El amante griego - Trish Morey - E-Book
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El amante griego E-Book

Trish Morey

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Beschreibung

Alexandra Hammond se había quedado destrozada al verse obligada a marcharse de Creta... estando embarazada de su amante griego. No había podido olvidar las noches que había compartido con Nick Santos, pero había empezado una nueva vida en Australia junto a su hijo... Los años habían convertido a Nick en un tipo despiadado, pero al trabajar juntos la pasión que siempre había habido entre ellos había despertado. Alexandra sabía que no podría seguir manteniendo en secreto a su hijo, pero... ¿qué haría Nick cuando se enterara?

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Seitenzahl: 204

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Trish Morey

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El amante griego, n.º 1531 - febrero 2019

Título original: The Greek Boss’s Demand

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-466-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

UNA COMPAÑÍA inmobiliaria!

¿Qué se suponía que iba a hacer Nick Santos con la mitad de las acciones de una compañía inmobiliaria en Australia? Un negocio que, por derecho, tendría que haber recaído íntegro en manos de su prima Sofía.

Atento al piloto luminoso que se encendió sobre su cabeza, Nick se abrochó el cinturón ya que su avión iba a aterrizar en Sydney.

Nunca había considerado que su tío Aristos tuviera un gran sentido del humor, pero tenía que haber estado de broma para idear semejante plan.

Recibiría la mitad de la compañía a condición de que se pusiera al frente del negocio durante seis meses y enseñara a Sofía todo lo necesario para que pudiera asumir la dirección por sí misma.

Estaba muy clara la intención última de ese extraño legado por parte de su difunto tío. Nick conocía la práctica de los matrimonios de conveniencia, pero no estaba dispuesto a sacrificarse en el altar de la familia.

Tan pronto como presentase sus respetos a su prima Sofía, cedería todas las acciones que había recibido en la herencia y abandonaría Australia. Tenía otros asuntos pendientes mucho más graves en casa, pese a que el negocio hubiera quedado en manos de su mano derecha, Dimitri.

Se acomodó en el asiento y disfrutó de la vista mientras el avión efectuaba la maniobra de aproximación.

Así que estaba en Sydney. Obtuvo una breve panorámica de la bahía, donde destacaban el edificio de la Ópera y el puente colgante, símbolos de la arquitectura moderna, antes de que la ciudad ocultase la vista. Tuvo que contentarse con la interminable procesión de tejados de ladrillo rojo y piscinas azules que pasaron bajo el avión durante el descenso.

A pesar de la alteración que suponía ese viaje en su agenda laboral, Nick agradecía que finalmente Aristos le hubiera llevado hasta allí. Había crecido rodeado de fabulosas historias de grandes fortunas en el nuevo mundo. El hermano de su madre había tenido éxito. Eso no admitía ninguna duda.

Y también había conocido algunos australianos en su vida. En particular, recordaba una persona que no había olvidado jamás. Una chica que había conocido en la isla de Creta. Habían pasado muchos años desde entonces.

Recordaba una chica de piel blanca, muy pecosa, de larga melena rubia y unos luminosos ojos azules que te contagiaban su entusiasmo. Habían explorado juntos las ruinas esparcidas a lo largo de la isla. La fascinación y el interés que había demostrado por los restos de una civilización tan antigua habían resultado contagiosos. Había logrado que se sintiera algo culpable porque, a pesar de sus estudios de arqueología, solía acercarse a la historia de su propio país sin valorarla en su justa medida. Y sin embargo, al mismo tiempo, había conseguido que se sintiera orgulloso de su origen. Había sido una chica preciosa, vibrante, llena de vida y, tal y como había descubierto, inconstante.

Exhaló el aire que había retenido de forma inconsciente y estiró los hombros cansados en la amplitud de los asientos de primera clase.

El avión finalmente tomó tierra, circuló por la pista hasta la terminal y se detuvo. Todo el mundo a su alrededor parecía inquieto tras un viaje tan largo, impaciente y deseoso de cruzar la aduana lo antes posible. Una azafata sonriente se acercó y le entregó la chaqueta.

Nick se lo agradeció con un gesto de la cabeza y retomó contacto con el presente.

Esa primavera había quedado atrás en el tiempo y ahora tenía otros asuntos más inmediatos que requerían su atención. No pertenecía a ese lugar. Su sitio estaba en Grecia. Y allí regresaría tan pronto como resolviese ese legado tan excepcional.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ALEX abrió la puerta de la oficina y se topó de bruces con su pasado.

¡Nick Santos!

Tenía que tratarse de un espejismo. Nick estaba de vuelta en Atenas y dirigía el imperio familiar de ingeniería. No tenía negocios en Sydney, pero estaba de pie en el vestíbulo de la sede de Promociones Inmobiliarias Xenophon.

Y menos en un día así en que la oficina reabría sus puertas tras el funeral de Aristos, fallecido a causa de un infarto, y ella acumulaba un retraso de varios días en el cobro de las facturas de los alquileres. Además, esperaba de un momento a otro la llegada de su nuevo jefe. Al parecer, se trataba de algún familiar lejano.

¿En un día así? ¿Acaso estaba bromeando? Nunca.

Pero no podía tratarse de Nick.

Parpadeó varias veces, pero seguía allí cuando abrió nuevamente los ojos.

Y seguía siendo Nick.

Era curioso que no existiera el mínimo margen de error y que estuviera tan segura de haberlo reconocido, después de tanto tiempo. Pese a que estuviera de espaldas a ella, hablando con Sofía, sabía que era él. Era un presentimiento. Apenas un destello fugaz de su perfil y la ondulación de su pelo negro en contraste con el cuello blanquísimo de su camisa habían bastado. Esa actitud, viril y segura, era inconfundible. Pero también lo supo por el repentino aumento del ritmo de los latidos de su corazón.

La adrenalina aceleró su pulso, preparándola para la lucha o la huida. Pero no hubo forma de que sus pies se pusieran en marcha. Tampoco el aroma del café recién hecho logró atraerla. Volvería sobre sus pasos al instante y así evitaría que la viera. De ese modo, quizás cuando regresara ya se habría ido, habría salido de su vida y habría vuelto a su pasado, donde pertenecía.

Dejó el brazo muerto sobre la puerta y recuperó la posición. Quizás, si no hacía ruido…

–Ya estás aquí –dijo Sofía, que apareció por detrás del hombro de Nick, vestida de riguroso luto con un traje de seda negra y su melena de color azabache recogida en una impecable coleta alta.

Estaba perfecta en su papel de duelo. Pero antes de que tuviera la oportunidad de contestarle, Nick se había girado y había paralizado su retirada merced a la pureza de sus facciones, de manera que sólo pudo estremecerse por culpa del escalofrío que recorrió su espalda. Amusgó sus ojos negros y su mirada barrió su figura de arriba abajo antes de detenerse en su cara. Entonces se ensancharon un poco las aletas de la nariz y curvó los labios con un gesto muy leve.

–Así que eres tú –señaló con el mentón altivo.

Ella tragó saliva. En los más de ocho años que habían transcurrido desde la última vez que se habían visto, había imaginado a menudo cuáles serían sus primeras palabras y qué tono emplearía Nick si alguna vez volvían a encontrarse. Pero nunca había supuesto que se limitaría a ese frío y desapasionado, «Así que eres tú».

–¿Qué esperabas? –dijo, convencida de que ya no tenía escapatoria mientras empujaba la puerta y accedía al vestíbulo–. ¿A Kylie Minogue?

Se estremeció para sus adentros ante la crudeza de sus propias palabras.

–¿Alex? –Sofía, algo confusa, miró alternativamente a uno y otro–. Quiero presentarte a mi primo, Nick Santos. Llegó ayer. Pero… ¿acaso me he perdido algo?

No podía articular una sola palabra. Tenía la garganta cerrada y la boca seca. Nick siguió mirándola con mucha intensidad hasta que se quedó atrapada en la mirada acusatoria de esos insondables ojos negros. Tenía una cuenta pendiente con ella. La contundencia de esa mirada no dejaba lugar a dudas. Aparte de eso, parecía tan poco impresionado al verla como conmocionada estaba ella.

Nick, finalmente, rompió el silencio.

–Alexandra y yo ya nos conocemos, ¿no es cierto?

Siempre sometida a su implacable escrutinio, el portátil que llevaba en la mano se volvió inesperadamente pesado y amenazó con caérsele por culpa del sudor. Apretó los dedos con fuerza alrededor del asa hasta que se clavó las uñas en la piel, de modo que el dolor asegurase la sujeción. Ahora que se había ocupado de su ordenador portátil sólo tenía que preocuparse por la estabilidad de sus rodillas.

–Eso creo –respondió–. Al menos, estoy bastante segura. Pero fue hace mucho tiempo.

Un músculo se contrajo en la mejilla de Nick.

–¿Tan difícil te resulta acordarte de mí?

«No es tan difícil como olvidarte», pensó Alex. Ese pensamiento se desplegó desde algún punto de su cerebro y, por mucho que detestase esa verdad, era innegable. Muchas noches solitarias, mientras recordaba el tiempo que habían compartido en Creta y deseaba que las cosas hubieran tomado otro rumbo, testimoniaban ese hecho.

Él tampoco lo había olvidado. Pero, a tenor de su mirada, recordaba cosas distintas. Quizás el modo en que ella le había dado la espalda y la frialdad de su despedida.

Tomó aire, pero Sofía parecía demasiado impaciente para la réplica de una conversación que, a su juicio, era demasiado personal.

–Será mejor que os expliquéis de una vez –apuntó–. ¿Cómo os conocisteis?

Los ojos de Nick se clavaron en Alex. Recibió esa gélida mirada como una patada en los intestinos.

–¿Qué ocurre? –añadió Sofía–. ¿Tampoco os acordáis de eso?

Ella levantó la barbilla una pizca y dirigió su mirada hacia Sofía. Todavía estaba conmocionada por su repentino encuentro con Nick después de tanto tiempo y le resultaba mucho más fácil concentrarse si no lo miraba directamente a la cara. De ese modo, las irrefutables preguntas que crepitaban en sus ojos no podían alcanzarla.

Tenía que calmarse y pensar con serenidad. Sofía todavía estaba afectada por la inesperada muerte de su padre. A pesar del efecto del maquillaje, la hinchazón de los párpados y las ojeras eran demasiado evidentes. Sofía no necesitaba otra carga añadida sobre sus hombros.

–En creta. Fue… –hizo una pausa y se humedeció los labios–hace algunos años. Estaba de vacaciones con mi familia. Nick estaba trabajando en una excavación arqueológica. Nos conocimos en el Palacio de Minos.

–Genial –dijo Sofía, si bien Alex notó que el tono que había utilizado reflejaba un escaso interés–. ¿Y sabías que era el sobrino de Aristos?

–No, no tenía la menor…

Una oleada de terror invadió todo su cuerpo. ¡Dios, no! ¿No sería ése familiar de Aristos? ¿No sería el mismo que venía para hacerse cargo de la compañía?

–¡Estupendo! Entonces no tendré que presentaros. Eso lo hará mucho más fácil ahora que vais a trabajar juntos –señaló Sofía.

Alex no podía pensar en nada peor mientras su mundo se desmoronaba. Cuando sonó el teléfono directo de su despacho, se contuvo para no salir corriendo y contestarlo.

–Disculpadme. Estoy esperando esa llamada. Nos pondremos al día un poco más tarde.

Entonces se alejó lo más aprisa que pudo mientras intentaba guardar el equilibrio en un mundo que giraba sobre su eje con cada paso que daba.

Cerró la puerta, soltó el portátil sobre la mesa y atendió la llamada lo mejor que pudo mientras su cerebro sólo registraba dos palabras: Nick, ¡aquí!

 

 

Una hora más tarde, Alex seguía con la mirada perdida en las paredes, y la pantalla encendida de su ordenador ofrecía el único signo vital de la habitación. No sabía cuánto tiempo podría esconderse en el despacho, pero haría todo lo que estuviera a su alcance para relacionarse lo menos posible con Nick Santos. Y hasta que no tuviera un plan de acción, se mantendría alejada de él.

Era muy extraño volver a verlo después de tantos años. Curioso que ambos se hubiesen considerado tan maduros por aquella época. Se había comportado como un hombre, fuerte y seguro. A sus veintiún años, había visto más mundo y había vivido más experiencias que ella. Sin embargo, ahora se daba cuenta de lo jóvenes que habían sido. Y saltaba a la vista que el chico se había hecho todo un hombre.

Parecía un genuino hombre de negocios. Había desaparecido el flequillo que solía apartarse de los ojos con una sacudida de cabeza, sustituido por un corte limpio, impecable. Los rasgos oscuros, que incluso entonces habían poseído una cierta profundidad oculta, encajaban mejor en un rostro más maduro. Incluso parecía que sus hombros se habían ensanchado un poco.

Era una persona muy distinta del chico que había conocido años atrás.

Bueno, ella también había cambiado mucho.

Era mayor, más inteligente y era madre.

¡La madre de su hijo!

Algo parecido a un chillido incoherente escapó de sus labios. ¡Jason!

¿Cómo, en el nombre del cielo, impediría que Nick descubriese la existencia de Jason?

Capítulo 3

 

 

 

 

 

UN GOLPE seco llamó la atención de Alex, que levantó la vista y encontró la figura de Nick en la puerta de su despacho.

Tragó saliva.

–¿Qué es lo que quieres?

Nick dio un paso al frente, tenía las cejas arqueadas.

–¿Es así como saludas a un viejo amigo? Al fin y al cabo, no somos extraños.

–Ha pasado mucho tiempo. Para mí, eres casi un desconocido.

Nick vaciló un instante. Ladeó la cabeza un poco.

–No sabes cómo me siento, Alexandra.

Esas palabras, y el tono apagado que empleó al decirlas, intimidaron a Alex. Pero eso no fue nada comparado con lo que sintió cuando se acercó a la mesa. El pánico se apoderó de cada poro de su piel.

Entonces, se volvió repentinamente. Alex, durante apenas unos segundos, experimentó un poco de alivio.

–Espérame, volveré enseguida –susurró Nick antes de cerrar la puerta.

Alex atisbó una pincelada azabache mientras Sofía, aparentemente indignada, pasaba por delante a toda prisa. Entonces la puerta volvió a cerrarse, Nick giró sobre sí mismo y deshizo el camino hasta que se situó frente a ella, del otro lado de la mesa.

Entonces dirigió su temible mirada, oscura y amenazadora, sobre ella y Alex sólo pudo pensar en la terrible presión que se le vino encima.

Una presión que nacía de la confrontación directa con ese hombre, su primer amor y su primer amante. Una presión que crecía ante la confirmación de que Nick formaba parte del mundo de Aristos y nunca había sido parte de su vida. Una presión que nacía del secreto que se interponía entre ellos como un abismo.

–Alexandra…

Ella cerró los ojos. Pronunciaba su nombre del mismo modo en que lo había hecho en el pasado, acunando cada sílaba con su intenso acento mediterráneo. Nunca nadie había dicho su nombre como Nick durante aquellas semanas en Creta. Había logrado que se sintiera muy atractiva.

Pero ahora no podía permitir que eso la afectara. Era una mujer madura y esa clase de emociones pertenecían a la adolescencia, las vacaciones y las promesas eternas. Algo que había superado por completo.

–Alexandra.

Tomó aire, abrió los ojos y adoptó una expresión forzada de profesionalidad.

–Supongo que necesitarás comprobar las cuentas para hacerte una idea del estado de la empresa –dijo–. Nuestra situación impositiva y todo eso.

–Ya habrá tiempo para todo eso –replicó, algo desconcertado.

–Bien –señaló Alex, demasiado alterada–. Ahora mismo estoy bastante liada… ¿Podría llevarte las cuentas más tarde? Supongo que querrás resolver este asunto y regresar a Grecia lo antes posible.

Nick entrecerró los ojos mientras se inclinaba hacia delante apoyado en la esquina de la mesa, demasiado cerca.

–Ya veo que estás en medio de algo muy importante –suspiró con complicidad y asintió con la mirada fija en la pantalla del ordenador.

Ella siguió el gesto de Nick y se ruborizó, segura de que el color de sus mejillas hacía juego con la tubería que dibujaba un sendero cúbico en el monitor.

Alargó la mano en un impulso automático, pero abortó esa acción y alejó la mano del teclado. Sería mucho mejor eso que la imagen del escritorio, donde resplandecía una fotografía de Jason.

Levantó la vista hacia él y respiró hondo, ansiosa por desviar la conversación hacia un territorio más seguro.

–Estaba pensando…

Nick arqueó ambas cejas al unísono, se inclinó un poco más para robarle un bolígrafo que tenía sobre la mesa y su proximidad empapó los sentidos de Alex con la fragancia dulce de la colonia que revestía esa inconfundible esencia masculina. Durante unos instantes se quedó sin aire, la mente en blanco, y se limitó a observarlo mientras tamborileaba con la estilográfica sobre los dedos de su otra mano.

–Es muy tranquilizador que mi tío contratara a gente tan capacitada –Nick echó un vistazo a las paredes de un beige claro, las estanterías y los archivadores–. Pero, ¿qué haces exactamente en este despacho tan amplio y espacioso?

El tono de burla no pasó inadvertido para Alex, que irguió la espalda en su asiento y levantó la cabeza.

–Supongo que Sofía ya te habrá puesto al día acerca del equipo de trabajo y nuestras responsabilidades –contestó.

–Esperaba que me lo explicaras en persona –dijo mientras jugueteaba con el bolígrafo.

Era imposible que no se sintiera intimidada por ese hombre. Apoyado en el ángulo de la mesa, dominaba todo el espacio y se cernía sobre ella como una amenaza. Levantó la vista hacia él y amusgó los ojos mientras buscaba alguna pista que aclarase las intenciones de Nick. Estaba segura de que ya tenía una estrategia definida para la empresa. ¿Dónde encajaba ella en esos planes?

Necesitaba ese trabajo. Había solicitado una hipoteca y, por primera vez, había logrado un verdadero hogar para Jason y ella. Necesitaba ese puesto más que nunca. Aristos no había sido un jefe fácil, pero la posibilidad que le había facilitado su trabajo para abandonar un angosto apartamento e instalarse en una auténtica casa con un patio había valido la pena, incluso por encima de todas las críticas de su antiguo jefe. Ahora que Nick sería el nuevo jefe, ¿qué criticaría?

–Está bien. Estoy al cargo del área financiera del Grupo Xenophon. Llevo cerca de dos años en la empresa, pero no he ocupado este puesto desde el principio.

–No –Nick silenció el bolígrafo–. Eso fue lo que comentó Sofía. Empezaste en la recepción, ¿no es cierto?

Antes de que respondiera, notó el monótono tamborileo del bolígrafo una vez más y frunció el ceño. Si quería sacarla de quicio, estaba en el buen camino.

–Pero, entonces, ¿se marcharon los dos contables anteriores…? –la pregunta se leía nítida en sus ojos–. ¿No estaban a la altura?

–Lo siento, pero tu tío no era un hombre fácil –ella sacudió la cabeza–. Era un jefe muy exigente.

–Mi tío empezó de la nada y ha creado un imperio inmobiliario que vale millones –dijo–. Es lógico que exigiera mucho a todos sus empleados.

–Eso fue lo que hizo, desde luego. Y recibió mucho a cambio. Pero era un jefe muy difícil. A veces, resultaba imposible. Siempre que estaba en la oficina, gritaba. En ambos casos se trataba de dos buenos contables, pero Aristos los abroncaba continuamente por cualquier motivo. Creo que no se fiaba de ellos. Y, sencillamente, se hartaron. Al final, dejaron el puesto. El segundo sólo aguantó tres meses. Alguien tenía que cubrir esa vacante de inmediato y Sofía se ofreció para la recepción si yo me ocupaba del cargo. Había ayudado en el pasado y no me pareció gran cosa.

–¿Y Aristos no buscó otro contable? ¿Por qué colocaría a una recepcionista en un puesto de tanta responsabilidad?

–Quizás se deba a que soy buena en mi trabajo –replicó, enfurecida, pero su respuesta no convenció a Nick–. Si te sirve de consuelo, creo que Aristos también se llevó una sorpresa. Quería poner otro anuncio, pero la agencia de empleo indicó que no resultaría sencillo encontrar a la persona idónea. Obviamente, estaban al tanto de las dificultades del puesto. Y aquí las cosas iban bien. Estaba estudiando por las noches para diplomarme en administración de empresas y eso tranquilizó a tu tío.

«Además, así se ahorraba el sueldo del contable», pensó Alex. Si había algo que Aristos disfrutaba más que gritar sus órdenes, había sido una buena ganga. Y con ella había conseguido una contable a buen precio, pese al aumento que le había ofrecido de mala gana sobre la nómina anterior de recepcionista.

–Es curioso, pero no recuerdo que la joven Alexandra que conocí quisiera dedicarse con tanto afán a la contabilidad –señaló Nick.

Alex se puso rígida. Se había relajado un poco mientras hablaban del trabajo y del presente. Pero ahora se había visto transportada de nuevo al pasado. Un pasado del que habría preferido desentenderse en ese momento.

–Es gracioso, pero no me considero una loca de los números –replicó, ajena a la oscura mirada de Nick–. Además, no creo que por entonces supiera exactamente lo que quería.

No había sabido, desde luego, qué había necesitado por entonces. No había tenido la menor idea de que tendría que ocuparse de un crío y que eso le impediría finalizar sus estudios hasta varios años más tarde. Nunca había imaginado lo duro que resultaría dividirse entre el cuidado de su hijo, un trabajo de jornada completa y los estudios nocturnos. Y nunca había sabido que sería tan duro ganar dinero suficiente para pagar una hipoteca por un envejecido chalet de dos habitaciones en los suburbios.

Nick golpeó con fuerza la mesa con el bolígrafo y sacó a Alex de sus ensoñaciones.

–¿Y Aristos no te gritaba?

Ella se rió apenas, aliviada de que hubiera retomado su pasado inmediato.

–Claro que me gritaba. Gritaba a todo el mundo, incluso a Sofía. Pero era un genio en su trabajo. Aprendí mucho junto a él.

Era cierto. Quizás le hubiera resultado insoportable, igual que había ocurrido con los anteriores empleados, pero ella había tenido una necesidad económica más acuciante. Y la experiencia también había sido un aliciente. Unos años más en ese puesto y podría diplomarse. Entonces buscaría un empleo mejor pagado. Aristos le había ofrecido una oportunidad y no la había desaprovechado. Pese a todos sus defectos, Alex se sentía en deuda con él.

Pero Aristos había fallecido y ahora se enfrentaba a su sobrino. Y todavía no le había dado el pésame a Nick.

–Supongo que la noticia de la muerte de tu tío sería toda una conmoción. Lo siento…

Miró a Alex un instante, pero parecía que estuviera cegado. Entonces estampó el bolígrafo sobre la mesa al tiempo que tiraba de su cuerpo y se alejaba. Caminó unos pasos mientras se frotaba la nuca con una mano.

–Fue un golpe muy duro, pero nada comparado con lo que está pasando Sofía. Perdió a su madre hace una década a causa de un cáncer y ahora, su padre. Ha sido tan repentino…

Suspiró y, por un momento, pareció tan perdido en sus propios pensamientos que Alex pensó que había algo más que compasión hacia su prima en esa afirmación.

Se volvió hacia ella y clavó en Alex esos ojos negros, insondables.

–Mi madre, Helena, era hermanastra de Aristos. Murió hace poco más de seis años. Aristos y mi padre fueron como hermanos mientras vivieron, pero yo nunca llegué a conocerlo muy a fondo.

Alex tragó saliva. Nunca había conocido a sus padres, pero había oído más que suficiente acerca de su padre como para temerlo. El hecho de que estuviera emparentado, debido a su matrimonio, con Aristos no le sorprendió.

Pese a todo habían sido los padres de Nick. «Los abuelos de Jason», pensó Alex. Y ahora ya no tendría la oportunidad de conocerlos. Un sentimiento de culpa se afianzó en lo más profundo de su corazón.

¿Cuándo dejaría de pagar por una decisión que había tomado tanto tiempo atrás? Una decisión que sabía que había sido correcta.