El Chinago - Jack London - E-Book

El Chinago E-Book

Jack London

0,0

Beschreibung

Esta simpatía hacia lo no anglosajón se expresa en la figura de Ah Cho, un oriental acusado de un asesinato. Ha sido llevado a Haití junto con otros quinientos connacionales para trabajar por un sueldo miserable, una especie de "condena por ser frágiles y humanos". Ah Cho es callado y circunspecto. No habla francés, el idioma de quienes lo acusan. No importa que él no haya cometido el asesinato, será llevado a la guillotina, víctima de la parsimonia de su propia cultura y la injusticia y cerrazón de los franceses. Es uno de los mejores cuentos de London, uno donde la condición humana —vulnerable, atroz y dura— encuentra acomodo en una narración donde logra magnificar nuestra estimación por un ser en apariencia insignificante.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 28

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



El Chinago

El Chinago (1900)Jack London

Editorial CõLeemos Contigo Editorial S.A.S. de [email protected]ón: Benito RomeroEdición: Abril 2021

Imagen de portada: RawpixelProhibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

Índice

Portada

Página Legal

.

.

.

El coral se desarrolla, la palmera crece, pero el hombre muere.

Proverbio tahitiano

.

Ah Cho no entendía el francés. Estaba sentado en la sala del juzgado, abarrotada de gente, muy cansado y aburrido, escuchando el explosivo e incesante francés que hablaban, ahora un oficial y luego otro. A Ah Cho le parecía un puro parloteo y se maravillaba de la estupidez de los franceses, que habían empleado tanto tiempo en buscar al asesino de Chung Ga y que, al final, no lo habían encontrado. Los quinientos coolies de la plantación sabían que era Ah San quien había cometido el asesinato, y allí se encontraba, sin siquiera estar arrestado. Era cierto que los coolies se habían puesto de acuerdo, en secreto, para no testificar los unos contra los otros, pero aquel caso era tan sencillo, que los franceses tenían que ser capaces de descubrir que Ah San era el asesino. Aquellos franceses eran muy estúpidos.

Ah Cho no había hecho nada por lo que tener miedo. No había colaborado en el asesinato. Era verdad que lo había presenciado y que Schemmer, el capataz de la plantación, había entrado en el barracón inmediatamente después y le había descubierto junto a los otros cuatro o cinco; pero, ¿y qué? Chung Ga fue apuñalado sólo dos veces. Era razón suficiente para pensar que cinco o seis hombres no podían infligir dos puñaladas. Como mucho, si un hombre le había clavado una, sólo dos hombres podían haberlo hecho.

Éste fue el razonamiento de Ah Cho cuando, junto con sus cuatro compañeros, mintió, bloqueó y ofuscó al tribunal con sus afirmaciones en lo concerniente a lo ocurrido. Habían oído los ruidos del asesinato y, como Schemmer, habían corrido al lugar del suceso. Llegaron allí antes que el capataz, eso fue todo. Era cierto, Schemmer había testificado que, atraído por el ruido de la disputa al pasar por allí, se quedó al menos cinco minutos fuera; cuando entró, ya encontró dentro a los prisioneros, que no habían entrado poco antes que él, porque se había esperado en la puerta, cerca de los barracones, y los hubiera visto entrar. Pero, ¿y qué? Ah Cho y sus cuatro compañeros de barracón testificaron que Schemmer se equivocaba. Al final, los soltarían. Confiaban en ello. No podían cortar la cabeza a cinco hombres por dos puñaladas. Además, ningún demonio extranjero había visto el asesinato. Pero aquellos franceses eran muy estúpidos.

En China, como bien sabía Ah Cho, los magistrados hubieran ordenado torturales para averiguar la verdad. Descubrir la verdad bajo tortura era fácil. Pero aquellos franceses no torturaban. ¡Eran los más tontos! Por eso nunca descubrirían quién había matado a Chung Ga.

Pero Ah Cho no lo entendía todo. La compañía inglesa dueña de la plantación había importado quinientos coolies