El color que cayó del cielo - H.P. Lovecraft - E-Book

El color que cayó del cielo E-Book

H. P. Lovecraft

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Beschreibung

Un extraño meteorito se estrella en la granja de la familia Gardner. Un grupo de científicos llega hasta allí para analizar al misterioso objeto que infecta a la tierra, a los animales y a la vegetación. Aunque los Gardner se sienten a salvo al principio, poco a poco descubrirán que ellos también están mutando junto con el insólito color proveniente de otro mundo.

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Seitenzahl: 59

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Inhalt

EL COLOR QUE CAYO DEL CIELO

Las colinas se levantan salvajes al Oeste de Arkham y hay valles con bosques espesos en los que nunca vibró el sonido de un hacha. Hay cañadas angostas y oscuras donde los árboles se inclinan fantásticamente, y pequeños arroyos que nunca han captado el reflejo de la luz del sol fluyen tranquilos. En las laderas menos agrestes hay granjas, antiguas y rocosas, con edificaciones cubiertas de musgo rumiando eternamente en la misteriosa Nueva Inglaterra, pero ahora mismo todas están vacías, con amplias chimeneas desmoronándose y paredes ladeadas debajo de los techos típicamente holandeses.

Sus antiguos habitantes se fueron, y a los extranjeros no les gusta vivir allí. Los francocanadienses lo han intentado, los italianos lo han intentado, y los polacos llegaron y se marcharon… por nada que pueda ser oído, o visto, o tocado, sino por algo puramente imaginario. El lugar no es bueno para la imaginación, y no aporta sueños tranquilizadores por la noche. Esto debe ser lo que mantiene a los extranjeros alejados, ya que el viejo Ammi Pierce nunca ha relatado lo que recuerda de los extraños días. Ammi, cuya cabeza ha estado un poco desorientada durante años, es el único que sigue allí, y el único que habla de los extraños días. Y se atreve a hacerlo, porque su casa está muy cerca del campo abierto y de los caminos que rodean Arkham.

En otra época había un camino sobre las colinas y a través de los valles que llevaba directo hacia el páramo maldito, pero la gente dejó de utilizarlo y se abrió una nueva ruta dando un rodeo hacia el sur. Entre la vegetación se ve aún las huellas del antiguo camino, a pesar de que la maleza lo ha invadido todo. Sin embargo, los oscuros bosques serán cortados y el páramo dormirá a orillas del agua azul y su superficie reflejará el cielo y el sol. Y los secretos de los extraños días se fundirán con los secretos de las profundidades, se fundirán con la tradición oculta del antiguo océano y con el misterio de la tierra primitiva.

Cuando llegué a las colinas y valles para investigar los terrenos destinados a la nueva reserva de agua, me dijeron que el lugar estaba embrujado. Me dijeron esto en Arkham, y como se trata de un pueblo muy antiguo lleno de leyendas, pensé que aquello debía ser algo que las abuelas susurraban a los niños a través de los siglos. El nombre “páramo maldito” me pareció muy raro y teatral, me pregunté cómo habría llegado a formar parte del folclore de un pueblo puritano. Luego vi con mis propios ojos aquellas cañadas y laderas, y ya no me extrañó que estuvieran rodeadas de una leyenda misteriosa. Aunque las vi por la mañana, las sombras acechaban. Los árboles crecían demasiado juntos, y sus troncos eran demasiado grandes para ser árboles de Nueva Inglaterra. En las oscuras avenidas del bosque había demasiado silencio, y, por el musgo húmedo y los restos de infinitos años de descomposición, el suelo parecía demasiado blando.

En los espacios abiertos —principalmente a lo largo de la línea del antiguo camino— había granjas pequeñas, a veces, con todas sus edificaciones en pie, otras, sólo con alguna pared, y otras, con una solitaria chimenea o una bodega. La maleza reinaba por todas partes, y seres furtivos susurraban en el subsuelo. Sobre todas las cosas se cernía una rara inquietud, cierta opresión; un toque grotesco de irrealidad, como si fallara algún elemento vital de perspectiva o de claroscuro. No me resultó raro que los extranjeros no quisieran permanecer allí, no era una región que invitara a dormir. Su aspecto recordaba demasiado un cuadro de Salvator Rosa o de un cuento de terror.

Pero incluso todo esto junto no podía compararse con el páramo maldito. Lo supe en cuanto llegué al final del espacioso valle; ningún otro nombre hubiera sido mejor, y nada como aquel paisaje se adaptaba tan perfectamente a un nombre. Era como si un poeta hubiese acuñado la frase después de haber visto aquella región. Mientras lo contemplaba pensé que era la consecuencia de un incendio, pero, ¿por qué no había crecido nunca nada sobre aquellos cinco acres de gris desolación que se extendían bajo el cielo como una gran mancha corroída por el ácido? Se extendía en gran parte hacia el norte del antiguo camino, pero invadía un poco el otro lado. Mientras me acercaba experimenté una extraña sensación de repugnancia, y sin embargo lo hice solamente porque mi trabajo lo exigía. En aquella amplia extensión no había vegetación alguna, solo una capa fina de polvo o ceniza gris, que ningún viento parecía ser capaz de arrastrar. Los árboles más cercanos tenían un aspecto raquítico y atrofiado, y muchos troncos podridos estaban tirados con sus raíces al aire. Mientras caminaba apurado vi a mi derecha los derruidos restos de una chimenea y una bodega, y la negra boca de un pozo abandonado cuyos vapores adquirían un extraño matiz al ser rozados por la luz del sol. Ya no me parecieron extraños los susurros asustados de los moradores de Arkham. En los alrededores no había edificaciones ni ruinas de ninguna clase. Incluso tiempo antes, el lugar debió haber sido completamente solitario y apartado. Cuando cayó la tarde, temeroso de pasar de nuevamente por aquel lugar horrible tomé el camino del sur aunque implicaba dar un gran rodeo. Desee que las nubes se juntaran porque una extraña sensación sobre el profundo vacío del cielo se infiltró en mi alma.

Por la noche interrogué a algunos ancianos habitantes de Arkham sobre el páramo maldito, y pregunté qué significaba la frase “los extraños días” que había oído murmurar evasivamente. No pude obtener ninguna respuesta concreta, y lo único que saqué en claro fue que el misterio se remontaba a una fecha mucho más reciente de lo que había imaginado. No se trataba de una vieja leyenda, ni mucho menos, sino de algo que había ocurrido contemporáneamente con los que hablaban conmigo. Había sucedido en los años ochenta, una familia había desaparecido o había sido asesinada. Los detalles eran algo confusos, y como todos me dijeron que no prestara atención a las fantasías del viejo Ammi Pierce, decidí visitarlo a la mañana siguiente, después de enterarme de que vivía solo en una casa arruinada que se alzaba en el lugar donde los árboles empiezan a espesarse. Era un lugar muy viejo, y destilaba ese leve olor fétido que se desprende de las casas que han permanecido en pie demasiado tiempo. Tuve que llamar insistentemente a la puerta para que el anciano acudiera, y cuando se asomó, tímidamente, noté que no se alegraba de verme. No estaba tan débil como yo esperaba, y sin embargo, sus ojos parecían inertes y sus andrajosas ropas y su barba blanca le daban un aspecto gastado y triste.