El Amanecer de la Destrucción - A.E. Stanfill - E-Book

El Amanecer de la Destrucción E-Book

A.E. Stanfill

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Beschreibung

Los residentes del pequeño pueblo de Brownsville, Texas, están a punto de despertar a una pesadilla.

Mientras los muertos vivientes deambulan por las calles y se dan un festín con la carne de los demás, nadie entiende qué está pasando o qué ha causado que esto suceda en su pequeño y tranquilo pueblo. El ex marino David Combs también es residente de la ciudad y, como muchos otros, su vida ha dado un giro.

En la búsqueda para encontrar y salvar a su hija de los muertos vivientes, también busca respuestas... y venganza contra los que causaron todo.

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EL AMANECER DE LA DESTRUCCIÓN

A. E. STANFILL

Traducido porFRANCISCO PINTOR

Copyright (C) 2022 A. E. Stanfill

Diseño de diseño y Copyright (C) 2023 por Next Chapter

Publicado en 20223 por Next Chapter

Arte de portada por Lordan June Pinote

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

1. El Dia Que Cambiaron las Cosas

2. Realización

3. Hora de Salir de la Ciudad

4. Escapando de Brownsville

5. Hacia Adelante

6. Los Secretos Guardados Dentro

7. Muy Poco y Demasiado Tarde

8. El Nuevo Orden Mundial

9. Fin de la Pesadilla

Querido lector

Acerca del Autor

1

EL DIA QUE CAMBIARON LAS COSAS

Era solo otro día normal en Brownsville, Texas. La primavera estaba en el aire ahora que el intenso frío había terminado. Los árboles habían comenzado a florecer y las hojas se volvían verdes. La gente caminaba por las calles, vistiendo sus camisetas de manga corta y lentes de sol. Todos se trataban como si fueran mejores amigos, ajenos a los acontecimientos que ocurrían a su alrededor.

Poco sabían que sus vidas estaban a punto de cambiar para siempre. Algo malvado y siniestro estaba por desatarse que causaría estragos en este pequeño pueblo. Hombres con uniformes negros se postraban afuera de la cisterna de agua de la ciudad. Parecía como si estuvieran discutiendo cuando el sheriff llegó. Annie Simpson había llamado; ella vivía cerca y había sido testigo de lo que creía que era algo ilícito mientras caminaba a su perro.

Se acercaba a los 85 años de edad y seguido llamaba a la policía por cada pequeña cosa, sucedía a menudo. Pero el alguacil Adams sabía muy bien que, si no lo revisaba no lo dejarían descansar hasta que lo investigara. “Maldita sea, la vieja entrometida decía la verdad”, murmuró el alguacil. No es que le importara lo que la gente estaría haciendo aquí, este era el lugar de reunión local de la ciudad.

Pero, estos tipos estaban vestidos de manera diferente, definitivamente no como los locales que generalmente se reunían aquí. Si tuviera que adivinar, diría que eran militares, posiblemente de la marina, de un escuadrón encubierto. Él lo sabía ya que él mismo fue criado como militar. Cuando salió de su vehículo y se acercó a los hombres, no se veían felices de ver a la policía.

“¿Hay un problema aquí?” preguntó Adams.

“No señor”, respondió el más alto.

“Entonces, ¿qué están haciendo ustedes aquí?”

“Trabajamos para el gobierno.”

“¿Cómo qué?”

“Esto no tiene nada que ver con usted, alguacil. Es un proyecto clasificado del gobierno. Vete o nos veremos obligados a someterte por cualquier medio necesario. El alto ha deber sido el oficial de mayor rango ya que él era el único que hablaba.

“Me suena como una amenaza”, replicó el sheriff.

“Sin amenazas, solo una conversación amistosa entre dos agentes de la ley.”

En ese momento, dos soldados se acercaron subiendo desde la colina que conducía hacia la cisterna. Train puestas máscaras antigás y transportaban un contenedor. Sin pensarlo, el alguacil Adams sacó su arma. “Hasta que descubra qué está pasando aquí, todos ustedes vendrán conmigo.” Fue inquebrantable en sus órdenes y ‘no’ no sería respuesta aceptable.

“Piense en lo que está haciendo, alguacil. Aléjese o no me hago responsable de lo que sucederá después.”

“¡Levante las manos ahora!” exigió Adams.

“¿Tiene familia, alguacil?”

“Eso no es asunto tuyo.”

“Si yo fuera usted, me concentraría más en ellos que en nosotros. Lo van a necesitar. O puede morir, la elección es suya”.

“Escalando la amenaza a un oficial de la ley”. Están arrestados.

El hombre a cargo sacudió la cabeza con una mirada de disgusto en su rostro. “Tenía la esperanza de evitar un problema como este. Ni modo, por eso me pagan bien”. Levantó la mano como para dar una señal a alguien en la distancia. Ni un segundo después, el sheriff cayó al suelo con un agujero de bala en la nuca.

“¿Qué hacemos ahora, señor?” preguntó uno de los hombres.

“Desháganse del cuerpo. Luego del contenedor. Después de eso, nos vamos.”

“¿La gente del pueblo no notará que su alguacil ha desaparecido?”

“Yo me encargaré de eso. Además, en unos días, ni siquiera importará.”

Los hombres se separaron, el oficial dejó que sus soldados se encargaran del trabajo sucio mientras él hacía unas llamadas. Unos días después, lo que fue una comunidad normal se convirtió en una zona de guerra. Todos se atacaban entre sí, los vehículos los usaban como armas y para colmo de horror, algunos se atacaban y se comían la carne unos a otros.

El ex marino David Combs había despertado a lo que creía sería solo otro día en su vida ordinaria. Desayunar lo que su esposa le había preparado, enviar a sus hijos a la escuela y luego despedirse de su esposa con un beso antes de irse a trabajar. No es que se quejara de su vida, era mejor que estar en las trincheras recibiendo disparos diarios, preocupado de que no despertaría el día siguiente. Se iría con la frente en alto, era un héroe de guerra, un hombre que salvó vidas y quitó vidas, todo en nombre de su país. Pero eso era el pasado y este era su presente y su futuro. Una vida como esposo, padre y astuto hombre de negocios era todo lo que necesitaba para mantenerse feliz. David bajó las escaleras esperando romper una pelea entre su hijo y su hija, como siempre. Esta vez, sin embargo, eso no sucedió; había un silencio inusual en la casa. Tal vez su esposa, Darlene, lo había resuelto antes de que comenzara, pensó a sí mismo. Cuando llegó a la cocina listo para desayunar y hablar con su esposa e hijos, no había nadie alrededor. La habitación estaba vacía, algo a lo que no estaba acostumbrado; de hecho, nunca sucedía en su casa, especialmente porque su esposa dirigía un barco muy estricto. “¡Amor! ¡Hijos! ¿Dónde están?” gritó, sorprendido de que no hubiera respuesta a su grito. “¿Qué está pasando...” Sus palabras fueron interrumpidas cuando entró a la sala y encontró a su hijo boca abajo en el suelo. ‘¡Gavin!’ gritó. Corrió hacia su hijo y se arrodilló a su lado, al voltear lo, Gavin ya estaba claramente muerto, vio que algo o alguien le había mordido la cara, aunque no estaba claro quién. La garganta del niño había sido desgarrada, lo que probablemente fue lo que le causó su muerte. David bajó la cabeza y comenzó a llorar por la pérdida de su hijo, pero su luto sería corto. Escucho el arrastrar de pies y lo tomó por sorpresa se levantó de un salto y se giró para ver a su esposa caminando lentamente hacia él. “Darlene, gracias a Dios que estás bien”. Volvió a mirar a Gavin y se dio cuenta de que no podía permitir que su esposa viera a su hijo así. “Quédate donde estás. Confía en mí, no quieres ver esto”. Pero sus palabras cayeron en oídos sordos ella seguía avanzando. Fue entonces que notó que algo andaba mal con ella. El rostro de Darlene estaba mortalmente pálido y el blanco de sus ojos estaba amarillo. Además de eso, hacia extraños gemidos y gorgoteos y se movía más lento de lo normal. “Darlene, ¿estás bien?” Ni una palabra salía de ella, solo gemía mientras se acercaba. David pensó que tal vez estaba en estado de shock después de sobrevivir a un ataque. Fue a consolar a su esposa y preguntar por su hija, ella inesperadamente se abalanzó sobre él, tratando de morder lo. El instinto se apodero de él y se hizo a un lado y la empujó al suelo. Se sintió mal por lo que le acababa de hacer a su esposa y fue a ayudarla a levantarse. Para su consternación, ella intento morderlo de nuevo. David saltó hacia atrás y le dio una patada en la cara, enviándola volando.

Supuso que eso la detendría, pero no fue así; se arrastraba detrás de él, aun haciendo ese horrible gemido. Su primer pensamiento fue preguntarse si estaría enferma. El segundo fue preguntarse si ella estaba lo suficientemente enferma como para lastimar a su hijo. Su mente comenzó a desvanecerse y ahora sus pensamientos regresaron de nuevo a su hija. Eso fue hasta que su hijo muerto se levantó y caminó, aunque no vivo, de ninguna manera. Gavin estaba de pie y se movía de alguna manera, a pesar de que su garganta colgaba y la sangre brotaba de su boca. Hacia el mismo gemido horrible que Darlene mientras se acercaba lentamente. David trató de moverse, pero Darlene tenía su pie agarrado. “¡Suéltame, Darlene! ¡No me hagas lastimarte!” gritó.

Se dio cuenta de que su esposa se había ido; fuera lo que fuese esta criatura que tenía sujetado su pie ya no era ella. David levantó su pie libre en el aire. “Lo siento mi amor. Te veré de nuevo en el otro lado algún día”. Bajo su pie violentamente sobre su cráneo, aplastándolo como un melón, no una, no dos, sino tres veces en total. Su agarre en su tobillo se aflojó, ella se quedó inmóvil, un peso muerto en el suelo. No se movía ni gemía como antes; esta vez estaba realmente muerta.

David no tuvo tiempo de pensar en cuál sería ser su próximo paso: aún tenía que lidiar con su hijo. Por más que le doliera, sabía que tenía que hacerlo. No podía dejar que Gavin lastimara a otros. Permitió que su hijo se acercara lo suficiente para que todo lo que tuviera que hacer fuera estirar la mano y romperle el cuello. Faltaba encontrar a su hija y esperar que no hubiera corrido la misma suerte.

El día de Danielle comenzó igual que el de cualquier estudiante universitario. Despertó y se tomó un par de selfis. Se vistió, y rápidamente se dirigió a su primera clase. “Tarde como siempre, Danielle murmuró. El profesor me va a matar por llegar tarde por segundo día consecutivo”. Corrió como loca al ascensor. Empujó la flecha hacia abajo varias veces, pero no respondía. “Genial, se ha ido la luz otra vez”. Era obvio que tendría que usar las escaleras de nuevo. No era la primera vez y seguramente no sería la última. Finalmente llegó a la planta baja. No le prestó atención al hecho de que no había nadie para recibirla como solía haber. Eso, sin embargo, era lo más alejado de su mente. Solo quería pasar de los dormitorios a la clase antes de que el profesor se enojara y no le permitiera entrar a clase. Danielle salió del edificio, pero no al mundo normal. Descubrió que su mundo estaba al revés. Para su horror, sus compañeros se atacaban entre sí. Había autos destrozados por todo el campus, diablos, había caos por doquier. Llegar a su clase ya no le preocupaba, sobrevivir era más importante. ¿Cómo escaparía? Fue su pensamiento principal. Era lo suficientemente inteligente para saber que tenía que moverse rápido. Pero estaba en estado de shock, se encontraba rodeada. “Por favor, no me hagan daño”, suplicaba. “Si esto era una protesta que salió mal, déjenme fuera”. Pero claramente suplicar no la sacaría de este problema. Estudiar medicina le dio una idea de lo que estaba mal con esta escena, médicamente no tenía sentido. Estos tipos ya estaban muertos, o al menos parecían estarlo. ¿De qué otra manera alguien con una pierna rota y las tripas colgando podría estar de pie? A otros les faltaba parte de la carne y uno no tenía mandíbula. Con su mochila llena de libros golpeo al que estaba frente a ella en la cabeza, haciéndolo perder el equilibrio. Eso le permitió salir corriendo. De reojo vio un coche con la puerta del conductor abierta. Con esas malditas cosas detrás de ella, esta sería la única oportunidad que tendría para escapar. Saltó dentro del vehículo y de suerte las llaves estaban puestas. Con un giro de muñeca, el motor se encendió. No se dio cuenta que la ventana estaba abierta. Uno de los estudiantes la agarró y dejó escapar un grito desgarrador, puso el auto en marcha y acelero. El auto arrancó a gran velocidad, tirando al joven. Danielle estaba a salvo por ahora, no sabía exactamente a dónde iba. Pero quedarse en el campus universitario ya no era una opción.

Mike y Cindy Jenkins se habían detenido a pasar la noche en el pequeño pueblo de Brownsville, Texas. Habían manejado más de 12 horas y se dirigían a Houston para la boda de su nieto el más joven. Y para una pareja de 71 y 75 años que probablemente no debería conducir mucho, fue un viaje largo. Brownsville era un lugar que habían visitado varias veces en sus 40 años de matrimonio. Ambos estaban de acuerdo en que los residentes eran muy amables, incluso con forasteros como ellos. Sabían exactamente dónde estacionar su remolque, se quedarían en la ciudad hasta la mañana siguiente. Desafortunadamente, el giro de acontecimientos que les sucedería en este pequeño pueblo sería su peor pesadilla. Al día siguiente despertaron al escuchar golpes en la ventana de su remolque. Fueron tan violentos que sacudieron todo el remolque. Cindy se levantó para ver que sucedía, afuera vio a un niño de unos 13 años él estaba causando todo el alboroto. Estaba cubierto de sangre y su rostro era de miedo puro, no se imaginaba lo que le había pasado. Antes de que pudiera reaccionar, un par de niños de la misma edad atacaron al pobre niño. No como una pelea, parecía más como si estuvieran tratando de comérselo. Le arrancaron un trozo de carne de su hombro, luego de su cuello. Cindy gritó, lo que hizo que su esposo se levantara a ver por sí mismo. Lo tenían en el suelo, desgarrándolo de adentro hacia afuera. “¡Lo están matando, Mike! ¡Lo están matando!” Cindy grito. Mike vio que algo no estaba bien, así que tomó su arma y salió corriendo. “¡Suelten lo!” gritó, levantó su arma y apretó el gatillo. El disparo resonó con un eco. Las cabezas se alzaron y Mike no podía creer lo que estaba viendo. El niño estaba tirado en el suelo con sus entrañas defuera, sangre brotaba de su boca con cada respiración que tomaba, mientras que los otros dos tenían trozos de carne y sangre goteando de sus bocas, dirigieron su atención hacia él y comenzaron a emitir gemidos mientras se acercaban. Sintió que no tenía más remedio que dispararles una advertencia. Sin embargo, su puntería no era buena y la bala golpeó a uno en el hombro. Mike se sentía culpable por lo que había hecho y salió corriendo para ver cómo estaba. Pero cambio de opinión cuando el niño no gritó de dolor, ni cayó al suelo. En cambio, siguió su camino hacia él, como si nada hubiera pasado. Esto no estaba bien; debería estar en el suelo, retorciéndose de dolor, pero seguía de pie. El miedo se apodero de él y disparó varias veces más, ahora con la intención de matar. Las balas dieron en los dos jóvenes con poco o ningún efecto. Regreso a su remolque y encendió el motor. “¿Qué estás haciendo, Mike?” preguntó Cindy. Mike no le prestó atención y puso el vehículo en reversa. “¡Tenemos que ayudar a ese chico!” ella suplicaba.

“¡Tenemos que salir de aquí!” Era la primera vez en su matrimonio que le había levantado la voz a su esposa. Ella se sorprendió y no supo qué hacer, excepto sentarse en el asiento del pasajero en silencio. Mike creía que estaban a salvo, pero estaba muy equivocado. Cindy se llevó las manos a la boca y dejó escapar un grito ahogado de incredulidad. “¡Ay dios mío! ¿Qué está pasando?” Vehículos se estrellaban contra edificios y postes de luz, unos incluso se incendiaban y emitían un brillo espeluznante. Cuerpos yacían sin vida a los lados y centro de la carretera, Mike hacia lo posible por esquivar los, el pueblo se atacaba entre sí, tal como lo habían estado haciendo los chicos. El lugar ahora parecía una zona de guerra.

* * *

David enterró a su esposa e hijo, aún intentaba aceptar su pérdida, mientras lo hacía, sentía una inquietud creciente. Sus vecinos, a los cuales llamaba sus amigos, no estaban afuera de sus casas juagando con pelotas de fútbol como normalmente lo harían. No asaban carne, ni se escuchaban las risas o la música a la que estaba acostumbrado a escuchar, reemplazadas por un silencio total.

No estaba seguro de qué pensar de la situación; tal vez solo era una pesadilla o su imaginación provocada por su tiempo en el ejército. No podía ser real, pensó. ¿Por qué su esposa de casi 20 años intentaría matarlo? ¿Cómo podría su hijo muerto levantarse y caminar? Para David, solo había una explicación. Todo era un mal sueño o finalmente se había vuelto loco. De repente regreso a sus sentidos: había enterrado a su esposa e hijo, pero ¿dónde estaba su hija? Tenía que encontrarla, si estaba como su esposa e hijo, tenía que detenerla antes de que lastimara a otros. Cuando giro para regresar a su casa, uno de sus buenos amigos, Bob Andrews, estaba parado a solo unos centímetros de él. David saltó hacia atrás y levantó la pala, listo para atacar si fuera necesario. “No me golpees. ¡No vine para lastimarte!” Bob gritó.

David bajó la pala. “¿Por qué estás aquí?” preguntó.

“Para ver si puedo usar tu teléfono”, dijo Bob. “El mío no funciona y necesito llamar a una ambulancia.” El pánico en su voz era evidente, algo estaba terriblemente mal.

“¿Paso algo?”

“Mi esposa está enferma. Ella me atacó”. Bob le mostró a David las heridas en sus brazos. “Mandy se volvió loca y me persiguió, me quitó trozos de carne de los brazos.”

“¿Qué hiciste?” David grito con desconcierto.

“La encerré arriba en la recamara hasta que pudiera conseguir ayuda.”