El camino de la iniciación (traducido) - Rudolf Steiner - E-Book

El camino de la iniciación (traducido) E-Book

Rudolf Steiner

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Beschreibung

- Esta edición es única;
- La traducción es completamente original y se realizó para el Ale. Mar. SAS;
- Todos los derechos reservados.

Rudolf Steiner nació en 1861 en Kraljevic (entonces Imperio Austrohúngaro, hoy Croacia). Hijo de un jefe de estación austriaco, a los siete años ya asociaba las percepciones y visiones de realidades ultramundanas con el principio común de la realidad: "es decir, distinguía los seres y las cosas 'que se pueden ver' de los seres y las cosas 'que no se pueden ver'.
En 1879 Steiner comenzó sus estudios de matemáticas y ciencias en la Universidad de Viena, asistiendo también a cursos de literatura, filosofía e historia, dedicándose en profundidad, entre otras cosas, a los estudios sobre Goethe. En Weimar, en 1890, se convirtió en colaborador de los Archivos de Goethe y Schiller (hasta el punto de editar la edición de los escritos científicos de Goethe promovida por esta institución). Ese mismo año, la hermana de Nietzsche pidió a Steiner que se ocupara de la reorganización del archivo y de los escritos inéditos de su hermano.
En 1891 se licenció en filosofía con una tesis sobre temas de gnoseología que fue publicada en su primer libro "Verdad y ciencia" en 1892. Sin embargo, en 1894 publicó otra obra famosa, la "Filosofía de la Libertad".
El poderoso legado de conocimientos e iniciativas innovadoras de Steiner ha dado lugar a una amplia serie de iniciativas en diversos campos del quehacer humano en todo el mundo, como la agricultura biodinámica, la medicina antroposófica, la euritmia, el arte de la palabra, la pedagogía steineriana (escuelas Waldorf) y la arquitectura viva. En el Goetheanum tienen lugar las actividades de la Universidad Libre de Ciencias Espirituales, actividades artísticas y teatrales, conferencias, encuentros y conciertos.

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Veröffentlichungsjahr: 2021

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Índice

 

NOTA DEL TRADUCTOR (PARA LA EDICIÓN EN INGLÉS)

NOTA DEL EDITOR

LA PERSONALIDAD DE RUDOLF STEINER Y SU DESARROLLO

CAPÍTULO 1. - EL MUNDO SUPERFÍSICO Y SU GNOSIS

CAPÍTULO 2. - CÓMO ALCANZAR EL CONOCIMIENTO DE LOS MUNDOS SUPERIORES

CAPÍTULO 3. - EL CAMINO DEL DISCIPULADO

CAPÍTULO 4. - LIBERTAD CONDICIONAL

CAPÍTULO 5. - ILUSTRACIÓN

CAPÍTULO 6. - INICIACIÓN

CAPÍTULO 7. - LA EDUCACIÓN SUPERIOR DEL ALMA

CAPÍTULO 8. - LAS CONDICIONES DEL DISCIPULADO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL CAMINO DE LA INICIACIÓN

 

RUDOLF STEINER

 

 

CON ALGUNAS NOTAS BIOGRÁFICAS DEL AUTOR

POR EDOUARD SCHURÉ

 

 

1910

 

 

 

 

 

 

Traduccióny edición 2021 por Ediciones Planeta

Todos los derechos reservados

 

 

NOTA DEL TRADUCTOR (PARA LA EDICIÓN EN INGLÉS)

 

Al estar profundamente interesado en la obra y las enseñanzas del Dr. Steiner, y deseoso de compartir con mis amigos de habla inglesa los numerosos e inestimables atisbos de verdad que se encuentran en ella, he decidido traducir el presente volumen. Gracias a la amable colaboración de varios amigos, que prefieren permanecer en el anonimato, se ha podido llevar a cabo esta tarea, y deseo expresar mi más sincero agradecimiento por la ayuda literaria que me han prestado, y también agradezco al Dr. Peipers, de Múnich, el permiso para reproducir su excelente fotografía del autor.

El valor especial de este volumen consiste, creo, en que no se da ningún consejo ni se hace ninguna afirmación que no esté basada en la experiencia personal del autor, que es, en el sentido más estricto, tanto un místico como un ocultista.

Si el presente volumen tiene una acogida tal que justifique una nueva empresa, nos proponemos traducir y publicar durante el próximo año otra serie de artículos continuos del Dr. Steiner sobre el mismo tema, y un tercer volumen consistirá en los artículos que ahora aparecen en las páginas de El Teósofo, titulados "La educación de los niños."

Max Gysi.

 

NOTA DEL EDITOR

 

Aunque la agradable lengua vernácula alemana todavía se distingue en el texto de esta obra, deseamos declarar que ha sido americanizada en ortografía, fraseología y definición, a fin de hacer más claras para la mente occidental las maravillosas verdades experimentadas por su ilustre autor.

Los lectores, especialmente los estudiantes de Ocultismo, Teosofía, Masonería y Nuevo Pensamiento, creemos que apreciarán la claridad con la que sus enseñanzas conducen a la simple y rica Armonía de la Vida.

PUB MACOY. & MASONIC SUP. CO.

 

 

 

 

LA PERSONALIDAD DE RUDOLF STEINER Y SU DESARROLLO

 

Por Edouard Schuré (Traducido con la amable autorización del autor de la introducción a Le Mystère Chrétien et les Mystères Antiques. Traduit de l'allemand par Edouard Schuré, Librairie académique, Perrin & Co., 1908, París).

Muchos de los hombres más cultos de nuestro tiempo tienen una idea muy equivocada de lo que es un verdadero místico y un verdadero ocultista. Sólo conocen estas dos formas de mentalidad humana por sus tipos imperfectos o degenerados, de los que los últimos tiempos no han proporcionado más que demasiados ejemplos. Para el hombre intelectual de la época, el místico es una especie de loco y visionario que toma sus fantasías por hechos; el ocultista es un soñador o charlatán que abusa de la credulidad del público para presumir de ciencia imaginaria y de pretendidos poderes. Obsérvese, para empezar, que esta definición del misticismo, aunque merecida por algunos, sería tan injusta como errónea si se intentara aplicarla a personalidades como Joaquín de Flor del siglo XIII, Jacobo Boehme del XVI, o San Martín, al que se llama "el filósofo desconocido", del siglo XVIII. No menos injusta y falsa sería la definición actual de ocultista si se viera en ella la más mínima relación con buscadores tan serios como Paracelso, Mesmer o Fabre d'Olivet en el pasado, como William Crookes, de Rochat o Camille Flammarion en el presente. Pensemos lo que pensemos de estos audaces investigadores, es innegable que han abierto a la ciencia regiones desconocidas y han aportado a la mente nuevas ideas.

No, estas definiciones fantasiosas pueden satisfacer, en el mejor de los casos, ese amateurismo científico que esconde su debilidad bajo una soberbia máscara para escudar su indolencia, o el escepticismo mundano que ridiculiza todo lo que amenaza con perturbar su indiferencia. Pero basta con estas opiniones superficiales. Estudiemos la historia, los libros sagrados y profanos de todas las naciones, y los últimos resultados de la ciencia experimental; sometamos todos estos hechos a una crítica imparcial, deduciendo efectos similares de causas idénticas, y nos veremos obligados a dar una definición completamente diferente del místico y del ocultista.

El verdadero místico es un hombre que entra en plena posesión de su vida interior y que, habiendo tomado conciencia de su subconsciente, encuentra en él, mediante la meditación concentrada y la disciplina constante, nuevas facultades e iluminación. Estas nuevas facultades y esta iluminación le instruyen sobre la naturaleza más íntima de su alma y sus relaciones con ese elemento impalpable que subyace a todo, con esa realidad eterna y suprema que la religión llama Dios, y la poesía lo Divino. El ocultista, afín al místico, pero tan diferente de él como un hermano menor de un hermano mayor, es un hombre dotado de intuición y de síntesis, que trata de penetrar en las profundidades ocultas y en los fundamentos de la Naturaleza por los métodos de la ciencia y de la filosofía: es decir, por la observación y la razón, métodos invariables en principio, pero modificados en su aplicación para adaptarse a los reinos descendentes del Espíritu o a los reinos ascendentes de la Naturaleza, según la vasta jerarquía de los seres y la alquimia del Verbo Creador.

El místico, por lo tanto, es aquel que busca la verdad y lo divino directamente dentro de sí mismo, a través de un desprendimiento gradual y un verdadero nacimiento de su alma superior. Si lo consigue tras un esfuerzo prolongado, se sumerge en su propio centro resplandeciente. Entonces se sumerge y se identifica con ese océano de vida que es la Fuerza Primordial.

El ocultista, en cambio, descubre, estudia y contempla esta misma efusión divina que se manifiesta en diferentes porciones, dotadas de poder y multiplicadas infinitamente en la Naturaleza y la Humanidad. Según el profundo dicho de Paracelso: ve en todos los seres las letras de un alfabeto que, unidas en el hombre, forman el Verbo completo y consciente de la vida. Los análisis detallados que hace de ellos, las síntesis que construye a partir de ellos, son para él otras tantas imágenes y predicciones de esta Divinidad central, de este Sol de Belleza, Verdad y Vida, que no ve, pero que se refleja e irrumpe en su visión en innumerables espejos.

Las armas del místico son la concentración y la visión interior; las armas del ocultista son la intuición y la síntesis. Cada una se corresponde con la otra, se complementan y se presuponen mutuamente.

Estos dos tipos humanos se funden en el Adepto, en el Iniciado superior. Sin duda, una u otra, y a menudo ambas, se encuentran en los fundadores de las grandes religiones y las filosofías más elevadas. Sin duda, también se encuentran, en menor medida pero aún muy notable, en una serie de personajes que han desempeñado un gran papel en la historia como reformadores, pensadores, poetas, artistas, estadistas.

¿Por qué, entonces, estos dos tipos de mente, que representan las facultades humanas más elevadas, y que en su día fueron objeto de veneración universal, suelen parecernos ahora meramente deformados y disfrazados? ¿Por qué han sido borrados? ¿Por qué han caído en tal descrédito?

Esto es el resultado de una causa profunda que existe en una necesidad inevitable de la evolución humana.

Durante los últimos dos mil años, pero sobre todo desde el siglo XVI, la humanidad ha realizado una obra formidable, a saber, la conquista del globo y el establecimiento de la ciencia experimental, en lo que se refiere al mundo material y visible.

Para que esta gigantesca y hercúlea tarea pudiera llevarse a cabo con éxito, era necesario que se produjera un eclipse temporal de las facultades trascendentales del hombre, de modo que todo su poder de observación se concentrara en el mundo exterior. Sin embargo, estas facultades nunca se extinguieron, ni siquiera estuvieron inactivas. Estaban latentes en la masa de los hombres; permanecían activos en los elegidos, lejos de la mirada del vulgo.

Ahora se muestran abiertamente en nuevas formas. En poco tiempo asumirán una importancia protagónica y rectora en los destinos humanos. Yo añadiría que en ningún período de la historia, ya sea entre las naciones del antiguo ciclo ario, o en las civilizaciones semíticas de Asia y África, o en el mundo grecolatino, o en la Edad Media y en los tiempos modernos, estas facultades reales, a las que el positivismo sustituiría su sombría nomenclatura, han dejado de operar al principio y en el fondo de todas las grandes creaciones humanas y de toda obra fecunda. Porque ¿cómo podemos imaginar a un pensador, a un poeta, a un inventor, a un héroe, a un maestro de la ciencia o del arte, a un genio de cualquier tipo, sin un poderoso rayo de esas dos facultades maestras que hacen al místico y al ocultista: la visión interior y la intuición soberana?

*********************************

Rudolf Steiner es un místico y un ocultista. Estas dos naturalezas aparecen en él en perfecta armonía. No se podría decir cuál de las dos predomina sobre la otra. Mezclándose y fusionándose, se convirtieron en una fuerza homogénea. De ahí que se trate de un desarrollo especial en el que los acontecimientos externos no desempeñan más que un papel secundario.

El Dr. Steiner nació en la Alta Austria en 1861. Sus primeros años los pasó en una pequeña ciudad situada en el Leytha, en la frontera de Estiria, los Cárpatos y Hungría. Desde la infancia su carácter era serio y centrado. Siguió una juventud iluminada interiormente por las más maravillosas percepciones, una juventud que se encontró con terribles pruebas, y una edad madura coronada por una misión que había previsto vagamente desde sus primeros años, pero que sólo se formuló gradualmente en la lucha por la verdad y la vida. Esta juventud, transcurrida en una región montañosa y aislada, fue feliz a su manera, debido a las excepcionales facultades que descubrió en sí mismo. Trabajaba en una iglesia católica como corista. La poesía del culto, la profundidad del simbolismo, tenían para él una atracción misteriosa; pero, como poseía el don innato de ver las almas, una cosa le aterraba. Esta era la incredulidad secreta de los sacerdotes, totalmente absortos en el ritual y la parte material del servicio. Había otra peculiaridad: nadie, ni entonces ni después, se atrevía a hablar de ninguna burda superstición en su presencia, ni a proferir ninguna blasfemia, como si aquellos ojos tranquilos y penetrantes obligaran al interlocutor a una seria reflexión. En este niño, que casi siempre estaba en silencio, creció una voluntad tranquila e inflexible, para dominar las cosas a través de la comprensión. Esto fue más fácil para él que para los demás, ya que poseía desde el principio ese dominio de sí mismo, tan raro incluso en los adultos, que da el dominio sobre los demás. A esta firme voluntad se añadía una simpatía cálida, profunda y casi dolorosa; una especie de penosa ternura por todos los seres e incluso por la naturaleza inanimada. Le parecía que todas las almas tenían algo divino. Pero, ¡en qué corteza de piedra se esconde el oro brillante! En qué dura roca, en qué oscura oscuridad yacía dormida la preciosa esencia! Vagamente aún se agitaba en él esta idea -que desarrollaría más tarde- de que el alma divina está presente en todos los hombres, pero en estado latente. Es un prisionero dormido que debe ser despertado por medio de un encantamiento.

A la vista de este joven pensador, las almas humanas se volvían transparentes, con sus problemas, sus deseos, sus paroxismos de odio o de amor. Y probablemente fue por las cosas terribles que vio, que habló tan poco. Sin embargo, ¡qué delicias, desconocidas para el mundo, brotaban de esta clarividencia involuntaria! Entre las notables revelaciones interiores de este joven, mencionaré sólo una que fue extremadamente característica.

Las vastas llanuras de Hungría, los bosques salvajes de los Cárpatos, las viejas iglesias de esas montañas donde la custodia brilla como un sol en la oscuridad del santuario, no estaban allí para nada, sino que servían para la meditación y la contemplación.

A la edad de quince años, Steiner conoció a un herbolario que se encontraba en su país en ese momento. Lo notable de este hombre es que no sólo conocía las especies, las familias y la vida de las plantas en su más mínimo detalle, sino también sus virtudes secretas. Se diría que se ha pasado la vida conversando con el alma inconsciente y fluida de las hierbas y las flores. Tenía el don de ver el principio vital de las plantas, su cuerpo etérico, y lo que el ocultismo llama los elementales del mundo vegetal. Habló de ellos como algo totalmente ordinario y natural. El tono tranquilo y fríamente científico de su conversación excitó aún más la curiosidad y la admiración de los jóvenes. Más tarde, Steiner se enteró de que aquel extraño hombre era un mensajero del Maestro, al que aún no conocía, pero que debía ser su verdadero iniciador, y que ya le vigilaba desde la distancia.

Lo que el curioso botánico de doble vista le dijo, el joven Steiner lo encontró acorde con la lógica de las cosas. Esto confirmaba un sentimiento interno de larga data, y que se imponía cada vez más en su mente como la Ley fundamental, y como la base del Gran Todo. Es decir: la doble corriente que constituye el movimiento mismo del mundo, y que podría llamarse el flujo y reflujo de la vida universal.

Todos somos testigos y conscientes de la corriente evolutiva externa que impulsa a todos los seres de los cielos y de la tierra -estrellas, plantas, animales y hombres- hacia adelante y los hace avanzar hacia un futuro infinito, sin que percibamos la fuerza inicial que los empuja y los hace avanzar sin reposo ni descanso. Pero hay en el universo una corriente inversa, que se interpone perpetuamente e irrumpe en la otra. Es la de la involución, por la que los principios, las fuerzas, las entidades y las almas que provienen del mundo invisible y del reino de lo Eterno se infiltran y se mezclan incesantemente con la realidad visible. Ninguna evolución de la materia sería comprensible sin esta corriente oculta y astral, que es la gran hélice de la vida, con su jerarquía de poderes. Así, el Espíritu, que contiene el futuro en germen, se involucra en la materia; así la materia, que recibe el Espíritu, evoluciona hacia el futuro. Mientras que nosotros avanzamos a ciegas hacia un futuro desconocido, este futuro se acerca conscientemente, infundiéndose en la corriente del mundo y del hombre que lo elabora. Tal es el doble movimiento del tiempo, la exhalación e inhalación del alma del mundo, que viene del Eterno y vuelve a él.

Desde los dieciocho años, el joven Steiner poseía la conciencia espontánea de esta corriente dual, una conciencia que es la condición de toda visión espiritual. Este axioma vital le fue impuesto por una visión directa e involuntaria de las cosas. A partir de entonces, tuvo la inconfundible sensación de que poderes ocultos trabajaban detrás y a través de él para guiarle. Prestó atención a esta fuerza y obedeció sus advertencias, porque se sentía profundamente de acuerdo con ella.

Este tipo de percepción, sin embargo, formaba una categoría aparte en su vida intelectual. Esta clase de verdad le parecía algo tan profundo, tan misterioso y tan sagrado, que nunca imaginó poder expresarlo con palabras. Alimentaba su alma en ella, como de una fuente divina, pero haber rociado una gota de ella fuera le habría parecido una profanación.