sentir.

–Bueno es saberlo –Aristide la miró con el ceño fruncido–. No quiero regañarte, pero estás sentada muy lejos de mí.

Scarlett tragó saliva con dificultad al ver que él extendía la mano hacia ella para acercarla. Ella le agarró la mano y se movió en el asiento hacia él.

Aristide le acarició la mejilla y le ladeó la cabeza. Sus miradas se encontraron y ella sintió como una descarga eléctrica recorriéndole las venas. Cerró los ojos rápidamente y él inclinó la cabeza.

–Deja de jugar conmigo sí. Me siento como un león persiguiendo a una presa– Aristide la besó en los labios despacio.

Ella se estremeció y notó que todo su cuerpo reaccionaba cuando él la abrazó despacio y con delicadeza. Ella había olvidado lo que se sentía al estar entre sus brazos y se dejó llevar.

Al instante notó que le invadía su aroma masculino. Estaba ansiosa de sensaciones y separó los labios. Él le mordisqueó el labio e introdujo la lengua en su boca. Con el corazón acelerado, Scarlett no pudo evitar que se le escapara un gemido.

La presión de sus labios se hizo cada vez más demandante y, en su interior, Scarlett sintió como si hubieran prendido fuegos artificiales. Notó una fuerte tensión en la entrepierna. Deseaba más. Mucho más. El pánico se apoderó de ella y rápidamente se retiró de él y volvió a sentarse en el otro extremo del asiento.

–Ha sido un experimento esclarecedor –concluyó Aristide–, pero no lo volveremos a repetir.

Afectado por la tensión de su entrepierna y tratando de ignorarla, Aristide apretó los dientes y sacó el joyero que tenía a su lado.

–Pensé que agradecerías que te devolviera estas cosas para la ocasión. Úsalos. Los diamantes son aceptables en cualquier momento del día.

Agradecida por tener algo que hacer con las manos, Scarlett agarró la caja y la abrió. Dentro estaban todas las joyas que Aristide le había regalado. Con dedos temblorosos, Scarlett sacó un reloj de oro y se lo puso. No podía creer que él hubiera guardado todo mezclado en una caja. Parecía que las había guardado sin ningún cuidado. Despacio, sacó un colgante de zafiros y diamantes y recordó que él se lo había regalado la mañana siguiente a la primera noche que habían pasado juntos en Dominica. A Scarlett le había encantado.

Aristide se lo quitó de las manos y le dijo:

–Date la vuelta.

Mientras él le abrochaba el cierre en la nuca, Scarlett percibió la frialdad del oro sobre la piel y se estremeció.

–¿Pendientes?

Ella sacó unos pendientes de zafiro a juego y se los puso.

–El brazalete sería demasiado –dijo ella.

–Como quieras, pero me gustaría que mañana por la noche llevaras casi todo puesto –le advirtió.

Ella acarició el brazalete de diamantes que seguía en la caja con un dedo. Él se lo había regalado durante la única Navidad que pasaron juntos y se había ofendido cuando ella se lo quitó para regresar a casa y comer con su familia en Navidad en lugar de con él, pero no le había avisado de que pretendía pasar el día con ella. Scarlett no podía visitar a sus padres luciendo una fortuna en diamantes y darles una explicación satisfactoria.

Ella pensó en el excitante beso que habían compartido y una ola de calor la invadió por dentro. Se había dejado llevar por el beso y se había derretido al instante. Sin embargo, había sido feliz con Luke. Tenía muchas cosas en común con su mejor amigo. Luke estaba deseando ser padre y había sido magnífico durante el tiempo que había pasado con los gemelos.

Por desgracia, Rome y Alice no recordarían las noches que él había permanecido despierto, calmándolos en brazos cuando lloraban. Luke había adorado a Rome y Alice y, si no hubiera fallecido, habrían crecido como una familia. Ella tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta y contuvo las lágrimas. Por desgracia, la relación tenía un vacío difícil de llenar ya que ambos tenían sueños y deseos que el otro no podía satisfacer.

Sumida en los recuerdos, Scarlett subió a bordo del jet privado de Aristide y entró en pánico al pensar en la explicación que todavía tenía que darle. Sólo quería terminar con aquello. No quería intentar encontrar el momento perfecto porque para algo así nunca había un buen momento. Estarían encerrados y a solas en aquel avión durante un par de horas. ¿No sería mejor contárselo allí en lugar de arriesgarse a que hubiera más gente alrededor?

–¿Ahora te pones nerviosa en los vuelos? –preguntó Aristide, al ver que le temblaban las manos mientras se abrochaba el cinturón.

Scarlett se había sentado frente a él, al otro lado de la cabina.

–Er… No –murmuró ella–. Sólo tengo algo importante que decirte y me está reconcomiendo por dentro.

Aristide arqueó una ceja.

–No puedo imaginar qué puede ser.

Él la miró, como si fuera a contarle algo divertido.

–No es algo que vaya a hacerte reír –le advirtió.

El jet recorrió la pista de despegue y ella respiró hondo. Aristide presionó un botón para llamar a la azafata.

–Necesitas una copa –le dijo él con una sonrisa.

Cuando la azafata se retiró de nuevo, Scarlett se soltó el cinturón y trató de relajarse con una copa de vino en la mano.

–Tengo dos hijos…

Aristide frunció el ceño, se soltó el cinturón y se puso en pie. ¿Había tenido hijos con Walker? De pronto experimentó un profundo dolor en su interior. No conseguía comprender aquella sensación de pérdida y frustración y se refugió en el sentimiento de rabia.

–¿Dos? –preguntó poco después–. ¡Apenas te habías casado un año antes de su accidente! ¿Cómo diablos pudiste tener dos hijos en ese espacio de tiempo?