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¿Si la humanidad supiera que el destino le depara algo poco alentador? ¿Haría algo para cambiarlo? El anillo del planeta tierra reúne cinco historias con un denominador común «el fin». Cada relato expresa la condición humana ante la oscuridad que se le cierne, desde una sociedad insatisfecha que encuentra placer en la guerra a una entidad perversa y egoísta que se excita destruyendo estrellas. Este libro lleva al lector a un mundo distópico y lejano, plagado de imágenes que se proyectan en el tiempo.
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Seitenzahl: 162
Veröffentlichungsjahr: 2019
JJ RESQUIN
EL ANILLO DEL PLANETA TIERRA
Editorial Autores de Argentina
JJ Resquin
El anillo del planeta tierra / JJ Resquin. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-761-958-4
1. Narrativa Argentina Contemporánea. 2. Ciencia Ficción. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina –Printed in Argentina
Dedico este libro a mis hijos y mi mujer, que me dan la libertad para soñar.
JJ. Resquin
Las estrellas danzan,
las anguilas flotan entre las nubes.
El fuego arde sobre la casa de madera,
y la roca aplasta al débil que descansa.
—Apocalipsis apócrifo
YAHR NOK
Yahr Nok parecía un niño, pero no lo era. Yahr Nok aun no era un hombre, sin embargo tenía la edad de miles de ellos.
El suelo escarchado se extendía hasta donde la vista podía llegar; este yacía gélido, yermo bajo un cielo homicida y ácido. El aire amoníaco inundaba la inmensidad rocosa y pútridos vapores se elevaban para volver a precipitarse en un ciclo infinito de lluvia escarlata. Yahr Nok vagaba lentamente sin tiempo, era el último descendiente de una especie maravillosa, el último verbo de la vida.
El suelo congelado crujía bajo los pies de Yahr Nok, tras de él con suaves pasos mecánicos avanzaba, fiel, el último invento de la especie. Un elefante de tres metros se erguía en sus patas traseras llevando lentamente cuatro toneladas de metal que conformaban su estructura física. Cuatro hélices obsoletas pendían de la espalda del elefante, él, custodiaba los pasos cansados de Yahr Nok.
− ¡Yahr Nok!− se expresó el elefante en vos humana.
El caminante eterno no respondió, el caminante eterno solo quería llegar a su destino, el cual desconocía, sin embargo lo reconocería de inmediato al llegar. En algún momento en el pasado, el elefante percibió una señal del espacio, el mensaje: una coordenada, un punto de aterrizaje. Desde aquel instante se echaron a andar, Yahr Nok al frente, la máquina atrás.
− ¡Solo un poco más!–, quiero recibirlos, quiero estar ahí antes de que lleguen−, Yahr Nok murmuró fastidioso, pero con respeto.
El elefante no lo reprochó, había desarrollado compasión o algo parecido al amor. Continuaron caminando por aquellos parajes herrumbrosos, desolados y pútridos sin perder el ritmo en su andar. Yahr Nok era realmente resistente, sus pies descalzos soportaban sin queja la ardua travesía que lo separaba de su objetivo, su cuerpo desnudo hacía caso omiso a la crueldad del clima y su mente se agudizó, tanto como pudo, para soportar toda aquella desolación. Hablaban poco y casi nada, solo lo necesario, de vez en cuando el caminante solicitaba música, la máquina se lo brindaba y sobre la silenciosa superficie del planeta, se repetía en ecos infinitos que golpeaban la bóveda de nubes rojas y letales, para expandirse en repeticiones reverberantes y deformes, “la canción”, una antigua melodía escocesa que hablaba de un joven príncipe que quiso ser rey pero no fue.
El último conflicto se lo llevó todo, las ciudades, los árboles, los animales y a los habitantes que dominaban los bastos continentes. El veneno se expandió de boca en boca, su olor era dulce y engañoso, nada pudo hacer alguien por detenerlo o nadie quiso por resignación evitar que sucediera. Los cohetes abandonaron el planeta, sin destino, aunque solo unos pocos, fueron suficiente para seguir siendo especies. En la superficie otros continuaban la guerra a pesar de la peste, y lo arruinaron de manera tan perfecta, tan eficaz como su ingenio perverso se lo permitió. Y un día… el silencio se apoderó de todo, las luces se apagaron, lamentos y gemidos cesaron, las máquinas dejaron de funcionar, menos una, que solo durmió por incalculables centurias hasta que la mano del niño eterno se posó sobre él.
Yahr Nok decidió descansar antes de caminar el último tramo. Se detuvo en medio de un antiguo desierto de arenas rojizas, no tenía necesidad de fogatas ni de agua, tampoco deseaba dormir, solo quería sentarse y mirar hacia atrás. Su extraña silueta se dibujaba en la oscuridad como un manchón negruzco e indescifrable. La máquina lo observaba desde el flanco izquierdo con una mirada estéril y aguda. Dos figuras de otro tiempo se anclaron en medio del desierto, el cual los repudiaba con salvajes oleadas de viento que azotaron toda la noche. El brazo del verdugo cedió por el cansancio y el viento se detuvo, Yahr Nok y la máquina desaparecieron bajo las dunas rojas y todo fue calma y silencio bajo el ahora cielo negro. Las estrellas crepitaban en el firmamento, ausentes de las fatalidades que rigen a los planetas. Todo seguía en su lugar, salvo el sonido de la vida que hasta su último eco fue diluido por el tiempo. La estrella central nacía en el horizonte con despótico brillo sobre las arenas yermas del desierto. Yahr Nok era parido una vez más desde las entrañas de la tierra, emergiendo a la superficie con un ahogado respiro de vida, tras el… la máquina.
El desierto mutó en un paraje de árboles de sal. El aire salitre era pesado y dolía al respirar, sin embargo Yahr Nok no se quejaba, cada inhalación era un puntilloso corte a través de sus tejidos pulmonares. Un fino hilo de sangre brotó de sus fosas nasales y no cesó de fluir durante todo el camino. La máquina observó el proceso bilógico-destructivo, estaba preparada para ver destrucción y analizarla, entendió el dolor del caminante pero no lo persuadió de desistir, no encontró en sus archivos esa información y como fue siempre, solo se echó tras el sin interferir. Yahr Nok rompió el silencio y habló,
− Máquina, tengo una pregunta−, el rostro del eterno niño se contorsionó en una mueca de duda, que en ningún momento volteó para mirar a la máquina, entendía que no era necesario en las relaciones con estos artefactos. La máquina también entendía y solo esperó la pregunta−. ¿Qué es Dios?−
− Un recurso psicológico− contestó la maquina.
− ¿sirvió?−
− no−. El sistema operativo de la máquina resolvió una rápida respuesta con la ayuda de millones de algoritmos que se precipitaban en la misma respuesta.
− ¿Por qué?−
− el recurso tuvo una metamorfosis en su sentido, y dejó de estar al servicio de la especie, se deformó en lo que fue llamado dogma y se volvió despótico. En ese momento la especie estaba al servicio del nuevo concepto, pero luego de miles de años la especie y el dogma finalizaron su simbiosis, y el hombre se sintió vacío, y no halló recurso que lo supla. Buscó opciones, pero la naturaleza de la especie lo elevaba a dogma, y todo volvía a un punto de inicio. La violencia se apoderó de esa necesidad y la raza que se creía dominante, junto con todo lo que lo rodeaba, murió.
− hm… ¿crees que necesito a Dios?− Yahr Nok preguntó sin mucho interés.
− no, se necesita de un conjunto para que el concepto funcione, en tu caso se podría definir como consciencia, pero no podría llamarse Dios, necesitarías de una estructura y una sola persona no lo podría sostener−. La máquina se silenció al finalizar.
Yahr Nok se limitó a limpiarse la sangre de la nariz con el revés de la mano, el cual presentaba un manchón de costra negra de las anteriores limpiezas. Yahr Nok tenía más preguntas que devinieron en un gorgoteo seguida de una expectoración sanguinolenta; el eterno caminante se llamó al silencio y prosiguió su andar.
Los paisajes, siempre estériles, se sucedieron uno tras otro. El tiempo perdió su valor. Los pasos chapotearon en lodo salitre, grandes charcos acuosos fueron dando lugar a una gran extensión de agua formando marismas que se extendían por varios kilómetros en direcciones indescifrables. Los pies de Yahr Nok sintieron alivio por el suave y delicado cieno. El agua verdosa con matices rojos, adquiría un aspecto tornasolado con la resolana, y la máquina observó con la minuciosidad de su esencia. Luego continuaron caminando.
El edificio se extendía inclinado hacia el poniente e incrustado en la tierra, hacia arriba tenía una altura de cinco metros, hacia abajo desconocida. Toda su inmensidad era una ruina erosionada por las tempestades, sin embargo aún se mantenía en pie en medio del desierto marcando el paso del tiempo con su sombra rotando sobre la arena. El recinto era la obra del pasado, un decorado del olvido que yacía solitaria en medio de desoladas tierras.
− ¿es aquí?− preguntó Yahr Nok
La máquina se detuvo y observó…
− sí, es aquí−
− ¿Cuándo será?−
−en dos días−
Pasaron la primera noche en el edificio. Se refugiaron en su profunda oscuridad, Yahr Nok aspiraba y exhalaba el frío aire, la máquina lo observaba sin hablar, analizaba su alrededor y quedó absorto por varias horas. El caminante no lo interrumpió y se animó a la aventura de la curiosidad.
Subió y bajó las destrozadas escaleras. La luz lunar se filtraba a través de pequeñas ventanillas empañadas por un polvo rojizo que brillaba en destellos eléctricos. Las paredes metálicas presentaban sus uniones destartaladas, dejando entrever un entramado de cables deshechos que circulaban en todas direcciones alborotadas. Yahr Nok acariciaba las paredes, los cables, las mesas y sillas, contemplaba un entorno maravilloso, el rastro de un pasado que le pertenecía, que lo llamaba en silencio desde las profundidades del edificio. Deambuló hacia arriba y abajo, registró cada rincón, cada pasaje, cada corredor hasta llegar al subsuelo, allí el destrozo era absoluto; un gran ventanal curvo daba directamente al fondo y grandes rocas destrozaron el vidrio e ingresaron a la sala, esta se hallaba repleta de mesas con dibujos y signos que Yahr Nok no lograba entender. Apoyaba su mano sobre cada imagen y un clic agudo lo precedía, aquello le resultaba divertido y se esmeró en presionar cada una de las imágenes para extraerle aquel preciado clic, clic, clic. Una suerte de risa torpe inundó toda la habitación entre golpeteos de palmas y galopes. Al llegar a la tercera mesa una de las imágenes destelló una luz de su interior y luego una lámpara comenzó a titilar para, al final, dar paso a una anaranjada luz mortecina que frenó en seco risas y galopes. A pesar de la debilidad de la lámpara el caminante no podía abrir los ojos, tardó unos minutos hasta adaptarse a su entorno y poco a poco fue viendo lo que lo rodeaba, cuerpos sin carne yacían por doquier, resecos por el paso del tiempo, todos estaban tendidos en poses contraídas, como si la muerte no los hubiera hallado por sorpresa. Las oscuras pupilas de Yahr Nok latían clavados sobre unos de los cuerpos, este se hallaba despatarrado, solitario y alejado de los demás, con sus extremidades aferradas a un objeto, en el cual se veía claramente lo que fueron estos seres en vida. Yahr Noc se abalanzó hacia él, a sus despreocupados pasos le precedían los crujidos de los antiguos huesos del futuro. Arrancó el cuadro del cuerpo junto con los brazos, se deshizo de ellos como la cáscara de una fruta y observó la imagen, en ella todos sonreían, aquel ser, ahora reseco e incompleto, rebosaba de vida con la misma ropa que ahora ejercía de mortaja. Yahr Nok observaba los rostros en la fotografía, mientras tocaba el suyo, observaba los brazos mientras acariciaba el suyo, miraba sus bocas mientras que con su oscura lengua investigaba el contorno de la suya, y por primera vez aquel último de su especie reconoció su existencia.
La máquina ya lo sabía, lo supo desde que a la distancia vio a la destrozada nave incrustada en la arena. Su sistema operativo se reconfiguró al entrar en contacto con el crucero. El desfasaje de tiempo en el elefante era grosero, pero poco a poco fue ajustando su sistema al Bio, este era la caja negra de la nave, y brindó información de lo que allí sucedió. Hace miles de años los tripulantes tuvieron que volver, aquel fue uno de los últimos cohetes en partir, poseía un diseño de carácter biológico y su sistema digestivo que funcionaba como productor energético falló. Se precipitaron a la tierra y desde allí todo comenzó a ser el final. El equipo de freno alternativo funcionó a media capacidad, −no fue suficiente−, y se estrellaron sobre la superficie arenosa. Todos murieron. El elefante reprodujo aquella emisión: − esta es una señal de la tripulación espacial china biotech, la nave de prueba Marco Polo sufrió una infección aguda e irreversible en el tercer tramo de su intestino. Los antibióticos no brindaron mejoría, la fiebre colapsó el sistema. Nuestro recurso energético nos permite acercarnos y entrar a la atmósfera, sin embargo carecemos de energía para llevar a cabo un aterrizaje exitoso. Rogamos que si alguien logra recibir el mensaje acuda a la coordenada que adjuntaremos a este mensaje, es probable que no logremos sobrevivir, pero en caso de que alguno salga con vida precisará de atención médica. Desde aquí arriba la tierra se ve apagada, silenciosa, un manto de oscuridad cayó sobre todos nosotros. Dudo que alguien reciba este mensaje, pero de ser así quiero decirles que la vida como la conocemos, se agotó. Por un largo período ya no habrán ni dioses ni fieles, ni soldados, ni amantes, pero al final la vida volverá a surgir y nuestras cenizas alimentarán al verdadero futuro…−. La vos se fue perdiendo en distorsiones eléctricas y luego de unos instantes: silencio. Mañana es el aniversario de aquel desafortunado aterrizaje. Se cumplirán siete mil años de aquella señal que la máquina percibió erróneamente, y ahora todo volvía a ser estéril, todo oscuridad sobre la desolada tierra. Yahr Nok era el último y así debía ser.
La nave incrustada en la arena brillaba con la luz de la luna bajo un cielo atípicamente despejado. La arena plateada cambiaba de aspecto con las fuertes pinceladas de viento, y el silbido de este impregnaba de melancolía a todo aquel escenario. Yahr Nok jugaba con los huesos, la máquina analizaba las posibilidades. El sol despuntaba tras las ahora omnipresentes nubes rosadas; en el interior de la nave la calma prevalecía con tácita presencia. Ya nadie recordaría el futuro.
Yahr Nok jugó con los huesos hasta hacerlos polvo. El elefante lo observaba desde la puerta sin interrumpir. Ya nada quedaba de aquellos tripulantes de la nave, solo un ambiente envuelto en una bruma de restos óseos, que descendían lentamente para mezclarse en una película uniforme que forró el suelo del cuarto de la nave. El caminante se percató de la presencia de la máquina y se observaron hasta que Yahr Nok habló:
− ¡soy lo mismo que ellos!− gritó con una mueca que podía entenderse como una sonrisa
− sí, has hallado a tus pares, pero ahora debemos partir –, inquirió la máquina
− ¿A dónde?−
− el punto de encuentro cambió, tengo nuevas coordenadas−
− sí, pero antes quiero ver mi reflejo en algunas de las paredes de este lugar, quiero que ilumines los pasillos para poder verme, − Yahr Nok estaba realmente ansioso por verse otra vez, ya no recordaba su rostro y este encuentro avivó un deseo de curiosidad infrenable.
− no−, fue la respuesta del elefante.
− ¿por qué? – cuestionó sin entusiasmo el caminante.
− estoy contigo hace siete mil años, y tú, quizás estés en este planeta mucho tiempo antes. Desde que me encontraste seguimos esta señal, caminamos sin detenernos. Durante todo este proceso vi cambios profundos en tu biología, tu cuerpo ya no es el mismo, y no creo que te reconozcas−. Sentenció la máquina.
Yahr Nok observó analíticamente a su compañero, el silencio se apoderó de todo el espacio por unos minutos, luego con mucha calma aquel último de su especie respondió,
− Entiendo. Sigamos caminando−. El caminante se perdió en la oscuridad de la nave y la máquina se echó tras de él.
Como en un pacto inalterable, Yahr Nok avanzaba liderando la marcha. La máquina lo guiaba tras sus huellas. Ninguno de los dos volteó para ver la destartalada y seca nave incrustada en medio del desierto, quizás por auténtica falta de interés, quizás por desilusión, quizás por una angustiosa melancolía. La cuestión es que se marcharon tras una nueva señal que la máquina decodificó, y recorrieron con pasos cansados distancias de un pasado cercano. Las huellas que pisaban eran las suyas en sentido contrario, Yahr Nok lo notó y calló, deseó ser parte de aquella pila de huesos secos que quedó en la nave, aunque extintos hace miles de años, ellos a diferencia de él, estaban con los suyos, mientras que su suerte era la de caminar eternamente con un elefante mecánico, a través de la esterilidad mas despreciable.
La marisma parecía respirar, latir, hablar. Habían caminado tras sus pasos hasta llegar a esa gran extensión de agua pútrida que habían estado unos días atrás. El elefante observaba toda aquella inmensidad, no lo hacía por placer era algo que nunca iba a poder experimentar, lo motivaba un conjunto incalculable de análisis científicos que buscaban preservar la vida. Él fue una creación del ejército para la guerra total, tenía dos objetivos bien definidos: asesinar y controlar, por otro lado y en circunstancias extremas: preservar cualquier forma de vida que estuviese en peligro de extinción, y de esta manera anular al primer mandato que atentaba con la continuidad de la vida orgánica. Era una antítesis en su finalidad.
− ¿Aquí es el lugar?− el caminante ladeó la cabeza hacia el cielo al preguntar.
− Si –, respondió el elefante
− ¿vendrán en grandes naves? – insistía Yahr Nok mientras rebuscaba con la mirada todo el cielo que sus ojos podían abarcar.
− No vendrán del cielo, saldrán del agua−. Respondió la máquina.
Sobre la marisma, pequeñas crestas se alzaban al cielo movidas por el viento; las nubes abrían brechas para dejar al sol pasar por intervalos egoístas. El aire parecía fresco, llenador, dulce… todo el ambiente estaba envuelto en una tonalidad rojiza con rebotes tornasolados sobre el agua. Yahr Nok contempló todo, y silenció su ansiedad con la paz que lo rodeaba, respiró y cerró los ojos.
− ¿Cuándo vendrán?− preguntó el eterno caminante con candidez.
− En algún momento, quizás en miles de años, tal vez más. Pero cuando lleguen debes estar aquí, su futuro depende de ti. Tenemos una jornada muy larga por delante, debemos ahorrar energía −. Sentenció la máquina, y se fue desconectando poco a poco, las fuertes piernas cedieron primero, al instante quedo de rodillas, un estruendo acompañó al suceso, los brazos quedaron inmóviles a ambos lados, y al final la cabeza se reclinó hacia el frente y luego un profundo silencio dio lugar al incesante viento.
Yahr Nok no volteó para ver a la máquina, en el fondo sentía desprecio por esta, quizás por su naturaleza mecánica o tal vez porque en el fondo sabía de la función homicida para la que fue diseñada. El gran elefante de metal yacía inerte a su espalda, ya no volvería a marcar los pesados pasos de ninguna aventura. Ahora se oxidaría eternamente bajo lluvias ácidas y soles voraces. Y fue así que Yahr Nok comenzó a esperar, ya no sería el eterno caminante, ahora se convertiría en el paciente, aquel que esperaría por el tiempo que fuera necesario la llegada de la vida, para guiarla, para encaminarla sobre una tierra destrozada.
…
El tiempo continuó su recorrido, y miles de soles surcaron el cielo hasta limpiar las nubes de ácido, la inmensidad se extendía celeste y nada caminaba sobre el planeta. Los antiguos dinosaurios abrazaron a los humanos en el lecho de la tierra, su superficie seguía estéril. Yahr Nok hacía miles de años que dormía, también soñaba, en ocasiones con aquellos huesos de la nave en el desierto, otras veces con el elefante, pero muy a menudo con los seres que llegarían desde el agua. Los soñaba de distintas formas, los anhelaba con profunda esperanza, era una necesidad de amor que jamás experimentó, el deber de guiar a la supervivencia.