El cementerio de cigarrillos - Ariel Williams - E-Book

El cementerio de cigarrillos E-Book

Ariel Williams

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Beschreibung

El cementerio de cigarrillos es el nombre con el que una bandita de amigos adolescentes bautizó al lugar donde se juntan a conversar, fumar y beber. El protagonista se enamora de una chica, Lafueguito, que está en pareja con un peso pesado de la zona, El Lonja. Ese amor disparará la reacciones del matón y sus secuaces, también las de los amigas y amigos que salen a defender a nuestro héroe, en una trama violenta con pocas rutas de escape hacia la redención. Williams logró una novela trepidante que abre las puertas a un mundo posible de marginalidad áspera y entrañable.

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Seitenzahl: 148

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Ariel Williams

El cementerio de cigarrillos

 

Saga

El cementerio de cigarrillos

 

Copyright © 2012, 2021 Ariel Williams and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726903249

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

a Marcelo Eckhardt a El frasquito

GALGA

“… apagame ese fuego quencendites.”

Le conté las costillas a la Galga una por una, al sol. Toda la tarde le pasé los dedos por esos huesos finos. Ella anduvo estirándose en la arena del río. Tiene un pecho blanco hermoso. Cuando está acostada, se le hace como una muesca al final de las costillas y ahí va la panza bajando hasta el ombligo. Todos somos así, pero ella es así como nunca me canso de mirarla, como no se puede ser. La miro mucho porque sé que algún día, si no la miro, se va. Las chicas se van, hay que cuidarlas. Yo la miro mucho a la Galga.

A ella la quiero, y también a otros más que son Saco, Escopeta, Candelita, El Primo, Marisol (la Meyisa). Somos algunos, y a veces dejamos que otros vengan con nosotros, según las ganas. Nos juntamos en el Cementerio, que es un lugar del río que lo llamamos así porque fumamos ahí hace mucho y en todos lados hay colitas de cigarrillos asomando de la tierra. Un día Candelita dijo que se parecían filas de tumbas clavadas en el suelo, como un cementerio. Entonces le quedó el Cementerio de Cigarrillos.

En verano se puede ir ahí a fumar y a mirar a las chicas que se bañan en la orilla del frente, donde está el Club. A ese lugar del frente van los que tienen plata, van chicas en malla. Muchas veces estamos tristes o aburridos y vamos al Cementerio a fumar y a tomar vino, y si están las chicas allá enfrente, mejor. Antes había unas mellizas, o las Meyisas con “eye” bien fuerte, como les decían. Eran una igual que otra, nadie las podía reconocer. Iban a nadar todos los días en verano, hasta que la tarde se hacía sombra. Las acompañaba una señora muy enorme, una especie de tía o empleada. Cuando se tiraban al agua, se parecían gaviotas cazando, y tenían unas piernas tan largas que no terminaban nunca de hundirse en el río. Entraban al líquido las dos juntas. Si estaban ellas nadando, los demás se parecían unos perros gordos pataleando en el agua. Desde que tenían doce las vi, cuando les aparecían los huesos por todos lados.

Hasta que una de ellas se ahogó. Quince debían tener entonces. Eso pasó una tarde, al final, cuando ya el agua era casi sombra. Las Meyisas se tiraron a dar una última nadada. Había un silencio muy fuerte y venían voces del otro lado flotando en el agua, parecía que los del Club nos estaban hablando cerca en la oreja a los del Cementerio. El chapuzón de las Meyisas sonó como un topetazo y después salieron sus brazos blancos a nadar. La tía o empleada enorme esperaba en el borde con las toallas. El río pasaba tranquilo, pero muy lleno, el agua arrastraba. Y ahí se escuchó un grito y hubo un pataleo y se tiraron unos tipos al agua. No sé cuánto pasó, por ahí fueron unos segundos o por ahí más. Me olvidé del tiempo. Rápido sacaron un cuerpo quietito ya, y otros peleaban para que el otro cuerpo, el de la otra Meyisa, no se fuera al fondo a buscar a su hermana. Quería hundirse ahí en donde ya estaba su tristeza para siempre. Ella gritaba que quería quedarse un rato más en el agua, hasta que saliera su hermana del fondo. Me acuerdo que la señora enorme largaba unos gemidos raros, roncos. Se volvió loca. Cuidaba a las Meyisas desde que tenían tres años.

Al verano siguiente, la Meyisa viva se pasó para nuestro lado del río. La trajo Candelita a la tarde al Cementerio. La Meyisa dijo que se llamaba Milena y Marisol y que una vez se había ahogado, pero después la salvaron. No dijimos nada, todos sabíamos que Milena era su Meyisa muerta. Esa es la maldición de ser Meyisa: cuando una se muere, la otra se queda viva. Así que Marisol se unió a los del Cementerio y lo único que dijo ese verano fue eso de que ella era Milena y Marisol y que se había ahogado una vez. No quiso hablar nada más. Pero la dejamos que se estuviera con la boca en silencio. Ella se ponía de espalda al río y no decía nada. Fumaba sentada al lado de Candelita.

Después que la Galga estuvo al sol y no me cansé de mirarla, fuimos a tomar vino a una fiesta. Ahí estaba el Primo borracho y se tiró de espalda en el pasto seco. Voy a tomar cerveza y mirar las estrellas, dijo. Perfecto, nos juntamos con él, pero con la Galga tomábamos vino. Fui al baño y vi un cartel: SI ESTÁS SOLA, ROLANDO 22 X 5 LLAMAME AL 33 – 666. Se parecía el número del diablo. No me sonaba que el diablo fuera un Rolando, pero bueno. Con la Galga llamamos al número ese de teléfono y nos atendió una vieja alunada y nos dijo que el Roly se había ido a Bahía Blanca, de milico. Jaja, se llevó la pistola a Bahía, dijo la Galga. Volvimos con el Primo, que ya no sabía ni qué decía ahí en el medio del pasto. Lo levantamos y compramos vino y quién estaba en la fiesta: la directora de la escuela enredando los labios con un tipo. Con razón en los diccionarios de la biblioteca decía La Dire es una puta.

Llevamos al Primo a la costa del río para seguir con el vino y escuchar la noche. ¡Galga! Cuánto que fumamos esa noche, apagábamos los cilindros y había que perseguir la brasa que se parecía que se escapaba una cucaracha roja por el suelo. Matamos muchas brasas ahí. El Primo cantaba, silbaba con los pies metidos en el agua debajo del puente que va a Rawson, meaba en el río todo el tiempo como un señor del cielo. La Galga se me durmió en los muslos cuando arriba se ponía más claro. Vimos con el Primo estrellas fugaces, o por ahí eran pájaros que pasaron rápido no sé. Después la desperté a la Galga porque tenía que ir a trabajar. Quién la despierta, me dijo el Primo. Ella nos había encargado. Despertala vos. No vos. Bueno, y al final la desperté y ella lloró. Tuvimos que llevarla a la orilla a que vomite. Largó toda esa noche y la dejó en pedazos oscuros en el río. Le lavamos la cara y le pusimos agua en la frente. La llevamos a su casa para que se cambie. Mal sueño. Mientras yo la bañaba y la vestía contándole de nuevo esas costillitas, el Primo preparaba mate. Fue a trabajar. Era en la lavandería. Las compañeras, unas viejas, la dejan dormir en la pieza de la ropa sucia cuando viene de una noche.

 

A la Galga la seguí bastante tiempo. Primero no quería saber nada. Todavía la llamaban Lafueguito. ¡Era más áspera! No sé qué me gustó antes de ella. Toda. Como trabaja en el laverap, anda siempre con olor a jabón y lavanda. Tiene las manos rojas, se parecen como camarones hervidos. No habla mucho pero ¡se mueve! La vi bailando debajo del Intercambiador donde los camiones agarran la ruta a Comodoro. Ahí se juntaban algunos. Me llevó el Primo una vez. Hacían una fiesta ahí, entre el ruido de los camiones. Llevaban música, botellas y sánguches o pizza. Ella tenía puesta una remerita azul y pantalones cortos hechos con un vaquero viejo. Bailó sola todo el tiempo, nadie la sacaba. El Primo me dijo que nadie le buscaba el baile porque era mina del Lonja, uno que mandaba en varios pules y que le decían así, Lonja, porque cuando lo peleabas sacaba un cuchillo y te dejaba hecho una lonja caminante.

Pero yo fui y le hablé a la chica. El Primo me dijo A dónde vas, querés que te hagan tirita boludo. Y yo no le hice caso y me puse al lado de Lafueguito.

Le pregunté Cómo te llamás.

Lafueguito.

Y dónde te puedo ver.

¿Vos no sabés que yo estoy con el Lonja?

Sí.

Bueno entonces dejame, andate que todos te están mirando.

Pero dónde te veo.

¿No me entendistes vos?

Y así hablamos un rato. Al final, a ella le dio miedo y me dijo que trabajaba en la lavandería, así yo me iba. Yo no tenía miedo del Lonja, no sé por qué. Otras veces sí me da miedo, pero esta vez estaba muy tranquilo con lo que hacía y se lo dije, le dije que la iba a visitar en el laverap.

Pero yo no me quedé contento con el dato de la lavandería. Le dije al Primo que la quería seguir a Lafueguito a ver dónde era su casa. Me contestó que estaba loco, si me quería morir o qué, pero yo le insistí y bueno. Subimos a su camioneta y nos fuimos un poco lejos, donde estaba más oscuro y desde ahí mirábamos. Estuvimos espiando una hora. Lafueguito se subió al techo de un Chevy y de ahí bailaba loca. Movía las patas largas hermosas y los cachetes redondos en el vaquerito que todos la miraban. Al final la vimos que se subía a una moto de una gorda. Arrancamos un ratito después y le dije al Primo que se ponga más cerca porque esas motitos son rápidas, cuando te querés acordar se te desaparecieron en el polverío que levantan. Me daba envidia la gorda porque Lafueguito la iba abrazando. Igual nosotros podíamos verla de atrás, cómo levantaba los cachetes en el asiento y los pelos negros se le revoleaban con el viento.

La gorda manejaba como una diabla esa moto y el Primo se las tuvo que arreglar mucho para tenerle la camioneta ahí. Yo pensé si la gorda esa no le manejaría algo más a Lafueguito, aparte de la moto. Por ahí le hacían la historia de la amiga al Lonja y la gorda se la llenaba de saliva toda a la nena. Al rato vi que Lafueguito daba vuelta la cara y nos miraba y la moto empezó a dar vueltas y a correr como una galga rápida rápida. Los pelos de Lafueguito se parecían una cola de caballo bailando de acá para allá entre las moscas. Después vimos que la moto se paraba y el Primo le frenó atrás, pero no apagó las luces. Lafueguito se bajó de la moto y enfrentó la luz de la camioneta. Puso los brazos como mangas de jarra y se veía que decía cosas fieras. Le temblaban las tetas debajo de la remera azul del enojo que tenía. ¡Estaba más hermosa!

Me bajé de la camioneta. ¿Otra vez vos?, me dijo. Qué te pasa ahora qué querés si se puede saber, y me dijo toda una buena puteada. Pensaría que así me iba a espantar. Ni ahí, pero me gustó más enojándose. Me gustó mucho esa chica brava y le dije. Al final se rió y subió a la moto. Mi amigo Saco dice que cuando le sacaste una risa a una mina después lo segundo que le sacás es un beso o la bombacha.

El Primo arrancó y las seguimos subiendo la loma hasta una calle que casi no tenía luz. Lafueguito bajó y abrió una tranquera y la gorda entró la moto. La casa se veía solamente como sombra al fondo contra una loma, detrás de unos tamariscos. Saludamos a los gritos y el Primo picó la camioneta y dobló en la esquina. De golpe apareció en las luces un perro de ojos rojos y dientes blanquísimos y al segundo pasó por debajo de las ruedas y se escuchó como cuando se quiebra una galletita. Corrécorré que lo mataste le dije, porque el Primo quería parar. Acelerá le grité, que acá te sacan a los tiros.

Terminamos esa noche dando una vuelta por el centro, bajándonos una botella de jugo con vino que el Primo tenía preparada detrás del asiento de la camioneta. No pasaba nada en el centro. Nada más unos pibes fumando en la plaza. Con el Primo estuvimos hablando de enamorarse y de minas. Yo le dije que era la primera vez que me estaba enamorando. Él se rió y me preguntó Qué sentís.

No sé, es una cosa rara. Me parece que es como si ella tiene una flecha arriba que la señala y dice “Ella”.

El Primo se rió de nuevo y me dijo Estás loco, primo, loco loco. Y me contó la primera vez que se había enamorado, cuando tenía quince, de una mujer de como treinta y cinco años.

Cuenta el Primo:

Ella estaba casada y era vecina de nosotros en un lugar donde recién nos habíamos mudado. La primera vez que la vi fue cuando ella estaba tendiendo la ropa en el patio, a la tarde. Me quedé como tonto, no sabía qué me pasaba porque nunca había visto una mujer tan linda, y ella me vio y se me rió. Como dice Saco, le digo yo al Primo. Sí dijo el Primo, como dice Saco, primero se rió y después, otro día, me mandó llamar para que le hiciera un mandado, que no podía salir porque estaba con el resfrío. Mentira era. Me abrió la puerta y me dio la plata y me pidió el mandado. Me acarició la mano cuando me dio la plata. Yo no me animaba a mirarla mucho, porque vi que tenía el vestido medio abierto y se le asomaban las tetas que parecía que se salían a decir hola. Y cuando volví, le traje las cosas que me había pedido, me dijo Gracias y me comió la boca.

Otro día, como a la nochecita, yo pasaba frente a su casa y la vi parada en la puerta abierta. Me miraba muy seria. Me acerqué y me hizo entrar rápido. Respiraba fuerte. Cerró la puerta y ya nos estábamos manoteando y dando besos. El marido estaba de turno en la fábrica. Asique esas tardes y noches ella se quedaba sola en la casa y yo me escapaba a verla y me quedaba en lo de ella hasta la madrugada. Yo estaba medio desesperado, medio que me moría. Quería tocarla todo el tiempo, estarle adentro todos los días, y ella también quería todo. Cuando pensaba en ella, se me subía la respiración, parecía que había corrido diez kilómetros. Asique nos empezamos a buscar en cualquier momento. A veces cogíamos a la tarde, rápido, escondidos en cualquier lado. Una vez, lo hicimos en el baño de su casa mientras el marido dormía ahí cerca. No hicimos ningún ruido. Fue como temblar sin decir nada nada.

Otra vez yo llegué de una fiesta como a las tres de la mañana y la encontré sentada en la mesa del patio de mi casa. Se sacó la pollera y no tenía nada más abajo y se apoyó en la mesa. Me la cogí contra las tablas. Después ella se dio vuelta y me dijo haceme la cola, dame con todo amor, dame con todo. Y se lo di, le di todo. Parecíamos dos perritos que hacen su primera vez. Después ella me dio un beso y se fue corriendo. Me parecía que se fue llorando y no sabía por qué y al otro día me di cuenta. Al otro día no había nadie en su casa, habían puesto un cartel que decía SE ALQUILA. Me enteré que al marido lo habían trasladado a la fábrica de Ushuaia y se habían tenido que ir. Por eso ella me estuvo esperando en el patio de mi casa esa madrugada. Para decirme chau.

Me quise matar, fui al río y me tiré, pero no me hundía che, salía flotando y volvía a hundirme y así. Pero no hubo caso, me parece que mi cuerpo se sabe de memoria la natación y no me pude hundir hasta la muerte. Así terminó el Primo su cuento.

 

Cuando el Primo me dejó en casa no pude dormir hasta la mañana. Entré por el pasillo como a las cuatro, abrí la puerta de mi pieza y me tiré en el catre. Dejé la luz encendida en el pasillo, como siempre. Tengo miedo de dormir oscuro, no sé por qué, ¿algo me puede pasar si abro los ojos y no hay nada está lleno de negro?

Pero cerré los ojos y me fui debajo de mí cuando ya había luz del día y el foquito del pasillo se había vuelto pálido. Ahí estuve adentro hasta el mediodía, me desperté soñando. Era Lafueguito que me hacía soñarla, se me aparecía adentro. Venía a golpearme la puerta y me decía que la salve del Lonja, que ya venía de Comodoro el Lonja y ella no quería que él venga. Yo le abría a Lafueguito y ella entraba con un sombrero verde, temblando hermosa. Traía un corazón de trapo en las manos, el corazón rojo. Vi que no era hecho con trapos de color rojo sino que les habían tirado algún líquido rojísimo. Ella alargó las manos y me dijo Te doy esto si me salvás. La llevé a la camioneta del Primo que no sé cómo estaba ahí y arranqué. Salimos volando sobre el pedregullo. Después levantamos más alto y pasamos por encima de los techos de unos galpones y después vimos las matas desde casi tocando las nubes. Éramos como una sombra de nube allá en el campo reseco. Alguien me gritó y me desperté. Todavía sentí como si de golpe la camioneta se caía a pique sobre el campo. Me di cuenta de que alguien me despertaba un segundo antes de que yo acabe. Mi hermana estaba en la puerta diciéndome Que a comer, que qué estaba soñando ahí que daba gemidos. Que el papá había hecho fideos. Le di la puteada bien hecha, maldita.

Me lavé la cara y fui por el pasillo a la cocina. Todavía me resonaba en la cabeza el chiflido de avión cayéndose que hacía la camioneta del Primo cuando se venía abajo. Me levanté con la luna blanca. Comí sin hablar y me fui a ver a Saco.