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Karl Marx

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Beschreibung

El capital (en alemán: Das Kapital) es un conjunto de libros de Karl Marx, el primero de los cuales se publicó en 1867. La obra, que es un análisis crítico del capitalismo, es considerada por muchos como el hito del pensamiento socialista marxista y que Sirvió de base para el socialismo implementado posteriormente en algunos países.  Karl Marx fue sin duda uno de los hombres que sacudió el conocimiento económico vigente en su época, cuestionando las condiciones explotadoras de la mano de obra y arrojando luz sobre la relación Capital-Trabajo practicada entonces. Dentro de la gigantesca obra de Marx llamada "El Capital", hay dos pilares fundamentales: la definición de los tipos de valor asumidos por las mercancías y la teoría de la plusvalía, en la cual Marx demuestra su tesis de que el Capital se apropia del valor adicional generado por el trabajo. Son precisamente estos textos seleccionados de "El Capital" los que conocerás en este libro electrónico, en la escritura precisa y quirúrgica del propio Karl Marx.

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Karl Marx

EL CAPITAL

Mercancia, Dinero y PlusValor

Título original:

“Das Kapital”

Primera edición

Sumario

PRESENTACIÓN

Sobre el Autor

Sobre la obra

Prólogo a la Primera Edición

Epílogo a la segunda edición

PROLOGO Y EPILOGO

A La Edición Francesa

Al Lector

Prólogo a la Tercera Edición

Prólogo a la Edición Inglesa

Prólogo a la quarta edición

LIBRO PRIMERO, VOLUMEN 1, SECCION 1 - EL PROCESO DE PRODUCCION DEL CAPITAL

SECCION PRIMERA - MERCANCÍA Y DINERO

SECCION SEGUNDA - LA TRANSFORMACION DE DINERO EN CAPITAL

SECCION TERCERA - PRODUCCION DEL PLUS VALOR ABSOLUTO

SECCION CUARTA - LA PRODUCCION DEL PLUSVALOR RELATIVO

PRESENTACIÓN

Sobre el Autor

Karl Marx fue un filósofo, sociólogo, periodista y revolucionario socialista. Marx nació en Tréveris (entonces en el Reino de Prusia) el 5 de mayo de 1818 y murió en Londres el 14 de marzo de 1883. Aunque nació en Prusia, más tarde se convirtió en apátrida y pasó gran parte de su vida en Londres, Reino Unido.

Proveniente de una familia judío-alemana, fue bautizado en una iglesia protestante. Estudió en su ciudad natal cuando era niño y, al completar sus estudios, ingresó a la Universidad de Bonn, donde participó en la lucha política estudiantil. Más tarde se trasladó a la Universidad de Berlín, donde estudió Filosofía, Historia y Derecho en general.

Aún durante su tiempo en la universidad, fue miembro de una sociedad creada en torno a uno de sus profesores, Bruno Bauer, de Teología. Este consideraba que los evangelios eran narrativas fantásticas, creadas por necesidades psicológicas.

En 1841 presentó su tesis doctoral, que contenía un análisis de las diferencias entre los sistemas filosóficos de Demócrito y Epicuro, basándose en la perspectiva hegeliana, influido por su posición política cada vez más inclinada hacia la izquierda republicana. Durante este período, Marx se unió al periódico Rheinische Zeitung, del cual pronto se convirtió en director.

En 1843 se casó con Jenny Von Westphalen y se mudó con ella a París; allí se apresuró a ponerse en contacto con socialistas. Expulsado de Francia, se instaló en Bruselas, donde forjó una sólida amistad con Friedrich Engels y publicó obras conjuntas, que en la traducción se llaman "La sagrada familia" y "La ideología alemana". Más tarde, publicó el "Manifiesto comunista", también con la colaboración de Engels.

Karl Marx participó en diversas organizaciones clandestinas con obreros y, después de participar en el movimiento revolucionario de 1848 en Alemania, se mudó definitivamente a Londres. Allí, en 1852, publicó "El 18 Brumario de Luis Bonaparte", un trabajo que analiza todo el golpe de estado de Napoleón III. En 1859 publicó "Contribución a la crítica de la economía política" y, ocho años después, llegó el momento de publicar el primer volumen de "El Capital", su obra más importante, cuyo tema es la economía, con un enfoque en el sistema capitalista. En este libro, señala estudios sobre la acumulación de capital y muestra que la clase capitalista se enriquece cada vez más a expensas de los trabajadores, que se empobrecen cada vez más.

Marx volvió a la actividad política, pero algún tiempo después se retiró para dedicarse por completo a continuar con "El Capital". Karl Marx murió el 14 de marzo de 1883 en Londres y los volúmenes segundo y tercero se publicaron solo en 1885 y 1894, respectivamente, por Engels.

Los pensamientos de Karl Marx sobreviven hasta hoy, incluso en un mundo predominantemente capitalista.

Sobre la obra

"El Capital" (en alemán: "Das Kapital") es un conjunto de libros de Karl Marx, siendo el primero de ellos publicado en 1867. La obra "El Capital", que constituye un análisis crítico del capitalismo, es considerada por muchos como el hito del pensamiento socialista marxista.

En esta obra hay muchos conceptos económicos complejos, como plusvalía, capital constante y variable, un análisis sobre el salario, o sobre la acumulación primitiva. Se adentra en todos los aspectos del modo de producción capitalista, incluida una crítica de la teoría del valor-trabajo de Adam Smith y otros temas tratados por los economistas clásicos.

Desde la publicación del primer libro que compone "El Capital", la filosofía marxista se ha vuelto objeto de polémica. En su nombre se han llevado a cabo revoluciones y se han establecido varios tipos de organización estatal.

Con más de 2.500 páginas, "El Capital" siempre fue una lectura literalmente pesada para los interesados. El autor luchó con su obra durante 15 años y solo terminó el primer volumen. Los otros dos libros se completaron después de su muerte por su amigo Friedrich Engels, basándose en fragmentos, notas y anotaciones dejadas en gran cantidad por Marx.

El filósofo, nacido en Tréveris, Alemania, en 1818 y fallecido en Londres en 1883, aún hoy es considerado un analista perspicaz y un brillante pensador, aunque sus teorías no hayan correspondido completamente a la realidad.

En su obra principal, "El Capital", Marx construyó un gigantesco complejo filosófico con sus conocimientos de Ciencias Económicas, Historia y Sociología, mezclados con una porción de polémica y propaganda. Sus conclusiones fueron respaldadas por numerosas notas al pie y citas de referencia, un esfuerzo enorme tanto para el autor como para sus lectores.

La idea central de Marx era la convicción de la caída de la sociedad capitalista, seguida de la victoria del comunismo, liberando a la clase trabajadora de la explotación por parte de los empresarios.

En el primer libro de "El Capital", Marx se ocupa ampliamente de la circulación del dinero, las mercancías, los valores de cambio y disfrute, y la plusvalía, con tasas de ganancia y fuerzas productivas. Habla del "devorar a todos los pueblos por la red del mercado mundial" y de la necesidad de eliminar las relaciones que esclavizan a las personas.

El ideólogo y defensor de la clase obrera nunca vio una fábrica por dentro. Para su obra de tres volúmenes, investigó exclusivamente en la biblioteca del Museo Británico, en Londres. Allí, según sus propias palabras, "reunió una enorme cantidad de material" sobre el tema.

Marx se hizo famoso con la publicación de "El Capital". Pero solo mucho después de su muerte es que el autor obtuvo reconocimiento. Cuando se creó el Estado alemán oriental, la extinta República Democrática Alemana, Marx fue elevado a la categoría de héroe del socialismo científico, junto con Engels y Lenin. Su doctrina fue considerada un dogma irrefutable.

De manera similar, en la antigua Alemania Oriental, durante muchos años, el partido único alemán oriental, el SED, mantuvo casi el monopolio de interpretación y publicación de las obras de Marx. A fines de la década de 1960 e inicios de la década de 1970, los famosos libros de tapa azul, publicados por el Instituto de Marxismo-Leninismo del Comité Central del SED, se consideraban lecturas obligatorias y no podían faltar en la estantería de ningún estudiante en la República Federal de Alemania. Numerosos estudiantes se inscribían entonces en los llamados "cursos de El Capital" en las universidades, con el fin de obtener fundamentos ideológicos.

Hoy, Marx es un clásico y se ha convertido en objeto de estudio de la investigación histórica. Según Richard Löwenthal, profesor de Ciencias Políticas: "La actuación histórica de Marx se basa en una conexión única entre observaciones científicas revolucionarias y una visión utópica entusiasta, que inspiró a los pioneros del movimiento obrero a una especie de religión de este mundo. Y una doctrina que cumple funciones religiosas siempre corre el riesgo de cristalizarse en dogma en las mentes de los fieles y de los predicadores".

Es probable que el desarrollo de las sociedades que implementaron el socialismo haya ocurrido, en muchos aspectos, de manera diferente a la esperada por Marx. Actualmente, no evaluamos la realidad con las teorías de Marx, sino el valor actual de estas teorías en relación con el desarrollo real. Esta es la mejor manera de ser fieles al espíritu crítico del gran científico social: Karl Marx.

A mi inolvidable amigo, el intrépido, fiel, noble paladín del proletariado WILHELM WOLFF

Nació en Tarnau, el 21 de junio de 1809. Murió en Manchester, en el exilio, el 9 de mayo de 1864.

Prólogo a la Primera Edición

La obra cuyo primer tomo entrego al público es la continuación de mi trabajo "Contribución a la crítica de la economía política", publicado en 1859. La prolongada pausa entre comienzo y continuación se debió a una enfermedad que me ha aquejado durante años e interrumpido una y otra vez mi labor.

En el primer capítulo del presente tomo se resume el contenido de ese escrito anterior1. Y ello, no sólo para ofrecer una presentación continua y completa. Se ha mejorado la exposición. En la medida en que las circunstancias lo permitieron, ampliamos el desarrollo de muchos puntos que antes sólo se bosquejaban, mientras que, a la inversa, aquí meramente se alude a aspectos desarrollados allí con detenimiento. Se suprimen ahora por entero, naturalmente, las secciones sobre la historia de la teoría del valor y del dinero. Con todo, el lector del escrito precedente encontrará, en las notas del capítulo primero, nuevas fuentes para la historia de dicha teoría.

Los comienzos son siempre difíciles, y esto rige para todas las ciencias. La comprensión del primer capítulo, y en especial de la parte dedicada al análisis de la mercancía, presentará por tanto la dificultad mayor. He dado el carácter más popular posible a lo que se refiere más concretamente al análisis de la sustancia y magnitud del valor2. La forma de valor, cuya figura acabada es la forma de dinero, es sumamente simple y desprovista de contenido. No obstante, hace más de dos mil años que la inteligencia humana procura en vano desentrañar su secreto, mientras que ha logrado hacerlo, cuando menos aproximadamente, en el caso de formas mucho más complejas y llenas de contenido. ¿Por qué? Porque es más fácil estudiar el organismo desarrollado que las células que lo componen. Cuando analizamos las formas económicas, por otra parte, no podemos servirnos del microscopio ni de reactivos químicos. La facultad de abstraer debe hacer las veces del uno y los otros.

Para la sociedad burguesa la forma de mercancía, adoptada por el producto del trabajo, o la forma de valor de la mercancía, es la forma celular económica. Al profano le parece que analizarla no es más que perderse en meras minucias y sutileza. Se trata, en efecto, de minucias y sutilezas, pero de la misma manera que es a ellas a que se consagra la anatomía micrológica.

Exceptuando el apartado referente a la forma de valor, a esta obra no se la podrá acusar de ser difícilmente comprensible. Confío, naturalmente, en que sus lectores serán personas deseosas de aprender algo nuevo y, por tanto, también de pensar por su propia cuenta.

El físico observa los procesos naturales allí donde se presentan en la forma más nítida y menos oscurecidos por influjos perturbadores, o bien, cuando es posible, efectúa experimentos en condiciones que aseguren el transcurso incontaminado del proceso. Lo que he de investigar en esta obra es el modo de producción capitalista y las relaciones de producción e intercambio a él correspondientes. La sede clásica de ese modo de producción es, hasta hoy, Inglaterra. Es éste el motivo por el cual, al desarrollar mi teoría, me sirvo de ese país como principal fuente de ejemplos. Pero si el lector alemán se encogiera farisaicamente de hombros ante la situación de los trabajadores industriales o agrícolas ingleses, o si se consolara con la idea optimista de que en Alemania las cosas distan aún de haberse deteriorado tanto, me vería obligado a advertirle: De te fabula narratur! [¡A ti se refiere la historia!]3. En sí, y para sí, no se trata aquí del mayor o menor grado alcanzado, en su desarrollo, por los antagonismos sociales que resultan de las leyes naturales de la producción capitalista. Se trata de estas leyes mismas, de esas tendencias que operan y se imponen con férrea necesidad. El país industrialmente más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio futuro.

Pero dejemos esto a un lado. Donde la producción capitalista se ha aclimatado plenamente entre nosotros, por ejemplo, en las fábricas propiamente dichas, las condiciones son mucho peores que en Inglaterra, pues falta el contrapeso de las leyes fabriles. En todas las demás esferas nos atormenta, al igual que en los restantes países occidentales del continente europeo, no sólo el desarrollo de la producción capitalista, sino la falta de ese desarrollo. Además de las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas, resultantes de que siguen vegetando modos de producción vetustos, meras supervivencias, con su cohorte de relaciones sociales y políticas anacrónicas. No sólo padecemos a causa de los vivos, sino también de los muertos. ¡Le mort saisit le vif! [¡El muerto atrapa al vivo!]4 bis Comparada con la inglesa, la estadística social de Alemania y de los demás países occidentales del continente europeo es paupérrima.

Aun así, descorre el velo lo suficiente para que podamos vislumbrar detrás del mismo una cabeza de Medusa. Nuestras propias condiciones nos llenarían de horror si nuestros gobiernos y parlamentos, como en Inglaterra, designaran periódicamente comisiones investigadoras de la situación económica; si a esas comisiones se les confirieran los mismos plenos poderes de que gozan en Inglaterra para investigar la verdad; si a tales efectos se pudiera encontrar hombres tan competentes, imparciales e inflexibles como los inspectores fabriles ingleses, como sus autores de informes médicos acerca de la "Public Health" (salud pública), sus funcionarios encargados de investigar la explotación de las mujeres y los niños y las condiciones de vivienda y de alimentación, etc. Perseo se cubría con un yelmo de niebla para perseguir a los monstruos5. Nosotros nos encasquetamos el yelmo de niebla, cubriéndonos ojos y oídos para poder negar la existencia de los monstruos.

No debemos engañarnos. Así como la guerra norteamericana por la independencia, en el siglo XVIII, tocó a rebato para la clase media europea, la guerra civil norteamericana del siglo XIX hizo otro tanto con la clase obrera europea. En Inglaterra el proceso de trastocamiento es tangible. Al alcanzar cierto nivel, habrá de repercutir en el continente. Revestirá allí formas más brutales o más humanas, conforme al grado de desarrollo alcanzado por la clase obrera misma. Prescindiendo de motivos más elevados, pues, su propio y particularísimo interés exige de las clases hoy dominantes la remoción de todos los obstáculos legalmente fiscalizables que traban el desarrollo de la clase obrera. Es por eso que en este tomo he asignado un lugar tan relevante, entre otras cosas, a la historia, el contenido y los resultados de la legislación fabril inglesa. Una nación debe y puede aprender de las otras. Aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio movimiento y el objetivo último de esta obra es, en definitiva, sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna, no puede saltearse fases naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto.

Dos palabras para evitar posibles equívocos. No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico — social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una criatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas. En el dominio de la economía política, la investigación científica libre no solamente enfrenta al mismo enemigo que en todos los demás campos. La naturaleza peculiar de su objeto convoca a la lid contra ella a las más violentas, mezquinas y aborrecibles pasiones del corazón humano: las furias del interés privado. La Alta Iglesia de Inglaterra6, por ejemplo, antes perdonará el ataque a treinta y ocho de sus treinta y nueve artículos de fe que a un treintainueveavo de sus ingresos. Hoy en día el propio ateísmo es culpa levis [pecado venial] si se lo compara con la crítica a las relaciones de propiedad tradicionales.

No se puede desconocer, con todo, que en este aspecto ha habido cierto progreso. Me remito, por ejemplo, al libro azul7 publicado hace pocas semanas: "Correspondence with Her Majesty's Missions Abroad, Regarding Industrial Questions and Trade Unions". Los representantes de la corona inglesa en el extranjero manifiestan aquí, sin circunloquios, que, en Alemania, Francia, en una palabra, en todos los estados civilizados del continente europeo, la transformación de las relaciones existentes entre el capital y el trabajo es tan perceptible e inevitable como en Inglaterra. Al mismo tiempo, allende el Océano Atlántico, el señor Wade, vicepresidente de los Estados Unidos de Norteamérica, declaraba en mítines públicos: tras la abolición de la esclavitud, pasa al orden del día la transformación de las relaciones del capital y las de la propiedad de la tierra. Son signos de la época, que no se dejan encubrir ni por mantos de púrpura ni con negras sotanas. No anuncian que ya mañana vayan a ocurrir milagros. Revelan cómo hasta en las clases dominantes apunta el presentimiento de que la sociedad actual no es un inalterable cristal, sino un organismo sujeto a cambios y constantemente en proceso de transformación.

El segundo tomo de esta obra versará en torno al proceso de circulación del capital (libro segundo) y a las configuraciones del proceso en su conjunto (libro tercero); el tercero y final (libro cuarto), a la historia de la teoría8.

Bienvenidos todos los juicios fundados en una crítica científica. En cuanto a los prejuicios de la llamada opinión pública, a la que nunca he hecho concesiones, será mi divisa, como siempre, la del gran florentino: ¡Segui il tuo corso, e lascia dir le genti!

[¡Sigue tu camino y deja que la gente hable!]9

KARL MARX

Londres, 25 de julio de 1867.

Epílogo a la segunda edición

Debo, para empezar, informar a los lectores de la primera edición sobre las modificaciones introducidas en la segunda. Salta a la vista la mejor subdivisión de la obra. En todos los casos, las notas suplementarias están indicadas como notas de la segunda edición. En lo referente al texto mismo, lo más importante es lo siguiente:

Capítulo I, 1: hemos efectuado con mayor rigor científico la derivación del valor mediante el análisis de las ecuaciones en las que se expresa todo valor de cambio; del mismo modo, se ha destacado de manera expresa el nexo, en la primera edición apenas indicado, entre la sustancia del valor y la determinación de la magnitud de éste por el tiempo de trabajo socialmente necesario. Se ha reelaborado íntegramente el capítulo I, 3 (La forma de valor), tal como ya lo exigía la exposición doble de la primera edición. Dejo constancia, de paso, que esa exposición doble me la había sugerido en Hanóver mi amigo el doctor Ludwig Kugelmann. Me encontraba de visita en su casa, en la primavera de 1867, cuando llegaron de Hamburgo las primeras galeras, y fue él quien me persuadió de que hacía falta, para la mayor parte de los lectores, una exposición suplementaria y más didáctica de la forma de valor. Se ha modificado en gran parte el último apartado del capítulo I, "El carácter fetichista de la mercancía, etc." Hemos revisado cuidadosamente el capítulo III, 1 (La medida de los valores), puesto que, en la primera edición, en la que nos remitíamos al estudio que del punto habíamos efectuado en la "Contribución a la crítica de la economía política", Berlín, 1859, tratamos con negligencia ese apartado. Reelaboramos considerablemente el capítulo VII, y en especial el apartado 2.

No sería provechoso referirse en detalle a las modificaciones incidentales, a menudo puramente estilísticas, efectuadas en el texto. Están dispersas por todo el libro. No obstante, al revisar la traducción francesa que se está publicando en París, he llegado a la conclusión de que más de una parte del original alemán haría requerido una reelaboración radical aquí, allí una mayor corrección de estilo, o también una supresión más cuidadosa de ocasionales inexactitudes. Faltó el tiempo para ello, pues la noticia de que se había agotado el libro y debía comenzarse a imprimir la segunda edición ya en enero de 1872, no la recibí hasta el otoño de 1871, en momentos en que me hallaba, además, ocupado en otros trabajos urgentes.

La rápida comprensión con que amplios círculos de la clase obrera alemana recibieron "El capital" es la mejor recompensa por mi trabajo. Un hombre que en lo económico representa el punto de vista burgués, el fabricante vienés señor Mayer, expuso certeramente en un folleto10 publicado durante la guerra franco-prusiana que la gran capacidad teórica que pasa por ser el patrimonio alemán, ha abandonado totalmente a las clases presuntamente cultas de Alemania y renace, por el contrario, en su clase obrera.

La economía política ha seguido siendo en Alemania, hasta la hora actual, una ciencia extranjera. En su "Geschichtliche Darstellung des Handels, der Gewerbe usw.", y particularmente en los dos primeros tomos de la obra, publicados en 1830, Gustav von Gülich examinó ya las circunstancias históricas que obstruyeron, entre nosotros, el desarrollo del modo de producción capitalista, y por tanto también el que se constituyera la sociedad burguesa moderna. Faltaba, pues, el suelo nutricio de la economía política. Se la importó, en calidad de mercancía ya terminada, de Inglaterra y Francia; los profesores alemanes de esa ciencia siguieron siendo discípulos. En sus manos, la expresión teórica de una realidad extranjera se transformó en colección de dogmas, interpretados por ellos conforme al espíritu del mundo pequeñoburgués que los rodeaba, y en consecuencia mal interpretados. Se procuraba ocultar el sentimiento de impotencia científica no totalmente reprimible, la conciencia poco tranquilizadora de tener que oficiar de dómines en un territorio que en realidad les era extraño, bajo el relumbrón de la sapiencia histórico-literaria o mediante la mezcla de ingredientes extraños, tomados en préstamo de las llamadas ciencias de cámara11, un revoltijo de conocimientos a cuyo purgatorio debe someterse el esperanzado candidato a la burocracia alemana.

A partir de 1848 la producción capitalista se desarrolló rápidamente en Alemania, y hoy en día ha llegado ya a su habitual floración de fraudes y estafas. Pero la suerte sigue siendo esquiva a nuestros especialistas. Mientras pudieron cultivar desprejuiciadamente la economía política, faltaban en la realidad alemana las modernas relaciones económicas. Y no bien surgieron dichas relaciones, ello ocurrió en circunstancias que ya no permitían su estudio sin prejuicios dentro de los confines del horizonte intelectual burgués. En la medida en que es burguesa, esto es, en la medida en que se considera el orden capitalista no como fase de desarrollo históricamente transitoria, sino, a la inversa, como figura absoluta y definitiva de la producción social, la economía política sólo puede seguir siendo una ciencia mientras la lucha de clases se mantenga latente o se manifieste tan sólo episódicamente.

Veamos el caso de Inglaterra. Su economía política clásica coincide con el período en que la lucha de clases no se había desarrollado. Su último gran representante, Ricardo, convierte por fin, conscientemente, la antítesis entre los intereses de clase, entre el salario y la ganancia, entre la ganancia y la renta de la tierra, en punto de partida de sus investigaciones, concibiendo ingenuamente esa antítesis como ley natural de la sociedad. Pero con ello la ciencia burguesa de la economía había alcanzado sus propios e infranqueables límites. La crítica, en la persona de Sismondi, se enfrentó a aquélla ya en vida de Ricardo, y en oposición a él12.

La época subsiguiente, 1820-1830, se distingue en Inglaterra por la vitalidad científica que se manifiesta en el dominio de la economía política. Fue el período tanto de la vulgarización y difusión de la teoría ricardiana como de su lucha con la vieja escuela. Se celebraron brillantes torneos. Las contribuciones efectuadas entonces son poco conocidas en el continente europeo, ya que en gran parte la polémica está diseminada en artículos de revistas, escritos ocasionales y folletos. El carácter desprejuiciado de esta polémica, aunque la teoría ricardiana sirve excepcionalmente, también, como arma de ataque contra la economía burguesa se explica por las circunstancias de la época. Por una parte, la gran industria salía apenas de su infancia, como lo demuestra el mero hecho de que el ciclo periódico de su vida moderna no es inaugurado sino por la crisis de 1825. Por otra parte, la lucha de clases entre el capital y el trabajo quedaba relegada a un segundo plano: políticamente por la contienda que oponía el bando formado por los gobiernos y los señores feudales congregados en la Santa Alianza, a las masas populares, acaudilladas por la burguesía, económicamente, por la querella entre el capital industrial y la propiedad aristocrática de la tierra, pendencia que en Francia se ocultaba tras el antagonismo entre la propiedad parcelaria y la gran propiedad rural, y que en Inglaterra irrumpió abiertamente con las leyes cerealeras. La literatura económica inglesa correspondiente a esa época recuerda el período de efervescencia polémica que sobrevino en Francia tras la muerte del doctor Quesnay, pero sólo de la manera en que el veranillo de San Martín recuerda la primavera. Con el año 1830 se inicia la crisis definitiva, concluyente.

La burguesía, en Francia e Inglaterra, había conquistado el poder político. Desde ese momento la lucha de clases, tanto en lo práctico como en lo teórico, revistió formas cada vez más acentuadas y amenazadoras. Las campanas tocaron a muerto por la economía burguesa científica. Ya no se trataba de si este o aquel teorema era verdadero, sino de si al capital le resultaba útil o perjudicial, cómodo o incómodo, de si contravenía o no las ordenanzas policiales. Los espadachines a sueldo sustituyeron a la investigación desinteresada, y la mala conciencia y las ruines intenciones de la apologética ocuparon el sitial de la investigación científica sin prejuicios. De todos modos, hasta los machacones opúsculos que la Anti-CornLaw League13 , encabezada por los fabricantes Cobden y Bright, sembró a todos los vientos, presentaban, aunque no un interés científico cuando menos un interés histórico por su polémica contra la aristocracia terrateniente. Pero la legislación librecambista, de sir Robert Peel en adelante, arrancó este último aguijón a la economía vulgar.

La revolución continental de 1845-1849 repercutió también en Inglaterra. Quienes aspiraban aún a tener cierta relevancia científica y se resistían a ser simples sofistas y sicofantes de las clases dominantes, procuraron compaginar la economía política del capital con las reivindicaciones del proletariado, a las que ya no era posible seguir desconociendo. De ahí ese insípido sincretismo cuyo representante más destacado es John Stuart Mill. Tratase de una declaración de bancarrota por parte de la economía "burguesa"14, tal como lo ha esclarecido magistralmente el gran sabio y crítico ruso Nikolái Chernishevski en su obra "Lineamientos de la economía política, según Mill".

En Alemania, pues, el modo de producción capitalista alcanzó su madurez después que su carácter antagónico se hubiera revelado tumultuosamente en Francia e Inglaterra a través de luchas históricas y cuando el proletariado alemán tenía ya una conciencia teórica de clase mucho más arraigada que la burguesía del país. Por lo tanto, apenas pareció que aquí llegaría a ser posible una ciencia burguesa de la economía política, la misma se había vuelto, una vez más, imposible.

En estas circunstancias, sus portavoces se escindieron en dos bandos. Una gente sagaz, ávida de lucro, práctica se congregaron bajo la bandera de Bastiat, el representante más pedestre y por lo tanto más cabal de la apologética economía vulgar, los otros, orgullosos de la dignidad profesoral de su ciencia, siguieron a John Stuart Mill en el intento de conciliar lo inconciliable. Tal como en la época clásica de la economía burguesa, al producirse la decadencia de ésta los alemanes siguieron siendo meros aprendices, reiteradores e imitadores, vendedores ambulantes y al por menor de los mayoristas extranjeros.

El peculiar desarrollo histórico de la sociedad alemana, pues, cerraba las puertas del país a todo desarrollo original de la economía "burguesa"15, pero no a su crítica. En la medida en que tal crítica representa, en general, a una clase, no puede representar sino a la clase cuya misión histórica consiste en trastocar el modo de producción capitalista y finalmente abolir las clases: el proletariado. En un principio, los portavoces cultos e ignaros de la burguesía alemana procuraron aniquilar "El capital" por medio del silencio, tal como habían logrado hacer con mis obras anteriores. Cuando esa táctica ya no se ajustó a las demandas de la época, se pusieron a redactar, con el pretexto de criticar mi libro, instrucciones "para tranquilizar la conciencia burguesa", pero encontraron en la prensa obrera véanse por ejemplo los artículos de Joseph Dietzgen en el "Volksstaat"16 paladines superiores, a los que aún hoy deben la respuesta17.

En la primavera de 1872 apareció en San Petersburgo una excelente traducción rusa de "El capital". La edición, de 3.000 ejemplares, ya está prácticamente agotada. En 1871 el señor Nikolái Sieber, profesor de economía política en la Universidad de Kíev, había presentado ya, en su obra "Teoríia tsénnosti i kapitala D. Ricardo" ("La teoría de David Ricardo sobre el valor y el capital), mi teoría del valor, del dinero y del capital, en sus lineamientos fundamentales, como desenvolvimiento necesario de la doctrina de Smith — Ricardo. En la lectura de esta meritoria obra, lo que sorprende al europeo occidental es que el autor mantenga consecuentemente un punto de vista teórico puro.

El método aplicado en "El capital" ha sido poco comprendido, como lo demuestran ya las apreciaciones, contradictorias entre sí, acerca del mismo.

Así, la "Revue Positiviste"18 de París me echa en cara, por una parte, que enfoque metafísicamente la economía, y por la otra ¡adivínese! que me limite estrictamente al análisis crítico de lo real, en vez de formular recetas de cocina (¿comtistas?) para el bodegón del porvenir. En cuanto a la inculpación de metafísica, observa el profesor Sieber: "En lo que respecta a la teoría propiamente dicha, el método de Marx es el método deductivo de toda la escuela inglesa, cuyos defectos y ventajas son comunes a los mejores economistas teóricos"19. El señor Maurice Block "Les théoriciens du socialisme en Allemagne". "Extrait du Journal des Économistes, juillet et août 1872 descubre que mi método es analítico y dice, entre otras cosas: "Con esta obra, el señor Marx se coloca al nivel de las mentes analíticas más eminentes".

Los críticos literarios alemanes alborotan, naturalmente, acusándome de sofistería hegeliana. La revista de San Petersburgo "Viéstñik levropi" ("El Mensajero de Europa"), en un artículo dedicado exclusivamente al método de "El capital" (número de mayo de 1872, pp. 427-436), encuentra que mi método de investigación es estrictamente realista, pero el de exposición, por desgracia, dialéctico-alemán. Dice así: "A primera vista, y si juzgamos por la forma externa de la exposición, Marx es el más idealista de los filósofos, y precisamente en el sentido alemán, esto es, en el mal sentido de la palabra. Pero en rigor es infinitamente más realista que todos sus predecesores en el campo de la crítica económica... En modo alguno se lo puede llamar idealista". No puedo dar más cumplida respuesta al autor de ese artículo20 que transcribir algunos extractos de su propia crítica, que tal vez interesen, además, a no pocos de los lectores para los cuales es inaccesible el original ruso.

Luego de citar un pasaje de mi Prólogo a la "Crítica de la economía política" (Berlín, 1859, pp. IV-VII), en el que discuto la base materialista de mi método, prosigue el autor:

"Para Marx, sólo una cosa es importante: encontrar la ley de los fenómenos en cuya investigación se ocupa. Y no sólo le resulta importante la ley que los rige cuando han adquirido una forma acabada y se hallan en la interrelación que se observa en un período determinado. Para él es importante, además, y, sobre todo, la ley que gobierna su transformación, su desarrollo, vale decir, la transición de una a otra forma, de un orden de interrelación a otro. No bien ha descubierto esa ley, investiga circunstanciadamente los efectos a través de los cuales se manifiesta en la vida social... Conforme a ello, Marx sólo se empeña en una cosa: en demostrar, mediante una rigurosa investigación científica, la necesidad de determinados órdenes de las relaciones sociales y, en la medida de lo posible, comprobar de manera inobjetable los hechos que le sirven de puntos de partida y de apoyo. A tal efecto, basta plenamente que demuestre, al tiempo que la necesidad del orden actual, la necesidad de otro orden en que aquél tiene que transformarse inevitablemente, siendo por entero indiferente que los hombres lo crean o no, que sean o no conscientes de ello. Marx concibe el movimiento social como un proceso de historia natural, regido por leyes que no sólo son independientes de la voluntad, la conciencia y la intención de los hombres, sino que, por el contrario, determinan su querer, conciencia e intenciones...

Si el elemento consciente desempeña en la historia de la civilización un papel tan subalterno, ni qué decir tiene que la crítica cuyo objeto es la civilización misma, menos que ninguna otra puede tener como base una forma o un resultado cualquiera de la conciencia. O sea, no es la idea, sino únicamente el fenómeno externo lo que puede servirle de punto de partida. La crítica habrá de reducirse a cotejar o confrontar un hecho no con la idea sino en otro hecho. Lo importante para ella, sencillamente, es que se investiguen ambos hechos con la mayor precisión posible y que éstos constituyan en realidad, el uno con respecto al otro, diversas fases de desarrollo, le importa, ante todo, que no se escudriñe con menor exactitud la serie de los órdenes, la sucesión y concatenación en que se presentan las etapas de desarrollo. Pero, se dirá, las leyes generales de la vida económica son unas, siempre las mismas, siendo de todo punto indiferente que se las aplique al pasado o al presente. Es esto, precisamente, lo que niega Marx. Según él no existen tales leyes abstractas... En su opinión, por el contrario, cada período histórico tiene sus propias leyes... Una vez que la vida ha hecho que caduque determinado período de desarrollo, pasando de un estadio a otro, comienza a ser regida por otras leyes.

En una palabra, la vida económica nos ofrece un fenómeno análogo al que la historia de la evolución nos brinda en otros dominios de la biología... Al equipararlas a las de la física y las de la química, los antiguos economistas desconocían la naturaleza de las leyes económicas... Un análisis más profundo de los fenómenos demuestra que los organismos sociales se diferencian entre sí tan radicalmente como los organismos vegetales de los animales... Es más: exactamente el mismo fenómeno está sometido a leyes por entero diferentes debido a la distinta estructura general de aquellos organismos, a la diferenciación de sus diversos órganos, a la diversidad de las condiciones en que funcionan, etcétera. Marx niega, a modo de ejemplo, que la ley de la población sea la misma en todas las épocas y todos los lugares. Asegura, por el contrario, que cada etapa de desarrollo tiene su propia ley de la población... Con el diferente desarrollo de la fuerza productiva se modifican las relaciones y las leyes que las rigen. Al fijarse como objetivo el de investigar y dilucidar, desde este punto de vista, el orden económico capitalista, no hace sino formular con rigor científico la meta que debe proponerse toda investigación exacta de la vida económica... El valor científico de tal investigación radica en la elucidación de las leyes particulares que rigen el surgimiento, existencia, desarrollo y muerte de un organismo social determinado y su remplazo por otro, superior al primero. Y es éste el valor que, de hecho, tiene la obra de Marx."

Al caracterizar lo que él llama mi verdadero método de una manera tan certera, y tan benévola en lo que atañe a mi empleo personal del mismo, ¿qué hace el articulista sino describir el método dialéctico? Ciertamente, el modo de exposición debe distinguirse, en lo formal, del modo de investigación. La investigación debe apropiarse pormenorizadamente de su objeto, analizar sus distintas formas de desarrollo y rastrear su nexo interno. Tan sólo después de consumada esa labor, puede exponerse adecuadamente el movimiento real. Si esto se logra y se llega a reflejar idealmente la vida de ese objeto es posible que al observador le parezca estar ante una construcción apriorística.

Mi método dialéctico no sólo difiere del de Hegel, en cuanto a sus fundamentos, sino que es su antítesis directa. Para Hegel el proceso del pensar, al que convierte incluso, bajo el nombre de idea, en un sujeto autónomo, es el demiurgo de lo real; lo real no es más que su manifestación externa. Para mí, a la inversa, lo ideal no es sino lo material traspuesto y traducido en la mente humana.

Hace casi treinta años sometí a crítica el aspecto mistificador de la dialéctica hegueliana, en tiempos en que todavía estaba de moda. Pero precisamente cuando trabajaba en la preparación del primer tomo de "El Capital", los irascibles, presuntuosos y mediocres epígonos que llevan hoy la voz cantante en la Alemania culta21, dieron en tratar a Hegel como el bueno de Moses Mendelssohn trataba a Spinoza en tiempos de Lessing: como a un "perro muerto". Me declaré abiertamente, pues, discípulo de aquel gran pensador, y llegué incluso a coquetear aquí y allá, en el capítulo acerca de la teoría del valor, con el modo de expresión que le es peculiar. La mistificación que sufre la dialéctica en manos de Hegel, en modo alguno obsta para que haya sido él quien, por vez primera, expuso de manera amplia y consciente las formas generales del movimiento de aquélla. En él la dialéctica está puesta al revés. Es necesario darla vuelta, para descubrir así el núcleo racional que se oculta bajo la envoltura mística.

En su forma mistificada, la dialéctica estuvo en boga en Alemania, porque parecía glorificar lo existente. En su figura racional, es escándalo y abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque en la intelección positiva de lo existente incluye también, al propio tiempo, la inteligencia de su negación, de su necesaria ruina, porque concibe toda forma desarrollada en el fluir de su movimiento, y por tanto sin perder de vista su lado perecedero, porque nada la hace retroceder y es, por esencia, crítica y revolucionaria.

El movimiento contradictorio de la sociedad capitalista se le revela al burgués práctico, de la manera más contundente, durante las vicisitudes del ciclo periódico que recorre la industria moderna y en su punto culminante: la crisis general. Esta crisis nuevamente se aproxima, aunque aún se halle en sus prolegómenos, y por la universalidad de su escenario y la intensidad de sus efectos, atiborrará de dialéctica hasta a los afortunados advenedizos del nuevo Sacro Imperio prusiano-germánico.

KARL MARX

Londres, 24 de enero de 1873.

PROLOGO Y EPILOGO

A La Edición Francesa

Londres, 18 de marzo de 1872.

Al ciudadano Maurice La Châtre.

Estimado ciudadano:

Aplaudo su idea de publicar por entregas periódicas la traducción de "Das Kapital". En esta forma la obra será más accesible a la clase obrera, consideración que para mí prevalece sobre cualquier otra.

Es ése el lado bueno de la medalla, pero veamos el reverso: el método de análisis empleado por mí, y que hasta el presente no había sido aplicado a las cuestiones económicas, hace que la lectura de los primeros capítulos resulte no poco ardua, y es de temer que el público francés, siempre impaciente por llegar a las conclusiones, ávido de conocer la relación entre los principios generales y los problemas inmediatos que lo apasionan, se desaliente al ver que no puede pasar adelante de buenas a primeras.

Nada puedo contra ese inconveniente, sin embargo, salvo advertir y prevenir acerca de él a los lectores que buscan la verdad. En la ciencia no hay caminos reales, y sólo tendrán esperanzas de acceder a sus cumbres luminosas aquellos que no teman fatigarse al escalar por senderos escarpados.

Reciba usted, estimado ciudadano, las seguridades de mi devoto aprecio.

KARL MARX

Traducidos del original francés.

Al Lector

El señor Joseph Roy se había comprometido a efectuar una traducción lo más exacta, e incluso lo más literal que fuera posible; ha cumplido escrupulosamente su tarea. Pero esa misma escrupulosidad me ha obligado a alterar la redacción, a fin de volverla más accesible al lector. Estos retoques, introducidos en el correr de los días porque el libro se publicó por entregas, se efectuaron con despareja atención y, seguramente, fueron causa de discordancias estilísticas.

Habiendo emprendido ese trabajo de revisión, terminé por extenderlo también al cuerpo del texto original (la segunda edición alemana), simplificando algunos análisis, completando otros, incluyendo materiales históricos o estadísticos suplementarios, agregando apreciaciones críticas, etcétera. Sean cuales fueren las imperfecciones literarias de la presente edición francesa, la misma posee un valor científico independiente del original y deben consultarla incluso los lectores familiarizados con la lengua alemana. Reproduzco a continuación aquellos pasajes del epílogo a la segunda edición alemana dedicados al desarrollo de la economía política en Alemania y al método empleado en esta obra.

KARL MARX

Londres, 25 de abril de 1875.

Prólogo a la Tercera Edición

[ALEMANA]

No le fue posible a Marx dejar lista para la imprenta esta tercera edición. El formidable pensador ante cuya grandeza se inclinan hoy hasta sus propios adversarios, murió el 14 de marzo de 1883.

Sobre mí, que he perdido con él al amigo de cuatro decenios, al amigo mejor y más constante y a quien debo más de lo que pueda expresarse con palabras, recae ahora el deber de preparar tanto esta tercera edición como la del tomo segundo, cuyo manuscrito dejó al morir. De cómo he cumplido con la parte primera de ese deber, he de rendir cuenta al lector en este lugar.

Marx, en un principio, proyectaba reelaborar en gran parte el texto del primer tomo, elucidar con más rigor diversos puntos teóricos, añadir otros nuevos, completar el material histórico y estadístico con datos recientes y actuales. Su precario estado de salud y la necesidad imperiosa de emprender la redacción definitiva del segundo tomo, lo indujeron a renunciar a aquel propósito. Sólo había que modificar lo estrictamente necesario, y no incorporar más que las adiciones contenidas ya en la edición francesa (Karl Marx, "Le capital", París, Lachâtre, 1873)22, publicada en el ínterin.

Entre los papeles dejados por Marx se encontró luego un ejemplar de la edición alemana, corregido en algunas partes por el autor y provisto de referencias a la edición francesa; asimismo, un ejemplar de ésta en el que había señalado con precisión los pasajes que se debía utilizar. Estas modificaciones y agregados se limitan, con escasas excepciones a la última parte del libro, a la sección intitulada "El proceso de acumulación del capital". En este caso el texto publicado se ajustaba, más que en otros, al proyecto original, mientras que las secciones precedentes habían sido objeto de una reelaboración más sustancial. El estilo era, por tal motivo, más vigoroso y homogéneo, pero también menos esmerado; el texto estaba salpicado de anglicismos y en ciertos pasajes era oscuro; en el curso de la exposición aparecían, aquí y allá, ciertas lagunas, puesto que determinados puntos importantes estaban apenas bosquejados.

En lo que toca al estilo, el propio Marx había revisado a fondo varios capítulos, dándome con ello, así como en frecuentes indicaciones verbales, la pauta de hasta dónde debía proceder yo en la supresión de términos técnicos ingleses y demás anglicismos. Sin duda, Marx habría reelaborado más los agregados y complementos y sustituido el pulido francés por su conciso alemán; tuve que contentarme con traducirlos ajustándome lo más posible al texto original.

En esta tercera edición, por ende, no se ha modificado una sola palabra de la que yo no sepa con certeza que el propio autor la habría cambiado. No podía ocurrírseme siquiera introducir en "El capital" la difundida jerga en que suelen expresarse los economistas alemanes, ese galimatías según el cual, por ejemplo, la persona que, contra pago en dinero, hace que otro le dé trabajo, se denomina Arbeitgeber [dador de trabajo], y Arbeitnehmer [tomador de trabajo] aquel cuyo trabajo se recibe a cambio de un salario. También en francés se usa la palabra "travail", en la vida corriente, en el sentido de "ocupación". Pero los franceses tildarían de loco, y con razón, al economista que quisiera llamar al capitalista "donneur de travail" [dador de trabajo] y al obrero "receveur de travail" [receptor de trabajo]. Tampoco me tomé la libertad de reducir a sus equivalentes alemanes modernos las unidades inglesas de moneda, peso y medida. Cuando salió a luz la primera edición, en Alemania había tantos tipos de pesos y medidas como días en el año, y por añadidura dos clases de marcos (el Reichsmark sólo circulaba por entonces en la cabeza de Soetbeer, quien lo había inventado a fines del decenio de 1830), otras dos de florines y como mínimo tres clases de táleros, entre ellos uno cuya unidad era el "nuevo dos tercios"23]. En las ciencias naturales prevalecía el sistema métrico decimal; en el mercado mundial, los pesos y medidas ingleses. En tales circunstancias, estas últimas unidades de medida eran de rigor en una obra que se veía obligada a tomar sus datos fácticos, casi exclusivamente, de las condiciones imperantes en la industria inglesa. Y esta razón sigue siendo aún hoy la de más peso, y tanto más por cuanto, prácticamente, las condiciones referidas no han variado en el mercado mundial: precisamente en las industrias decisivas las del hierro y el algodón imperan aún hoy de manera casi exclusiva los pesos y medidas ingleses24.

Una última palabra, para concluir, en torno al modo, poco comprendido, en que Marx hacía sus citas. Tratándose de datos y descripciones fácticos, las citas, por ejemplo, las tomadas de los libros azules ingleses, desempeñan obviamente la función de simples referencias testimoniales. No ocurre lo mismo cuando se transcriben opiniones teóricas de otros economistas. Aquí la sola finalidad de la cita es dejar constancia de dónde, cuándo y por quién fue enunciado claramente, por vez primera, un pensamiento económico surgido en el curso del desarrollo histórico. Lo único que importa en estos casos es que la idea económica de que se trata tenga relevancia para la historia de la ciencia, que sea la expresión teórica más o menos adecuada de la situación económica de su época. Pero que se lo cite no significa en modo alguno que ese pensamiento, desde el punto de vista del autor, tenga vigencia absoluta o relativa, o que su interés sea ya puramente histórico. Estas citas, pues, constituyen simplemente un comentario vivo del texto tomado de la historia de la ciencia económica, y dejan establecido, por fecha y autor, los progresos más importantes de la teoría económica. Era esto muy necesario en una ciencia cuyos historiadores, hasta el presente, sólo han descollado por su ignorancia tendenciosa, propia casi de advenedizos. Se comprenderá ahora, asimismo, por qué Marx, en consonancia con el epílogo a la segunda edición, sólo muy excepcionalmente se vio en el caso de citar a economistas alemanes.

El segundo tomo, espero, podrá aparecer en el curso del año 1884.

FRIEDRICH ENGELS

Londres, 7 de noviembre de 1883.

Prólogo a la Edición Inglesa

El hecho de que se publique una versión inglesa de "Das Kapital" no requiere justificación alguna. Por el contrario, bien podría esperarse que explicáramos por qué esta edición inglesa se ha retrasado tanto, si se observa que desde hace algunos años las teorías sostenidas en este libro son incesantemente citadas, combatidas y defendidas, explicadas y tergiversadas en la prensa y en la literatura de actualidad, tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos.

Poco después de la muerte del autor, acaecida en 1883, se hizo evidente que una edición inglesa de la obra se había vuelto realmente imprescindible. Fue entonces cuando el señor Samuel Moore, durante muchos años amigo de Marx y del autor de estas líneas y persona que conocía a fondo el libro tal vez más que ninguna otra, aceptó efectuar la traducción que a los albaceas literarios de Marx urgía poner en manos del público. Se convino que yo habría de compulsar el manuscrito con el original y sugerir las modificaciones que entendiera aconsejables. Cuando advertimos, poco a poco, que las ocupaciones profesionales del señor Moore le impedían concluir la traducción con la prontitud que todos deseábamos, aceptamos de buena gana el ofrecimiento formulado por el doctor Aveling, dispuesto a ejecutar una parte del trabajo; al mismo tiempo la señora Aveling, hija menor de Marx, se ofreció para verificar las citas y restaurar el texto original de los muchos pasajes tomados por Marx de autores y libros azules ingleses, y traducidos por él al alemán. Esta tarea se llevó a cabo con todo éxito, salvo contadas e inevitables excepciones.

El doctor Aveling tradujo las siguientes partes de la obra: 1) los capítulos X ("La jornada laboral") y XI ("Tasa y masa del plusvalor"), 2) la sección sexta ("El salario", que abarca los capítulos XIX a XXII); 3) desde el capítulo XXIV, apartado 4 ("Circunstancias que", etc.), hasta el final del libro, inclusive la última parte del capítulo XXIV, el capítulo XXV y toda la sección octava (capítulos XXVI a XXXIII); 4) los dos prólogos del autor25. El señor Moore vertió el resto de la obra. Si bien, pues, cada uno de los traductores sólo es responsable de su aporte personal al trabajo, yo asumo una responsabilidad global por el conjunto de la obra.

La tercera edición alemana, que hemos tomado en todo como base de nuestro trabajo, fue preparada por mí, en 1883, con el auxilio de los apuntes dejados por el autor, en los cuales se indicaban los pasajes de la segunda edición que debían sustituirse por determinados fragmentos del texto francés publicado en 187326. Las modificaciones así efectuadas con respecto al texto de la segunda edición, coinciden en general con las enmiendas incluidas por Marx en una serie de instrucciones manuscritas para una versión inglesa que, hace diez años, se proyectaba en Estados Unidos, pero que se dejó a un lado principalmente por falta de traductor idóneo y apropiado. Puso el manuscrito a nuestra disposición nuestro viejo amigo el señor Friedrich Adolf Sorge, que reside en Hoboken, Nueva Jersey. Se especificaban allí otras inserciones que debían realizarse tomando como base la edición francesa; pero como dicho manuscrito es anterior en muchos años a las instrucciones finales para la tercera edición, sólo me juzgué facultado para hacer uso de él en raras ocasiones, especialmente cuando nos ayudaba a superar dificultades. De igual modo, en la mayor parte de los pasajes difíciles hemos recurrido al texto francés como indicio respecto a lo que el propio autor estaba dispuesto a sacrificar, allí donde era inevitable dejar fuera de la traducción algo del cabal sentido del original.

Subsiste, empero, una dificultad que no pudimos ahorrarle al lector: el empleo de ciertos términos en un sentido que no sólo difiere del que se les da en la vida corriente, sino también en la economía política al uso. Pero esto era inevitable. Toda nueva concepción de una ciencia lleva en sí una revolución en los términos técnicos de aquélla. Esto nos lo demuestra inmejorablemente la química, cuya terminología íntegra se modifica radicalmente cada veinte años, poco más o menos, y en la que apenas puede citarse una sola combinación orgánica que no haya recibido sucesivamente toda una serie de nombres diferentes. La economía política, en general, se ha dado por satisfecha con adueñarse sin modificarlos de los términos usuales en la vida comercial e industrial y operar con ellos, pasando de tal modo totalmente por alto que se enclaustraba así en el estrecho ámbito de las ideas expresadas por esas palabras.

De esta suerte, incluso la economía política clásica, aunque perfectamente consciente de que tanto la ganancia como la renta sólo son subdivisiones, fragmentos de esa parte impaga del producto que el obrero ha de proporcionar a su patrón (al primer apropiador de esa parte no retribuida, aunque no a su poseedor último y exclusivo), nunca fue más allá de las ideas usuales acerca de la ganancia y la renta, nunca examinó en su conjunto, como un todo, esa parte impaga del producto (llamada plusproducto por Marx), y de ahí que jamás pudiera comprender claramente el origen y naturaleza de tal plusproducto ni tampoco las leyes que regulan la posterior distribución de su valor. De manera similar, engloba indiscriminadamente bajo el término de manufactura a toda industria que no sea agraria o artesanal, con lo cual se borra la distinción entre dos grandes períodos, esencialmente diferentes, de la historia económica: el período de la manufactura propiamente dicha, fundada e la división del trabajo manual, y el período de la industria moderna, que se basa en la maquinaria. Pero se cae de su peso que una teoría según la cual la moderna producción capitalista es una mera fase transitoria en la historia económica de la humanidad, habrá de emplear términos diferentes de los habituales en escritores que consideran imperecedera y definitiva esa forma de producción.

Tal vez no esté de más decir dos palabras acerca del método aplicado por el autor en las citas. En la mayor parte de los casos, aquéllas sirven, según se acostumbra, como prueba documental de las tesis expuestas en el texto. Pero en muchas ocasiones se transcriben pasajes de diversos economistas para indicar cuándo, dónde y por quién fue enunciada claramente, la primera vez, determinada proposición. Ocurre ello en los casos en que la tesis citada tiene relevancia por expresar, más o menos adecuadamente, las condiciones de producción e intercambio sociales que predominaban en determinada época, y esto completamente al margen de que Marx admita esa tesis o bien la considere de validez general. Estas citas, por consiguiente, proveen al texto de un comentario vivo tomado de la historia de la ciencia. Nuestra traducción comprende tan sólo el primer tomo de la obra. Pero este primer tomo constituye en considerable medida, un todo en sí mismo y se lo ha considerado durante veinte años como obra autónoma. El segundo tomo, editado por mí en alemán, en 1885, es decididamente incompleto sin el tercero, que no podrá publicarse antes de fines de 1857. Cuando vea la luz la edición original del tercer tomo en alemán, habrá tiempo de pensar en preparar una versión inglesa de ambos volúmenes.

Suele llamarse a "Das Kapital" en el continente "la Biblia de la clase obrera". Nadie que conozca bien el gran movimiento de la clase obrera negará que las conclusiones a que llega esa obra se convierten, de día en día y cada vez más, en los principios fundamentales de ese movimiento, no sólo en Alemania y Suiza, sino también en Francia, en Holana y Bélgica, en Estados Unidos e incluso en Italia y España, ni que en todas partes la clase obrera reconoce más y más en dichas conclusiones la expresión más adecuada de su situación y sus aspiraciones. Y también en Inglaterra, en este momento preciso, las teorías de Marx ejercen un influjo poderoso sobre el movimiento socialista, el cual no se propaga menos entre las filas de la gente "culta" que en las de la clase obrera. Pero esto no es todo. Rápidamente se aproxima el instante en que se impondrá, como necesidad nacional inevitable, la de investigar a fondo la situación económica de Inglaterra. La marcha del sistema industrial de Inglaterra, imposible sin una expansión constante y rápida de la producción y por ende de los mercados, tiende a paralizarse. El librecambio ha agotado ya sus arbitrios; hasta Manchester pone en duda a ese su añejo evangelio económico27.

La industria extranjera, en rápido desarrollo, por todas partes mira con gesto de desafío a la producción inglesa, y no sólo en las zonas protegidas por aranceles aduaneros, sino también en los mercados neutrales y hasta de este lado del Canal. Mientras que la fuerza productiva crece en progresión geométrica, la expansión de los mercados avanza, en el mejor de los casos, conforme a una progresión aritmética. Es verdad que el ciclo decenal de estancamiento, prosperidad, sobreproducción y crisis que se repitió constantemente de 1825 a 1867 parece haber concluido, pero sólo para sumirnos en la cenagosa desesperanza de una depresión permanente, crónica. El anhelado período de prosperidad no termina de llegar; cada vez que nos parece vislumbrar sus signos precursores, éstos se desvanecen en el aire. Entretanto, cada nuevo invierno replantea la gran cuestión: "¿Qué hacer con los desocupados?"; pero mientras que el número de éstos va en aumento de año en año, no hay nadie que responda a la pregunta, y casi es posible calcular el momento en que los desocupados, perdiendo la paciencia, tomarán su destino en sus propias manos.

En tales momentos tendrá que escucharse, sin duda, la voz de un hombre cuya teoría íntegra es el resultado del estudio, efectuado durante toda una vida, de la historia y situación económicas de Inglaterra, y al que ese estudio lo indujo a la conclusión de que, cuando menos en Europa, Inglaterra es el único país en el que la inevitable revolución social podrá llevarse a cabo enteramente por medios pacíficos y legales. No se olvidaba de añadir, ciertamente, que consideraba muy improbable que las clases dominantes inglesas se sometieran, sin una "rebelión a favor de la esclavitud"28, a esa revolución pacífica y legal.

FRIEDRICH ENGELS 5 de noviembre de 1886.

Prólogo a la quarta edición

[ALEMANA]

La cuarta edición me ha obligado a fijar definitivamente, en lo posible, tanto la forma del texto como la de las notas. Daré breve cuenta, a continuación, de cómo he respondido a esa exigencia.

Tras una nueva compulsa de la edición francesa y de las anotaciones manuscritas de Marx, he insertado en el texto alemán algunas nuevas adiciones tomadas de aquélla. Se encuentran en la p. 80 (3ª ed., p. 88), pp. 458-460 (3ª ed., pp. 509-510), pp. 547-55l (3ª ed., p. 600), pp. 591-593 (3ª ed., p. 644) y en la nota 79 de la p. 596 (3ª ed., p. 648). De igual manera, y ajustándome al precedente de las ediciones francesa e inglesa, incorporé al texto la extensa nota acerca de los mineros (3ª ed., páginas 509-515; 4ª ed., pp. 461-467). Las demás modificaciones, de escasa importancia, son de índole puramente técnica.

Introduje, además, algunas notas explicativas, principalmente cuando el cambio de las circunstancias históricas así parecía aconsejarlo. En su totalidad, esas notas adicionales van entre corchetes y acompañadas de mis iniciales o de la referencia "N. del ed."

La edición inglesa, aparecida en el ínterin, hizo necesaria una revisión completa de las numerosas citas. La hija menor de Marx, Eleanor, se tomó el trabajo de cotejar con los originales todos los pasajes citados, de suerte que, en las citas de fuente inglesa, que son con mucho las que predominan, no se brinda allí una retraducción del alemán, sino el propio texto original inglés. Me correspondió, pues, consultar ese texto al preparar la cuarta edición, y encontré no pocas inexactitudes de menor cuantía. Referencias a páginas mal indicadas, en parte por errores cometidos al copiar de los cuadernos y en parte por la acumulación de erratas a lo largo de tres ediciones. Comillas traspuestas y cortes mal indicados, cosa inevitable al tomar de cuadernos de apuntes infinidad de citas.

Aquí y allá, en la traducción, algún término no muy felizmente escogido. Pasajes citados de los viejos cuadernos que Marx había utilizado en París en 1843-1845, cuando aún no entendía inglés y leía a los economistas ingleses en versiones francesas, motivando pues la doble traducción una ligera mudanza de los matices, ocurría esto, por ejemplo, en los casos de Steuart y Ure, entre otros, mientras que ahora hubo que emplear el texto inglés. Y una serie de inexactitudes y negligencias por el estilo, de poca importancia. Pero quien confronte la cuarta edición con las precedentes se convencerá de que todo ese laborioso proceso de corrección no ha modificado en el libro absolutamente nada que valga la pena referir. Hay una sola cita que no ha sido dable ubicar, la de Richard Jones (4ª ed., p. 563, nota 47),29 es probable que Marx se equivocara al consignar el título del libro. Todas las demás, en la forma exacta actual, conservan o robustecen su valor demostrativo. Pero aquí me veo obligado a volver sobre una vieja historia.

Sólo ha llegado a mi conocimiento un caso en que se pusiera en duda la fidelidad de una cita hecha por Marx. Como este caso siguió ventilándose incluso después de la muerte de Marx, no cabría que aquí lo pasara por alto30. En la "Concordia" berlinesa, órgano de la Liga Alemana de Fabricantes, apareció el 7 de marzo de 1872 un artículo anónimo: "Cómo cita Karl Marx". Se aseveraba allí, con exuberante despliegue de indignación moral y de expresiones poco académicas que la cita tomada del discurso con que Gladstone presentó el presupuesto el 16 de abril de 1863 (la cual figura en la alocución inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores y se reitera en "El capital", t. I, p. 617 en la 4ª ed., pp. 670-671 en la 3ª ed.) había sido falsificada. De la frase: "Ese embriagador aumento de riqueza y poder... se restringe enteramente a las clases poseedoras", no aparecerían ni rastros en las actas taquigráficas reproducidas por el (oficioso) "Hansard". "Dicha frase no se encuentra, empero, en ninguna parte del discurso de Gladstone. En el mismo se afirma precisamente lo contrario." (Y en negrita:) "¡Marx ha fraguado e interpolado la frase, formal y materialmente!"

Marx, a quien se le envió en el mes de mayo ese número de la "Concordia", respondió en el "Volksstaat" del 1º de junio al anónimo objetor. Como ya no recordaba de qué reseña periodística había tomado la cita, se limitó primero a reproducirla conforme a la redacción idéntica brindada en dos textos ingleses, citando luego la reseña del "Times", según el cual Gladstone había dicho: "That is the state of the case as regards the wealth of this country.