El arte de ser feliz - Arthur Schopenhauer - E-Book

El arte de ser feliz E-Book

Arthur Schopenhauer

0,0

Beschreibung

50 buenos consejos sobre las felicidad del maestro del pesimismo. A partir de la convicción pesimista de que la vida de los seres humanos oscila entre el dolor y el aburrimiento y que, en consecuencia, este mundo no es otra cosa que un valle de lagrimas, Schopenhauer se vale del ingenio humano y la prudencia práctica para encontrar reglas de conducta y de vida que nos ayuden a evitar las penurias y golpes del destino, con la esperanza de que, si bien la felicidad absoluta es inalcanzable, podamos llegar a esa felicidad relativa que consiste en la ausencia de dolor.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 100

Veröffentlichungsjahr: 2018

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Arthur Schopenhauer

El arte de ser feliz

o Eudemonología

Ilustraciones de Elena Ferrándiz

EL ARTE DE SER FELIZ

La sabiduría de la vida entendida como doctrina bien podría ser sinónimo del eudemonismo.1 Debería enseñar a vivir de la manera más feliz posible y resolver esta tarea sin más entre dos limitaciones: sin tener una mentalidad estoica y sin aparentar maquiavelismo. La primera, el camino de la renuncia y la austeridad, no es factible porque la ciencia está pensada para el hombre corriente, y este es demasiado voluntarioso (vulgarmente sensual) como para querer buscar su felicidad por ese camino; la segunda, el maquiavelismo, es decir, la máxima de alcanzar la felicidad a costa de la de todos los demás, tampoco, porque precisamente en el hombre corriente no debe presuponerse la inteligencia necesaria para ello.

Así pues, el ámbito del eudemonismo estaría entre el del estoicismo y el del maquiavelismo, considerando ambos extremos como caminos ciertamente más breves, pero, sin embargo, vetados a tal fin; así enseñaría cómo puede uno vivir de la manera más feliz posible, sin grandes renuncias y sin tener que superarse a sí mismo, y sin considerar a los otros más que como posibles medios para sus fines.

A la cabeza estaría la afirmación de que una felicidad absoluta y positiva no es posible, sino que tan solo se puede esperar un estado comparativamente menos doloroso. Comprender esto puede contribuir en mucho a que seamos partícipes del bienestar que la vida permite. Además también de que los medios para conseguirlo están en nuestro poder en una proporción muy pequeña: τὰ μὲν ἐφ’ἡμῖν [«lo que está en nuestro poder»].

Así pues, se dividiría en dos partes:

1) Reglas para nuestra actitud para con nosotros mismos.

2) Para nuestra actitud para con otras personas.

Antes de hacer esta división en dos partes, habría que definir aún con más detalle la finalidad, es decir, aclarar en qué consistiría la felicidad humana que hemos definido como posible y qué le es esencial.

En primer lugar un espíritu alegre, εὐκολία, un temperamento feliz, que determina la capacidad para el sufrimiento y las alegrías.

Después de esto, un cuerpo sano, lo cual depende directamente de lo anterior y es prácticamente una condición inevitable.

En tercer lugar, tranquilidad de ánimo.

Πολλῷ τὸ φρονεῖν εὐδαιμονίας πρῶτον ὑπάρχει [«Ser razonable constituye la parte principal de la felicidad», Sófocles, Antígona, 1328 (vv. 1347-1348)]. Ἐν τῷ φρονεῖν γὰρ μηδὲν ἥδίστοϛ βίος [«La vida más agradable es la de la inconsciencia», Sófocles, Áyax, 550 (v. 554)].

En cuarto lugar, bienes materiales en una medida muy reducida, teniendo en cuenta la división de Epicuro en

1) Bienes naturales y necesarios.

2) Naturales y no necesarios.

3) Ni naturales ni necesarios.

En las dos partes antes mencionadas solo se debería enseñar cómo se alcanza todo esto (lo mejor lo hace siempre la naturaleza, aunque solo en aquellas cosas que dependen de nosotros). Ello se hace realidad gracias al establecimiento de unas reglas para la vida: pero estas no deberían sucederse pêle mêle,2 sino que habrían de situarse bajo rúbricas, cada una de las cuales tendría a su vez sus subapartados, lo cual no deja de ser complicado, y no conozco ningún trabajo previo al respecto. Por eso, lo mejor es anotar las reglas de este tipo primero tal como se nos ocurran, y luego rubricarlas y clasificarlas.

Regla número 1

Todos hemos nacido en Arcadia, es decir, entramos en el mundo repletos de ansias de felicidad y de placer, y conservamos la insensata esperanza de imponerlas hasta que el destino nos atrapa bruscamente y nos demuestra que nada es nuestro, sino que todo es suyo, porque tiene un derecho indiscutible no solo a todas nuestras propiedades y pertenencias, sino a nuestros brazos y piernas, ojos y orejas, incluso a la nariz que está en medio de nuestro rostro. Luego viene la experiencia y nos enseña que la felicidad y el placer son simples quimeras que una ilusión nos muestra a lo lejos, y que, por el contrario, el sufrimiento y el dolor son reales, que se presentan de inmediato, sin necesidad de la ilusión ni de la esperanza. Si su doctrina fructifica, entonces cesamos de buscar la felicidad y el placer, y tan solo pensamos en escapar en lo posible del dolor y el sufrimiento. Οὑ τὸ ἡδύ, ἀλλὰ τὸ ἄλυπον διώκει ὁ φρόνιμος [«El que es inteligente no aspira al placer, sino a la ausencia de dolor», Aristóteles, Ética a Nicómaco, VII, 11, 1152 b 15]. Entendemos que lo mejor que se puede encontrar en el mundo es un presente indoloro, tranquilo y soportable: si lo conseguimos, sabremos apreciarlo y nos cuidaremos bien de no echarlo a perder anhelando sin cesar alegrías imaginarias o angustiándonos por un futuro siempre incierto, que, por mucho que peleemos, está por completo en manos del destino. Sobre esta cuestión: ¿por qué habría de ser una locura estar siempre preocupándose de disfrutar en lo posible el presente, lo único seguro, en cuanto que toda la vida no es más que un pedazo algo mayor del presente y, como tal, completamente pasajera? Véase al respecto la regla número 14.

Regla número 2

Evitar la envidia: Nunquam feliz eris, dum te torquebit felicilior [«Jamás serás feliz si te atormenta que otro lo sea más», Séneca, De ira, III, 30]. Cum cogitaveris quot te antecedant, respice quot sequantur [«Si alguna vez piensas en los que van por delante de ti, piensa en cuántos te siguen», Séneca, Epístolas a Lucilio, 15, 10]. Véase regla número 27.

Nada hay más implacable y cruel que la envidia y, sin embargo, ¡no dejamos de esforzarnos en suscitarla!

Regla número 3.

Carácter adquirido

(p. 436 de la obra)3

Además del carácter inteligible y el empírico, hay que mencionar todavía un tercero, diferente de ambos: el carácter adquirido, que se obtiene a lo largo de la vida con la experiencia en el mundo y del que se habla cuando se elogia a alguien como persona que tiene carácter o se le critica por no tenerlo. Claro que se podría pensar que, como el carácter empírico, cual manifestación del inteligible, es invariable y, como todo fenómeno de la naturaleza, consecuente en sí mismo, este debería mostrarse siempre igual a sí y ser consecuente, y que por ello no necesitaría adquirir un carácter de manera artificial, utilizando la experiencia y la reflexión. Pero no es así, y aunque uno siempre es la misma persona, no siempre nos comprendemos a nosotros mismos, sino que a menudo nos equivocamos hasta haber adquirido en cierto grado el verdadero conocimiento de uno mismo. El carácter empírico, cual mero impulso natural, es en sí irracional; es más, la razón llega incluso a perturbar sus manifestaciones, y tanto más cuanto mayor es la sensatez y la fuerza del pensamiento del individuo. Porque ambas le muestran siempre lo que corresponde al ser humano en cuanto que carácter propio de su especie y aquello de lo que puede hacer por voluntad y por propio rendimiento. Pero esto le dificulta la comprensión de lo que, conforme a su individualidad, quiere y puede hacer él solo dentro de todo el conjunto. En su interior encuentra la predisposición para los más diversos anhelos y esfuerzos humanos, pero, sin experiencia, las diferentes graduaciones de tal predisposición no le resultan claras en su individualidad, y si recurre a los esfuerzos que cuadran únicamente con su carácter, entonces sentirá, especialmente en momentos y en estados de ánimo determinados, el estímulo para llevar a cabo justo lo contrario, cosa que los hace, en definitiva, irreconciliables entre sí, y tendrá que reprimirlos por completo si quiere dedicarse a los primeros sin que nada lo perturbe. Porque igual que nuestro camino físico en la tierra no es más que una línea y no una superficie, en la vida, si queremos alcanzar y poseer una cosa debemos dejar infinitas otras a diestra y siniestra, renunciando a ellas. Pero si no podemos decidirnos, sino que, igual que los niños en la feria, echamos mano a todo lo que nos atrae al pasar, estamos haciendo el esfuerzo equivocado por convertir la línea de nuestro camino en una superficie, pues entonces correremos en zigzag, deambularemos sin rumbo cual fuegos fatuos y no llegaremos a nada. O, para utilizar otra comparación, igual que en la doctrina jurídica de Hobbes, en principio todos tienen derecho a todas las cosas, pero a ninguna en exclusiva, aunque uno sí puede conseguir cosas aisladas renunciando a su derecho a todas las demás, mientras que los otros hacen lo mismo teniendo en cuenta lo que él ha elegido: justamente esto es lo que ocurre en la vida, donde solo podemos perseguir con seriedad y fortuna una única aspiración, ya sea placer, honor, riqueza, conocimiento, arte o virtud, si renunciamos a las exigencias que le son ajenas, y a todo lo demás. Por eso la mera voluntad, y también la mera capacidad, no son en sí suficientes, sino que un hombre también debe saber lo que quiere y saber lo que es capaz de hacer: solo de esta manera saldrá a la luz su carácter y solo entonces podrá llevar a cabo algo adecuado. No obstante, antes de llegar hasta ese punto, y dejando a un lado las consecuencias naturales del carácter empírico, el individuo carece de carácter y, aunque en conjunto debe permanecer fiel a sí mismo y recorrer su camino, se ve atraído por su voz interior, de manera que no describirá una línea recta, sino una temblorosa y desigual, vacilará, se desviará, retornará, se causará a sí mismo penas y dolor, todo ello porque, tanto en lo grande como en lo pequeño, ve ante sí tantas cosas como el hombre puede hacer y alcanzar, y, sin embargo, no sabe cuál de ellas es la única adecuada al hombre y que este pueda realizar, es más, que solo él pueda disfrutar. De ahí que envidie a más de uno por una situación y unas circunstancias que resultan apropiadas solo al carácter de este y no al suyo, y con las que se sentiría desdichado y ni siquiera sería capaz de soportarlo. Pues igual que el pez solo se siente bien en el agua, el pájaro en el aire o el topo bajo la tierra, el ser humano lo está en la atmósfera que le resulta adecuada, del mismo modo que el aire de la corte no puede respirarlo cualquiera. Por carecer de suficiente visión para todo ello, alguno hará intentos diversos que fracasarán, en algunos casos forzarán su carácter, y en conjunto volverán a ceder ante él, y lo que hayan conseguido con tanto esfuerzo contra su naturaleza no les dará ningún placer; lo que aprendan de ese modo permanecerá inerte, es más, incluso desde el punto de vista ético una acción demasiado noble para su carácter, surgida no de un impulso puro, inmediato, sino de un concepto, de un dogma, perderá todo su mérito, incluso a sus propios ojos, por el arrepentimiento egoísta que le sobrevendría después. Velle non discitur [«La voluntad no se puede aprender», Séneca, Epístolas a Lucilio,