El caballo negro - Borís Sávinkov - E-Book

El caballo negro E-Book

Борис Савинков

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Polonia, 1920. Borís Sávinkov, legendario terrorista y provocateur, conocido en su país con diez alias diferentes, primero como enemigo del zarismo y más tarde como feroz antisoviético, admirado por Churchill y Somerset Maugham, modelo para Camus, recluta voluntarios para un ejército que logre acabar con la Revolución rusa. "El caballo negro", inspirado en esta experiencia, narra en forma de diario la huida caótica y desesperada de un regimiento de voluntarios a través de la llanura rusa devastada por la guerra civil. Más tarde, traicionado por sus propios camaradas, Sávinkov será encarcelado en la Lubianka, donde se "suicidará" en mayo de 1925. "En prisión", un texto publicado póstumamente en Moscú, describe la última etapa de la vida de este dandi y terrorista con una claridad y una precisión implacables. "Sávinkov, prototipo del superhombre nietzscheano pasado por el cedazo de Byron, personaje sacado de "Los demonios" de Dostoievski metido a escritor, fue un hombre de teatro total en un escenario llamado Europa, "con una bomba en el bolsillo"."

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Seitenzahl: 202

Veröffentlichungsjahr: 2013

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El caballo negro

En prisión    Borís Savinkov

Traducción del ruso

de Marta Rebón

Introducción Ferran Mateo

 Introducción

Borís Savinkov, un hombre de teatro total

por Marta Rebón y Ferran Mateo

Sigo el camino de la vida como un caballo desbocado.

-Borís Sávinkov-

En todos los elementos,

el hombre no es sino tirano, prisionero o traidor.

-Aleksandr Pushkin-

Quien deba ir a la cárcel, a la cárcel será llevado;

y quien deba morir por la espada, a filo de espada morirá.

-Apocalipsis 13, 10-

Es difícil imaginar mejor marco para una charla intrascendente que una noche de insomnio contagioso a bordo de un barco. Allí, en la sala de fumadores, unos desconocidos cuyas vidas ha unido temporalmente una travesía por aguas internacionales mantienen una conversación cordial, atípica si se quiere. «Supongo que era algo que flotaba en el aire. Nadie en el barco podía dormir… Bebimos y fumamos. Hablamos de esto y de aquello, y entonces uno de los presentes lanzó una pregunta: ¿Quién es la persona más extraordinaria que han conocido?», explica William Somerset Maugham en «El terrorista»,1incluido enA Traveller in Romance, una recopilación de textos diversos del autor deEl velo pintado. El médico escritor pensó dónde podía encontrar personas con un perfil acorde a los nombres que, entre el humo del tabaco y los vapores del whisky, se iban barajando: Verlaine, Vivekananda, J. D. Rockefeller. «Tal vez en la sombra, viviendo vidas secretas en ciudades populosas, o en los Mares del Sur…», conjeturó el novelista y dramaturgo, porque cuando un individuo frecuenta demasiado al resto de mortales, pensó, se desdibuja su idiosincrasia. Nadie del corrillo, sin embargo, había definido con exactitud lo que se entendía por una persona extraordinaria. ¿Tenía que ver con la bondad, con el poder de mando, con el carácter?

La noche avanzaba y el grupo se disolvió. Los tertulianos accidentales buscaron cobijo en sus respectivos camarotes. Pero Somerset Maugham no lograba conciliar el sueño y salió a la cubierta en pijama, pertrechado de unos cigarrillos. La calma del mar invitaba al libre discurrir de los pensamientos. Retomómentalmente el hilo de la conversación que había quedado irresuelta. Y, por la secreta lógica del inconsciente, recordó una conversación con Borís Sávinkov, mantenida en la entonces ciudad de Petrogrado, hoy San Petersburgo. Corría el año 1917. Ya entonces la fama de terrorista byroniano precedía a Sávinkov: conocido en Europa por su pericia con la pluma, fue el autor intelectual de dos magnicidios que constituyeron el «principio del fin», el ocaso del régimen zarista: el del ministro de Interior Viacheslav von Plehve, en 1904, y, un año después, el del gran duque Serguéi Románov, suceso que inspiróLos justosde Albert Camus. Durante aquellos años, la capital imperial vivió una auténtica epidemia terrorista que se llevó por delante, entre otros, a tres ministros del Interior; una atmósfera que se respira en la novela simbolistaPetersburgo,de Andréi Bieli. Y su lista de víctimas habría podido incluir a Vladímir Lenin, si la bala que Fanny Kaplán le disparó, a la salida de un mitin, hubiera sidomortal. El arma se la había proporcionado Sávinkov.

«Sí», concluyó Somerset Maugham, «Sávinkov es el hombre más extraordinario que jamás he conocido», y creyó verlo ante él, en la penumbra de la cubierta, con su aspecto siempre impecable, tal cual un «director de banco». Sintió un escalofrío, como si en aquel preciso instante Sávinkov hubiera puesto punto final a su densa y trepidante vida en otras coordenadas, llevándose consigo «el punto de reunión de una pequeña humanidad solo mía». Esta última expresión la empleó un contemporáneo suyo, Fernando Pessoa, autor deEl banquero anarquista, para explicar la necesidad íntima de aumentar el mundo con personalidades ficticias. Sávinkov hizo lo propio tanto por necesidad —¿qué terrorista revolucionario cruzaría fronteras con su nombre y documentos auténticos?—, como influenciado por su compañera de trinchera: la escritura. Lo que ignoraba Maugham mientras se entregaba a sus cavilaciones es que aquel «hombre extraordinario» había muerto dieciocho años atrás. Su «joven rostro de Napoleón» se estampócontra el suelo después de lanzarse al vacío (o bien de ser lanzado) por una ventana de la Lubianka, el cuartel general de la Cheká, futura KGB. Eran los prolegómenos del reinado de Stalin, el zar Rojo. Antes de su último retorno a Rusia, Sávinkov había dicho a su círculo de colaboradores, casi como una premonición, cuando su lucha por desbancar el bolchevismo parecía ya perdida: «Estamos todos condenados. Lo importante es salir dando un gran portazo, lo suficientemente fuerte como para que el estruendo quede grabado en la memoria de la Humanidad».

Pero Funes solo hay uno. El resto de la humanidad es desmemoriada y deja muchas historias en el tintero. «A muy pocos les sonará su nombre, pero habría podido resultarnos tan familiar como el de Lenin», aclara Somerset Maugham sobre su elección. «¿Quién es ese Sávinkov?», supuso que se preguntaría un lector ya habituado al rostro de Stalin. La vida de quienes esconden su verdadera identidad manteniendo, como la luna, una cara siempre oculta —espías y agentes dobles, terroristas,provocateurs…—no sale a la luz hasta que los investigadores y estudiosos se zambullen en los archivos secretos. Pero a veces la literatura se encarga de esa tarea. Somerset Maugham no nos da pistas en «El terrorista» sobre qué le llevó a Petrogrado, ni el motivo por el cual contactó con Sávinkov, solo que era la persona más indicada para cierto asunto. Y es que el escritor inglés formó parte de los servicios de inteligencia británicos y viajó a Rusia para ofrecer vehículos blindados que transportasen fuerzas de choque a la entonces capital rusa. Sus experiencias, trasladadas a un personaje ficticio, también acabaron en las páginas de un libro,Ashenden o el agente secreto, al igual que hizo Sávinkov enMemorias de un terroristao en el presente título,El caballo negro.

* * *

Nombre: Borís Víktorovich Sávinkov

Fecha de nacimiento: 19 de enero de 1879

Lugar: Járkov (actual Ucrania)

Profesión: Poeta, novelista, revolucionario…

No en este orden.

Los datos personales permiten hacernos una primera idea del sujeto. Nos sitúan en un ámbito geográfico, en un tiempo histórico. Los apellidos acaso revelan algo de su árbol genealógico y la profesión, de sus intereses. Pero, para alguien que vivió en primera línea el arco temporal que va del «Domingo sangriento» de 1905 a la tesis de Nikolái Bujarin, «el socialismo en un solo país», esto es, los veinte años en que «el temblor de una hoja» pudo decantar el curso de los acontecimientos de la historia rusa en un sentido u otro, estos datos son un buen material para la ficción.

Borís Víktorovich Sávinkov, prototipo de superhombre nietzscheano pasado por el cedazo de Byron, personaje sacado deLos Demoniosde Dostoievski metido a escritor, antítesis del Oblómov de Goncharov, fue un hombre de teatro total, en un escenario llamado Europa, «con una bomba en el bolsillo». Y el último acto de su trepidante dramaturgia vital, después de la emboscada que le tendieron en Minsk en el marco de la Operación Trust, fue el juicio ante un tribunal soviético que serviría de ensayo general para los juicios-espectáculo posteriores. Una operación urdida, también, a partir del engaño y la tramoya: un falso movimiento antibolchevique que ayudó a desenmascarar a muchos «elementos» de la contrarrevolución, entre ellos, además de a Sávinkov, al más famoso espía británico de todos los tiempos, Sidney Reilly, amigo personal del primero. En este tablero de juego de identidades enmarañadas, el personaje que protagonizaEl caballo amarilloyEl caballo negro, el ingeniero George O’Brien, trasunto de Sávinkov, se pregunta: «Nada estádefinido, no existe ni principio ni fin. ¿Es esto acaso un vodevil o un drama? ¿Es zumo de arándanos o es sangre? ¿Es el teatro o es la vida? No lo sé. ¿Quién lo sabe?». La Historia, el público más despiadado y caprichoso, como Neptuno, también devora a sus hijos.

Si bien la Historia no señaló a Sávinkov para entrar en el panteón ruso («En el muro del Kremlin están las tumbas de los comunistas caídos en combate. Suya es la gloria y la paz eterna. ¿Y yo? Yo tengo vastas extensiones ante mí», dice enEl caballo negro), tampoco él, como maestro de la máscara, se lo puso fácil a sus contemporáneos.

Con sus múltiples identidades giró por toda Europa, «organizando su vida en virtud deuna única causa, la liberación del pueblo ruso», en opinión de Winston Churchill, incluida en su galeríaGrandes contemporáneos. Un personaje, a ojos del Primer Ministro británico, «con la sabiduría de un hombre de Estado, las cualidades de un jefe militar, el coraje de un héroe y la firmeza de un mártir… Salvo en el teatro, nunca había visto a un nihilista ruso. Una de mis primeras impresiones fue que ese papel estaba hecho a su medida». Pero ¿qué versión de Sávinkov conociócada una de las personas con las que se cruzó?

Por lo pronto, alguien que no dejó a nadie indiferente, como los buenos actores. «Magnífico ejemplar de animal humano en toda su perfección», diría de él el escritor Aleksandr Kuprín. «Un César Borgia en el papel de Hamlet… Un poeta y literato fracasado, atiborrado de citas delApocalipsisy de lo peor de Dostoievski», sentenció el líder comunista Karl Rádek. «Una persona notable por su veracidad y agudeza», afirmó Lenin tras leer un artículo suyo. «Un especialista que habíataylorizadotoda nuestra organización de combate», remarcó Blaise Cendrars. «Era la flor más original, la más brillante y la más venenosa de toda nuestra clandestinidad, corroído por el pensamiento y emponzoñado por la duda», dijo V. B. Stánkevich, hombre próximo a Aleksandr Kérenski. «Personaje de novela policial, amante del riesgo y del juego», según el capitán Filonenko, comisario del Gobierno provisional en 1917. «Hombre de habilidad y sinceridad supremas, pronuncia las palabras con un arte que habría puesto celoso a Stanislavski», escribió Walter Duranty, corresponsal deThe New York Times. «Extrañamente bello y tierno», a ojos de Anna Ajmátova… «Nuestro amigo el asesino», para el círculo bohemio de París. En efecto, toda una pequeña humanidad condensada en un solo hombre.

No sabemos si Borís Sávinkov era la suma de estas impresiones o lo que quedaba después de extirpar todas sus identidades.«¿A qué me dedicaría si no fuera terrorista? No lo sé, no puedo responder a esta pregunta. Pero algo he aprendido de las experiencias difíciles: no tengo interés alguno en una existencia pacífica», escribió Sávinkov enEl caballo amarillo. Identidades como personajes, todos ellos, en busca de autor: el ingeniero británico James Galley, el belga René Toque, el subteniente Dmitri Subbotin, el francés León Rodé, Adolf Tomáshevich, Konstantín Chernetski… Más personajes que en la obra de Pirandello, publicada el mismo año en que murió nuestro hombre orquesta. El diarioIzvestia, cuando fue capturado en Minsk, publicó la noticia ofreciendo algunos detalles: «Borís Víktorovich Sávinkov, uno de los enemigos más implacables y activos de la Rusia de los obreros y campesinos, estaba en posesión de un pasaporte falso con la identidad de V. I. Stepánov». Sí, también era V. I. Stepánov. Y no nos olvidemos de Ropshin, el seudónimo con el que firmó tantoEl caballo amarillocomoEl caballo negro, en alusión al lugar donde murió asesinado el zar Pedro III, la residencia palaciega Ropsha. El título del libro, en cambio, se debió a su mentora literaria, Zinaída Gippius. «Ignoro si interpretaba un papel ante sí mismo, pero siempre lo hacía ante los demás», dijo Anatoli Lunacharski, Comisario de Instrucción y prologuista de la primera edición del relatoEn prisión. Persona y personaje(s) nunca estuvieron tan solapados.

«No olvides que es comedia nuestra vida/ y teatro de farsa el mundo todo/ que muda el aparato por instantes/ y que todos en él somos farsantes». Los versos de Calderón son tanto más certeros entre las bambalinas del poder.

* * *

—¿Ha escrito recientemente una novela tituladaEl caballo negro, y antesEl caballo amarillo? —preguntóPilliar, jefe adjunto del servicio de contraespionaje del OGPU.

—Sí, toda una caballeriza, ¿verdad? —respondió Sávinkov.

—Y ahora —dijo en tono de burla Pilliar— escribiráEl último caballo.

Si para los pintores románticos el paisaje es el escenario donde está representada la tensión entre la naturaleza y el espíritu humano y es donde se constata la soledad existencial del hombre de la modernidad, Sávinkov desplaza esa tensión hacia el paisaje en medio de la batalla. Para alguien que creía que las «guerras necesarias» eran el motor de la historia, su hoja de servicio fue una demostración de esta máxima.

Hijo de un juez destinado en Varsovia, su relación con los movimientos revolucionarios empezó en la Universidad de San Petersburgo, de donde fue expulsado por participar activamente en las revueltas estudiantiles. Pronto despuntarían sus dotes de líder en las redes terroristas rusas y se granjearía su legendaria fama. Intelectual revolucionario, lector de Corneille y de Victor Hugo, de Hegel y de Nietzsche, escapó de la condena a muerte por el atentado contra el Gran Duque y huyó a Francia, donde se alistó como voluntario en el ejército francés durante la Primera Guerra Mundial.

Individualista, acostumbrado a trabajar solo, a rodearse de ejecutores de sus planes y no de compañeros, creía estar predestinado a cumplir una misión, y así lo recuerda Churchill en su primer encuentro: «Me pareció quellevaba impresa la marca del destino». Como un caballo desbocado, ese destino lo condujo por toda la geografía europea con la rapidez de una mecha encendida, pero también a una muerte inesperada y extraña.«No existe el amor, ni la paz, ni la vida. Solo existe la muerte», pone en boca de George O’Brien. El valor de la vida medido como condición de posibilidad de la muerte; el valor de la muerte según permita o no al «verdadero revolucionario» —siguiendo el razonamiento de Kaliáyev enLos justos—entregar aquello más preciado, la vida, en nombre de la idea, esto es, «la única forma de estar a su altura». Para este tipo de hombres, expuso el escritor y periodista Ilyá Ehrenburg, la actividad terrorista no era solo un arma de lucha política, constituía todo el mundo en el que vivían. La muerte como tentación metafísica. Por eso, Karl Marx, a los primeros «brotes» de terrorismo en Rusia los llamó«los soñadores del absoluto».

Con la revolución de 1917 en el horizonte, Sávinkov volvió a Rusia y ocupó el cargo de asistente del ministro de la Guerra en el Gobierno provisional. Su resolución y nómina de servicios prestados lo situaron como hombre fuerte de la cúpula de Aleksandr Kérenski. La proximidad al poder lo empujó a precipitar los acontecimientos, apoyando el golpe de Estado encabezado por el general Lavr Kornílov. Este movimiento contrarrevolucionario no tardó en ser sofocado, pero allanó el camino a los bolcheviques, que impusieron su vara de medir en noviembre de 1917. Sávinkov, desde entonces, se consagró a la lucha contra los bolcheviques desde todos los frentes, bien mediante actos terroristas, bien con sucesivos apoyos a los distintos jefes del Ejército Blanco, como Aleksandr Kolchak, Alekséi Kaledin o Piotr Wrangel. Todo un Houdini de la política que se convirtió en el principal enemigo del gobierno de Lenin.

Los movimientos contrarrevolucionarios que respaldó fueron cayendo uno detrás de otro en las garras de la Cheká.Sus esfuerzos desesperados por un cambio de signo político lo arrastraron por todas las cancillerías solicitando el apoyo de los Aliados. Organizó un ejército en Polonia que penetró en territorio soviético y mantuvo células terroristas latentes que planeaban descabezar la cúpula bolchevique. Pero, a pesar de toda su implicación, ¿quién podía hacer cambiar el sentido de las agujas del reloj ruso?

«Todos los líderes que intentan salvar hoy a Rusia son hijos de la Vieja Rusia, la Rusia que ha muerto. Ahora lo comprendo, después de todos los errores que he cometido yo, y todos los demás. He escuchado la voz del pueblo ruso, del campesino ruso, y creo haberla comprendido. Estoy convencido de que solo el campesinado salvará Rusia… Todo intento de doblegar al ejército bolchevique con una fuerza extranjera está condenado al fracaso». Estas palabras, pertenecientes a una entrevista que le hicieron en 1921, explican la aparición de una tercera vía entre el Ejército Blanco y el Rojo, el movimiento Verde. Con tal fin, organizó una extensa y efectiva red de guerrillas campesinas que no conseguía despegar sin el apoyo económico de las grandes potencias. La dinámica de la política internacional se acercaba al punto de inflexión en el cual la inestabilidad, venga de donde venga, no es del gusto de nadie. Entonces, por la teoría del mal menor, se confía en que el tiempo ponga las cosas en su sitio, que los extremismos episódicos se acomoden a las reglas del juego y los revolucionarios vuelvan al redil. «Sin duda, Sávinkov es un hombre de futuro, pero necesito dialogar con la Rusia del presente, aunque sea la bolchevique», resolvió Winston Churchill. En el ámbito de las relaciones internacionales, incluso un valiente David necesita de un Goliat que lo avale.

En el horizonte, sin embargo, asomaron dos rayos de esperanza para el porvenir cada vez más sombrío de Borís Sávinkov: primero, la enfermedad de Lenin auguraba un vacío de poder que podía aprovecharse y, segundo, la carta que recibe de una persona de confianza, Andréi Pávlovich Mujin (que, sin él saberlo, ha sido detenido por la Cheká y obligado a colaborar), en la cual le anima a volver a Rusia para liderar la organización contrarrevolucionaria cuidadosamente diseñada por la OGPU. Los bolcheviques quieren atraer a la escurridiza presa hasta la boca del lobo.

Me dijeron que, por supuesto, no se podía poner la menor esperanza en los «anticomunistas anticuados», pero que una nueva generación había nacido en Rusia y que luchaba contra los comunistas en nombre del pueblo ruso. Era un embuste, pero yo, como es natural, no lo sabía. Y me dije a mí mismo: «Si esto es verdad, si en realidad hay fuerzas revolucionarias así en Rusia, tal vez esté equivocado. Puede que el pueblo ruso no apoye al Partido Comunista». Y decidí venir a Rusia… para verlo todo con mis propios ojos y escucharlo con mis oídos, y resolver si debía continuar mi lucha o deponer las armas.

Son las palabras de Sávinkov durante uno de los primeros interrogatorios. La noticia de su detención había corrido como la pólvora. Su amigo Reilly, que viajó expresamente desde los Estados Unidos, donde ayudaba a la traducciónal inglés deEl caballo negro, había intentado convencerlo para que pensara dos veces si era seguro pisar territorio ruso. Pero la decisión estaba tomada.

Los diarios de Borís Sávinkov escritos en la prisión, que durante décadas durmieron el sueño de los justos en los archivos de la Lubianka, desvelan el sufrimiento personal de un protagonista que no estaba preparado para adoptar papeles secundarios. En la entrada del 14 de abril, responde a los ataques de sus antiguos colaboradores con más razones del corazón que de la razón:

Todo es muy sencillo. No podía vivir durante más tiempo en el extranjero. No podía porque añoraba mi patria, día y noche. No podía porque, en el fondo de mi alma, había perdido la fe no solo en la posibilidad sino en la justicia de la lucha. No podía más porque no tenía ni un solo rincón para mí, ni tampoco tranquilidad. No podía más porque tenía ganas de escribir, y ¿qué podía escribir en el extranjero? En resumidas cuentas, era preciso volver a Rusia.

Cuando en una maniobra de propaganda política un grupo de periodistas extranjeros visitó las celdas de la Lubianka y uno de ellos preguntó a Sávinkov por qué había vuelto, este, señalando el Kremlin a través de la ventana, respondió que prefería ver esas torres desde el tragaluz de una prisión que pasear en libertad por la calles de París. Los años de desarraigo habían hecho mella en él. En su encuentro con Maugham, había confesado que lo que pensó la primera vez que lo detuvieron fue: «Al fin podré descansar». No hay revolución que cien años dure.

* * *

La vida del revolucionario terrorista que nos describe Borís Sávinkov enMemorias de un terroristao enEl caballo amarilloes la de una conciencia hipervigilante, agudizada. La ciudad se convierte en un personaje más, repleto de detalles y flujos dinámicos que deben ser estudiados escrupulosamente por el terrorista: personas, localizaciones, itinerarios. Por eso, el estilo se empapa de la misma brevedad, precisión y contundencia que se ve forzado a utilizar quienprepara actos terroristas, y que el capitán Fiódor Stepún, compañero de Sávinkov, describe a la perfección: «Hablaba con frases cortas, enérgicas, como si con cada una de ellas hundiera un clavo en la pared». El mismo efecto tiene en nosotros la prosa de Sávinkov.

Memorias de un terroristase consideró la versión oficial —le hicieron revisar el texto final hasta una docena de veces— delPartido Social-Revolucionario, al cual pertenecía, sobre los magnicidios ocurridos en San Petersburgo. Publicitar el terror era mucho más efectivo que la propia bomba, como también hemos comprobado en nuestra época. En cambio,El caballo amarillo, firmado con seudónimo, se aleja del realismo fotográfico y practica la deformación estética de la realidad propia del artista, algo parecido a lo que ocurría, en la misma década, en el campo de la pintura. Tamaña licencia en algo tan «serio» como la lucha terrorista levantó ampollas entre sus camaradas. Pero lo que no se podía negar es que estos títulos fascinaron a los lectores porque les permitió penetrar desde una óptica inesperada en la mente de aquellos terroristas autoinmolados: no son héroes míticos,con nervios de acero, que se enfrentan a la muerte sin un resquicio para la duda, sino todo lo contrario. Se equivocan, discuten entre ellos sobre el significado de sus acciones, buscan las dimensiones filosóficas de sus actos, se ofuscan, y el motor de sus acciones se convierte, entonces, en una pasión malsana y apocalíptica de la guerra en sí misma. En otras palabras, los personajes son imperfectos, demasiado humanos. De alguna manera, ejemplificaban los impulsos contradictorios de la condición moderna.

El caballo negroaparece por primera vez en 1923, en París, y al año siguiente en Moscú. Como es lógico, recupera los personajes deEl caballo amarillo(1909),pero está escrito por un Sávinkov en una etapa vital muy distinta. Si en el libro anterior, George O’Brien, después de escapar de las garras de la policía, sufre una crisis interior en San Petersburgo porque no quiere seguir siendo «una marioneta», pero a pesar de todo aún le queda energía «para pronunciar sus últimas palabras», enEl caballo negrolas cartas están encima de la mesa y boca arriba: nada parece tener ya sentido. Cuando la OGPU sorprendió a Sávinkov en Minsk, este dijo a sus captores: «Les felicito, han hecho un gran trabajo, me han llevado hasta su trampa. De hecho sospeché de la misiva de Pávlovich… Pero decidí venir a Rusia de todas maneras. No necesitarán ninguna explicación de mi retorno si han leído mi último libro [El caballo negro]. He decidido abandonar mi lucha contra ustedes». El libro se escribió acabada la Guerra Civil y reflejaba las desilusiones de Borís Sávinkov.

Con la misma filosofía que enEl caballo amarillo, Sávinkov no se molesta en maquillar las atrocidades —entonces al frente de una campaña militar por la Rutenia subcarpática después de vencer al Ejército Rojo en Varsovia— tanto en un bando enemigo como en el propio. Por eso, el libro se convierte en una larga meditación sobre la sinrazón de la guerra, en la línea deCaballería Rojade Bábel. Aparecen personajes puros y dispuestos a entregar sus vidas por una causa justa, pero también vándalos, violadores, asesinos y antisemitas entre sus propias filas. Todos forman parte de un mismo pueblo. Ahí radica la complejidad, la crudeza de bajar de la abstracción a la realidad. Llega un momento en que el soldado se quiebra, cuando la guerra lo ha erosionado lo suficiente y ya no sabe por qué ni por quién lucha.

Erigirse como juez y parte, desdoblarse entre la mano ejecutora y la mano que escribe lo ocurrido, entre el imperativo de las ideas políticas y las morales, es el esfuerzo que realiza Sávinkov en estos dos textos unidos por la alusión bíblica del fin del mundo. Y, para buscar el sentido de tanta violencia y de las acciones del hombre, Sávinkov recurre siempre a un lenguaje seco, que alude al significado primario de cada palabra. EnEl caballo negro, además, el escenario se desplaza de la ciudad a la naturaleza, a los bosques, al cielo raso, donde recupera un vínculo espiritual perdido y siente una liberación de los sentidos: «¿Acaso no se comprende que hay que escribir con parquedad sobre la naturaleza? Y no solo hacerlo poco, sino que cuando se haga sea con brevedad… Un amontonamiento de imágenes impide la percepción. En la vida, no se ven todos los detalles del bosque, del rí