El arte de sobrevivir - Arthur Schopenhauer - E-Book

El arte de sobrevivir E-Book

Arthur Schopenhauer

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Beschreibung

Obra editada por Ernst Ziegler. En la obra de Arthur Schopenhauer, pensador misántropo y pesimista denostado por sus amargas invectivas, el lector no encontrará cándidos pensamientos con los que acompañar plácidamente el paso de los días. Sin embargo, se equivocará si busca en el autor tan solo una amarga visión de la vida, severos diagnósticos sobre la época que le tocó vivir o incluso, en último término, una exhortación al suicidio. Como muestra la presente selección de textos, a cargo de Ernst Ziegler, lo que brota de su pensamiento es la convicción de que debemos comenzar a vivir de nuevo cada día, pues resulta todo un arte permanecer con vida. "La única forma de existencia es el momento presente, que es también la posesión más segura, aquella que nadie nos podrá arrebatar jamás." Arthur Schopenhauer

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Seitenzahl: 151

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Arthur Schopenhauer

EL ARTE DE SOBREVIVIR

Editado porErnst Ziegler

Traducción deJosé Antonio Molina Gómez

Herder

www.herdereditorial.com

Portada

Título original: Die Kunst, am Leben zu bleiben

Traducción: José Antonio Molina Gómez

Diseño de la cubierta: Dani Sanchis

Maquetación electrónica: Manuel Rodríguez

© 2011, Verlag C.H. Beck oHG, Múnich

© 2013, Herder Editorial, S.L., Barcelona

© 2013, de la presente edición, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-2908-8

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

www.herdereditorial.com

Créditos

Mariae meae uxori optimae

ÍNDICE

Introducción a cargo de Ernst Ziegler

DE LAS DIFERENCIAS ENTRE LAS DISTINTAS EDADES DE LA VIDA

ANTOLOGÍA

La definición de la vida

El objetivo de la vida

La duración de la vida

El curso de la vida

El momento presente

El apego a la vida

El ajetreo en la vida

El goce

La felicidad

La mascarada

La vida es sueño

La buena vida

La insipidez de la vida

El sufrimiento

La vida y la muerte

Notas

Fuentes y bibliografía

INTRODUCCIÓN

Valoraba que sus escritos

fueran leídos por diletantes

y, a la manera propia de ellos,

con entusiasmo.

Wilhelm Gwinner

Arthur Schopenhauer, un pesimista bendecido por el destino, afirmaba que la vida no era propiamente para «saborearla, sino para soportarla y anularla», y la veía como algo que «está mejor detrás que delante de nosotros».1 ¡Pero ciertamente, la vida de este gran filósofo no era en absoluto tan mala!

Su madre, Johanna Schopenhauer (1766-1838), le escribió en marzo de 1807, cuando Arthur contaba 19 años:

El hecho de que no te sientes a gusto en el mundo y en tu propia piel me asustaría si no supiera que eso le pasa a cualquier chico de tu edad a quien la naturaleza no lo haya destinado de por sí a ser insensible. Pronto te sincerarás contigo mismo y entonces el mundo será de tu agrado, con tal de que sepas mantenerte en paz. Desde luego, mi querido y pobre Arthur, para ti desde tu aislada posición, la transición a la vida real te resultará más difícil que a otros; quizá sea yo la única persona que te entiende y que podría escucharte con paciencia, darte consejos y consolarte; pero precisamente te hago falta ahora cuando más necesitarías a alguien a quien pudieras dirigirte con plena confianza; pero eso no se puede remediar, ten paciencia, vendrán días más hermosos. Precisamente en el momento que estás viviendo, querido Arthur, el colorido mundo infantil, la primavera de la vida, se desvanece; en el nuevo mundo que se abre ante ti aún no sabes orientarte, vacilas y no sabes muy bien a qué lugar perteneces. Todo eso cambiará, tu malestar desaparecerá y vivirás alegre y con ganas.2

Sobre la vida de Schopenhauer podemos conocer detalles gracias a las cartas que su madre y su hermana Adele (Louise Adelaide Lavinia, 1797-1849) le escribieron y que se han conservado. En marzo de 1832, su madre, Johanna, preguntaba a su hijo:

Tu enfermedad me preocupa; te pido, por favor, que te cuides. Por cierto, ¿en qué consiste tu malestar? ¡El pelo canoso! ¡Una barba larga! No puedo imaginarte así. Además, lo primero no será tan grave y lo segundo tiene fácil remedio.3

Ya las cartas tempranas de la madre ilustran el carácter de Schopenhauer y aún más las que redactó a partir de aproximadamente 1830 y que han llegado hasta nosotros; así, por ejemplo, le escribe el 1 de marzo de 1832: «No te enfurezcas y no tomes ninguna decisión grave precipitadamente que me obligue a dejarte en la estacada».4 Se alegra de que su hijo sea ahora «lo bastante justo» con ella y a la vez se siente inquieta por su «lúgubre fantasía».5 El 20 de marzo de 1832 –Schopenhauer tiene 44 años y vive en Frankfurt– su madre le escribe: «Todo lo que me cuentas sobre tu salud, tu miedo a la gente y tu siniestro estado de ánimo me intranquiliza mucho más de lo que pueda y deba decirte, ya sabes por qué».6 (La madre pensaba probablemente en su marido y tenía miedo de que su hijo, al igual que había hecho el padre, pudiera llegar a quitarse la vida.)7 En abril de 1832, menciona «la irritación contra los hombres» que sentía Schopenhauer, así como su naturaleza sombría y suspicaz.8 De nuevo en 1835, escribe sobre el «carácter espantosamente desconfiado» de su hijo.9

Por lo demás, la correspondencia con la madre y la hermana, reiniciada en enero de 1832, trata sobre todo acerca de cuestiones de bienes y dinero, así como de asuntos de la herencia: ingresos, temas relacionados con Ohra,[1] como sus réditos y diezmos, arrendamientos, pactos enfitéuticos, etcétera.

Schopenhauer se establece definitivamente en 1833 en el «chismoso» Frankfurt del Meno, donde pretende quedarse hasta el fin de sus días.10 «El clima, la región así como también el teatro y pequeñas comodidades son aquí incomparablemente mejores que en Mannheim; la compañía, en cambio, incomparablemente peor; pero vivo como un anacoreta, entregado total y exclusivamente a mis estudios y mi labor», informa a finales de mayo de 1835 a Carl Wilhelm Labes.11 Y en diciembre de 1835 cuenta a su hermana que lleva ya cinco meses trabajando de tres a cuatro horas diarias en un pequeño tratado (Sobre la voluntad en la naturaleza) y que le gustaba el Meno «porque atiendo solo a la naturaleza, al clima, a los precios módicos y a comodidades: Frankfurt es a confortable place; los hombres no significan nada para mí, en ninguna parte».12 En enero de 1838 escribe a su primo Carl W. Labes:

Además, para los frankfurtenses Frankfurt es el mundo, lo que se halla fuera de su ciudad está fuera del mundo. Es una pequeña y cateta nación de abderitas, rígida, intrínsecamente bruta y engreída como municipio, a la que no me acerco de buena gana. Vivo como un anacoreta y únicamente para mi ciencia.13

Desde 1843 Schopenhauer ocupa a orillas del Meno, cerca de la biblioteca municipal, en una majestuosa casa de la calle Schöne Aussicht [Bella Vista] (primero en el número 17, después en el 16), una espaciosa vivienda con una habitación para los libros «con casi 1 400 obras», a saber, alrededor de 3 000 volúmenes.14 Tras la muerte de la madre, el 16 de abril de 1838, Adele continúa escribiendo a su hermano. En estas cartas, que según su propio juicio son frecuentemente «oscuras y confusas» y bastante aburridas, se trata casi siempre de asuntos de «negocios», de sus largas enfermedades, sus baños terapéuticos, así como de míseras menudencias (por ejemplo, el franqueo de cartas).15 Estas cartas huelen a «soltería»; según Arthur, Adele escribe «del todo a modo de las viejas solteronas».16 Pese a ello, encontramos en las misivas preciosos testimonios de la vida del filósofo.

Adele comienza a leer las obras de su hermano: «Tu libro se está leyendo aquí, y entre los entendidos se habla con reconocimiento de él», le comunica en octubre de 1837.17 Se refiere al «pequeño tratado» Sobre la voluntad en la naturaleza, que había aparecido en 1836 en Frankfurt del Meno.18 En marzo de 1839 Adele se alegra de lo que Arthur le cuenta sobre su «victoria en el certamen». Se trata del «escrito galardonado Sobre la libertad de la voluntad», que es premiado por la Real Sociedad Noruega de las Ciencias en Drontheim, el 26 de enero de 1839.19

En verano de 1840, Schopenhauer se ve aquejado de fuertes dolores de oído; sobre esto le escribe Adele el 19 de julio:

Tu desconfianza te sume en la miseria, y eso me causa más pena aún que tu enfermedad, la cual espero que pase; enfádate lo menos posible, eso es lo que más perjudica.20

En noviembre de 1840, Adele sentía «mucha curiosidad» por los escritos galardonados de su hermano sobre Los dos problemas fundamentales de la ética, que se publicaron en 1841 en Frankfurt del Meno. Esperaba poder entenderlos, ya que había «leído mucho sobre la materia». En diciembre tenía el libro ya entre las manos y dio las gracias a su hermano.21 En su carta del 17 de abril de 1841, escribió desde Jena a Frankfurt diciendo que lo había leído «con gran interés» y que le comunicaría «todas sus opiniones al respecto» (a las cuales Schopenhauer siempre otorgaba gran valor). Esta hermosa carta contiene una exhaustiva toma de postura:

Puesto que no me gusta Hegel, el prólogo me ha divertido mucho, si bien me gustaría que fueras un poco menos sarcástico. No deja de sorprender que los hombres sabios en Alemania estén y permanezcan tan alejados de las ciencias naturales y que en nuestro país esta forma de conocimiento no constituya la base de la educación de la juventud. [...] Tu primer tratado versa sobre una materia que cada persona de mente sana e inteligente habrá abordado alguna vez, en la medida de sus fuerzas y capacidades. Has demostrado una eminente perspicacia en la forma de tratar el problema y no tengo nada que reprobarte. Cabe mencionar al respecto que, debido a mi prolongado estudio de Schlegel, conozco bien el panorama religioso de la India, todo lo bien que puede conocerse a través de libros ingleses sin llegar a ser un erudito, y me intereso mucho por ello. La doctrina agustiniana me ha disgustado siempre, y aún más desde que volví a encontrarla en Bonn bajo la forma de pietismo protestante. De manera que pude entenderte con facilidad. [...]

El segundo tratado me ha agradado sobremanera. Concuerda con todas las religiones, y muy exactamente con el cristianismo. Lo encuentro admirablemente bien escrito y desarrollado. Te estimo más gracias a tu libro. [...] Quisiera poder decirte cuánto he pensado en tu tratado, ¡pero para ello yo también debería escribir un libro! De manera que tan solo puedo decirte que agradezco tu regalo de todo corazón.22

Tras publicarse en julio de 1841 en el Deutsches Jahrbuch für Wissenschaftund Kunst [Anuario Alemán para las Ciencias y las Artes] una amplia recensión de Friedrich Wilhelm Carové con el pseudónimo de Spiritus Asper (espíritu áspero, desabrido, arisco) acerca de las obras de Schopenhauer Sobre la voluntad en la naturaleza y Los dos problemas fundamentales de la ética, Adele escribe a su hermano el 1 de noviembre: «Parece que has sido duramente atacado; yo no leo escritos semejantes, lo sé tan solo por lo que me han dicho».23

En marzo de 1844, Schopenhauer hace llegar a Jena un ejemplar de la segunda edición de El mundo como voluntad y representación para su hermana,24 ella lo recibe en junio y en agosto le escribe:

Tu ingenioso libro me ha gustado mucho, antes que nada por el estilo, la forma de escribir y su disposición; tu sistema ya lo conocía por haber leído el libro anterior [...] Los detalles han sido elaborados bella y cuidadosamente. De haber conocido tus observaciones con anterioridad, habría podido ayudarte a completarlas. Así, por ejemplo, las que versan sobre ¡la similitud congénita de lo corporal y lo intelectual! [...] Me ha alegrado encontrarte a ti en el campo que yo había labrado. (En lo tocante al amor sexual, has olvidado la simpatía entre las personas, en cuanto a las amistades también, o has hecho poca mención de ello, y la simpatía entre hombres y animales creo que no la tratas en absoluto.) (¡Después de todo, podrían escribirse otros diez tomos más!) Te doy las gracias de corazón, leo muy a menudo pasajes de tu libro. No causó tan mala impresión cuando hablé de él; al archiduque heredero, por ejemplo, en absoluto; le interesó mucho; en los últimos diez años, las personas se han acostumbrado a escuchar esas cosas y ya no las inquietan, y menos cuando se hace de forma científica; pero tampoco las conmueven íntimamente, pues las escuchan como si se tratara de cualquier otro sistema filosófico, ¡como la demostración de algo que no les afecta personalmente en nada! Esos fenómenos son muy divertidos. Leeré a menudo tu libro, aunque no puedo llevarlo conmigo. Muchas de las cosas que pienso sobre él no puedo escribirlas, ni otras decirlas, porque te conozco demasiado poco. En su conjunto, todas estas consideraciones no me resultaban extrañas en modo alguno; en parte las conocía por ti, en parte venían de mí misma y en parte las tenía por mis conversaciones con científicos. No todas eran idénticas a las mías, pero se dejaban combinar con ellas. De nuevo, te doy las más efusivas gracias.25

En agosto de 1843, escribe a su hermano, «bueno y gruñón»:

¡Ojalá, querido Arthur, tu trabajo no te permita nunca sentir la soledad, ojalá te llene y sostenga constantemente y te mantengas sano; sin esta enfermedad, mi talento me habría reservado lo mismo a mí!26

Junto al interés que Adele sentía por las obras de su hermano, también le preocupaban otras cosas como su «sordera» y una gripe que había tenido, preguntaba por su caniche y en 1841 se ofreció incluso a ayudarlo con sus consejos y su apoyo práctico «en la compra o distribución» de los muebles:

Espero de todo corazón que tu vida se esté desarrollando con un poco más de comodidad, que tengas muebles, también una sirvienta, etcétera. A tu edad, uno empieza a gustar de la comodidad, y aunque puedes vivir fácilmente todavía 30 años más, no alcanzo a ver por qué habrías de vivirlos de manera incómoda.27

A la contratación de una sirvienta apunta un escrito probablemente de 1832 y en cartas de 1855 se alude a un ama de llaves o una criada llamada Margarethe Schnepp. En su testamento de 1852, Schopenhauer lega «a su sirvienta una renta personal y la mayor parte de su mobiliario».28

Que Adele no considerara a su hermano competente en modo alguno para «asuntos de carácter cotidiano» lo prueba el pasaje de una carta del 20 de enero de 1844:

Te tengo por un pensador demasiado profundo, estoy por decir «demasiado sagrado» (pues te consagras a ello con una seriedad muy noble) como para que pueda esperar que vayas a hacerte cargo de los pequeños y miserables asuntos burgueses y pecuniarios como hace la gente más práctica. Por ello venero y honro siempre tu opinión, admiro tu espíritu, más aún tu penetrante entendimiento, a menudo incluso esa maravillosa poesía que surge adorablemente en tu modo de ver las cosas; pero en asuntos de carácter cotidiano, no te hago caso necesariamente, sino que pregunto a los entendidos. La prueba la tendrás con mi muerte, pues verás que he administrado sabiamente mi pequeño capital y que te lo dejaré aumentado.29

Semejantes comentarios no gustaron al hermano, que en su respuesta del 26 de enero escribió:

Tus afirmaciones contradicen tu opinión de que soy incompetente tanto para los asuntos prácticos como para los financieros: resulta que has olvidado cómo me he destacado ya en tales cosas y me he sabido desenvolver en practicis. Por las hermosas adulaciones que me has escrito, te obsequiaré con un ejemplar de mi voluminosa obra que aparecerá por Pascua.30

Con ello aludía a los asuntos de Frommann y Muhl, que se tratarán más adelante.

En octubre de 1842, Adele se alegró mucho de recibir un retrato de su hermano; seguramente, se trataba de aquel daguerrotipo del 3 de septiembre de 1842 donde el filósofo aparecía de medio cuerpo y con mirada sombría.31 A finales de 1842, Adele visitó a su hermano; el 24 de diciembre le dio las gracias por su «amable acogida».32 Sobre otras visitas mutuas de los hermanos no se tiene constancia alguna.

Adele Schopenhauer murió el 25 de agosto de 1849 de cáncer de útero en Bonn; ya no pudo leer la carta que su hermano le había mandado el día 23 del mismo mes:

Querida Adele:

He recibido la carta firmada por ti y me doy cuenta con gran dolor de que en tu lecho de enferma te ocupas de toda una serie de preocupaciones insignificantes, terrenales y ojalá completamente innecesarias. Si eso te tranquiliza, te aseguro que seguiré las indicaciones que me das en tu carta, en caso de que efectivamente, como decimos los budistas, tengas que migrar la existencia. Sin embargo, espero que aún no vaya a ocurrir esto; que el cielo te conceda fuerzas y te guarde es el fehaciente deseo de tu hermano.

Arthur Schopenhauer33

Durante años, Schopenhauer trabajó solo por las mañanas y no más de tres o cuatro horas: según comunicó a Arnold Brockhaus en 1858, desde hacía 25 años se atenía al precepto inquebrantable de «escribir algo destinado a la publicación tan solo durante las dos primeras horas de la mañana; pues únicamente entonces la cabeza está en plena forma. Las otras horas del día solo sirven para hacer consultas y lecturas de pasajes seleccionados y demás cosas».34

A la una, el filósofo solía ir a comer; a mediodía y a veces también por la noche comía en una fonda, más tarde y hasta su muerte en el Englischer Hof en la modalidad llamada table d’hôte (mesa compartida por huéspedes). Wilhelm Gwinner, que conoció a Schopenhauer personalmente en 1847, pero que no lo visitó hasta 1854 y luego lo trató a menudo, escribió que el filósofo había estado abonado toda su vida al restaurante sin haberse acostumbrado nunca a sus desventajas. «El ruido de los huéspedes, el golpeteo de los platos, los camareros torpes le desagradaban enormemente; al final, su sordera lo ayudó a soportarlo.»35 Por lo demás, amaba «los placeres de la mesa» y sabía «apreciar un buen vino».36 Sin embargo, parece que el vino lo alteraba con facilidad, «de manera que incluso ya con la segunda copa se animaba bastante». «Por la cerveza sentía una profunda aversión.»37 Se cuenta la siguiente anécdota sobre el Schopenhauer amante del vino:

Un día fue invitado a la casa del frankfurtés Rothschild. Delante de sus cubiertos, había una batería de copas de todos los tamaños. El filósofo se había comido dos platos de sopa de tortuga con gran placer y se había reclinado en su asiento cuando llegó el criado para servir la botella de vino. Rápidamente, Schopenhauer le presentó una de las copas pequeñas para el vino dulce. El sirviente le dijo: «La copa grande, por favor; la pequeña es para servir los delicados vinos generosos». «Sírvalo tranquilamente», susurró Schopenhauer, «la copa grande la necesito para cuando lleguen precisamente los vinos dulces.»38

Wilhelm Gwinner publicó en 1862 –dos años después de la muerte del filósofo– su libro sobre Arthur Schopenhauer a partir de su trato personal con él. En esta obra, que nos acerca a su modo de vida, nos refiere entre otras cosas lo siguiente: