Edgar Allan Poe "La más noble de las profesiones" - Edgar Allan Poe - E-Book

Edgar Allan Poe "La más noble de las profesiones" E-Book

Edgar Allan Poe

0,0

Beschreibung

Brillante en tantos géneros, Edgar Allan Poe no parece haberse destacado especialmente como corresponsal. Demasiada prisa por sobrevivir, demasiadas ocupaciones y preocupaciones lo llevaron a concebir las misivas en general como meras herramientas comunicativas y utilitarias, sin espacio para el goce o la especulación, y de ahí, lamentablemente, lo fragmentaria y retaceada que ha quedado la actividad epistolar de alguien sin embargo dado en forma obsesiva y devocional al ejercicio de las Letras ya desde su temprana juventud, alguien que aún poco antes de morir supo decirle justamente a un íntimo corresponsal: "La Literatura es la más noble de las profesiones. De hecho, es casi la única apta para un hombre. En cuanto a mí, nada puede distraerme del camino" (a F. W. Thomas, 14 de febrero de 1849).   Seleccionado, traducido y anotado por Marcelo Burello y Mariano E. Rodríguez, este libro recoge los intercambios epistolares íntegros con personalidades literarias importantes del momento, como Charles Dickens, Washington Irving, Henry Wadsworth Longfellow, Nathaniel Hawthorne, Frances Sargent Osgood, James Russell Lowell, entre otros. Así, el volumen que aquí presentamos pretende ampliar la perspectiva sobre un oscuro genio de las Letras y estimular así otras lecturas e investigaciones tanto acerca de él como de su contexto editorial.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 249

Veröffentlichungsjahr: 2025

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice
Cartas restituidas:El accidentado epistolario de un genio pobre,por Marcelo G. Burello
Cronología
Intercambios epistolares
Elizabeth Barrett
Bird, Robert Montgomery
Anna Blackwell
Nathan Covington Brooks
William Evans Burton
Carey, Mathew
James Fenimore Cooper
Charles Dickens
Sarah Margaret Fuller
George Rex Graham
Rufus W. Griswold
Nathaniel Hawthorne
James Ewell Heath
Charles Fenno Hoffman
Washington Irving
George Lippard
Henry Wadsworth Longfellow
James Russell Lowell
McCabe, John Collins
Neal, John
Frances Sargent Osgood
William Gilmore Simms
Bayard Taylor
Thomas Willis White

Cartas restituidas:El accidentado epistolario de un genio pobre

por Marcelo G. Burello

Se ha dicho –y con toda razón– que el apogeo epistolar se dio en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la gente letrada se entregó a la lectura y la escritura en forma casi compulsiva, haciendo de las cartas y los diarios personales un nuevo culto, si no un vicio; la existencia de un mueble con llave y destinado ad hoc para esos géneros de tono íntimo, el secretaire, delata la importancia de ese hábito. El siglo XIX, sin embargo, más vertiginoso y menos dado a la pasión contemplativa e introspectiva, no se quedó tan atrás en este sentido, y ciertamente no careció ni de calidad ni de cantidad en términos de actividad postal. La aceleración de los ritmos de la vida y las mejoras en el transporte sin duda conspiraron para que la gente intercambiara tan profusa correspondencia como lo habían venido haciendo las generaciones previas, pero no llegaron a aplacar esa firme necesidad de comunicarse y confiarse que los tempranos burgueses consideraban todo un point d’honneur, y si bien puede calcularse un progresivo acortamiento de las esquelas, a la vez que un giro hacia lo práctico, asimismo puede constatarse un súbito crecimiento de cierto tipo de misivas inexistentes hasta entonces, tales como los telegramas y los despachos comerciales o corporativos.

Brillante en tantos géneros, y de hecho forjador o codificador de varios, Edgar Allan Poe (1809–1849) no parece haberse destacado especialmente como corresponsal (¡aun cuando uno de sus más conocidos relatos precisamente trata sobre una valiosa carta robada!). Demasiada prisa por sobrevivir, demasiadas ocupaciones y preocupaciones lo llevaron a concebir las misivas en general como meras herramientas comunicativas y utilitarias, sin espacio para el goce o la especulación, y de ahí, lamentablemente, lo fragmentaria y retaceada que ha quedado la actividad epistolar de alguien sin embargo dado en forma obsesiva y devocional al ejercicio de las Letras ya desde su temprana juventud, alguien que aún poco antes de morir supo decirle justamente a un corresponsal cercano: “La Literatura es la más noble de las profesiones. De hecho, es casi la única apta para un hombre. En cuanto a mí, nada puede distraerme del camino” (a F. W. Thomas, 14 de febrero de 1849). Al lanzar la primera edición filológica y respetable de la correspondencia de Poe, el profesor James A. Harrison conjeturó en tono apologético: “Un volumen de cartas –interesante en conexión con cualquier autor– posee un peculiar atractivo en el caso de Poe. Su personalidad se infundió tanto en su escritura que ninguna crítica de sus obras ha sido capaz de desconocer al hombre en sí. No hay otro escritor norteamericano, tal vez, del que pueda decirse tanto”1. Un siglo después, sus sucesores en idéntica tarea fueron más francos y sutiles en la justificación, al sugerir: “Se ha dicho que uno no se siente muy cercano a Poe leyendo sus cartas. Si hay expectativas de que nos haya dejado un amplio acopio de documentos que resuelvan todos los enigmas con que nos topamos cuando tratamos de comprender a ese hombre elusivo que supo conquistar nuestra imaginación, el resultado seguramente será la decepción. Muchas de sus cartas, por cierto, son bastante pedestres, y pocas son joyas literarias. En lo individual, las cartas suelen mostrar a Poe creando una especie de ficción para su corresponsal, posando para su público y engañando para servir a sus propios fines”2.

En efecto, el nomadismo y la precariedad económica motivaron que Poe no hiciera acopio sistemático de las epístolas que recibió (algunas de ellas se han conservado gracias a la costumbre que cierta gente tenía de quedarse con una copia de los mensajes que enviaba), y su escasa –y mala– fama en vida, como contraparte, propició que muchos corresponsales dieran a las llamas las que recibían de él, a diferencia de lo que hubieran hecho con las de una celebridad reconocida o un allegado digno de afecto. No sorprende, por lo tanto, que gran parte de lo conservado de su cartera postal pertenezca al correo profesional y comercial: propuestas, pedidos, reclamos, saludos interesados, etc. Ni tampoco ha de sorprender, dada la índole de los envíos o las circunstancias, que el contenido a menudo sea escueto, directo, y con eventuales yerros y distracciones; y es que al genio bostoniano lo reclamaban las joyas de la narrativa y la lírica, no los utilitarios intercambios como editor o reseñista, que a sus ojos no pasaban de ser el mero andamiaje de una carrera que al menos en el plano aspiracional estaba destinada a la grandeza artística.

En todo caso, y por un simple contraste cualitativo, hay que reconocer que se trata de escritos más suplementarios que complementarios de su obra. Las cartas más interesantes para el mundo actual, aquí recopiladas, son seguramente las que arrojan luz sobre sus relaciones con colegas del mundo literario y con el mercado editorial estadounidense e internacional. Pues pese a sus estrecheces infraestructurales y su frágil condición humana, Poe se movió con grandes ambiciones en su escena local y supo entrar en contacto también con granadas figuras de la escena británica. En efecto: en pos de abrirse paso en la ya muy competitiva escena literaria anglosajona, nuestro belicoso autor apeló a quienes pudo, incluyendo figuras con las que acabaría profundamente enemistado, como el poeta H. W. Longfellow; ciertamente algunas súplicas, como las formuladas a Washington Irving, inspiran genuina compasión, en especial si se considera que ese mismo autor era objeto de ataques de Poe por otros medios públicos y privados (¿hipocresía o astucia?: toca al lector decidirlo). Escasas, pero acaso más valiosas por su aporte informativo, son las esquelas que le fueran enviadas por otros destacados escritores, tales como las de Charles Dickens y Nathaniel Hawthorne. Y es que en tanto crítico literario y ensayista, Poe se pronunció –y a menudo con severidad– sobre muchos de sus coetáneos, pero estos no siempre dejaron por escrito lo que sentían respecto de él u opinaban acerca de sus obras, de modo que una breve y oportuna comunicación privada es todo con lo que contamos para documentarlo; previsiblemente, abundan aquí las fórmulas de compromiso, por lo que resulta imposible determinar el grado de sinceridad empeñado, aunque los dichos de un James Russell Lowell, o incluso de un Hawthorne, suenan asaz sinceros. Hay que tener presente, repitámoslo, que Edgar Allan Poe nunca fue una figura renombrada, y que cuando alcanzó cierta fama, hacia sus últimos años de vida, lo hizo ante todo a costa de críticas amargas y rencillas fatigosas, no exentas de ataques ad hominem y exabruptos que le cosechaban enemigos a granel (“aunque percibo que tienes algunos enemigos, puede gratificarte saber que también tienes una buena colección de amigos”, le escribió su mentor J. P. Kennedy a fines de 1845, cuando el bostoniano comenzaba a adentrarse en su momento más oscuro); los premios que Poe obtuvo por sus relatos (“Manuscrito hallado en una botella”, “El escarabajo de oro”) eran triunfos en certámenes de publicaciones de circulación muy limitada, y su única novela, La narración de Arthur Gordon Pym, fracasó tanto cuando salió parcialmente por entregas en Richmond (1837) como cuando apareció en formato de libro en New York (1838). Para colmo de males, su albacea legal fue su peor enemigo, el rencoroso Rufus Griswold, y la estela póstuma de Poe por largo tiempo se vio viciada de embustes y mezquindades3.

Para la organización de un volumen como este, que pretende ampliar la perspectiva sobre un oscuro genio de las Letras y, ojalá, así estimular otras lecturas e investigaciones tanto acerca de él como acerca de su contexto editorial, hemos escogido intercambios epistolares con personalidades literarias importantes del momento, o que eran relevantes para el autor por motivos personales, a las que aquí ordenamos alfabéticamente; ofrecemos intercambios íntegros, en el doble sentido de que hemos traducido todo el texto de todas las cartas que hoy se conservan entre Poe y la contraparte de turno (y no en pocos casos, lamentablemente, se trata de una única –y por ende doblemente valiosa– misiva). Nuestro criterio de selección no necesariamente implica que en estas comunicaciones se aborden peliagudas cuestiones artísticas o intelectuales, porque en algunos casos las tratativas son más bien operativas y pedestres (abundan las cover letters, es decir, las cartas de presentación, que ilustran cuán ignoto era nuestro hoy célebre autor, así como los acuses de recibo), e incluso lastimosas. Además de incorporar los intercambios con los tres editores de revistas a los que Poe tuvo por jefes (en orden cronológico, T. W. White, W. E. Burton y G. R. Graham), procuramos cubrir todos los ángulos posibles, desde autores consagrados (como Washington Irving) hasta poetas en ciernes (como Bayard Taylor), desde un frío colega (como R. M. Bird) hasta algún tórrido flirteo (como Frances Osgood), haciendo obvio hincapié en las plumas más reconocidas y aquilatadas, americanas y europeas. Para cada corresponsal, indicamos en un breve texto inicial de qué tipo de relación se trató y con cuáles otros textos de Poe puede conectarse esa correspondencia; por lo general, las correlaciones con la obra periodística y ensayística de Poe –las agudas reseñas, la heterogénea Marginalia, las exitosas notas sobre autógrafos de gente del mundo de las letras, las picantes semblanzas de los literati neoyorquinos, etc.– son abundantes y ostensibles, y no tanto con la narrativa y la lírica, que es sin duda lo que el lector conocerá más y mejor. En el caso de personas u obras recurrentes a lo largo de las diversas cartas, aclaramos con nota al pie en la primera ocurrencia. Nos permitimos sugerir, en especial a aquellos no muy familiarizados con las circunstancias en torno al escritor y el sistema editorial en el que se desempeñó, la lectura previa de nuestra “cronología”, que facilitará ubicar los respectivos textos y contextos.

Nuestras fuentes han sido diversas y profusas, tanto en papel como en formato digital. Para informaciones que arrojen luz sobre las cartas en sí, apelamos a la edición crítica y en dos tomos de la obra de Poe de la casa editorial neoyorquina The Library of America. Las consultas puntuales en artículos académicos serían demasiado como para enumerarlas, casi tanto como los estudios biográficos completos o los estudios específicos sobre la vida y obra de Poe, si bien la clásica biografía de Arthur H. Quinn y los recientes aportes de Kevin Hayes, por caso, merecen mención aparte. Para el texto de los epistolarios y para sus contextos explicativos, nos hemos valido mayormente de la magnífica edición digital –de acceso libre y documentadísimo rigor filológico– de la Edgar Allan Poe Society of Baltimore (disponible online en www.eapoe.org), que cotejamos con la edición de Complete Works de la editorial digital Delphi (que lamentablemente no explicita sus fuentes ni criterios, aunque resulta útil para dudas puntuales). Estos colosales trabajos de integración, hoy disponibles para cualquier interesado, recogen y subsumen una copiosa labor sedimentada a lo largo de décadas: la maliciosa primera compilación del artero R. W. Griswold, hecha a desgano –y falseada– a mediados del siglo XIX, las dignas pero dispares ediciones de J. A. Harrison, laboriosamente forjadas a comienzos del siglo XX, y los subsecuentes logros filológicos de los grandes especialistas como T. O. Mabbott, J. W. Ostrom, A. H. Quinn, B. R. Pollin y J. A. Savoye, a quienes cabe siquiera mencionar a vuelo de pájaro en honor a su ardua e ímproba tarea (y algunas de cuyas ediciones también hemos podido consultar). Por lo demás, el relativamente magro archivo epistolar en torno a Poe –que en la actualidad desborda las 400 cartas– ha sido objeto de grandes debates y permanentes reposiciones, y aunque no parece muy plausible, hasta sería posible que aún hoy, más de siglo y medio después de su muerte, se sumara alguna novedad (tanto en la forma de un agregado como de un descarte), por lo que no conviene considerar nada rigurosamente definitivo.

Unas palabras sobre la traducción y nuestra versión en general. Tomamos cada carta según se la ha conservado en diversos archivos, en copia o en original, manuscrita o mecanografiada, íntegra o mutilada, y hemos introducido la menor homologación posible entre todas. No especificamos todos los errores de redacción, sino apenas los más significativos, que muestran distracciones y malformaciones acaso insospechadas en profesionales de la literatura; los yerros orto-tipográficos más abundantes, hay que decirlo, a menudo corren por cuenta del propio Poe (téngase presente, asimismo, que en algún que otro caso se ha conservado el original de una epístola y no la versión finalmente enviada, que pudo haber sido corregida). En principio, dado que el estilo epistolar se vale de fórmulas preconstruidas y son estas las que le confieren su sabor peculiar, hemos buscado equivalentes para las tradicionales cláusulas de invocación y de saludo. Como era costumbre de la época, el lector verá que las cartas concluyen a menudo con el nombre del destinatario a la izquierda y la firma del remitente a la derecha pues la hoja se plegaba de manera tal que se vieran los respectivos corresponsales a cada lado, sin necesidad del sobre (el sistema postal estadounidense, del que nadie menos que Benjamin Franklin fuera el primer director, no se valió de sobres ni de estampillas hasta mediados del siglo XIX: las cartas eran meros papeles doblados y pegados con cera, y podían prescindir de una dirección específica y hasta de pago por parte del remitente, en tanto el destinatario pasaba por la oficina postal ocasionalmente y retiraba –y abonaba, si correspondía– cuanto envío hubiera llegado a su nombre). Cuando se trataba de partícipes masculinos, además, en el mundo angloparlante normalmente se adosaba la partícula “Esq.” (o “Esqr.”), abreviatura de “Esquire”, que en la época tenía una función encomiástica semejante al “Don” antepuesto a los nombres en español, y que aquí reproducimos con dicha partícula hispánica; en caso de que el destinatario tuviera un título académico o nobiliario, por supuesto, se anteponía la partícula de rigor. Cabe aclarar también que, conforme al uso inglés, los implicados por lo general no subrayaban los términos en lengua extranjera (como lo hacemos nosotros por preceptiva hispánica), sino solo las palabras que quería enfatizar. Y con todo lo idiosincrática que era la puntuación de Poe, asimismo hay que decir que los criterios de aquellos tiempos diferían mucho de los actuales (nadie menos que Dickens incurre en lo que hoy serían flagrantes errores). En todos los casos hemos tratado de conservar la naturalidad de un texto castellano estándar, sin evidenciar errores, manierismos o arcaísmos más allá de lo necesario, a los fines de la vívida legibilidad de una carta. Otro tanto vale para el uso de mayúsculas, que dada la diferencia de lenguas y el paso del tiempo necesariamente merece reconsideración. (Hemos mantenido, sin embargo, la mayúscula de la palabra “revista” [Magazine], que Poe casi siempre escribía así, para magnificar el ámbito que constituía su genuino campo de batalla y para el que codificó los preceptos esenciales del género del cuento moderno.)

Mariano E. Rodríguez y quien suscribe hemos dedicado un largo tiempo a este precioso producto, claramente más atribuible al afecto y la admiración por el autor que a la expectativa de cualquier tipo de provecho concreto, y siempre teniendo en mente a curiosos admiradores y eventuales investigadores, que con esta selección epistolar podrán recomponer mejor eso que Julio Cortázar supo denominar la “falsamente verdadera y verdaderamente falsa” imagen de Poe que con frecuencia el público lector se ha formado. La colección “Epistolarios”, que tenemos el orgullo de capitanear, era el destino necesario para este proyecto, de modo que puede decirse, con alegría, que la nave ha llegado a buen puerto. Y aprovechando una formidable herramienta como lo es internet, en nuestro sitio digital “Profetas y Monstruos” iremos volcando el resto de las cartas enviadas a Poe y despachadas por él, hasta completarlas –Deo volente– en versión española; el lector hallará ese material en esta dirección: https://literaturanorteamericana.ar/edgar-allan-poe-epistolario/, de acceso irrestricto y con propósitos educativos e informativos.

Marcelo G. Burello,

Universidad de Buenos Aires

Primavera de 2024

Cronología

1809: Edgar Poe nace en Boston, Massachusetts, segundo hijo varón de los actores Elizabeth Arnold Hopkins y David Poe, Jr. Su hermano, dos años mayor, es William Henry L.

1810: Nace su hermana, Rosalie.

1811: El padre abandona intempestivamente la familia a mediados de año; fallece poco después. La madre muere, en gira teatral por Richmond, Virginia, y los tres hijos pasan al cuidado de otras familias; el niño Edgar queda a cargo de John y Frances Allan, un acaudalado matrimonio local.

1815: Por motivos comerciales, la familia Allan viaja al Reino Unido, donde permanecerá por un lustro. Edgar, que mucho más adelante evocará sus experiencias en suelo británico (en relatos como “William Wilson” y “El hombre de la multitud”), asiste a diversas instituciones educativas.

1820: Los Allan regresan a los Estados Unidos.

1825: Relación romántica con la también adolescente Sarah Elmira Royster.

1826: Edgar, ahora apellidado por voluntad propia “Allan Poe”, ingresa a la estricta Universidad de Virginia, en la Carrera de Lenguas Antiguas y Modernas. Deja de asistir a fines de ese mismo año, tras acumular deudas impagas y reportar inconductas. Fuerte discusión con John Allan.

1827: Edgar huye a Boston y se enrola en el Ejército bajo el pseudónimo de Edgar Perry. Publica su primer libro, en forma anónima (a nombre de “un bostoniano”): la antología lírica Tamerlane and Other Poems.

1829: Muere Frances Allan. Edgar solicita la renuente ayuda de John Allan para ingresar a la prestigiosa Academia Militar de West Point. Publica su segundo libro de poemas: Al Aaraaf, Tamerlane, and Minor Poems.

1831: Abandona West Point y se instala en Baltimore con su tía, Maria Poe Clemm, la hija de esta (y por ende su prima), Virginia Eliza Clemm, y su hermano mayor, que muere ese año. Publica su tercer libro: Poems.

1832: Comienza a escribir relatos en forma regular, empezando como colaborador en el Philadelphia Saturday Courier, donde publica “Metzengerstein: Un cuento a imitación del alemán”.

1833: Su relato “Manuscrito hallado en una botella” obtiene el primer premio del Baltimore Saturday Visiter, premio que consta de la publicación del texto y 50 dólares. Uno de los jurados es el funcionario y escritor John P. Kennedy, a quien Poe pasará a considerar un benefactor y amigo.

1834: Fallece John Allan, dejando a Edgar fuera del testamento (el trámite de adopción oficial jamás se había formalizado).

1835: Tras frustrados intentos de colocarse como docente, se desempeña como colaborador, primero, y editor responsable, al cabo, de la revista Southern Literary Messenger, con base en Richmond, Virginia, al servicio del editor Thomas W. White. La Sra. Clemm y su hija Virginia dejan Baltimore y se mudan con él a Richmond. Publica relatos análogos en el Southern Literary Messenger: “Berenice” y “Morella”. En diciembre reedita su “Manuscrito hallado en una botella” y un fragmento inicial del drama Politian, su único intento como dramaturgo.

1836: En enero publica una segunda entrega de su obra teatral, que quedará inconclusa. En mayo, contrae matrimonio con Virginia, por entonces de 13 años (lo que implica cierta maniobra legal para validar la boda). Breve luna de miel en Petersburg, Virginia. Su relativo éxito como editor se ve empañado por ciertas inconductas.

1837: Rompe trato con White y el Southern Literary Messenger, donde llega a publicar en dos entregas los primeros capítulos de la que será su única novela terminada: La narración de Arthur Gordon Pym, de Nantucket.

1838: Los Poe y la Sra. Clemm se instalan en Filadelfia. Se publica el relato “Ligeia”. La narración de Arthur Gordon Pym aparece como libro, en dos volúmenes (pese a su fracaso, en 1841 saldrá a la luz en Inglaterra, en versión pirata).

1839: El editor William Burton contrata a Poe como colaborador y co-editor en jefe de la revista Gentleman’s Magazine, donde aparece –entre otras piezas– el célebre relato “La caída de la Casa de Usher”. Por necesidad, Poe reescribe y publica a su nombre un manual ilustrado de carcinología. A fin de año la editorial Lea & Blanchard publica Tales of the Grotesque and Arabesque, antología con veinticinco relatos.

1840: Publica seis episodios de la novela El diario de Julius Rodman, que quedará incompleta. Anuncia oficialmente –mediante un folleto que envía a amigos y posibles interesados– la salida de su revista propia, el mensuario The Penn Magazine; las negociaciones en aras de tal emprendimiento –que en 1843 pasará a llamarse The Stylus– fracasarán sistemáticamente hasta su muerte.

1841: Es contratado como editor y crítico literario de la revista Graham’s Magazine, donde publica el fundacional relato “Los asesinatos de la Rue Morgue” y diversos artículos resonantes, en especial las notas sobre autógrafos de escritores e intelectuales (breves interpretaciones grafológicas sobre personalidades diversas a partir del análisis de sus firmas). Conoce a su colega Rufus W. Griswold, crítico y compilador que no le merece mayores elogios.

1842: Virginia contrae tuberculosis, y el escritor comienza a beber asiduamente. El resentido Griswold publica su popular antología Los Poetas y la Poesía de Estados Unidos, y a la par ocupa el lugar de editor en Graham’s Magazine; estallan las tensiones entre ambos.

1843: Publica “El corazón delator” en la revista de J. R. Lowell, The Pioneer. El relato “El escarabajo de oro” obtiene el primer premio (100 dólares) del concurso del Dollar Newspaper, lo que impulsa la aparición del pequeño compilado The Prose Romances of Edgar A. Poe. “El gato negro” aparece en el Saturday Post. A fin de año, Poe comienza una exitosa gira de conferencias sobre poesía y literatura.

1844: Los Poe se mudan a New York, donde Edgar trabaja como colaborador y editor asistente de diversas publicaciones, además de diversas giras de conferencias por estados cercanos. Publica “El embuste del globo” en el diario neoyorquino The Sun, un resonante ejercicio de fake news. Comienza a aparecer la serie de misceláneas llamada “Marginalia”, supuestas anotaciones hechas en los márgenes de libros.

1845: Publica el poema “El cuervo” bajo pseudónimo, con un éxito inusitado. Su circulación por el mundillo literario neoyorquino aumenta, y así conoce a la escritora Frances S. Osgood, con quien comienza a coquetear en forma pública (también muestra su interés por él la escritora Elizabeth Ellet). Aparecen el compilado narrativo Tales (antología narrativa seleccionada algo arbitrariamente) y el volumen lírico The Raven and Other Poems, ambos lanzados por la editorial neoyorquina Wiley & Putnam. Sus críticas lo enfrentan a los referentes literarios e intelectuales de Nueva Inglaterra, encarnados ante todo en la figura del poeta y académico H. W. Longfellow, a quien Poe acusa directamente de imitación y plagio. En diciembre publica simultáneamente en dos órganos neoyorquinos el relato “Los hechos en el caso de M. Valdemar”, que provoca revuelo en el mundillo médico.

1846: Las continuas disputas entre el autor y el sistema editorial en general –críticos, escritores y editores– aumentan, y se verbalizan ante todo en la serie “The Literati of New York City”. Crecen su mala fama y sus adicciones al alcohol y los estupefacientes. El autor, su suegra y su frágil y moribunda esposa se van a vivir a una cabaña en el vecindario de Fordham, al norte de New York, en busca de mayor calma y menor alquiler. Comienzan a circular sus relatos por Gran Bretaña y por Francia, traducidos al francés.

1847: Muere Virginia, en enero. Poe gana una pequeña batalla legal contra el Mirror neoyorquino por difamación (se lo había presentado como bebedor crónico, sablista sistemático y mala persona en general); se lo compensa con 225 dólares. Publica el poema “Ulalume”.

1848: Publica el “poema en prosa” de tema astronómico Eureka, en una reducida edición en tapa dura. Sostiene affaires casi simultáneos –y mayormente platónicos– con diversas mujeres: Eliza “Lizzie” White, hija del editor T. W. White, Sarah H. Whitman, de Providence, y Annie Richmond, de Westford, Massachusetts. Estas confusas historias de amor incluyen intentos de suicidio y una propuesta de matrimonio a la Sra. Whitman, quien finalmente rechaza la oferta.

1849: Se reencuentra con su amor de juventud, Sarah Elmira Royster, ahora viuda de Shelton, y ella, una acaudalada viuda de Richmond, acepta casarse con él. En Baltimore, a mitad de camino en el viaje hacia New York para ir en busca de la Sra. Clemm, muere en circunstancias inciertas, tras agonizar unos días en el hospital. El vengativo crítico Rufus Griswold continúa su campaña difamatoria de Poe, primero con un rencoroso obituario donde lo cuestiona como hombre y como artista, y luego con una antojadiza antología de sus obras (de cuyos derechos se había apoderado): The Works of the Late Edgar Allan Poe: with Notices of His Life and Genius. De inmediato estalla una contraofensiva de parte de amigos y conocidos de Poe para revalidarlo.

Elizabeth Barrett

La gran poetisa inglesa Elizabeth Barrett Moulton-Barrett (1806–1861) se casaría en secreto con el excelso poeta Robert Browning en 1846, con quien tendría un hijo. Un año antes de esa boda clandestina, Poe le había enviado un ejemplar de su poemario El Cuervo y Otros Poemas, libro que se abre con una afectuosísima dedicatoria a la autora, y eso motivó la respuesta de ella (el único intercambio entre ambos que hoy se conserva). ¿Por qué dicha dedicatoria? Pues bien, Barrett había publicado en 1844 el ingente volumen lírico The Drama of Exile, and other Poems, que Poe había leído y reseñado con un enorme entusiasmo; se le atribuyen dos “breves notas” en el Evening Mirror (octubre y diciembre de 1844), pero sin duda fueron producto de su pluma las críticas elogiosas aparecidas en el Broadway Journal en enero de 1845. De hecho, el poema “Lady Geraldine’s Courtship”, de Barrett, claramente anticipa, por su tono y su forma, a la pieza lírica más famosa del bostoniano: “El cuervo”, que aparecería inicialmente en enero de 1845.

Una nota posterior, publicada en el Southern Literary Messenger en abril de 1849 e incluida en la serie Marginalia, muestra que nuestro autor siguió teniendo en alta estima a la poetisa, a quien por entonces ya llamaba “Sra. Browning”.

De Elizabeth Barrett, 1846

Calle Wimpole N° 50

Abril, 1846

Estimado Sr.:

Recibir un libro suyo pareciera autorizarme o al menos animarme a tratar de expresar lo que he sentido mucho antes: mi sensación del gran honor que me ha hecho, a los ojos de su país y del mío, al dedicarme sus poemas4. Es una distinción demasiado grande, conferida por una mano de excesiva generosidad; desearía ser más digna de ella, por mi propio bien. Pero puedo ensayar, con trabajos futuros, justificar un poco lo que de todos modos no puedo merecer ahora; y mientras tanto puedo estar agradecida, porque la gratitud es la virtud de los más humildes.

Después de tal imperfecto reconocimiento de mi obligación personal, ¿puedo agradecerle como lo haría cualquier otro lector? Agradecerle por esta escritura vívida, por este poder que se siente. Su “Cuervo” ha causado sensación –un “horror apropiado”– aquí en Inglaterra5. Algunos de mis amigos se sienten atraídos por el miedo, y otros, por la música (he oído hablar de personas a las que acosa el “nunca más”), y un conocido mío –de …6 creativa– que tiene la desgracia de poseer un “busto de Palas” nunca puede mirarlo en el crepúsculo. Creo que le gustará saber que nuestro gran poeta, el Sr. Browning7, autor de “Paracelso” y “Campanas y granadas”, quedó muy impresionado por el ritmo de ese poema.

También hay una historia suya que no encuentro en este volumen, pero que está circulando por los periódicos, sobre el mesmerismo, que nos arroja a todos en un “más admirado desorden” o en terribles dudas sobre si “puede ser verdad”, como dicen los niños de las historias de fantasmas. Lo cierto en el cuento en cuestión es el poder del escritor, y la facultad que posee de hacer que horribles improbabilidades parezcan cercanas y familiares.

Y ahora, querido Sr. Poe, ¿me permitirá usted, como alguien que, aunque sea un extraño, le está agradecido y tiene el derecho de estimarlo aunque sus ojos no lo vean...? ¿Me permitirá Ud. seguir siendo…

Sinceramente suya siempre, 

Elizabeth Barrett Barrett8

Bird, Robert Montgomery

Médico de profesión, Robert Montgomery Bird (1806–1854) se desempeñó en diversas funciones y disciplinas, desde el periodismo a la política, pero ha quedado en la historia ante todo como un prolífico dramaturgo y novelista de rango menor. Poe lo contactó repetidamente a mediados de la década de 1830, ya al servicio del Southern Literary Messenger, cuando con su melodrama El gladiador y sus primeras novelas (Calavar y El infiel) Bird gozaba de buena acogida en el público; más allá de las dudas sobre la atribución de un par de reseñas, está probado que Poe le dedicó algunas oportunas –y elogiosas– críticas desde dicha publicación, así como breves comentarios en sus notas sobre autógrafos.

A Robert M. Bird, 1835

Richmond, 8 de oct., 1835

A petición del Sr. Thomas W. White9, propietario del Southern Literary Messenger