El caballo amarillo - Boris Savinkov - E-Book

El caballo amarillo E-Book

Борис Савинков

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Boris Savinkov: dandi asesino, mujeriego letal, inspirador de Camus, escritor y terrorista ruso de altos vuelos. Su vida y peripecias parecen sacadas de una novela de espías. El caballo amarillo es el diario, la confesión de George O'Brien, trasunto del propio Savinkov, que prepara un atentado contra el gobernador general de Moscú, el Gran Duque Sergei Alexandrovich. George, antihéroe digno de las novelas de Dostoievski y nihilista redomado, planea el atentado minuciosamente mientras le atormentan los celos que siente por el marido de su amante. Política y misticismo, amor y sexo, escrúpulos y cinismo se combinan en esta novela para marcar las vidas de los cinco miembros del comando, a los que sólo puede parar la muerte, la horca o el suicidio.

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Seitenzahl: 192

Veröffentlichungsjahr: 2009

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El caballo amarillo

Boris Savinkov

Introducción del ruso y prólogo

a cargo de James y Marian Womack

Introducción

Ese burgués con una bomba en el bolsillo

por James Womack

Cuando los bolcheviques lo llevaron a juicio por actividades contra-revolucionarias, en concreto por colaborar con el servicio secreto británico para investigar al recién nacido estado soviético, a Boris Savinkov se le permitió pronunciar un discurso en su propia defensa. Era septiembre de 1924, y la revista Time difundió las primeras frases del mismo:

«No me asusta morir. Ya conozco la sentencia que me espera, pero no me importa. Yo soy Boris Savinkov, el que siempre jugó a ambos lados de la barrera; Boris Savinkov, revolucionario y amigo de revolucionarios, juzgado ahora por vuestro tribunal revolucionario».

«Boris Savinkov, el que siempre jugó a ambos lados de la barrera»: esta frase que parece casual resume de manera magistral la contradictoria vida del autor de este libro.Durante su sorprendentemente exitosa carrera como terrorista revolucionario, Savinkov demostró su habilidad para mantener a la vez alianzas con facciones contrapuestas ideológicamente. Su negativa a identificarse de forma absoluta con una tendencia en particular de entre todas las existentes en la compleja política de la Rusia pre-revolucionaria debe de haberle parecido, al menos a él, y por lo menos hasta su arresto y juicio en manos del nkvd (el temible Comisariado Popular de Asuntos Interiores), una obra maestra de maquiavélica individualidad.

La identidad se reveló como una noción altamente maleable para Savinkov: incluso su nombre está sujeto a controversia. A lo largo de su vida se ocultó detrás de una serie de alias que resultan casi cómicos en su abundancia: James Galley, Pavel Ivanovich Kseshinsky, Benjamin, Boris Kanin, Kramer, «B. N.», D. E. Subbotin, René Tok, Adolf Tomashevich, Konstantin Chernetsky, Arthur McCullough, Leon Rodé, Derental, Malmberg, Lezhnev… Su novelaEl caballo amarillofue publicada, por supuesto, bajo otro seudónimo distinto a los anteriores: V. Ropshin.

Su nombre resulta difícil de ser confirmado, según vamos siguiendo sus correrías. Incluso resulta más complicado descubrir detalles precisos de su vida. El mejor intento lo supone, con toda probabilidad, la biografía de Richard B. Spence Boris Savinkov: Renegade on the left (New York, Boulder, 1991). Savinkov trabajó para diversas organizaciones que carecían de una rígida estructura, las cuales, como es natural, no parecían tener mucho interés en preservar documentos comprometedores sobre su funcionamiento. Por otra parte, todos los documentos de los estados zarista y soviético que se refieren a la vigilancia a la que fue sometido Savinkov se guardan en el interior de los archivos de la policía soviética, famosos por su hermetismo. No obstante, algunos hechos sobre su vida están claros.

Boris Savinkov nació en Járkov (actualmente Járkiv, en Ucrania) en 1879, en el seno de una familia liberal, aunque con simpatías revolucionarias, que se encontraba íntimamente conectada con los movimientos artísticos y literarios de la época. Emprende estudios en Varsovia, tras lo cual se marcha a San Petersburgo a estudiar Derecho. Ya en 1897 se le conoce cierta reputación como activista político, pero también como dandi. En 1899 es expulsado de la Universidad por su participación en el movimiento de protesta estudiantil, y por su pertenencia al partido socialdemócrata. En 1903, en una jugada muy propia de los activistas de la época, Savinkov abandona Rusia ilegalmente y se refugia en Ginebra, por entonces un auténtico nido de revolucionarios rusos, donde se adhiere a la causa del partido socialista revolucionario. Buena culpa de esa decisión la tuvo la relación que entabló con Ekaterina Brechko-Brechkovskaia, considerada la «abuela de la revolución rusa», y promotora de la deriva terrorista en el seno del partido socialista revolucionario, heredero a su vez del movimiento «Voluntad del Pueblo», responsable en 1881 del asesinato del zar Alejandro II.

Será en Ginebra donde Savinkov tome contacto con el célebre agente provocador Azev, que le introduce en el mundo de la lucha armada. Su bautismo de fuego será el asesinato, en julio de 1904, del Ministro del Interior Plehve, del que se encarga un compinche suyo, Igor Sozonov. Tras el exitoso atentado, Azev encarga a Savinkov el asesinato del gobernador general de Moscú, el Gran Duque Sergei Alexandrovich, tío y cuñado del Zar. El 4 de febrero de 1905, el Gran Duque moriría tras una explosión causada por una bomba lanzada por Ivan Kaliaev (que sería el modelo principal del personaje de Vania enEl caballo amarillo).

En 1906 Savinkov organizaría dos atentados más (fallidos) contra Doubassov, el sucesor del Gran Duque Sergei en el cargo de gobernador general de Moscú, y contra Dournovo, Ministro del Interior. Delatado por Azev, quien en realidad actuaba de agente doble, Savinkov es arrestado en mayo de 1906 en Sebastopol. Tras juzgarlo, es condenado a muerte. No obstante, logra escapar, y llega a Francia a través de Rumanía. Allí permanecerá hasta junio de 1908 y allí redactaráEl caballo amarillo. El libro, publicado en 1909 en Rusia, le convierte en una celebridad. En París frecuentará los círculos bohemios, y se hará íntimo de Picasso, Cendrars, Modigliani o Apollinaire, quien se refería a él como«notre ami l’assassin».

En 1914, cuando estalla la primera guerra mundial, es enviado como corresponsal al frente francés. Tras el estallido de la revolución de febrero de 1917, regresa a Rusia. Kerenski lo nombra comisario político del 7º Ejército, y pronto llegará a Ministro de la Guerra. Tras ser acusado de apoyar el golpe de estado del derechista Kornilov, es destituido y expulsado del partido socialista revolucionario.

Tras la subida al poder de los bolcheviques, Savinkov pasa a la oposición armada. Dirige en Moscú una asociación clandestina de oficiales antibolcheviques, la «Unión para la defensa de la patria y la libertad», con cinco mil quinientos miembros que, en julio de 1918, son protagonistas de una insurrección en Yaroslav. Pronto veremos a Savinkov en París, organizando la llegada de armas para el almirante blanco Koltchak; y más tarde lo encontraremos en Polonia, ayudando a reunir un ejército de treinta mil hombres, con el apoyo de Francia y Polonia. Tras un par de éxitos fugaces, su ejército es derrotado por las tropas bolcheviques. En junio de 1921, decepcionado por el fracaso de su campaña rusa, refunda la «Unión para la defensa de la patria y la libertad», y aboga por una «tercera Rusia», ni monárquica, ni bolchevique, sino democrática. Espera para ello ganarse el apoyo del campesinado (los llamados «Verdes», que le acabarán traicionando). Tras mediar secretamente en Polonia, en 1921, por un pacto de paz soviético-polaco, viaja a París intentando recabar el apoyo de Lloyd George, Churchill y Mussolini para su causa. En agosto de 1924, engañado por dos emisarios que le hacen creer en la existencia de una organización de «demócratas liberales» que buscan quien les comande, Savinkov atraviesa ilegalmente la frontera de la Rusia soviética. Es detenido en Minsk al día siguiente de su entrada. La corte militar del Tribunal Supremo de laurss, reunida de urgencia, le acusa de alta traición. Savinkov reconoce todos los cargos, y es condenado a muerte, pena que se conmuta, tras la capitulación de Savinkov, por diez años de prisión. Savinkov publicará enPravda, el 13 de octubre de ese mismo año, un artículo titulado «Por qué reconozco el poder soviético». Desde la cárcel escribirá cartas a sus antiguos correligionarios pidiéndoles que dejen las armas.

Ciertamente, su estancia en la fatídica prisión moscovita de la Lubianka fue bastante atípica. Diríase que llevaba una existencia regalada: celda individual, libros, periódicos, permiso para escribir ocho horas cada día, eventuales paseos (vigilados) por los alrededores de la prisión. El 7 de mayo de 1925, le escribe a Dzerjinski, fundador y jefe de la checa, la policía política del nuevo estado bolchevique, que derivaría en la célebre kgb: «O me fusilas, o bien me das la posibilidad de que trabaje en algo; estaba contra ti, y ahora estoy contigo; pero he de decidirme de una vez». Esa misma tarde, morirá tras caer por una ventana. La conclusión más plausible es que se suicidó. El Pravda tardaría cerca de un mes en anunciarlo.

Es evidente, vistos los datos biográficos de Savinkov, que su vida se vio gobernada por múltiples y contradictorios aspectos, que marcaron su personalidad y su obra.

De hecho, es posible bosquejar varios retratos de Savinkov, todos ellos opuestos y mutuamente excluyentes y, aun así, todos ellos válidos. Tenemos, por ejemplo, al Savinkov que se casó con Vera Uspenskaya, la hija del famoso Gleb Uspensky (1843-1902), uno de los escritores más revelantes del movimiento de losnarodniki.[1]Dicha alianza lo unió a la corriente de pensamiento progresista político y social en la Rusia de su época. Sin embargo, en Paris, en 1907, encontramos a otro Savinkov que comenzó una aventura con Zinadia Gippius, masona y mística (y también la esposa del «mecenas» de Savinkov, Dimitri Merezhkovski). Estas dos mujeres pueden entenderse como una representación de las distintas facetas de la vida de Savinkov. El terrorista encarna aquella estrecha línea de espacio común en la que el compromiso político se encuentra con la especulación mística. O, más bien, podemos decir que Savinkov poseía una personalidad que se caracterizaba por otorgar una importancia similar al compromiso político y al misticismo. Tal vez, más que cualquier otra figura del panteón revolucionario ruso, Boris Savinkov, el terrorista romántico, encarnaba la improvisación desesperada de la causa revolucionaria; el mismo hecho de que a alguien tan poco interesado en el resultado de sus actividades terroristas como era Savinkov le fueran confiados asesinatos políticos de gran importancia para el proyecto revolucionario, deja al descubierto la debilidad de la infraestructura del proyecto revolucionario en sí. Lenin, tan perspicaz en eso como en otros muchos asuntos, se refería a Savinkov (con una cierta exactitud cruel) como «ese burgués con una bomba en el bolsillo».

Existen, de hecho, multitud de anécdotas representativas de cuan poco apropiado era Savinkov para la actividad revolucionaria. Utilizó su dandismo como una máscara que le permitía esconderse de la vigilancia de las fuerzas del orden. Su liderazgo del grupo que planeó el asesinato de Plehve (parte de cuyos prolegómenos fueron la inspiración deEl caballo amarillo) contribuyó a un gasto de dinero tan significativo que los mecenas de la operación casi se arruinaron. Tuvo que ordenarse a Savinkov que dejara de interpretar el papel del hombre de negocios británico, y comerciante de diamantes, Arthur McCullough, y que en su lugar adoptase la identidad de un personaje mucho más modesto: Konstantin Chernetsky, dentista polaco.

La poca coincidencia entre el personaje nihilista de Savinkov y el compromiso político inherente al trabajo que se requería de él por parte de la organización terrorista para la que trabajaba se encuentra bien descrita enEl caballo amarillo. Savinkov poseía una de las principales ventajas requeridas para ser un buen escritor de ficción autobiográfica: no engañaba al lector, mostraba tanto sus virtudes como sus debilidades, y dejaba por escrito sus acciones y sentimientos sin tratar de alterarlos con el propósito de mostrarse a sí mismo bajo una luz más favorecedora. George, el narrador deEl caballo amarillo, trasunto del propio Savinkov, siguiendo la tradición de muchos de los héroes de la literatura rusa del sigloxix, desde Raskolnikov y Pierre Bezujov en adelante, utiliza el mundo que le rodea como unatabula rasasobre la que explorar distintos matices de su personalidad. Además de pertenecer a dicha tradición, Savinkov puede ser considerado una influencia relevante en la literatura existencialista francesa del sigloxx. Los protagonistas desprovistos de emociones deL’Etranger(1942) y deLes Justes(1949) de Albert Camus, deben mucho al narrador al que nada parece importarle de Savinkov. En concreto,Les Justesreproduce el argumento deEl caballo amarillo, ya que trata de los preparativos del asesinato de una importante figura del gobierno zarista.

Hasta cierto punto, los compañeros del protagonista, cuyos cambios de opinión y constantes razonamientos intelectuales sobre su papel en la conspiración revolucionaria componen una parte importante de la estructura de la novela, se encuentran presentes en la narración para reflejar el propio punto de vista sobre el mundo del narrador, y para resaltar el vacío que contienen las actitudes que defiende.

La existencia de George ocurre en reacción permanente a lo que le rodea, como demuestran sus encuentros casi beckettianos con Andrei Petrovich (trasunto del célebre terrorista Azev). Sus conversaciones se desarrollan mediante la contradicción: si Andrei Petrovich sugiere alguna forma en la que deberían proceder, entonces George, de manera casi automática, decide actuar de forma opuesta a su consejo. De igual manera, los argumentos presentados por Vania, el fanático creyente religioso, y Heinrich, el socialista comprometido, permiten a George argumentar sobre la idea de la creencia en sí misma. ¿Qué sentido tiene alinearse con una ideología o fe si su validez nunca puede ser comprobada? Incluso si Savinkov niega sus argumentos, su texto se encuentra totalmente permeado por sus influencias: por un lado, la cadencia bíblica cargada de simbolismo que replica el discurso de Vania; por otro, el racionalismo teológico de Nietzsche y Dostoievski.

A pesar de todo el debate que esto genera, George no explica nunca sus acciones, ni permite ser influenciado por ningún punto de vista en particular. Su manera de ver la política es instintiva, tal vez inspirada nada más que por el deseo de alcanzar el caos. Es significativo que los dos ejes emocionales de su vida sean, por un lado, la rabia que siente por que su objetivo criminal continúe con vida a pesar de sus esfuerzos por liquidarlo («el gobernador general será asesinado» es una de las coletillas de la novela), y, por otro, su ansia por Yelena, una mujer casada cuya principal relevancia es que es difícil de poseer. George se comporta casi como un animal cuyas acciones se encuentran inspiradas por el puro instinto, y cuyos intentos de explicarse a sí mismo siempre concluyen evidenciando un enorme agujero negro de sinrazón y caos.

Boris Savinkov no equivale a George del todo. Está claro que el protagonista deEl caballo amarilloconstituyó otro intento por parte de Savinkov de tratar de descubrir quién era realmente. Pero la intensa y confusa vida de Savinkov evidencia algo más importante: que el ejercicio del terrorismo (deporte ruso por excelencia) se encuentra, bajo todos los puntos de vista, condenado al fracaso. La figura de Savinkov, su actitud durante el juicio por los bolcheviques, es un triste indicador de la forma en la cual el poder liberador de la revolución se encontraba, incluso durante sus primeros días, moldeada conforme a las mismas estructuras de control a las que se había opuesto. La admisión de culpabilidad por parte de Savinkov prefigura y es un avance de los juicios propagandísticos de los años treinta. Savinkov se limita a repetir las palabras que sus interrogadores deseaban oír: «Creí que el Bolchevismo no podría sobrevivir, que era demasiado extremo, que sería reemplazado por el otro extremo, el monárquico, y que la única alternativa era el camino de enmedio. De nuevo, los hechos contradijeron mis expectativas, y no me importa admitirlo». El proteico Savinkov, que dibuja una caricatura tan fiel de sí mismo enEl caballo amarillo, ha desaparecido para ser reemplazado por una criatura mucho más difusa y, lo que es peor, bastante más convencional. Sin embargo, incluso Savinkov habría considerado apropiado el hecho de que la forma en la que dejara este mundo fuera incierta y ambigua: o bien saltó al vacío, o bien fue empujado por una ventana de la prisión de Lubianka en la primavera de 1925. Incluso en su muerte escapó a las definiciones exactas.

James Womack

[1]Losnarodnikieran un grupo no oficial de escritores del sigloxixque escribía sobre las condiciones de los campesinos rusos de una forma nada romántica ni idealizada.

6 de marzo

Llegué a Moscú ayer por la noche. Lo encontré igual que siempre. Las cruces brillaban con fuerza sobre las iglesias, los trineos chirriaban contra la nieve. Heladas mañaneras describiendo patrones geométricos sobre las ventanas, y el Monasterio Strastnoi llamando a la gente a misa. Me gusta Moscú. Es mi madre patria.

Tengo un pasaporte con el sello carmesí del Rey de Inglaterra y la firma de Lord Lansdown. En él dice que yo, George O’Brien, ciudadano británico, estoy de viaje por Turquía y Rusia. En la estación de policía han puesto simplemente el sello de «Turista».

Todo en el hotel es tan familiar que resulta aburrido: el portero con su camiseta interior de color azul, las moquetas. Mi habitación tiene un diván deshilachado y cortinas polvorientas. Debajo de la mesa hay tres kilos de dinamita. La he traído del extranjero. Tiene el fuerte olor de las boticas, y por la noche me produce dolor de cabeza.

Hoy paseé por la ciudad. Estaba oscuro, y una nieve ligera caía sobre las calles. En algún lugar repiqueteó un reloj. Estaba solo, no había ni un alma. Todo a mi alrededor sugería una vida pacífica, gente olvidada. Y en mi corazón las palabras sagradas: «Le daré la estrella de la mañana».[1]

8 de marzo

Erna tiene ojos azules y trenzas gruesas. Me aprieta con fuerza y pregunta:

—¿No me quieres ni un poquito?

Una vez, hace mucho tiempo, se entregó a mí como lo haría una reina: ni pidió nada, ni esperó nada. Y ahora me pide amor, como una mendiga. Me asomo a la ventana. Le digo:

—Mira la nieve virgen.

No responde, y baja los ojos.

—Estuve en el Parque Sokolniki —continúo—. La nieve estaba incluso más limpia allí. Era de color rosa. Y los abedules proyectaban sombras azules.

Pude ver en sus ojos que pensaba: «Fuiste sin mí».

—Escucha —le digo—, ¿has estado alguna vez en una aldea?

—No —contesta.

—Bien, pues a principios de la primavera todavía queda algo de nieve en las hondonadas, cuando la hierba ya está crecida en los campos y las campanillas florecen en el bosque. Resulta extraño, la nieve blanca junto a las flores blancas. ¿No lo has visto nunca? ¿No? ¿No entiendes lo que digo?

Ella susurra: «No».

Y yo pienso en Yelena.

9 de marzo

El gobernador general[2] vive en sus aposentos de palacio. Lo rodean espías y guardas. Una pared doble de bayonetas y miradas indiscretas.

No somos muchos: cinco personas. Fiodor, Vania, y Heinrich y los cocheros. Lo siguen continuamente, y me informan de sus observaciones. Erna es la especialista en química. Ella es quien se encarga de preparar los explosivos.

Sentado en mi mesa dibujo rutas en el mapa. Trato de ponerme en su lugar. Juntos recibimos a los invitados en los vestíbulos de palacio. Juntos caminamos por los jardines protegidos por las verjas. Juntos nos escondemos durante la noche. Juntos rezamos al Señor.

Hoy lo he visto. Estaba esperándole en la calle Tverskaya. Me pasé mucho tiempo caminando arriba y abajo sobre la acera helada. Caía la noche, hacía mucho frío. Había perdido toda esperanza. De repente, el oficial de la esquina hizo una señal con su mano enguantada. Los policías se pusieron firmes, y los detectives comenzaron a tomar notas. Todo movimiento se detuvo.

Un carruaje pasó a toda prisa. Caballos negros. Un cochero con barba rojiza. Las puertas tenían tiradores curvados, los radios de las ruedas eran amarillos. Un trineo lo seguía, sus guardaespaldas.

Apenas me fue posible distinguir sus facciones en mitad de aquel vuelo apresurado. Él no me vio. Para él, yo debía de formar parte de la calle.

Volví a casa sin prisas, eufórico.

10 de marzo

Cuando pienso en él, no siento ni odio ni ira. No siento pena alguna. Lo único que siento es indiferencia. Pero deseo su muerte. Sé que es absolutamente necesario que muera. Necesario para establecer el terror y ayudar a la revolución. Soy consciente de que las acciones son a menudo más contundentes que las palabras. Si pudiera hacerlo asesinaría a todos los jefes y a todos los gobiernos. No quiero ser un esclavo. No quiero que nadie lo sea.

Dicen: «no matarás». Dicen también que no se puede asesinar a un ministro; pero lo que no puede matarse es la revolución. También dicen lo contrario.

No sé por qué no se debe matar. Y nunca entenderé por qué es bueno hacerlo en el nombre de la libertad, pero no en el nombre de la autocracia.

Recuerdo la primera vez que fui a cazar. El trigo estaba rojo en los campos, las telas de araña se desprendían de las ramas, el bosque se encontraba sumido en un hondo silencio. Me detuve al borde del camino horadado por la lluvia. De vez en cuando se oía el susurro de los abedules, y las hojas amarillentas caían a nuestro alrededor. Esperé, paciente. De pronto la hierba se movió de forma inesperada. Una liebre salió corriendo como una bolita de hojas grises, y se sentó preocupada sobre sus piernas traseras. Miró a su alrededor. Alcé mi escopeta temblando. Un eco resonó a través del bosque, el humo azulado se dispersó entre los árboles. La liebre herida se arrastró sobre la hierba, tintada de marrón por su propia sangre. Su grito era como el llanto de un niño. Sentí pena por ella. Disparé de nuevo. Se quedó en silencio.

Una vez en casa me olvidé de ella. Era como si nunca hubiera existido, como si nunca le hubiera arrebatado su posesión más preciada, esto es, su vida. Me preguntaba, una y otra vez: ¿por qué me dolía escucharla chillar? ¿Por qué, si la había matado solamente para entretenerme?

11 de marzo

Fiodor es herrero, solía trabajar en Presnia. Lleva puesto un batín azul y una gorra de recadero. Sorbe su té del platito de la taza.

Inicio una conversación.

—¿Estuviste en las barricadas en diciembre?[3]

—¿Yo? No, estuve en un edificio.

—¿En qué edificio?

—Bueno, estuve en el colegio, el colegio estatal, quiero decir.

—¿Por qué?

—Estaba en la reserva. Tenía dos bombas.

—¿Quieres decir que no te dispararon?

—¿Qué insinúas? Por supuesto que me dispararon.

—Pues cuéntamelo, entonces.

Al principio rechaza mi proposición con un gesto de la mano.

—Bueno… La artillería vino. Empezaron a dispararnos con cañones.

—¿Y vosotros qué hicísteis?

—¿Nosotros…? Pues lo que te digo: nosotros les disparamos con nuestros cañones. Recién salidos de la fábrica, pequeñitos, más o menos como esta mesa de grandes. Pero disparaban bien, los malditos. Nos dieron unos cincuenta… En fin, hubo mucho jaleo. Entró una bomba a través del techo, y unos ocho de los nuestros saltaron en pedazos.

—¿Y qué pasó contigo?

—¿Yo? ¿Que qué me pasó a mí? Era capitán en la reserva. Estaba en la esquina con mis bombas… Y entonces llegó la orden.

—¿Qué orden?

—La orden del comité, de salir de allí. Supongo que era previsible, las cosas se estaban complicando. Quedaba muy poco tiempo, así que nos marchamos.

—¿Y adónde fuisteis?

—Fuimos al piso de abajo. Era más sencillo disparar desde allí.

Habla de mala gana. Espero.

—Sí —continúa despacio, tan bajo que apenas se le oye— había una mujer allí… Teníamos una especie de arreglo… Era como mi esposa.

—¿Y?

—Y nada… Los cosacos la mataron.