El color que cayo del cielo - H.P. Lovecraft - E-Book

El color que cayo del cielo E-Book

H. P. Lovecraft

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Beschreibung

El color que cayó del cielo fue escrito y publicado en noviembre de 1927 en la revista Amazing Stories. Se trata de un relato que se adentra profundamente en la idea del horror cósmico, característico de H. P. Lovecraft. La historia narra los acontecimientos vividos por Nahum Gardner y su familia, propietarios de una granja en la ciudad ficticia de Arkham, donde ocurre la llegada de una extraña entidad alienígena. El narrador del cuento es un joven topógrafo que llega al lugar con el propósito de estudiar el terreno árido y desolado donde se construirá un embalse. Los lugareños se refieren a esa zona como el "Erial Maldito". Allí, el joven escucha los espeluznantes antecedentes narrados por Ammi, un testigo directo de los hechos. Aunque no parece tener más de cincuenta años, Ammi es el único sobreviviente que presenció la catástrofe que sumió a la familia Gardner en la locura. La tragedia comienza con la caída de un meteorito en 1882, que aterriza cerca del pozo de agua de la granja. En su interior habita una entidad espacial que transforma el entorno en un páramo grisáceo y enfermo. Al año siguiente, durante la cosecha de 1883, los cultivos comienzan a crecer de forma antinatural y brillan con un extraño color azul violáceo por las noches. A pesar de su apariencia prometedora, la comida se descompone rápidamente, volviéndose incomestible e imposible de vender. Con el paso del tiempo, la familia Gardner enloquece y comienza a morir tras consumir el agua del pozo contaminado. Los animales de la granja y la fauna local se vuelven violentos, agresivos y sufren mutaciones grotescas. Incluso los árboles crecen de manera descontrolada y parecen atacar con sus ramas todo lo que se acerca. El cuento concluye con la inquietante sospecha de que aquello que causó tanto horror y destrucción aún permanece oculto en el pozo. La entidad sigue allí, alimentándose año tras año de la tierra, y expandiendo su influencia.

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Seitenzahl: 63

Veröffentlichungsjahr: 2025

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El color que cayó del cielo

EL COLOR QUE CAYÓ DEL CIELO

H.P. LOVECRAFT, SUS MEJORES MONSTRUOS

© H.P. Lovecraft

© de la edición digital: Editorial Sonora

Neón singles es un sello editorial del grupo ebooks Patagonia

Santiago de Chile

ISBN Edición Digital: 978-956-6441-00-7

Primera edición, 2025

Edición: Génesis Castillo

Arte de portada: Paz Catalán y Carolina Troncoso

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La reproducción total o parcial de este libro queda prohibida, salvo que se cuente con la autorización por escrito de los titulares de los derechos.

Diagramación digital: ebooks [email protected]

Nota de la edición

¡Hola, querido/a lector/a!

El cuento que leerás a continuación es parte de la nueva categoría editorial Neón singles; pero que primeramente perteneció a Neón Ediciones y su sello Sonora. Neón Singles, en esta primera edición, presenta una cuidada selección de cuentos que, a pesar de ser breves, condensan un mundo completo. Inauguramos la serie, con uno de los maestros del terror cósmico: H.P. Lovecraft. Aquí reunimos algunos de sus cuentos más reconocidos y otros que merecen una segunda oportunidad para brillar, todos extraídos de su libro compilatorio: H.P. Lovecraft. Sus mejores monstruos. Las piezas selectas buscan atraparte con su intensidad y rareza para ser leídas de un tirón; abriendo una puerta directa a los rincones a tu imaginación.

Bienvenido, adéntrate en este inquietante pero icónico mundo del horror.

El color que cayó del cielo

Al oeste de Arkham las colinas se yerguen selváticas, y hay valles con profundos bosques en los cuales no ha resonado nunca el ruido de un hacha. Hay angostas y oscuras cañadas donde los árboles se inclinan fantásticamente, y donde discurren estrechos arroyuelos que nunca han captado el reflejo de la luz del sol. En las laderas menos agrestes hay casas de labor, antiguas y rocosas, con edificaciones cubiertas de musgo, rumiando eternamente en los misterios de la Nueva Inglaterra; pero todas ellas están ahora vacías, con las amplias chimeneas desmoronándose y las paredes pandeándose debajo de los techos a la holandesa.

Sus antiguos moradores se marcharon, y a los extranjeros no les gusta vivir allí. Los francocanadienses lo han intentado, los italianos lo han intentado, y los polacos llegaron y se marcharon. Y ello no es debido a nada que pueda ser oído, o visto, o tocado, sino a causa de algo puramente imaginario. El lugar no es bueno para la imaginación, y no aporta sueños tranquilizadores por la noche. Esto debe ser lo que mantiene a los extranjeros lejos del lugar, ya que el viejo Ammi Pierce no les ha contado nunca lo que él recuerda de los extraños días. Ammi, cuya cabeza ha estado un poco desequilibrada durante años, es el único que sigue allí, y el único que habla de los extraños días; y se atreve a hacerlo porque su casa está muy próxima al campo abierto y a los caminos que rodean a Arkham.

En otra época había un camino sobre las colinas y a través de los valles, que corría en mi recta donde ahora hay un marchito erial; pero la gente dejó de utilizarlo y se abrió un nuevo camino que daba un rodeo hacia el sur. Entre la selvatiquez del erial pueden encontrarse aún huellas del antiguo camino, a pesar de que la maleza lo ha invadido todo. Luego, los oscuros bosques se aclaran y el erial muere a orillas de unas aguas azules cuya superficie refleja el cielo y reluce al sol. Y los secretos de los extraños días se funden con los secretos de las profundidades; se funden con la oculta erudición del viejo océano, y con todo el misterio de la primitiva tierra.

Cuando llegué a las colinas y valles para acotar los terrenos destinados a la nueva alberca, me dijeron que el lugar estaba embrujado. Esto me dijeron en Arkham, y como se trata de un pueblo muy antiguo lleno de leyendas de brujas, pensé que lo de embrujado debía ser algo que las abuelas habían susurrado a los chiquillos a través de los siglos. El nombre de «marchito erial» me pareció muy raro y teatral, y me pregunté cómo habría llegado a formar parte de las tradiciones de un pueblo puritano. Luego vi con mis propios ojos aquellas cañadas y laderas, y ya no me extrañó que estuvieran rodeadas de una leyenda de misterio. Las vi por la mañana, pero a pesar de ello estaban sumidas en la sombra. Los árboles crecían demasiado juntos, y sus troncos eran demasiado grandes tratándose de árboles de Nueva Inglaterra. En las oscuras avenidas del bosque había demasiado silencio, y el suelo estaba demasiado blando con el húmedo musgo y los restos de infinitos años de descomposición.

En los espacios abiertos, principalmente a lo largo de la línea del antiguo camino, había pequeñas casas de labor; a veces con todas sus edificaciones en pie, y a veces con solo un par de ellas, y a veces con una solitaria chimenea o una derruida bodega. La maleza reinaba por todas partes, y seres furtivos susurraban en el subsuelo. Sobre todas las cosas pesaba una rara opresión; un toque grotesco de irrealidad, como si fallara algún elemento vital de perspectiva o de claroscuro. No me estuvo raro que los extranjeros no quisieran permanecer allí, ya que aquella no era una región que invitara a dormir en ella. Su aspecto recordaba demasiado el de una región extraída de un cuento de terror.

Pero nada de lo que había visto podía compararse, en lo que a desolación respecta, con el marchito erial. Se encontraba en el fondo de un espacioso valle; ningún otro nombre hubiera podido aplicársele con más propiedad, ni ninguna otra cosa se adaptaba tan perfectamente a un nombre. Era como si un poeta hubiese acuñado la frase después de haber visto aquella región. Mientras la contemplaba, pensé que era la consecuencia de un incendio; pero, ¿por qué no había crecido nunca nada sobre aquellos cinco acres de gris desolación, que se extendían bajo el cielo como una gran mancha corroída por el ácido entre bosques y campos? Discurre en gran parte hacia el norte de la línea del antiguo camino, pero invade un poco el otro lado. Mientras me acercaba, experimenté una extraña sensación de repugnancia, y solo me decidí a hacerlo porque mi tarea me obligaba a ello. En aquella amplia extensión no había vegetación de ninguna clase; no había más que una capa de fino polvo o ceniza gris, que ningún viento parecía ser capaz de arrastrar. Los árboles más cercanos tenían un aspecto raquítico y enfermizo, y muchos de ellos aparecían agostados o con los troncos podridos. Mientras andaba apresuradamente vi a mi derecha los derruidos restos de una casa de labor, y la negra boca de un pozo abandonado cuyos estancados vapores adquirían un extraño matiz al ser bañados por la luz del sol. El desolado espectáculo hizo que no me maravillara ya de los asustados susurros de los moradores de Arkham. En los alrededores no había edificaciones ni ruinas de ninguna clase; incluso en los antiguos tiempos, el lugar dejó de ser solitario y apartado. Y a la hora del crepúsculo, temeroso de pasar de nuevo por aquel ominoso lugar, tomé el camino del sur, a pesar de que significaba dar un gran rodeo.