El camino de la felicidad - Cadenas del pasado - Más fuerte que el amor - Judy Duarte - E-Book
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El camino de la felicidad - Cadenas del pasado - Más fuerte que el amor E-Book

Judy Duarte

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Beschreibung

El camino de la felicidad Judy Duarte Después de la muerte de su madrastra, el ejecutivo Jake Braddock se enteró de que podría tener que compartir la custodia de su hermanastra, de cinco años, con una bella bailarina… que no era precisamente lo que él entendía por una madre ideal. Chloe Haskell apenas empezaba a acostumbrarse a ser la mamá de la pequeña Brianna cuando empezaron los problemas con el rígido Jake, que parecía empeñado en pelearse con ella por todo. Cadenas del pasado Mary J. Forbes Como jefa de policía, Meg McKee mantenía la paz en Sweet Creek. Pero para Ethan Red Wolf, Meggie era algo más que una eficiente agente de la ley, era su alma gemela, el primer amor del que había huido creyendo que nunca sería digno de ella. La vida de Meg no había salido como ella había previsto, pero con solo ver a Ethan su corazón levantaba el vuelo como las águilas que habitaban aquellos cielos… Más fuerte que el amor Karen Templeton Winnie Porter no conseguía olvidar al bebé que había dado en adopción, y había llegado el momento de volver a ver a su hijo. Todavía conmocionado por la muerte de su esposa, lo último que quería Aidan Black era tener tratos con la madre soltera que había traído al mundo a su adorado Robbie. Sobre todo porque se había transformado en una mujer preciosa que había hechizado de inmediato al niño… por no hablar de él mismo.

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Seitenzahl: 656

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 418 - enero 2020

 

© 2007 Judy Duarte

El camino de la felicidad

Título original: The Cowboy’s Lullaby

 

© 2007 Mary J. Forbes

Cadenas del pasado

Título original: Red Wolf’s Return

 

© 2008 Karen Templeton-Berger

Más fuerte que el amor

Título original: A Mother’s Wish

Publicadas originalmente por Silhouette® Books

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007, 2007 y 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-894-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

El camino de la felicidad

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Cadenas del pasado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Más fuerte que el amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

JAKE Braddock, con una terrible resaca de mañana de lunes, estaba preparando café cuando lo llamaron para decirle que su madrastra, Desiree, había fallecido.

—¿Cómo que ha fallecido? —preguntó a la persona que llamaba del hospital. Desiree ni siquiera había cumplido los cuarenta años—. ¿Qué ha ocurrido?

—Oficialmente, la causa de la muerte fue neumonía. Pero originada por un cáncer.

¿Cáncer?

Jake se sentó en un taburete de bar, negro y metálico, que había junto al teléfono y se pasó la mano por el pelo. Maldijo el golpeteo que sentía en la cabeza, que se había intensificado.

—No sabía que estaba enferma —farfulló. Bueno, no sabía que lo estaba tanto.

Hacía una semana, cuando había vuelto de San Diego la última vez, Jake había visto que tenía ojeras oscuras y profundas y estaba pálida. Le había sugerido que fuera al médico y ella le había contestado que no se preocupara, que ya estaba en tratamiento.

Había sospechado que estaba enferma, pero no que tuviera algo terminal.

—Eh, yo… —intentó explicarse—. Ella y yo… no estábamos muy unidos.

«Por lo visto no», pareció indicar el silencio que siguió.

—Empecemos de nuevo —se aclaró la garganta y deseó poder aclararse la cabeza—. Sabía que estaba enferma, pero no mencionó que tenía cáncer.

Ni que estaba muriéndose.

—Lamento su pérdida —dijo la mujer—. La señora Braddock lo organizó todo, así que no tiene que hacer nada. Sólo sigo el protocolo del hospital informando al pariente más cercano.

—Entonces, supongo que soy yo.

—Y Chloe Haskell, en San Diego.

—¿Quién diablos es Chloe Haskell? —Jake se tensó.

—No lo sé, señor. La señora Braddock los incluyó a los dos como sus parientes.

—¿Y qué me dice de su hija? —preguntó.

—¿Sería la señorita Haskell?

—No —bueno, podría serlo. Suponía que Desiree podía tener otra hija. Mayor, quizá. Adulta, como él. En realidad no conocía bien a su madrastra, aparte de saber que había sido bailarina de topless antes de casarse con su padre.

En cualquier caso, tendría que decirle a Brianna, su hermanastra de casi cinco años, que su mamá había muerto. Pero antes tendría que encontrarla. Desiree había estado yendo y volviendo de San Diego los últimos dos meses, pero la semana anterior había regresado a Dallas sin la niña.

Y eso era extraño.

Jake podía tener problemas con Desiree respecto a muchas cosas, pero había comprobado que era una madre entregada. Al menos, eso había pensado hasta que dejó a Brianna en San Diego. Le había preguntado a Desiree por qué.

—Brianna está con una amiga muy querida. Está feliz y muy bien cuidada.

Jake no sabía nada de las amistades de su madrastra, pero sospechaba que todas trabajaban en el club de alterne de San Diego que Desiree había dirigido, así que tenía razones para sentirse intranquilo.

Tal vez Brianna estuviera con Chloe, quienquiera que fuese.

—No hay nadie más en mi lista de contactos —dijo la mujer—. Sólo usted y la señorita Haskell, a quien ya he llamado.

El hospital se lo había notificado a otra persona antes que a él. Maldijo, aunque no sabía si lo hizo por lo que acababa de oír o por el martilleo que sentía en la cabeza y la bilis que le quemaba el estómago.

—Lo siento —dijo la mujer—. ¿Quiere que llame a un asistente social que lo ayude a superar esto?

—No. Es sólo un… —iba a decir que era un shock, pero se calló.

Desiree era su madrastra y vivía… bueno, solía vivir, a una hora de distancia de él. Su muerte y el que hubiera tenido cáncer desde sólo Dios sabía cuándo, no debería haber sido tal shock. No si ello lo hubiera tenido informado.

Por supuesto, cuando su padre, de sesenta años, la conoció en un crucero, Jake y sus deseos dejaron de tener importancia. La crisis de los sesenta de su padre sí que había sido todo un portento.

Gerald Braddock siempre había sido conservador en sus actos, pero se había enamorado hasta la médula de una ex bailarina de striptease, que tenía veintiocho años y podría haber sido su hija. Y se había casado con ella a la velocidad del rayo.

Era cierto que su padre había parecido más feliz que nunca en su vida durante los últimos seis años, pero eso debía de ser por Brianna, la hija que había tenido con su nueva esposa.

Jake, hijo único, siempre había deseado un hermano o hermana, pero no había contado con cumplir su deseo a los veintiocho años. Pero Brianna era un cielo y hacía lo que quería con su hermano mayor.

No la veía tanto como habría deseado por distintos motivos. Por un lado, sus negocios lo mantenían muy ocupado. Por otro, intentaba evitar a Desiree en la medida de lo posible.

Desiree había planteado el tema un par de veces, sugiriéndole que intentaran ser amigos, pero incluso cuando Jake superó el shock del segundo matrimonio de su padre, se sintió incapaz de aceptar a su madrastra como parte de la familia.

—Lamento su pérdida —repitió la mujer.

—Ya. Gracias.

Cuando ella colgó, Jake siguió agarrando el auricular como si así pudiera recuperar algún control sobre todo lo que se le había escapado de las manos: primero el matrimonio de su padre, luego su muerte.

Y ahora, eso.

A Jake nunca le había gustado Desiree. Lo cierto era que nunca le había dado una oportunidad, a pesar de que su padre se lo había pedido muchas veces. Pero no podía; creía que ella se había casado con su padre por dinero.

Su sospecha se confirmó cuando ella corrió a un abogado para modificar el fideicomiso el día después del funeral de Gerald Braddock.

Por parte de Jake, no era cuestión de avaricia. Había tenido éxito y era propietario del cincuenta y uno por ciento de las acciones de la empresa Braddock Enterprises, en Dallas, que supervisaba varios negocios de explotación petrolera. Aunque no le gustaba jactarse, el valor de las acciones casi se había duplicado desde que él había tomado el mando.

No era el dinero lo que buscaba. Simplemente no le gustaba la idea de que a su padre lo hubiera engañado una mujer que no encajaba en su esfera social. Una mujer que lo había convencido para que pasara más tiempo en el rancho y menos en la ciudad, donde tenía una casa espaciosa y lujosa, cerca de la oficina.

Por supuesto, Desiree no tenía clase para encajar en la alta sociedad, así que no era extraño que su padre hubiera gravitado hacia el rancho y empezado a jugar a los vaqueros, aunque era sexagenario.

«También jugaba a ser papá», le recordó una vocecita interna. «Y mejor que la primera vez».

Jake pensó de nuevo en Brianna, la huérfana que iba a necesitar que él se hiciera cargo de ella y jugara a ser papá. Pero no sabía dónde encontrarla.

Podría contratar a un detective, pero tal vez consiguiera una respuesta inmediata llamando al abogado de Desiree. Sacó la guía telefónica y buscó el teléfono de Brian Willoughby. Una recepcionista contestó la llamada y le dijo que esperara. Segundos después, el abogado se puso al aparato.

—Hola, señor Braddock. Esperaba su llamada.

Por lo visto, todo el mundo menos él sabía lo del cáncer de Desiree. Y el lamentable y triste asunto lo ponía de mal humor. Se había sentido mucho mejor cuando sólo tenía que preocuparse de su resaca.

—He lamentado oír que Desiree había fallecido.

—¿Cómo se ha enterado de su muerte tan rápido? —el martilleo en la cabeza de Jake se intensificó.

—La señorita Haskell llamó hace unos minutos.

Jake sintió el deseo de lanzar el teléfono al otro lado de la habitación. ¿Quién diablos era esa mujer?

—Por fortuna —dijo Willoughby—, Desiree fue muy cuidadosa organizando todos los temas legales.

—Eso no me sorprende en absoluto —Jake imaginaba que había estado deseando poner las manos en el dinero y en la empresa desde que conoció a Gerald Braddock en el crucero.

Maldijo para sí. Aún no soportaba la idea de ellos dos juntos.

—Desiree era una mujer muy valiente —dijo Willoughby—. Y fuerte. Llegué a admirarla mucho.

—Bueno, veo que parece saber más que yo de lo que está ocurriendo; por favor, dígame dónde puedo encontrar a mi hermana.

—Está en San Diego con la señorita Haskell. Y por lo que sé está todo lo bien que se puede esperar.

—Si tiene la amabilidad de darme una dirección, hoy mismo volaré a recogerla.

—Eso no será necesario.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Jake, irritado.

—Desiree ha dado la custodia temporal de Brianna a la señorita Haskell, al menos hasta que se lea el testamento. Sin embargo, hay una serie de estipulaciones que me gustaría comentar con los dos respecto a la custodia compartida. Por desgracia, no estoy disponible hasta el viernes por la mañana. A la señorita Haskell le viene bien. Espero que también encaje en su horario. Si no, tendremos que posponer la reunión hasta la semana que viene.

—Preferiría no retrasar esto más de lo necesario —Jake ya estaba buscando el móvil para llamar a su abogado. Era ridículo. Intentaría impugnar el testamento con un ejército legal, si hacía falta.

Que Desiree hubiera esperado que personas que vivían en estados distintos compartieran la custodia de una niña que estaba a punto de empezar el colegio sugería que al final había perdido capacidades mentales. Reuniría a un equipo de abogados que utilizarían eso para poner fin al problema a toda velocidad.

Para Jake no era un problema compartirlo todo con Brianna, pero no compartiría el control con nadie más, y menos una amiga de su madrastra.

—¿Tiene el teléfono o la dirección de esa mujer?

—¿Se refiere a la señorita Haskell?

—Sí —Jake agarró un bolígrafo y apuntó: 146 Tahiti Circle, Bayside, California—. Creía que estaba en San Diego.

—Por lo que creo, es un suburbio.

También apuntó el teléfono que le dio Willoughby, aunque no tenía intención de llamarla.

Iba a volar a California lo antes posible. Brianna había perdido a su padre el año anterior y a su madre ese día. Necesitaba estar con su familia, con alguien que la quisiera.

Y esa persona era su hermano mayor, Jake.

 

 

Chloe Haskell no había ido al parque en casi diez años y deseó haberlo hecho antes.

Había algo liberador en columpiarse como una niña otra vez, permitiendo que la brisa de verano le alborotara el pelo. Suponía que alguna gente criticaría a una mujer adulta por disfrutar así, pero a Chloe le daba igual. Lo hacía por Brianna, y por la mujer que debería haber estado columpiándose con ella.

—Vamos hasta el Cielo —dijo Brianna.

Chloe pensó que ojalá pudieran hacerlo. Desiree había sido una madre y una amiga maravillosa. Brianna debía de echarla mucho de menos.

Chloe también. Desiree y ella habían sido más hermanas que amigas, aunque no se veían con tanta frecuencia como deberían.

En retrospectiva, Chloe deseó haberse tomado tiempo para ir a visitarla a Dallas pero, en su defensa, había estado muy ocupada, primero en la universidad, después iniciando su propio negocio. Se habían mantenido en contacto mediante largas llamadas telefónicas y correos electrónicos.

Habían hablado de todo en los últimos seis años. Cuando Chloe decidió alquilar una vieja tienda en el centro de Bayside y montar un estudio de danza, había llamado a Desiree para pedirle consejo. Y Desiree había compartido con ella las alegrías de su vida de casada con el maravilloso hombre al que adoraba.

También le había confiado sus problemas como madrastra del hijo de su marido, un «chico» que había jurado no aceptarla nunca.

Cuando Desiree recibió la bendición de su hija, Chloe se había alegrado mucho y le enviaba regalos con regularidad: vestiditos, libros y algún que otro juguete.

Había sido difícil no envidiar la buena fortuna de Desiree…, hasta que su suerte cambió para mal. Primero su marido sufrió un infarto masivo y murió; después, hacía dos meses, había ido con Brianna a California, para lo que Chloe y la niña creían era una visita especial, unas vacaciones.

Pero la reunión había sido amarga.

—Tengo que pedirte un favor —le había dicho Desiree, mientras Brianna jugaba en el parque interior de la hamburguesería donde estaban comiendo.

—Lo que sea. Ya lo sabes.

—Necesito que cuides de Brianna por mí.

—Por supuesto —había aceptado Chloe—. Me encanta hacer de niñera.

—Me temo que será algo más permanente que eso.

Chloe había sentido un escalofrío e intuido lo que Desiree iba a explicarle. Su amiga rompió una servilleta de papel y la miró con ojos húmedos.

—El cáncer se ha reproducido.

Cuando Chloe estaba en el instituto, a Desiree le habían diagnosticado un cáncer de pulmón. Gracias al tratamiento médico el cáncer entró en remisión, y el padre de Chloe, que primero había sido su jefe y después su socio, le había regalado un crucero a Alaska; allí había conocido a Gerald Braddock.

—Y es terminal —había añadido Desiree.

—Hay que buscar una segunda opinión —objetó Chloe, cuando las implicaciones del diagnóstico la golpearon con la fuerza de un martillo.

—He visto a tres especialistas distintos, con la esperanza de otro diagnóstico y más opciones. Todos están de acuerdo. No se puede hacer nada.

Chloe había tenido que esforzarse para no hundirse en el torbellino emocional que quería engullirla. Brianna estaba jugando a unos metros de ellas.

—Es terrible —había dicho Desiree—. De veras que sí. He esperado años para tener una hija y ahora voy a abandonarla. Y no la veré crecer. Pero si hay alguien en el mundo que amará y cuidará a Brianna como yo lo habría hecho, ésa eres tú.

—Yo… —Chloe se había quedado muda. Desiree sólo tenía treinta y cuatro años, diez más que ella—. Por supuesto que me ocuparé de Brianna. La querré como si fuera mía. Pero quizá se pueda hacer algo, algo experimental. Un nuevo tratamiento. Puede que uno de los médicos de San Diego…

—Me temo que no se puede hacer nada.

Y había tenido razón. En menos de cuatro semanas, Desiree había muerto. La voz de Brianna devolvió a Chloe al presente.

—Es una lástima que no podamos ir al Cielo —dijo Brianna—. Mamá adora el chocolate. Y papá también. Podríamos llevarles algunos de los pasteles de chocolate que hemos hecho.

—Por lo que he oído, en el Cielo los postres no se acaban nunca. Pero tienes razón, hemos hecho demasiados. Quizá podríamos compartirlos con alguien.

Dadas las circunstancias, Brianna parecía estar tomándose bastante bien la muerte de su madre. Claro que Desiree llevaba preparándola un mes. Y las dos habían compartido una llorosa y emotiva despedida hacía más de una semana.

A Desiree debía de haberle costado sacrificar sus últimos días con ella. Pero no había querido que Brianna la recordara en un hospital, conectada a tubos y cables. Así que había dejado a la niña con Chloe y había vuelto a casa a morir.

Había un psicólogo infantil en Dallas al que Desiree había estado llevando a Brianna, y Chloe pensaba seguir con las citas. La niña parecía estar bien, pero no quería que tuviera problemas más adelante.

—Cuéntame otra vez cómo conociste a mi mami —pidió Brianna.

Chloe había sabido que era mejor no decir toda la verdad, y menos a una niña. Así que había alargado y suavizado la historia.

—Mi padre tenía… un sitio de baile —dijo Chloe—. Y tu mami vino buscando trabajo. Yo era una niña, como tú, y pensé que era la bailarina más guapa que había visto nunca.

No tenía por qué decirle que su padre tenía un club de alterne y striptease. Ni que Desiree había llegado con un ojo morado y el labio partido.

—Y después —dijo Brianna, repitiendo la historia que ya había oído varias veces—, cuando tu padre necesitó que alguien te cuidara, fue la mejor niñera de todo el mundo entero.

—Sí que lo fue.

Ron Haskell, el padre de Chloe, era jugador y había ganado el negocio en una partida de póquer. Cuando Chloe no era mucho mayor que Brianna había pasado mucho tiempo en el club, y las camareras y bailarinas solían cuidar de ella. Desiree, que adoraba a los niños, hacía de niñera, encantada, siempre que Ron se lo pedía. En poco tiempo, Chloe y ella habían desarrollado un fuerte vínculo.

Desiree había tenido una infancia terrible, sin ningún apoyo familiar, y había aprendido a utilizar los recursos que tenía: su belleza, su cuerpo y su habilidad para entender a los clientes y modificar sus bailes para satisfacer sus fantasías. Por desgracia, había tardado años en desarrollar esa habilidad con sus amantes y comprender que era como un imán que sólo atraía a perdedores.

Sólo anhelaba amor y una familia, sin embargo, ese sueño había estado fuera de su alcance durante años. Pero había tenido éxito en otros sentidos.

Ron no era un hombre de negocios, pero Desiree tenía un don natural. Gracias a sus consejos y sus dotes directivas, muy pronto el club empezó a dar beneficios. Después animó a Ron para que invirtiera en otras propiedades, siempre con éxito, y le impidió que lo perdiera todo en el juego; Ron había muerto siendo un hombre rico.

—Y porque mi mami era tan guapa y tan lista —Brianna recitó su versión de la historia—, y buena bailarina, estas haciendo un libro sobre ella.

—No es exactamente un libro. Es más como un diario de recuerdos que podrás leer cuando seas más mayor —Chloe lo había titulado Lecciones de Desiree, y la estaba ayudando a enfrentarse a la pérdida de su mejor amiga.

—Y yo también podré escribir en él —le recordó Brianna—. En cuanto vaya al colegio y aprenda.

—Correcto, Brisita.

Siguieron columpiándose en silencio durante un rato. El aire alborotaba el pelo largo y rizado de Chloe, pero le daba igual. Miró a Brianna de reojo y la niña le sonrió.

—Te columpias muy bien. Igual que mi mamá.

—Tu mamá fue muy buena profesora.

Brianna asintió, miró el parque y dio un gritito.

—¡Oh! Tengo que bajar. ¿Puedes ayudarme?

—Claro —Chloe se bajó de un salto y cayó de pie sobre la arena. Fue al columpio de Brianna y lo paró—. ¿Qué quieres hacer ahora? No querrás volver a casa todavía, ¿verdad?

—No. Quiero jugar con Jenny y Penny. Por fin se han bajado del balancín y han ido al tobogán. Yo quiero ir también —en cuanto sus pies tocaron el suelo, la niña rubia, parecida a su madre, corrió a reunirse con sus dos nuevas amiguitas.

Chloe había echado de menos no tener amigas de su edad cuando era niña, y le gustaba ver a Brianna socializar. De hecho, era muy agradable tener a Brianna con ella.

Tenían, y seguirían teniendo, momentos de lágrimas y tristeza, pero Chloe estaba empeñada en hacer cuanto estuviera en su mano para que Brianna creciera feliz y querida.

Aun así, a veces Chloe temía haber aceptado un hueso demasiado duro de roer. No su nuevo papel de madre, eso le gustaba. Pero tenía reservas sobre lo de pasar seis semanas en Texas, tal y como le había pedido Desiree, enfrentándose a los temas legales y a los problemas que sin duda se plantearían cuando conociera al hermanastro de Brianna.

Y el día se acercaba.

El viernes por la mañana conocería a Jake Braddock en la oficina de Brian Willoughby, en Dallas.

Hacía muchos años, Desiree le había enseñado a Chloe que siempre debía mostrar lo mejor de sí misma, sobre todo ante la adversidad. Y eso implicaba vestirse bien, maquillarse con cuidado y llevar la cabeza muy alta. Ese consejo aparecía en Lecciones de Desiree y era el nº 1: «Cuida siempre tu imagen».

Chloe pensaba hacer exactamente eso el viernes. Entraría en la reunión decidida a ganar por la mano.

Gracias a Dios, tenía unos días para prepararse mentalmente para la confrontación. Había prometido cumplir los deseos de Desiree e insistiría en que Jake hiciera lo mismo.

Vio algo brillante en el suelo y se agachó a recogerlo. Era una moneda de veinticinco centavos. Su padre siempre había dicho que encontrar dinero era señal de buena suerte, así que esa tarde compraría un billete de lotería.

—¡Jake! —gritó Brianna desde lo alto del tobogán.

Chloe se dio la vuelta y la vio deslizarse hacia abajo y correr hacia un hombre alto y bien vestido.

No conocía a Jake Braddock, pero le habían dicho que tenía el aire de un JR joven. Y ese hombre moreno, con su ropa cara, tenía un aura que irradiaba dinero y poder.

Frotó la moneda contra sus pantalones cortos negros y se la guardó en el bolsillo. Había creído que tendría unos días antes de la confrontación, pero su tiempo se había acabado.

Deseó que no hubiera pasado lo mismo con su suerte.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

AL OÍR la voz de Brianna, Jake aceleró el paso.

—¡Eh, muñeca! Te he echado de menos.

Ella corrió hacia él y perdió una chancla en la arena. Siguió corriendo sin ella. Cuando lo alcanzó, él la alzó en sus brazos y captó su aroma a champú. Al menos la señorita Haskell la había mantenido limpia.

—Pensaba que no te vería hasta dentro de muchos días —dijo Brianna, abrazándolo con fuerza.

—Bueno, no quería que esperaras —la besó en la mejilla.

—¿Sabes qué? Mami fue al Cielo a ver a papi.

—Sí, lo sé —susurró él contra su cabello, se le quebró la voz de dolor al pensar en su pérdida—. Y he venido a llevarte a casa conmigo.

—¿Vas a llevarte a Chloe también? —preguntó la niña—. Me ha dicho que voy a vivir con ella.

Eso no ocurriría mientras Jake viviera. Había contratado a un equipo de abogados que se asegurarían de que eso no ocurriera.

—Hola —dijo una sensual voz femenina.

Jake se volvió y vio a una pelirroja, alta y bonita, que le recordó a Julia Roberts en Pretty Woman.

Las pecas que salpicaban su nariz le daban un atractivo infantil. Pero cuando miró la parte de arriba de su bikini amarillo y los pantalones cortos negros, comprendió que no había nada infantil en su cuerpo.

Maldijo para sí. Inconscientemente, clavó los ojos en unas piernas largas que podrían rodear a un hombre y hacer que su cerebro desapareciera del todo.

Doble maldición.

—¿Señor Braddock? —dijo ella, recordándole que era su turno.

—Sí —carraspeó. Debía de ser la señorita Haskell. Chloe. La «querida» amiga de Desiree. Para ser un hombre que se enorgullecía de mantener siempre el control, le estaba costando encontrar las palabras.

—He oído hablar de usted —dijo ella.

Él esperó que siguiera con una frase cortés, estilo: «Es un placer conocerlo por fin». Pero como no dijo nada, se preguntó qué habría oído de él.

En su intento de distanciarse de su madrastra, no había tenido en cuenta lo que Desiree podía pensar de él y qué podría confiarles a sus amigas.

Aunque suponía que no importaba demasiado.

Chloe cambió el peso de una pierna a otra y se puso una mano en la cadera. Él intentó leer su lenguaje corporal, pero se perdió en el brillo travieso de sus ojos verdes, el indicio de hoyuelos y la carnosidad de sus labios.

—Dado que tenemos una reunión en Dallas el viernes, me sorprende un poco verlo en California.

—Lo comprendo, pero quería ver a mi hermana. Creo que es mejor que su familia esté a su lado ahora.

—Chloe también es mi familia —dijo Brianna—. Mamá me lo dijo. Son como hermanas.

—¿Ah, sí? —respondió Jake, preparándose para la confrontación que estaba por llegar.

Sin embargo, cuando miró a Brianna y vio su sonrisa, comprendió que ése no era el momento ni el lugar adecuado. Tal vez sería mejor ir despacio. Ser agradable hasta que pudiera llevarse a Brianna a casa, y luego dejar que sus abogados iniciaran la batalla.

—¿Podrías dejarme en el suelo? —Brianna le dio un golpecito en el hombro—. He perdido mi zapato.

Él la soltó y ella fue, medio saltando, a recoger la chancla rosa. Jake volvió a dedicar toda su atención a Chloe, aunque su presencia había sido casi abrumadora desde que entró en escena.

—Tengo la custodia temporal de Brianna —dijo ella—, hasta la reunión de Dallas.

—De acuerdo. Pero tendrás que perdonarme por sentirme preocupado por ella. Todo esto ha sido un shock para mí.

Chloe cruzó los brazos bajo los pechos. Jake, al ver cómo se alzaban, se preguntó si no tenía algo con lo que taparse.

Toqueteó el cuello de su camisa y se ajustó el nudo de la corbata. Según el parte meteorológico, no debía hacer tanto calor en Bayside como en Dallas, pero parecía que él hubiera llevado el calor y la humedad con él.

—Brianna está todo lo bien que se puede esperar —dijo Chloe—. Desiree se esforzó en prepararla.

—¿Cómo se puede preparar a una niña de cinco años para algo como la muerte?

—Debe de ser difícil para cualquiera, supongo —dijo, con voz suave y teñida de algo que podía ser dolor, o compasión. Pero Jake no sabía si era sincera o no.

—Estoy seguro de que entiendes por qué he querido venir a verla. Y por qué quiero llevarla a casa.

—Está en casa.

Antes de que Jake pudiera objetar nada, Brianna regresó corriendo y dio una mano a cada uno.

—¿Vas a pasar la noche con nosotras? Tenemos pasteles de chocolate para cenar. Chloe y yo los hicimos solas.

—Yo, eh… —miró a Chloe, sintiéndose tan incómodo como un adolescente con sobrecarga hormonal.

—Nos gustaría que te quedaras a cenar con nosotras —dijo ella—. Pero, por lo que tengo entendido, eres un hombre muy ocupado. Así que quizá podríamos dejarlo para otro día. Brianna y yo volaremos a Dallas el jueves por la noche y estaremos unos días allí. Puedes pasar tiempo con ella entonces.

Le había dado la bienvenida educadamente y luego se había librado de él, dejando claro que no iba a permitirle llevarse a Brianna sin montar una escena.

Él no estaba dispuesto a hacerlo. Brianna ya había sufrido bastante y no quería causarle más tristeza innecesaria.

—Tal vez podríamos ir a cenar al Buckaroo Roundup el viernes por la noche —le dijo a la niña.

—Eso sería muy divertido —dijo ella animada—. Me gusta montarme en el caballito que hay en la zona de juegos. ¿Me comprarás muchas fichas?

—Puedes apostar a que sí —sus labios se curvaron en una sonrisa. Un punto para el equipo de casa. Recuperaría el tiempo perdido en cuanto estuvieran en su terreno. Tal vez también incluyera una visita a la tienda de juguetes. Tenía mucho que corregir.

Al intentar evitar a la madre de Brianna, también se había distanciado de su hermanita. Y lo lamentaba. Sobre todo en esos momentos.

—A ti también te gustará el Buckaroo Roundup —le dijo la niña a Chloe—. Tienen caballitos y otras máquinas de montar en la sala de atrás.

Él miró a Chloe y percibió una vibración que advertía «no me subestimes». No lo haría, pero más le valía a ella no subestimarlo a él. Si jugaba con un toro, tendría que tener cuidado con sus cuernos.

No encajaba con él renunciar a una pelea, ni haber volado desde California y regresar sin llevarse a Brianna con él. Pero no quería que la niña notara la lucha de poder que se estaba cociendo. Esperaría, hasta el viernes.

—Nos veremos dentro de un par de días —le dedicó una sonrisa amable a su adversaria. Jake podía haber perdido esa batalla, pero ganaría la guerra.

Y la custodia de su hermana.

Al fin y al cabo, Chloe no debería estar cuidando, ni influenciando, a una niña pequeña.

¿Qué clase de mujer iba al parque en bikini y daba a una niña pasteles de chocolate para cenar?

Mientras iba hacia el coche de alquiler que había aparcado cerca del complejo de apartamentos, luchó contra el deseo de echarle otro vistazo a su bonita oponente. Tenía un rostro atractivo y un cuerpo que era pura dinamita, pero dudaba que tuviera un ápice de instinto maternal.

Deseó que tampoco tuviera instinto de lucha. Pensaba poner fin al ridículo problema de la custodia antes de que acabara la semana.

A pesar de su determinación de no mirar atrás, ganó la curiosidad. Cuando se volvió la descubrió mirándolo. Hizo una inclinación de cabeza. Ella alzó la mano y agitó los dedos en señal de despedida. Después cruzó los brazos y sus pechos se alzaron hasta el límite del bikini.

La brisa hizo que un mechón de pelo rojo revoloteara ante su rostro y ella lo apartó.

No podía negar que mirarla hacía que sus hormonas se dispararan. Supuso que provocaba el mismo efecto en todos los hombres. Pero Jake había aprendido a controlar sus impulsos.

Su viejo podía haberse vuelto loco por una bailarina de topless, pero Jake tenía más sentido común. Aun así, tuvo que obligarse a dejar de mirarla y subir al coche.

 

 

El viernes, a las doce menos cuarto, Chloe y Brianna estaban sentadas a la mesa en el restaurante del hotel de Dallas donde habían pasado la noche, esperando a que llegara la señora Davies.

Barbara Davies era el ama de llaves del rancho Braddock, y había sido contratada por el marido de Desiree poco antes de que él muriera. Como Brianna necesitaría que alguien la cuidara mientras Chloe iba a la reunión, le había pedido a Barbara que se reuniera con ellas en el hotel.

Desiree, sabiendo que Brianna necesitaría estar con gente conocida en momentos tan difíciles, había subido el sueldo al ama de llaves y había garantizado su continuidad haciéndole un contrato de tres años.

—Barbara da la impresión de ser seria y estirada —había dicho Desiree—, pero es muy buena con Brianna. Y es leal.

A Chloe no le gustaban los esnobs, pero no tenía más remedio que confiar en la opinión de Desiree.

—Ahí está —Brianna saludó con la mano a una matrona de pelo canoso, de cincuenta y muchos años.

La regordeta mujer sonrió a la niña y se acercó a la mesa. Chloe se levantó para presentarse, pero decidió esperar hasta que Barbara saludara a Brianna.

—Bienvenida de vuelta a Texas —dijo la mujer—. Te he echado de menos, cielito. Esa vieja casa no es lo mismo sin tu sonrisa.

—Yo también a ti. ¿Has dado de comer a mis peces mientras estaba fuera?

—Desde luego que sí. Y esta mañana he limpiado la pecera —la mujer se volvió hacia Chloe, le echó un vistazo rápido y dio la sensación de alzar la nariz con preponderancia.

Chloe se dijo que tal vez lo había imaginado. En cualquier caso, recordó que Desiree aprobaba a la mujer y le ofreció la mano para saludarla.

—¿Cómo está?

—Muy bien, gracias —la señora Davies apretó su mano con fuerza.

—Llega un poco pronto —dijo Chloe.

—El señor Braddock siempre insistía en la puntualidad, y me enorgullezco de ser muy puntual.

—Bien. ¿Quiere almorzar con nosotras?

—He desayunado tarde, pero tomaré una taza de té —el ama de llaves se sentó y dejó el bolso negro a sus pies. Después miró su reloj de pulsera—. Tengo entendido que la reunión es dentro de una hora. ¿Tendrá tiempo de comer, cambiarse y conducir al despacho?

—Sólo tomaré una ensalada —dijo Chloe—. Y ya estoy vestida.

—Entiendo —la mujer alzó levemente una ceja y tensó los labios. Tocó la crucecita plateada que colgaba de su cuello.

Por lo visto no le gustaba el atuendo de Chloe: un vestido negro ajustado a sus curvas. A la gente esnob y estirada no solía gustarle. Pero como Desiree aprobaba a la mujer, Chloe decidió reservarse su juicio.

—Supongo que sería más apropiado llevar algo más conservador —admitió Chloe—. Pero hace años que dejé de vestirme para impresionar a los demás.

Y tenía cicatrices emocionales para demostrarlo, aunque las ocultaba. Aun así, de vez en cuando salían a la luz, recordándole quién era y de dónde venía.

A pesar del dinero que su padre había ganado con sus negocios y la prestigiosa escuela privada a la que había asistido, su vida había sido dura de niña. Sus compañeras de colegio no sólo habían sido altaneras, sino también malintencionadas. Y por mucho que Chloe lo había intentado, vistiéndose como ellas, había dado igual. Así que se había rendido y decidido ponerse lo que le viniera en gana.

En cualquier caso, los chicos la perseguían. Y había aprendido a utilizarlo para su ventaja, tal y como le había enseñado Desiree, de hecho.

«Lección de Desiree nº 2: ¡Enorgullécete de lo que tienes y saca el mejor partido de ello».

Chloe no sólo se había tomado eso en serio, le había añadido su propio toque: si lo tienes, lúcelo.

—Estás guapa —dijo Brianna—. Igual que mamá.

—Gracias, cielo —Chloe acarició la mejilla de la niña—. No se me ocurre un cumplido mejor que ése.

Durante el almuerzo, Brianna habló sobre los amigos que había conocido en Bayside y de sus visitas al zoo y al acuario de San Diego.

—Me alegro de que lo pasaras bien —dijo Barbara—. Pienso llevar a mi sobrina y a mi sobrino de vacaciones. Tal vez debería pensar en San Diego.

Veinte minutos después, tras acabarse la ensalada, Chloe se limpió los labios con la servilleta y le dio a la señora Davies la llave de la habitación.

—Estamos en la 1410.

—¿Te vas ya? —preguntó Brianna.

—Tengo que ir al aseo y refrescarme. Luego iré a la reunión —Chloe no necesitaba mirar a la señora Davies para notar su desaprobación, pero era difícil olvidar los viejos hábitos, así que miró de reojo.

Sí. Ceño fruncido y expresión severa.

Tras innumerables decepciones, Chloe no daba importancia a lo que pensaba la gente de ella, pero a veces la niña solitaria que ocultaba en su interior buscaba aprobación y respeto.

Pero no intentaba ser algo que no era. Así que se había vestido por Desiree, y por ella misma.

—Brian Willoughby y Jake Braddock son muy convencionales —dijo la señora Davies.

—Bien —Chloe no pudo evitar una sonrisa—. Entonces la reunión promete ser interesante.

—Por decir poco —contestó la mujer.

—Pásalo bien con la señora Davies —le dijo Chloe a Brianna. Después la besó en la mejilla—. Volveré lo antes posible.

Fue hacia el aseo, tirando del bajo del vestido de punto, que se le había subido. Era una prenda que habría llevado para ir de discotecas, si hiciera ese tipo de cosas. Pero sus veladas eran muy tranquilas. O, como diría Desiree, agradablemente aburridas.

Chloe supuso que debería ponerla nerviosa ver a Jake Braddock de nuevo. Pero a veces era divertido ser un poco mala y rebelde. Sobre todo con hombres conservadores que disfrutaban controlando a la gente.

 

 

Jake estaba en el despacho de Willoughby esperando que llegara la «querida» amiga de Desiree. Miró su reloj. La una treinta y dos. Algunas mujeres no consideraban que llegaban tarde hasta después de quince minutos, pero él valoraba la puntualidad.

Y Chloe Haskell llegaba tarde.

Sonó el timbre del intercomunicador.

—La señorita Haskell está aquí —dijo una mujer.

—Hágala pasar.

Willoughby se puso en pie y Jake hizo lo propio. Pero cuando la atractiva pelirroja entró con un ajustado vestido negro de punto y tacones de aguja, Jake casi cayó de culo sobre su asiento.

Piedad. Casi esperó oír música de fondo y una melodía de Roy Orbison. Era indudable que Chloe era una mujer endiabladamente bella. Y muy sexy.

—Por favor, siéntese —pidió Willoughby.

—Gracias —ella se acercó a la silla que había junto a Jake con la gracia de una bailarina y ojos brillantes de confianza sexual.

Jake se había preparado para una batalla, pero no había contado con tener que controlar su libido. Willoughby, en cambio, no parecía afectado. Jake supuso que era porque Desiree actuaba de forma similar y el abogado se había acostumbrado.

Pero Jake no podía. Ver a Chloe vestida así lo desequilibraba. Y odiaba su necesidad de mirarla.

Por suerte, Willoughby empezó a leer el testamento y eso lo devolvió al mundo real. Según los deseos de Desiree, todas las propiedades se dividían equitativamente entre Jake y Brianna, lo que era correcto. Pero Desiree había designado a Chloe como encargada de proteger los intereses de Brianna hasta que fuera mayor de edad.

Jake nunca antepondría sus intereses a los de su hermana y la desconfianza de su madrastra lo hirió en lo más hondo. Chloe se removió en el asiento y cruzó una pierna sobre la otra, mostrando su muslo.

—¿Qué dice sobre la custodia de Brianna?

—Desiree os designó guardianes conjuntos —dijo Willoughby.

—Perdón —Jake tensó las manos—. Eso es una locura. Desiree no podía estar cuerda cuando redactó eso. ¿Cómo pueden dos personas que viven en estados diferentes compartir la custodia de una niña que empezará a ir al colegio en otoño?

—Os leeré la carta que escribió, con sus deseos: «Queridos Jake y Chloe, tengo malas cartas, pero las jugaré hasta el final. Puede pareceros raro, pero espero que lo entendáis. Brianna ha perdido a su padre y ahora me perderá a mí. Nadie debería tener que pasar por eso, pero he intentado prepararla lo mejor que he podido. Ahora queda en vuestras manos. Sé que ambos la queréis. Y pienso que el que compartáis su custodia es lo mejor para ella. Jake, te pareces a tu padre más de lo que crees. Y Chloe, tú te pareces mucho a mí. Tengo la esperanza de que eso reconfortará a Brianna. Os pido que viváis como una familia, en el rancho, durante seis semanas. Después, me gustaría que llegarais a un acuerdo para hacer que funcione la custodia compartida».

Eso era imposible. Jake no estaba dispuesto a compartir casa con una pelirroja tan sexy que era una pura bomba de relojería. Willoughby siguió leyendo:

—«Sé que vivís en estados distintos, pero tal vez Brianna pueda pasar el curso escolar en Bayside y las vacaciones y algunos fines de semana en el rancho. En cualquier caso, sé que ambos la queréis. Espero que aprendáis a ser amigos por el bien de Brianna».

—Esa petición no puede ser legalmente vinculante —objetó Jake.

—Tienes razón —reconoció Willoughby—. No tenéis que aceptar sus deseos, pero ella esperaba que lo hicierais por el bien de Brianna. Desiree quería suavizar la pérdida de su hija y ayudarla a aprender a vivir sin sus padres. Por eso Brianna lleva semanas visitando a un psicólogo, y Desiree quería que siguiera haciéndolo el tiempo necesario.

—Desiree me explicó sus deseos hace semanas —dijo Chloe—. Aunque me será difícil quedarme en Texas, le prometí que lo haría.

—Pues a mí no me dijo nada —escupió Jake—. Ni siquiera sabía que tenía cáncer. Ni que se moría.

—Jake —dijo Willoughby—, lo hecho, hecho está. Pero Desiree me dijo muchas veces que deseaba que vuestra relación fuera mejor.

Jake se pasó una mano por el cabello. Era cierto que había sido… testarudo. No habría sido tan terrible ser… si no amigos, al menos… Suspiró. Debería haber aceptado la rama de olivo que ella le había ofrecido, pero era demasiado tarde. Y no iba a reconocerlo allí. ¡No!

—Desiree pide que volváis aquí después de seis semanas con vuestra decisión —añadió Willoughby—. Si no habéis llegado a un acuerdo, una tercera persona evaluará la relación y decidirá quién recibe la custodia, dando derechos de visita a la otra parte.

—¿Quién es la tercera persona? —preguntó Jake.

—Desiree pidió que su identidad se mantuviera en secreto, para que nadie pudiera influir en su decisión. Por supuesto, ella esperaba que las cosas no tuvieran que llegar a ese extremo.

Jake supuso que el psicólogo sería la persona que tomaría la última decisión. Tenía sentido. Y en ese caso, quizá debería ser él quien llevara a Brianna a la consulta, para compartir con él sus dudas sobre la aptitud maternal de Chloe.

—Aquí tienes la llave del rancho —dijo Willoughby, entregándosela a Chloe.

Jake se estremeció al verlo entregar el acceso a la esencia y memoria de su padre a una desconocida.

No tenía más remedio que aceptar la ridícula petición de su madrastra e instalarse en el rancho temporalmente. Si todos estaban juntos sería más fácil vigilar los intereses de Brianna y asegurarse de que estaba bien cuidada.

Y si no era así, tendría pruebas de primera mano para iniciar una batalla legal respecto a la custodia.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

A LA mañana siguiente, Jake metió su equipaje en el maletero y puso rumbo al rancho.

Durante la hora y cuarto de viaje llamó a la oficina y reorganizó sus reuniones. Haría todo lo posible a distancia, pero algunos días no tendría más remedio que volver a Dallas. Maldijo para sí. Su vida estaría descontrolada durante seis semanas.

Desiree debía de haber estado desquiciada cuando organizó el plan. Él habría hecho cualquier cosa por Brianna, pero no entendía qué pintaba Chloe en la escena. Era innecesaria, a no ser que supusiera un castigo para Jake. Si Desiree supiera cuánto se arrepentía Jake de no haber ido por su casa más a menudo, no lo habría hecho. Le remordía la conciencia.

La valla de madera que rodeaba el rancho necesitaba una mano de pintura. Tendría que ocuparse de eso, porque cuando hubiera resuelto el tema de la custodia, iba a poner el rancho en venta, como debería haber hecho su padre años antes.

La oficina de Braddock Enterprises estaba en la ciudad, igual que la casa de Jake. No había razón para mantener el rancho.

Aparcó cerca del granero, sacó sus cosas, un maletín de cuero y una bolsa de viaje, y fue hacia el porche delantero de la gran casa de adobe. Su primera idea fue abrir la puerta sin llamar, algo que solía hacer cuando sólo su padre vivía allí. Pero los tiempos habían cambiado.

Subió los escalones y el sol salió de detrás de una nube. La brisa le llevó olor a alfalfa y oyó el relincho de un caballo en la distancia. Casi se sintió como un niño otra vez. Volviendo a casa.

Pero eso no podía estar más lejos de la realidad. El rancho había dejado de ser su hogar el día que Desiree se instaló allí. El día que su padre se convirtió en otra persona.

Llamó a la puerta y, cuando no hubo respuesta, llamó al timbre. Era incómodo saber que una desconocida estaba allí, aunque fuera algo temporal.

Se oyeron pasos y Barbara Davies, el ama de llaves, abrió la puerta.

—Órdenes de Desiree —dijo él alzando el maletín en una mano y la bolsa en la otra.

—Sí, lo sé —se hizo a un lado y lo dejó entrar—. Me lo mencionó hace un mes o dos.

De nuevo le recordaban a Jake que él no había conocido sus intenciones. Como seguramente tenía la culpa por haber rechazado las ofertas de amistad de su madrastra, sintió un pinchazo de arrepentimiento.

—¿Te gustaría dormir en el dormitorio principal? —le preguntó Barbara—. Lo he preparado.

Era el que habían utilizado su padre y Desiree, y después ella sola; allí no se sentiría cómodo.

—No, prefiero mi dormitorio, el que usaba de niño.

Cuando sus padres se separaron, Jake vivió con su padre, que insistía en pasar todos los fines de semana en el rancho, para que su hijo de ciudad conociera el mundo real. Habían pasado buenos ratos, pescando y montando a caballo. Pero también había mucho trabajo: limpiar los establos de estiércol.

—Considéralas tareas edificantes para el carácter —solía decirle su padre.

Jake había sido escéptico al respecto. Y suponía que seguía siéndolo.

Cuando la señora Davies cerró la puerta, volvió al presente. Echó un vistazo a la sala con sus muebles de cuero, las mesas y estanterías de roble, la chimenea de piedra y los coloridos cuadros que adornaban las paredes blancas. Desiree lo había redecorado cuando llegó, pero después apenas había cambiado nada.

—Por lo que sé —dijo el ama de llaves—, tu cuarto está como lo dejaste. Quito el polvo dos veces a la semana pero, aunque las sábanas están limpias, habría que airear la habitación. Lo haré después.

—Gracias.

Le llegó el aroma a canela y especias de la cocina y recordó que sólo había tomado un café.

—Algo huele de maravilla.

—Son los bollos de calabacín que hay en el horno —la señora Davies sonrió—. Desiree me dijo que te gustaban. Y casi están listos.

Él se preguntó cómo podía haber sabido eso Desiree. Quizá se lo había mencionado, pero era extraño que, además de recordarlo, hubiera trasmitido la información al ama de llaves.

Él, por su parte, no sabía qué cosas le gustaban a Desiree. Nunca se había fijado ni le había importado. Y se sentía un poco mal al respecto.

—También he preparado tarta de merengue y limón —añadió el ama de llaves.

Otro de los postres favoritos de Jake. Era como si Desiree estuviera intentando que se sintiera bienvenido, pero que hubiera dado esas órdenes antes de morir lo incomodaba. Él no se merecía su esfuerzo.

—Está todo muy callado —comentó.

—Aún están durmiendo.

Él miró su reloj. Eran las diez. Por lo visto Chloe era una persona de noche. Como muchas artistas. Esperaba que ese tipo de actitud no se le pegara a su hermanita.

—¿Qué tal está Brianna?

—Anoche la cosa fue mal. Tuvo un ataque de llanto y no podía dormir. Chloe estuvo leyéndole hasta por lo menos las once, que es cuando yo me retiré.

Tal vez se equivocaba con lo de las costumbres de artista; al menos en cuanto a la noche anterior.

Se oyeron pasos en el vestíbulo. Jake vio a Chloe entrar al salón con una camiseta blanca, sin mangas, y pantalones de chándal caídos. Ella bostezó y se pasó la mano por el pelo revuelto.

Verla así, recién salida de la cama, era más excitante de lo que habría querido admitir. Aunque estaba bastante tapada, su aspecto era muy sexy. Pensó sugerirle que fuera a ponerse una bata, pero no lo hizo. No quería que sospechara el efecto que tenía en él.

—Buenos días —dijo el ama de llaves, con la voz tan tensa como la goma de un tirachinas—. Ahora que estás levantada, pondré café y prepararé el desayuno.

—Gracias —dijo Chloe—. No suelo comer mucho por la mañana, pero me encantaría una taza de café.

Cuando se quedaron solos, Jake dejó las bolsas en el suelo y se cruzó de brazos. Era hora de poner las cosas claras, averiguar qué pensaba Chloe y a qué se enfrentaba.

—Supongo que esto te gusta tan poco como a mí.

—Tienes razón —Chloe alzó la barbilla. No le gustaba nada haber tenido que dejar su estudio de danza y sus propiedades de alquiler en manos de otra persona. Y tampoco se sentía cómoda viviendo en casa de otro con un ama de llaves interna.

La señora Davies era agradable, pero tenía la costumbre de enarcar una ceja o levantar la nariz cuando Chloe decía o hacía algo que consideraba poco convencional. Y como Chloe no prestaba atención a esas cosas, la nariz y la ceja no dejaban de elevarse.

Para empeorar las cosas, tenía que tratar con un hombre demasiado conservador para su propio bien, y que sospechaba intentaría controlarla.

—Pero… ¿sabes una cosa? —fue hacia el sofá de cuero color crema y se sentó en el brazo—. Si le hubiera pedido a Desiree que se sacrificara por mí, ella no habría dudado en hacerlo.

Jake no dijo nada.

—Lo creas o no —añadió Chloe—, Desiree habría hecho lo mismo por ti.

—No estábamos muy unidos.

—Lo sé. Y lamento lo que te perdiste. Fue mucho.

—Es muy probable que tengas razón en eso —dijo él, tras estudiarla un momento con esos ojos azul claro que sugerían una suavidad que no debía de tener.

La pilló por sorpresa que estuviera de acuerdo. Se puso un rizo detrás de la oreja.

—¿Qué te dijo de mí? —preguntó él, mirándola con intensidad.

—No mucho. Sólo que le recordabas a tu padre, un hombre al que adoraba. Y que daría cualquier cosa para que visitaras el rancho más a menudo.

—Estaba ocupado.

—También dijo eso.

—Conseguía venir en Navidades y en vacaciones. No era un completo extraño.

Desiree le había dicho a Chloe que eran visitas de compromiso. Lo único que lamentaba de su matrimonio con Gerald Braddock era haber provocado, sin pretenderlo, un distanciamiento entre padre e hijo.

—¿Qué más?

—La verdad es que no hablamos mucho de ti. Sé que tienes mucho empuje. Y que eres testarudo. Pero también que eres guapo. ¿Te referías a eso?

Él se tensó un poco con la descripción física.

Ella la había incluido aunque Desiree nunca lo había mencionado. Pero como decía que se parecía a su padre y Gerald Braddock era un hombre guapísimo, Chloe había sumado dos y dos.

Sin embargo, la suma se había quedado corta. Jake era muy, pero que muy atractivo. Si no fuera por las circunstancias, habría tenido la tentación de… flirtear con él y divertirse.

Había aprendido pronto en la vida que los hombres como él no enganchaban su corazón. Pero no estaba segura de si había algún tipo de hombre en el que fuera capaz de confiar a largo plazo.

—Por si te interesa —dijo Jake—, no sé qué cosas negativas puede haber dicho Desiree de mí, pero no soy un mal tipo.

Chloe suponía que no del todo, pero Desiree debía de haber tenido una buena razón para no darle la custodia completa de Brianna.

—¿No me crees?

—Claro que sí —intentó sonar sincera, pero él la miró con cierto escepticismo.

Le agradeció que no objetara nada, no estaba dispuesta a tener una confrontación antes de tomarse un café.

Pero su compañero de casa temporal era un caramelo para la vista, con su pelo rizado y oscuro, piel morena y ojos como el mar. Era una pena que fuera tan estirado.

Surgió su espíritu rebelde, que a veces utilizaba como defensa, y decidió coquetear con él y ponerlo nervioso. Pero sólo cuando Brianna no estuviera presente. Era un juego que llevaba años practicando.

—El café ya está —anunció Barbara, entrando.

—Bien —Chloe se bajó del brazo del sofá y siguió al ama de llaves a la cocina.

Lo primero era ocuparse de su adicción a la cafeína matutina. Aun así, miró por encima del hombro y vio a Jake clavado en el sitio, observándola. Más bien, mirando su trasero, porque tuvo que alzar la vista para encontrarse con sus ojos.

—¿Vienes? —dijo. Por lo visto podría inquietarlo sin intentarlo siquiera. Sonrió.

—Aún no. Primero voy a guardar mis cosas.

—Bien. Haz lo que te parezca.

—Siempre lo hago.

Ella asintió, esbozó una enorme sonrisa y fue a la cocina. Sería fácil y divertido poner nervioso a Jake Braddock, pero dudaba que él se lo tomara bien. Eso lo convertía en su tipo de reto masculino favorito.

Y él acababa de arrojarle el guante.

 

 

Más tarde, después de dar un paseo y hablar con el capataz del rancho, Jake volvió a la casa y fue al despacho de su padre. Se encontró a Chloe sentada ante el escritorio, mirando la guía telefónica.

Se había duchado y cambiado. Su pelo, antes suelto y alborotado, estaba recogido en un moño. Y se había maquillado, aunque una mujer como ella no lo necesitaba. Eso había quedado claro esa mañana, cuando la había visto recién salida de la cama.

Tenía belleza natural a espuertas. Era una pena que no supiera que una empresa cosmética no podía embotellar y vender lo que ella ya tenía.

Llevaba carmín rosa oscuro, y espeso. Sin duda, mancharía a cualquier hombre que la besara. Él se preguntó si lo hacía a propósito para mantener a los hombres a raya.

«Ven, chico. Pero no te acerques demasiado».

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, apoyado en el umbral de la puerta.

—Comprobando algo y buscando una dirección. En cuanto Brianna acabe de desayunar, voy a llevarla al pueblo.

—¿Te refieres a la ciudad? —Dallas estaba a más de una hora de allí.

—No. A Granger. ¿Cómo está de lejos?

—A unos quince kilómetros.

Ella no tenía pinta de ser de pueblo pequeño. Aunque a él no le gustaba que la gente se inmiscuyera en su vida y sus planes, no pudo evitar preguntarse qué tramaba.

—¿Qué vas a hacer en Granger?

Los ojos verdes de ella brillaron como los de una niña pequeña a quien le dijeran que iba de excursión en vez de ir al colegio.

—Vamos a ir de compras.

—¿En busca de qué? —por lo visto no era una mujer habladora.

—No lo sé aún. Digamos que es una sorpresa.

A Jake no le gustaban las sorpresas. Sospechó algo raro, y eso tampoco le gustó. Tal vez iba a ir de compras para sí misma, no para Brianna.

Y si era el caso le pondría fin muy rápido, sobre todo si pretendía utilizar dinero del fideicomiso. Braddock Enterprises no iba a costear los caprichos de Chloe.

Ella cerró la guía de teléfonos y la guardó en el cajón. Se puso en pie. Llevaba unos vaqueros negros que se le pegaban a la piel como un guante.

—No te preocupes. Volveremos en una hora.

Pero sí estaba preocupado. Y la mejor forma de solucionarlo era seguirla al pueblo.

—Haz lo que quieras —dijo.

—Siempre lo hago —le devolvió la frase que había dicho él con una sonrisa juguetona. Después salió del despacho bamboleando las caderas.

Seis malditas semanas. Lo volvería loco en ese tiempo, si él lo permitía.

Veinte minutos después, Jake había seguido a Chloe y a Brianna al pueblo y esperaba ante el Refugio para Animales Granger.

No tenía ni idea de lo que estaban haciendo, pero tenía sus sospechas. Había dicho que iban de compras y sería mejor que no estuviera comprando una mascota, no si Jake iba a tener la custodia de Brianna.

Lo pudo la curiosidad y, justo cuando iba a bajar del coche, Chloe y Brianna salieron. Chloe llevaba una caja de cartón en los brazos.

Rezongando, salió del coche y fue hacia ellas.

—¡Jake! —dijo Brianna—. ¡Adivina qué tenemos!

En vez de adivinar, clavó los ojos en Chloe, en las gafas de sol que ocultaban sus ojos y en los hoyuelos que formaba su sonrisa.

—¡Qué sorpresa! —dijo ella—. No esperábamos que nos siguieras.

—No, seguro que no —señaló la caja con la cabeza—. Supongo que eso es la sorpresa.

—¿Quieres verlo? —Brianna sonrió de oreja a oreja.

El que la criatura, fuera lo que fuera, hubiera puesto esa sonrisa en la cara de su hermana fue bastante para frenarlo. Aunque la decisión de adoptar una mascota debería haber sido consultada con él, era un alivio saber que cabía en una caja tan pequeña.

—Se llama Sweetie Pie —dijo Brianna—. Y es el perro más mejor de todo el mundo entero.

Jake no tuvo corazón para negarlo.

Chloe abrió la caja y un perro de tres colores y pelo como alambre asomó la cabeza, gimiendo, mientras golpeaba la caja con el rabo.

—¡Huy! —exclamó Chloe—. Tranquilo, Sweetie Pie. O conseguirás que se me caiga la caja.

—Tiene que estar en la caja hasta que volvamos al rancho —dijo Brianna—. Ésas son las reglas. Pero luego podrá correr todo lo que quiera.

Mientras Chloe intentaba volver a meter al desastrado perro en la caja, Jake le abrió la puerta del coche a su hermana. Ella se sentó en su silla y él le ató el cinturón. Chloe puso la caja en el suelo y cerró la puerta del coche.

—No has podido evitar seguirnos, ¿eh? —dijo la pelirroja, cruzándose de brazos.

—No me gustan los secretos.

—Es una pena. Entonces, debes de haber tenido cumpleaños muy aburridos.

—Estuvieron bien —la verdad era que nunca había tenido una fiesta sorpresa. Y ella lo decía como si se hubiera perdido algo importante—. ¿A qué viene lo del perro?

—Todos los niños necesitan una mascota.

—¿Ah, sí? ¿No crees que deberían tener la edad y responsabilidad necesarias para cuidarlos? Por supuesto, si piensas llevarte al perro a California dentro de seis semanas, no protestaré.

—Sweetie Pie irá donde vaya Brianna.

—Entonces tendré que camelar a la señora Davies, porque ella será quien cuide del perro por mí.

—Eso está por ver.

Estaban a punto de discutir y no era el lugar apropiado. Brianna parecía feliz con su mascota, así que decidió no crear problemas… aún.

—Por cierto —dijo Jake, mientras Chloe abría la puerta—. Es el perro más feo que he visto nunca. Si vas a convertir el rancho en un zoo, ¿por qué no has elegido una criatura con mejor aspecto?

Ella se detuvo y lo miró. Sus ojos se encontraron. Los de ella brillaban y le dio la impresión de que estaba a punto de llorar. Chloe carraspeó.

—Ese perrito necesitaba una casa más que los otros —dijo ella con voz suave—. Hoy se le acababa el plazo.

A Jake nunca le habían llamado la atención los animales. Al menos de adulto. Una vez había encontrado un pastor alemán perdido, pero su madre no le dejó quedárselo. No la culpaba. Vivía en una casa de ciudad. Igual que él.

—Ese perro… —empezó.

—Sweetie Pie —corrigió Chloe—. Tiene nombre.

—Mi casa de la ciudad no está preparada para animales —Jake cruzó los brazos.

—Vaya —dijo ella, apoyando la cadera en el coche y cruzándose de brazos también. Él la maldijo para sí—. Mira —volvió a suavizarse—. Una mascota será buena para Brianna. Sobre todo ahora.

—Ya tiene peces.

—Pero no puede abrazarlos.

—Ya, pero tampoco la morderán las pulgas.

Chloe se puso tensa y luego soltó una risita.

—Seis semanas no serán suficientes, ¿eh?

—¿Qué quieres decir? —para él serían eternas.

—A ti y a mí nos va a costar aprender a llegar a acuerdos y poner los intereses de Brianna por encima de los nuestros —le sonrió de nuevo y subió al coche.

Jake observó cómo se alejaban. Algo le decía que ella tenía razón.

Aun así, a pesar de sus reservas, ese feo chucho iba de camino al rancho. Tenía la impresión de haber perdido, no de haber llegado a un acuerdo.