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"Ecce Homo: Cómo se llega a ser lo que se es", es una obra autobiográfica del propio Nietzsche, escrita en 1888, poco antes de su colapso mental. En este texto, Nietzsche reflexiona sobre su vida, su filosofía y el significado de sus obras.La obra está compuesta por varios capítulos, cada uno dedicado a un aspecto de su vida o a sus libros principales. Es un texto tanto de autoanálisis como de autopromoción, en el que Nietzsche utiliza un tono irónico, provocador y a veces mesiánico. En el prólogo Nietzsche plantea la pregunta "¿Cómo se llega a ser lo que se es?" y ofrece una reflexión sobre la importancia de ser fiel a uno mismo, rechazando las imposiciones culturales y religiosas. Durante la obra, habla de su salud, dieta, y hábitos, considerándolos elementos cruciales en su proceso de pensamiento. Nietzsche presenta su filosofía como una alternativa vital y audaz frente al nihilismo de su época. En el capítulo dedicado a sus obras, Nietzsche comenta algunos de sus libros, explicando su contexto y relevancia en su desarrollo filosófico.
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Seitenzahl: 175
Veröffentlichungsjahr: 2025
FRIEDRICH NIETZSCHE
ECCE HOMOCómo se llega a ser lo que se es
Título: Ecce Homo (Cómo se llega a ser lo que se es)
Autor: Friedrich Nietzsche
Título Original: Ecce homo (Wie man wird, was man ist)
Editorial: AMA Audiolibros
© De esta edición: 2025 AMA Audiolibros
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ÍNDICE3
INTRODUCCIÓN
PRÓLOGO
PREFACIO
CAPÍTULO 1 POR QUÉ SOY TAN SABIO
CAPÍTULO 2 POR QUÉ SOY YO TAN INTELIGENTE
CAPÍTULO 3 POR QUÉ ESCRIBO LIBROS TAN BUENOS
EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA
LAS INTEMPESTIVAS
HUMANO, DEMASIADO HUMANO
AURORA Pensamientos Sobre la Moral Como Prejuicio
LA GAYA CIENCIA
ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA Un Libro para Todos y para Nadie
MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL Preludio de una Filosofía del Futuro
LA GENEALOGÍA DE LA MORAL Un Escrito Polémico
EL CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS Cómo se Filosofa con el Martillo
EL CASO WAGNER Un Problema para Amantes de la Música
CAPÍTULO 4 POR QUÉ SOY YO UN DESTINO
FIN
Friedrich Nietzsche (1844–1900), fue un filósofo, filólogo y poeta alemán, reconocido como uno de los pensadores más influyentes de la filosofía moderna y la crítica cultural. Estudió filología clásica en la Universidad de Bonn y más tarde en Leipzig, donde mostró un talento excepcional, siendo nombrado profesor de filología en la Universidad de Basilea a los 24 años. Sin embargo, debido a problemas de salud crónicos, abandonó su cátedra en 1879 para dedicarse completamente a la escritura filosófica. Las ideas de Nietzsche han tenido un impacto profundo en la filosofía, la literatura y el pensamiento occidental. Rechazó las bases metafísicas y morales tradicionales, criticó la religión (especialmente el cristianismo) y defendió una visión vitalista y afirmativa de la existencia. Sus conceptos como el superhombre, la voluntad de poder y la idea del eterno retorno revolucionaron la filosofía, ofreciendo una crítica radical a las nociones de verdad, moralidad y progreso. Nietzsche sufrió un colapso mental en 1889, posiblemente debido a una combinación de sífilis, trastornos neurológicos y agotamiento. Pasó los últimos años de su vida bajo el cuidado de su hermana Elisabeth, quien editó y manipuló su obra póstuma, influenciando la percepción de su pensamiento en el siglo XX. Falleció el 25 de agosto de 1900 en Weimar, dejando un legado que sigue siendo objeto de estudio y controversia.
"Ecce Homo", es una obra autobiográfica del propio Nietzsche, escrita en 1888, poco antes de su colapso mental. Publicada póstumamente en 1908, el título proviene de la frase latina que significa "He aquí el hombre", atribuida a Poncio Pilato al presentar a Jesús ante el pueblo. En este texto, Nietzsche reflexiona sobre su vida, su filosofía y el significado de sus obras. La obra está compuesta por un prólogo y varios capítulos, cada uno dedicado a un aspecto de su vida o a sus libros principales. Es un texto tanto de autoanálisis como de autopromoción, en el que Nietzsche utiliza un tono irónico, provocador y a veces mesiánico. En el prólogo Nietzsche plantea la pregunta "¿Cómo se llega a ser lo que se es?" y ofrece una reflexión sobre la importancia de ser fiel a uno mismo, rechazando las imposiciones culturales y religiosas. Durante la obra, habla de su salud, dieta, y hábitos, considerándolos elementos cruciales en su proceso de pensamiento. Nietzsche presenta su filosofía como una alternativa vital y audaz frente al nihilismo de su época. En el capítulo dedicado a sus obras, Nietzsche comenta algunos de sus libros, explicando su contexto y relevancia en su desarrollo filosófico.
"Ecce Homo", es un ejemplo del estilo literario único de Nietzsche: apasionado, poético y provocador. Aunque algunos interpretan el texto como un gesto de egocentrismo, otros ven en él un intento de definir y consolidar su legado. También se considera una crítica a la cultura europea del siglo XIX, su mediocridad y conformismo. La obra es una ventana a la personalidad de Nietzsche, marcada por su confianza en la originalidad de su pensamiento y su lucha contra las enfermedades físicas y mentales. Al mismo tiempo, "Ecce Homo" refleja su fragilidad y su ruptura con las normas de comunicación filosófica convencionales. Es una obra fundamental para entender la complejidad de su filosofía y la intensidad de su compromiso con su visión del mundo.
1
Como preveo que dentro de poco tendré que dirigirme a la humanidad presentándole la más grave exigencia que jamás se le ha hecho, me parece indispensable decir quién soy yo. En el fondo sería lícito saberlo ya: pues no he dejado de «dar testimonio» de mí. Mas la desproporción entre la grandeza de mi tarea y la pequeñez de mis contemporáneos se ha puesto de manifiesto en el hecho de que ni me han oído ni tampoco me han visto siquiera. Yo vivo de mi propio crédito; ¿acaso es un mero prejuicio que yo vivo? Me basta hablar con cualquier «persona culta» de las que en verano vienen a la Alta Engadina para convencerme de que yo no vivo
En estas circunstancias existe un deber contra el cual se rebelan en el fondo mis hábitos y aún más el orgullo de mis instintos, a saber, el deber de decir: ¡Escuchadme!, pues, yo soy tal y tal. ¡Sobre todo, no me confundáis con otros!
2
Por ejemplo, yo no soy en modo alguno un espantajo, un monstruo de moral; yo soy incluso una naturaleza antitética de esa especie de hombres venerada hasta ahora como virtuosa. Dicho entre nosotros, a mí me parece que justo esto forma parte de mi orgullo. Yo soy un discípulo del filósofo Dioniso, preferiría ser un sátiro antes que un santo. Pero léase este escrito. Tal vez haya conseguido expresar esa antítesis de un modo jovial y afable, tal vez no tenga este escrito otro sentido que ése.
La última cosa que yo pretendería sería «mejorar» a la humanidad. Yo no establezco ídolos nuevos, los viejos van a aprender lo que significa tener pies de barro. Derribar ídolos («ídolos» es mi palabra para decir «ideales»), eso sí forma ya parte de mi oficio. A la realidad se la ha despojado de su valor, de su sentido, de su veracidad en la medida en que se ha fingido mentirosamente un mundo ideal. El «mundo verdadero» y el «mundo aparente»; dicho con claridad: el mundo fingido y la realidad. Hasta ahora la mentira del ideal ha constituido la maldición contra la realidad, la humanidad misma ha sido engañada y falseada por tal mentira hasta en sus instintos más básicos hasta llegar a adorar los valores inversos de aquellos solos que habrían garantizado el florecimiento, el futuro, el elevado derecho al futuro.
3
Quien sabe respirar el aire de mis escritos sabe que es un aire de alturas, un aire fuerte. Es preciso estar hecho para ese aire, de lo contrario se corre el no pequeño peligro de resfriarse en él. El hielo está cerca, la soledad es inmensa; ¡mas qué tranquilas yacen todas las cosas en la luz!, ¡con qué libertad se respira!, ¡cuántas cosas sentimos debajo de nosotros! La filosofía, tal como yo la he entendido y vivido hasta ahora, es vida voluntaria en el hielo y en las altas montañas: búsqueda de todo lo problemático y extraño que hay en el existir, de todo lo proscrito hasta ahora por la moral. Una prolongada experiencia, proporcionada por ese caminar en lo prohibido, me ha enseñado a contemplar las causas a partir de las cuales se ha moralizado e idealizado hasta ahora, de un modo muy distinto a como tal vez se desea: se me han puesto al descubierto la historia oculta de los filósofos, la psicología de sus grandes nombres. ¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa un espíritu? Esto fue convirtiéndose cada vez más, para mí, en la auténtica unidad de medida. El error (el creer en el ideal) no es ceguera, el error es cobardía. Toda conquista, todo paso adelante en el conocimiento es consecuencia del coraje, de la dureza consigo mismo, de la limpieza consigo mismo. Yo no refuto los ideales, ante ellos, simplemente, me pongo los guantes. Nitimur in vetitum [nos lanzamos hacia lo prohibido]: bajo este signo vencerá un día mi filosofía, pues hasta ahora lo único que se ha prohibido siempre, por principio, ha sido la verdad.
4
Entre mis escritos ocupa mi Zaratustra un lugar aparte. Con él he hecho a la humanidad el mayor regalo que hasta ahora ésta ha recibido. Este libro, dotado de una voz que atraviesa milenios, no es sólo el libro más elevado que existe. El auténtico libro del aire de alturas –todo lo hecho «hombre» yace a enorme distancia por debajo deél– es también el libro más profundo, nacido de la riqueza más íntima de la verdad, un pozo inagotable al que ningún cubo desciende sin subir lleno de oro y de bondad. No habla en él un «profeta», uno de esos espantosos híbridos de enfermedad y de voluntad de poder denominados fundadores de religiones. Es preciso ante todo oír bien el sonido que sale de esa boca, ese sonido alciónico, para no ser lastimosamente injustos en el sentido de su sabiduría. «Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad. Pensamientos que caminan con pies de paloma dirigiendo el mundo.»
Los higos caen de los árboles, son buenos y dulces; y, conforme caen, su roja piel se abre.
Un viento del norte soy yo para higos maduros.
Así, cual higos, caen estas enseñanzas hasta vosotros, amigos míos: ¡bebed su jugo y su dulce carne!
Nos rodea el otoño, y el cielo puro, y la tarde.
No habla aquí un fanático, aquí no se «predica», aquí no se exige fe: desde una infinita plenitud de luz y una infinita profundidad de dicha va cayendo gota tras gota, palabra tras palabra; una delicada lentitud es el tempo [ritmo] propio de estos discursos. Algo así llega tan sólo a los elegidos entre todos; constituye un privilegio sin igual el ser oyente aquí; nadie es dueño de tener oídos para escuchar a Zaratustra... ¿No es Zaratustra, con todo esto, un seductor?... ¿Qué es, sin embargo, lo que él mismo dice cuando, por vez primera, retorna a su soledad? Exactamente lo contrario de lo que en tal caso diría cualquier «sabio», «santo», «redentor del mundo» y otros decadente [decadentes]. No sólo habla de manera distinta, sino que también es distinto.
¡Ahora yo me voy solo, discípulos míos! ¡También vosotros os vais ahora solos! Así lo quiero yo.
En verdad, éste es mi consejo: ¡Alejaos de mí y guardaos de Zaratustra! Y aún mejor: ¡avergonzaos de él! Tal vez os ha engañado.
El hombre del conocimiento no sólo tiene que poder amar a sus enemigos, tiene también que poder odiar a sus amigos.
Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo. ¿Y por qué no vais a deshojar vosotros mi corona?
Vosotros me veneráis: pero ¿qué ocurrirá si un día vuestra veneración se derrumba? ¡Cuidad de que no os aplaste una estatua!
¿Decís que no creéis en Zaratustra? ¡Mas qué importa Zaratustra! Vosotros sois mis creyentes, ¡mas qué importan todos los creyentes!
No os habíais buscado aún a vosotros: entonces me encontrasteis. Así hacen todos los creyentes: por eso vale tan poco toda fe.
Ahora os ordeno que me perdáis a mí y que os encontréis a vosotros; y sólo cuando todos hayáis renegado de mí, volveré entre vosotros.
Friedrich Nietzsche.
En este día perfecto en que todo madura y no sólo la uva toma un color oscuro acaba de posarse sobre mi vida un rayo de sol: he mirado hacia atrás, he mirado hacia delante, y nunca había visto de una sola vez tantas y tan buenas cosas. No en vano he dado hoy sepultura a mi cuadragésimo año, me era lícito darle sepultura; lo que en él era vida está salvado, es inmortal. La Transvaloración de todos los valores, los Ditirambos de Dioniso y,como recreación, el Crepúsculo de los ídolos ¡todo, regalos de este año, incluso de su último trimestre!
¿Cómo no había yo de estar agradecido a mi vida entera?
Y así me cuento mi vida a mí mismo.
1
La felicidad de mi existencia, tal vez su carácter único, se debe a su fatalidad: yo, para expresarme en forma enigmática, como mi padre ya he muerto, y como mí madre vivo todavía y voy haciéndome viejo. Esta doble procedencia, por así decirlo, del vástago más alto y del más bajo en la escala de la vida, este ser décadent y a la vez comienzo. Esto, si algo, es lo que explica aquella neutralidad, aquella ausencia de partidismo en relación con el problema global de la vida, que acaso sea lo que a mí me distingue. Para captar los signos de elevación y de decadencia poseo yo un olfato más fino que el que hombre alguno haya tenido jamás, en este asunto yo soy el maestro par excellence [por excelencia], conozco ambas cosas, soy ambas cosas. Mi padre murió a los treinta y seis años: era delicado, amable y enfermizo, como un ser destinado tan sólo a pasar de largo, más una bondadosa evocación de la vida que la vida misma. En el mismo año en que su vida se hundió, se hundió también la mía: en el año trigésimo sexto de mi existencia llegué al punto más bajo de mi vitalidad: aún vivía, pero no veía tres pasos delante de mí. Entonces –era el año 1879– renuncié a mi cátedra de Basilea, sobreviví durante el verano, parecido a una sombra, en St. Moritz, y el invierno siguiente, el invierno más pobre de sol de toda mi vida, lo pasé, siendo una sombra, en Naumburgo. Aquello fue mi mínimum: Elcaminante y su sombra nació entonces. Indudablemente, yo entendía entonces de sombras. Al invierno siguiente, mi primer invierno genovés, aquella dulcificación y aquella espiritualización que están casi condicionadas por una extrema pobreza de sangre y de músculos produjeron Aurora. La perfecta luminosidad y la jovialidad, incluso exuberancia de espíritu, que la citada obra refleja se compaginan en mí no sólo con la más honda debilidad fisiológica, sino incluso con un exceso de sentimiento de dolor. En medio de los suplicios que trae consigo un dolor cerebral ininterrumpido durante tres días, acompañado de un penoso vómito mucoso, poseía yo una claridad dialéctica por excelencia ymeditaba con gran sangre fría sobre cosas a propósito de las cuales no soy, en mejores condiciones de salud, bastante escalador, bastante refinado, bastante frío.Mis lectores tal vez sepan hasta qué punto considero yo la dialéctica como síntoma de décadence, por ejemplo, en el caso más famoso de todos: en el caso de Sócrates. Todas las molestias producidas al intelecto por la enfermedad, incluso aquel semiaturdimiento que la fiebre trae consigo, han sido hasta hoy cosas completamente extrañas a mí. Por los libros he tenido yo que informarme acerca de su naturaleza y su frecuencia. Mi sangre circula lentamente. Nadie ha podido comprobar nunca fiebre en mí. Un médico que me trató largo tiempo como enfermo de los nervios acabó por decirme: «¡No! A los nervios de usted no les pasa nada, yo soy el único que está enfermo.» Imposible demostrar ninguna degeneración local en mí; ninguna dolencia estomacal de origen orgánico, aun cuando siempre padezco, como consecuencia del agotamiento general, la más profunda debilidad del sistema gástrico. También la dolencia de la vista, que a veces se aproxima peligrosamente a la ceguera, es tan sólo una consecuencia, no una causa: de tal manera que con todo incremento de fuerza vital se ha incrementado también mi fuerza visual. Recobrar la salud significa en mí una serie larga, demasiado larga, de años, también significa a la vez, por desgracia, recaída, hundimiento, periodicidad de una especie de décadence. Después de todo esto, ¿necesito decir que yo soy experto en cuestiones de décadence? La he deletreado hacia delante y hacia atrás. Incluso aquel afiligranado arte del captar y comprender en general, aquel tacto para percibir nuances [matices], aquella psicología del «mirar por detrás de la esquina» y todas las demás cosas que me son propias no las aprendí hasta entonces, son el auténtico regalo de aquella época, en la cual se refinó todo dentro de mí, la observación misma y todos los órganos de ella. Desde la óptica del enfermo elevar la vista hacia conceptos y valores más sanos, y luego, a la inversa, desde la plenitud y auto seguridad de la vida rica bajar los ojos hasta el secreto trabajo del instinto de décadence. Este fue mi más largo ejercicio, mi más auténtica experiencia; si en algo, en esto fue en lo que yo llegué a ser maestro. Ahora lo tengo en la mano, poseo mano para dar la vuelta a las perspectivas: primera razón por la cual acaso únicamente a mí me sea posible en absoluto una «transvaloración de los valores.»
2
Descontado, pues, que soy un décadent, soy también su antítesis. Mi prueba de ello es, entre otras, que siempre he elegido instintivamente los remedios justos contra los estados malos; en cambio, el décadent en sí elige siempre los medios que lo perjudican. Como summa summarum [conjunto] yo estaba sano; como ángulo, como especialidad, yo era décadent. Aquella energía para aislarme y evadirme absolutamente de las condiciones habituales, el haberme forzado a mí mismo a no dejarme cuidar, servir, medicar. Esto revela la incondicional certeza instintiva sobre lo que yo necesitaba entonces, ante todo.
Me puse a mí mismo en mis manos, me sané yo a mí mismo: la condición de ello –cualquier fisiólogo lo concederá– es estar sano en el fondo. Un ser típicamente enfermizo no puede sanar, aún menos sanarse él a sí mismo; para un ser típicamente sano, en cambio, el estar enfermo puede constituir incluso un enérgico estimulante para vivir, para más-vivir. Así es como de hecho se me presenta ahora aquel largo período de enfermedad: por así decirlo, descubrí de nuevo la vida, y a mí mismo incluido, saboreé todas las cosas buenas e incluso las cosas pequeñas como no es fácil que otros puedan saborearlas; convertí mi voluntad de salud, de vida,en mi filosofía. Pues préstese atención a esto: los años de mi vitalidad más baja fueron los años en que dejé de ser pesimista: el instinto de auto restablecimiento me prohibió una filosofía de la pobreza y del desaliento. ¿Y en qué se reconoce en el fondo la buena constitución? En que un hombre bien constituido hace bien a nuestros sentidos, en que está tallado de una madera que es, a la vez, dura, suave y olorosa. A él le gusta sólo lo que le resulta saludable; su agrado, su placer, cesan cuando se ha rebasado la medida de lo saludable. Adivina remedios curativos contra los daños, saca ventaja de sus contrariedades; lo que no lo mata lo hace más fuerte. Instintivamente forma su síntesis con todo lo que ve, oye, vive: es un principio de selección, deja caer al suelo muchas cosas. Se encuentra siempre en su compañía, se relacione con libros, con hombres o con paisajes, él honra al elegir, al admitir, al confiar. Reacciona con lentitud a toda especie de estímulos, con aquella lentitud que una larga cautela y un orgullo querido le han inculcado, examina el estímulo que se acerca, está lejos de salir a su encuentro. No cree ni en la «desgracia» ni en la «culpa», liquida los asuntos pendientes consigo mismo, con los demás, sabe olvidar, es bastante fuerte para que todo tenga que ocurrir de la mejor manera para él. Y bien, yo soy todo lo contrario de un décadent, pues acabo de describirme.
3
Considero un gran privilegio el haber tenido el padre que tuve: los campesinos a quienes él predicaba –pues los últimos años fue predicador, tras haber vivido algunos años en la corte de Altenburgo – decían que un ángel habría de tener sin duda un aspecto similar. Y con esto toco el problema de la raza. Yo soy un aristócrata polaco pur sang [pura sangre], al que ni una sola gota de sangre mala se le ha mezclado, y menos que ninguna, sangre alemana. Cuando busco la antítesis más profunda de mí mismo, la incalculable vulgaridad de los instintos, encuentro siempre a mi madre y a mi hermana. Creer que yo estoy emparentado con tal canaille [gentuza] sería una blasfemia contra mi divinidad. El trato que me dan mi madre y mi hermana, hasta este momento, me inspira un horror indecible: aquí trabaja una perfecta máquina infernal, que conoce con seguridad infalible el instante en que es posible herirme cruentamente, en mis instantes supremos, pues entonces falta toda fuerza para defenderse contra gusanos venenosos. La contigüidad fisiológica hace posible tal disharmonia praestabilita [desarmonía preestablecida]. Confieso que la objeción más honda contra el «eterno retorno», que es mi pensamiento auténticamente abismal,son siempre mi madre y mi hermana. Mas también en cuanto polaco soy yo un atavismo inmenso. Siglos habría que retroceder para encontrar a esta raza, la más noble que ha existido en la tierra, con la misma pureza de instintos con que yo la represento. Frente a todo lo que hoy se llama noblesse