El camino de vuelta - Una semana de pasión - Christine Rimmer - E-Book

El camino de vuelta - Una semana de pasión E-Book

Christine Rimmer

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Beschreibung

El camino de vuelta Christine Rimmer Cuando Charlene Cooper tenía dieciocho años había acudido desesperada a Brand Bravo… y él no había tardado en huir. Diez años después, Charlene se vio obligada a recurrir de nuevo a él… esa vez con un bebé en brazos y una pregunta: «¿Eres el padre de esta niña?». Ella lo necesitaba de nuevo y esa vez él no huiría… Una semana de pasión Kimberly Lang El tiempo era oro para el atractivo abogado Matt Jacobs. Sin embargo, cuando conoció a la bella Elaine Mackenzie en la boda de su mejor amigo, se olvidó del trabajo y decidió pasar casi toda la semana... haciendo el amor con ella. Y cuando concluyó su primera semana entre las sábanas, Elaine aceptó una propuesta indecente que, en otras circunstancias, jamás habría aceptado.

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Seitenzahl: 411

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 439 - noviembre 2021

 

© 2007 Christine Rimmer

El camino de vuelta

Título original: From Here to Paternity

 

© 2009 Kimberly Kerr

Una semana de pasión

Título original: The Secret Mistress Arrangement

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008 y 2011

 

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-957-9

Índice

 

Créditos

Índice

El camino de vuelta

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Una semana de pasión

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Promoción

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

PARA Charlene Cooper, aquel agitado sábado de abril comenzó como cualquier otro sábado.

La alarma de su despertador sonó a las cinco y cuarto. Se levantó, bostezando, y se dirigió directamente al cuarto de baño, donde se quitó su camisón y lo colgó detrás de la puerta. Entonces se metió en la ducha.

Veinte minutos después estaba vestida con unos pantalones vaqueros y una camiseta roja. Se había arreglado su rubio pelo sujetándolo con una pinza por detrás de la cabeza. Tardó pocos minutos en maquillarse levemente, aplicándose un poco de colorete, pintalabios y rimel.

Como su dormitorio y el único cuarto de baño de la casa daban directamente a la entrada principal, estaba preparada para salir a trabajar sin tener que pasar por la cocina ni por el salón de la vivienda.

Nunca desayunaba antes de marcharse por la mañana a trabajar. En la cafetería había café y Teddy, el cocinero del turno de mañana, le prepararía unos huevos revueltos si se lo pedía.

Volvió al dormitorio para recoger su bolso y se dirigió a la puerta principal. Justo cuando estaba a punto de abrir, su vida cambió para siempre.

Con un pequeño sonido.

Fue un suave, feliz, y susurrante sonido. Como un cachorrito de perro. O de gato. Quizá una paloma.

Provenía de su salón.

Se preguntó qué haría una paloma en su salón.

Volvió a escuchar el sonido… y no. No era una paloma. No era un animal.

Era más como…

Charlene gimió, perpleja, y se dirigió hacia su salón, donde encontró algo completamente imposible.

Un bebé.

Un bebé arropado en una mantita rosa, tumbado sobre su sofá, bajo la ventana que daba al porche…

Dejó caer su bolso al suelo y se llevó las manos a la boca, acercándose a la antigua mecedora que había pertenecido a su bisabuela. Se sentó en ella muy despacio.

El bebé agitó sus regordetas manitas y gimoteó.

Entonces ella se dio cuenta de que en el suelo, a los pies del sofá, había una golpeada bolsa de pañales y una sucia sillita para el coche.

Alguien había entrado en su casa y había dejado un bebé, junto con una sillita para el coche y unos pañales.

Se preguntó quién haría una locura como ésa…

Despacio, mientras el bebé hacía un bobalicón sonidito que parecía como una risita, se agarró a los reposa brazos de la mecedora.

—Hola —dijo en alto con voz ahogada.

Quizá la madre del bebé, o quien fuera que fuese que hubiera llevado allí al pequeño, todavía estuviera en la casa. Carraspeó y se dirigió a hablar hacia la cocina y la habitación de invitados.

—¿Hay alguien ahí?

No obtuvo respuesta.

El bebé agitó sus manitas de nuevo y la mantita con la que estaba arropado hizo un extraño sonido, como de papel crujiendo…

Charlene se levantó y se acercó al bebé.

Entonces pudo ver que la mantita tenía prendida una hoja de papel doblada.

El bebé gorjeó, parpadeando. Ella pudo ver los ojos tan azules que tenía y cómo le sonrió, como si la reconociera.

Pero era imposible. Aquel bebé era muy pequeño, demasiado pequeño, como para reconocer a nadie; estaba en una edad en la que parecía que sonreían a la persona que tenían delante, pero en realidad no lo hacían.

Con las manos temblorosas, Charlene agarró la hoja de papel. Dejó el alfiler con el que había estado prendida a la mantita en un recipiente que había sobre la mesa. Sintió las rodillas débiles, así que se sentó de nuevo en la mecedora antes de desdoblar el papel.

Se percató de que estaba arrugado. Lo alisó sobre su rodilla, parpadeando horrorizada al reconocer los desaliñados garabatos.

—Oh, Dios —susurró—. Oh, no…

 

Querida Charlene,

¡Sorpresa!

Te presento a tu sobrina, Mia Scarlett Cooper. Tiene cinco semanas, nació el quince de marzo. ¿No es preciosa? Eso lo ha heredado de su madre. Necesito un favor. El problema es que no está funcionando para mí llevar cargando un bebé de un lado para otro. Necesito un descanso y, aunque tú y yo no siempre nos llevamos bien, sé que cuidarás muy bien de ella. Se porta muy bien.

Y no sé cómo decirte esto, pero supongo que tienes que saber que el padre es Brand. Y, por si te lo estás preguntando, la respuesta es que sí; fue por eso que me marché el año pasado. Por Brand y por la manera en la que me trataba.

Con amor, aunque estoy segura de que no me crees,

Sissy.

 

Sissy…

A Charlene le invadió una extraña sensación, como si se fuera a romper en mil pedazos. Con cuidado, conteniéndose con un gran esfuerzo de voluntad, se levantó de nuevo y se acercó a lo que ya en ese momento sabía que era una pequeña.

El bebé… Mia. Se llamaba Mia… y no parecía que siguiera sonriendo. Pero tampoco estaba llorando. Miró a Charlene con calma y volvió a agitar sus pequeños puños.

Tenía un hoyuelo precioso en la barbilla.

Un hoyuelo que a Charlene le recordó el que Brand Bravo tenía en la suya.

—Oh, Dios…

Se sentó en el sofá, al lado de la pequeñina. Pasó algún tiempo, no sabía si segundos o minutos. Se quedó allí sentada, inmóvil, mirando las fotografías familiares que había en la pared de enfrente… fotografías entre las que había una de la boda de sus padres. Su madre estaba riendo mientras le metía un trozo de tarta en la boca a su padre. Parecían muy felices. Jóvenes. Con la creencia de que les esperaba una larga vida por delante.

También había fotografías de ellos cuatro juntos; su padre, su madre, y dos sonrientes hermanas. Y de ella y de Sissy… juntas y separadas. En una de ellas, ella estaba de pie en las escaleras de la casa blanca de Jewel Street, la casa en la que todos habían sido una familia… antes del accidente. Ella aparecía sonriendo abiertamente en la fotografía, sujetando orgullosa a su hermana recién nacida cuando ella había tenido nueve años.

—Sissy… —dijo en alto.

Parpadeó, agitó la cabeza y volvió a leer la nota. Lo hizo tres veces más hasta que, impresionada, llegó a comprender lo grave de la situación.

Su hermana había tenido una hija, una niña que estaba tumbada justo a su lado, dando pataditas bajo la mantita que la cubría y emitiendo aquellos adorables gorjeos.

Se llamaba Mia y su padre era… ¿Brand?

No. No podía creerlo… y, en realidad, no podía ser posible, ¿o sí?

Claro que no. Él no habría…

Era cierto que ella no tenía muy buena opinión del importantísimo abogado y empedernido soltero Brand Bravo. Pero hubiera jurado que él nunca habría seducido a una alocada joven como Sissy, una joven que precisamente era su hermana.

Pero claro…

Las cuentas encajaban.

El año anterior, durante el desastroso mes en el que Sissy había regresado al pueblo, se había hecho muy conocida. Y no había sido sólo por todo lo que enseñaba de su cuerpo con sus modelitos de ropa o por su pelo morado, sino por la manera en la que se lanzaba a cualquier chico que tuviera a la vista.

Y, aunque su estilo no encajaba para nada en una comunidad conservadora como New Bethlehem Flat, nadie podía negar su belleza. Era posible que hubiese pillado a Brand en un momento de debilidad.

—Gu —dijo la pequeñina—. Wa…

Recordó la manera en la que su hermana se había marchado el junio anterior; había desaparecido en medio de la noche… la misma noche en que alguien había saqueado el despacho de Brand y se había llevado el dinero que él tenía allí. El ladrón no había sido detenido, pero todo el mundo en el pueblo, incluyéndola a ella misma, aunque nunca lo había admitido, sabía que tenía que haber sido Sissy.

Se preguntó por qué habría hecho Sissy aquello… destrozar el despacho de Brand y robar el dinero que allí había, si no había sido porque había estado completamente desesperada o porque se había vuelto loca… o ambas cosas.

La pequeña pataleó, empujando el muslo de Charlene. Ésta respondió instintivamente, acariciando a su sobrina, sintiendo aquel diminuto y perfecto pie. Se encontró a sí misma casi sonriendo a pesar de la impresión y de la confusión que se habían apoderado de ella.

Pensó que, aunque Sissy tenía problemas, muchísimos problemas, no habría razón para que hubiera mentido diciendo que Brand era el padre. Incluso una alocada mujer de diecinueve años debería saber que sólo hace falta una simple prueba de paternidad para aclarar esa cuestión.

Así que debía ser cierto.

¿O no?

Aquella pequeñina, su sobrina, era hija de Brand Bravo.

—Oh, no —susurró con la cabeza entre sus manos—. Oh, Dios, no…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

 

QUE no se dijera que Charlene Cooper no se ocupaba de los problemas… sin importar lo difíciles y angustiosos que pudieran llegar a ser.

Media hora después había hecho uso del contenido de la bolsa de pañales, habiendo cambiado y dado de comer a su sobrina. Había telefoneado a Teddy, el cocinero, y le había informado de que no llegaría hasta más tarde.

También había encontrado a una camarera que la sustituyera.

Llevó a Mia a su habitación y la puso sobre la cama, colocando almohadas a ambos lados de la pequeñina. Entonces regresó al salón para tomar la sillita para el coche y salió a colocarla en el asiento trasero de su automóvil.

No tenía experiencia en asientos para bebés, así que tardó más de lo que había pensado en colocarlo.

Leyó las instrucciones, pero estaban medio borrosas, y colocó la sillita lo mejor que pudo, sintiéndose tensa y frustrada todo el tiempo, deseando que la niña estuviese bien, ya que estaba sola en la casa.

Finalmente, tras veinticinco minutos de lucha con el endemoniado mecanismo de la sillita, logró instalarla con seguridad. Se apresuró a entrar en la casa y encontró a Mia justo donde la había dejado, entre las almohadas. Estaba profundamente dormida y chupándose el dedo gordo.

Cuando la tomó en brazos, la pequeñina abrió sus brillantes ojos azules durante un momento, pero al instante se acurrucó en el hombro de su tía y volvió a dormirse. Lo mismo ocurrió cuando la colocó en la sillita del coche. Parpadeó, despertándose y bostezando, para volver a dormirse de inmediato.

Charlene volvió a entrar en la casa para recoger su bolso y la bolsa de pañales. Entonces se montó en el coche y arrancó, dirigiéndose a Upper Main.

En pocos minutos estaba conduciendo por el centro de New Bethlehem Flat, conocido para quienes allí vivían simplemente como Flat. Venciendo la tentación de ir a comprobar que la camarera que había contratado en el último minuto aquella misma mañana hubiese llegado a tiempo para abrir el local, torció para dirigirse a Commerce Lane y cruzó el Delhi Bridge, donde vio al viejo Tony Dellazola dirigirse andando al pueblo como hacía todas las mañanas a aquella misma hora.

El viejo Tony era uno de sus clientes habituales. Éste vio el coche gris plateado de Charlene y frunció el ceño, probablemente pensando que ella debía estar en la cafetería, esperando a que él llegara, con un café recién preparado y dispuesta a comprobar que Teddy friera perfectamente su bacón. Entonces le sonrió y agitó su mano, continuando por la carretera, donde dejó a su derecha el Sierra Star Bed and Breakfast, hostal regentado por la madre de Brand, Chastity, y a su izquierda la iglesia Metodista.

Al finalizar la calle, a la vuelta de la esquina, Commerce Lane daba a la autopista. Ella se dirigía a salir del pueblo por el este, dejando a su izquierda una hermosa montaña y, a su derecha, un acantilado que daba al río.

Había una serie de puentes, el primero de ellos pasaba sobre las agitadas aguas del río, que llevaban a los chalets y casas que había al otro lado. Pasó por el puente que llegaba a Firefly Resort y, cuando pasó por un tercer puente que sólo tenía la anchura para que pasase un solo coche, giró a la izquierda.

Tardó poco en llegar a la señal que indicaba Bravo, en el kilómetro trescientos uno de Riverside Road. Se metió en la propiedad.

Vio el nuevo chalet que habían construido, arropado por árboles. Nunca antes lo había visto desde tan cerca. Tenía un aspecto agradable y sencillo. Sus altas paredes llenas de ventanas brillaban con el reflejo del sol y el precioso porche era espacioso y atrayente, construido con una preciosa y cara madera.

A Brand le encantaba su nueva casa. Todos lo decían en el pueblo.

Y ella tuvo que admitir que incluso desde la zona para aparcar los coches, parecía una casa muy bonita.

Pero eso no importaba.

A ella no le importaba…

Aparcó el coche y sacó a la pequeña del asiento trasero. Mia parpadeó al ser perturbada de su sueño, pero volvió a dormirse rápidamente, suspirando de la manera más dulce sobre el hombro de su tía.

Charlene cerró la puerta del coche, provocando un sonido sordo.

En algún lugar entre los árboles cercanos, un pájaro carpintero golpeteó una rama y un poco más lejos una paloma hizo un agradable sonido. El aire olía a cedro y a humo, proveniente de la chimenea de alguna casa cercana. Sobre las copas de los pinos, el cielo estaba tan azul como los ojos de Mia.

Era un enclave precioso, y muy tranquilo.

Pero aun así se le aceleró el pulso y le dolió el estómago; tenía un gran nudo de furia y dolor… e inquebrantable determinación.

Entonces se dirigió a la puerta principal por el paseo de piedra que había en la parte oeste de la casa.

Muy decidida, se acercó a la puerta y llamó al timbre.

El sonido hizo eco.

Esperó, acunando con delicadeza a su sobrina, tratando de tomar aire profundamente y de pensar en algo que la tranquilizara. Quería tener la mente despejada cuando él abriera la puerta; tenía que ser lógica y estar calmada cuando hablara con él.

A través del cristal que decoraba la parte superior de la puerta, pudo ver que la entrada tenía el suelo de pizarra. La luz del día se colaba a través de un tragaluz que había justo encima, dando una sensación de alegría y vida a la casa.

Pero no había señal de él.

Sujetó a la pequeñina con más fuerza y utilizó su otra mano para volver a llamar a la puerta, apretando el botón por más tiempo debido a su impaciencia.

Pero él seguía sin aparecer.

Volvió a llamar al timbre, pero en aquella ocasión de manera corta y repetitiva.

Parecía que el importante abogado no se levantaba temprano los sábados, como tenían que hacer muchas personas normales.

Volvió a llamar al timbre con determinación. Con más fuerza y más prolongadamente que las veces anteriores.

Y lo consiguió.

Finalmente.

Él apareció en la entrada, frunciendo el ceño y rascándose la cabeza, mirándola a través del cristal de la puerta.

Charlene se enderezó y colocó una protectora mano en la espalda de Mia. La puerta se abrió y pudo verlo allí de pie, con los párpados caídos, medio dormido, y vestido sólo con unos raídos calzoncillos…

Tenía su pelo castaño dorado alborotado y una marca de las sábanas en la mejilla. Estaba asquerosamente sexy y muy varonil.

Claro que a ella no le importaba.

Para nada.

Ni lo más mínimo.

—Charlene —murmuró él en un tono cálido y levemente duro—. ¿Qué demonios ocurre? —exigió saber.

Entonces se apoyó en el marco de la puerta y la miró de arriba abajo.

—Nunca pensé que te vería llamando a mi puerta.

Ella no iba a permitir que él la afectara. Habló en un tono firme que no reflejaba ningún tipo de emoción.

—Es importante. Déjame pasar —dijo.

No esperó a que él se apartara, sino que entró abriéndose paso ella misma.

—¿Y el bebé? —preguntó él—. Ni siquiera sabía que estabas embarazada.

Charlene meció a Mia con delicadeza.

—Ja, ja —dijo.

Entonces se dio la vuelta para mirar los bonitos ojos color avellana de Brand.

—Tenemos que hablar.

Él se rascó la cabeza y resopló.

—Estoy soñando, ¿verdad? En la vida real, tú no me has dirigido la palabra durante más de diez años.

—Esto no es un sueño —dijo Charlene con firmeza—. Y será mejor que no creas que lo es.

—¡Está bien! —dijo él con demasiado buen humor—. Entonces… ¿quieres un café?

Charlene deseaba decirle que ella no quería nada de él… nunca. Bajo ninguna circunstancia. Pero eso sería una mentira, ya que sí que quería una cosa. Quería que él admitiera que había mantenido relaciones sexuales con su hermana.

Quería que admitiera en aquel mismo momento que era el padre de la pequeñina tan dulce que ella tenía en brazos…

Cuando él agitó una mano delante de su cara, se percató de que había estado mirando al vacío con la mirada perdida.

—Charlene, ¿estás ahí?

Ella parpadeó y centró su atención en la rata que tenía delante.

—Sí, claro —dijo.

—Entonces dime, ¿quieres café?

—Sí, un café.

Entraron en la enorme cocina de la casa, donde los electrodomésticos de primera calidad y las enormes encimeras de granito seguían mostrando la elegancia y el lujo de aquella moderna construcción.

Ella se sentó a la mesa, colocándose a la pequeña en el hombro.

Brand puso café en la cafetera mientras ella no dijo nada, simplemente esperó. Entonces él se dio la vuelta hacia ella y se apoyó en la encimera, cruzando los brazos sobre su precioso y desnudo pecho.

—Está bien, ¿qué ocurre?

Charlene sujetó a su sobrina con fuerza con una mano mientras que con la otra sacaba del bolsillo de su pantalón la nota que le había dejado su hermana.

—¿Qué es eso? —preguntó él.

—Míralo tú mismo —contestó ella.

Entonces dejó caer la hoja de papel sobre la mesa.

—Ahí tienes.

Brand se quedó mirándola durante un momento, como queriendo entender qué le estaba pasando por la cabeza. Entonces se encogió de hombros y se apartó de la encimera.

Charlene oyó cómo la cafetera borboteaba mientras él desdoblaba la hoja de papel y leía lo que había escrito en ella, mirando aquellas palabras durante largo rato.

Ella esperó sin decir nada, cambiando a Mia a su otro hombro y acariciándole la espalda con cuidado.

Finalmente Brand levantó la mirada y agitó la cabeza. Se sentó en la silla más próxima, tirando la nota a la mesa.

—De ninguna manera. Nunca toqué a tu hermana. Yo no soy el padre de esa niña.

Charlene lo miró y él hizo a su vez lo mismo con ella.

—Dime una cosa, ¿por qué sabía que ibas a decir eso? —dijo ella cansinamente.

Brand se revolvió, colocando sus descalzos pies debajo de la silla, dirigiendo su musculoso pecho hacia ella.

—¿Porque es verdad? ¿Porque, a pesar de lo mucho que me odias, sabes que soy un hombre honesto que no tengo relaciones sexuales con jovencitas… y eso quiere decir que sabes que ese bebé no es mío?

En aquello él tenía un poco de razón; fuera lo que fuera lo que pensara sobre él, jamás había dudado de su honestidad… no hasta aquel momento.

—No hay ninguna razón por la que ella fuese a acusarte… a no ser que sea cierto.

Brand se echó para atrás en la silla.

—Vamos, Charlene. Date cuenta de la realidad; tu alocada hermana no necesita ninguna razón para hacer todas las cosas insensatas que hace.

Charlene se negó a responder. Si lo hiciera, sabía que le gritaría y que le insultaría. Se preguntó cómo se atrevía él a hablar de aquella manera de Sissy…

Aunque fuera cierto.

Brand apartó la mirada, cerrando los puños sobre la mesa. Ella observó cómo él trataba de controlarse.

Cuando volvió a hablar, lo hizo de una manera delicada, cuidadosa.

—Está bien. No debería haber dicho eso. Me doy cuenta de que hablar de tu hermana te afecta mucho.

Pero el término «afectar» ni siquiera se acercaba a lo que sentía Charlene. Siempre se había sentido muy culpable ante la manera en la que a Sissy la habían apartado de ella tras la muerte de sus padres. Ella había luchado y luchado con todas sus fuerzas por mantener a Sissy a su lado, pero por aquel entonces sólo tenía dieciocho años y estaba soltera. El juez que había llevado su caso había estimado que una niña de nueve años estaría mejor con una pareja estable.

Si Brand hubiera…

Pero no.

No tenía sentido volver a recordar aquello. Ya había pasado…

De lo que tenían que hablar era de lo que hacer en aquel momento, pero no podía evitar sentirse resentida por lo que había ocurrido en el pasado, ya que había destrozado la vida de su hermana y, de alguna manera, la suya también.

—Nunca debiste contratarla para que trabajara para ti el año pasado.

Brand miró de nuevo la nota y tocó el borde de la hoja, apartando su mano rápidamente.

—Simplemente estaba tratando de ayudar.

Charlene se quedó mirándolo y se negó a decir nada hasta que él levantara su dorada cabeza y la mirara a los ojos.

Cuando por fin Brand lo hizó, se dirigió a él de una manera muy clara, concisa, y hablando muy despacio…

—Hazme un favor. No nos ayudes más. Nunca —ordenó.

Él no apartó la mirada.

—Charlene, sé que quieres creer lo peor de mí, pero…

—¡Eso no es verdad! —espetó ella, demasiado rápido y alto, como si quisiese convencerse a sí misma tanto como a él.

Mia se revolvió y gimoteó.

Brand simplemente agitó la cabeza.

Algo implícito en aquel gesto provocó que ella se enfureciera. Sabía que no lograría nada gritándole, pero aun así, estaba muriéndose por decirle lo que pensaba de él.

Mia se revolvió de nuevo.

Charlene pensó que la pobre pequeña seguramente estaba sintiendo la tensión que ella estaba esforzándose tanto por controlar.

—Shh, ya está, cariño —susurró sin mirar a Brand.

Trató de tranquilizarse y meció a la niña.

—Todo está bien…

La pequeñina suspiró y se acurrucó de nuevo en su tía, volviendo a dormirse profundamente.

La cafetera pitó y Brand se acercó a la encimera, llenó dos tazas y volvió a la mesa, acercándole una taza a ella mientras bebía de la suya.

Charlene ignoró el café y lo retó con una voz que de alguna manera logró mantener baja y calmada.

—Así que ésa es tu historia, ¿verdad? Insistes en que esta niña no es tuya.

—No es una historia, es la verdad. Esa niña no es mía… y dime, ¿dónde está Sissy?

Ella no quería contestar a esa pregunta…

—Hum… ¿qué quieres decir? —dijo.

—Ya sabes lo que quiero decir. ¿Cómo puede ser que te haya mandado a ti para hacer el trabajo sucio?

—¿El trabajo sucio? —preguntó ella, tratando de parecer distante.

—Es una forma de hablar. ¿Dónde está Sissy?

—¿Cómo lo voy a saber? Has leído la nota.

Brand volvió a mirar la nota.

—¿Pretendes que entienda la situación sin explicármela? —dijo, mirando entonces a Charlene.

Pero al no responder nada ella, continuó hablando.

—Está bien, trataré de adivinar. Tú no has visto a Sissy desde el año pasado. Ni siquiera has hablado con ella. Y ella te ha dejado ese bebé en tu puerta junto con esta nota. Ha abandonado a su hija contigo y se ha marchado de nuevo.

Aquello dolía. Y mucho… oírle decir todo aquello en alto.

—No la dejó en la puerta de mi casa —corrigió, dándose cuenta a continuación de lo ridículo que había sonado—. La dejó en el sofá del salón… ahí fue donde la encontré, esta mañana, cuando salía a trabajar.

—¿La encontraste en el sofá?

—¿No es eso lo que acabo de decirte?

—Sissy se coló en tu casa y abandonó a su hija… y, aun así, defiendes su versión de los hechos.

Mia se revolvió de nuevo y Charlene le dio unas palmaditas para tranquilizarla.

—Sissy tiene llave, así que no se ha colado. Mi casa siempre será su casa. Y tampoco abandonó a Mia. La dejó conmigo; mi hermana sabe que puede confiar en mí para cuidarla.

—¿Y te parece que eso justifica que abandonara a su hija contigo?

—Deja de decir esa palabra.

—¿Qué palabra? ¿Abandono?

—Oh, te quitaría la tontería de una bofetada ahora mismo.

Ante aquello, Brand simplemente meneó la cabeza despacio.

—No estoy aquí para hablar de Sissy —dijo ella.

—Ya me he dado cuenta, está más claro que el agua.

—¿Niegas que Mia es tuya?

—¿Qué? ¿No me has escuchado? Lo negué hace cinco minutos y te lo niego de nuevo hora. Siempre lo negaré, porque esa niña no es mía.

—Entonces espero que te sometas a una prueba de paternidad —dijo ella en forma de ultimátum.

Esperó a que él comenzara a retorcerse, pero Brand asintió con la cabeza.

—Creo que eso es una buena idea. Y quiero que se haga bien. No quiero que haya dudas sobre los resultados. Quiero que se haga una prueba legal en un laboratorio acreditado para que todos los implicados queden satisfechos con los resultados.

Charlene carraspeó. Tuvo que admitir que para ser un tipo tratando de escabullirse de sus responsabilidades como padre, parecía muy impaciente por sacar la verdad a relucir…

Pero, como abogado, quizá sabía de alguna manera de falsificar los resultados de la prueba de paternidad.

Cerró los ojos y se dijo a sí misma que, aunque no tenía muy buena opinión de él, no lo creía capaz de hacer algo así. Quizá él estuviese mintiéndose a sí mismo, diciéndose que no podía ser el padre.

Pero no amañaría una prueba legal.

No caería tan bajo.

—Quiero comenzar con ello ahora mismo —dijo ella.

—Bien. Ponte en contacto con Sissy y dile que necesitamos una copia del certificado de nacimiento de la niña. Tendrá que firmarnos una autorización para poder realizar la prueba.

—Uh… ¿una autorización?

—Sí, en el laboratorio al que llevarás a la niña a que le extraigan una muestra de ADN. Es un procedimiento muy simple. Le hacen un frotis con algodón en el interior de la mejilla. Es indoloro.

—Pero yo no… —comenzó a decir ella.

Meció a Mia estrechamente.

—¿Quieres decir que necesitamos la autorización de Sissy? —preguntó.

—Charlene. Piénsalo. No pueden realizar pruebas a menores de edad sin la autorización de sus padres o de sus tutores legales.

—¿No podemos simplemente… hacerla?

—¿Por un laboratorio que no sea de confianza y que mandan un botiquín por correo? ¿Crees que esos resultados serán dignos de confianza? Por no hablar de su validez legal.

Por mucho que odiara tener que reconocerlo, sabía que él tenía razón.

Se preguntó qué la había poseído para haber acudido apresuradamente a casa de Brand. No había ganado nada para Mia y todo lo que había logrado había sido darle la oportunidad a él de decir cosas sobre Sissy que realmente ella no quería escuchar. Le dolía demasiado…

Con cuidado, recostó a la pequeña sobre su otro hombro; estaba paralizada, sin saber qué hacer al darse cuenta de que no tenía otra opción que enfrentarse a la cruda realidad.

—Sabes que no puedo contactar con Sissy. No la he visto ni había tenido noticias de ella hasta esta mañana desde el pasado junio. No me dejó ninguna dirección de contacto, por no hablar de un número de teléfono.

Brand se quedó mirándola durante un momento.

—¿No hay ningún amigo suyo al que puedas telefonear? —sugirió—. ¿Y aquella tía vuestra con la que ella se fue a vivir tras la muerte de vuestros padres?

La tía Irma. Santo Dios. Cualquiera menos ella.

—Lo dudo. Pero comprobaré a ver si tengo algún número de teléfono.

Brand se levantó y se sirvió más café, apoyándose de nuevo en la encimera.

—Hay otra opción.

Charlene se preguntó por qué tenía la impresión de que iba a odiar lo que él iba a decir a continuación.

—¿Qué opción?

—Telefonear a los servicios de protección de menores. Decirles lo que ha ocurrido y explicar que tu hermana ha dicho que yo soy el padre de la niña. Quizá consigas una autorización del Estado para realizar la prueba de ADN.

—Telefonear a los servicios de protección de menores. Uh, uh. De ninguna manera.

—Esta situación es distinta a la de hace diez años —dijo él, que sabía lo que estaba pensando ella—. Ahora no tienes dieciocho años. Eres una mujer adulta que tiene un negocio, por no mencionar que eres un miembro muy respetado de tu comunidad.

—Entonces también me respetaban y teníamos la cafetería. Y aun así, mi tía logró llevarse a Sissy… ¿y por qué estamos hablando de esto?

—Ya te lo he dicho. Porque es una opción.

Charlene estaba muy alterada al recordar todo aquello.

—No, no lo es. No quiero inmiscuir en esto a los servicios de protección de menores y tú, más que nadie, deberías saberlo. No les daré ninguna oportunidad de llevarse a esta niña. Yo soy su tía y ella está… de visita. Así quiero que sean las cosas. ¿Lo entiendes?

—Charlene…

Ella se preguntó por qué habría ido a aquel lugar; había sido una tontería. Se le había formado un nudo en la garganta debido a lo frustrada que estaba y… al miedo que tenía. Trató de contener las lágrimas y se dirigió a él en tono muy serio.

—No te atrevas a telefonear a los servicios de protección de menores para informarles, Brand Bravo.

Él dejo su taza sobre la encimera y levantó ambas manos, como si ella le estuviese apuntando con una pistola o algo parecido…

—Mira, esto es asunto tuyo. Pero tienes que afrontar el hecho de que quizá los servicios de protección de menores entren en acción.

Charlene nunca soportaría algo así de nuevo. Lo que le había pasado a Sissy no le iba a pasar a su hija.

Entonces, sujetando con cuidado a su sobrina, se levantó.

—Ahora me doy cuenta de que… no debí apresurarme a venir aquí. Ha sido un error. Estaba muy disgustada y no pensaba con claridad. Pero ahora sé con lo que me tengo que enfrentar. No se podrá realizar la prueba de paternidad hasta que Sissy no firme la autorización.

—Charlene.

Ella se mordió el labio inferior y negó con la cabeza.

—No, déjalo.

Brand dudó, pero al final no pudo mantenerse callado.

—Te tienes que preguntar una cosa —dijo—. ¿Qué ocurriría si nunca pudieras ponerte en contacto con ella?

Charlene no se iba a preguntar eso. Nunca.

—Lograré hablar con ella. Vendrá a casa. Y, cuando lo haga, prepárate para que se realice la prueba de paternidad.

Brand se encogió de hombros.

—Es justo —dijo.

Charlene se preguntó por qué alguien diría aquello… «Es justo». Como si hubiese algo sobre toda aquella situación que fuera justo.

Volvió a preguntarse por qué había ido allí. En realidad, era una estúpida por volver a hablar con Brand.

Se preguntó si realmente él sería el padre de Mia y si habría seducido a Sissy el año anterior.

No había averiguado nada más de lo que hubiese hecho si hubiese ido directamente a su negocio y se hubiera tomado las cosas con un poco más de tranquilidad.

Debía haber esperado para enfrentarse con Brand a que ella hubiese tenido tiempo de pensar y de entender mejor la situación.

Debería haber sido más razonable y no haberse apresurado a ir allí a las siete de la mañana a restregarle a la pequeña Mia por la cara. No debería haberle levantando de la cama de aquella manera ni haberle lanzando tales acusaciones.

Pero él… tenía ese efecto sobre ella. La volvía loca. Provocaba que ella actuara de una manera de la que luego se arrepentía.

Habían transcurrido diez años desde que él le había roto el corazón y todavía lo odiaba, todavía buscaba cualquier oportunidad para culparle… de lo que fuera.

No era sano.

Tenía que sobreponerse a su enfado permanente con él.

Como fuera.

Y pronto.

Agarró la nota de su hermana y se la volvió a meter en el bolsillo. Entonces se dirigió a la puerta.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

 

BRAND observó cómo ella se marchaba sin decir nada.

Ni un hasta luego.

Ni un adiós.

Charlene y él ya habían dejado atrás las formalidades hacía mucho. Charlene y él eran… enemigos.

O algo muy parecido.

Le fastidiaba profundamente lo mucho que ella lo despreciaba.

A él le gustaba llevarse bien con la gente del pueblo. Era algo importante para él. Había trabajado duro para ganarse una buena reputación y no había sido fácil. Después de todo, él era un Bravo, uno de los aparentemente innumerables hijos bastardos del infame Blake Bravo, que había sido un actor muy malo, un hombre que había secuestrado a su propio sobrino para conseguir una fortuna en diamantes, que había asesinado por lo menos una vez y que había seguido viviendo treinta años después de que el mundo lo creyera muerto.

Aquella agitada vida de Blake había provocado que Brand tuviera muchos hermanos de padre, hijos de mujeres como su madre, Chastity, que se había enamorado del peligroso encanto de Blake y que había tenido cuatro hijos suyos. Dos de ellos habían llegado a tener fama de conflictivos. Brand y Brett, los dos hijos medianos, habían hecho todo lo posible para ser diferentes, para vivir una vida normal, sin polémicas.

Brett era el médico del pueblo, estaba felizmente casado y acababa de tener un hijo. Brand había elegido la carrera de Derecho y se había mudado al pueblo hacía un par de años para tomar el relevo en el despacho de su tío Clovis, que se iba a jubilar.

Se consideraba una persona con éxito, un miembro productivo de su comunidad. Sabía que no debería molestarle la opinión que de él tuviera una antigua ex novia.

Y el hecho de saber que no debía molestarle… bueno, eso sólo lograba fastidiarle aún más.

Nada de aquello era su problema, ni la pobre niña abandonada ni Charlene. Ni la salvaje y provocadora Sissy.

Pero en una cosa Charlene había tenido razón; nunca debía haber contratado a Sissy para trabajar para él. Había sido muy estúpido y en aquel momento estaba pagándolo.

Todo aquel embrollo se solucionaría cuando pudiese realizarse la prueba de paternidad… si Sissy aparecía de nuevo en el pueblo.

Pero en aquel momento lo que tenía que hacer era mantenerse apartado de toda aquella situación.

Y seguir con su vida…

 

 

Charlene estaba saliendo de casa de Brand en su coche cuando vio a dos vecinas del pueblo. Redonda Beals y Emmy Ralens estaban dando su paseo matutino. La saludaron cuando pasó por su lado y ella se esforzó en sonreír tanto como pudo.

Ambas mujeres tenían cincuenta y tantos años y eran clientas habituales de la cafetería. Siempre dejaban una buena propina. No eran muy cotillas, pero todo el mundo en el pueblo sabía que ella no visitaría a Brand Bravo ni loca… ni en su preciosa casa nueva ni en ningún otro lugar, así que era normal que las dos señoras se hubieran quedado un poco impresionadas al verla salir de la casa de Brand.

Mientras conducía de regreso al pueblo, decidió ir a la cafetería en vez de regresar a su casa… así todos conocerían a su sobrina.

Aquél era un pueblo donde todos se conocían y, tras haber visto a Redonda y a Emmy hacía solamente unos momentos, se había dado cuenta de que no tenía sentido tratar de esconder a la pequeña.

Debía jugar a ser una orgullosa tía. Debía dejarles claro a todos que no tenía nada que ocultar.

Vio el gran rótulo blanco y negro con letras rojas que había sobre la puerta de su negocio proclamando que aquel lugar se llamada «Dixie´s Diner».

Cuando, a las siete y media, entró a la cafetería con Mia en brazos, el local estaba repleto de clientes. A mucha gente le gustaba ir a desayunar allí y los sábados no eran una excepción. Teddy estaba haciendo crepes y Rita, la camarera que había accedido a ir en el último minuto, estaba tomándole nota a la familia Winkle en una mesa al fondo del local.

Los Winkle eran una familia muy bravucona y dados a hablar los unos de los otros. Nan y George Winkle tenían tres hijos, de doce, ocho y seis años, que, tras el consentimiento final de sus padres, pedían más comida de la que podían comer.

George Jr, que estaba un poco enamorado de Charlene, la saludó enérgicamente al verla.

—Hola, Charlene.

Steve, el más pequeño, comenzó a cantar.

—Charlene tiene un bebé, un diminuto bebé…

—Shh —dijo Nan—. Estate calladito.

—Yo quiero zumo de naranja y chocolate caliente. Me lo beberé todo, lo prometo. Lo juro. Por favor, quiero ambas cosas. Por favor… —suplicó Matt, el hijo mediano.

—Hijo —dijo George—. Tranquilízate…

Rita se dio la vuelta.

—Hola, Charlene.

En ese momento parecía que todos la estaban mirando.

—¿Qué es eso que tienes ahí? —quiso saber el viejo Tony Dellazola desde su asiento habitual.

—Ésta es mi sobrina, la hija de Sissy. Se llama Mia Scarlett y se va a quedar conmigo durante una temporada.

 

 

Aquella misma noche, mientras ponía a la niña a dormir entre almohadas, Charlene se preguntó si habían funcionado sus intentos de acallar el cotilleo del pueblo habiendo presentado abiertamente a su sobrina.

Deseaba con todas sus fuerzas que así fuese.

Uh, uh. Lo que sí que había logrado había sido hacerles saber que «la visita» de Mia era asunto suyo. Pretendía ceñirse a la historia de que su sobrina se iba a quedar con ella durante una temporada.

Eso era todo lo que iba a decir al respecto y sería mejor si la gente del pueblo se acostumbraba a ello.

Pero simplemente porque eso fuera lo que ella estaba diciendo, no quería decir que la gente fuese a mantenerse callada. En aquel pueblo la gente hablaba sobre los demás. Y mucho. Si vivías allí, tenías que aprender a aceptar los cotilleos como una cosa normal.

Las tragedias eran lo que más interesaba a los cotillas. Sus padres habían muerto en un accidente de coche cuando Sissy sólo tenía nueve años. Aunque Charlene había vendido la casa familiar para financiar su fallido intento de obtener la custodia de su hermana, a Sissy la habían mandado a vivir con unos tíos suyos a San Diego y, cuando había regresado al pueblo el año anterior, sólo había causado problemas.

Sissy era el sueño de cualquier cotilla. Desde que el verano anterior se había marchado del pueblo, sin duda alguna llevándose el dinero de la caja de Brand en su bolsillo, los cotilleos sobre ella no habían cesado.

No se necesitaba ser un genio para saber lo que la gente estaría hablando de ella en aquel momento.

Charlene incluso podía oírles…

«¿Sissy tiene un bebé?».

«Un bebé que la pobre Charlene ni siquiera había mencionado hasta hoy, cuando ha entrado en la cafetería con la preciosa niña en brazos…».

«¿No es eso típico de esa jovencita alocada? ¿Dejarle su pequeñina a Charlene de esa manera?».

«Tienes razón. Es típico de ella».

«Y no puedo evitar preguntarme qué estará haciendo Sissy ahora».

«Sí, y la gran pregunta, la pregunta más importante, es quién será el padre de la niña…».

Charlene se reprendió a sí misma diciéndose que ya era suficiente.

No era bueno obsesionarse con lo que la gente estaría pensando. Lo que tenía que hacer era encontrar a Sissy, pero se preguntaba cómo.

Sacó su agenda, donde tenía anotados dos números de teléfono de San Diego que su hermana le había dado cuando había estado en el instituto. Marcó el primero, perteneciente a una chica llamada Mindy… pero ya no existía.

El segundo era de una tal Randee Quail. Respondió una mujer, Maureen Quail, la madre de Randee, que dijo recordar vagamente a Sissy. Explicó que Sissy y su hija no se veían desde el instituto. Pero aun así le dio el número de teléfono móvil de Randee por si sabía algo que no le hubiera contado a ella.

Charlene telefoneó y logró hablar con ella al primer intento. Pero Randee le dijo que no había visto a Sissy desde el instituto y que no sabía dónde podía estar.

Entonces comenzó a buscar entre los papeles que tenía guardados en el comedor y la cocina, donde encontró dos teléfonos anotados en pequeños papeles, sin nombres. Pero estaba tan desesperada que se dirigió a telefonear.

El primero era de una compañía de limpieza y cuando marcó el segundo, fue un hombre quien le respondió.

—Bob Thewlis al habla.

—Uh. Hola. Soy Charlene Cooper y me preguntaba si…

—Charlene. Sí. De la cafetería en New Bethlehem Flat. ¿Hace cuántos meses que te di mi número…?

—Oh —Charlene apenas se acordaba.

De vez en cuando algún hombre le pedía su número de teléfono y ella siempre les decía que mejor le dieran ellos el suyo.

—Bueno… Hola, Bob…

—Pensaba que no ibas a telefonear. Porque no lo habías hecho hasta ahora.

—Lo siento, yo…

Bob le recordó que vivía en Nevada City y la invitó a cenar el viernes por la noche. Ella casi accede debido a la vergüenza que sentía, pero entonces Mia comenzó a llorar y ella se disculpó, diciendo que no podía. Le explicó que estaba tratando de encontrar a alguien y que había encontrado su número de teléfono en un papelito…

—Adiós, Charlene —dijo él, colgando el teléfono a toda prisa.

A ella ni siquiera le dio tiempo a inventarse alguna excusa por su extraño comportamiento.

Le cambió los pañales a Mia y se sentó en la mecedora del salón con ella en brazos.

Pensó que en los últimos meses no había tenido ninguna cita, ya que las que había tenido antes nunca habían llevado a ninguna parte. Tras un par de veces de haber visto al mismo hombre, ella comenzaba a poner excusas para no salir con él o era él el que no había vuelto a telefonear.

Nunca había… encajado con nadie. Nunca había sentido esa excitación que se siente cuando se conoce al hombre adecuado. Nunca había vuelto a sentir la emoción que había sentido hacía tantos años.

Con Brand.

 

 

El domingo por la tarde, Brand quería matar a alguien. Pero claro, hacer eso no alimentaría la buena imagen que había logrado tener a lo largo de los años.

A un hombre, incluso a un hombre sensato, sólo se le podía empujar y agobiar hasta cierto nivel antes de que retrocediera y comenzara a atacar.

Había ido a buscar a su tío Clovis, que era su socio en el despacho y que pronto se iba a jubilar, a las cinco de la madrugada. Habían ido a jugar al golf a Grass Valley. A él no le encantaba el golf, pero a su tío le agradaba si jugaba con él de vez en cuando y no quería decepcionarlo, ya que lo apreciaba mucho.

Habían tardado una hora en llegar al campo de golf. Normalmente lo hacían en silencio ya que era muy pronto y a Clovis le gustaba beber el café que normalmente llevaba consigo en un termo y observar cómo salía el sol.

Pero aquel día el tío Clovis había tenido muchas cosas que decir.

Según le había contado Clovis, el viejo Tony Dellazola había visto a Charlene Cooper saliendo del pueblo, dirigiéndose al este… hacia su casa, poco antes de las siete del sábado por la mañana. También decía haber visto un asiento para bebés en la parte trasera del automóvil. Y, a las siete y veinticinco, Emmy Ralens y Redonda Beals habían visto a Charlene salir de su casa. Diez minutos después, ésta había entrado en su cafetería mostrando a una pequeña que decía ser de su hermana.

—¿Fue a verte Charlene ayer por la mañana? —había preguntado el tío Clovis.

—Sí, lo hizo.

Su tío se había quedado claramente aturdido por aquello.

—Pensaba que vosotros dos no os hablabais.

—Como norma general no nos hablamos.

Clovis había esperado a que Brand explicase la situación, pero su sobrino no había estado por la labor.

Después de un buen rato, su tío había vuelto a habler:

—Sabes… Daisy y yo siempre te hemos considerado como el hijo que nunca tuvimos.

—Y para mí tú eres como un padre, tío Clovis.

—Si tienes un problema, quiero que sepas que puedes venir a mí y que juntos lo podemos solucionar.

—Gracias, tío Clovis. Te lo agradezco.

—Entonces, ¿qué ocurre?

—No ocurre nada. Créeme.

—¿No quieres hablar sobre ello?

—No, la verdad es que no.

Durante el resto del trayecto, el tío Clovis había permanecido callado.

Ya en el campo de golf, después de haber jugado tres hoyos, el tío Clovis había vuelto a hablar.

—La historia de Charlene es que la pequeña está aquí de visita.

—Sí —había dicho Brand—. Eso es lo que tengo entendido.

—Es un poco extraño. Lo digo porque es un bebé muy pequeño para estar sin su madre. Nadie ha visto a Sissy. Eso es raro, ¿no crees? Es complicado estar en el pueblo sin que nadie te vea.

Brand le había pasado en ese momento a su tío su palo de golf favorito.

—Aquí tienes. Y no te preocupes, ¿está bien? Dile a la tía Daisy que todo marcha bien. Charlene se va a ocupar de su sobrina durante una temporada. No importan las historias que se inventen por ahí, ésa es la verdad.

«No te preocupes».

Brand hubiera deseado poder seguir su propio consejo.

Lo que le había contado su tío le estaba devorando por dentro. Sabía que la gente estaba hablando… atando cabos y decidiendo que sólo había una razón por la que Charlene había ido a su casa con la hija de su hermana…

Si no estaban diciendo ya que él era el padre de la niña, pronto comenzarían a hacerlo. Antes de que pudiera darse cuenta, le estarían comparando con su padre, que había dejado embarazadas a un sin fin de mujeres durante su larga e inquietante vida…

Oh, sí. Estarían parloteando sobre cómo la manzana nunca cae lejos del árbol y que de tal palo tal astilla…

Pero lo peor de todo era que él no podía dejar de pensar en Charlene.

No podía dejar de preocuparse por ella y de preguntarse cómo se las estaría apañando sin saber dónde estaba su hermana, teniendo que mantener su negocio y cuidar de su sobrina al mismo tiempo.

Su madre le telefoneó a las seis y media desde el hostal que regentaba desde antes de que él hubiese nacido. Por la hora que era, ya les habría servido la cena a sus huéspedes y habría arreglado todo. Cenaría sola, o quizá con su novio, Alyosha Panopopoulis, un viudo con el que llevaba saliendo más o menos un año. Tanto Bowie como Buck se habían mudado fuera del pueblo pero, de vez en cuando, ella invitaba a Brett para que fuera a visitarla con Angie y con el hijo de ambos. Y, a veces, también telefoneaba a Brand.

—Tengo en el horno ese plato de brócoli con pollo que tanto te gusta —dijo Chastity.

—¿El plato que lleva almendras y castañas?

—Ese mismo.

A Brand se le hizo la boca agua…

—Estaré allí en diez minutos.

—Pondré un plato a la mesa para ti.

 

 

Lo mejor que tenía la madre de Brand era que no se inmiscuía en los asuntos de sus hijos… bueno, casi nunca. De vez en cuando alguno de ellos la enfurecía, momento en el que ella les dejaba claro lo que habían hecho mal y lo que deberían hacer para remediarlo. Pero tales momentos no eran muy frecuentes.

Normalmente un hombre podía sentarse a la mesa de la cocina del hostal de Chastity y disfrutar de su maravillosa comida y de su carácter tranquilo y apacible… y que nunca se le preguntara algo incómodo.

Y así ocurrió aquella noche.