26,99 €
Aleister Crowley, conocido por sus exploraciones en el ocultismo y la magia, escribió El Continente Perdido , una obra que aborda temas esotéricos y místicos. En este libro, Crowley teje una narrativa que fusiona la fantasía con la filosofía esotérica. La historia sigue a un grupo de exploradores que descubre un continente perdido, oculto del mundo exterior y habitado por civilizaciones antiguas y seres extraordinarios. A medida que los exploradores se adentran en este misterioso lugar, se encuentran con desafíos sobrenaturales y revelaciones ocultas que desafían su comprensión del universo y de sí mismos. A lo largo de la narrativa, Crowley explora temas como la magia, la alquimia y la naturaleza de la realidad misma. Utiliza el continente perdido como un telón de fondo para explorar ideas sobre la evolución espiritual, el conocimiento oculto y la búsqueda del significado en un mundo lleno de misterios. Con una prosa evocadora y una narrativa llena de imágenes simbólicas, El Continente Perdido invita al lector a sumergirse en un mundo de maravillas y peligros ocultos. Es una obra que desafía las convenciones narrativas tradicionales y ofrece una visión única y provocativa del ocultismo y la espiritualidad.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Veröffentlichungsjahr: 2024
Aleister Crowley
El continente perdido
Aleister Crowley
EAN: 7502297054412
Edición: 2024
© Aroha
© Grupo Editorial Neisa
© 2024 Nueva Editorial Iztaccíhuatl, S.A. de C.V.
Fuente de Pirámides No. 1, Int. 501-B,
Lomas de Tecamachalco, Naucalpan de Juárez,
C.P. 53950, Estado de México
Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin la autorización expresa de sus editores.
Editado en México.
Descubre las sorpresas que tenemos para ti
A La mujer Violeta
Por consiguiente, nosotros, que estamos sin las cadenas de la ignorancia, miramos atentamente en el corazón del buscador y le conducimos por el camino que más le conviene a su naturaleza, hasta el fin último de todas las cosas, la realización suprema, la Vida que mora en la Luz, sí, la Vida que mora en la Luz.
LIBER PORTA LUCIS
A. C.
LOS PRIMEROS PASOS (1875-1896)
No existe el Bien. El Mal es el Bien. Bendito sea el Principio del Mal. ¡Salve, Príncipe de este Mundo, a quien el Mismo Dios concedió su dominio!
A. C.
Nació Edward Alexander Crowley, «el hombre más malvado del mundo» como le calificaron algunos de sus contemporáneos, el 12 de octubre de 1875 entre las 23 y las 24 horas. Vino al mundo pues bajo el signo de Libra, y el encanto personal y la capacidad de seducción que corresponden a los nativos de esta signatura astrológica le acompañarían toda su vida, permitiéndole entablar relaciones intensas con los personajes más variados. Este mismo año de 1875 contempló también dos acontecimientos extremadamente significativos (pues para el hombre que no es común nada es casual y en cada circunstancia cotidiana se manifiesta lo Indecible) tanto para nuestro personaje como para la Humanidad: por un lado murió Eliphas Levi, por el otro se fundó en Nueva York la Sociedad Teosófica.
Fue Alphonse Louis Constant (Eliphas Levi), sacerdote católico renegado y periodista de ideas radicales, uno de los personajes claves del Ocultismo Moderno; su obra Dogma y Ritual de la Alta Magia es, aún hoy, de lectura obligada para todo aquel que siga el Camino de la Magia, y su evocación necromántica de Apolonio de Tiana constituye una de las operaciones más complejas y arriesgadas de la Teurgia Contemporánea. Creía Aleister (cambió Alexander por su forma gaélica a los veinte años de edad, inspirándose en el Alastor de Shelley) ser la reencarnación de este vilipendiado y mal comprendido genio decimonónico.
El otro acontecimiento que marcaría la vida de Alick sería la fundación por Madarne Blavatsky de la Sociedad Teosófica. No es éste el lugar para explayarse sobre esta específica rama del ocultismo que es la Teosofía, ni sobre la figura peculiar de su fundadora: el lector encontrará información abundante y con valoraciones contrapuestas en numerosas fuentes. Sólo queda señalar la influencia que tuvo sobre Crowley una noción que, siendo bastante más antigua que la Teosofía, ésta, sin embargo, ayudó a popularizar y difundir: la postulación de la existencia e influencia de los Maestros o Jefes Secretos. Humanos que viven entre nosotros, indistinguibles en apariencia de la multitud, pero que han desarrollado poderes suprahumanos y los utilizan para gestionar, siguiendo un designio incomprensible para el vulgo, tanto el Destino Histórico de los Pueblos como la Evolución Espiritual de la Humanidad (Cfr: Zanoni de Bulwer-Lytton o El Rey del Mundo de Rene Guenon).
Un inescrutable designio colocó su nacimiento en Inglaterra, en Leamington (Warwickshire); sus padres pertenecían a una organización de cristianos protestantes fanáticos: la Hermandad de Plymouth, y esto le marcaría durante toda su vida. En gran medida su trayectoria vital podría ser interpretada como una rebelión sistemática contra las concepciones puritanas y opresivas que pretendieron transmitirle sus progenitores. La educación corrió a cargo preferentemente de su madre (su padre, un rico industrial cervecero, murió al alcanzar Crowley los once años de edad), de un tío suyo, miembro también de la misma secta abrahámica y de diversos botarates que actuaron en el papel de tutores. Uno de ellos le instruiría, aunque de modo imperfecto, en «el amor que no osa decir su nombre…» poniendo al descubierto lo que con el tiempo sería uno de sus más poderosos activos mágicos: la bisexualidad.
Corría la época victoriana y, en la otrora dulce Albión, el cristianismo recorría como un veneno letal las venas de la que fuera y seguía siendo, en lo más profundo de su corazón, una nación pagana.
Fue su madre la que le dio el peyorativo apodo de «la Bestia», refiriéndose con ello a la entrañable criatura que en el Apocalipsis actúa como referente paradigmático de todo lo que el cristiano aborrece: la Sensualidad, la Libertad, la Fuerza y la Belleza. Ni que decir que nuestro muy bravo amigo adoptó con orgullo tal denominación y toda su vida llevaría sobre sí este símbolo del rechazo explícito de su madre como un título honorífico. Sirva como botón de muestra de la ideología demencial que reinaba en su hogar, el hecho de qué en su casa estaba prohibida la celebración de las navidades, consideradas como una fiesta pagana y, por lo tanto, indigna de «los Escogidos».
Ingresa en 1895 en el Trinity College de Cambridge para realizar estudios de Filosofía. Allí devorará con avidez todo tipo de libros y escribirá poesía, una afición que perfeccionará a lo largo de su vida. Realiza frecuentes viajes: San Petersburgo, Suiza… Practica el alpinismo con eficacia y pundonor y desarrolla una muy excelente capacidad de escalar sobre roca. Entre las cumbres que corona durante esta época se encuentra el Eiger.
En Estocolmo, durante el año 1896, tendría lugar uno de los momentos clave de su vida, una auténtica experiencia de Iluminación; pero será mejor que él mismo nos lo cuente con sus propias palabras:
Desperté con la seguridad de disponer de un medio mágico para devenir consciente y satisfacer una parte de mi naturaleza que hasta aquel momento me había sido inaccesible.
Había entrado de lleno, como más tarde averiguaría, en el Camino de la Magia, donde tantas innovaciones esenciales aportaría. Era el comienzo de su inserción en la Gran Obra a la que con el tiempo acabaría dedicando su vida entera.
Sobre todo tipo de anécdotas de su juventud: la muerte de un gato en un experimento cognoscitivo, absolutamente legítimo por lo demás y que llena de pavor a su biógrafo Colin Wilson; su primera experiencia homosexual completa, en Cambridge, con Herbert Pollitt, amigo de Aubrey Beardsley; su intento de enrolarse en el ejército de Don Carios (pretendiente carlista a la Corona Española) en una aventura exquisitamente romántica que finalmente fracasó; sus primeras y numerosas experiencias sexuales con mujeres, y otras fruslerías, el lector podrá encontrar información exhaustiva en la biografía de John Symonds o en la más divulgativa obra del ya citado Colín Wilson.
El genio de Crowley está, en gran medida, ya insinuado por la mediocridad intelectual y espiritual que emana de la mayor parte de sus biógrafos.
Si el lector quiere acceder a un conocimiento cabal de las vicisitudes y peripecias (y, más importante aún, de su significación existencial) de la vida del Frater Perdurabo, ha de recurrir a la lectura de su voluminosa autobiografía: The Confessions of Aleister Crowley, subtitulada sarcásticamente: An Autohagiography.
LOS TRES CAMINOS (1896-1912)
De todas las acciones, la blasfemia es la que más agrada a Dios.
A. C.
Con esta fórmula resume «la Bestia» su vida. Los tres lados del triángulo, en el centro del cual resplandece, como el ojo de Horus, la Voluntad (Thelema) del Iniciado, se corresponden con los siguientes conceptos:
El Camino Secreto del Iniciado.
En el Vértice
.
El Sendero de la Poesía y la Filosofía.
En el Lado Derecho
.
El Mar abierto del Romance y la Aventura.
En el Lado Izquierdo
.
Hemos dejado a nuestro joven autor en Estocolmo, donde una visión interior le había hecho consciente de su designio vital: la realización de la Gran Obra. Poeta, alpinista y ajedrecista excelente, consagró a los viajes gran parte de su tiempo, experimentando en el año 1897, tras una estancia en San Petersburgo, lo que calificó, parafraseando a los místicos, de «Noche Oscura del Alma», es decir una angustiosa depresión, síntoma de una renovación significativa en ciernes.
La lectura de El libro de La Magia Negra y los Pactos de Arthur Edward Waite, eminente erudito adscrito a la masonería, llevó a Crowley a entablar un intercambio epistolar con el autor de la susodicha obra, del que surgiría el interés por un concepto que modificaría su vida de modo radical: la postulación de la existencia de una Iglesia Oculta, una Orden Secreta que preservaba los Misterios de la Verdadera Iniciación. Waite le recomendó la lectura del libro del místico del siglo XVIII, Karl Von Eckaterhausen: La Nube sobre el Santuario, esta lectura junto con la amistad que entabló en Zermatt, en los Alpes, con un químico británico dedicado a la alquimia, Julian Baker, le llevarían a entrar en contacto con una orden mágica consagrada a la investigación de los secretos de la Magia Ceremonial: La Orden Hermética del Amanecer Dorado (The Hermetic Order of the Golden Dawn).
Entretanto ya se había autoeditado su primer libro de poemas: Aceldama, nombre del campo que compró Judas con las treinta monedas que le entregaron por el Galileo. Le seguiría uno de los más escandalosos y valiosos libros de poesía erótica de su época: White Stains (Manchas Blancas).
La lectura de La Cábala Desvelada de Knorr Von Rosenroth, en la traducción de S. L. Mac Gregor Mathers, constituiría una de las influencias decisivas en su trayectoria como mago. El control de las fuerzas secretas de la Naturaleza mediante la Verdadera Voluntad, era, en resumen, el objetivo central del Arte Secreto que los adeptos buscaban al integrarse en la Orden del Amanecer Dorado.
Constituía la Golden Dawn, donde Crowley ingresó en 1898 adoptando el significativo nombre de Frater Perdurabo (¡Perseveraré!), una organización híbrida, donde los ceremoniales de corte masónico se superponían a prácticas mágicas de carácter cabalístico y evocaciones de los antiguos dioses egipcios. Esta interesante sociedad, fundada diez años antes como una sucursal de una orden secreta alemana, y en la que se daban cita el Rosacrucianismo, la Cábala Hebrea o el Hermetismo, entre otras influencias, tenía por hombre clave al citado Mathers.
Había encontrado este personaje en París, en el curso de sus investigaciones en la Biblioteca del Arsenal, un curioso texto mágico del siglo XV: «El Libro de Abra-Melín». Este grimorio giraba en torno a las técnicas requeridas para entrar en contacto con el Santo Ángel de la Guarda, una variante teúrgica que ya había sido practicada con éxito por John Dee y su compañero, el médium Edward Kelley, del cual Crowley se consideraba también una reencarnación, durante la época isabelina.
Los conflictos internos dentro de la Orden, donde Aleister se posicionó desde el primer momento a favor de Mathers, llenarían con sus grotescas peripecias un libro entero. Sirva aquí para el lector señalar que Crowley se tomó muy en serio su tarea de hombre de confianza del Jefe Supremo de la Orden, el citado Mathers, y luchó con denuedo contra otros miembros significados de la misma, entre los que se encontraban el poeta W. B. Yeats, que desde el primer momento desarrolló una fuerte antipatía contra nuestro amigo, y Florence Farr.
La vida de «la Bestia» constituye un auténtico micelio de encuentros con diversos personajes, coitos plurales con Mujeres Escarlatas variadas y varones, viajes, lecturas promiscuas y la ingesta de todo tipo de drogas. Lo esencial no obstante lo constituirían sus obras: sus trabajos mágicos, sus poemas, sus pinturas, sus canciones, sus relatos…
Conoció en esta etapa a una de las figuras que más influencia tendría en su vida, uno de los pocos amigos que le permanecerían fieles hasta el final: Alan Bennett.
Fue este personaje el que le introdujo al uso de los estupefacientes más variados. Hasta 1921 en Inglaterra no existía prohibición alguna sobre estas cuestiones, y el asma de Bennett obligaba a éste a ingerir opio y morfina como remedios. Crowley pronto se aficionó al uso de todo tipo de sustancias (varios de los ensayos seleccionados como podrá descubrir el lector giran en torno a esta temática): cocaína, heroína, morfina, opio, peyote y hachís (por citar las más frecuentadas), con la finalidad de alcanzar y mantener los estados alterados de conciencia que le permitían realizar sus prácticas mágicas, en gran medida relacionadas con la comunicación con entidades suprahumanas pertenecientes a otros planos y niveles de densidad. Bennett acabaría emigrando a Ceilán, donde se convertiría al budismo, en busca de climas mejores para sus dañados pulmones.
Con el dinero de la herencia familiar Alick compró una casa junto al lago Ness: Boleskine House, donde trabajó minuciosamente con el Libro de Abra-Melín. En esta misma mansión (más tarde propiedad de Jimmy Page, músico miembro del célebre grupo de rock Led Zeppelin) se desarrollaría el famoso duelo mágico con el hombre que en el pasado fuera su maestro y amigo: Samuel Liddell Mac Gregor Mathers, que le atacaba desde París. La victoria en este duelo otorgaría al Frater Perdurabo el control definitivo de la Orden del Alba Dorada.
De Crowley podría decirse lo que él mismo decía de Mathers:
Un mago de poderes incuestionablemente extraordinarios. Era un estudioso y un caballero. Tenía ese hábito de autoridad que inspira confianza porque nunca llega a dudar de sí mismo. Un hombre que hace lo que él no puede ser juzgado por los códigos y cánones convencionales.
Viaja a México donde es iniciado a los grados superiores de la masonería, en el Rito Escocés, en pocas semanas. Escala con Oscar Eckenstein, otro de sus pocos amigos de verdad, entre otras cumbres, el Popocatepetl. Recibe en la capital con alegría la noticia de la muerte de la reina Victoria, «La Dama de los Tenderos», como él la calificaba despectivamente, cuya sombra deforme y exigua había proyectado mediocridad y represión sobre las islas Británicas durante décadas.
Conoce a Rose Kelly hermana de su amigo el pintor Gerard Kelly, y contrae matrimonio con ella; con el tiempo le daría dos hijas que fallecerían trágicamente a edades muy tempranas. Marcha con ella de viaje a El Cairo, a Ceilán, y otros países. Su poema «Rosa Mundi» está inspirado en este amor.
Es con Rose, en El Cairo, cuando en 1904 tendrá lugar el momento decisivo de su vida. Durante los días 8, 9 y 10 de abril contactará, utilizando a su esposa como médium, con una inteligencia desencarnada, con un dios: Aiwass, que le designará como profeta de una nueva religión. Profeta, pues, de una Nueva Era que permitirá a la Humanidad emerger del pantano judeocristiano y acceder orgullosa y eficazmente al Nuevo Eón. Se trata de lo que los ocultistas y astrólogos llaman el Equinoccio de los Dioses, el fin de la era de Piscis y el advenimiento de la era de Acuario. Tras el Eón de Isis representado por los politeísmos y el matriarcado), vino el Eón de Osiris, de naturaleza patriarcal y sacrificial; estos eones han periclitado ante el Eón de Horus, el actual, y la Revelación de El Cairo, trasladada por escrito a lo que se llamará: El Libro de La Ley (Book of the Law) junto con su Profeta, Crowley, daban justa cuenta de tan trascendental acontecimiento.
La inclusión de este texto capital en la antología permitirá juzgar al lector por sí mismo sobre la relevancia de la fórmula de once palabras que resume sucintamente el mensaje transmitido por Aiwass:
Do that dou wilt, shall be the whole of the law. («Haz lo que quieres, es toda la ley»).
En resumen: que no hay más Dios que el Hombre, que la Divinidad está ínsita dentro del hombre y que, durante la Nueva Era del Eón de Horus, ésta será la tarea en la que se manifestará la Gran Obra: hacer patente la Divinidad del Hombre.
Sin embargo, y como tantos otros que le han precedido, profeta a su pesar, olvida su misión y viaja por el mundo, sumido en el olvido, llegando a pasar incluso por una fase budista.
Reencontrará en 1909 traspapelado el texto y a partir de ese momento su magia se orientará al establecimiento en este mundo de la ley de Thelema.
Contactará en el norte de África con los derviches, pasando antes por España con su colaborador mágico Víctor Neuburg: con él realizará importantes rituales en Bou Saada (Argelia), aplicando las Claves Enochianas de Dee. Son las Claves Enochianas instrumentos mágicos, de carácter simbólico y vibratorio, con los que Dee y Kelley entraban en contacto con diversas entidades astrales o ángeles utilizando un espejo maya.
En el transcurso de una de estas operaciones se manifestó una de las presencias más diabólicas y tenebrosas que acechan en el Camino al Adepto (el mismo Crowley quedó sumamente afectado): el Guardián del Abismo, Choronzón, una entidad caótica y oscura, capaz de adoptar innumerables formas y que atacará, con el formato de un hombre desnudo, a Neuburg, tras romper el círculo mágico protector.
¿Quizás Yog-Sottoth?
Ya en esta época comenzarán los problemas, que le acompañarán a lo largo de su vida, con sus hermanos francmasones, que le acusarán de divulgar los secretos del Arte. Alick señaló siempre que la ignorancia y la imbecilidad protegen a éstos con mucha mayor eficiencia que cualquier «custodia». No percibió que las «custodias» dan un poder añadido a los mediocres y a los infames. Estos últimos no le perdonarían nunca y harían visible su odio a través de la prensa amarilla y de muchas otras agresiones. Sirva como ejemplo la hostilidad vesánica e injusta que desarrolló contra él Somerset Maugham, expresada en su delirante, divertido y grotesco panfleto novelado: «El Mago».
En 1908 escribe La Tragedia del Mundo (The World’s Tragedy), a modo de ensayo autobiográfico, y en 1909 aparece el primer número de «The Equinox» subtitulado: «A Journal of Scientific Illuminism», peculiar publicación, de lectura obligada para todo aquel que desee conocer en profundidad la obra de Crowley donde la magia, la narrativa y la poesía se dieron cita y donde Alick dio a conocer infinidad de materiales.
Divorciado de Rose, adopta como Mujer Escarlata (la amante perfecta para los practicantes de magia sexual tántrica, la Ramera del Apocalipsis) a Leila Wadell, Soror Virakam, de ascendencia maorí, y con ella pone en práctica públicamente y por un precio módico de entrada: los Ritos de Eleusis, a modo de representación escénica y musical.
En 1912, y antes de su partida para América, donde permanecerá durante la Gran Guerra, recibirá la visita de un ocultista alemán, Theodor Reuss. Pero ésta ya es otra historia.
EL SENDERO DE LA ESTRELLAS DE PLATA (1912-1924)
Su mérito más notorio, quizás, fue tender un puente entre el tantrismo y la tradición esotérica occidental, unificando en cierta manera las técnicas mágicas del Este y el Oeste.
JOHN SYMONDS
En 1912 recibe en Londres la visita de un curioso personaje: Theodore Reuss, uno de los Jefes Supremos de una orden mágica germana, la OTO (Ordo Templi Orientis), masón de alto rango, agente secreto y cantante de music-hall. El recién llegado le acusa de haber divulgado «secretos» pertenecientes a los más altos grados de la Orden. Frater Perdurabo no puede ocultar su sorpresa, pero hojeando «El Libro de las Mentiras» (una de sus obras más atinadas y crípticas) confronta con Reuss determinados fragmentos y, ¡eureka!, el secreto en cuestión se refiere a la magia sexual. Los más altos grados de la Orden practican ritos tántricos. A partir de aquí la vida de «la Bestia» da un bandazo de noventa grados… Su Libra natal, en combinación con su ascendente Leo, le permiten en breves minutos seducir a Reuss, que acaba marchándose de su casa tras nombrarle jefe de la rama inglesa de la OTO, con la autorización pertinente para conformarla.
La Orden del Templo de Oriente fue fundada a finales del siglo XIX por Karl Kellner, seguidor del Vamacara tántrico, y buscaba, a partir de una síntesis con rituales masónicos, la Unión Mística con el Universo.
A punto de dar comienzo la Gran Guerra, y tras abandonar a Rose Kelly funda un septeto de violín con Leila Wadell, su nueva Mujer Escarlata, y otras chicas «ligeras», que llegará a actuar en el Acuarium de Moscú en 1913. El nombre del grupo no puede ser más significativo: Las Andrajosas Chicas del Raggtirne (Ragged Ragtime Girls).
Marcha a América, donde permanecerá hasta el final de la contienda en una de las etapas más dificultosas y a la vez, paradójicamente, más productivas de su vida. Desde el principio le acompañarán problemas de carácter económico; en el Nuevo Mundo, para ganarse la vida, escribió una multitud de artículos periodísticos para una revista germano-americana, The Fatherland, que obviamente no apoyaba a Inglaterra en la titánica y dañina confrontación que se desarrollaba en Europa. Fue acusado de «traidor» por sus contemporáneos, y en el futuro, sus enemigos, pertenecientes a la esfera del periodismo y de los círculos gubernamentales británicos le harían la vida imposible. Ni la sinceridad, ni el genio, ni el arrojo aportaban dividendos en la Inglaterra postvictoriana.
Leila Wadell acabará reuniéndose con él en Nueva York, y se suceden los desplazamientos por las más diversas ciudades de Norteamérica: Chicago, Detroit, Los Angeles, Seattle… Los más variados romances, prostitutas incontables de todas las razas y la mujer del erudito Coomaraswamy (entre otros cornúpetas) acompañarán las vicisitudes de este espíritu libre que nunca se encontró a gusto entre el tumulto plebeyo y puritano que constituye la mayor parte de la población de este país. Sobre la mujer norteamericana, embrión de las más repulsivas tendencias del feminismo actual, guardó siempre, como William Burroughs, una opinión negativa.
A pesar de todo, en Norteamérica encontró algunos espíritus selectos, convirtiéndolos en humus fecundo para iniciar la siembra de Thelema. Y es aquí donde ha fructificado el movimiento thelémico más potente del mundo en la actualidad.
George Stanfield Jones (Frater Achad), inventor de un muy personal enfoque de la Cábala, sería el más importante de sus contactos en esta época, en la que Crowley tenía como ob jetivo esencial la concepción de un hijo en el plano mágico, lo que en círculos thelémicos se conoce como El Trabajo de Babalon (Babalon Working).
En 1916 adoptó el significativo título de Master Therion, como nuevo nombre mágico, buscando el contacto mediante complejos rituales, con los Maestros Secretos. Conocerá en estos días, entre otras personas destacadas, a William Seabrook, viajero y escritor especializado en temas de brujería, al que sableó con la eficacia y pundonor habituales.
Entre las operaciones mágicas («trabajos», workings) que realizó en América, merece la pena destacar el trabajo de Amalantrah conocido como «Trabajo de Lam». Lam es una palabra tibetana que significa «dios» o «inteligencia extraterrestre». En este «trabajo» Crowley estableció contacto con una entidad extraterrestre procedente de un planeta transneptuniano (Plutón aún no había sido descubierto). ¿Quizás el Yuggoth de Lovecraft? Sobre este trabajo, y siguiendo esta atractiva línea especulativa que acabo de esbozar para el lector, ha escrito Kenneth Grant páginas inolvidables en su Cults of the Shadow.
¿Utilizó, como sugiere Erik Davis, a Sonya Green, la futura esposa de Lovecraft, como Mujer Escarlata? Quizás no lleguemos a saberlo nunca pero cabe dentro de lo posible; esto explicaría muchas cosas. Convierte en Mujeres Escarlatas a dos hermanas, Alma y Leah Hirsig, y en 1918, hastiado del Nuevo Mundo como Lovecraft, otro exiliado en la barbarie, regresa a Inglaterra.
De su estancia en América cabe señalar que no abandonó en modo alguno el hábito de la escritura. Escribió, entre otras muchas obras una colección de relatos protagonizada por un detective de lo oculto, Simon Iff, y una de sus obras más pulidas e irónicas: El Evangelio según San Bernard Shaw
Pero dejemos que sea el propio Maste; Therion el que resuma con su atractiva retórica su etapa americana:
Gritaba como Elías ¡Ay de mí! Éste no es el lugar para el poeta Aleister Crowley o para el adepto To Mega Therion, cuya esperanza de ayudar a sus semejantes se cifra en el lema: ¡La Verdad os hará libres!
Symonds, que detesta al Tío Al con el furor de una mediocridad irredimible, lo resume «encomiásticamente» con la frase: «dejó tras de sí una retahíla de cheques sin fondos».
A su regreso pronto se verá obligado a abandonar Londres, a la búsqueda de un clima más adecuado para su salud, el asma y la bronquitis le afectaban intensamente. Su objetivo ahora, tras la «gloriosa» carnicería que había asolado a Europa, es consagrarse definitivamente a la difusión y materialización de la Ley de Thelema. Tratará de fundar una comunidad ideal inspirada en su mandato; para Crowley era la única manera de salvar al mundo de la amenaza que anunciaban los negros nubarrones que asomaban ya en el horizonte.
Inspirado tanto en la Abadía ficticia de Rabelais como en la realidad concreta del dieciochesco Club del Fuego del Infierno del Sir Francis Dashwood, Sir Alaister de Kerval y la Condesa Lea Harcourt (Leah Hirsig) marchan a Sicilia donde, en Cefalù, alquilarán una quinta y trabajarán para el desarrollo de una sociedad perfecta.
Citando literalmente a Crowley, según Symonds:
Comunismo aristocrático. El sistema de dar y tomar todo es realmente un buen sistema económico; todo son beneficios, siempre que la gente deje de compararse con los demás. Sólo los que sean suficientemente nobles y generosos para comprender este principio podrán beneficiarse de él. Una abadía deberá marchar siempre hacia adelante. Será necesaria en ella la antigua alianza entre el príncipe y el sacerdote, pero ambas funciones sólo se unirán en las personas del abad y de su compañera. ¿Extensión del «espíritu de equipo» a la vida socio-económica-política? Sí, pero aún hay más. Existe similitud en la manera en que surgen los clanes y las naciones. El problema no reside en el modo de dirigir el rebaño, que es algo automático, o en acabar con los indignos, que serán sumidos en la inoperancia, sino en cómo conseguir que la emulación acabe convirtiéndose en el «arte de la guerra».
Este experimento ocultista único en su género, en el que la desafortunada muerte de uno de sus adeptos, Raoul Loveday, ocasionó, unida a la animadversión de los maledicientes e irreductibles enemigos ingleses de Crowley, la clausura de la abadía por el gobierno italiano, sometido a intensas presiones, constituye una de las experiencias seminales más estimulantes y revulsivas del siglo XX.
Los ritos, los coitos y las discusiones con y entre las diversas Mujeres Escarlata se sucedían unos a otros con la misma dulzura y violencia con que se suceden, irremisiblemente, las lunas.
Nuestro protagonista permanecía impertérrito y pintaba y amaba, amaba y pintaba, borrando su historia personal a través del método de espolearla hasta el límite y agotarla.
Sin embargo, tras la muerte del citado Loveday comenzaba para Alick un largo calvario. Expulsado de Sicilia, marcha a Túnez, donde prosigue la interminable búsqueda que acompaña a todos aquellos a los que ha escogido para su realización de la Gran Obra.
Como señala él mismo:
Encontrarse a uno mismo no es encontrar al ego; sólo te realizarás a ti mismo cuando desarrolles un yo impersonal, al margen de tu personalidad; y llegues a conocerlo mediante su expresión en el Arte, en una operación u obra que no viene a ser sino la imagen de una idea. ¿Y por qué no la operación que permita exorcizar el repugnante fantasma del «Pecado» que mantiene embrujada a la Humanidad, torturándola con la violencia y el miedo?
No podemos terminar este apartado sin citar la curiosa muestra iconográfica que nos legó en Sicilia (había comenzado a pintar en América, mostrando un talento considerable) en forma de murales, pintados en la Abadía. Gracias a la encomiable tarea de Kenneth Grant y el cineasta thelemita Kenneth Anger, parte de esta obra ha sido preservada del desgaste del tiempo y de la acción brutal de la termita judeocristiana, para solaz e instrucción de todos los amantes de la ley de Thelema y de la belleza.
EL VAGABUNDO DE LA DESOLACIÓN (1923-1947)
La falta de dinero es la raíz de muchos males…
A. C.
Tras su expulsión de Sicilia, el fracaso de su proyecto y una breve estancia en Túnez, marcha a París, donde su adicción a las drogas y su escasez de numerario hacen poco para aliviar o facilitar su trabajo.
Continúa con su difusión de la Nueva Religión, habla de una «Tercera Vía», ni capitalismo, ni comunismo: la ley de Thelema.
Leah Hirsig, la hermana Alostrael, es sustituida por Astrid (Dorothy Olsen). Entonces ocurre el milagro: Tranker, uno de los jefes de la OTO en Alemania, tiene un sueño en el que percibe a Baphomet (Crowley) al frente de un grupo de Maestros Secretos. Esto le convierte en jefe de la OTO tras intensas gestiones, pero pronto la organización se descompone, no todos los miembros le aceptarán, el propio Tranker acabará conspirando contra él.
Karl Gelmer, un rico hombre de negocios, sin embargo, le apoya incondicionalmente, es uno de esos hombres claves que aparecen secuencialmente en la vida de Alick y le sacan de los más diversos apuros. Gracias a su apoyo y su riqueza conseguirá jugosos aunque limitados ingresos que le permitirán proseguir su misión.
En 1935 tiene una visión en Túnez. Antes, en 1928, se une a él como secretario quien sería posteriormente uno de los más fieles intérpretes de la ley de Thelema en la Norteamérica contemporánea, Israel Regardie.
Contrae matrimonio con una bella y rica dama nicaragüense: María Teresa Ferrari de Miramar, con la que practica ritos mágicos cercanos a la magia caribeña y, lo más importante, en 1929 publica su obra capital: Magia en la Teoría y la Práctica (MAGICK) llena de trampas explosivas (rituales incompletos que ponen al neófito en manos de los más tenebrosos habitantes del éter) o epatantes referencias y recomendaciones para el sacrificio de niños.
Mantiene correspondencia con el poeta Pessoa, al que acabará conociendo personalmente y con el que correrá una peculiar aventura, que la breve extensión de una introducción impide obviamente relatar.
Tras realizar una exposición de sus pinturas en Berlín en 1931, donde no consigue vender ninguna, vuelve a Inglaterra donde, arruinado y sufriendo una hostilidad sistemática y continuada, malvive viéndose obligado a vender unas píldoras que supuestamente contienen «el Elixir de la Larga Vida» y que en realidad fabricaba con su propio esperma.
En 1933 se prohíben en Alemania las sociedades secretas, con lo cual la OTO y la Astrum Argentium pasan a la clandestinidad.
Escribe con Lady Frieda Harris (esposa de Sir Percy Harris, célebre parlamentario liberal), que se encarga de las bellas ilustraciones de los naipes, El Libro de Toth, una variante extremadamente sofisticada del Tarot.
Escribe poesía propagandística a favor de los aliados y difunde el signo de la victoria, la famosa V, que hoy todo el mundo repite sin conocer ni su origen, ni su significación, cuyo sentido oculto es: Tiphon.
En 1941 escribe el breve y contundente Liber Oz, que el lector puede encontrar al comienzo de esta antología.
La logia Ágape de Pasadena (California), a cargo desde 1942 de Jack Parsons, que se consideraba su hijo mágico, le envía algunos recursos, que son bien recibidos.
En 1945 Parsons participará con un curioso personaje en un ritual en el que acaba perdiendo a su esposa y sus ahorros, que vuelan juntos a la búsqueda de otros horizontes. Este peculiar personaje, un pelirrojo, vinculado a los Servicios de Inteligencia de la Marina, no es otro que el célebre L. Ron Hubbard, fundador del movimiento dianético.
Aleister Crowley murió de insuficiencia cardíaca y bronquitis crónica, maldiciendo al médico (moriría unas horas después) que le negó cruelmente una última dosis de estupefaciente.
Fue incinerado en Brighton, y durante la ceremonia, estorbada por las autoridades, que ni muerto le pudieron dejar tranquilo, se leyó su «Himno a Pan».
Corría el año 1947, año en que cayó «oficialmente» en la Tierra la primera nave extraterrestre, y se fundó, a partir de la antigua Oficina de Seguridad (OSS), la Central de Inteligencia, más comúnmente conocida como la CIA. Durante este periodo vino al mundo David Bowie que podría muy bien ser una encarnación del Hombre de los Mil Rostros.
EL CÓMO Y EL PORQUÉ DE ESTA ANTOLOGÍA
Viven en Nosotros, Incontables…
FERNANDO PESSOA
La selección de materiales que el lector tiene ante sí, aunque posee un matiz subjetivo innegable, condicionado, obviamente, por nuestras preferencias estéticas y filosóficas, cuando no puramente lúdicas, posee una coherencia interna determinada por los siguientes parámetros:
En primer lugar se ha hecho todo lo posible por mostrar la pluralidad de intereses de Crowley en el campo ensayístico. Crowley cultivó todos los géneros literarios conocidos: la poesía, la novela, el relato breve, el artículo periodístico, el ensayo, la farsa teatral, la canción, las memorias y otros de los que no es cuestión citar aquí por motivos evidentes de espacio. Se han escogido estos ensayos, repito, con la finalidad de dar una perspectiva de mosaico de un pensamiento, a nuestro juicio, revolucionario y profundo que, como Chu-en-Lai señalaba respecto a la Revolución Francesa, aún no ha dado sus frutos más perfectos. En relación a este segundo aspecto la regla ha sido escoger ensayos que sean fácilmente comprensibles para un lector de cultura general que no posea conocimientos especializados sobre Magia y disciplinas afines: Astrología, Cábala, Tarot, etc. (en las que Crowley fue un practicante de alto nivel y un erudito notable).
Pluralidad y comprensibilidad que, no obstante, no están exentas de dificultad y que he tratado de paliar desplegando en un determinado orden los diversos componentes del libro que el lector tiene ante sí.
Ni que decir que el lector puede hacer de su capa un sayo y comenzar a leer el libro por donde mejor le plazca. No obstante he procurado dar la opción de una secuencia ordenada que va de una menor dificultad a una mayor complejidad, y que permite a los que así lo decidan, internarse en la jungla de Thelema con un equipo mínimo. En ese equipo mínimo está incluida esta breve y puramente divulgativa exposición introductoria sobre la vida y obra del autor, que en modo alguno pretende sustituir o refutar otras obras mejor calibradas pero de mayor longitud y dificultad.
Un apéndice bibliográfico muestra al lector el modo de ampliar con otras lecturas su conocimiento de la obra de Aleister Crowley. Algunos artículos periodísticos de la época han sido seleccionados como muestra de la imagen que se fue generando sobre nuestro autor contra su voluntad y obviamente sus intereses. «Qué hechos son alegoría», considerado el primer relato de Crowley, inédito hasta 1990 en que se incluyó en el volumen The Stratagem & Other Stories, complementa desde el punto de vista del coleccionista esta peculiar antología de textos que pretende poner al alcance del lector en lengua castellana una síntesis del pensamiento de este mago y escritor que marcará con su mensaje profético y filosófico el siglo XXI.
Ensayos puramente literarios como el consagrado a Shelley o a Somerset Maugham por ejemplo, claramente clasificables, alternan con otros de más imprecisa definición, como puedan serlo Berashit o el increíble, sin lugar a dudas nuestro favorito, El continente perdido, boceto de una novela jamás escrita que para nosotros constituye un auténtico ensayo metafísico en clave de pulp con el fascinante leitmotiv de describir la vida en una Atlántida absolutamente originaria y fascinante.
Un bloque constituido por cuatro elementos pretende poner al alcance del lector el texto más seminal de Crowley, El Libro de la Ley. He seleccionado el capítulo 49 de su autobiografía donde expone las circunstancias y motivaciones de su acceso a este material profético, así como una excelente y completa nueva traducción del texto, obra de José Francisco Ruiz Casanova, sin cuya ayuda y asesoramiento (varios materiales nos han sido provistos por su generosidad y erudición) este libro habría sido imposible. Vindicación de Nietzsche y De Lege Lebellum anteceden y suceden, respectivamente, a la Revelación de El Cairo, y se han incluido con la finalidad de hacer claramente comprensible al lector el mensaje de un texto con elementos crípticos abundantes pero con una riqueza sólo explicable por su origen sobrehumano.
Las Drogas (en Cocaína encontramos uno de los mejores textos antiprohibicionistas que conocemos), la Meditación (excepcional el largo artículo consagrado al hachís, La Hierba Peligrosa, donde se entrecruzan los efectos cannábicos con una exposición inmejorable sobre el Yoga), la Poesía, Gilles de Rais, la masonería y la cuestión judía (aún no había nacido el Estado de Israel) son, entre otros, algunos de los temas tocados. Ni que decir tiene que Crowley se salta a la torera no sólo los límites entre los géneros literarios sino los límites mismos de los contenidos presuntamente consignados por los títulos. Abundancia y exuberancia que trascienden de modo transgresor todas las categorías.
Momentos clave: Trance, Amor, Risa, procedentes de su libro de ensayos breves Little Essays Toward Truth, son interpolados con finalidades rítmicas y de juego subterráneo que los lectores atentos descifrarán sin dificultad.
Drogas, Destino, Metafísica, Literatura, etc. Todo esto puede encontrar el lector en este libro que no pretende otra cosa que mostrar y divertir.
EL GRAN ADVENIMIENTO
La Nueva Religión: que la religión sea alegría; y que su único dolor, aunque digno y sereno, sea la muerte, y que la muerte se considere una prueba, una iniciación.
A. C.
Carlos Castaneda, Timothy Leary (que percibió entre su vida y la del Maestro numerosas sincronías, y que, como él, consagró su vida a la búsqueda de un canal que permitiera restaurar la conexión entre la Conciencia Cósmica y el individuo humano) y L. Ron Hubbard, por citar sólo unos cuantos nombres; todos ellos «gurus» reconocidos y por lo tanto amados y odiados, con la misma e injusta intensidad, en gran medida son enanos sobre los hombros de un gigante: Aleister Crowley.
Master Therion, Frater Perdurabo, Baphomet, el Vagabundo de la Desolación son solamente muestras de la acendrada multiplicidad con la que se mostró ante el mundo durante sus setenta y dos años de vida.
Antihéroe nato, calificado por sus contemporáneos como «el hombre más malvado del mundo», Alick (apodo que le fue dado por sus padres durante la infancia) adoptó a lo largo de su intensa vida las máscaras más diversas, inquietantes y estrafalarias. Para él la Gran Obra lo justificaba todo y, como sabe todo buscador que se precie, sólo borrando la propia historia personal, perdiendo el propio rastro, se hace posible la victoria sobre el ego, proyección del «yo» social que Sartre había acertado de pleno al calificarlo de Infierno. Pues en todo hombre, que no lo olvidemos es una estrella, hay dos yoes, dos voluntades; la vida entonces podría fácilmente ser percibida como un proceso de depuración, el ejercicio de una Voluntad de Poder con el único fin de hacer persistir y triunfar el Yo Superior, Thelema (la Voluntad). En otras palabras: «no hay más dios que el Hombre».
La Misión de Crowley en su aspecto exterior fue llevar a Europa la sabiduría oriental y restaurar el paganismo en su forma más pura. Que haya sido cumplida o no, que esté en proceso de realizarse, a pesar de los abundantes obstáculos, es cuestión que cada lector apreciará de un modo diferente. Lo que queda es la Obra y una abundante reserva de materiales líricos, rituales, narrativos, inclusive pictóricos y musicales que permitirán a los diversos admiradores y Adeptos continuar su propia versión de la Búsqueda.
Fue sin embargo Lovecraft el que mostró con mayor precisión los aspectos esenciales de la Misión, enmarcada en su supuestamente ficticio y «literario» ciclo de Chtulhu; no es posible terminar este breve trabajo sin citarlo in extenso:
Los Antiguos fueron, los Antiguos son, los Antiguos serán. No en los espacios que conocemos sino en sus intervalos. Allá caminan Ellos, serenos y primordiales, invisibles para nuestros sentidos. Yog Sototh conoce la Puerta. Yog Sototh es la Puerta. Yog Sototh es la Llave y el Guardián de la Puerta. Pasado, presente y futuro son todos uno en Yog Sototh. Él Sabe dónde los Antiguos traspasaron la Barrera en el pasado y dónde Ellos volverán a traspasarla para reinar otra vez, de Modo Definitivo.
Thelema se construye en el Juego. En el Gran Juego del que obviamente están excluidos parámetros moralizantes y concesiones «correctas» a la galería.
No olvidar: Todo Hombre y toda Mujer, es una Estrella.
FRANK G. RUBIO
«Haz lo que quieras debe ser la única Ley» (Libro de la Ley, I, 40).
«Tú no tengas más derecho que hacer tu voluntad.
Hazla y nadie dirá nada» (Libro de la Ley I, 42-43).
«Todo hombre y toda mujer es una estrella» (Libro de la Ley, I, 3).
NO HAY MÁS DIOS QUE EL HOMBRE.
1.— El hombre tiene el derecho de vivir según su propia Ley,
de vivir del modo en que quiera hacerlo,
de trabajar como quiera,
de actuar como quiera,
de descansar como quiera,
de morir cuando y como quiera.
2.— El hombre tiene el derecho de alimentarse de lo que quiera,
de beber lo que quiera,
de morar donde quiera,
de andar como quiera por la faz de la tierra.
3.— El hombre tiene el derecho de pensar lo que quiera,
de hablar de lo que quiera,
de escribir lo que quiera,
de dibujar, pintar, cincelar, moldear y construir lo que quiera,
de vestir como quiera.
4.— El hombre tiene el derecho de amar como quiera:
«Conducid vuestro deseo y voluntad de amor como queráis,
¡cuando, donde y con quien queráis!» (Libro de la Ley, I, 51).
5.— El hombre tiene el derecho de matar a aquellos que contraríen estos derechos,
«Los esclavos servirán» (Libro de la Ley, II, 58).
«El Amor es la Ley, Amor bajo Voluntad» (Libro de la Ley I, 57).
PRIMER AMIGO
Imagina
qué fue lo que me ruborizó al principio: nuestros mendicantes, valdenses,
jerónimos, husitas. ¿Puede alguien alzarse
ante tal turbión de herejía? Ni un sacerdote en sus cabales
se digna responder; en su lugar apila hogueras,
purifica con fuego y se mantiene en silencio: está todo dicho.
Así que en el futuro compondré un opúsculo
a modo de réplica, como los viejos cuyas temerarias lenguas
domeñan fácilmente, dirigido a algún truhán
de la escuela husita.
¡Imprimirá su respuesta, a buen seguro! ¿Se detendrán los pulmones invisibles?
Espitado el barril de la blasfemia, ¿quién lo cerrará?
SEGUNDO AMIGO
¿Logrará mi sermón, la próxima Pascua, tener buena acogida?
Cualquier joven capcioso y disputador usa sus argucias.
«An cuique crededum sit?». ¡Bien protegía la Iglesia
los «acasos»
hasta que el Fuste pone en marcha su motor!
Qué desechos llegan volando de judíos, moros y turcos.
¿Cuándo, pluma de ganso, tu reino sobre el mundo será abolido?
Ganso: ¡nombre ominoso! Con el dolor de un ganso comenzó,
dijo Huss, que significa «ganso» en su tosca lengua.
«Abrasemos a un Ganso, y me sucederá un Cisne
que sabrá apagar vuestro fuego».
Fuste.
Anuncio un hombre tal.
BROWNING
GILLES DE RAIS[1]
Hace mucho tiempo, cuando el rey Brahmadatta reinaba en Benarés, un caballero cuyo nombre cristiano era Thomas Henry —posiblemente hayan oído hablar de él, pues era un personaje de no menor talla que el abuelo del gran Aldous Huxley— se vio amenazado por un trance semejante al que yo voy a hacer frente esta noche. Le había sido solicitada una conferencia para un distinguido grupo de personas.
Lo que le incomodaba era eso: ¿Qué expectativa debía formarse acerca de los conocimientos de su público? Tomó la prudente decisión de pedir consejo a un veterano en dichas lides, quien le dijo: «Debes hacer una de estas dos cosas: presumir que lo saben todo o que no saben nada». Thomas Henry lo pensó y tomó la decisión de presumir que no sabían nada.
Creo que esto muestra con llaneza cuán pésimamente educado debía de haber sido, y explica por qué llegó a ser un sucio e insignificante ateo que se arrepintió en su lecho de muerte y que murió blasfemando.
¡No, no! Esto sería como exhibir los peores modales. Presumiré que ustedes lo saben todo acerca de Gilles de Rais; y siendo así, sería improcedente por mi parte contarles algo sobre él. De modo que podemos dar por finalizada la conferencia y (después del habitual voto de agradecimiento) pasar inmediatamente al debate, que creo será más entretenido, si bien no tan informativo.
Es forma cruel, y no obstante, totalmente aceptada en una universidad como Oxford, donde, creo, el pecado que persigue a sus inquilinos es dar o que les den una conferencia; pero los debates siempre son susceptibles de resultar entretenidos, especialmente si dirigidos con habilidad y rapidez hacen de la conferencia mera excusa predestinada al fracaso, y transmiten un conocimiento que, por regla general, el conferenciante no posee.
Estoy seguro de que todos reconoceremos que un experimento de tal clase no es posible de modo natural. ¡No! No estoy proponiendo descargar sobre ustedes mi famoso discurso acerca del Escepticismo como herramienta de la Mente. Ni tampoco voy a referirme a la primera y última conferencia que sufrí en una harapienta universidad próxima a Newmarket, en la cual un espécimen de rostro rojo como la piedra arenisca comenzó por señalar que la política económica era un tema muy difícil para teorizar sobre él porque no disponemos de datos seguros. Nunca contaría tan triste historia un lunes por la tarde, cuando ya la idea del martes es un oscuro espejismo en todas las mentes melancólicas. Desearía ser benévolo y sensible, aunque puede que sea desear mucho de mí que me muestre jovial.
El hecho es que me hallo en un estado muy depresivo. Atraía mi interés esa insignificante palabra, «conocimiento», sobre la que tanto oímos y tan poco vemos, que en modo alguno pretendo imponerles el M.C.H. y demostrar que la vida y las opiniones de Gilles de Rais estuvieron inevitablemente determinadas por el precio de la cebolla en Hyderabad. Creo que en un acercamiento histórico debemos ser cautos a la hora de definir qué entendemos —en nuestro universo particular del discurso— por la palabra «conocimiento».
¿Puedo hacer una pregunta?
¿Sabe alguien la fecha de la batalla de Waterloo?
Pausa. [Alguien —apuesto— me dice «1815»].
Muchas gracias. Para ser franco con ustedes, he de decirles que yo la sabía. No he pedido información sobre dicha materia en concreto. Lo que pregunté era si alguien sabía la fecha. Sentía que, de ser así, se crearía una simpatía en el ambiente.
Pero ya que hablamos de Waterloo, debemos preguntarnos: ¿Que extensión —hablando de modo coloquial— abarca nuestro conocimiento?
He oído infinidad de teorías acerca de por qué Napoleón perdió la batalla. Se ha dicho que ya por entonces sufría la enfermedad que le mató. Se ha dicho que Wellington le superaba como estratega. Se ha dicho que su ejército de reclutas estaba desnutrido y no bien instruido. Incluso se ha dicho que los belgas ganaron la batalla.
Todo esto no son más que opiniones. Puede que algo de verdad haya en alguna de ellas; pero prácticamente no disponemos de forma alguna de descubrir con exactitud qué cantidad de verdad, incluso si nuestras pruebas documentales nos sirven para demostrar alguna de dichas teorías. Es, además, casi totalmente imposible estimar las causas de cualquier hecho, aunque sólo sea porque tales causas son infinitas y cada una de ellas es, hasta cierto punto, una causa determinante.
Tómese un asunto simple como las estaciones del año. Si hubiera sido invierno en lugar de verano, las gallinas no habrían puesto huevos y Hougomont y La Haye Sainte no habrían podido alimentar a las fuerzas contendientes. Pero aun cuando es provechoso para el espíritu atisbar la extensión de lo que desconocemos, es de algún modo más satisfactorio para nuestras naturalezas inferiores pensar en lo que, en un sentido razonable del término, sabemos.
No es discutible que la batalla de Waterloo fue librada y ganada. No es discutible que representó el clímax, o quizá el desenlace, de las campañas sostenidas durante un cierto número de años. Y no hay razón alguna para dudar de que Napoleón nació en Córcega, que ingresó en el ejército francés y que se hizo rápidamente con el poder mediante una combinación de genio militar e intriga política.
Existe un gran corpus de evidencias indirectas que confirman totalmente lo dicho. Tomadas en su totalidad, serían inexplicables otras hipótesis. Pero cuando tenemos en cuenta la personalidad de Napoleón, al instante nos vemos envueltos en un montón de contradicciones. Con toda probabilidad nadie en la historia haya sido más tratado, y cada autor ofrece un análisis totalmente diferente. Cada cual pretende apoyar su opinión en hechos que no tenemos por qué suponer de otro modo que auténticos, pero que parecen incongruentes. Lo más lejos que podemos llegar en este asunto es a que la personalidad de Napoleón, como la de cualquiera, era extremadamente compleja. Y los autores se hallan más o menos en la piel de los Seis Hombres Sabios del Indostán, que nacieron ciegos y hubieron de describir un elefante.
Espiritualmente fortalecidos mediante estas sencillas reflexiones, vamos a aplicar sus resultados al problema de Gilles de Riáis, y a preguntarnos qué es lo que en verdad sabemos de él que sea contrario a lo que hemos oído de él.
Sabemos que fue un caballero de buena familia, ya que de otro modo no podría haber desempeñado los oficios que desempeñó. Sabemos que fue un valiente soldado y camarada de Juana de Arco. Sabemos que era un apasionado de la ciencia, puesto que su reputación se basaba en que frecuentaba la compañía de hombres instruidos. Sabemos, por último, que fue acusado de los mismos crímenes que Juana de Arco y por los mismos motivos que acusaron a ésta, y que le condenaron a la misma pena.
Creo que no he omitido ningún dato verificable. Todo lo demás supone especulación. El problema real de Gilles de Rais se basa, en efecto, en ella. He aquí una persona que, con todo respeto, fue el equivalente masculino de Juana de Arco. Ambos han sido engullidos por la historia; pero la historia es algo curioso. Me inclino a pensar que «nada es animado». En tiempos de Shakespeare, Juana de Arco era tenida en Inglaterra por símbolo de la maldad total. Se la representaba no sólo como hechicera, sino además como charlatana e hipócrita, y por encima de todo esto como cobarde, mentirosa y como una vulgar ramera. Sospecho que comenzaron a limpiar su figura cuando determinaron que era virgen, esto es trastornada sexualmente o al menos incompleta y animal, y la idea ha seguido propagándose entre la gente, como cualquier estudiante de religión sabe. En cualquier caso, su bagaje la alzó hasta la canonización. Gilles de Rais, por otra parte, representa igualmente en lo coloquial vicios y crímenes monstruosos. Tanto es así que incluso se le confunde con el fabuloso personaje de Barba Azul, de quien, aun siendo real, no sabemos mucho más que actuó del modo más directo posible ante el problema de la infelicidad doméstica.
Una breve digresión; de hecho, el asunro principal. ¿Cuál es la más singular y atroz acusación que se hizo en su contra? ¿Que sacrificó, en el curso de sus experimentos alquímicos y mágicos, un toral de 800 niños? Diré, a priori, que parece poco probable. Gilles de Rais era el señor de un territorio cuya población no pudo ser muy numerosa, además de que en tales tiempos de esclavitud, inmundicia, enfermedad, corrupción, pobreza e ignorancia —lo cual, en opinión del señor G.K. Chesterton, es el único estado ideal de la sociedad—, debería de ser bastante difícil llevar a cabo raptos y asesinatos al por mayor.
Siempre que nos referimos a la magia negra o misas negras, invocaciones del diablo, etc., etc., no debe olvidarse que estas prácticas son funciones estrictamente del cristianismo. Donde los salvajes ignorantes llevan a cabo ritos propiciatorios, allí y sólo allí echa sus raíces el cristianismo; pero bajo los grandes sistemas de las partes civilizadas del mundo no hay vestigios de tal perversión del sentimiento religioso. Sólo el fútil y sediento de sangre Jehová ha concebido tales monstruosos partos. Como el anriar, que sólo crece entre la corrupción, un lodazal de miedo y vergüenza ha podrido el cristianismo.
Así pues, no existe antecedente alguno de que Gilles de Rais (o cualquier otra persona en aquel lugar y tiempo) estuviera entregado a las prácticas de la magia negra, puesto que todos eran católicos. El poder de la Iglesia era, en aquellos tiempos, absoluro, y cualquier investigación estaba limitada por la arbitraria teología, impuesta sobre el pensamiento de todos. La abominacin se hallaba a mucha altura, pero su decadencia ha sido rápida. Cierto, cien años después todavía podía intimidarse a las reinas desde los púlpitos presbiterianos, pero llegó un momento previsible en que los eclesiásticos homosexuales se rifaban los estudiantes. Supongo que todo queda en familia.
Mientras estas profundas reflexiones provocaban una obnubilación hipocondríaca de mis facultades mentales, de repente me vino a la memoria que, al fin y al cabo, yo había oído esta historia antes. Y entendí la conexión.
En tiempos muy oscuros, en los que el cristianismo mantuvo inalterable su dominio en aquellas partes del globo que había corrompido suficientemente, la búsqueda del conocimiento —del conocimiento de cualquier clase— fue interpretada por los que detentaban el poder como la primera y única búsqueda peligrosa. Y así, incluso 300 años después, no se consideraba galante saber leer y escribir. Yo no estoy seguro de que lo sea.
En cualquier caso, es un gran error de la educación enseñar tales cosas. La gramática, no debemos olvidarlo, nace corno «Gramarye», querido Sir Walter Scott, y como «grimoire», un ritual de magia negra, esto es, sin documento escrito alguno.
Un conocimiento menudo y valioso fue infiltrándose en el cristianismo. Actuaba en contra de los intereses de la Iglesia, pero en aquellos tiempos era mucho más fácil que en la actualidad acabar con las personas y con las ideas; aún hoy día existen sacerdotes —al menos en Oxford— que aparentan no haberse enterado de cierto invento reciente obra de un notable mago que se inspiró en el Diablo: la imprenta.
Sintieron miedo. De modo que aquellos que buscaban el conocimiento estuvieron, en el mejor de los casos, bajo fuerte sospecha de herejía. No es preciso que cite los nombres más obvios. Pero se dieron algunos gremios de personas que sostuvieron el antiguo saber, principalmente mediante la tradición oral, y que hubieron de ser tolerados por fuerza hasta cierto punto, ya que el poco conocimiento que atesoraban era sumamente útil. La mejor forma de hacer armaduras, de construir catedrales o de curar la enfermedad obligó a los cristianos a tolerarlos. Por esta razón, aunque la conciencia exigía evidentemente el máximo grado de persecución compatible con la existencia de los villanos, a los judíos y árabes les fue permitido, al menos, vivir. Es más, los árabes mantuvieron el mismo proceder hacia ellos mismos.
Nadie mejor que el Papa sabía que el conocimiento significaba poder; pues con todo lo que sabía —y probablemente sabía que no sabía mucho—, los judíos y los árabes podían aliarse y trastocar la construcción entera de la sociedad. ¿Acaso no tenía en sus propios documentos el ejemplo de semejante catástrofe?
Existe un buen número de personas selectas, poseedoras cuando menos de la capacidad cerebral mínima necesaria para lubricar una barrena, que están continuamente aburriéndonos con el espectro del peligro judeo-bolchevique. Pero como la mayoría son seglares católicos romanos, que ignoran que Roma se ríe de ellos en su fuero interno, ignoran convenientemente cuál habría de ser —si lo conocieran— su mejor razonamiento. ¿Qué corrompió el espíritu de un pueblo invencible en la guerra? ¿Qué, sino la propagación de la moral de la esclavitud de los comunistas judíos de aquel tiempo? Si sacan ustedes de los bolsillos su Nuevo Testamento, hallarán en el capítulo cuarto versículo trigésimo segundo de los Hechos de los Apóstoles esto: «Y la multitud de aquellos que creían era un mismo corazón y una misma alma; ninguno de ellos tenía por suyas las cosas que poseía, sino que todo lo que poseían era en común». Por supuesto uno de ellos, que también era judío, intentó mantenerse firme y fue sacrificado. ¡Lenin y Trotsky no lo hubieran hecho mejor!
De modo que, como los católicos romanos siempre nos dicen, la Iglesia tiene el monopolio de la lógica, y el Papa determinó que todos los judíos eran comunistas. Cualquiera que poseyese o pretendiese el conocimiento debía de ser judío, y por lo tanto comunista, y por lo tanto…; el Papa también creía en el rearme, aunque probablemente lo llamara programa de desarme. Cuando se desguazan barcos de guerra en nombre de la paz en la tierra y la buena voluntad entre los hombres, esto significa que dichos barcos no tienen utilidad y son muy costosos y que se ha descubierto algo más barato y más mortífero. De igual modo la Curia se reservó un arma para asegurarse una matanza de judíos, bella y amena, cuando quiera que éstos entregasen la palabra. ¿Y qué fue de la palabra?
Los plácidos labriegos o los aplicados cazadores y guerreros no están capacitados para enfrentarse con la matanza indiscriminada sin razón alguna. Para lograr que lo hagan, sólo existen dos motivos: la codicia y el miedo. Todo el mundo entiende que si Jesús hubiera tenido riquezas se le habría ocultado con éxito, o le habrían procurado protección del mismo modo que la tienen aquellos que son demasiado poderosos como para ser asesinados, pues los grandes hombres de negocios no permiten que de manera estúpida se acabe con la gallina de los huevos de oro. Así pues, el único motivo que queda es el miedo; y en aquellos tiempos, en que la ignorancia se alimentaba con infinita devoción, resultaba más sencillo provocar el miedo a los diablos que lo que resulta en la actualidad a nuestra propaganda.
Yo estaba en Venecia justo antes de la guerra, cuando se vio el cometa Halley e incluso el mismo Papa lo bendijo con agua sagrada; explicó al pueblo que no causaría daño alguno —desde su posición ex cáthedra—, y los venecianos se congregaron, como multitud presa del pánico, en la Plaza de San Marcos y aguardaron, dando alaridos, el fin del mundo.
Resulta, en efecto, bastante fácil asociar la búsqueda de conocimiento con los crímenes más abominables, reales o imaginarios. Por esta razón creemos —y no es tesis demostrada, sino un lugar común que hemos heredado— que los judíos eran magos y hechiceros. Dicho de otro modo, que sabían algo de gramática. Hemos oído que se transformaban en gatos o murciélagos y que chupaban el dedo gordo del pie de las personas. Nunca he investigado personalmente el tema como para determinar si semejante modo de nutrición es apetitosa. Pero ¡ay!, incluso en estos idílicos tiempos chestertonianos el insignificante y astuto sentido común anda errante; el instinto —descrito en alguna ocasión espléndidamente como sentido común, que procede de la comunión muda e irracional con la Naturaleza (por favor, no tomen la palabra «comunión» en el mal sentido; si no fuese por Baldwin, yo mismo sería conservador)—, el instinto de algunas personas, desde el fondo de sus corazones, no creyó en semejantes fantasmas. No fue fácil hacerles salir y matar a mucha gente inofensiva a golpe de palabra. Hubieron de ser reemplazados por algo un poco más tangible.
Advertirán cómo esta forma de razonamiento comprende invariablemente la ad captamdum diversidad. Se da fuera de todo propósito y, como dicen los franceses, no rima con nada. Si lo hiciera, por descontado que se revelaría inmediatamente como música celestial. Están convencidos de que nadie puede confinarlo ni probarlo.