El anticristo - Friedrich Nietzsche - E-Book

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Friedrich Nietzsche

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Beschreibung

El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo (Der Antichrist, Fluch auf das Christentum) es una de las últimas obras del filósofo alemán Friedrich Nietzsche publicado en 1895. Aunque fue escrito en 1888, su controversial contenido hizo que Franz Overbeck y Heinrich Köselitz retrasaran su publicación, junto con Ecce Homo. El título original puede traducirse "El Anticristo" y "El Anticristiano". Dado el contexto presente en el libro, el título probablemente sugiere ambos sentidos. Además, el libro critica conceptos más amplios como el igualitarismo y la democracia, a los cuales ve como consecuencias persistentes de los ideales cristianos.

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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Friedrich Nietzsche

EL ANTICRISTO

1

Mirémonos cara a cara. Somos hiperbóreos; sabemos perfectamente bien hasta qué punto vivimos aparte. “Ni por mar ni por tierra encontrarás un camino que conduzca a los hiperbóreos”; ya Píndaro supo esto, mucho antes que nosotros. Más allá del Norte, del hielo, de la muerte; nuestra vida, nuestra felicidad... Hemos descubierto la felicidad, conocemos el camino, hemos encoritrado la manera de superar milenios enteros de laberinto. ¿Quién más la ha encontrado? ¿El hombre moderno acaso? “Estoy completamente desorientado, soy todo lo que está completamente desorientado”, así se lamenta el hombre moderno... De este modernismo estábamos aquejados; de la paz ambigua, de la transacción cobarde, de toda la ambigüedad virtuosa del moderno sí y no. Esta tolerancia y largeur del corazón que todo lo “perdona” porque todo lo “comprende” se convierte en sirocco para nosotros. ¡Más vale vivir entre ventisqueros que entre las virtudes modernas y demás vientos del Sur!... Éramos demasiado valientes, no teníamos contemplaciones para nosotros ni para los demás; pero durante largo tiempo no sabíamos encauzar nuestra valentía. Nos volvimos sombríos y se nos llamó fatalistas. Nuestro fatum era la plenitud, la tensión, la acumulación de las energías. Ansiábamos el rayo y la acción; de lo que siempre más alejados nos manteníamos era de la felicidad de los débiles, de la “resignación”... Nuestro ambiente era tormentoso; la Naturaleza en que consistimos se oscurecía, pues no teníamos un camino. La fórmula de nuestra felicidad: un sí, un no, una recta, una meta...

2

¿Qué es bueno? Todo lo que acrecienta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo.

¿Qué es malo? Todo lo que proviene de la debilidad.

¿Qué es felicidad? La conciencia de que se acrecienta el poder; que queda superada una resistencia.

No contento, sino aumento de poder; no paz, sino guerra; no virtud, sino aptitud (virtud al estilo renacentista, virtù, virtud carente de moralina).

Los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se les debe ayudar a perecer.

¿Qué es más perjudicial que cualquier vicio? La compasión activa con todos los débiles y malogrados; el cristianismo...

3

El problema que así planteo no es: qué ha de reemplazar a la humanidad en la sucesión de los seres (el hombre es un fin), sino qué tipo humano debe ser desarrollado, potenciado, entendido como tipo superior, más digno de vivir, más dueño de porvenir.

Este tipo humano superior se ha dado ya con harta frecuencia, pero como golpe de fortuna, excepción, nunca como algo pretendido. Antes al contrario, precisamente el ha sido el mas temido, era casi la encarnación de lo terrible; y como producto de este temor ha sido pretendido, desarrollado y alcanzado el tipo opuesto: el animal doméstico, el hombre rebaño, el animal enfermo “hombre”; el cristiano...

4

La humanidad no supone una evolución hacia un tipo mejor, más fuerte o más elevado, en la forma como se lo cree hoy día. El “progreso” no es más que una noción moderna, vale decir, una noción errónea. El europeo de ahora es muy inferior al europeo del Renacimiento; la evolución no significa en modo alguno y necesariamente acrecentamiento, elevación, potenciación.

En un sentido distinto cuajan constantemente en los más diversos puntos del globo y en el seno de las más diversas culturas, casos particulares en los que se manifiesta en efecto un tipo superior: un ser que en comparación con la humanidad en su conjunto viene a ser algo así como un superhombre. Tales casos excepcionales siempre han sido posibles y acaso lo serán siempre. Y linajes, pueblos enteros pueden encarnar eventualmente tal golpe de fortuna.

5

No es posible adornar y engalanar al cristianismo; ha librado una guerra a muerte contra este tipo humano superior, ha execrado todos los instintos básicos del mismo y extraído de dichos instintos el mal, al Maligno: al hombre pletórico domo el hombre típicamente reprobable, como el “réprobo”. El cristianismo ha encarnado, la defensa de todos los débiles, bajos y malogrados; ha hecho un ideal del repudio de los instintos de conservación de la vida pletórica; ha echado a perder hasta la razón inherente a los hombres intelectuales más potentes, enseñando a sentir los más altos valores de la espiritualidad como pecado, extravío y tentación. El ejemplo más deplorable es la ruina de Pascal; quien creía que su razón estaba corrompida por el pecado original, cuando en realidad estaba corrompida por el cristianismo.

6

¡Espectáculo doloroso, pavoroso, el que se me ha revelado! Descorrí el velo de la corrupción del hombre. Esta palabra, en mis labios, está por lo menos al abrigo de una sospecha: la de que comporte una acusación moral contra el hombre. Está entendida insisto en este tema- carente de moralina; y esto hasta el punto que para mí esta corrupción se hace más patente precisamente allí donde en forma más consciente se ha aspirado a la “virtud” a la “divinidad”. Como se ve, yo entiendo la corrupción como décadence; sostengo que todos los valores en los que la humanidad sintetiza ahora su aspiración suprema son valores de la décadence.

Se me antoja corrupto el animal, la especie, el individuo que pierde sus instintos; que elige, prefiere, lo que no le conviene. La historia de los “sentimientos sublimes”, de los “ideales de la humanidad” y es posible que yo tenga que contarla sería, casi, también la explicación del porqué de la corrupción del hombre. La vida se me aparece como instinto de crecimiento, de supervivencia, de acumulación de fuerzas, de poder; donde falta la voluntad de poder, aparece la decadencia. Afirmo que en todos los más altos valores de la humanidad falta esta voluntad; que bajo los nombres más sagrados imperan valores de la decadencia, valores nihilistas.

7

Se llama al cristianismo la religión de la compasión. La compasión es contraria a los efectos tónicos que acrecientan la energía del sentimiento vital; surte un efecto depresivo. Quien se compadece pierde fuerza. La compasión agrava y multiplica la pérdida de fuerza que el sufrimiento determina en la vida. El sufrimiento mismo se hace contagioso por obra de la compasión; ésta es susceptible de causar una pérdida total en vida y energía vital absurdamente desproporcionada a la cantidad de la causa (el caso de la muerte del Nazareno). Tal es el primer punto de vista; mas hay otro aún más importante. Si se juzga la compasión por el valor de las reacciones que suele provocar, se hace más evidente su carácter antivital. Hablando en términos generales, la compasión atenta contra la ley de la evolución, que es la ley de la selección. Preserva lo que debiera perecer; lucha en favor de los desheredados y condenados de la vida; por la multitud de lo malogrado de toda índole que retiene en la vida, da a la vida misma un aspecto sombrío y problemático. Se ha osado llamar a la compasión una virtud (en toda moral aritocrática se la tiene por una debilidad); se ha llegado hasta a hacer de ella la virtud, raíz y origen de toda virtud; claro que y he aquí una circunstancia que siempre debe tenerse presente desde el punto de vista de una filosofía que era nihilista, cuyo lema era la negación de la vida. Schopenhauer tuvo en esto razón: por la compasión de la vida se niega, se hace más digna de ser negada; la compasión es la práctica del nihilismo. Este instinto depresivo y contagioso, repito, es contrario a los instintos tendentes a la preservación y la potenciación de la vida; es como multiplicador de la miseria y preservador de todo lo miserable, un instrumento principal para el acrecentamiento de la décadence; ¡la compasión seduce a la nada!... Claro que no se dice “la nada”, sino “más allá”, o “Dios”, o “la vida verdadera”, o “nirvana, redención, bienaventuranza”... Esta retórica inocente del reino de la idiosincrasia religioso moral aparece al momento mucho menos inocente si se comprende cuál es la tendencia que aquí se envuelve en el manto de las palabras sublimes: la tendencia antivital. Schopenhauer era un enemigo de la vida; por esto la compasión se le apareció como una virtud... Aristóteles, como es sabido, definió la compasión como estado morboso y peligroso que convenía combatir de vez en cuando mediante una purga; entendió la tragedia como purgante. Desde el punto de vista del instinto vital, debiera buscarse, en efecto, un medio para punzar tal acumulación morbosa y peligrosa de la compasión como la representa el caso Schopenhauer (y, desgraciadamente, toda nuestra décadence literaria y artística, desde San Petersburgo hasta París, desde Tolstoi hasta Wagner); para que reviente... Nada hay tan malsano, en medio de nuestro modernismo malsano, como la compasión cristiana. Ser en este caso médico, mostrarse implacable, empuñar el bisturí, es propio de nosotros; ¡tal es nuestro amor a los hombres, con esto somos nosotros filósofos, nosotros los hiperbóreos!

8

Es necesario decir a quién consideramos nuestro antípoda: a los teólogos y todo aquel por cuyas venas corre sangre de teólogo; a toda nuestra filosofía... Hay que haber visto de cerca la fatalidad, aún mejor, haberla experimentado en propia carne, haber estado en trance de sucumbir a ella, para dejarse de bromas en esta cuestión (el libre pensamiento de nuestros señores naturalistas y fisiólogos es a mi entender una broma; les falta la pasión en estas cosas, no sufren por ellas). Ese emponzoñamiento va mucho más lejos de lo que se cree; he encontrado el instinto de teólogo de la “soberbia” en todas partes donde el hombre se siente hoy “idealista”, donde en virtud de un presunto origen superior se arroga el derecho de adoptar ante la realidad una actitud de superioridad y distanciamiento... El idealista, como el sacerdote, tiene todos los grandes conceptos en la mano (¡y no solamente en la mano!) y con desprecio condescendiente los opone a la “razón”, los “sentidos”, los “honores”, el “bienestar” y la “ciencia”; todo esto lo considera inferior, como fuerzas perjudiciales y seductoras sobre las cuales flota el “espíritu” en estricta autonomía; como si la humildad, la castidad, la pobreza, en una palabra: la santidad, no hubiese causado hasta ahora a la vida un daño infinitamente más grande que cualquier cataclismo y vicio... El espíritu puro es pura mentira... Mientras el sacerdote, este negador, detractor y envenenador profesional de la vida, sea tenido por un tipo humano superior, no hay respuesta a la pregunta ¿qué es verdad? Se ha puesto la verdad patas arriba si el abogado consciente de la nada y de la negación es tenido por el representante de la “verdad”...

9

Yo combato este instinto de teólogo; he encontrado su rastro en todas partes. Quien tiene en las venas sangre de teólogo adopta desde un principio una actitud torcida y mendaz ante todas las cosas. El pathos derivado de ella se llama fe: cerrar los ojos de una vez por todas ante sí mismo, para no sufrir el aspecto de la falsía incurable. Se hace una moral, una virtud, una santidad de esta óptica deficiente, relativa a todas las cosas; se vincula la conciencia tranquila con la perspectiva torcida; se exige que ninguna óptica diferente pueda tener ya valor, tras haber hecho sacrosanta la suya propia con los nombres de “Dios”, “redención” y “eterna bienaventuranza”. He sacado a luz por doquier el instinto de teólogo; es la modalidad más difundida, la propiamente solapada, de la falsía. Lo que un teólogo siente como verdadero no puede por menos de ser falso; casi pudiera decirse que se trata de un criterio de la verdad. Su más soterrado instinto de conservación prohíbe que la realidad sea verdadera, ni siquiera pueda manifestarse, en punto alguno. Hasta donde alcanza la influencia de los teólogos está puesto al revés el juicio de valor, están invertidos, por fuerza, los conceptos “verdadero” y “falso”; lo más perjudicial para la vida se llama aquí “verdadero” y lo que eleva, acrecienta, afirma, justifica y exalta la vida se llama “falso”... Dondequiera que veamos a teólogos extender la mano, a través de la “conciencia” de los príncipes (o de los pueblos), hacia el poder, no dudemos de que en definitiva es la voluntad antivital, la voluntad nihilista, la que aspira a dominar y la que se encuentra en juego...

10

Entre alemanes se comprende en seguida si digo que la filosofía está corrompida por la sangre de teólogo. El pastor protestante es el abuelo de la filosofía alemana y el protestantismo mismo es su pecado original. Definición del protestantismo: la hemiplejía del cristianismo y de la razón... Basta pronunciar la palabra “Seminario de Tubinga” para comprender qué cosa es, en definitiva, la filosofía alemana: una teología pérfida... El suabo es el mentiroso número uno en Alemania; miente con todo candor... ¿Cuál es la causa del regocijo que el advenimiento de Kant provocó en el mundo de los eruditos alemanes, cuyas tres cuartas partes se componen de hijos de pastores y maestros? ¿Cuál es la causa de la convicción alemana, que todavía halla eco, de que a partir de Kant las cosas andan mejor? El instinto de teólogo agazapado en el erudito alemán adivinó lo que volvía a ser posible... Estaba abierto un camino por donde retornar subrepticiamente al antiguo ideal; el concepto “mundo verdadero” y el concepto de la moral como esencia del mundo (¡los dos errores mas perniciosos que existen!), gracias a un escepticismo listo y ladino volvían a ser, ya que no demostrables, sí irrefutables... La razón, el derecho de la razón, había decretado Kant, no alcanza tan lejos... Se había hecho de la realidad una “apariencia”; se había hecho de un mundo enteramente ficticio, el del Ser, la realidad... El éxito de Kant no es más que el éxito de un teólogo; Kant, como Lutero, como Leibniz, fue una cortapisa más de la probidad alemana, demasiado floja de suyo.

11

Diré aún dos palabras contra el moralista Kant. Toda virtud debe ser la propia invención de uno, la íntima defensa y necesidad de uno; en cualquier otro sentido sólo es un peligro. Lo que no está condicionado por nuestra vida, la perjudica; cualquier virtud practicada nada más que por respeto al concepto “virtud”, como lo postulaba Kant, es perjudicial. La “virtud”, el “deber”, el “bien en sí”, el bien impersonal y universal; todo esto son quimeras en las que se expresa la decadencia, la debilidad última de la vida, lo chinesco a la königsberguiana. Las más fundamentales leyes de conservación y crecimiento prescriben justamente lo contrario: que cada cual debe inventarse su propia virtud, su propio imperativo categórico. Un pueblo sucumbe si confunde su específico deber con el deber en sí. Nada arruina de manera tan profunda a íntima cualquier deber “impersonal”, cualquier sacrificio en aras del Moloc de la abstracción. ¡Cómo no se sintió el imperativo categórico de Kant como un peligro mortal!... ¡El instinto de teólogo llevó a cabo su defensa! Un acto impuesto por el instinto de la vida tiene en el placer que genera la prueba de que es un acto justo; sin embargo, ese nihilista de entrañas cristiano dogmáticas entendía el placer como objeción... ¿Qué arruina tan rápidamente como trabajar, pensar y sentir sin que medie una necesidad interior, una vocación hondamente personal, un placer?, ¿cómo autómata del “deber”? Tal cosa es nada menos [...]