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Segundo de la serie. Flora Bennett estaba dispuesta a adoptar a su sobrina a pesar de que Angelo van Zaal ya daba por hecho que la custodia la tendría él. Aunque el deseo que sentía hacia ella le incomodaba, lo que verdaderamente sacaba de sus casillas a Angelo era que ella evitara la atracción sexual que existía entre los dos. Tenía que encontrar la manera de que Flora se plegara a sus deseos. Lo que no sospechaba era que fuera a quedarse embarazada.
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Seitenzahl: 237
Veröffentlichungsjahr: 2011
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Lynne Graham. Todos los derechos reservados.
EL DESAFÍO DE UNA MUJER, N.º 54 - junio 2011
Título original: Flora’s Defiance
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-367-1
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Promoción
ANGELO van Zaal contempló a la niña de nueve meses que le había llevado la enfermera. Tenía el pelo rubio y los ojos azules y grandes. Parecía una muñeca de porcelana. La pequeña sonrió feliz al verle y Angelo se emocionó ante aquella sonrisa. Pocos niños habrían tenido un comienzo de vida más difícil que Mariska. Milagrosamente, sólo tenía un pequeño moratón y un rasguño en la mejilla. Eran las únicas secuelas que le habían quedado del trágico accidente en el que sus padres habían perdido la vida. La silla de seguridad en la que viajaba le había salvado la vida.
–Tengo entendido que no es usted pariente directo de Mariska –dijo la doctora.
–Su padre, Willem, era mi hermanastro, pero para mí era como un verdadero hermano –replicó Angelo con el mismo aplomo del que hacía gala en el mundo de los negocios–. Considero a Mariska parte de mi familia y por eso estoy dispuesto a adoptarla.
–El asistente social que lleva su caso me dijo que usted ha estado cuidando de Mariska desde que nació.
–Hice todo lo que estuvo en mi mano por ayudar a Willem y a su esposa, Julie. Por desgracia, no fue suficiente –dijo con él con un gesto de amargura, consciente de que la doctora estaría al tanto del estado en que iban los padres de Mariska cuando tuvieron el accidente.
Y aún tenía que dar gracias de que la verdad de lo sucedido no se hubiera aireado en la prensa.
Angelo van Zaal era un hombre extraordinariamente atractivo. La forma en que le miraba la doctora daba buena prueba de ello. Poseía además una gran fortuna y gozaba de un gran respeto social por sus generosas donaciones a obras benéficas y causas solidarias. Sin embargo, el magnate del acero tenía igualmente fama de ser inflexible en el mundo de los negocios. Por otra parte, y a juzgar por lo que se publicaba en las revistas, era muy aficionado a salir con modelos internacionales de belleza deslumbrante. En el aspecto físico, había salido más a su madre española que a su padre holandés. Tenía el mismo pelo negro y el mismo tono de piel moreno que ella. Su padre era de piel más bien sonrosada, casi blanca. Angelo tenía los ojos azules con el brillo y el fuego de un zafiro. Eso, unido al color de ébano de sus largas pestañas, daba a su mirada un aire penetrante y turbador. Era muy alto, casi uno noventa, y tenía una complexión atlética y musculosa. Había llamado la atención de todo el personal femenino al llegar al hospital.
–Flora Bennett, la tía de la niña, ha estado llamando varias veces al hospital interesándose por ella. Es la hermana mayor de Julie, ¿verdad?
Angelo pareció ponerse tenso al escuchar el nombre de Flora. Le vino la imagen de una mujer con los ojos de color esmeralda, la piel increíblemente blanca, una boca rosada y carnosa y todos los encantos que desearía cualquier hombre en su sueño más erótico. Flora era una mujer bastante alta, independiente y con mucho carácter, como buena pelirroja.
Trató de alejar de sí aquellos pensamientos tan turbadores y mantener su calma habitual.
–Sólo hermanastra –respondió él, en voz baja–. Julie y Flora eran hijas del mismo padre.
Podría haber dicho muchas más cosas, pero se contuvo. No quería demostrar su hostilidad hacia la rama materna de Mariska. Pensó que eran cosas privadas que no había por qué sacar a la luz. Él había llevado a cabo algunas investigaciones sobre la vida de Julie Bennett cuando se quedó embarazada y Willem decidió casarse con ella, y sus sospechas y reservas sobre la inglesita se habían confirmado.
Estaba convencido de que su hermano Willem seguiría con vida de no haber sido por ella, y a juzgar por lo que sabía de su hermana mayor, Flora, tampoco ella le ofrecía mucha más confianza. Las indagaciones que había hecho en su día sobre Julie ponían de manifiesto un gran escándalo sucedido unos años atrás en el que Flora había sido la principal protagonista. Se había valido de todo tipo de argucias y chantajes para tratar de prosperar y enriquecerse en la empresa donde trabajaba. Era más elegante y tenía más clase y personalidad que su hermana, pero era igual de ambiciosa que ella y Angelo estaba dispuesto a mover cielo y tierra para evitar que Mariska, la hija de su hermano Willem, se criara bajo su influencia. Después de todo, la niña era la legítima heredera de la herencia de su hermano. Algún día sería una joven muy rica.
Ya que no había podido impedir que Willem se viera libre del influjo de Julie, estaba dispuesto a que Mariska llevara una vida muy diferente de la que habían llevado sus irresponsables padres.
De momento, ya le habían concedido la custodia temporal de Mariska. La doctora miró a Angelo, que había tomado a la niña en brazos.
–¿Ha pensado usted en casarse, señor Van Zaal? –le preguntó abiertamente la doctora, incapaz de aguantar la curiosidad.
Angelo la miró con sus penetrantes ojos azules muy fijamente hasta hacerla ruborizarse. Acostumbrado a ocultar sus intenciones en las reuniones de negocios, no resultaba fácil para nadie desvelar sus pensamientos.
–Es posible –respondió él–. A la vista de la situación de esta niña, creo que es algo que tendré que plantearme.
La doctora escuchó complacida aquellas palabras. Le habían dicho que Angelo van Zaal era un hombre frío y sin sentimientos, pero la doctora, aun admitiendo que no era precisamente muy afectuoso, pensó que era un hombre responsable. Muchos otros habrían tratado de escurrir el bulto, librándose así de complicaciones familiares, pero él había procurado en todo momento ayudar a su hermano hasta que se produjo aquel trágico desenlace. La doctora valoraba todo ello muy positivamente y pensó que Angelo sería el tutor ideal que necesitaba aquella niña huérfana e indefensa.
Flora tomó un taxi al salir del aeropuerto de Schipol. El vuelo a Amsterdam había resultado bastante agradable, pero estaba algo tensa. Siempre había sido muy independiente y no le gustaba que le organizasen los viajes sin contar con ella.
Con su casi un metro ochenta de estatura, largas piernas y curvas seductoras, era una mujer espectacular que llamaba la atención. Pero nunca se había parado a pensar en ello, porque desde muy niña su madre se había encargado de hacerla sentirse como una chica grande y desgarbada, sin ningún encanto.
Tenía un pelo muy bonito de color castaño rojizo que le llegaba por los hombros, cuando se lo dejaba suelto, pero que ahora llevaba recogido sobre la nuca con una cinta negra. Sus maravillosos ojos verdes relucían como esmeraldas en aquel rostro inmaculado sin la menor mancha en la piel, aunque al conductor del taxi, al verla entrar, le parecieron algo hinchados y enrojecidos, como de haber estado llorando.
Flora hizo un gesto de desagrado al recordar que en unos minutos tendría que verse con Angelo van Zaal y darle las gracias por haberle organizado aquel viaje a Amsterdam para asistir al funeral. Le detestaba. Era prepotente y arrogante. Siempre quería tener la razón. Lo que él decía iba a misa, tanto en el entorno familiar como en el laboral y en todos los ámbitos a los que llegaba su enorme poder e influencia. A ella no le gustaba que nadie le dijera lo que tenía que hacer. Y eso que, cuando había tenido un jefe, no le había quedado más remedio. También había tenido que aprender a sonreír y llevar la corriente a los huéspedes impertinentes de su hostal. Y lo hacía con gran naturalidad sin dejar que esa impertinencia o arrogancia le afectase lo más mínimo.
Pero Angelo van Zaal era distinto, conseguía sacarla de sus casillas. Ni siquiera había tenido la cortesía de llamarla por teléfono personalmente tras la muerte de su hermana a las pocas horas de aquel trágico accidente. Había sido el abogado de la familia el encargado de comunicarle la noticia por delegación suya. Algo muy típico de él, siempre intentando llevar el control de los acontecimientos y de subrayar su autoridad, dejando así constancia clara de que ella no tenía ni voz ni voto en las decisiones de la familia.
Pero Flora, que nunca trataba de engañarse a sí misma, tenía que reconocer que su aversión hacia Angelo Van Zaal era sobre todo porque estaba enamorada de él como una colegiala. A pesar de que habían pasado ya más dieciocho meses de su primer encuentro con él, aún le ardían las mejillas recordando la impresión que le había causado.
Estaba dispuesta a no volver a mirarle, aunque sabía bien que Angelo era un hombre terriblemente atractivo y eso sería un gran reto para ella. Se revolvió inquieta en el asiento trasero del taxi. Por más que trataba de controlarse, estaba nerviosa y algo azorada con la sola idea de tener que volver a verle. Aquello no tenía ningún sentido, se dijo para sí. Después de sus últimas y desdichadas experiencias con los hombres, había perdido todo su interés por el sexo. Sin embargo, y por mucho que le pesase, tenía que reconocer que podría rendirse fácilmente a un hombre como Angelo. Aquella debilidad suya por los hombres era algo congénito, heredado de su padre que había sido muy mujeriego toda su vida. La idea de que podía caer en brazos de un hombre aunque no le gustase le produjo una gran desazón. Tenía que hacer cualquier cosa para que Angelo van a Zaal no se diera cuenta de esa debilidad que sentía por él, ni siquiera que llegara a sospecharla.
Aunque, por otra parte, Angelo no la conocía bien si se imaginaba que no le iba a hacer frente y que iba a claudicar a la primera, sin reclamar la custodia plena de su sobrina. Estaba dispuesta a luchar para conseguir llevarse a Mariska a Inglaterra y criarla y educarla como si fuera su propia hija. ¿Qué derecho tenía él para dar por sentado que era la persona más adecuada para hacerse cargo de la pequeña?
Después de todo, era propietaria de una casa muy bonita con jardín en la pequeña ciudad inglesa de Charlbury St Helens y estaba en condiciones de poder ofrecer a su sobrina todo lo que necesitaba. Tenía además un diploma de puericultura, y había convertido su casa en un pequeño hostal. Pero, si era necesario, no tenía inconveniente en dejar su negocio por unos años hasta que Mariska estuviese en edad de ir a la escuela. Tenía una cantidad importante de dinero en el banco, que nunca había querido gastar, y podía permitirse renunciar a esos ingresos extras por un tiempo. No le agradaba recordar cómo había conseguido aquel dinero y lo que había tenido que pasar para conseguirlo, pero el hecho era que aquellos ahorros constituían ahora un punto importante a su favor para sus aspiraciones de hacerse con la custodia de su sobrina.
Recordó entonces con nostalgia el estilo de vida tan diferente que había llevado años atrás en Londres, antes de establecerse en aquel pequeño pueblo en la casa de su tía abuela. Julie se había ido para siempre y ella se daba cuenta ahora del poco trato que había tenido con su hermana desde el día aquel en que había decidido marcharse a Holanda. Sólo había visto a Willem y Julie una vez que fueron a Inglaterra a verla. Pero fue una visita relámpago. Los dos parecían llevar una vida muy activa y no quisieron quedarse mucho tiempo.
Sin embargo, hubo un tiempo en que Flora y su hermanastra Julie, cinco años menor que ella, habían estado muy unidas.
Flora había sido la hija única de un matrimonio mal avenido. Su padre había sido un mujeriego empedernido y sus escasos recuerdos de la infancia iban ligados a las continuas disputas de sus padres y a la imagen de su madre llorando en la cocina. Su madre era una mujer emocionalmente frágil que no habría dudado en abandonar a su marido infiel si hubiera tenido medios para ganarse la vida. Era algo de lo que se había lamentado repetidas veces y era la razón por la que había tratado que su hija estudiara una carrera para conseguir un trabajo digno con el que ganarse la vida y no tener así que depender nunca, como ella, de un hombre para poder vivir.
Sus padres habían acabado finalmente por divorciarse cuando ella estaba en la universidad. Ella se enteró al poco tiempo de que su padre tenía una segunda familia con la que convivía a tan sólo unas manzanas de su casa. Había estado manteniendo una relación extra matrimonial con la madre de Julie, Sarah, casi desde el principio de su matrimonio. Su padre se casó con Sarah inmediatamente después del divorcio y trató de que sus dos hijas se llevaran bien, como hermanas, y conviviesen juntas el mayor tiempo posible. Incluso después de la ruptura de ese segundo matrimonio, tras una serie de acusaciones mutuas de infidelidad, Julie y ella se mantuvieron siempre en contacto y, cuando murió Sarah, Julie se fue a vivir con Flora a su apartamento de Londres. Durante los dos años siguientes, que supusieron para Flora un periodo de gran inestabilidad emocional tanto en el terreno laboral como en su vida personal, las dos hermanas mantuvieron una relación muy estrecha y cordial.
Los ojos de Flora se llenaron de lágrimas recordando la imagen de su hermana Julie tal como la había visto por última vez. Pequeña, rubia, llena de vida y tan dicharachera… A los pocos meses de conocer a Willem, que había pasado un año sabático trabajando en Londres, Julie había decidido abandonar sus estudios e irse a vivir con el apuesto joven holandés a una casa flotante de los canales de Amsterdam. Ella no se había mostrado muy partidaria de aquella relación, pero Julie, rechazando sus consejos, se había entregado muy entusiasmada a aquel primer amor con toda la ilusión de su juventud e inexperiencia. A las pocas semanas, le contó que se había quedado embarazada, y poco después, que se había casado.
Angelo van Zaal se había hecho cargo de los gastos de la boda civil y de la pequeña celebración que tuvo lugar en Londres. Allí fue donde Flora conoció a Angelo. Su hermana ya le había advertido cómo era y lo que se podía esperar de él, así que no se dejó impresionar por su arrogancia y sus gestos de desprecio y frialdad.
–Angelo me encuentra algo ordinaria, sin educación y demasiado descarada para ser una mujer –le había dicho Julie con desdén–. Lo que le gustaría es que me pasase el día diciéndole a todas horas: «Sí, señor, no, señor, como usted mande, señor», como hace Willem. A él le tiene acobardado porque no ha respondido a las expectativas que tenía puestas en él.
En honor a la verdad, Angelo van Zaal no había hecho el menor esfuerzo por tratar de ocultar lo mucho que le desagradaba la relación de su hermanastro con aquella mujer a la que no veía ninguna cualidad.
–Son demasiado jóvenes e inmaduros para ser padres. Su matrimonio va a ser un desastre –había vaticinado él, con gesto de desagrado, nada más concluir la ceremonia, mirando a Flora con sus ojos azules fríos como el hielo.
–Es un poco tarde ya para hacer esas consideraciones –había contestado Flora, de natural más optimista, al tiempo que contemplaba hipnotizada sus hermosos ojos azules–. Se aman y, gracias a Dios, Willem goza de una posición económica que les permitirá sobrellevar las dificultades que…
–¿De dónde has sacado esa idea? –exclamó Angelo con el rostro contraído–. Willem no podrá disponer del dinero de la herencia hasta dentro de tres años.
Flora se había sentido en aquel momento verdaderamente avergonzada. Habría deseado haberse quedado callada. ¿Qué había de malo en decir que una posición económica desahogada podría contribuir positivamente a la estabilidad de la pareja? Pero la cara de reproche de Angelo era lo suficientemente elocuente y parecía advertirle que no se metiese en lo que no le importaba, y menos aún en todo lo referente a las perspectivas de futuro de Willem.
–Comprendo que ambos tengan puestas sus esperanzas en ese dinero, dadas sus circunstancias. No olvides que están esperando su primer hijo –había dicho Flora tratando de justificar sus palabras.
–Sería una locura. No lo permitiré –había respondido Angelo como si fuera un juez dictando sentencia o como si su opinión fuera la única que contara–. Willem y su mujer tendrán que trabajar para ganarse la vida. Supongo que eso no entraba en el plan de tu hermana.
Flora tuvo que morderse la lengua para no contestarle como se merecía. Angelo había insinuado que su hermana se había casado con Willem sólo por el dinero que iba a recibir de la herencia.
–Julie está dispuesta a trabajar donde haga falta.
–Ella no tiene ninguna preparación. Sólo podría hacer trabajos de limpieza o cosas por el estilo –afirmó Angelo secamente–. Y Willem tendrá que acabar su carrera de administración de empresas antes de poder aspirar a un puesto digno.
Al final, sucedió lo que Flora se había temido desde el principio. Julie se fue sintiendo cada vez más débil, conforme avanzaba su embarazo, y se vio obligada a dejar su trabajo. Willem, ante aquella situación, decidió abandonar sus estudios y ponerse a buscar un empleo. Flora había echado la culpa a Angelo van Zaal de todo lo ocurrido, al entender que él, como fideicomisario de la herencia, había hecho todo lo posible para que su hermano no pudiese tocar aquel dinero, a pesar de lo mucho que lo necesitaba en aquel momento. No le sorprendía que el magnate del mundo del acero hubiera antepuesto sus intereses económicos al bienestar de su familia.
El taxi llegó al hotel donde Flora iba a alojarse y se quedó esperándola en la puerta mientras ella se registraba en la recepción. Luego la llevó a donde iba a celebrarse al funeral. Durante el camino se estuvo temiendo lo peor cuando se encontrase con Angelo van Zaal.
El lugar estaba muy concurrido. La mayoría era gente joven. Pero, a pesar de la multitud, no tuvo la menor dificultad en distinguir en seguida al hombre que se dirigió a ella con paso decidido. Al verle, sintió como si un castillo de fuegos artificiales le explotase por dentro. Se puso muy digna y tiesa, y dirigió la vista a un punto imaginario eludiendo así su mirada y fingiendo como si no lo viera. Lo que no pudo evitar, sin embargo, fue el rubor que comenzó a subir por sus mejillas.
Angelo, muy educado, dijo las palabras de condolencia de rigor y la acompañó por la sala para presentarle a algunos familiares de Willem. Cuando estaba en público, adoptaba unos modales perfectos. Flora le sentía ahora tan cerca, que apenas podía respirar de la excitación que le producía. Se odiaba a sí misma por volver a sentir aquel mismo extraño desarreglo hormonal que había experimentado cuando lo conoció. Incluso le resultaba familiar el perfume de su colonia de afeitado con aroma a limón y tuvo que controlar el impulso de acercarse un poco más a él. Ningún hombre, ni siquiera aquél con el que había estado una vez a punto de casarse, le había producido nunca una impresión tan fuerte.
El sexo nunca había sido una necesidad imperiosa para ella, de hecho era aún virgen. Siempre había sido muy prudente con los hombres. Había visto demasiadas desgracias a su alrededor como para arriesgarse a tener una relación con un hombre sin las debidas garantías. Había tenido incluso una amarga experiencia de acoso sexual en el trabajo. Pero Angelo ejercía una poderosa atracción sobre ella. Angelo, un hombre al que ella despreciaba profundamente.
–¿Cómo está Mariska? –preguntó Flora en cuanto tuvo la oportunidad de quedarse a solas con él.
–Los niños son muy fuertes, lo resisten todo. Ha estado muy sonriente esta mañana durante el desayuno –le respondió él, mirándola con sus electrizantes ojos azules, coronados por aquellas pestañas tan negras y tupidas.
–¿Fuiste a verla al hospital tan pronto? –dijo Flora sorprendida, pensando que se habría pasado por el hospital antes de ir al funeral.
Angelo la miró de arriba abajo como tratando de analizarla y ella sintió su mirada recorriendo su cuerpo como si fueran sus manos las que estuvieran reconociendo cada palmo de su piel. Comenzó a notar alarmada que sus pezones se ponían cada vez más duros y tensos, cosa que apenas podía disimular su vestido, y que un intenso rubor comenzaba a subir por sus mejillas. Decidió fijar la mirada en el nudo de su corbata de seda, para tratar de recobrar la calma.
–Mariska ya no está en el hospital –dijo Angelo–. Está bajo mi custodia desde ayer.
–Veo que te diste mucha prisa en llevártela –replicó ella con la cabeza muy alta–. ¿Quién va a cuidar ahora de ella?
–Su niñera, Anke.
–No creo que una niña que acaba de perder a sus padres se sienta a gusto en compañía de una extraña.
–Anke no es una extraña. Hace varios meses que cuida a Mariska.
–¿Willem y Julie tenían una niñera? –exclamó Flora sorprendida, ya que lo último que podía imaginarse era que su hermana Julie, que siempre había estado quejándose de los problemas económicos que tenía en su matrimonio, pudiera permitirse el lujo de tener una niñera para Mariska.
Por otra parte, Julie nunca le había hablado de Anke.
–Yo me hice cargo de los gastos –dijo Angelo, como saliendo al paso de su incredulidad, pero sin querer darle más explicaciones, pues consideraba que aquel asunto no era de su incumbencia.
–¡Un gesto muy generoso por tu parte! También has corrido con los gastos de mi viaje –replicó Flora muy seria–. Te lo agradezco, pero no era necesario, aunque tengo que reconocer que me ahorró muchas molestias. En cualquier caso, no puedo quedarme aquí en Amsterdam por mucho tiempo y me gustaría pasarlo con…
–Tu sobrina. Lo comprendo perfectamente –dijo él muy sereno–. Cuando acabe el funeral, he invitado a todos los asistentes a tomar un café en mi casa. Allí tendrás ocasión de verla.
Flora se quedó perpleja de nuevo. No esperaba que Angelo le pusiese las cosas tan fáciles para ver a Mariska. Todo parecía un camino de rosas. Quizá estuviera equivocada con él. Decidió sincerarse con Angelo. Siempre había sido partidaria de dejar las cosas claras.
–Tengo que decirte que… –comenzó diciendo ella algo vacilante– Tengo hora para mañana con un abogado y luego con un asistente social. Voy a solicitar la adopción de Mariska.
De repente, aquellos ojos tan azules parecieron convertirse por un instante en un par de bolas de hielo teñidos de añil. Pero ella se preguntó si no sería todo producto de su imaginación, porque él se mostró de nuevo muy tolerante y comprensivo.
–Lo comprendo –dijo Angelo asintiendo con la cabeza–. Estás en tu derecho.
El funeral no duró mucho. Alguien le había dicho a Flora que los holandeses tenían fama de prodigarse en elogios con los difuntos en los funerales, pero ése no fue el caso con Willem y Julie. Hubo pocas palabras pero, eso sí, muy hermosas. Ella no pudo evitar las lágrimas. Le costaba entender que dos personas tan jóvenes, con toda la vida por delante, pudiesen estar muertas. Sintió una gran soledad. Estaba sola en el mundo. Ya no le quedaba más familia que su sobrina Mariska. Su mejor amiga, Jemima, se había ido a vivir recientemente a España con su marido, dejándole un gran vacío en su vida.
Cuando el acto concluyó, todos se dirigieron a casa de Angelo. Unos tíos de Willem se ofrecieron amablemente a llevarla en su coche.
Era un edificio histórico espectacular. Una verdadera mansión. En cierta ocasión, Julie se lo había descrito a Flora con mucho entusiasmo como un palacio. La casa, que había pertenecido durante generaciones a los Van Zaal, era muy tradicional, tanto por dentro como por fuera. Techos muy altos, suelos de madera pulida, muebles antiguos muy relucientes y paredes llenas de grandes cuadros. El ama de llaves, una mujer sonriente y corpulenta, a la que Angelo se dirigió por el nombre de Teresa, sirvió el café en un salón majestuoso.
Angelo se puso a hablar de negocios con un compañero de su empresa, pero estaba más atento a Flora que a su colega. No perdió ni un detalle de cada de sus movimientos y cambios de expresión. Era una mujer sensible y emotiva.
«¡Cuidado!» se dijo para sí. Aquel era el tipo de mujer más peligroso, aquel del que siempre había tratado de mantenerse alejado. Había pasado más de un año desde la última vez que se habían visto. Comprobó con aprobación que ya no llevaba el pelo tan corto como entonces. No pudo resistir la tentación de imaginársela sin aquella cinta negra, con el pelo suelto… sobre una almohada.
Sintió una súbita excitación.
La contempló. Era como un rayo de sol en un día frío de invierno. Tal como había sentido la primera vez que la vio, parecía haber algo en ella que le atraía con una poderosa fuerza magnética, ante la cual su voluntad poco tenía que hacer. El autocontrol y la responsabilidad eran las cualidades más importantes para él. Se lo exigía a las personas con las que trabajaba y a él mismo más que a nadie. Después de todo, nadie mejor que él sabía las nefastas consecuencias que podía acarrearle a un hombre entablar una relación seria con la mujer inadecuada.
Flora se paró a contemplar los magníficos retratos que había colgados en las paredes, tratando de encontrar algún parecido entre Angelo y aquel grupo de antepasados de su familia. Pero, a pesar de que todos tenían unos rasgos muy varoniles y atractivos, Angelo, con su tez morena, parecía un ángel negro y vengador al lado de aquellas caras sonrosadas y pálidas típicamente holandesas. Absorta en esos pensamientos, se volvió a ver dónde estaba y entonces se cruzó con su mirada, que estaba fijamente puesta en ella. Un intenso calor pareció incendiarla por dentro excitando todas sus terminaciones nerviosas. Apretó los labios fuertemente mientras se dirigía hacia él, tratando por el camino de reprimir sus emociones.
Al llegar a su altura, Angelo hizo un gesto con la cabeza a su ama de llaves. La mujer se acercó a ellos inmediatamente.
–Teresa te acompañará arriba para que veas a Mariska –le dijo a Flora.
Al llegar a la habitación donde estaba la niña, Teresa le presentó a Anke, la niñera, una joven morena con un pelo negro muy bonito. Pero Flora sólo tenía ojos para su sobrina. Estaba sentada en una silla para niños y jugaba muy alegre con unos muñecos que tenía alrededor. Flora se quedó sorprendida al verla. Era la viva imagen de su hermana Julie. La misma nariz respingona, los mismos hoyuelos, los mismos ojos azules y el mismo pelo rubio. Sintió una gran emoción y tuvo que contener las lágrimas. Se sentó en el suelo junto a Mariska, tratando de que ella no la viera como una extraña.
Mariska miró a su tía con sus grandes ojos azules y se echó a reír cuando Flora le hizo cosquillas en la manita. Era una niña muy alegre, cariñosa, y congenió en seguida con ella. Para Flora, aquel rato con su sobrina supuso un bálsamo de paz en aquella semana tan dura que había pasado. Cuando la niña se quedó dormida, miró su reloj y se quedó sorprendida de que hubiera pasado casi toda la tarde con ella sin apenas haberse dado cuenta.
Mientras bajaba las escaleras, vio que Angelo estaba en el vestíbulo. Su pelo negro cobraba un brillo especial bajo las luces del hall. Más que un hombre, parecía la estatua de bronce de un dios griego.
–Me estaba preguntando si podría ir mañana por la tarde a ver la casa flotante donde vivían Willem y Julie –dijo ella, acercándose a él.
–Sí. Se está procediendo ahora a limpiarla para dejarla en orden y devolverla a su propietario en las debidas condiciones –contestó Angelo–. Tal vez quieras llevarte algunas cosas de tu hermana como recuerdo.
Flora sintió un nudo en la garganta. Julie siempre había viajado con muy poco equipaje, así que dudaba mucho que hubiera podido dejar algún recuerdo. Esbozó una sonrisa de circunstancias y se despidió.