El Cordero Perdido - Teter Keyes - E-Book

El Cordero Perdido E-Book

Teter Keyes

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Beschreibung

Deidra Ann es una niña de doce años que vive en el sur de Estados Unidos a mediados de la década de 1960. Viviendo con su abuela y su tía, Deidra Ann nunca ha conocido a su madre.

Detrás de su casa hay un bosque en el que ocurren cosas misteriosas; un bosque que está prohibido para Deidra Ann. Algunos afirman que su abuela es una bruja.

Cuando Jenny, la compañera de clase de Deidra Ann, desaparece, todos quieren ayudar. Especialmente Deidra Ann, ya que esto le da la oportunidad de explorar el secreto y misterioso bosque, y tal vez demostrar que los rumores sobre su abuela son ciertos.

Pero, ¿qué se esconde realmente en las profundidades del bosque, y podrían ser ciertas las historias sobre la abuela de Deidra Ann?

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EL CORDERO PERDIDO

LAS AVENTURAS DE DEIDRA ANN LIBRO 1

TETER KEYES

Traducido porALINA ROCIO TISSERA

Derechos de autor (C) 2021 Teter Keyes

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2021 por Next Chapter

Publicado en 2021 por Next Chapter

Arte de la portada por CoverMint

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

CONTENIDO

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Querido lector

CAPÍTULOUNO

Me llamo Deidra Ann. Tengo doce años y tengo graves problemas. En primer lugar, no sé a dónde se fue mi mamá y no tengo idea de quién es mi papá. La abuela dice que lo único que le dijo mamá cuando me dejó a las dos semanas de vida fue que el diablo derribó sus defensas. A veces giro la cabeza de lado a lado mientras me miro en el espejo, intentando separar mis partes, la nariz, la boca, las orejas, para ver si se parecen a las de las fotos familiares que decoran el pasillo, o si son diferentes. Sin embargo, de algo estoy segura: en aquellas fotos viejas, nadie es pelirrojo, ni tiene rizos salvajes, ni tiene mis ojos verde hierba.

En segundo lugar, detrás de la casa de la abuela hay un bosque encantado lleno de árboles retorcidos. Es tan espeso allí, entre los árboles, los matorrales y las enredaderas, que la oscuridad se filtra en el prado. La abuela me asegura que en realidad no está embrujado, pero si es así, ¿por qué no me deja ir allí? Al fin y al cabo, hay un sendero marcado por dos pinos que se apoyan el uno en el otro que se adentra en el bosque. Desde la casa de la abuela, no se alcanza a ver la entrada, la cual está en el lado opuesto de la vasta pradera, y menos aún los pinos inclinados.

Quizá sea porque vivimos a sotavento del crematorio que se encuentra en McCaw Hill y, cuando está en funcionamiento, las copas de los árboles atrapan las volutas de humo que escapan de la alta chimenea redonda del crematorio. A veces, si la muerte de esa persona es repentina o se produce por algún motivo desagradable, esas volutas susurran su verdad. Al menos para aquellos que pueden oír ese tipo de cosas.

La inquietud me arranca del sueño esta mañana de junio. La misma sensación me hace vestirme rápidamente y, después de ir al baño y limpiarme las lagañas de los ojos, me dirijo a la cocina. Normalmente, para cuando sale el sol, la tía Willa está sentada en la mesa de la cocina usando un vestido y tacones bajos, con el pelo recogido y los labios pintados, lista para comenzar el día. En un día normal, tiene una taza de café en la mano y la Biblia abierta encima de la mesa de fórmica. Esta mañana en particular, está de pie junto a la ventana de la cocina, mirando hacia el exterior.

Les contaré algo sobre mi tía; algo le pasó antes de que yo naciera y lo que sea que haya sido la espantó. No sé qué sucedió, ya que todo el mundo dice que no es algo que puedan escuchar los niños, aunque yo tengo ya casi trece años. Huyó a casa de mi abuelita, con su nuevo marido siguiéndola, se lanzó a los brazos de su madre y cerró la puerta con llave, en un intento de aislarse del exterior. Claro que a veces se aventura a salir a la luz del día, lo suficiente como para terminar los trabajos en el jardín, pero más allá de la valla es peligroso y se niega a adentrarse en lo que, según ella, son aguas infestadas de tiburones.

Eso explica por qué está en la cocina de la abuela mirando por la ventana.

—¿Qué estás mirando? —pregunto uniéndome a ella.

—A mamá —responde.

Cuando corro la cortina para ver por mí misma, veo a mi abuela de pie en la puerta del jardín, inmóvil como una estatua, observando el oscuro bosque. Tiene la cabeza inclinada como si estuviese escuchando algo; un mechón de pelo plateado se escapa de la chaqueta con capucha que lleva.

—Eso no es bueno —opino.

—No —concuerda la tía Willa.

—Será mejor que…—

—Sí, hazlo —concluye mi tía.

Justo después, vuelve a la mesa para terminar su café y la lectura diaria de las Sagradas Escrituras. Me pongo una chaqueta que cuelga del gancho junto a la puerta trasera y salgo a reunirme con mi abuela. En cuanto abro la puerta, una gran ola de desolación y miedo me invade al igual que la niebla se apodera de una mañana de otoño.

—Ay, no. —

—Y alabado sea Dios todopoderoso —reza mi tía mientras cierro la puerta tras de mí.

¿Recuerdas lo que dije sobre el crematorio? Algunos dicen que el alma de una persona abandona su cuerpo cuando fallece. Lo que yo creo, y es lo que cree la mayoría de los descendientes de mi abuelita, es que algún resto de lo que hace que una persona sea diferente a otra se queda en este mundo. Cuando las llamas del crematorio arrasan un cuerpo, ese resto sube por la alta chimenea, se arremolina con la brisa y queda atrapado en los altos pinos Taeda que hay detrás de la casa de la abuela. Eso suele explicar las emociones que se apoderan de mí cuando salgo de la casa. Esta mañana siento algo diferente; algo más fuerte y más vivo. En lugar de ser tenue como el humo, es lo suficientemente potente como para poder olerlo. Algo ha salido terrible e inesperadamente mal.

—¿Abuela? —le hablo, caminando hacia ella. No quiero sobresaltarla, al ver lo absorta que está en sus pensamientos. Tiene una mano en el pasador de la puerta como si estuviera a punto de abrirla.

—Buenos días, cariño —me responde, retirando rápidamente su mano de la puerta y poniéndola alrededor de mi hombro. Nos quedamos ahí, dentro de la valla, viendo cómo el amanecer ilumina el patio.

—Ha pasado algo muy malo —le comento.

—Sí, tienes razón. Esta vez no fue una muerte no natural, sino algo diferente, algo peor. —

—¿Vamos a averiguarlo? —pregunto, ya sospechando la respuesta.

—Lo haremos, pero primero tengo que ver a la señora Lambert. Vendrá tan pronto como el autobús del Colegio Bíblico recoja a los jóvenes. —

En algunos lugares, como en este estado sureño con demasiadas vocales, a la abuela se la podría considerar una bruja, pero aquí, en este lugar aislado, se dice simplemente que tiene «el toque». Es heredado, al igual que sus ojos marrones. La abuela tiene «el toque». Yo también lo tengo. Sospecho que mi tía lo tiene, pero se niega a reconocerlo y creo que mi madre sigue huyendo de ello.

La gente viene de todas partes, incluso de más lejos que la cercana Clemmons, en busca de algún consejo de mi abuela. Le hablan de enfermedades, cónyuges infieles, hijos desobedientes o problemas entre ellos y Dios. Algunos traen billetes de un dólar en forma de pago, pero sobre todo traen huevos frescos, pollos, mermeladas de frutas de todos los sabores y, a veces, incluso pan recién horneado envuelto en trapos de cocina. Me alegra saber que la señora Lambert va a venir porque eso significa, con toda probabilidad, que tendremos cerdo ahumado para cenar, ya que su familia cría cerdos. Qué rico.

—Hola, Diedra Ann —me dice la señora Lambert cuando abro la puerta. —Pensé que estarías en la Colegio Bíblico de verano. —

— ¿Por qué no estás allí? —me cuestiona estrechando los ojos.

Como si eso fuera asunto de ella, pienso para mis adentros. Me encojo de hombros y digo: «Decidí quedarme aquí para ayudar a mi abuela a enlatar las habichuelas». Luego, señalo el rincón del jardín donde las habichuelas parecen estar a punto de estallar de las vainas.

—Bueno, pero tu tía podría darle una mano a su madre, ¿no? —

Entrecierro los ojos. Sabe muy bien que la tía Willa no sale de la casa. Tal vez los hijos de la señora Lambert tengan que enseñarle a su madre lo que aprenden en las clases parroquiales sobre la importancia de ser amable con los demás.

Agita la mano desestimando tanto su desprecio como mi tenso silencio.

—No importa, ¿dónde está tu abuelita? —

Antes de que la señora Lambert se vaya, con una sonrisa de satisfacción en la cara y cargando una bolsa de hierbas de la huerta para lo que sea que la aqueje, nos deja carne asada. La abuela y yo recogemos fresas y habichuelas de los arriates elevados del jardín y cortamos hojas tiernas de lechuga. Una vez hecho esto, el marido de Willa, Billy, llega a casa luego de haber trabajado en el aserradero. Corro a su encuentro, me toma en brazos y me hace girar en el aire.

—¿Cómo está mi monita favorita? — me saluda antes de dejarme sobre el suelo. —Uf, cariño, me vas a matar. —

Se pone una mano en la parte baja de la espalda y se limpia el falso sudor de la frente. Es una rutina que llevamos haciendo desde que tengo memoria, pero todavía me hace reír. El tío Billy es el hombre más guapo que conozco, con su pelo rubio y liso que siempre tiene que apartar de su frente, y unos ojos marrones con rayos de oro. El aserrín le empolva el pelo y los hombros haciéndolo parecer que lo han cubierto con polvo de hadas. También es inteligente; después de darse cuenta de que la única forma en que su nueva esposa saliera de la casa de su madre sería en una caja de pino, construyó una casita para los dos, justo en la colina, y conectó su casa con la de su suegra mediante un pasillo cerrado para que Willa no tuviera que aventurarse fuera.

—Huele muy bien —exclama Billy cuando entra.

—Cerdo ahumado —responde Willa.

Mi tía está de pie junto al fregadero de la cocina aplastando las patatas cocidas en la olla que ha colocado dentro del fregadero para poder pisarlas mejor. La abuela está preparando una ensalada de fresas y lechuga que le ayudé a recoger más temprano.

—Pon la mesa, Deidra Ann —me pide la abuela, llevando la ensalada a la mesa. —Y tú —dice señalando a Billy— límpiate, que la cena está casi lista. —

—Sí, señora —responde Billy guiñándole un ojo.

Cuando terminamos de cenar y de lavar y guardar los platos, ya es demasiado tarde para que Billy nos lleve al pueblo y así enterarnos qué fue lo que nos atormentó esta mañana. Además, mis tíos ya cruzaron el corredor que los lleva a su casa.

La abuela cabecea sobre el libro que ha estado leyendo.

—Dios mío, ¡qué tarde es! —exclama la abuela cuando se despierta. El libro que había estado leyendo se le ha caído de la mano y ahora yace en su regazo.

Estaba absorta en el libro de misterio de Nancy Drew que retiré la última vez que fuimos a la biblioteca.

—Son casi las diez —digo, mirando el reloj de la chimenea. La abuela bosteza.

—Me voy a la cama. No te olvides de apagar las luces y de comprobar que las puertas estén cerradas. —

—Lo haré —le respondo y vuelvo a la lectura.

Espero un rato mientras escucho la descarga del inodoro y el chirrido de los resortes de la cama mientras la abuela se prepara para dormir. Luego, pongo un señalador entre las páginas, cierro el libro, atravieso la cocina con los pies descalzos y salgo por la puerta de atrás para dirigirme a la entrada.

No tengo miedo, aunque la luna sea una pequeña rayita en el cielo y aunque siempre esté muy oscuro más allá de la valla. El aire está perfumado de pino y las estrellas brillan en el cielo nocturno. Miro hacia arriba y encuentro la Osa Mayor y el remolino brillante que marca el borde de la Vía Láctea. La brisa hace que las copas de los árboles susurren. Escucho durante mucho tiempo intentando convocar al espíritu perturbado que percibimos esta mañana, pero se ha ido. Entro, pongo la cerradura, apago las luces y me voy a mi habitación.

CAPÍTULODOS

La abuela y yo vamos a la ciudad con el tío Billy a la mañana siguiente en su camioneta Ford de 1966. Al tío Billy le encanta esa camioneta.

—Lo compré nuevo, directamente del lote—, le había dicho a Willa el año pasado después de conducirlo por el camino y estacionarlo justo delante de la puerta del jardín de la abuela.

Si no está lavando y puliendo el exterior azul y blanco, se pasa la tarde del domingo con el capó levantado. Se la pasa retocando con las herramientas en la mano, así es como lo llama. El camión tiene un asiento corrido con una funda que cosió la tía Willa. Me siento en el centro y cuando mi tío pisa el embrague, grita la marcha y yo muevo la palanca de cambios al lugar correcto. Es lo que más me gusta hacer.

—Esta chica va a ser piloto de carreras, estoy seguro —declara el tío Billy. —Pone las marchas a la velocidad de un rayo. —

—Ahora no puede alcanzar los pedales, así que más vale que no te atrape enseñándole a conducir todavía —dice la abuela. —¿Me has oído, Deidra Ann? —

—Sí, te oí, abuela —le respondo, imaginándome yendo a toda velocidad por la pista de tierra en uno de esos pequeños coches.

Tenemos que estacionarnos lejos de la entrada del supermercado, ya que es sábado y todo el mundo está en la ciudad aprovechando el día para ir de compras. Es nuestra rutina habitual; sin embargo, hoy la abuela y yo tenemos otro propósito.

—Buenos días, señora Williams —saluda uno de los empleados, alineando paquetes de hamburguesas envueltos en papel de estraza.

—Buenos días, Daryl —responde la abuela. —¿Cómo está la pequeña Marsha Sue esta semana? —

—Mucho mejor, señora, gracias al bálsamo que hizo para mi mujer. Se lo pusimos como usted dijo, le envolvimos el pechito con un paño y desde entonces no tose por la noche. —

—Me alegro mucho, Daryl. Avísame si empieza a toser de nuevo, ¿sí? —

—Sí, señora —le responde, volviendo a sus tareas.

— ¿Te has enterado de lo que ha pasado, Alice? —le pregunta una de las amigas de mi abuela.

—No, ¿qué? —responde la abuela, actuando muy despreocupada mientras toma un melón y lo huele, como si no hubiera sucedido nada ayer por la mañana, como si no hubiéramos estado dentro de la seguridad de la valla con la cabeza ladeada, percibiendo que algo realmente malo había sucedido.

—Salió en las noticias de la televisión —continuó su amiga.

—Nunca tendré una de esas cajas idiotas en mi casa —resopla la abuela. —Y a veces pienso lo mismo de la radio, pero no siempre. ¿Qué ha pasado?—

—Bueno…—

La señora Johnson se emociona, ya que tiene la oportunidad de ser la primera en contarnos la noticia. Es una chismosa y por eso la abuela giro el carrito de compras y se dirigió hacia ella cuando la vio. Me quedo de pie junto al carro, con las orejas gachas como las de un perro y la cara inexpresiva.

—Lo que sucedió es que —comienza de nuevo. —Jenny Rennick ha desaparecido. —

¿Qué? Mi expresión despreocupada desaparece y mis ojos se abren de par en par. Abro la boca para decir algo, pero la abuela se vuelve hacia mí, hace un pequeño movimiento de cabeza y yo cierro la boca.

—Su madre la llamó para cenar ayer por la noche, pero nunca llegó. Están muy preocupados —La Señora Johnson continúa, sin tomarse un respiro. —Llamaron al comisario y buscaron por todas partes. Es como si una nave espacial hubiera aterrizado y se la hubiera llevado. —

— ¿Alguien vio aterrizar una nave espacial? —pregunta la abuela.

—No, no, me refiero a que desapareció. —

La abuela vuelve a poner el melón en el expositor y pregunta —¿Dónde fue vista por última vez?. —

La señora Johnson agita la mano.

—Dicen que estaba paseando por el camino que hay junto a su casa. No tiene amigos que vivan por allí —baja la voz y agrega siniestramente— por ahí no hay más que bosque. —

Un pequeño escalofrío sube por mi espalda y hace que los pelos de la nuca se me ericen.

—Ay —continúa la señora Johnson, con los ojos puestos en mí. —Ese bosque está cerca de tu casa, ¿verdad? —

—Está a unos cinco o seis kilómetros —admite la abuela.

—¿Jenny fue a visitarte, Deidra Ann? —

Niego fervientemente con la cabeza. De ninguna manera la remilgada Jenny caminaría esa distancia. Y menos aún para visitarme.

La señora Johnson mira a su alrededor como si yo estuviera escondiendo a Jenny y pregunta:

—Está en el mismo grado que tú, ¿verdad? ¿Sexto grado? —

—Séptimo —respondo bruscamente.

—En septiembre pasará a séptimo —explica la abuela.

—Entonces, ¿conoces a Jenny? —pregunta la señora Johnson.

Oh, conozco a Jenny. No es mi amiga ya que siempre está buscando formas de atormentarme. Lo que sí me sorprende es que no mencione a la pandilla de seguidoras que siempre la rodean. Vivimos al final de la carretera a la salida de la ciudad. Por supuesto, Jenny podría haberse desviado por cualquiera de las calles laterales antes de llegar.

O bien, podría haberse adentrado en la arboleda que se vuelve más oscura y densa a medida que la carretera se dirige hacia la casa de la abuela. Una parte de mí se alegra de que Jenny se haya perdido para siempre entre los pinos y la espesa maleza. Mi otra parte siente envidia de que se haya colado en un lugar al que yo tengo prohibido ir.

—¿La conoces? —repite la señora Johnson.

Me encojo de hombros.

—Solo la conozco de la escuela. No sé adónde fue. —

No nos enteramos nada más de la desaparecida Jenny a medida que nos abrimos paso por los abarrotados pasillos recogiendo café, azúcar, mantequilla, patatas, harina y material para enlatar las habichuelas. El tío Billy se une a nosotras a tiempo para ayudarnos a subir las bolsas de compras a la camioneta. Las bolsas se unen a las vigas de madera y metal.

—¿Qué vas a construir? —pregunto mientras nos preparamos para el viaje de vuelta a casa.

—Hay un lugar con sombra bajo el olmo junto al pasillo entre las casas. Pensé en hacer una puerta y construir una pequeña plataforma, por si Willa quiere salir a tomar un poco de aire fresco. —

—Buena idea —asiente la abuela. —Estaría lo suficientemente cerca como para volver rápidamente al interior si se siente ansiosa al estar al aire libre. —

El tío Billy nunca se queja de que su mujer prefiera la seguridad de la casa de la abuela a aventurarse fuera, pero a menudo me pregunto si no le gustaría llevarla al cine o a cenar al restaurante de Mamá Zeta. Esa plataforma estaría fuera, pero cerca de la seguridad del hogar. Es un buen primer paso.

De vuelta en casa, ayudo a la tía Willa a guardar las compras. Luego ella prepara sándwiches, sobras de cerdo asado, y, con mi tía y mi tío comemos en la mesa de la cocina. El tío Billy nos cuenta historias sobre su vida como marinero y cómo la flota siguió a una ballena gigante que saltó al aire, desplegó sus alas y voló tan alto en el cielo que solo era un punto. Le creo, he visto su uniforme de la Marina y sus cosas, hasta que dijo que las ballenas tenían alas.

—Eso es imposible —resoplo.

—Confía en mí, todo es verdad, palabra de explorador —hace el signo de honor de los exploradores con la mano.

Pongo los puños en las caderas.

—¿Alguna vez fuiste un explorador? —pregunto.

Se encoge de hombros y sonríe mostrando todos sus dientes blancos.

—Esa parte puede ser una exageración. Pero juro que vi a la ballena saltar del mar y volar. —

La tía Willa le da un ligero golpe en el brazo y luego le besa la parte superior de la cabeza mientras va a poner su plato en el fregadero.

Cuando hace eso, una tarea tan familiar, me doy cuenta de que no he visto a la abuela desde que metimos las bolsas a la casa.

—¿Dónde está la abuela? —

El tío Billy y la tía Willa se comunican con la mirada. Odio cuando los adultos hacen eso.

—Debe estar en el jardín —responde finalmente mi tía.

—No —le digo, furiosa por lo que me está ocultando. —Puedo ver el jardín a través de la puerta y sé que no ha estado allí. —

Me levanto lista para salir corriendo, pero mi tía me detiene.

—No olvides poner tu plato en el fregadero, jovencita. —

Ratas.

Recojo el plato, lo meto en el fregadero, sin preocuparme por no hacer ruido, y por si acaso, tiro la servilleta a la basura. Luego salgo corriendo.

La abuela acaba emerger de la entrada que conduce al bosque. Camina por el sendero quitándose algo del pelo. Y sosteniendo una gran mata de algo verde y fértil.

Entonces me ve.

—Terminaste la comida antes de tiempo. —

—¿Dónde has ido? —pregunto, ignorando su comentario.

Me muestra lo que tiene en las manos.

—Estos helechos cabeza de violín son un buen remedio. —

Ya he ido a recoger helechos con la abuela en el borde del bosque. Lo hacemos rápido. Calculo la rapidez con la que puede cortar tomando en cuenta el tiempo que nos llevó preparar el almuerzo y comer. En todo ese tiempo, podría haber recogido todo un cesto de ropa y aun así tener tiempo para servirse un vaso de limonada y sentarse en el porche a beberlo. Además, hay una gran diferencia entre las zonas de media sombra donde les gusta crecer a los helechos y las de profunda sombra que cierne en el bosque. Hay algo que nadie me está diciendo. Me lo imagino.

—¿Buscabas a Jenny? —