El destino los unió - Lynne Graham - E-Book

El destino los unió E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

Ella jamás podría ser la esposa de un hombre de su riqueza y su clase social… Maddie Conway llevaba mucho tiempo enamorada del magnate griego Giannis Petrakos. Además de dedicar mucho tiempo y dinero a la organización benéfica de ayuda a niños enfermos terminales donde tan bien habían cuidado de la hermana gemela de Maddie, Giannis era increíblemente guapo. Por eso decidió que era la fuerza del destino la que la había llevado a trabajar a las industrias Petrakos y le había regalado otro encuentro con él. Giannis no pudo evitar acostarse con Maddie a pesar de que le parecía algo ingenua. Después le propuso que continuara siendo su amante… hasta que él dejara de desearla. Fue entonces cuando Maddie descubrió que Giannis reservaba el papel de esposa para una mujer que encajara mejor con su posición social…

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Lynne Graham

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El destino los unió, n.º 1864 - julio 2022

Título original: The Petrakos Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-109-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

GIANNIS Petrakos se sentía completamente atrapado, como un león enjaulado, rodeado de tanta gente famosa e influyente.

Estaba en la fiesta de compromiso que le había organizado su bisabuela, una mujer conocida por no tener pelos en la lengua y decir lo que pensaba con total sinceridad.

Giannis estaba seguro de que su bisabuela no dudaría en hacer gala de aquella famosa sinceridad para decirle lo que opinaba de su prometida.

Aquello le hacía gracia.

Era uno de los hombres más ricos del mundo y había aprendido a apreciar la sinceridad, un bien muy escaso.

Dorkas Petrakos miró a su bisnieto a los ojos desde su corta estatura.

–Krista es una mujer preciosa. Todos los hombres de la fiesta te envidian.

Giannis inclinó la cabeza ante lo obvio y esperó a que cayera el hacha.

–Pero me pregunto qué tipo de madre será –continuó su bisabuela.

Giannis estuvo a punto de hacer una mueca de disgusto, ya que ni Krista ni él habían pensado en tener hijos todavía. Jamás se le había pasado por la cabeza valorar el instinto maternal de su prometida. Tal vez, en unos cuantos años, tuviera descendencia, pero no le parecía de máxima importancia. De hecho, si no tenía hijos, elegiría a un sucesor y heredero de entre su extensa familia y punto.

Lo cierto era que no tenía especial interés en ser padre.

–Crees que no tiene importancia, crees que soy una anticuada –adivinó su bisabuela–, pero Krista es presumida y egoísta.

Giannis apretó los dientes. No le estaba haciendo ninguna gracia que censurara de aquella manera a la mujer que había elegido como esposa. Tampoco fue muy buena suerte que, justo en aquellos momentos, Krista estuviera buscando ser el centro de atención de nuevo. Lo cierto era que, en cuanto pasaba ante un espejo o ante una cámara, no podía evitar posar. Bendecida con unos ojos de color azul turquesa y pelo rubio platino, Krista, que era de una belleza impresionante, había sido el centro de atención desde que había saltado a la palestra pública siendo una adolescente. Al ser la heredera del imperio electrónico Spyridou e hija única, había crecido teniéndolo todo.

¿Cómo iba su bisabuela a entenderla?

Aquellas dos mujeres no tenían absolutamente nada en común. El padre de Dorkas había sido pescador, así su bisabuela había crecido siendo muy pobre y con una escala de valores muy rígida que no había cambiado con el paso de los años ni con el cambio de clase social. De hecho, siempre había estado muy orgullosa de no caer en los estándares esnobs de su descendencia, para la que se había convertido en fuente de vergüenza social por su lengua afilada.

A pesar de todo ello, el vínculo que existía entre Dorkas y Giannis era muy fuerte y se había forjado siendo él un adolescente rebelde sumido en un proceso de autodestrucción.

–No dices nada. La pregunta es: Si vendieras tus estupendas casas y te deshicieras de tu dinero, de tus coches y tus aviones mañana mismo, ¿seguiría Krista a tu lado? –insistió su bisabuela–. ¡Claro que no! ¡Saldría corriendo como alma que lleva el diablo!

Mientras se ponía en pie, Giannis estuvo a punto de reírse al imaginarse la escena, pues, en aquella situación, Krista no sería más que una carga, ya que estaría todo el día autocompadeciéndose y recriminándolo.

Sin duda, era el producto innegable de un entorno demasiado lujoso. ¿De verdad creía su bisabuela que iba a poder encontrar a una mujer que permaneciera impertérrita ante su fabulosa fortuna?

En cualquier caso, la implicación de que Krista, que tenía muchísimo dinero propio, tuviera un ojo echado a su fortuna le había tocado el ego.

Tras hacerle una señal con la cabeza a Nemos, su jefe de seguridad, Giannis abandonó la terraza. Le había sentado bien tomar el fresco y había tenido oportunidad de calmarse y de preguntarse a sí mismo por qué había reaccionado así. ¿Tenía dudas sobre su matrimonio con Krista Spyridou?

No, a todo el mundo le parecía que era la pareja perfecta para él, pues tenía clase y habilidad para organizar las mejores fiestas. Pertenecían al mismo mundo de exclusividad. Krista entendía perfectamente las reglas. Pasara lo que pasara, jamás se divorciarían. Así, la fortuna y la influencia de los Petrakos estarían protegidas durante otra generación.

Aun así, Giannis no debía olvidar que a los diecinueve años había salido con ella y, para horror de su familia, la había dejado. Sí, era cierto que era la chica más guapa del mundo, pero pronto había descubierto que tenía poco más que ofrecer aparte de belleza. Lo cierto era que le había parecido más fría que el hielo… tanto en la cama como fuera de ella.

Su falta de pasión lo había destrozado de adolescente, pues tenía la esperanza, alentada por su bisabuela, de que en algún lugar del mundo existía la mujer perfecta para él.

Desde luego, la había buscado. Había estado más de diez años pasando de una mujer a otra hasta que, al final, se había dado cuenta de que la mujer perfecta no existía.

Y ahora le parecía que Krista podía ser su esposa, pues se conocían bien y su manera de ser no afectaría a su estilo de vida.

A Giannis le gustaba hacer lo que le daba la gana como le daba la gana y cuando le daba la gana y estaba seguro de que, casándose con Krista, aquello no iba a cambiar, pues Krista no era mujer de colgarse de su cuello ni de tener expectativas fuera de tono. Jamás se le pasaría por la cabeza hacer una escena ni demandar atención, amor ni fidelidad. No lo haría porque le importaría muy poco no tenerlo.

Era perfecta.

¿Qué más podía pedir un adicto al trabajo que una esposa a la que no le importara que tuviera otras relaciones sexuales con las que dar rienda suelta a su tensión laboral?

Krista estaría demasiado ocupada cuidándose y yendo de compras para vestir su precioso cuerpo como para sentirse abandonada por su maravilloso y millonario marido.

En cuanto Giannis volvió a la fiesta, Krista corrió a su lado para rogarle que la acompañara a hacerse una fotografía. Aunque a Giannis no le gustaba nada la publicidad, posó a su lado. Era su fiesta de pedida y quería hacerla feliz.

Agradecida, su prometida le puso la mano en el brazo y se inclinó hacia él.

–¿Esa arpía del rincón es de tu tribu o de la mía? –le preguntó riéndose.

Giannis se giró hacia donde le indicaba Krista y vio a una mujer mayor vestida toda de negro y sentada con la espalda muy recta. ¿Arpía? Como Dorkas apenas abandonaba la isla de Libos, poca gente la conocía.

–¿Por qué lo dices? –le preguntó a Krista.

–Me ha preguntado que si sé cocinar –se burló su prometida poniendo los ojos en blanco–. ¡Y, luego, me ha preguntado también si te voy a esperar todas las noches cuando vuelvas del despacho! –añadió–. Ya se podía haber quedado en su casa. Qué vergüenza de mujer. Espero que no venga a la boda.

–Si ella no va, yo tampoco –contestó Giannis.

A continuación, observó cómo su prometida palidecía. Compungida, Krista lo miró lívida y le clavó las uñas en la manga de la chaqueta.

–Giannis, yo…

–Esa señora es mi bisabuela y le debes un profundo respeto –le advirtió con frialdad.

Apesadumbrada por haberlo ofendido, Krista dio un paso atrás y se humilló. Además de todos los defectos que Giannis ya conocía de ella, añadió el de la vulgaridad y la falta de sinceridad a la lista.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MADDIE estaba de muy buen humor.

Era el segundo día de su contrato temporal en Petrakos Industries.

Tras subirse a la báscula del baño, se quedó muy quieta, con la esperanza de haber adelgazado. Según lo que marcaba la pantalla digital, no era así. Tras bajarse, quitarse el camisón y el reloj, volvió a subirse, con mucho más cuidado, y volvió mirar.

Nada.

El mismo peso.

–No puedes sobrevivir a base de ensaladas –le había dicho la señora Evans, la vecina del bajo, cuando Maddie había ido a comer con ella y con su hija el domingo.

Tras disfrutar de una deliciosa comida de tres platos hacía un par de días, Maddie se preguntaba ahora si habría sido mejor la ensalada. ¿Acaso la chocolatina que se había tomado al volver a casa la noche anterior habría sido demasiado? ¿Se podía engordar tan rápidamente?

Lo cierto era que las muchas horas que trabajaba para poder pagar el alquiler le hacían tener un apetito voraz, pero no tenía suficiente dinero como para comer bien.

Sus preciosos ojos verdes se posaron en el espejo y se fijaron en sus pechos voluminosos y en sus generosas caderas. A continuación, se recogió su maravillosa melena pelirroja y se metió en la ducha a toda velocidad.

Los vaqueros negros y la camisa blanca le quedaban un poco pequeños y le marcaban las curvas, lo que le hizo fruncir el ceño.

Maddie había perdido casi toda su ropa en el incendio que se había declarado en la casa en la que vivía antes. Estaba intentando hacerse con algunas cosas en tiendas de segunda mano, pero no era fácil teniendo en cuenta lo poco que ganaba.

Mientras terminaba de arreglarse, reparó en la fotografía de su hermana que tenía junto a la cama y se dijo que no debía quejarse por su apariencia física cuando tenía salud.

–Mira siempre el lado positivo –había sido la frase preferida de su abuela.

–No hay mal que por bien no venga –solía decir su abuelo.

Aun así, tanto ella como sus abuelos habían sufrido mucho. A su querida gemela Suzy le habían diagnosticado leucemia poco después de cumplir los ocho años.

Sus padres no habían podido soportar la tensión de la enfermedad de su hija y habían terminado divorciándose. Sus abuelos paternos se habían hecho entonces cargo de la niña, la habían acompañado durante el tratamiento, durante las remisiones y hasta la muerte.

De su hermana, Maddie había aprendido a disfrutar de la vida que le quedaba.

Mientras esperaba en la parada del autobús, Maddie se preguntó si vería aquel día a Giannis Petrakos.

¡Cuando pensaba en él, se sentía como una adolescente y no como una chica de veintitrés años!

Le daba vergüenza recordar que había recortado su fotografía de un periódico y la había guardado durante mucho tiempo, pero aquello había sido cuando tenía catorce o quince años y estaba completamente enamorada de él.

Petrakos Industries era un edificio de oficinas moderno y enorme situado en la City de Londres.

Maddie jamás había trabajado en un lugar tan imponente. En aquella empresa, tan increíble, al personal se le requería que fuera igual de increíble. Aunque era trabajadora temporal y normalmente se le asignaban solamente tareas sin importancia, varias personas la habían mirado extrañadas el primer día de trabajo al enterarse de que no tenía cualificación.

Como de costumbre, Maddie había intentado compensar aquella falta de cualificación trabajando duro y con entusiasmo. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para conseguir que le ofrecieran un contrato indefinido en aquella empresa porque un sueldo decente no se encontraba así como así.

–Se van a llevar otros quinientos trabajos a Europa del Este para reducir costes –se lamentó una voz femenina fuera de la habitación donde Maddie estaba metiendo datos en una base informática–. La prensa se va a poner como loca…

–Esta empresa es una de las tres más grandes del mundo –protestó un hombre–. Giannis Petrakos es un hombre sin escrúpulos, pero sabe muy bien lo que se hace en los negocios. No olvides que gracias a su instinto vamos a tener un bonus espectacular este año.

–¿Es que no sabes más que pensar en el dinero? –volvió a lamentarse la mujer–. Petrakos es millonario, pero no tiene ni un ápice de humanidad.

Maddie estuvo tentada de acercarse a la puerta para decirle que eso no era cierto, pero no lo hizo para que no la llamaran cotilla. Además, aunque se moría de ganas por hablar de las cualidades de Giannis Petrakos, no le pareció bien divulgar detalles de su vida privada, así que suspiró y volvió a concentrarse en su base de datos.

Después de comer, a una compañera llamada Stacy y a ella las mandaron a la última planta a ayudar. Allí las recibió una coordinadora llamada Annabel, que le dijo a Stacy que se preparara para servir café en una reunión.

–Soy una trabajadora temporal, no una camarera –declaró la aludida indignada.

–Eres una trabajadora temporal y tienes que hacer lo que se te manda –le espetó Annabel–. En esta empresa, los empleados tienen que ser muy flexibles…

–Yo no soy una empleada de esta empresa. Sólo soy una trabajadora temporal y no sirvo el café a nadie.

–No hay problema, ya lo hago yo –intervino Maddie para que su compañera, seguro que movida por buenos principios, no la dejara sin trabajo.

Annabel la miró de arriba abajo.

–Según el código de vestimenta de esta empresa, no se pueden llevar vaqueros, pero qué le vamos hacer. Está bien.

–Deberías haberla abofeteado por el comentario que ha hecho –opinó Stacy en cuanto se quedaron a solas–. Encima de que le estás haciendo un favor.

–Lo cierto es que tiene razón, pero tenía la falda lavando y sólo me quedaban los vaqueros –confesó Maddie.

–Lo que le pasa es que está celosa –comentó Stacy con desprecio–. Ha salido un grupo de hombres del ascensor y no podían parar de mirarte. Tiene celos de lo guapa que eres.

Maddie se sonrojó de pies a cabeza.

–Yo creo que estaba nerviosa por la reunión.

–Deberías sacarte más provecho –insistió Stacy con impaciencia–. Yo, en tu lugar, lo intentaría como modelo o como bailarina.

Maddie se estremeció ante la idea. A veces, tenía la sensación de haber nacido en el cuerpo equivocado. Lo cierto era que no podía soportar que los hombres se fijaran en ella.

–El señor Petrakos va a presidir la reunión –anunció Annabel abriendo la puerta de repente mientras Maddie preparaba el servicio de café–. Cuando entres en la sala de juntas, sirve lo que te pidan en silencio y vete rápidamente.

 

 

Seguido por su séquito de ayudantes personales, Giannis vio a la pelirroja justo antes de que la puerta que comunicaba la sala de juntas con la cocina se cerrara.

Habían sido solamente unos segundos. Tiempo más que suficiente para fijarse en aquella cabellera rojiza y brillante que contrastaba con su piel de tono marfil y le caía esplendorosa a media espalda. También le dio tiempo de fijarse en los voluptuosos pechos, en la increíble cintura de avispa y en un trasero de lo más femenino.

Al instante, una potente oleada de testosterona se apoderó de él. Giannis estaba acostumbrado a controlar sus respuestas sexuales, así que se sorprendió sobremanera cuando se encontró teniendo una erección.

Rápidamente, lo achacó a que le gustaban las mujeres con un poquito más de carne y no aquellas modelos tan delgadas que se acercaban a él normalmente.

En cualquier caso, el hecho de que el deseo sexual se hubiera apoderado de él por sorpresa le molestaba, así que se apresuró a apartar a la pelirroja de sus pensamientos.

Lo que le debía de ocurrir era que necesitaba sexo.

 

 

Muy nerviosa ante la idea de volver a ver, por fin, a Giannis Petrakos, Maddie se apresuró a cargar la cafetera que estaba preparando.

Sabía que a Giannis le gustaba el café muy fuerte y muy dulce.

De repente, se encontró con que las lágrimas amenazaban con desbordar sus ojos, pero consiguió controlarse y avanzar empujando el carrito sin hacer ruido mientras los congregados alrededor de la mesa de la sala de juntas conversaban animadamente.

Al ver que nadie se había fijado en ella, se atrevió a levantar la mirada y a fijarse en el hombre que estaba junto a las ventanas. A pesar de que se había prometido a sí misma que sólo sería una fugaz mirada, se encontró con que no podía apartar los ojos de él.

Estaba impresionante.

Medio mareada, Maddie pensó que estaba todavía más guapo que cuando lo había visto por primera vez.

En los nueve años que habían transcurrido desde entonces, cualquier rasgo infantil que quedara en su rostro había desaparecido dando paso a un hombre hecho y derecho.

Maddie reconoció inmediatamente sus ojos, que eran como lagunas profundas y oscuras. En aquellos momentos, estaban clavados en la persona que estaba hablando.

–¿Qué haces que no sirves? –murmuró alguien en su oído.

Maddie dio un respingo y se apresuró a alargar el brazo en busca de una taza. Al hacerlo, Giannis giró la cabeza hacia ella. Maddie se quedó helada. De repente, sintió que el corazón le daba un vuelco y comenzaba a latirle aceleradamente. En ese instante, el mundo desapareció y sólo fue consciente de que se le había secado la boca y de que estaba sintiendo algo muy intenso en la entrepierna.

Maddie bajó la mirada muy confundida. No podía entender por qué le había costado tanto volver a concentrarse en lo que tenía entre manos.

«Café fuerte, solo y dulce», se recordó mientras se preguntaba qué demonios le había sucedido.

Cuando lo comprendió, se sonrojó de pies a cabeza. ¡No podría volver a mirarlo a la cara! Tras servir el café, añadió cuatro cucharadas colmadas de azúcar, lo revolvió y se dirigió hacia él.

 

 

Giannis sintió de repente que el aburrimiento se evaporaba. Seguro que, si no la hubiera vuelto a ver, no habría vuelto a pensar en ella, pero el hecho de tenerla tan cerca le hizo preguntarse si de verdad no habría vuelto a pensar en ella.

Giannis se sentó a la mesa mientras se preguntaba de dónde habría salido aquella belleza. Mientras la observaba, se dijo que le daba exactamente igual quién fuera. Aunque no era muy alta, tenía un rostro espectacular, unos labios voluminosos y sonrosados, igual de voluminosos que el resto de sus curvas y unos ojos verdes que le recordaban a los cristales de colores que solía recoger cuando era pequeño en la orilla del mar.

Aquel recuerdo le hizo sonreír. Su madre siempre había recibido aquellos regalos infantiles con desprecio. Cuando vio que la pelirroja de curvas maravillosas lo miraba con reverencia, aquellos recuerdos tan poco placenteros se esfumaron de su mente.

 

 

Maddie alargó el brazo y se dio cuenta de que le temblaba la mano. Giannis también se dio cuenta y se apresuró a agarrarla de la muñeca para que no derramara el café.

–Con cuidado –le advirtió.

El contacto apenas duró unos segundos, pero fue tiempo más que suficiente para percibir que aquella mujer olía a flores, tiempo más que suficiente para que se volviera a excitar.

Al instante, por cómo lo estaba mirando, Giannis se dio cuenta de que aquella mujer era muy vulnerable. Al estar cerca de él, apenas se atrevía a respirar. Aquello se le antojó muy excitante. Al instante, se la imaginó sentada en su regazo y abriéndole la camisa que en aquellos momentos marcaba sus pechos, utilizando sus manos y su boca para jugar con los prominentes pezones que marcaban el algodón.

Su propia fantasía sexual lo sorprendió y se apresuró a descartarla con desdén. ¿Desde cuándo se dedicaba a tener fantasías sexuales con una camarera? Mientras probaba el café, sintió que la tensión sexual no desaparecía.

Nerviosa y humillada, Maddie se apartó sintiéndose como una payasa. ¿Qué pensaría Giannis de ella por mirarlo así? Seguro que se había dado cuenta de que lo miraba como una adolescente. Menos mal que ninguno de los presentes se había percatado del episodio de la taza. Maddie había mirado a su alrededor y había visto que nadie les prestaba atención.

–Este café no se puede beber –se quejó un hombre haciendo una mueca de disgusto.

Otro hombre lo secundó.

Maddie se sintió morir.

–Al contrario. Es el primer café decente que me dan en esta oficina –contestó Giannis con impaciencia–. Sigamos con la presentación.

En aquel momento, Annabel Holmes le hizo una señal a Maddie para que terminara y se fuera rápidamente. Deseosa de hacerlo, Maddie recogió el servicio de café a toda velocidad y se dispuso a cruzar la estancia. Al hacerlo, tropezó con un cable y el ordenador al que estaba enchufado dicho cable se fue con ella al suelo.

Durante un segundo, el silencio fue total.

Giannis se quedó mirando a la pelirroja con la boca abierta. Era una obra de arte aquella mujer, pero tenía muy mala suerte. Cada vez que se movía, provocaba un accidente.

–¿Por qué no mira por dónde va, señorita? –le dijo uno de los ejecutivos en tono angustiado.

–Lo siento mucho –contestó Maddie mirando el ordenador.

–Se ha roto el pendrive –se lamentó el hombre–, así que voy a tener que pedir que nos manden una copia de la presentación por correo electrónico –le dijo a Giannis.

Giannis sintió que la impaciencia se apoderaba de él, pues no tenía tiempo que perder. Tenía muchas cosas que hacer. Además de haber estado a punto de escaldarlo, la pelirroja acababa de dar al traste con la reunión.

–¿Cómo puede ser usted tan increíblemente torpe? –murmuró con frialdad.