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El destino los unió Lynne Graham Ella jamás podría ser la esposa de un hombre de su riqueza y su clase social… Maddie Conway llevaba mucho tiempo enamorada del magnate griego Giannis Petrakos. Además de dedicar mucho tiempo y dinero a la organización benéfica de ayuda a niños enfermos terminales donde tan bien habían cuidado de la hermana gemela de Maddie, Giannis era increíblemente guapo. Giannis no pudo evitar acostarse con Maddie a pesar de que le parecía algo ingenua. Después le propuso que continuara siendo su amante… hasta que él dejara de desearla. Fue entonces cuando Maddie descubrió que Giannis reservaba el papel de esposa para una mujer que encajara mejor con su posición social… Una isla para el amor Margaret Mayo Pasó de ser la secretaria del magnate griego… a su esposa de conveniencia. Cuando la joven Rhianne Pickering acepta trabajar para el importante empresario griego Zarek Diakos, sabe que es un error… ¡ya que ningún otro hombre había logrado antes alterar su cuerpo tanto como él!. Zarek piensa que Rhianne es una secretaria perfecta. Pero en un viaje por motivos familiares que realiza con ella, decide que las habilidades de la señorita Pickering están menospreciadas. Él necesita una esposa… ¡y le mostrará a Rhianne que es una posición que no puede rechazar! Un amor desde siempre Daphne Clair Él no descansaría hasta encontrarla y exigirle lo que le correspondía por derecho. Rachel Moore llevaba años enamorada del magnate maderero Bryn Donovan. Pero ella tan sólo era una empleada suya... ¡Lo que no sabía era que Bryn la había elegido para ser su esposa! Rachel estaba feliz... hasta que descubrió que la proposición del millonario se debía a la mera conveniencia. Ella era consciente de que él debía continuar la dinastía Donovan y, creyendo que no podía darle un hijo, salió huyendo.
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Seitenzahl: 560
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 430 - julio 2022
© 2007 Lynne Graham
El destino los unió
Título original: The Petrakos Bride
© 2009 Margaret Mayo
Una isla para el amor
Título original: The Santorini Marriage Bargain
© 2009 Daphne Clair De Jong
Un amor desde siempre
Título original: The Timber Baron’s Virgin Bride
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008, 2010 y 2010
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-024-3
Créditos
Índice
El destino los unió
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Una isla para el amor
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Un amor desde siempre
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
GIANNIS Petrakos se sentía completamente atrapado, como un león enjaulado, rodeado de tanta gente famosa e influyente.
Estaba en la fiesta de compromiso que le había organizado su bisabuela, una mujer conocida por no tener pelos en la lengua y decir lo que pensaba con total sinceridad.
Giannis estaba seguro de que su bisabuela no dudaría en hacer gala de aquella famosa sinceridad para decirle lo que opinaba de su prometida.
Aquello le hacía gracia.
Era uno de los hombres más ricos del mundo y había aprendido a apreciar la sinceridad, un bien muy escaso.
Dorkas Petrakos miró a su bisnieto a los ojos desde su corta estatura.
–Krista es una mujer preciosa. Todos los hombres de la fiesta te envidian.
Giannis inclinó la cabeza ante lo obvio y esperó a que cayera el hacha.
–Pero me pregunto qué tipo de madre será –continuó su bisabuela.
Giannis estuvo a punto de hacer una mueca de disgusto, ya que ni Krista ni él habían pensado en tener hijos todavía. Jamás se le había pasado por la cabeza valorar el instinto maternal de su prometida. Tal vez, en unos cuantos años, tuviera descendencia, pero no le parecía de máxima importancia. De hecho, si no tenía hijos, elegiría a un sucesor y heredero de entre su extensa familia y punto.
Lo cierto era que no tenía especial interés en ser padre.
–Crees que no tiene importancia, crees que soy una anticuada –adivinó su bisabuela–, pero Krista es presumida y egoísta.
Giannis apretó los dientes. No le estaba haciendo ninguna gracia que censurara de aquella manera a la mujer que había elegido como esposa. Tampoco fue muy buena suerte que, justo en aquellos momentos, Krista estuviera buscando ser el centro de atención de nuevo. Lo cierto era que, en cuanto pasaba ante un espejo o ante una cámara, no podía evitar posar. Bendecida con unos ojos de color azul turquesa y pelo rubio platino, Krista, que era de una belleza impresionante, había sido el centro de atención desde que había saltado a la palestra pública siendo una adolescente. Al ser la heredera del imperio electrónico Spyridou e hija única, había crecido teniéndolo todo.
¿Cómo iba su bisabuela a entenderla?
Aquellas dos mujeres no tenían absolutamente nada en común. El padre de Dorkas había sido pescador, así su bisabuela había crecido siendo muy pobre y con una escala de valores muy rígida que no había cambiado con el paso de los años ni con el cambio de clase social. De hecho, siempre había estado muy orgullosa de no caer en los estándares esnobs de su descendencia, para la que se había convertido en fuente de vergüenza social por su lengua afilada.
A pesar de todo ello, el vínculo que existía entre Dorkas y Giannis era muy fuerte y se había forjado siendo él un adolescente rebelde sumido en un proceso de autodestrucción.
–No dices nada. La pregunta es: Si vendieras tus estupendas casas y te deshicieras de tu dinero, de tus coches y tus aviones mañana mismo, ¿seguiría Krista a tu lado? –insistió su bisabuela–. ¡Claro que no! ¡Saldría corriendo como alma que lleva el diablo!
Mientras se ponía en pie, Giannis estuvo a punto de reírse al imaginarse la escena, pues, en aquella situación, Krista no sería más que una carga, ya que estaría todo el día autocompadeciéndose y recriminándolo.
Sin duda, era el producto innegable de un entorno demasiado lujoso. ¿De verdad creía su bisabuela que iba a poder encontrar a una mujer que permaneciera impertérrita ante su fabulosa fortuna?
En cualquier caso, la implicación de que Krista, que tenía muchísimo dinero propio, tuviera un ojo echado a su fortuna le había tocado el ego.
Tras hacerle una señal con la cabeza a Nemos, su jefe de seguridad, Giannis abandonó la terraza. Le había sentado bien tomar el fresco y había tenido oportunidad de calmarse y de preguntarse a sí mismo por qué había reaccionado así. ¿Tenía dudas sobre su matrimonio con Krista Spyridou?
No, a todo el mundo le parecía que era la pareja perfecta para él, pues tenía clase y habilidad para organizar las mejores fiestas. Pertenecían al mismo mundo de exclusividad. Krista entendía perfectamente las reglas. Pasara lo que pasara, jamás se divorciarían. Así, la fortuna y la influencia de los Petrakos estarían protegidas durante otra generación.
Aun así, Giannis no debía olvidar que a los diecinueve años había salido con ella y, para horror de su familia, la había dejado. Sí, era cierto que era la chica más guapa del mundo, pero pronto había descubierto que tenía poco más que ofrecer aparte de belleza. Lo cierto era que le había parecido más fría que el hielo… tanto en la cama como fuera de ella.
Su falta de pasión lo había destrozado de adolescente, pues tenía la esperanza, alentada por su bisabuela, de que en algún lugar del mundo existía la mujer perfecta para él.
Desde luego, la había buscado. Había estado más de diez años pasando de una mujer a otra hasta que, al final, se había dado cuenta de que la mujer perfecta no existía.
Y ahora le parecía que Krista podía ser su esposa, pues se conocían bien y su manera de ser no afectaría a su estilo de vida.
A Giannis le gustaba hacer lo que le daba la gana como le daba la gana y cuando le daba la gana y estaba seguro de que, casándose con Krista, aquello no iba a cambiar, pues Krista no era mujer de colgarse de su cuello ni de tener expectativas fuera de tono. Jamás se le pasaría por la cabeza hacer una escena ni demandar atención, amor ni fidelidad. No lo haría porque le importaría muy poco no tenerlo.
Era perfecta.
¿Qué más podía pedir un adicto al trabajo que una esposa a la que no le importara que tuviera otras relaciones sexuales con las que dar rienda suelta a su tensión laboral?
Krista estaría demasiado ocupada cuidándose y yendo de compras para vestir su precioso cuerpo como para sentirse abandonada por su maravilloso y millonario marido.
En cuanto Giannis volvió a la fiesta, Krista corrió a su lado para rogarle que la acompañara a hacerse una fotografía. Aunque a Giannis no le gustaba nada la publicidad, posó a su lado. Era su fiesta de pedida y quería hacerla feliz.
Agradecida, su prometida le puso la mano en el brazo y se inclinó hacia él.
–¿Esa arpía del rincón es de tu tribu o de la mía? –le preguntó riéndose.
Giannis se giró hacia donde le indicaba Krista y vio a una mujer mayor vestida toda de negro y sentada con la espalda muy recta. ¿Arpía? Como Dorkas apenas abandonaba la isla de Libos, poca gente la conocía.
–¿Por qué lo dices? –le preguntó a Krista.
–Me ha preguntado que si sé cocinar –se burló su prometida poniendo los ojos en blanco–. ¡Y, luego, me ha preguntado también si te voy a esperar todas las noches cuando vuelvas del despacho! –añadió–. Ya se podía haber quedado en su casa. Qué vergüenza de mujer. Espero que no venga a la boda.
–Si ella no va, yo tampoco –contestó Giannis.
A continuación, observó cómo su prometida palidecía. Compungida, Krista lo miró lívida y le clavó las uñas en la manga de la chaqueta.
–Giannis, yo…
–Esa señora es mi bisabuela y le debes un profundo respeto –le advirtió con frialdad.
Apesadumbrada por haberlo ofendido, Krista dio un paso atrás y se humilló. Además de todos los defectos que Giannis ya conocía de ella, añadió el de la vulgaridad y la falta de sinceridad a la lista.
MADDIE estaba de muy buen humor.
Era el segundo día de su contrato temporal en Petrakos Industries.
Tras subirse a la báscula del baño, se quedó muy quieta, con la esperanza de haber adelgazado. Según lo que marcaba la pantalla digital, no era así. Tras bajarse, quitarse el camisón y el reloj, volvió a subirse, con mucho más cuidado, y volvió mirar.
Nada.
El mismo peso.
–No puedes sobrevivir a base de ensaladas –le había dicho la señora Evans, la vecina del bajo, cuando Maddie había ido a comer con ella y con su hija el domingo.
Tras disfrutar de una deliciosa comida de tres platos hacía un par de días, Maddie se preguntaba ahora si habría sido mejor la ensalada. ¿Acaso la chocolatina que se había tomado al volver a casa la noche anterior habría sido demasiado? ¿Se podía engordar tan rápidamente?
Lo cierto era que las muchas horas que trabajaba para poder pagar el alquiler le hacían tener un apetito voraz, pero no tenía suficiente dinero como para comer bien.
Sus preciosos ojos verdes se posaron en el espejo y se fijaron en sus pechos voluminosos y en sus generosas caderas. A continuación, se recogió su maravillosa melena pelirroja y se metió en la ducha a toda velocidad.
Los vaqueros negros y la camisa blanca le quedaban un poco pequeños y le marcaban las curvas, lo que le hizo fruncir el ceño.
Maddie había perdido casi toda su ropa en el incendio que se había declarado en la casa en la que vivía antes. Estaba intentando hacerse con algunas cosas en tiendas de segunda mano, pero no era fácil teniendo en cuenta lo poco que ganaba.
Mientras terminaba de arreglarse, reparó en la fotografía de su hermana que tenía junto a la cama y se dijo que no debía quejarse por su apariencia física cuando tenía salud.
–Mira siempre el lado positivo –había sido la frase preferida de su abuela.
–No hay mal que por bien no venga –solía decir su abuelo.
Aun así, tanto ella como sus abuelos habían sufrido mucho. A su querida gemela Suzy le habían diagnosticado leucemia poco después de cumplir los ocho años.
Sus padres no habían podido soportar la tensión de la enfermedad de su hija y habían terminado divorciándose. Sus abuelos paternos se habían hecho entonces cargo de la niña, la habían acompañado durante el tratamiento, durante las remisiones y hasta la muerte.
De su hermana, Maddie había aprendido a disfrutar de la vida que le quedaba.
Mientras esperaba en la parada del autobús, Maddie se preguntó si vería aquel día a Giannis Petrakos.
¡Cuando pensaba en él, se sentía como una adolescente y no como una chica de veintitrés años!
Le daba vergüenza recordar que había recortado su fotografía de un periódico y la había guardado durante mucho tiempo, pero aquello había sido cuando tenía catorce o quince años y estaba completamente enamorada de él.
Petrakos Industries era un edificio de oficinas moderno y enorme situado en la City de Londres.
Maddie jamás había trabajado en un lugar tan imponente. En aquella empresa, tan increíble, al personal se le requería que fuera igual de increíble. Aunque era trabajadora temporal y normalmente se le asignaban solamente tareas sin importancia, varias personas la habían mirado extrañadas el primer día de trabajo al enterarse de que no tenía cualificación.
Como de costumbre, Maddie había intentado compensar aquella falta de cualificación trabajando duro y con entusiasmo. Estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para conseguir que le ofrecieran un contrato indefinido en aquella empresa porque un sueldo decente no se encontraba así como así.
–Se van a llevar otros quinientos trabajos a Europa del Este para reducir costes –se lamentó una voz femenina fuera de la habitación donde Maddie estaba metiendo datos en una base informática–. La prensa se va a poner como loca…
–Esta empresa es una de las tres más grandes del mundo –protestó un hombre–. Giannis Petrakos es un hombre sin escrúpulos, pero sabe muy bien lo que se hace en los negocios. No olvides que gracias a su instinto vamos a tener un bonus espectacular este año.
–¿Es que no sabes más que pensar en el dinero? –volvió a lamentarse la mujer–. Petrakos es millonario, pero no tiene ni un ápice de humanidad.
Maddie estuvo tentada de acercarse a la puerta para decirle que eso no era cierto, pero no lo hizo para que no la llamaran cotilla. Además, aunque se moría de ganas por hablar de las cualidades de Giannis Petrakos, no le pareció bien divulgar detalles de su vida privada, así que suspiró y volvió a concentrarse en su base de datos.
Después de comer, a una compañera llamada Stacy y a ella las mandaron a la última planta a ayudar. Allí las recibió una coordinadora llamada Annabel, que le dijo a Stacy que se preparara para servir café en una reunión.
–Soy una trabajadora temporal, no una camarera –declaró la aludida indignada.
–Eres una trabajadora temporal y tienes que hacer lo que se te manda –le espetó Annabel–. En esta empresa, los empleados tienen que ser muy flexibles…
–Yo no soy una empleada de esta empresa. Sólo soy una trabajadora temporal y no sirvo el café a nadie.
–No hay problema, ya lo hago yo –intervino Maddie para que su compañera, seguro que movida por buenos principios, no la dejara sin trabajo.
Annabel la miró de arriba abajo.
–Según el código de vestimenta de esta empresa, no se pueden llevar vaqueros, pero qué le vamos hacer. Está bien.
–Deberías haberla abofeteado por el comentario que ha hecho –opinó Stacy en cuanto se quedaron a solas–. Encima de que le estás haciendo un favor.
–Lo cierto es que tiene razón, pero tenía la falda lavando y sólo me quedaban los vaqueros –confesó Maddie.
–Lo que le pasa es que está celosa –comentó Stacy con desprecio–. Ha salido un grupo de hombres del ascensor y no podían parar de mirarte. Tiene celos de lo guapa que eres.
Maddie se sonrojó de pies a cabeza.
–Yo creo que estaba nerviosa por la reunión.
–Deberías sacarte más provecho –insistió Stacy con impaciencia–. Yo, en tu lugar, lo intentaría como modelo o como bailarina.
Maddie se estremeció ante la idea. A veces, tenía la sensación de haber nacido en el cuerpo equivocado. Lo cierto era que no podía soportar que los hombres se fijaran en ella.
–El señor Petrakos va a presidir la reunión –anunció Annabel abriendo la puerta de repente mientras Maddie preparaba el servicio de café–. Cuando entres en la sala de juntas, sirve lo que te pidan en silencio y vete rápidamente.
Seguido por su séquito de ayudantes personales, Giannis vio a la pelirroja justo antes de que la puerta que comunicaba la sala de juntas con la cocina se cerrara.
Habían sido solamente unos segundos. Tiempo más que suficiente para fijarse en aquella cabellera rojiza y brillante que contrastaba con su piel de tono marfil y le caía esplendorosa a media espalda. También le dio tiempo de fijarse en los voluptuosos pechos, en la increíble cintura de avispa y en un trasero de lo más femenino.
Al instante, una potente oleada de testosterona se apoderó de él. Giannis estaba acostumbrado a controlar sus respuestas sexuales, así que se sorprendió sobremanera cuando se encontró teniendo una erección.
Rápidamente, lo achacó a que le gustaban las mujeres con un poquito más de carne y no aquellas modelos tan delgadas que se acercaban a él normalmente.
En cualquier caso, el hecho de que el deseo sexual se hubiera apoderado de él por sorpresa le molestaba, así que se apresuró a apartar a la pelirroja de sus pensamientos.
Lo que le debía de ocurrir era que necesitaba sexo.
Muy nerviosa ante la idea de volver a ver, por fin, a Giannis Petrakos, Maddie se apresuró a cargar la cafetera que estaba preparando.
Sabía que a Giannis le gustaba el café muy fuerte y muy dulce.
De repente, se encontró con que las lágrimas amenazaban con desbordar sus ojos, pero consiguió controlarse y avanzar empujando el carrito sin hacer ruido mientras los congregados alrededor de la mesa de la sala de juntas conversaban animadamente.
Al ver que nadie se había fijado en ella, se atrevió a levantar la mirada y a fijarse en el hombre que estaba junto a las ventanas. A pesar de que se había prometido a sí misma que sólo sería una fugaz mirada, se encontró con que no podía apartar los ojos de él.
Estaba impresionante.
Medio mareada, Maddie pensó que estaba todavía más guapo que cuando lo había visto por primera vez.
En los nueve años que habían transcurrido desde entonces, cualquier rasgo infantil que quedara en su rostro había desaparecido dando paso a un hombre hecho y derecho.
Maddie reconoció inmediatamente sus ojos, que eran como lagunas profundas y oscuras. En aquellos momentos, estaban clavados en la persona que estaba hablando.
–¿Qué haces que no sirves? –murmuró alguien en su oído.
Maddie dio un respingo y se apresuró a alargar el brazo en busca de una taza. Al hacerlo, Giannis giró la cabeza hacia ella. Maddie se quedó helada. De repente, sintió que el corazón le daba un vuelco y comenzaba a latirle aceleradamente. En ese instante, el mundo desapareció y sólo fue consciente de que se le había secado la boca y de que estaba sintiendo algo muy intenso en la entrepierna.
Maddie bajó la mirada muy confundida. No podía entender por qué le había costado tanto volver a concentrarse en lo que tenía entre manos.
«Café fuerte, solo y dulce», se recordó mientras se preguntaba qué demonios le había sucedido.
Cuando lo comprendió, se sonrojó de pies a cabeza. ¡No podría volver a mirarlo a la cara! Tras servir el café, añadió cuatro cucharadas colmadas de azúcar, lo revolvió y se dirigió hacia él.
Giannis sintió de repente que el aburrimiento se evaporaba. Seguro que, si no la hubiera vuelto a ver, no habría vuelto a pensar en ella, pero el hecho de tenerla tan cerca le hizo preguntarse si de verdad no habría vuelto a pensar en ella.
Giannis se sentó a la mesa mientras se preguntaba de dónde habría salido aquella belleza. Mientras la observaba, se dijo que le daba exactamente igual quién fuera. Aunque no era muy alta, tenía un rostro espectacular, unos labios voluminosos y sonrosados, igual de voluminosos que el resto de sus curvas y unos ojos verdes que le recordaban a los cristales de colores que solía recoger cuando era pequeño en la orilla del mar.
Aquel recuerdo le hizo sonreír. Su madre siempre había recibido aquellos regalos infantiles con desprecio. Cuando vio que la pelirroja de curvas maravillosas lo miraba con reverencia, aquellos recuerdos tan poco placenteros se esfumaron de su mente.
Maddie alargó el brazo y se dio cuenta de que le temblaba la mano. Giannis también se dio cuenta y se apresuró a agarrarla de la muñeca para que no derramara el café.
–Con cuidado –le advirtió.
El contacto apenas duró unos segundos, pero fue tiempo más que suficiente para percibir que aquella mujer olía a flores, tiempo más que suficiente para que se volviera a excitar.
Al instante, por cómo lo estaba mirando, Giannis se dio cuenta de que aquella mujer era muy vulnerable. Al estar cerca de él, apenas se atrevía a respirar. Aquello se le antojó muy excitante. Al instante, se la imaginó sentada en su regazo y abriéndole la camisa que en aquellos momentos marcaba sus pechos, utilizando sus manos y su boca para jugar con los prominentes pezones que marcaban el algodón.
Su propia fantasía sexual lo sorprendió y se apresuró a descartarla con desdén. ¿Desde cuándo se dedicaba a tener fantasías sexuales con una camarera? Mientras probaba el café, sintió que la tensión sexual no desaparecía.
Nerviosa y humillada, Maddie se apartó sintiéndose como una payasa. ¿Qué pensaría Giannis de ella por mirarlo así? Seguro que se había dado cuenta de que lo miraba como una adolescente. Menos mal que ninguno de los presentes se había percatado del episodio de la taza. Maddie había mirado a su alrededor y había visto que nadie les prestaba atención.
–Este café no se puede beber –se quejó un hombre haciendo una mueca de disgusto.
Otro hombre lo secundó.
Maddie se sintió morir.
–Al contrario. Es el primer café decente que me dan en esta oficina –contestó Giannis con impaciencia–. Sigamos con la presentación.
En aquel momento, Annabel Holmes le hizo una señal a Maddie para que terminara y se fuera rápidamente. Deseosa de hacerlo, Maddie recogió el servicio de café a toda velocidad y se dispuso a cruzar la estancia. Al hacerlo, tropezó con un cable y el ordenador al que estaba enchufado dicho cable se fue con ella al suelo.
Durante un segundo, el silencio fue total.
Giannis se quedó mirando a la pelirroja con la boca abierta. Era una obra de arte aquella mujer, pero tenía muy mala suerte. Cada vez que se movía, provocaba un accidente.
–¿Por qué no mira por dónde va, señorita? –le dijo uno de los ejecutivos en tono angustiado.
–Lo siento mucho –contestó Maddie mirando el ordenador.
–Se ha roto el pendrive –se lamentó el hombre–, así que voy a tener que pedir que nos manden una copia de la presentación por correo electrónico –le dijo a Giannis.
Giannis sintió que la impaciencia se apoderaba de él, pues no tenía tiempo que perder. Tenía muchas cosas que hacer. Además de haber estado a punto de escaldarlo, la pelirroja acababa de dar al traste con la reunión.
–¿Cómo puede ser usted tan increíblemente torpe? –murmuró con frialdad.
Horrorizada ante el daño que había causado y destrozada ante aquel comentario, Maddie se apresuró a ponerse en pie.
–Lo siento mucho. No he visto el cable.
En aquel momento, Giannis se preguntó por qué aquella mujer le resultaba conocida. Se fijó entonces en que estaba al borde de las lágrimas y también en que llevaba su nombre colgado de una etiqueta del pecho, pero desde donde estaba no alcanzaba a leerlo.
–¿Cómo se llama usted, señorita? –le preguntó fijándose en sus labios.
–Maddie… eh… Madeleine Conway –contestó percibiendo que Annabel le hacía una señal con la cabeza para que saliera de allí inmediatamente.
Maddie recuperó el carrito y se apresuró a hacerlo.
Una vez en la cocina, se sentía tan avergonzada, humillada y furiosa consigo misma que tuvo que lavarse la cara con agua helada para soportar la situación.
Cuando, por fin, había conseguido conocer a Giannis Petrakos no había podido crearle una impresión peor. Desde luego, los nervios no la habían ayudado en absoluto. Tampoco el no saber comportarse en presencia de un hombre guapo.
Claro que eso no era de extrañar cuando se había pasado toda la adolescencia cargada de responsabilidades familiares. Le había sido completamente imposible tener vida social, no había salido con ningún chico del colegio y apenas había tenido amigos porque no había tenido tiempo libre para quedar ni para salir.
Aunque el hecho de pasar mucho tiempo con sus abuelos la había hecho madurar, cuando se había ido a vivir a Londres en busca de trabajo, después de que su abuela muriera, se había dado cuenta de que se sentía muy incómoda con gente de su edad.
Mantener relaciones sexuales como si tal cosa y beber en exceso no eran cosas que le gustaran hacer.
Pero aquél no era el asunto.
Lo que importaba realmente era que hasta que no había mirado a Giannis Petrakos no se había dado cuenta de lo que era realmente sentirse atraída por un hombre.
En aquel momento, la mente se había parado y su cuerpo había tomado el mando, reaccionando por su cuenta. La fuerza de su reacción física la había tomado completamente por sorpresa.
Maddie recordó las partes de su anatomía que se habían excitado y se preguntó si Giannis se habría dado cuenta de cómo lo estaba mirando. Al sospechar que había sido así, no pudo evitar hacer una mueca de disgusto.
Seguro que estaba acostumbrado a que las mujeres se sintieran atraídas por él, pero también tenía derecho a esperar un comportamiento más prudente por parte de una empleada.
–Señorita Conway –le dijo Annabel desde la puerta–, me gustaría hablar un momento con usted, por favor.
Maddie palideció y se giró obedientemente, dejando el carrito, para ir hablar con la coordinadora.
–¿Está usted bien? La caída ha sido un poco fuerte –comentó Annabel algo preocupada.
–Estoy bien, sólo mi dignidad ha resultado magullada –contestó Maddie–. ¿Han podido seguir adelante con la presentación?
–No, el señor Petrakos no ha podido esperar a que llegara otra copia. Tenía otra reunión. No suele venir mucho por aquí y, cuando lo hace, suele ser con un horario muy apretado. Lo malo es que no olvida jamás los errores ni los imprevistos –se lamentó Annabel–. Ha sido un error por mi parte pedirle que sirviera el café…
–¡No, el error ha sido mío! –protestó Maddie.
–Me temo que el señor Petrakos no puede soportar que las cosas salgan mal. Supongo que me asociará de por vida con esta presentación que no pudo ser.
Maddie se sintió culpable al instante.
–Pero he sido yo la que lo ha estropeado todo y, además, seguro que es un hombre razonable.
Annabel se rió con amargura.
–Veo que está usted sufriendo el efecto Petrakos –comentó–. Nos pasa a todas las primeras veces. Al principio, se nos para el corazón cada vez que lo vemos. Ahora, el mío se para, pero no de placer sino de pánico –confesó–. Sí, es cierto que es muy guapo, pero es frío como el hielo y no quiere nada que esté por debajo de la perfección. Si no eres perfecta, se deshace de ti rápidamente.
La primera reacción de Maddie fue contradecirla, pero se mordió la lengua, pues acababa de vivir en sus propias carnes que, efectivamente, Giannis Petrakos no se andaba por las ramas a la hora de comentar en voz alta lo que opinaba de sus empleados torpes.
Maddie se disculpó de nuevo, pues le pareció que la coordinadora estaba preocupada por el futuro de su trabajo.
–Es lo que tiene de bueno ser temporal –contestó Annabel encogiéndose de hombros–. Mañana, usted estará en otro lugar empezando desde cero y sin ningún error en su expediente.
Maddie recogió las tazas que habían quedado en la sala de juntas diciéndose que Annabel estaba equivocada respecto a Giannis Petrakos.
Claro que, por otra parte, ¿qué sabía ella de aquel hombre? ¿Y si realmente el trabajo de Annabel estuviera en peligro por su culpa? ¿No debería ir a hablar con él para esclarecer la situación y cargar con la culpa que le correspondía? Lo justo sería que en la memoria de Giannis Petrakos aquel incidente poco afortunado quedara para siempre asociado con una trabajadora temporal muy torpe.
Sí, Maddie decidió que al día siguiente haría todo lo que estuviera en su mano para hablar con él. Sí, seguro que había un momento, muy pronto por la mañana o a última hora del día, en el que podría hablar con él a solas.
Siempre podría prepararle una taza de café y utilizarlo como excusa para interrumpirlo. Con un par de minutos sería suficiente.
GIANNIS se despertó acalorado.
Había tenido un sueño erótico, lo que le hizo maldecir en voz alta.
Maddie, la pelirroja torpe, le excitaba sobremanera. ¿Qué tenía aquella mujer? ¿Acaso era su aspecto de fruta prohibida? ¿Acaso era la posibilidad de tener sexo en la oficina? Giannis nunca había mantenido una relación sexual en la empresa, pero no había sido por falta de oportunidades.
Innumerables empleadas se le habían insinuado. Más de una se había incluso desnudado, pero siempre las había rechazado, exactamente igual que había rechazado las miradas y las invitaciones tanto verbales como escritas.
Lo cierto era que no le gustaba mezclar el placer con el trabajo. Esperaba de sus empleadas disciplina y motivación y no que anduvieran corriendo detrás de él como locas.
Giannis se dijo que no debía buscarla, que no sacaría nada en limpio si lo hacía.
Por otra parte, pensó mientras desayunaba a primera hora de la mañana, no había razón para no buscarla una vez hubiera terminado su contrato temporal en Petrakos Industries.
Mientras pensaba una y otra vez en aquella posibilidad en el camino hacia el trabajo, Giannis se encontró preguntándose por qué llevaba pensando en Maddie Conway desde que se había despertado.
Ni siquiera entendía por qué demonios recordaba su nombre. Qué raro. Aquello no era propio de él. ¿Desde cuándo había sido el sexo tan importante para él? Todo lo que necesitaba sexualmente hablando lo tenía cubierto gracias a dos sofisticadas bellezas, una en Londres y otra en Grecia.
Ambas entendían sus necesidades perfectamente y las satisfacían con estilo y discreción.
Giannis llamó a su amante inglesa y quedó con ella para verse después de comer.
Evidentemente, necesitaba una sesión de buen sexo.
A mediodía, Maddie se encontró bostezando sin parar.
Le habían pedido que hiciera fotocopias y la tarea era tan tediosa que podría haberse quedado dormida de pie.
A su lado, Stacy bostezaba también.
–Siempre nos dan los trabajos que nadie quiere hacer –se quejó su compañera con amargura–. Siempre nos toca hacer fotocopias o contestar el teléfono.
–Yo no tengo cualificación para hacer mucho más –respondió Maddie.
–Yo creo que esa asquerosa de Annabel se pasó ayer toda la noche pensando en lo más aburrido que hubiera por hacer para encargárnoslo a nosotras –se quejó Stacy metiendo más papel en la fotocopiadora.
Maddie levantó la cabeza al oír que alguien se acercaba por el pasillo.
–No es tan mala persona… –le aseguró.
A continuación, su voz se convirtió en un hilo al ver quién era la persona que se había parado en la puerta.
Giannis Petrakos, que en aquel momento acababa de terminar de hablar por teléfono, se paró y giró la cabeza.
–¿Acaso hay alguien que a ti no te caiga bien? –estaba preguntando Stacy algo irritada y de espaldas a la puerta–. No es normal que siempre tengas un comentario agradable sobre todo el mundo.
Maddie abrió la boca para defenderse ante aquel comentario, pero no emitió ningún sonido, pues los profundos e incisivos ojos oscuros que estaban clavados en ella se lo impidieron. El corazón le latía tan aceleradamente que le retumbaban por dentro de los oídos y se le había puesto la piel de gallina.
Y, de repente, Giannis siguió avanzando. Se alejó por el pasillo, dejándola de nuevo confusa y sorprendida.
¿Qué demonios estaba ocurriendo? ¡Giannis apenas la había mirado un par de segundos, pero la había dejado completamente paralizada! ¿Por qué demonios no había sonreído y se había comportado como una persona normal?
Le encantaría decirle que jamás olvidaría lo feliz que había hecho a su hermana, pero no lo haría nunca, pues su abuela lo había hecho en el momento y Giannis se había sentido muy incómodo.
Maddie no estaba dispuesta a cometer el mismo error.
En cualquier caso, después de tantos años, seguramente Giannis Petrakos ni siquiera se acordaría de su hermana.
–¿Hola? ¿Me estás escuchando? –le dijo Stacy chasqueando los dedos delante de su cara para que le hiciera caso.
Una vez en su despacho, Giannis se encontró de nuevo haciendo algo que no solía hacer nunca: cuestionarse sus acciones.
No comprendía lo que estaba sucediendo. Nada más salir de la sala de juntas, se había quitado de encima a su cohorte de empleados personales y se había dedicado a inspeccionar estancias de la empresa en las que jamás entraba.
¿Por qué? ¿Qué le había llevado a hacer una cosa así? Por primera vez en su vida, había hecho algo que no estaba planificado y ni siquiera sabía por qué lo había hecho.
Estaba exasperado ante la sospecha de que la motivación hubiera sido el deseo subconsciente de querer volver a ver a la pelirroja, y estaba molesto porque esa mujer que parecía salida de un cuadro de Tiziano tenía la piel tan delicada y los pechos tan voluminosos como los recordaba.
De hecho, ataviada con una sencilla camisa blanca y una falda negra y estrecha que marcaba sus maravillosas curvas, le había parecido todavía más guapa que el día anterior.
Aquello le incomodaba.
Estaba yendo hacia casa de su amante cuando le llamó Krista.
–He decidido que el tema central de nuestra boda va a ser la Grecia antigua –anunció su prometida muy emocionada–. Como dijiste que querías una boda tradicional, se me ha ocurrido que no hay nada más tradicional que los dioses de la antigüedad.
–Eran paganos –contestó Giannis con sequedad.
–¿Y qué? La devoción está completamente pasada de moda. Nuestra boda va ser el evento del año. He pensado que tú podrías ser Zeus, el rey de los dioses, y yo Afrodita, la diosa de la belleza…
–Según Homero, Zeus y Afrodita eran padre e hija –objetó Giannis, que no tenía ninguna intención de ataviarse con túnica y manto ni de convertir en un evento social lo que para él era un acontecimiento privado y serio.
Ojalá nadie le dijera a su prometida que Adonis había sido uno de los muchos amantes de Afrodita.
Un cuarto de hora después, Giannis estaba saludando a su amante inglesa, convencido de que una buena sesión de sexo con ella le haría recuperar la cordura y la racionalidad.
Durante las últimas veinticuatro horas, se había dado cuenta de que no estaba siendo él. Aunque no estaba acostumbrado a autoexaminarse, lo hizo y se encontró con que no podía soportar tener pensamientos fuera de un marco disciplinado, que no podía soportar no dormir bien y que no podía soportar estar de mal humor.
Por desgracia, en cuanto vio a la preciosa modelo rubia que era su amante se dio cuenta de que ya no la encontraba atractiva. De repente, y por ninguna razón que pudiera comprender, no lo excitaba en absoluto. Y lo que era más preocupante, se encontró comparándola con Maddie Conway.
Para un hombre que funcionaba guiado por la lógica pura, aquellas reflexiones mentales le resultaban insoportables.
Tras informar a la maravillosas rubia de que su relación había terminado, lo que ella aceptó con elegancia sabiendo que percibiría una buena suma de dinero por los servicios prestados, Giannis volvió a subirse en su limusina.
No había podido apaciguar su tensión sexual ni tampoco había comido. Estaba impaciente y aquello tampoco le gustaba. Estaba acostumbrado a que tanto su vida personal como su vida laboral funcionaran como un reloj, estuvieran siempre muy organizadas y cumplieran a la perfección con sus expectativas. Le gustaba que todo en su vida, absolutamente todo, fuera predecible.
Por eso, precisamente, había elegido a Krista como esposa, porque sabía perfectamente que jamás demandaría nada que él no quisiera darle. Él era el único hijo vivo que les quedaba a unos padres egoístas e irresponsables, y no estaba dispuesto a correr riesgos en su vida privada. Tenía un deseo sexual muy fuerte que solía apaciguar sin dejarse llevar por las emociones y, aunque era experto en mantener relaciones superficiales, tampoco era que se dedicara a ir por ahí acostándose con cualquiera.
En resumen, que correr detrás de una trabajadora pelirroja por la oficina no era su estilo.
Además, aquella mujer no era de su clase social. Ni siquiera era su tipo, pues a él le solían gustar las rubias de piernas largas.
Aun así, no podía dejar de pensar en aquella mujer de complexión blanca como el marfil, ojos verdes como la hiedra y boca rosa como las fresas.
Estaba furioso.
Se dijo que sería completamente estúpido por su parte buscar tener una relación con una empleada, aunque fuera temporal, aunque lo hubiera mirado con una reverencia que lo había excitado sobremanera.
Aquella misma tarde, Maddie se dijo que le quedaba poco tiempo para buscar a Giannis Petrakos y aclarar el incidente del ordenador.
En menos de una hora, saldría del edificio en el que estaba ubicada la empresa Petrakos. Al día siguiente, estaría trabajando en otro lugar.
Había escuchado, cuando le había dicho a Stacy que se encargara de la centralita telefónica, que el gran jefe estaba en su despacho y que no le pasaran llamadas.
La oportunidad no podía ser mejor.
Así que preparó un café tal y como le gustaba a Giannis Petrakos y avanzó por el pasillo en dirección a su despacho. Se sentía muy nerviosa. Cuando llegó ante la puerta, llamó. Nadie contestó. Temerosa de que alguien se diera cuenta de su presencia y le impidiera verlo, puso la mano sobre el pomo y se dispuso a abrir la puerta.
–¿Puedo ayudarla en algo? –le preguntó un hombre del tamaño de un rascacielos que apareció de repente y la agarró del codo.
Tenía acento extranjero.
–Traigo un café para el señor Petrakos. ¿Y usted quién es?
–Nemos, el jefe de seguridad del señor Petrakos –contestó el hombre fijándose en la etiqueta que Maddie llevaba con su nombre y sorprendiéndola al abrir la puerta para ella–. Muy bien, adelante, señorita Conway.
El despacho del director general de Petrakos Industries era un lugar enorme decorado en estilo contemporáneo.
Maddie no veía a nadie, así que se quedó en el sitio hasta que escuchó un sonido que procedía de un despacho que había en el otro extremo de la estancia y cuya puerta estaba abierta.
Con el corazón desbocado, se acercó hacia allí. Al llegar, vio que daba a un pasillo. Miró a derecha e izquierda.
–¿Quién es? –preguntó una voz que conocía muy bien.
–Le traigo un café, señor Petrakos… –contestó Maddie.
Al atravesar el umbral de la puerta, Maddie se dio cuenta del error que acababa de cometer, pues se acababa de meter en una zona de vestuarios completamente cubierta de espejos.
En aquel momento, Giannis Petrakos apareció ante ella, con el pelo mojado y revuelto, la camisa blanca abierta y el pecho al descubierto. Llegaba descalzo y terminando de abrocharse los pantalones.
–Oh… Oh, Dios mío. ¡Lo siento mucho! –se disculpó Maddie muerta de vergüenza.
Sorprendido ante su presencia porque sus guardaespaldas eran muy eficientes a la hora de proteger su intimidad, Giannis se quedó observándola atentamente. No podía dar crédito. ¿Cómo demonios habría logrado burlar a su equipo de seguridad?
Sin embargo, cuando su belleza hizo mella en él, su respuesta sexual fue tan fuerte e instantánea que pudo más que la sorpresa, y Giannis se encontró pensando en que la pelirroja había entrado en su despacho privado sin invitación y en que estaban solos y nadie se atrevería a molestarlos.
–Creía que era otro despacho… no tenía ni idea –se disculpó Maddie dando un paso atrás–. Por favor, perdone mi intrusión.
–¿Me has traído un café? –sonrió Giannis alargando el brazo para aceptarlo–. Qué amable por tu parte.
El impacto de aquella sonrisa inesperada dejó a Maddie desmadejada, sintiendo que el estómago le daba un vuelco y que el oxígeno no le llegaba a los pulmones. Tenía que conseguir no bajar la mirada más allá de sus ojos.
Era consciente de que había ido a decirle algo, pero no recordaba exactamente qué.
–Señor Petrakos… le ruego que me disculpe.
–No –contestó Giannis.
–¿Perdón? –se sorprendió Maddie, poniéndose todavía más nerviosa ante el intenso escrutinio del que estaba siendo objeto.
Aunque se estaba poniendo nerviosa, le estaba gustando que la mirara así. A ella también le gustaba mirarlo y se encontró haciéndolo sin vergüenza, disfrutando de los pómulos, del brillo de su mirada, de su arrogante nariz, de su piel oscura y de su apasionada boca.
–He dicho que no, que no la disculpo –insistió Giannis tomando la taza de café que Maddie sostenía en la mano y dejándola sobre la encimera–. Quiero que te quedes y que hablemos.
–¿Qué hablemos? –repitió Maddie recuperando parte de la concentración–. Claro, sí, querrá saber qué hago aquí…
–Eso me lo imagino, más o menos –murmuró Giannis en tono divertido, en el tono de un hombre que está acostumbrado a que las mujeres lo intercepten a la menor oportunidad.
Desconcertada por aquella respuesta, Maddie parpadeó y se sonrojó.
–Quiero que le quede claro que el incidente que se produjo ayer durante la presentación fue culpa mía. No vi el cable y…
Giannis la agarró de la mano.
–Estás muy nerviosa.
Maddie sintió un batallón de mariposas revoloteando en su abdomen. Sentir la mano de Giannis sobre la suya, la calidez y la suavidad de su piel, la estaba poniendo todavía más nerviosa. Aunque estaba sorprendida de que la tocara con tanta naturalidad, también se lo agradecía.
–Por eso precisamente, por los nervios, me tropecé…
A Giannis no le interesaba en absoluto aquel tema de conversación. Él tenía muy claro lo que quería, así que se apartó el puño de la camisa y consultó su reloj de platino suizo.
–Dentro de diez minutos, ya no trabajarás para mí –anunció–. ¿Tengo que esperar tanto para besarte?
Maddie lo miró con los ojos muy abiertos y no contestó.
–Lo digo porque jamás pongo a una empleada en una situación comprometida –le explicó Giannis con amabilidad.
Maddie no se podía creer lo que acababa de escuchar. Giannis le había pedido permiso para besarla. Eso quería decir que la encontraba atractiva. ¿Sentiría por ella lo mismo que ella sentía por él? Aquella posibilidad la llenó de gozo, haciendo que su habitual prudencia desapareciera.
–Madeleine… –insistió Giannis.
Al oír cómo pronunciaba su nombre, Maddie se estremeció de pies a cabeza.
–No me pones en ningún compromiso –le aseguró cuando encontró de nuevo su voz.
–Ya me lo imaginaba, glikia mou.
Dicho aquello, Giannis se acercó a ella con aire de macho experimentado cuando, en realidad, estaba nervioso, lo que no le ocurría nunca. El deseo se había apoderado de él con tanta intensidad que, cuando alargó el brazo para soltarle el pelo a Maddie, le tembló la mano.
Sorprendida, Maddie se llevó las manos a la melena, que le caía en cascada por la espalda. Se encontraba atrapada por la expectación y apenas podía pensar ni hablar.
Giannis le acarició un mechón de pelo y sonrió encantado.
–Tienes un pelo maravilloso… deberías llevarlo siempre suelto.
–Me molestaría para hacer las cosas –contestó Maddie, riéndose nerviosa.
–A mí no me va molestar en absoluto para hacerte unas cuantas –comentó Giannis deslizando sus dedos por el cabello de Maddie e inclinándose sobre ella.
Maddie estaba como loca por que la besara. Lo cierto era que sus ganas le daban vergüenza, pero no podía evitarlo. Sentía un nudo de anticipación entre las piernas que apenas le permitía tenerse en pie. Con el corazón latiéndole aceleradamente y la respiración entrecortada, se echó un poquito hacia delante.
La punta de la lengua de Giannis trazó el contorno de sus labios y se estremeció. A continuación, sintió cómo su lengua se situaba entre sus labios y pulsaba para entrar. La cabeza le daba vueltas y apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas de las manos. Tenía el cuerpo rígido y los pezones endurecidos, a punto de estallar.
Se moría por abrazarlo, pero no se lo permitió.
–Podría devorarte –gimió Giannis tirándole suavemente del pelo hacia atrás para dejar su garganta al descubierto.
Maddie sentía que la adrenalina recorría sus venas como una descarga eléctrica. Al mirarlo a los ojos, se sintió volar y se dijo que se iba a dejar hacer.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Giannis dejó caer su boca sobre la delicada piel de su garganta y se dedicó a torturarla con maestría, haciéndola jadear con su lengua.
Con la otra mano, la apretó contra su cuerpo. Para cuando se apoderó de su boca, Maddie se entregó con pasión, completamente excitada.
–Eres increíble –comentó Giannis con voz grave.
–Tú también… –contestó Maddie mirándolo a los ojos.
Era absurdo, pero sentía una sensación de conexión con aquel hombre. No tenía sentido, pero así era. Tenía la sensación de que todas y cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo estaba pegando brincos de alegría y celebrando aquel momento.
Tuvo que apoyarse en él porque se sentía mareada y las piernas no la sostenían. De repente, recordó a otros hombres a los que había besado y se dio cuenta de que jamás había sentido el deseo que estaba sintiendo en aquellos momentos.
Giannis le pasó un brazo por las corvas y la levantó. Sin dejar de besarla, avanzó hacia algún lugar y, al poco tiempo, la depositó sobre una superficie blanda. Sorprendida, Maddie abrió los ojos y se encontró sobre una cama.
Aquello la tensó momentáneamente, pero Giannis supo acariciarle la mejilla para devolverle la tranquilidad.
–Te deseo, glikia mou.
–Sí…
Aunque le parecía completamente extraordinario, lo creía absolutamente y se sentía increíblemente feliz. Era cierto que Giannis la miraba con deseo, y aquello hizo que Maddie dejara de pensar racionalmente y diera paso al instinto, lo que la hizo alargar los brazos y apoderarse de la boca de Giannis.
Giannis le quitó la camisa. Maddie ni siquiera se había dado cuenta de que se la había desabrochado y, antes de que le diera tiempo de reaccionar, Giannis le había quitado también el sujetador, que cayó al suelo.
Al sentir que sus pezones entraban en contacto con el vello del torso de Giannis, Maddie no pudo evitar suspirar de placer. Satisfecho, Giannis se apoderó de sus voluptuosos senos.
–Me encanta tu cuerpo, glikia mou –jadeó sin parar de besarla.
A continuación, se apoderó de sus pezones. Maddie sentía la respiración entrecortada y no se podía creer todavía lo que estaba sucediendo, pero se encontró jadeando de placer.
Nunca había estado tan excitada. No podía oponer resistencia.
Giannis la observó y se dijo que le encantaba acostarse con aquella mujer que vivía el sexo con naturalidad y sencillez.
Su asombro ante lo que estaba sintiendo le hizo sospechar que no tenía mucha experiencia con los hombres. De repente, aquello le excitó sobremanera. No había estado tan excitado desde que era adolescente.
Giannis se dijo que aquella mujer había ido a buscarlo por voluntad propia y que no había nada de malo en darse placer mutuamente.
–Eres preciosa –le dijo sinceramente mientras le bajaba la falda por las caderas.
«Lo mismo digo», pensó Maddie sonrojándose.
Estremeciéndose, se perdió en la atracción que sentía por él aunque se sentía también increíblemente tímida. Giannis le apartó la mano cuando Maddie intentó cubrirse los pechos y, por si le habían quedado ganas de volver a intentarlo, se inclinó sobre ella y atrapó entre sus labios uno de sus pezones, al que atormentó con la lengua hasta dejarlo dolorido de deseo.
Instintivamente, Maddie arqueó la espalda hacia delante mientras sus caderas descubrían un ritmo sinuoso acompasado a la humedad que sentía entre las piernas.
Giannis se incorporó para quitarse la camisa y, mientras lo hacía, la besó con pasión. Maddie se sentía electrificada por el erotismo que le producía sentir la erección de Giannis en el bajo vientre.
–Mira cómo me has puesto –gimió Giannis agarrándola de la mano y colocándosela sobre su erección.
La sorpresa y la excitación se apoderaron de Maddie mientras Giannis se apretaba contra su mano con una necesidad que la dejó sin palabras.
–Giannis…
Al oír su nombre de labios de Maddie, Giannis reaccionó con una fiereza que la sorprendió.
–Me tienes loco –jadeó, atrapándola bajo su cuerpo y besándola de nuevo mientras le quitaba las braguitas.
Maddie se tensó, sintiéndose repentinamente vulnerable al estar completamente desnuda. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué demonios estaba haciendo?
Una cosa era que Giannis Petrakos hubiera sido su amor a los catorce años y otra muy diferente era acostarse con él a la primera de cambio olvidándose de todas las normas que dictaba el sentido común.
Al sentir los dedos de Giannis sobre su vello púbico, todos aquellos pensamientos abandonaron su mente y, al instante, Maddie sintió que su cuerpo comenzaba a danzar de anticipación.
–Tranquila, pedhi mou –le dijo Giannis, intentando controlar su apetito.
Cuando acarició su sexo y la sintió estremecerse, se sintió el hombre más poderoso del mundo. Al comprobar lo empapada que estaba, su excitación alcanzó cotas inimaginables. La intensa respuesta de Maddie lo animó a seguir adelante, recorriendo los rosados pliegues de su cuerpo hasta encontrar la perla de su clítoris.
Al acariciarla, desató una tormenta de sensaciones que la hicieron gritar. El erotismo del momento la hizo perder el control y la llevó al filo de la desesperación.
–No puedo soportarlo… –protestó, girando la cabeza a un lado y al otro sobre la almohada sin saber apenas lo que decía al estar atrapada en aquel mundo de tormento sensual.
Giannis, que se sentía completamente excitado y que se moría por llegar hasta el final, no necesitó que se lo repitiera dos veces, así que la penetró con fluidez, gimiendo satisfecho. En el mismo momento en el que avanzaba por el pasadizo húmedo y estrecho, Maddie dejó escapar un grito de dolor.
Giannis se paró en seco y la miró atónito.
–Theos mou… Madeleine, no puede ser.
Maddie cerró los ojos con fuerza, se dijo que era demasiado tarde para preocuparse, abrazó a Giannis y lo urgió en silencio a que siguiera adelante.
Giannis se estremeció y se apartó un poco, pero para volver a entrar en su cuerpo con más determinación aquella vez.
Maddie volvió a excitarse y lo recibió encantada, volviendo a perder el control, dejándose llevar por los movimientos instintivos de su pelvis.
Giannis no paraba de moverse, adentro y afuera, adentro y afuera, y Maddie gritaba excitada. Aquel placer que parecía no tener fin iba en aumento… hasta que Maddie alcanzó el clímax y sintió gloriosas oleadas de éxtasis que recorrían su cuerpo, haciéndolo temblar, hasta que se quedó sin moverse, disfrutando de lo que había sucedido.
Giannis le apartó el pelo del rostro, la besó en la frente y se preguntó a qué demonios estaba jugando, pues jamás había fingido cariño después de un buen encuentro sexual.
Así que, como si se hubiera quemado, se apartó bruscamente. Sin embargo, en cuanto Maddie se movió, la obligó a volver a su sitio, pues quería más. Quería mucho más. Nunca había compartido una sesión de sexo tan increíble.
Algo que se había convertido en una rutina monótona, como ducharse todas las mañanas, se le revelaba repentinamente como una situación llena de posibilidades eróticas.
Aquella mujer era un gran descubrimiento.
Con los movimientos disimulados, la deslizó sobre el colchón y apartó las sábanas sin que Maddie se diera cuenta. Efectivamente, había una mancha de sangre. Sí, era virgen. Absolutamente virgen.
Giannis se sorprendió. Se había aprovechado de una chica sin experiencia. Por otra parte, el hecho de que le hubiera entregado su virginidad se le antojaba increíblemente erótico y se sentía incluso muy cerca de ella por haberlo hecho.
Así que no había nada de lo que arrepentirse.
Había introducido a aquella mujer en la vida sexual, así que era toda suya.
Giannis decidió no hacer ningún comentario al respecto. ¿Por qué darle importancia cuando ella no lo había hecho?
En aquel momento, el teléfono que había junto a la cama comenzó a vibrar. Giannis contestó. Era Nemos para recordarle que su avión privado estaba preparado para llevarlo a Berlín.
Mientras escuchaba la conversación en griego, Maddie salió de su éxtasis y se encontró con que la vergüenza se había apoderado de ella de nuevo. Estaba consternada. Estaba realmente confundida por lo que le había permitido hacer.
Al haber crecido junto a una abuela que le había enseñado que la mujer debía ponerle los límites al hombre, inmediatamente se sintió culpable por lo que acababa de suceder.
Nada más colgar el teléfono, Giannis se dio cuenta de un detalle que lo sacó también de su sensación de éxtasis.
–El preservativo se ha roto –anunció.
Maddie se incorporó, desesperada por salir de allí.
–¿Estás tomando algún tipo de píldora anticonceptiva o algo así? –preguntó Giannis, intentando no pensar en lo desastroso que podría ser que se hubiera quedado embarazada.
Ante la posibilidad de un embarazo no deseado, Maddie se estremeció. El castigo por haberse comportado como una cualquiera podría ser terrible. ¿Qué era la vergüenza y la humillación comparado con quedarse embarazada?
–No –murmuró.
Giannis se dio cuenta de que Maddie se había apartado todo lo que había podido.
–Tranquila, seguro que no pasa nada –la tranquilizó–. De vez en cuando, estas cosas ocurren, pero no tiene por qué pasar nada, no tiene por qué ser un desastre.
–Claro que no –contestó Maddie mortificada.
Ella tampoco quería que se produjera un embarazo, pero el comportamiento de Giannis dejaba patente que se había comportado como una imbécil y como una fresca. Evidentemente, Giannis opinaba que sería un desastre que una mujer como ella se hubiera quedado embarazada de un hombre como él.
Maddie se agachó en busca de su camisa y se apresuró a ponérsela.
–Madeleine…
Maddie lo miró sin dejar de vestirse. Tenía prisa por irse.
–No hay nada que decir –lo interrumpió, dispuesta a escapar de allí cuanto antes–. No pasa nada. Todo irá bien.
Giannis, que no estaba acostumbrado a que lo interrumpieran, se levantó de la cama en el mismo instante en el que Maddie se metía a toda velocidad en el baño. Al instante, le cerró la puerta en las narices. Giannis no pudo evitar enarcar las cejas al oír el pestillo.
Detrás de la puerta, Maddie se vistió a toda velocidad. Estaba tan nerviosa que no acertaba a abrocharse los botones.
¿Qué demonios había hecho? Se acababa de acostar con un hombre al que apenas conocía. Había cometido un error detrás de otro y todo porque le parece increíblemente atractivo. Evidentemente, Giannis se había dado cuenta y, cuando había entrado en su despacho privado sin previo aviso, lo había tomado como una invitación. Obviamente, con lo guapo y lo rico que era, debía de estar acostumbrado a que las mujeres quisieran acostarse con él y, ¿qué hombre joven y soltero iba a dejar pasar una oportunidad así?
Maddie descorrió el pestillo con sigilo, abrió la puerta y salió en silencio.
Giannis la miró a los ojos y se dio cuenta de que su presencia no le era grata. Ninguna mujer lo había mirado jamás así, así que se dijo que debía de estarse equivocando.
–Me tengo que ir. Me está esperando el avión.
–Claro –murmuró Maddie pasando a su lado.
–Ya hablaremos cuando vuelva –insistió Giannis a pesar de que no tenía ninguna intención de romper su regla de oro: jamás hablar de una relación con una mujer.
–Yo…
Antes de que a Maddie le diera tiempo de continuar, sintió los dedos de Giannis sobre las mejillas.
–Te llamaré cuando vuelva –le dijo besándola con naturalidad.
–No, no me llames –contestó Maddie sonrojándose.
Al instante, se enfadó consigo misma por aceptar aquel último beso. Giannis la miró sorprendido.
–Supongo que estarás deseando olvidar lo que ha sucedido –se apresuró a explicarle Maddie.
–No, nada de eso. Estaremos en contacto, glikia mou –contestó Giannis sonriendo encantado y dirigiéndose a la ducha.
Giannis era un hombre muy seguro de sí mismo. Las mujeres siempre respondían a sus atractivos. Maddie apenas se había atrevido a mirarlo a los ojos, pero sus labios habían respondido sin dudarlo.
¿Creía que necesitaba alguna excusa para volver a verla? A Giannis le entraron ganas de reírse mientras se maravillaba de su ingenuidad. Era evidente que Maddie debía de sentirse abrumada por lo que había sucedido, pero ya se le pasaría.
Con su ayuda, la vida normal y corriente de Maddie estaba a punto de cambiar para convertirse en algo mucho más estimulante.
Maddie se iba a convertir en breve en la invitada de honor de su dormitorio.
AL salir del despacho de Giannis, Maddie sintió un gran alivio, pues la mayor parte del personal se había ido ya a casa. Recogió su bolso y su chaqueta y estaba a punto de llegar al ascensor cuando la interceptó el jefe de seguridad.
–El señor Petrakos me ha pedido que me encargue de que llegue usted a casa sana y salva –la informó el hombre–. Hay un coche esperándola abajo, en la entrada de atrás.
Sorprendida por su repentina aparición, Maddie lo miró confusa. Al instante, se sonrojó. No podía soportar la idea de que aquel hombre supiera lo que acababa de estar haciendo con su jefe.
–No, gracias –contestó agitada.
A continuación, y mientras el jefe de seguridad la miraba anonadado, se metió a toda velocidad en el ascensor y no respiró hasta que no hubo dejado atrás el edificio. Se iba con la certeza de que jamás volvería a poner un pie en aquel lugar y, una vez en el autobús, mientras volvía a casa, el remordimiento por lo que había ocurrido se apoderó de ella.
¿Qué demonios le había sucedido para entregar su cuerpo un hombre al que apenas conocía? Lo cierto era que Giannis no le había parecido un desconocido por completo, había sido como si se conocieran. Precisamente eso debía de haber sido lo que la había arrastrado. Se había comportado como una fresca.
Hacía nueve años que había conocido a Giannis Petrakos, nueve años que lo había visto por primera vez. Por aquel entonces, Maddie contaba apenas catorce años. Había sido cuando Giannis había visitado a su hermana Suzy en el hospital.
En aquella época, Giannis estaba a punto de cumplir veintidós años y tenía fama de playboy, pero, sin que nadie lo supiera, dedicaba tiempo y dinero a niños con enfermedades terminales.
Nacido y criado en un mundo de incalculable riqueza y privilegio, se había sentado junto a Suzy y había hablado con ella con total naturalidad. Al enterarse de que le encantaba el vocalista de un famoso grupo musical, le había llevado al cantante al hospital donde su hermana había pasado sus últimas semanas de vida. Gracias a él, el mayor sueño de Suzy se había hecho realidad. Aquello la había hecho tan feliz que había hablado de ello hasta incluso minutos antes de morir.