El amor más poderoso - Barbara Wallace - E-Book
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El amor más poderoso E-Book

Barbara Wallace

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Beschreibung

Una mujer herida… y un hombre en busca de esperanza. Chloe Abrams había sido abandonada tantas veces en su vida que estaba decidida a no depender de nadie. El antiguo soldado Ian Black había sido durante un tiempo el rey de Manhattan. Pero tras sufrir un síndrome de estrés postraumático, su mundo se derrumbó. Por eso tenía una única misión: reconstruirlo. Cuando ambos se encontraron, Ian cautivó a Chloe y la hizo sentirse amada. ¿Sería verdad que los mejores hombres no salían huyendo? ¿Podía arriesgarse a creer en esa posibilidad?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Barbara Wallace

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El amor más poderoso, n.º 2598 - julio 2016

Título original: Swept Away by the Tycoon

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8655-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Rezó para que no fuera verdad que estaba viendo a su novio intentando ligar con otra clienta.

Quizá «novio» no era la palabra adecuada. Después de todo, Aiden y ella no habían hablado del tipo de relación que mantenían. Aun así, Chloe Abrams pensaban que iban lo bastante en serio como para que no le pareciera normal que Aiden le pasara su teléfono a otra mujer cuando ella estaba a escasos metros de distancia.

Y dudaba que no la hubiera visto. Entre su altura, los tacones y el cabello, era bastante más alta que la media. Sin embargo, ahí estaba, dedicando una sonrisa cautivadora desde el otro lado de la barra a una mujer rubia, y Chloe dudaba que fuera porque la mujer le había pedido un chorro doble de sirope.

Oyó una risita a su espalda.

–Sabía que acabarías por pillarlo.

Como si el momento no fuera lo bastante humillante, tenía de testigo al colgado del local.

–No es la primera vez –continuó el hombre–. Da su teléfono más veces que si fuera una guía telefónica.

Chloe clavó las uñas en la correa de su bolso y fingió no haberlo oído.

–Es curioso –siguió él–. Siempre da su número, pero nunca lo pide. No sé si porque se considera irresistible o porque quiere ahorrarse la llamada. ¿Tú qué crees, Ricitos?

Chloe apretó con fuerza el bolso. El problema de los locales tan pequeños como aquel era que resultaba difícil escapar. Las mesas estaban tan próximas unas a otras que a la hora del almuerzo los clientes que hacían cola estaban prácticamente encima de los sentados.

El colgado había hecho su primera aparición poco después del año nuevo. Lo cierto era que «colgado» no era la mejor palabra para describirlo, pero a Chloe no se le ocurría otra. Siempre que iba al café, que era con una frecuencia preocupante, lo veía sentado delante de una taza de café. A veces leía, otras se inclinaba sobre una pila de papeles, escribiendo. Desaliñado, con una barba pelirroja de pocos días, envuelto en una cazadora de cuero gastada, su presencia contrastaba con la atmósfera sofisticada del Café Mondu. Normalmente, se mantenía aislado del resto del mundo. Hasta aquel día.

–Si quieres saber mi opinión –continuó él en un ronco murmullo–, una mujer como tú se merece más.

Chloe no estaba tan segura, pero no se molestó en contradecirlo.

–Tu café helado está listo –le anunció en una evidente demostración de solidaridad femenina la otra camarera del bar. Primero el colgado. Luego la compañera de trabajo de Aiden. ¿Había alguien más que quisiera humillarla?

–Gracias –contestó Chloe.

Al dar un paso hacia la barra, Chloe relajó la presión sobre la correa del bolso, esta se deslizó hacia abajo y rozó la cadera de la rubia. La mujer dejó de coquetear un instante para mirar por encima del hombro. Eso logró atraer la atención de Aiden que, al ver a Chloe, le guiñó un ojo.

Alu-ci-nan-te. Al menos podía haberse mostrado avergonzado de que lo pillara. Pero no, el imbécil le guiñó un ojo, como si se tratara de una broma.

–¿Estás bien, Ricitos? –preguntó el colgado.

¿Bien? Estaba furiosa. Una cosa era descubrir que su Príncipe Azul era un imbécil; Chloe estaba acostumbrada a los imbéciles. ¿Pero que la tratara como a una idiota delante de todo el mundo? Ni hablar.

–Disculpa –dijo, tocando a la rubia en el hombro–, será mejor que des un paso atrás.

–¿Por qué? –preguntó la mujer.

–Por esto –Chloe alzó la bebida y se la tiró a Aiden por la cabeza.

–¿Pero qué…? –el café y los hielos se deslizaron por los lados de la cara del camarero, pegándole la lustrosa melena negra a las mejillas. Parecía un perro de lanas después de un baño.

La satisfacción que sintió Chloe fue más estimulante que la cafeína.

–Todo tuyo, querida –dijo, sonriendo a la rubia. Y, dando media vuelta, fue hacia la puerta.

El colgado le dedicó un lento aplauso.

–Bien hecho, Ricitos.

Al menos alguien había disfrutado la escena.

 

 

–¿De verdad? –Larissa Boyd miró a Chloe admirada–. ¿Todo el café?

–Todo –contestó Chloe, apoyándose en el respaldo de la silla de su despacho, sonriendo con una osadía que estaba lejos de sentir.

–¿Cómo reaccionó?

–De ninguna manera. Tanto él como su nueva amiga estaban demasiado atónitos como para hablar. Igual que el resto de la gente –excepto el colgado.

–¿Demasiado atónito por qué? –Delilah St. Germain asomó la cabeza en el cubículo–. He recibido tu mensaje. ¿Qué ha pasado?

–Chloe ha pillado a Aiden pasándole el teléfono a otra mujer y le ha tirado un café por la cabeza.

–¡No! –dijo Delilah, abriendo los ojos desmesuradamente.

–Sí. Atribúyelo a una enajenación transitoria.

–No, la enajenación fue empezar a salir con él. Esto, en cambio, es admirable. Has tenido mucho valor.

¿Había tenido valor o había hecho una tontería? Chloe empezaba a dudarlo, pero continuó fingiendo que lo ocurrido no la había afectado. Se le daba muy bien.

–Ha sido una manera de vengar a todas las mujeres engañadas –dijo.

–Llámalo como quieras. Si yo hubiera estado en tu lugar, dudo que hubiera tenido el coraje –dijo Delilah.

–Yo tampoco –confirmó Larissa.

Ellas no tenían de qué preocuparse; ninguna de las dos iba a encontrarse en una situación parecida puesto que ambas estaban prometidas. Entre otras cosas, porque sus amigas atraían a hombres de más categoría. Hombres agradables que devolvían las llamadas. Y ninguna de ellas era tan impulsiva como para vaciar un café sobre la cabeza de un hombre lo bastante estúpido como para merecerlo.

Pero Chloe no sentía rencor por la felicidad de sus amigas, sino todo lo contrario. Desde el momento en que se habían conocido, en el departamento de formación de nuevos empleados en CMT Advertising, Chloe se había dado cuenta de que sus dos amigas eran distintas a ella. Eran dulces y dignas de ser amadas, y se merecían toda la felicidad del mundo.

–Aiden sí que tuvo valor –la voz de Larissa la devolvió al presente–. ¿Qué clase de tipo le daría su teléfono a otra estando tú delante?

La clase de tipo con la que ella salía.

–Por lo visto no era la primera vez. Según me dijo el colgado, lo hace habitualmente.

–¿Quién? –preguntó Delilah. Tenía la costumbre de retirarse el cabello tras la oreja, lo que hacía refulgir el enorme diamante que llevaba en el dedo.

–El colgado –sus amigas la miraron sin comprender–. El que se sienta siempre en la primera mesa –estaba claro que no se habían fijado en él–. Da lo mismo. Fue quien me dijo que Aiden daba a menudo su teléfono.

–¿Y le creíste?

–No tenía por qué mentirme –dijo Chloe, planteándose solo entonces que ni siquiera lo había dudado.

–Me alegro de que hayas plantado a Aiden. Nunca nos pareció lo bastante bueno para ti.

–Delilah tiene razón. Te mereces algo mejor.

–El colgado dijo lo mismo –masculló Chloe.

–El colgado tiene buen gusto –dijo Delilah.

Chloe sonrió. Sus amigas salían en su defensa como hacían siempre que su última relación fracasaba. Pero solo ella sabía la verdad. Aiden no era el único responsable de haberla traicionado. Ella estaba genéticamente programada para fracasar sentimentalmente. Era Chloe, la chica divertida para pasar un rato pero no lo bastante buena como para una relación permanente. Si no lo hubiera asumido para entonces, habría estado permanentemente deprimida.

–Imbécil o no, Aiden era mi acompañante para tu boda, Del –la boda de su amiga tendría lugar en un par de semanas. Iba a casarse con el jefe de la agencia de publicidad en la que trabajaban. Chloe suspiró–: ¡Con lo guapo que estaba en esmoquin!

–Un esmoquin que ibas a pagar tú –apuntó Larissa–. No te preocupes, encontraremos a alguien apropiado. Seguro que Tom tiene algún amigo.

–O Simon.

–¡Ni hablar! –Chloe prefería ir sola que con una cita a ciegas–. De hecho –continuó, pensando en voz alta–, puede que lo mejor sea ir sin acompañante. Así podré concentrarme en ser la dama de honor. Se supone que debo estar a tu plena disposición.

–No tiene gracia –dijo Larissa. Esa frase se había convertido en una broma entre ellas desde que organizar su boda se había convertido en el centro de su vida.

–Te equivocas, soy muy graciosa –contestó Chloe, sonriendo.

–Ya verás cuando me pidas ayuda para preparar tu boda…

–Venga, Laroo, las dos sabemos que voy a ser una de esa maduritas que sale con los hijos de sus amigas.

Larissa se cruzó de brazos.

–Serías capaz de hacerlo solo por vengarte de mí.

–No lo dudes –Chloe dijo, sonriendo. Se le daba bien bromear sobre su vida amorosa, pero en cuanto sus amigas la dejaron sola, sintió plenamente el vacío que ocupaba su corazón.

Aiden le había gustado de verdad. Aunque su relación había consistido básicamente en ir a fiestas y salir por la noche, había durado lo bastante como para que Chloe creyera que tenía futuro. Había sido una ingenua. Antes o después, los hombres siempre desaparecían. Ella no valía lo bastante como para que quisieran quedarse.

 

 

–Vaya, vaya, mira quién ha vuelto. ¿Debería abrir el paraguas?

El comentario del colgado hizo que Chloe se tensara. Mirando hacia su mesa, vio que sonreía de oreja a oreja y se dijo que debía buscarle un apodo más apropiado, como Arrogante Bastardo, por ejemplo.

–No pienso desperdiciar un buen café –contestó.

–En mi opinión, el de ayer no lo desperdiciaste –al ver que Chloe lo miraba con enojo, el hombre añadió–: ¿Qué pasa, Ricitos, te sientan mal las mañanas?

–Depende de la compañía.

–¡Ay! –dijo él, llevándose la mano al pecho–. Eso ha dolido.

Chloe desvió la mirada confiando en que se diera por aludido y dejara de hablarle. Pero él insistió:

–Tengo que reconocer que te admiro. No pensaba que fueras a volver.

Ella tampoco. De hecho, había pasado diez minutos en la esquina, decidiendo qué hacer. Finalmente, su orgullo había ganado la batalla. No estaba dispuesta a que un sinvergüenza la obligara a cambiar un hábito que había iniciado mucho antes de que Aiden entrara a trabajar allí.

–¿Por qué no iba a volver? Como te he dicho, el café es muy bueno.

–Mejor que bueno –dijo el hombre, dando un sorbo al suyo. Chloe vio que tenía la mano manchada de tinta. Evidentemente, ya había empezado a escribir. Él continuó–. Aunque si yo fuera tú, pediría que me atendiera otro camarero, por si acaso.

–Yo no soy tú –dijo ella.

Él la sorprendió, mirándola de arriba abajo y diciendo en un tono provocativo:

–Eso está claro, Ricitos

Chloe se llevó la mano al vientre. Encontraba la voz de aquel hombre perturbadoramente sensual. Él pareció notarlo y sonrió con arrogancia. Ella irguió la cabeza y avanzó hacia la barra, tras la que se encontraba Aiden.

–Hola –saludó Chloe.

–Buenos días. ¿Qué desea?

¿Así era como pensaba reaccionar? ¿Optaba por tratarla como a una desconocida? ¿Tan poco le importaba?

–Respecto a lo de ayer…

–¿Quiere un café? –preguntó Aiden, manteniendo una sonrisa impersonal.

Para Chloe, su indiferencia fue peor que recibir un puñetazo en el estómago.

–Lo de siempre.

–¿Y eso es…?

Chloe sintió que le ardían los ojos y parpadeó rápidamente. No estaba dispuesta a darle la satisfacción de echarse a llorar.

–La señora toma café con leche helado, con moca y menta.

Chloe miró al colgado por encima del hombro.

–¿Sabes lo que tomo?

Él se encogió de hombros.

–Paso aquí mucho tiempo y es inevitable oír.

–Querrás decir que escuchas.

Él sonrió.

–Solo cuando los clientes me interesan.

–Perdona, pero resulta un poco inquietante –dijo Chloe, aunque no pudo evitar sentirse halagada.

–Para ti es inquietante; yo lo llamaría capacidad de observación. Me gusta observar a la gente.

–Deja que adivine: eres escritor.

–Si lo fuera, la literatura correría peligro –dijo el hombre, acompañando el comentario con una risita.

¿Cómo era posible que Del y Laroo no se hubieran fijado en él? Aun teniendo el aspecto de un colgado, aquel hombre llamaba la atención. Y observándolo más atentamente, se dio cuenta de que su aparente desaliño era engañoso. Llevaba el cabello muy corto, y su incipiente barba, entre pelirroja y rubia, no era tanto resultado de falta de aseo como de pereza para afeitarse. Fijándose en la desgastada cazadora, Chloe vio que en realidad era una exclusiva prenda de cuero, que el hombre había usado tanto como para que se amoldara a sus anchos hombros, y le hizo pensar en unas zapatillas de baloncesto que ella se negaba a tirar a pesar de lo viejas que estaban.

–¿Te gusta lo que ves, Ricitos?

Chloe se volvió, sonrojada, hacia la barra. Afortunadamente, Aiden volvió en ese momento con su café.

–No hace falta –dijo cuando Chloe sacó la cartera–. Invita la casa.

–¿De verdad? –Chloe se sintió súbitamente mal. ¿Habría interpretado equivocadamente lo sucedido el día anterior y la reacción inicial de Aiden? Sonrió–. Es muy amable por tu parte.

–No tiene nada que ver conmigo.

Chloe dejó de sonreír.

–¿No pretendías disculparte por lo de ayer?

–¿Por qué iba a disculparme? No fui yo quien se comportó como un demente sin motivo alguno.

¿Sin motivo alguno? Chloe asió el vaso con fuerza. Aiden tenía suerte de que no estuviera dispuesta a repetir el número del día anterior.

–¿Y por qué me invitas al café? –dijo, alejándose de la barra para no caer en la tentación.

El camarero se encogió de hombros.

–Ni idea. En la caja había una nota que decía que tu próxima consumición estaba pagada. Se ve que hay a quien le gustan los dementes.

–Habrá sido uno de esos actos aleatorios de amabilidad.

Chloe miró hacia la primera mesa y vio que el comentario del colgado iba acompaño un destello risueño de sus ojos azules.

–¿Y por qué me habrían elegido a mí? –preguntó ella, arrepintiéndose de haber sido tan grosera con él.

El colgado se reclinó en el respaldo, lo que hizo que la capucha de su sudadera se le recogiera alrededor del cuello.

–Puede que quien lo ha hecho se alegrara de ver que le daban su merecido a ese donjuán. Tengo entendido que tardó horas en quitarse el olor a menta del pelo.

Chloe no pudo contener la risa. Aiden se enorgullecía de sus perfectos tirabuzones.

–Es una pena que no le sacaran una fotografía para el panel del personal. Estoy seguro que muchas mujeres se habrían alegrado de ver que alguien lo ponía en su sitio.

–Supongo que tienes razón –contestó Chloe reviviendo la humillación del día anterior. Entre tanto, al otro lado de la barra, Aiden apuntaba su número de teléfono en el vaso de la mujer a la que acababa de atender–. Aunque no parece que haya aprendido la lección.

–Pero la aprenderá. Dentro de diez años ese aspecto de músico torturado se habrá transformado en el de un hombre medio calvo y con barriga.

Chloe reprimió la risa.

–¡Qué imagen tan interesante!

–¿Interesante o satisfactoria?

–Un poco de las dos cosas.

–Entonces mi trabajo aquí ha terminado –el colgado sonrió, mostrando una dentadura perfecta. Chloe notó por primera vez que tenía pecas en el puente de la nariz, y un par de cicatrices borrosas. ¿También él había recibido su lección? ¿Habría ganado o perdido? Sin saber por qué, Chloe tuvo la certeza de que había salido victorioso de todas sus batallas.

Un empujón la devolvió a realidad. La llegada de más clientes le indicó que eran cerca de las ocho.

–Será mejor que me vaya –dijo.

–¿Ya? Justo cuando la conversación empezaba a animarse. ¿No puedes quedarte un poco más?

–Desafortunadamente, algunos tenemos que trabajar –Chloe se arrepintió del comentario en cuanto salió de sus labios. ¡Cómo podía ser tan desconsiderada!

–Y yo debo ir a una reunión.

Chloe no se molestó en decirle que sabía que mentía.

–Hazme un favor: si ves al desconocido que me ha invitado al café, dale las gracias –dijo, en cambio.

–Lo haré –dijo él, guiñándole un ojo.

Chloe apretó el vaso para contrarrestar el hormigueo que le produjo aquel gesto. Habría querido contestar algo ingenioso, pero no encontró las palabras, así que apretó los dientes y salió con paso firme.

 

 

Ian Black la siguió con la mirada, divertido. ¡La chica se esforzaba tanto en actuar como si nada pudiera afectarla! Que tenía una fuerte personalidad lo había sabido mucho antes de que le tirara encima el café a Casanova. Entraba cada día como si fuera la dueña del local, haciendo resonar sus tacones y con su largo cabello rizado. Ian estaba seguro de que entraría igual en el Empire State. Era inevitable admirar la seguridad en sí misma que proyectaba, fuera o no fingida.

El viento alborotó su melena cuando salió por la puerta y dejó al descubierto el perfil de su rostro. Para ser alta, tenía unas facciones llamativamente delicadas. Como un caballo de pura sangre, era esbelta y tenía las piernas largas. Era una mujer extremadamente atractiva, y el camarero había sido un idiota. Ian los había observado coquetear durante semanas y se había desilusionado al oír a Aiden decir que estaban saliendo. Afortunadamente, ella había recobrado el juicio. En cualquier caso, no sería el quién tirara la primera piedra contra quien cometía un error de juicio.

–Uno de estos días voy a insistir en que quedemos en un sitio menos lleno –masculló Jack Strauss mientras se desabrochaba el abrigo.

–Perdóname por hacerte venir a mi negocio –Ian hizo un gesto a la chica que estaba tras la barra, que acudió al instante con un café para Jack–. Llegas tarde.

–Deja de tratarme como si fuera uno de tus empleados. Hay mucho tráfico.

–Si vivieras en la ciudad no tendrías ese problema.

–No todo el mundo puede permitírselo.

–¡Eres abogado! ¡Cómo no vas a poder permitírtelo!

–Vale, no todos podemos pagar un alquiler como el tuyo. ¿He dicho algo gracioso? –preguntó Jack al ver que Ian se reía.

–No, me río por otra cosa –se estaba preguntando quépensaría Ricitos de aquella conversación, cuando era evidente que pensaba que era poco menos que un vagabundo. También se preguntaba si necesitaría protegerse cuando averiguara la verdad. Tenía el aspecto de ser capaz de lanzar un buen gancho.

–Debe ser un chiste muy bueno. Hace mucho que no te veía sonreír.

Jack colgó el abrigo del respaldo de la silla, se sentó frente a Ian y tras dar un sorbo al café, suspiró profundamente.

–¿Te sientes mejor? –preguntó Ian.

–¿No debería hacerte yo a ti esa pregunta?

A Ian le habría gustado creer que Jack lo preguntaba más como amigo que como guardián, pero sabía que ese no era el caso.

–Como siempre. Viviendo día a día.

–No estarás…

Ian sacudió la cabeza.

–Tranquilo. Solo bebo café.

–Ya lo veo –Jack miró alrededor–. Aunque no hacía falta que lo llevaras al extremo. A la mayoría de los adictos en tratamiento les gusta el café, pero no se compran uno para ellos solos.

–Pero yo no soy un exalcohólico normal.

–Ya lo sé. Cualquier día de estos me dirás que has comprado toda una plantación para cultivar tu propio café.

–No creas que no me lo he planteado –Ian no creía en hacer las cosas a medias… Ni en el ejército, ni en los negocios, ni con el alcohol. Tampoco cuando se trataba de hacer daño a la gente.

Jack señaló con la barbilla la pila de papeles que Ian tenía a un lado.

–Veo que sigues escribiendo cartas.

–Ya te dije que tenía una lista muy larga –Ian pasó la mano por el montón. Veinte años de comportamiento indigno dejaba un largo rastro–. No habrás conseguido las direcciones que te pedí, ¿verdad?

–Te he dicho que dejes de confundirme con uno de tus empleados.

–¿Vas a pasarme una factura de tu bufete?

Jack miró a Ian como si la respuesta fuera obvia. Ian continuó:

–Entonces, técnicamente, eres mi empleado. ¿Tienes o no esos nombres?

–Empiezo a entender que tu junta directiva te destituyera. Eres de una impaciencia insoportable –el abogado tomó su maletín–. Mi investigador todavía está buscando algunas –alzó la mano, adelantándose a una protesta de Ian–. Le has dado una lista enorme.

–Podría haber sido más larga. Dile que puede agradecer que me haya limitado a los años de Ian Black, hombre de negocios.

–¡Menos mal! ¿Eres consciente de que cuando en el programa de desintoxicación se dice que hay que hacer actos de enmienda no significa que tengas que contactar literalmente a toda persona que se cruzara en tu camino? –Jack le pasó unos papeles que sacó del maletín.

Solo así se hacía las cosas bien.

–Cada uno tiene su estilo –dijo Ian, tomando los papeles y preguntándose qué diría Jack si supiera que esa lista no era ni mucho menos completa.

Lanzó una ojeada a la primera página. Había tres más llenas de antiguas novias, examigos, empleados y socios a los que debía pedir perdón.

Y un nombre que le importaba por encima de todos. Miró a su amigo.

–¿Está…?