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Luego de un suceso trágico, una joven veinteañera decide emprender un viaje acompañada de su primo para curar algunas heridas que aún no dejan de sangrar. Durante esta travesía, vivirá nuevas experiencias rodeada de un grupo de viejos conocidos, que le harán ver la vida desde otra perspectiva. Renegada del amor, se encontrará inesperadamente con un joven que despertará en ella sentimientos que desconocía y le harán pasar el verano más intenso de su vida.
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Seitenzahl: 473
Veröffentlichungsjahr: 2018
noelia amadini
Ecos
Editorial Autores de Argentina
Amadini, Noelia
Ecos / Noelia Amadini. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.
354 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-761-262-2
1. Novela. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Maquetado: Eleonora Silva
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A Eliana, que fue mi fiel seguidora durante toda la escritura y mi primera lectora.
A mi familia, que siempre me alentó a seguir este sueño.
A mi músico favorito.
A mi primo, que me guía desde arriba.
Y a Mica, que me animó a publicar esta obra.
PRÓLOGO
Desde siempre me gustó leer. Al menos, desde que tengo uso de razón.
Una vez escuché que de una madre lectora no puede salir una hija que no lo sea. Aprendí a leer a los cinco años con un libro llamado “El paseo de los viejitos”, de Laura Devetach que siempre me contaba mi tía, que es maestra jardinera, como lo soy yo ahora.
Me sabía tan de memoria el cuento, que comencé a identificar la palabra escrita, relacionándola con la oral. Además de lo que iba aprendiendo en el Jardín, por supuesto.
Mis primeros acercamientos a la lectura fueron historietas. Leía a Mafalda y algunas historietas del gato Garfield que me compraba mi mamá en la Costa cuando íbamos de veraneo.
Después vinieron los textos escolares, y algunos que estaban en la Biblioteca de mi casa, pertenecientes de la antigua colección infanto-juvenil “Robin Hood”, entre ellos “Mujercitas”, de Louise May Alcott, “Una Niña Anticuada”, “Hombrecitos”, entre otros. Siempre me gustó la literatura clásica, y leía mucho, además de los libros de lectura obligatoria de la escuela.
Durante los primeros años de la primaria, comencé a desarrollar esta pasión por la escritura. A los ocho años decía que, cuando fuera grande iba a ser escritora. Me encantaba que la maestra nos mandara de tarea terminar algún texto, inventar una historia, un cuento corto, cambiarle el final a alguno.
A los doce años, escribí mi primer cuento. Un cuento de terror, ya que por ese entonces me había empezado a gustar el género fantástico cuando descubrí el mundo de Harry Potter a los once años y también algunos cuentos de la colección “Escalofríos” de R. L. Stine. Era una forma de trasladar e intentar superar el miedo que siempre tuve a lo sobrenatural.
En primer año del secundario, mi profesora favorita de Literatura, Soledad Marchese me hizo algunas correcciones y devoluciones y me animó a seguir escribiendo.
A los catorce años escribí algunas historias sobre amoríos y amistades típicos de la adolescencia, donde plasmaba momentos que nos iban sucediendo con mis amistades del momento, dándole un “toque” novelesco, melodramático, propio de esa edad.
Siempre fue mi cable a tierra. Una forma de desahogo, una forma de conectarme conmigo misma y con lo más profundo de mis pensamientos.
Esta novela comencé a escribirla a los diecinueve años. Después de concurrir a una misa de cuerpo presente por el fallecimiento del abuelo de una amiga de de ese entonces, llegué a mi casa y sentí deseos de empezar a escribir. Y así fue que comencé a darle vida a esta historia.
Me pasaron algunas cosas un poco curiosas. En ese momento yo estaba por empezar mi segundo año del profesorado de nivel inicial, profesión que ejerzo en este momento. Y no tenía en mente estudiar la carrera de Letras, pero trasladé ese sueño escondido a mi protagonista. Tampoco tenía en ese entonces con mi primo, la relación que formé unos años más tarde cuando fuimos los dos más grandes.
Tardé aproximadamente entre un año y medio, dos años, en terminar de escribirla. Después de recibirme de docente, empecé a estudiar Letras en la Universidad de Buenos Aires, carrera que a los dos años de comenzarla no cumplió con mis expectativas y por varios motivos personales decidí dejar.
La relación que la protagonista tiene con su primo, la tuve yo con el mío a los veinticuatro años. Se lo presenté a mi grupo de amigos y salíamos juntos a todos lados. Fue un tiempo hermoso el que compartimos juntos.
Lamentablemente, la vida nos jugó una mala pasada y perdió la vida hace dos años, con sus apenas veinitrés años de edad. Fue realmente fuerte volver a leer esta novela que había escrito en ese entonces y encontrarme con una frase que la protagonista le dice a su primo: “Perdoname por no haber estado ahí para cuidarte”. La misma frase que inconscientemente o no, le dije yo a mi primo en el momento que tuve que despedirme de él de esta vida.
Además de aquella triste apenas coincidencia, en el momento que empecé a escribirla, estaba separada de mi primer novio y cuando volvimos a estar juntos, unos meses después, me regaló un anillo a modo de “compromiso” (éramos muy jóvenes), sin saber que mi protagonista llevaba uno.
Desde siempre me sentí atraída por los músicos, por lo cual también el protagonista masculino reúne los ideales que tengo en el amor.
Todo este tiempo tuve el anhelo de dar a conocer mi obra, pero en aquel entonces era muy chica, la economía no me alcanzaba para poder hacerlo y a medida que pasaron los años empezó a quedar guardada en una carpeta dentro de “Mis documentos”, en la computadora. Y con ella se guardaron también mis sueños de publicarla.
Hace poco leí un libro de Brian Weiss, llamado “Muchas vidas, muchos maestros”. Un libro que cambió mi cabeza, mi forma de ver la vida y la muerte y comencé a pensar en esas (mal creídas) coincidencias del destino y a replantearme algunas cosas de mi vida que necesitaba entender.
Lety, una persona muy espiritual me habló sobre mis “guías”, quienes insistían en que tenía que hacer algo con esa pasión, que tenía que perseguir este sueño.
Un día, a principios de este año, comentándolo con una colega y amiga, me preguntó qué era lo que me detenía a hacerlo. Le comenté sobre lo económico y también sobre mis miedos y las prioridades que tuve en otros momentos, y llegamos a la conclusión de que, con averiguar de nuevo, no tenía nada que perder. Así fue que, después de buscar editoriales y revisar presupuestos, me animé a lanzarme a cumplir este sueño que tengo de pequeña, de poder publicar un libro.
Al releer la obra, antes de su publicación, sentí que debía modificar algunas partes, sin cambiar la esencia, ya que en ese entonces, tenía un pensamiento un poco más inmaduro sobre algunas cosas que hoy, nueve años mayor que en aquel entonces, veo menos drásticas. De todas formas, lo que escribí en ese momento, me provocó unos cuántos sentimientos encontrados; la lucha interna que atraviesa constantemente la protagonista, cómo va cambiando su forma de ver las cosas a medida que la vida le va poniendo pruebas que la hacen debatirse entre lo que ella cree correcto y las formas que tienen los demás de resolver, además de la idealización del amor y su costumbre de sumirse en sus pensamientos y analizarse a sí misma y a la vida. Estas particularidades me hicieron dar cuenta que trasladé a mi protagonista, muchas características de mí misma, que en ese momento intentaba reprimir y a las cuales hoy, doy rienda suelta.
Todo esto me motivó a seguir escribiendo, a comenzar de nuevo, con nuevas historias, con nuevos protagonistas, a seguir adelante con este sueño, con la certeza ahora de que, todas las cosas suceden en el momento exacto que tienen que hacerlo. No hay casualidades. Al menos, yo ya no creo en ellas.
Noelia Amadini
Enero de 2018
Quizás por alguna desconocida razón del destino, sus sentimientos habían debido cambiar sentido; quizás por eso había tenido tantas piedras en su camino, dejándolos sólo como un simple eco; repetitivo e inextinguible.
PREFACIO
Ahora me sentía irritada. Detestaba a los hombres. Detestaba tanto el hecho de sentirme lastimada nuevamente. Aunque en realidad, tampoco era tan grave. Pero me sentía un poco turbada y confundida por todo lo que estaba sucediendo.
Dominada por el impulso de la sensación de fastidio, ira, cólera, enojo, o lo que pudiera llamarse ese sentimiento que estaba dominándome, lo miré con odio y casi sin pensarlo, me acerqué hasta la orilla del río, como poseída. Las lágrimas brotaban de mis ojos.
E hice aquello que creí que jamás podría hacer. Fue extraño. ¿Me arrepentiría de ello?
Si algo había aprendido con el tiempo, era que la vida real era algo verdaderamente imposible de escapar. La única forma de salir de ella es a través del viaje de la muerte. Y a veces, para escapar de la vida, sin quererlo tomamos algunos caminos que nos terminan llevando a ése. Pero está en la sabiduría de uno saber elegir, si enfrentar lo que está mal, los desafíos que la vida nos presenta, o hacer de cuenta que no existen, escapar de ellos como un acto de pura cobardía para finalmente perecer, sin resolver nada.
Yo creo que todo en esta vida, menos la muerte tiene solución. Si no creyera en ello, no hubiera tomado algunas decisiones que tanto me costaron tomar, pero que no tuve más remedio que hacerlo.
Una sensación de relajación recorrió todo mi cuerpo. Y me sentí mucho menos pesada. Mucho menos abrumada.
Me senté sobre una piedra, y dejé que mis lágrimas continuaran derramándose. Sabía que llorar un rato me haría bien. Necesitaba reponerme para volver a casa algo reanimada, para que ni Brian ni nadie sospecharan algo.
Lo último que necesitaba ahora era un discurso de alguien más.
Primera parte
“Encontrar a nuestra alma gemelano debe convertirse en motivo de preocupación.Tales encuentros están a merced del destinoY, sin lugar a dudas, se producen”
Brian Weiss.Lazos de amor
capítulo 1RÉQUIEM
Era temprano cuando me desperté esa mañana. Más temprano de lo que había planeado despertarme. Me costaba abrir los ojos pero aún así, hacía rato que me costaba conciliar el sueño. Cansada de dar vueltas, me levanté de la cama. Tanteé en la oscuridad el short que me había sacado la noche anterior, y había arrojado lejos de la cama. Mi cuarto era un completo desorden, acababa de mudarme de habitación, y aún no había tenido el tiempo suficiente (ni las ganas), para terminar de acomodarlo.
Al fin lo encontré, me vestí y salí de mi cuarto apresuradamente. Fui al baño, me enjuagué la cara con agua tibia. Todavía no lograba despabilarme.
Bajé las escaleras tratando de no hacer mucho ruido. Creí que aún dormían en mi casa.
Para mi sorpresa, mi mamá estaba levantada, agachada con la puerta de la heladera abierta, buscando algo.
–¡Buen día! – saludé.
Ella se incorporó, todavía de espaldas a mí, y cuando al fin se giró, pude ver que sus ojos se notaban vidriosos, como cuando las lágrimas sobrevinieron, o están por hacerlo. Se dejaba ver un destello de tristeza en su mirada.
Me quedé quieta unos segundos, parada allí y nuestras miradas se cruzaron. No entendía qué sucedía, pero no podía ser nada bueno.
–Abi… va a ser mejor que te sentés….– Mi mamá se encogió de hombros y trató de serenarse.
Definitivamente, no era nada bueno. Obedecí y traté de prepararme para lo peor. Creo que ya sabía de qué se trataba.
–Tu tío ha… – dijo con un hilo de voz.–… ha fallecido.
Dejó escapar una lágrima y bajó la mirada hacia el suelo.
La noticia no me tomó por sorpresa. Aunque ya me lo esperaba, me quedé helada. No sabía qué decir… Tantas cosas pasaban por mi cabeza en ese momento. ¿Cómo estaría mi tía? ¿Dónde? ¿Cómo habría sucedido? ¿Cuándo? ¿Qué haríamos ahora?
Mi mamá pareció leer mis pensamientos, porque luego de unos minutos se animó a decirme:
–La tía Nancy estaba en su casa esta madrugada cuando llamaron del hospital. Como ya sabíamos, parecía que estaba demostrando una leve mejoría, y si Dios lo permitía, iban a pasarlo a sala común…
Dejó escapar unas lágrimas. Seguía mirando el suelo. Respiró profundo antes de continuar, y se secó las lágrimas con el repasador que tenía en su mano.
–… A medianoche, la tía había dejado el hospital para pasar la noche en su casa, ya que no le permitían quedarse ahí hasta el amanecer. Dos horas después, los médicos acudieron al oír que la máquina que monitoreaba la frecuencia cardíaca, marcaba unos pulsos demasiado acelerados. Cuando llegaron, descubrieron que había sufrido un infarto. Intentaron varios métodos de resucitación, pero ninguno surtió efecto… Y no pudieron hacer más nada.
Mi mamá rompió a llorar. Sin saber qué hacer, tambaleé un poco, y me acerqué a ella, rodeándola con mis brazos.
–¿A qué hora es el velorio? – pregunté
–En un rato…– respondió secándose las lágrimas.
Suspiré.
El camino al velatorio fue muy taciturno. Mi mamá lloraba en silencio, y yo no podía dejar de pensar un segundo en lo doloroso que iba a ser ese momento. Caminábamos con lentitud, pero a paso firme, y cada una dejaba fluir sus pensamientos, en su apartado mundo de la mente.
Mi tía estaría ahí, bañada en lágrimas, sin poder contenerse, totalmente destruida… ¿Qué podría decirle? En un momento así, nada de lo que uno diga parece servir de consuelo. Mejor guardar silencio, y simplemente ofrecerle compañía y apoyo.
Lo que más me tenía preocupada, era qué iba a ser de nosotras ahora.
Mi mamá, Estela, siempre fue una persona transparente. Fue muy trabajadora, desde joven. El que yo llegara a este mundo hizo que el trabajo como forma de independencia, se convirtiera en una necesidad. Eso le pasó por elegir mal. Supongo que uno no elige de quién enamorarse. Aunque no estoy muy segura de eso, no soy la indicada para hablar.
La equivocación es algo humano, ya bien lo había comprobado.
Mamá y yo vivíamos con mi tía, desde mi infancia. Cuando yo tenía unos siete años, Estela había perdido el trabajo y su ex marido Víctor, es decir, lo que en las circunstancias de la vida normal, debería llamar “papá”, nos había abandonado por otra mujer. Nancy había conocido a mi tío, Daniel, un año antes de que yo naciera, pero comenzaron a convivir luego de casarse, un año después de mi nacimiento.
Se mudaron a la casa de él, y vendieron la que tenían. Y al poco tiempo mi tía quedó embarazada, concibiendo a mi primo Brian, quien, aunque era dos años menor que yo, siempre fue un buen amigo mío.
Por ese motivo también, Daniel nos invitó a alojarnos en su casa. Yo sería una buena compañía para su hijo. De todas maneras, mi mamá insistió en conseguir una pensión pero mi tía no podía dejarnos en la calle porque no teníamos donde caernos muertas, estábamos en la ruina.
En esa época, mi mamá había conseguido trabajo en un restaurante, pero no nos alcanzaba para vivir bien, como ahora que gracias a mi tío, había conseguido un trabajo digno.
Ella y Daniel se llevaban muy bien. Todo este tiempo había sido como un hermano para Estela, y algo parecido a un padre para mí. Ellos habían tenido un solo hijo.
¿Cómo estaría él ahora? Era tan compañero de su padre. Andaban siempre juntos. Cada cosa que pensaba, me recordaba lo fuerte que iba a ser este momento tanto para él, como para todos. Odiaba sentirme así.
De súbito, comprendí por qué no había logrado dormir.
Desde chica, siempre tuve algo así como premoniciones. En realidad, no sé si llamarlos de esa manera… Cuando la muerte se acercaba, a mí nunca me tomaba por sorpresa. Yo sabía que iba a suceder. Era como un presentimiento.
Me había sucedido por primera vez cuando falleció mi abuela. Había soñado con ella. Me hablaba de un viaje fácil pero largo; yo no lograba entender de qué me hablaba. Sólo me decía que sea fuerte, y que no deje sola a Estela, que ella me necesitaba más de lo que yo a ella. Cuando desperté, mi tía, llorando, me explicó lo que había sucedido. Mi mamá estaba en el velorio, y no había querido despertarme. Se habían turnado con Nancy para ir a verla. De todas maneras, aunque me doliera, le dije a mi tía que fuéramos, y así lo hice. Siempre fui una chica fuerte para esas cosas, aunque muy débil para otras.
También tuve esa sensación cuando falleció el hermano de Víctor, es decir, del ex marido de mamá. Y ahora me había ocurrido de nuevo. Ese momento no fue tan doloroso para mí, ya que mucho no lo conocía, y apenas si lo recordaba.
Fue camino de la escuela a casa. Vi pasar un coche fúnebre, y automáticamente se me cruzó por la cabeza, la familia de Víctor. Cuando llegué de la escuela, mamá me lo contó. Pero otra vez, no me tomó por sorpresa.
Esta vez no fue muy distinto. Además, ya sabíamos que Daniel estaba mal. Pero no creí que fuera a dejarnos tan pronto.
Anoche, mientras daba vueltas en la cama, encendí el televisor. No había nada interesante para ver, como de costumbre, por lo que comencé a pasar canal por canal, y quizás encontraría algo que me llamase la atención.
Estaban dando un programa sobre médicos forenses. Se encontraban en una sala de hospital con una luz blanca muy brillante, haciéndole una autopsia a un hombre. En ese momento, por mi cabeza se cruzó la imagen de Daniel en esa camilla de hospital, y a mi tía llorando a su lado, como una especie de déjà vu
Maldito sueño. Odiaba tener tanta imaginación. Fastidiada, apagué la televisión, y me di media vuelta en la cama. Miré hacia la mesita de luz, y encontré Crónicas de una muerte anunciada, el cual había estado leyendo para la universidad.
–Basta de muerte– pensé.
Apagué el velador y me dormí.
Y esa mañana, la noticia no me tomó por sorpresa para variar. Pero me angustió demasiado. Todo iba a ser distinto a partir de ese momento.
Tendríamos que salir a trabajar mi tía y yo. Mi mamá trabajaba en la empresa de mi tío como secretaria, y mi tía se encargaba siempre de las cosas de la casa, porque nunca tuvo interés en trabajar. Ahora no le quedaba otra alternativa. Mi tío tenía una muy buena posición económica. No era millonario, pero vivía bien. Todos vivíamos bien gracias a él. Ahora iba a tener que darle prioridad al trabajo y a mi familia más que al estudio. Eso sí me preocupaba.
Estaba por comenzar el segundo año de la carrera de Letras. Hacía poco había comenzado el año, y nos encontrábamos en vacaciones de verano. Obviamente, para nosotros no había vacaciones literalmente. No iríamos a veranar a ninguna parte.
El día no estaba del todo lindo. Unos nubarrones negros cubrían gran parte del cielo, aunque todavía se asomaba un halo de luz que emanaba el sol. El clima era bastante fresco para ser pleno Enero, pero desde luego que sería por la tormenta de la noche anterior. Generalmente en este tipo de clima, luego de una semana de más de treintaidós grados de temperatura, la lluvia nos trae un poco de alivio.
Allí en el cementerio, el clima era aún más lúgubre. No soy de esas personas supersticiosas que fantasean estúpidas historias sobre fantasmas, cementerios y esas cosas típicas de novelas de Stephen King. De todas maneras, no subestimaba a los fantasmas, porque sé muy bien que hay almas que no descansan en paz y vagan por nuestra vida como si aún estuvieran vivos, porque algo les quedó pendiente.
Pero en fin, ahí estábamos. El coche fúnebre aún no había llegado. Los familiares de mi tío estaban allí detenidos hablando entre ellos, y algunos se encontraban en brazos de otros llorando sin consuelo.
Qué difícil es afrontar la muerte para los que nos quedamos en la tierra. Quizás es más duro cuando te toma por sorpresa. Todos suelen verlo como algo malo, y culpan a Dios por lo sucedido. Si es que hay tal.
Pero yo lo veo de otra manera.
Hacía poco, a mi tío le habían encontrado una enfermedad en los huesos, algo desconocida. Era una enfermedad rara, según nos habían dicho los médicos. Se llamaba fibrodisplasia osificante progresiva. La gente común la llama “hombre de piedra”. El diagnóstico: gran parte de los músculos y tendones del cuerpo de a poco van transformándose en estructuras óseas. Se debe a una mal formación genética, y poco a poco va produciendo la rigidez en la movilidad de aquellos que la padecen.
En mi tío, aún no estaba muy avanzada esta enfermedad. Una semana atrás lo habían internado de urgencia por un dolor muy fuerte en los músculos de la pierna. Los médicos temían que ya estuviera transformando la musculación de las extremidades, y lo tuvieron una semana en observación, muy bien atendido, por cierto. Por eso el infarto los tomó por sorpresa. Supongo que la muerte es algo así. Cuando te llega, es imposible evadirla. Uno no puede contra el destino.
No le temo a la muerte. Le temo más a la vida. La muerte es algo que no se puede cambiar, algo que no se puede remediar. A todos nos llega alguna vez. No existe la inmortalidad, es sólo un mito.
El verdadero desafío es estar vivo. Desafiar cada obstáculo, cada oportunidad, cada problema, y pelearlo hasta ganar. Es como un juego: uno siempre juega a ganar. Aunque otros simplemente, lo hacen para divertirse. Pero en fin, lo bueno de este juego es que uno puede aliarse con otras personas, y así hacer más interesante y más equitativo ese desafío.
Sumida en mis pensamientos no vi cuando el coche se aproximó a la entrada del cementerio. Dos hombres vestidos de negro abrieron el baúl y, con ayuda de otros dos, cargaron el cajón hacia adentro del cementerio. Justo atrás del vehículo, se estacionó el Meganede mi tía (en realidad, de mi difunto tío). Vestida con una larga pollera negra, una camisa poco ajustada al cuerpo, y unos altos zapatos de plataforma, bajó del auto. Llevaba gafas de sol.
Del asiento del acompañante, bajó también mi primo, vestido con un traje negro algo refinado (bastante para la ocasión), teniendo en cuenta mi poca elegancia para vestirme. Tenía los ojos hinchados y muy irritados, y su mirada perdida no logró encontrarse con la mía. Sólo miraba el suelo, tratando de esconder las lágrimas. Yo no sabía si acercarme y darle un gran abrazo o simplemente quedarme en mi lugar esperando que empezara la ceremonia.
Depositaron el ataúd al costado del lugar en el cual habrían de enterrarlo. Estaba apoyado sobre una mesa de piedra, decorada con algunas flores blancas. Las personas se fueron acomodando frente al cajón, frente al sacerdote. Mi mamá se paró al lado de Nancy, y la rodeó con su brazo derecho. Mi tía rompió a llorar, ocultando su rostro en el pecho de mi mamá.
Brian se encontraba a la derecha de su madre. Me acerqué a él, y lo tomé del brazo. Él se giró, para observarme con la mirada vacía y me estrechó fuerte entre sus brazos.
Mientras el sacerdote hablaba, yo seguía abrazando a mi primo. Comencé a derramar algunas lágrimas, mientras la gente se acercaba a dejar unas cuantas flores antes de enterrar el cajón.
Se sentía bastante raro estar en aquel lugar otra vez. Supe que a partir de ese momento, nuestras vidas tomarían un rumbo distinto.
Estela acompañó a su hermana, que apenas si podía mantenerse en pie, a dejar un ramo de rosas blancas sobre el ataúd antes que pusieran el cajón bajo tierra.
La gente pasaba y saludaba a mi tía con un abrazo o una caricia en el hombro. Nada servía de consuelo, lo sabíamos. Pero supongo que querían hacerle entender que la acompañaban en el difícil momento.
Brian esperó que la gente fuera descongestionando el lugar. En silencio, me soltó el brazo y se dirigió hacia el féretro con paso lento. Comprendí que debía dejarlo solo. Lo veía tan triste como nunca. Quería hacer algo por él, aunque sabía que no había nada que pudiera quitarle peso a ese dolor con el que cargaba. Negué con la cabeza aún con lágrimas en los ojos. Lo vi apoyar sus antebrazos sobre el cajón, escondiendo su rostro entre sus brazos y echándose a llorar con desconsuelo.
Dudé por un momento si acercarme. No lo hice finalmente. Creí que él necesitaba unos momentos a solas para despedir a su padre.
Al fin depositaron el cajón en la tierra y lo cubrieron. Nos quedamos un rato más allí, haciendo cada uno su propio duelo. Mi mamá lloraba tanto como su hermana.
Luego de un rato, comencé a sentirme un poco incómoda. Creí que ya lo había despedido el tiempo suficiente. De todas maneras, quedarme ahí parada no iba a remediar nada. Seguir llorando tampoco iba a cambiar las cosas. En ese momento lloraba más al ver a mi familia, que por la muerte de Daniel en sí.
Decidí alejarme unos pasos y despejar un rato la mente. Esperé a mi mamá en la puerta del Megane.
Habré estado alrededor de una hora detenida allí, esperando. A los pocos minutos apareció mi primo, secándose las lágrimas con el puño de su camisa.
Me partía el alma verlo así. Seguía cabizbajo y no emitía palabra alguna.
Al fin levantó la vista, y me encontré con unos ojos enrojecidos de tanto llanto, y una mirada tan triste que no podía contener mis propias lágrimas. Lo estreché entre mis brazos nuevamente y me largué a llorar. Detestaba la impotencia de no poder hacer nada por él.
Se incorporó, arreglándose un poco el cuello de la camisa. Sin dejar de mirar el suelo, suspiró en voz tan baja que casi ni podía oírlo, por lo que sólo me limité a entender lo que pude leer de sus labios.
–No creí que fuera a marcharse tan pronto.
Lo miré a los ojos. Su expresión era de desilusión. Negó con la cabeza.
–Me hubiese gustado decirle tantas cosas.
–Estoy segura que él sabe todo lo que sentías. – dije como para darle algún consuelo– Además, estoy segura que él puede escucharte ahora
Las lágrimas volvieron a caer sobre sus mejillas.
–Hubiese preferido que mis últimas palabras no fueran “te vas a mejorar, te lo aseguro…te veré mañana”. De haberlo sabido, las hubiese escogido mejor.
Acaricié suavemente su brazo, y lo tomé de la mano. Me encogí de hombros y me limité a decir.
–Quizás fue mejor así. Al menos no sufrió tanto.
Brian levantó la vista. Yo miraba el suelo. Quizás no debí haber dicho eso. Generalmente las personas no quieren escuchar eso cuando pierden a un ser querido. Respiró profundo antes de responderme.
–Sí, supongo que fue mejor así.
Mi mamá y mi tía se habían acercado al auto. Brian abrazó a su madre, quien rompió a llorar nuevamente.
Brian miró a mi mamá, la cual asintió con la cabeza. Rodeó a su hermana con el brazo, y abrió la puerta del auto. Se sentaron juntas en el asiento de atrás.
Comprendí que sería mi primo el que manejaría, y yo viajaría en el asiento del acompañante. Crucé la vereda y me subí al auto.
Cuando el vehículo arrancó, adentro reinaba el silencio. Lo único que podíamos escuchar era el ruido del motor y los ruidos externos. Por eso, lo que en realidad era un viaje de aproximadamente quince minutos, a mí se me hizo como de una hora. Hasta que por fin llegamos a casa.
capítulo 2LEGADO OPORTUNO
Ya eran casi las tres de la tarde. A pesar del nudo que me atravesaba la garganta, mi estómago rugía del hambre.
Brian entró por la puerta de la casa, subió escaleras arriba y desapareció tras la puerta de su cuarto. Mi tía lo siguió, haciendo lo mismo hacia el suyo.
Mi mamá y yo nos miramos y negamos con la cabeza.
–¿Tenés hambre? – me preguntó.
Me leyó el pensamiento. O quizás escuchó el ruido proveniente de mi abdomen.
–Eso creo.– respondí.– Quiero algo liviano, si es posible.
Se dio media vuelta y abrió la heladera. Permaneció allí detenida durante unos minutos, buscando algo para preparar.
–¿Fiambre? Puedo prepararte unos sándwiches. Hay pan en la alacena. Fui a comprarlo esta mañana para el desayuno.
–Sí, sí. Con eso estaré bien. Yo me los preparo, no te preocupes, má. – le dije.
Tomé el fiambre que Estela estaba sosteniendo.
Me apuré para preparármelos, pues tenía pensado ir a comer a mi cuarto. Estaba lo bastante angustiada ahora como para que bajara Nancy o Brian, y se me fueran las ganas de comer. Si pasaba otro día con el estómago prácticamente vacío, llenándolo con algún tentempié que poco lo engañaba, iba a descompensarme. O al menos sufriría un desmayo o una baja de presión.
Pero para mi suerte, mientras mi mamá acomodaba las vajillas en su lugar, mi tía bajaba con paso lento la escalera. Atrás, la seguía mi primo.
Con un sándwich en cada mano, los observé mientras descendían y se acercaban a la mesa de la cocina. Mi tía traía un sobre en sus manos.
Dejé la comida sobre la mesa.
–¿Quieren comer algo? – pregunté instantáneamente, levantando uno de los dos sándwiches. Ya sabía la respuesta, de modo que fue una simple reacción para romper el silencio y no sentirme incómoda comiendo frente a ellos.
Ambos negaron con la cabeza. Brian se sentó en una de las sillas de mi derecha. Mi mamá se acercó a su hermana y la miró extrañada.
Nancy se detuvo frente a la mesa. Permaneció callada por unos segundos, cabizbaja, contemplando el sobre blanco que traía entre sus manos. Dejó escapar una lágrima antes de hablar.
Estela la rodeó con un brazo, y con el otro le acarició suavemente el hombro.
–Daniel… – comenzó con un hilo de voz. –…antes de… – respiró profundo.– Hace unos días en el hospital me dijo que hacía un tiempo que estaba guardando esto. Y que si llegaba a pasarle algo… – cerró los ojos y sollozó un poco.–… quería que lo tuvieran.
Mi mamá la abrazó, mientras ella seguía llorando. Dejó caer sobre la mesa el sobre, del cual se desparramaron unos billetes. Eran demasiados.
Brian abrió los ojos de par en par. Yo no me había dado cuenta, pero los míos también estaban increíblemente fuera de su órbita.
Por fin Nancy recobró la compostura y pudo seguir.
–Hacía años que los venía guardando. Pensaba repartirlo a cada uno, para que puedan empezar su propio negocio, su propia empresa. Para que puedan independizarse. Tu papá…– miró a mi primo.–… quería que continúes con la empresa hasta que te recibas, si te interesaba el trabajo. No como una obligación, él sólo quería que tuvieras la oportunidad de trabajar y tener tu independencia económica, mientras te dedicás al estudio.
Mi primo dejó caer unas lágrimas mientras se aferraba de su cabello fuertemente, apoyando su mano en la mesa.
–Es una suma grande de dinero. La dividiremos entre los dos.– afirmó mi tía.
–No puedo permitirlo.– interrumpió Estela.– Ustedes son su familia. Son su prioridad.
–Ustedes son nuestra familia. Bien sabés que Daniel te quería como una hermana. Y a Abril como a una hija.– protestó mientras los ojos volvían a llenarse de lágrimas. – Yo voy a hacer su voluntad. Él me pidió que lo hiciera, y eso es lo que haré.
Asomaron las lágrimas a mis ojos. Yo lo quería como si fuera mi papá. De hecho, siempre afrontó los roles paternos para conmigo.
–¿No vas a quedarte con nada de todo lo que dejó? – preguntó mi mamá.
Mi tía la miró extrañada.
–Estábamos casados. Todo lo suyo es mío ahora. – dijo con voz apagada y mirando al suelo. – Además cobro el seguro de vida, más lo que va a darme la empresa, la pensión.
Estela asintió con la cabeza y la abrazó. Nancy respiró profundo y enjugó sus lágrimas.
Luego de unos segundos, se incorporaron y comenzaron a sacar los billetes del sobre. Creo que en toda mi vida habré visto tantos billetes juntos. Traté de disimular mi asombro, pero creo que no pude hacerlo muy bien.
Mientras tanto, mi primo se había quedado sin habla. Estaba atónito mirando la cantidad de billetes que sacaban de aquel pedazo de papel.
Yo luchaba contra el sándwich que seguía ganándome. No podía acabar con él. De repente se me había ido el hambre. Tenía una especie de ansiedad y emoción mezclada con la angustia y la conmoción que me provocaba toda esta situación.
Le ofrecí a Brian la mitad que me quedaba, pero me la rechazó. Tal vez lo dejaría para después. Busqué una de esas bolsitas para guardar comida en el congelador y lo puse allí dentro.
Miles de pensamientos recorrían mi mente en ese momento. Como un acto reflejo, me precipité escaleras arriba y entré corriendo a mi habitación.
Me senté en la cama, y comencé a revolver el cajón de la mesita de luz. Sabía que por algún lado lo había dejado. Ahora no recordaba dónde. Todo lo que creía que podría servirme lo guardaba allí… Allí o…
Corrí hacia el escritorio de mi computadora. Tenía una importante cantidad de papeles de todo tipo desparramados ahí arriba. Era un total y completo desorden. Y buscar de esa manera, tampoco me iba a ayudar a encontrarlo.
Comencé a levantar uno por uno todos los papeles, sosteniéndolos en mi mano derecha hasta que por fin di con él. ¡Sabía que allí lo encontraría!
Abrí el folleto y lo recorrí rápidamente con la mirada. Me detuve en un pequeño párrafo. El que estaba buscando. Sí, exactamente lo que necesitaba. Bueno, quizás un poco más de lo que necesitaba. Bastante más. Ese dinero me sobraría, lo sabía.
Me senté en la cama por unos segundos, releyendo ese segmento del folleto, y divagando con la mente, sumida en mis pensamientos.
Mientras soñaba despierta, escuché a mi mamá llamándome, y ahí volví a mi realidad.
Guardé el folleto en el bolsillo trasero de mis jeans y salí de mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí. Bajé lentamente las escaleras y me senté en la mesa junto a mi primo.
Ignoraron mi llegada. Aún así, depositaron delante de mis narices, una pila de billetes. No pude evitar caer en la tentación de ojearlos rápidamente.
–Esto te pertenece.– me dijo Nancy.
–Gr…gracias…– tartamudeé. No podía creerlo. Todo ese dinero era mío. ¿Por qué no pude darle las gracias a mi tío?
Ya estaba imaginándome la situación. Hubiese sido mejor si él me lo hubiese entregado, explicándome todo lo que nos dijo mi tía. Yo estaría bañada en lágrimas, no querría aceptárselo, pero mi tío hubiera insistido y habría terminado accediendo de todos modos. Lo habría abrazado tan fuertemente que le hubiesen dolido hasta los huesos.
Desperté de mi ensueño y sacudí la cabeza, parpadeando. Brian estaba subiendo las escaleras y mi tía había desaparecido, de modo que me quedé sola con mi madre, la cual seguía sentada, sumergida en sus pensamientos sin emitir sonido alguno.
–Má… – rompí el silencio.–…estaba pensando…
Estela levantó la mirada y volvió en sí. Me observó esperando que continuara con mi idea.
–…hace un tiempo que tenía ganas de hacer un viaje…
La miré esperando que objetara algo antes que prosiguiera, pero no lo hizo.
–¿Un viaje? – preguntó extrañada.
Respiré profundo. Saqué el folleto de mi bolsillo.
–Encontré esto hace unos meses. Es de una agencia de turismo. – le ofrecí el folleto para que entendiera lo que estaba tratando de explicarle. Lo sostuvo y comenzó a recorrerlo con la mirada vagamente.– Los precios no son tan costosos.
–¿Adónde exactamente es que viajarías?
–Al sur. – contesté rápidamente y casi sin pensarlo.– Es que… ahora con este dinero… pensaba que sería una buena oportunidad.
Mi mamá se quedó en silencio mirando el folleto. En realidad su mirada estaba clavada en el papel, pero no lo estaba mirando. Estaba nadando otra vez, en su mar de ideas. Sabía que en cualquier momento encontraría algún “pero”, para que me de remordimiento, o para que piense que sería mejor no ir. Siempre lo lograba.
Pasaron unos minutos hasta que entreabrió la boca.
–Abi… ¿Por qué no lo dijiste antes? No hacía falta esperar por una cantidad de dinero, sabiendo dónde veraneábamos cuando eras una niña…
La miré sorprendida. Fruncí el cejo y desvíe la mirada. No había pensado en eso. Pero tenía razón. No tendría que gastarme el dinero en la estadía. ¿Por qué no se me había ocurrido antes?
–No lo había pensado. Pero es una buena idea...– comenté entusiasmada.
–No lo sé…– dudó.– No me gustaría que vayas sola.
–Si ella quiere… – interrumpió mi primo. Había aparecido de repente sin que yo me percatara de su presencia.–… yo podría acompañarla.
A mi madre le cambió la cara. Esbozó una pequeña sonrisa y negó con la cabeza.
–Estos jóvenes…
–¡Claro que podrías! – exclamé.– Sería genial. Y no tendríamos mucho gasto de viaje. Sólo serían los pasajes del avión. Y algo de plata para arreglarnos.
–Lo de los pasajes podría solucionarse. No creo que mamá tenga problema en que vayamos con el Megane. De hecho, creo que va a estar más convencida si vamos con el auto, que en avión. Ya conocés a tu tía… es un poco paranoica con los medios de transporte aéreos – bromeó él.
Estela seguía mirándonos en silencio, apenas sonriendo.
–Creo que deberías llamar a Víctor.
¡Cierto! Había olvidado ese detalle. Dudé ya si era tan buena idea…
Cuando mamá y Víctor vivían juntos y éramos una “familia”, él había comprado una cabaña en una pequeña ciudad del sur del país. Solíamos ir allí cada vez que se tomaba vacaciones. A veces, mamá y yo nos quedábamos todo el verano. Él solía tomarse tres semanas en verano, y dos en invierno. Por lo tanto, nos íbamos a comienzos de enero con Víctor, luego él volvía al trabajo y nosotras nos quedábamos ahí hasta fines de febrero, cuando él volvía por nosotras. Yo tenía un grupo de amigos en aquel lugar, que eran más o menos de mi edad y vivían en los alrededores de la cabaña en la que habitábamos durante ese tiempo.
En fin, cuando él y mi madre se separaron, no hicieron división de bienes. Víctor siempre nos dijo que si queríamos, podíamos usarla. ¡Qué idiota! Como si pudiéramos irnos hasta el sur con lo costoso que era el viaje, cuando además no teníamos mucho dinero, y apenas si podíamos arreglarnos, hasta que mi mamá consiguió trabajo con Daniel… y ya en esa época habíamos comenzado a veranear con ellos en la playa.
Pero ahora necesitaba un viaje más allá de la playa. Un viaje que me permitiera alejar mi mente de todo lo que me rodeaba en esa circunstancia, despejar mi cabeza, relajarme, olvidarme de algunas cosas.
Dudé si me convenía llamar a Víctor, o sería mejor gastar el dinero en un hotel, una cabaña o lo que fuera. Hacía tanto que quería volver a la Patagonia Argentina. Y el hecho de tener un lugar para hospedarme “propio”, por llamarlo de alguna manera, me permitiría quedarme más tiempo que una quincena o un mes. Quizás si me asentaba bien, podría quedarme el verano entero… como en los viejos tiempos.
Me di cuenta que había estado navegando en mi propia red de pensamientos y que mi mamá y Brian seguían ahí, hablando entre ellos.
Suspiré.
–Podrías llamarlo por mí…– sugerí con mi mejor cara de ángel para convencerla, pero mi mamá me dedicó su mejor mirada fulminante.
–Estás un poco grande como para resolver tus asuntos por tu propia cuenta. ¿No te parece?
Detestaba que ella tuviera razón. De todas maneras, refunfuñé y caminé hacia el comedor. Revolví unos cuántos papeles, boletas a pagar y publicidades hasta que encontré la agenda de Estela.
Marqué lentamente los ocho números que me comunicarían con él. Respiré profundo mientras me daba el tono y sonaba unas cuatro veces hasta que respondieron.
–¿Diga? – su voz sonaba agitada.
–¿Víctor?
–El mismo habla. ¿Con quién tengo el gusto?
–Abril.
–¡Hola cielo! ¿Estás bien? Supe lo de tu tío.
–Sí, más o menos. Necesito pedirte algo, Víctor.– cambié rápidamente de tema. No tenía el más mínimo interés en saber de su vida, así que iría al grano. Lo escuché reírse detrás del tubo.
–Hijita, te dije muchas veces que me llames “papá”.
Siempre el mismo estúpido comentario que desataba la misma estúpida y reiterativa discusión. Respiré hondo, antes de continuar.
–Necesito pedirte un favor, Víctor.– acentúe su nombre para fastidiarlo, en lugar de darle mi frecuentada respuesta: “no te merecés que te llame así”.
–Sí, hija. ¿En qué puedo ayudarte?
¿Por qué tanta ternura? Sabía bien que poco afecto le tenía. Lo odiaba más cuando hacía eso.
–Me preguntaba si… ¿tenías intención de viajar al sur este verano?
Parecía que lo había sorprendido mi pregunta. ¡Qué mal! Adiós a mi deseo de ir a la cabaña.
–Bueno, Jenni y yo teníamos pensado…
–De acuerdo.– interrumpí.– No hay problema. Gracias.
Le corté el teléfono. ¿Por qué tenía que nombrarla? Sólo le pregunté por él, no por esa arpía despiadada, destructora de familias.
Me di media vuelta. Brian estaba mirándome y mi mamá negaba con la cabeza. Mi cara decía todo, no daba lugar a preguntas. Volvió a sonar el teléfono.
–Ni sueñen que vaya a atender.– dije.
Estela se mordió el labio y movió su cabeza en gesto de desaprobación. Levantó el tubo, sabiendo quien era.
–¿Qué sucedió? – la oí preguntar.
Mi primo trataba de calmarme. Mis lágrimas saltarían en cualquier momento. Sentía impotencia y ganas de insultarlo. Encima osaba portarse cariñosamente.
–Abril…– la voz de mamá sonó a castigo.– Tu papá quiere decirte algo.– La miré por unos segundos dándole a entender que no tenía intención alguna en hablar con él. Pero ella me hizo un gesto hacia el teléfono inclinando la cabeza.– No le diste la oportunidad de terminar de hablar.
Me paré de un salto y caminé con paso decidido hacia el comedor.
–¿Cambiaste de opinión? – pregunté con recelo.
–Abi, Abi… Siempre tan impulsiva. Si me hubieras dejado continuar, te hubieses ahorrado ese absurdo enojo.
Me limité a respirar profundo.
–Con Jennifer teníamos pensado ir a veranear a la playa. No tenemos en nuestros planes pisar la cabaña. ¿Irás con tu mamá? – inquirió.
–Creo que no te importa eso, ¿o si?– no debería haberle contestado de esa manera. Todavía podía decirme que no. Escuché su risa nuevamente.
–Seguís siendo tan rebelde como cuando eras chiquita – bromeó. – Bueno, entonces cualquier cosa que necesites no dudes en llamarme. ¿Tenés mi número de celular?
–Creo que Estela lo tiene. Se lo pediré– mentí. Lo tenía, pero no quería decirle que sí.
–Regio. Cuidate entonces. Saludos a la familia.
–Okey. Chau.– corté. No tenía ganas de fingir simpatía o agradecimiento. Pero si quería viajar a su cabaña no tenía otro remedio.
Brian estaba sentado en el sillón frente al televisor, ahora apagado.
–¿Y? – me preguntó.
–Prepará tus valijas que mañana, o a más tardar pasado, estaremos viajando.
–Genial. Voy a hablar con mamá. – Brian se levantó de un salto del sillón y cruzó el comedor.
Mi mamá y Nancy estaban allí hablando.
–Es un poco largo el camino para ir manejando.– dijo preocupada Estela.– ¿Pararán para dormir?
–Nos turnaremos con Abi para manejar.
Mi mamá no pudo decir más nada. Le di un beso en la frente y subí las escaleras. Mi primo me siguió y cada uno entró a su habitación.
Me recosté en la cama y cruzando mis brazos detrás de la cabeza, me quedé un rato mirando el techo.
Hacía mucho que anhelaba este viaje, lo tenía pendiente desde hacía un tiempo. Y ahora por fin podría hacerlo… alejarme un poco de mi vida cotidiana, de la rutina, de la ciudad, de los problemas, de algunas personas.
Un nuevo aire me permitiría pensar un poco más en mí, en lo que quería para mi vida, en cómo iba a seguir todo esto ahora.
Necesitaba sanar mi corazón de unas cuántas heridas que parecían no querer cerrarse del todo.
¿Dónde venderían un corazón a estrenar? Quizás eso sería más simple. Pero no. No es como mi computadora. No puedo borrar todo recuerdo y empezar desde el principio. Lo que no mata, fortalece… o al menos eso escuché. Tendría que comprobarlo. Y estaba segura que ese viaje, significaría para mí una nueva oportunidad de recomponer mi estado emocional.
capítulo 3EL COMIENZO
Dos días después, Brian y yo, teníamos las valijas hechas y estábamos listos para partir. Habíamos dormido lo suficiente para estar descansados durante lo que sería un largo viaje. Nos turnaríamos para manejar algunas horas cada uno.
Armar el bolso del equipaje no se me hizo tan difícil como lo había pensado. Tuve que hacer algunas compras porque no tenía tanta ropa abrigada como creía. Y aunque estábamos en verano, el clima en el sur iba a ser muy fresco y las temperaturas no habrían de superar los veinte grados centígrados.
Habíamos almorzado por última vez con mi mamá y mi tía. Mi tía Nancy preparó un exquisito filete de merluza al vino blanco. Estela no era muy amiga de la cocina, pero yo me las ingeniaba bastante para cocinar.
Descansamos un rato después del almuerzo, nos tomamos un café mientras conversábamos un rato en familia. Eran alrededor de las cuatro de la tarde cuando decidimos marcharnos.
Tomé mis dos bolsos de viaje y los llevé hasta el auto. Brian ya había abierto el baúl y estaba tratando de acomodar los suyos allí dentro. Llevaba más equipaje que yo.
Dejé los míos en el suelo mientras él se tomaba su tiempo para acomodar todo.
Entre tanto, fui al baño, busqué un abrigo para el viaje, llené un termo con café y fui tras mi bolso de mano para llevar conmigo en el auto.
Subí las escaleras hasta llegar a mi cuarto. Tenía que echar un vistazo a mis cosas por última vez antes de irme.
Recorrí la habitación lentamente, prestando atención a todos los detalles de la misma: mi cama al lado de la ventana, el escritorio frente a la misma, mi biblioteca llena de libros de todos los géneros literarios, mi enorme armario patinado color verde y blanco, mis estantes colgados sobre la cama con las muñecas con las que jugaba de niña y los pocos peluches que me habían quedado de mi infancia. Solía tener más, pero Estela los fue donando a medida que fui creciendo. Decía que sólo servían para juntar polvo en mi habitación.
Me senté en mi cama y me quedé unos minutos observando las copas de los árboles a través de mi ventana. Una sensación de picazón recorrió mis manos, por lo cual mi mirada cambió de dirección. Y me detuve por unos minutos mirando atentamente mi dedo anular de la mano izquierda.
Todavía llevaba puesto ese anillo. ¿Por qué me resultaba tan difícil deshacerme de él? Hacía ya dos años que lo llevaba conmigo y que debería haber dejado de hacerlo. Pero aún no lo había logrado. Era el único recuerdo que me quedaba de él, del cual aún no había logrado despegarme.
Seguí contemplando mi mano izquierda por unos momentos, hasta que al escuchar mi nombre recordé que debía despedirme de mi mamá y de Nancy antes de partir.
Me levanté de la cama de un salto y corrí hacia la puerta. Me giré y recorrí la habitación con la mirada por última vez.
–Allá voy.– suspiré.
Bajé las escaleras y Brian estaba esperándome en el hall de entrada. Le sonreí.
–Viene la parte difícil.– le dije.
Mi primo me devolvió la sonrisa. Fuimos hasta la cocina donde nuestras madres nos esperaban.
Reinó un silencio sepulcral por unos segundos. Tomé aire profundamente y lo exhalé. Me adelanté unos pasos hacia mi mamá y la abracé. Pude escuchar que sollozaba despacio para que no me diera cuenta.
Cuando nos incorporamos, vi lágrimas caer de sus ojos, las cuales intentó disimular refregándoselos como si algo le molestara.
–Está bien, entiendo que estén emocionadas porque ya no van a tener que aguantarnos, no hace falta que lo oculten… – bromeó mi primo.
Ambas le dirigieron una mirada frívola. Yo rompí en carcajadas.
–Dale ma, no pasa nada, vamos a estar bien. No te preocupes. Prometo llamarte todos los días. – traté de tranquilizarla.
–No hace falta que sea todos los días… Vamos a darles un respiro.– dijo Nancy.
Mi tía sí que sabía entendernos. No pude evitar sonreír. Estela también sonrió y negó con la cabeza. Mi primo le pasó un brazo por alrededor del cuello y le acarició el hombro.
–Tía… Podemos cuidarnos solos.– Brian trató de de calmarla.
–¡Voy a extrañarlos tanto! – suspiró mi mamá.
–Lo sé má… Yo también voy a extrañarte.– la abracé nuevamente. Me incorporé y me volví hacia atrás para abrazar a Nancy, quien también estaba llorando.– Cuidaré de él, lo prometo.– le dije.
–Yo sé que sí.– me respondió orgullosa, dándome un fuerte abrazo.
–Pero quiero que me prometas que vos cuidarás de mi mamá, y que te cuidarás…– pedí.
Ella sonrió y sus ojos mostraron un destello de tristeza.
–Te lo prometo.
Era la primera vez que nos íbamos sin ellas de viaje. Supuse que era normal el miedo y todas esas inseguridades que probablemente ambas estarían sintiendo.
Luego de un par de abrazos y de más lágrimas, salimos a la puerta para subirnos al Megane. Iba a manejar Brian el primer trayecto, y yo manejaría cuando llegara la medianoche. Estaba acostumbrada a estar despierta hasta altas horas de la madrugada sin pegar un ojo. No sufría de insomnio, pero cuando no tenía sueño y encontraba inspiración, me sentaba frente a la ventana, con un poco de música suave y dejaba fluir mis pensamientos en mi notebook.
Sentada en el asiento del acompañante, abroché mi cinturón de seguridad. Tomé mi bolso de mano, y busqué allí dentro algunos CD y los dejé en la guantera.
Brian abrochó su cinturón y encendió el motor. Hizo sonar unas cuántas veces la bocina, mientras daba marcha atrás para sacar el auto hasta la vereda. Allí estaban Estela y Nancy, en el porche de la entrada, despidiéndonos con la mano. Nosotros le devolvíamos el saludo, hasta que mi primo aceleró y las perdimos de vista.
–Voy a poner música.– comenté.
–Me parece una buena idea. ¿Qué trajiste?
–Hay para elegir. Depende de tus ganas. ¿Qué le apetecen a tus oídos? – bromeé.
–Algo tranquilo por el momento. Dejemos el rock pesado para cuando estemos por llegar.
–Me temo que para eso falta casi un día querido...– le dije riéndome.
–Cierto... Bueno, entonces lo que gustes.
Pasé dos o tres veces mi “repertorio” de música, dudando de cada CD que pensaba agarrar. Cansada de dar vueltas, cerré el bolso y prendí el estéreo. Sintonicé la radio que pasaba más música que comentarios entre los locutores, y me volví hacia mi asiento.
–Empecemos con esto.– le dije.
Brian se sonrió y negó con la cabeza.
–Este viaje va a ser genial.– me respondió entusiasmado.– Nuestro primer viaje sin los “viejos”.
Me limité a sonreírle, y me encogí de hombros.
A mi primo le gustaban mucho las fiestas. En eso no coincidíamos. No es que a mí no me gustaran, sólo que no las frecuentaba tan seguido como solía hacerlo él. Pero siempre que podía trataba de acompañarlo, para que mi tía se quedara tranquila, y para que él no fuera solo.
Ya me imaginaba lo que sería su compañía allá en el sur… De todas maneras ya estábamos un poco grandes como para tener que ir juntos a todos lados, ya cada uno podía hacer lo que quisiera.
No sé por qué supuse que igual lo acompañaría. No puedo con mi genio. Siempre sentí la necesidad de protegerlo. Debía ser porque es menor, a pesar de que yo sólo le llevaba dos años. Y además, por su tamaño, parecía que debía protegerme él a mí, en lugar de yo a él.
Recliné el asiento hacia atrás y cerré mis ojos por un momento. Comenzaba a relajarme.
–¿Y cómo es allá? – la voz de mi primo me despabiló. Lo miré por unos segundos, tratando de comprender qué era lo que me estaba preguntando. Volví la vista hacia el frente y me quedé pensando. Cerré los ojos para imaginármelo.
Hacía mucho que no iba a la cabaña. Había pasado mucho tiempo desde la última vez. Los pocos recuerdos que tenía, quizás no fueran tal como yo los recordaba. Inclusive el Sur ya no sería el mismo desde la última vez que lo visité.
–Che... ¿te comieron la lengua los ratones? – me preguntó.
–Ay, perdón…– había estado vagando en mis pensamientos por varios minutos hasta que luego recordé que me había hecho una pregunta. – El sur es… – busqué una palabra que pudiera describirlo perfectamente… sí, esa era la palabra.–… simplemente perfecto.
–¿Para tanto? – Brian rió.
–Bueno, obviando el detalle del clima fresco. No soy muy amiga del frío, lo sabés. Dejando eso de lado, es perfecto. Los árboles, el río, la fauna, el paisaje… son el paraíso para la retina de los ojos. Incluso el aire que se respira es distinto.
–Genial. – exclamó con una gran sonrisa en la cara.– ¿Y cómo es el lugar?
–Uf… ¡es excelente! Se encuentra en un valle hermoso, rodeada de enormes montañas. La claridad del agua de los ríos es alucinante. Te vas a quedar asombrado cuando estés ahí como lo hacía yo cada vez que iba. Generalmente suele nevar, pero no esperes nada en esta época del año.
–Vamos a ver si es tan asombroso como lo estás contando.
Lo miré con recelo.
–Vas a tomarme por los hombros y sacudirme porque no vas a poder creer tanta belleza en un solo lugar.
Mi primo rompió en carcajadas.
–Puedo leerte el folleto de la ciudad, si no me creés. No tengo problema.– le dije con ironía.
–No te atreverías a aburrirme de tal manera.
–¡Qué no!… Jajá.– reí.– No te das una idea de lo molesta que puedo llegar a ser si te empeñás en fastidiarme.
–Lo tuyo es molestar por naturaleza. No es necesario que estés fastidiada para molestar a los demás.– bromeó.
Le lancé una mirada de odio. Nos miramos por unos segundos, él con una sonrisa pícara en la cara, y yo con mi mirada fulminante. Violentamente giré la cabeza hacia adelante, tomé mi bolso de mano buscando el papel y una vez que lo encontré, comencé a leer en voz alta.
–La principal ciudad de la cordillera, con aproximadamente veintiocho mil habitantes, posee atractivos y servicios que despiertan el interés del viajero y constituyen un potencial turístico de…
Brian sostuvo el volante con una mano y con la otra, tomó el folleto, me lo estrujó y lo lanzó por la ventana.
–Yo puedo ser peor… – dijo riéndose.
Me quedé mirando la nada Atónita, me puse seria, y cruzando los brazos, lo miré con gesto de desaprobación. Giré la vista hacia adelante y negando con la cabeza no pude evitar sonreír. Había ganado.
Aunque mi primo era menor de edad que yo, en altura era mucho mayor. Yo con mi escaso metro sesenta y pico, y él midiendo casi un metro ochenta. Supongo que lo heredó de su padre. Su tez era morena, no muy oscura. Tenía unos ojos grandes color miel, y su cara era un poco rellenita, a pesar de que en peso estaba bien. Su melena lacia era de un color castaño oscuro.
Mi cabello es más bien ondulado y de color castaño. Supongo que eso lo heredé de mi mamá, aunque ella usa tinturas para su cabello, porque el castaño no le sienta bien. Aunque yo creo que ese rubio cobrizo que usa, la hace ver un poco mayor de lo que es.
El resto del viaje continuó en silencio. El único sonido que podíamos percibir era el del motor del vehículo y la música de la radio.