El devorador de libros - Pepa Mayo - E-Book

El devorador de libros E-Book

Pepa Mayo

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Beschreibung

George y Brianna son dos niños del Londres de mitad del Siglo XIX. Cierto día, en mitad de la Exposición Universal celebrada en su ciudad en 1851, conocen al enigmático Devorador de libros, un personaje misterioso que les propone resolver un rompecabezas basado en clásicos de la literatura. George y Brianna están a punto de emprender una aventura con la que jamás habrían soñado...

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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Pepa Mayo

El devorador de libros

ILUSTRADO POR GERVASIO CABRERA

Saga

El devorador de libros

 

Copyright © 2017, 2022 Pepa Mayo and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726983500

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

A Jorge Herrero, el auténtico «Devorador de Libros» que inspiró esta historia.

 

Gracias por tu apoyo incondicional, gracias por tu amistad.

Capitulo 1

Mmm —musitó la señora Wickifield después de dar un sorbo a su humeante taza de té— Está exquisito querida. —Se reafirmó mirando a su anfitriona al mismo tiempo que con elegancia depositaba la taza en el platito de porcelana.

Aquel ruidillo desconcentró a George que en aquel momento estaba enfrascado en un capítulo de Vida y extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe, donde el protagonista observaba escondido desde su refugio, como un salvaje huía de las garras de un grupo de caníbales. El pobre desdichado corría y corría hacía el náufrago, sin saber que, desde aquel momento se iba a convertir en, su nuevo compañero de aventuras.

Siempre pasaba lo mismo. Cuando más concentrado estaba, había algo que le importunaba. Aunque en esta ocasión no podía protestar, su madre y la señora Wickifield llevaban en la sala de visitas más rato que él y también sabía que los miércoles su madre tenía la costumbre de invitar a sus amigas a tomar el té de las cinco.

Aquel día era miércoles y eran las cinco de la tarde, hora en la que la señora Pegotty ama de llaves de la mansión Blacksmith preparaba una tetera y una bandeja de galletas de mantequilla para merendar.

—Mañana es el gran día —comentó la señora Wickifield mientras cogía una de las doradas galletas.

—Cierto querida amiga. Mañana asistiremos con los niños a la inauguración de la exposición universal ¿Verdad George? —Le preguntó su madre mirándole con ternura.

—¡Sí! —contestó el niño cerrando el libro de un manotazo y levantándose del sillón de lectura de un salto—. Me han dicho que hay animales exóticos, estatuas de lejanas tierras y extrañas comidas —se relamió George abalanzándose sobre la bandeja de galletas. Su madre le impidió que cogiera una dándole un cariñoso manotazo en el dorso de su mano.

—¡George! ¡No seas maleducado!

—No te apures Adele —sonrió la señora Wickifield—. Tiene que comer —la risueña mujer le revolvió los cabellos—. Cada día estás más mayor ¿Sabes?

Emily, su hermanita de dos años miraba con sus grandes ojos azules la escena sentada encima de unos mullidos cojines.

Al fin George pudo saborear la galleta de mantequilla y almendra, y olisqueó el plato en busca de otra más. «Ay, George», le solía decir Pegotty, «tienes el olfato más fino que Perry». Perry era el setter inglés de su padre.

Para el doctor Peter Blacksmith, Perry era el compañero ideal, incluso se lo llevaba al trabajo todos los días. A veces George pensaba que el can tenía más privilegios que su hermana y que él mismo.

—Y dime George ¿Ya tienes alguna damita a la que pretender? —El niño notó como un calor sofocante le subía hasta las mejillas, tiñéndolas de un sospechoso tono rosado, e intentó disimular recolocándose sus lentes, nervioso.

La señora Wickifield estaba empezando a ser un poco indiscreta, por ello consideró que había llegado el momento de una digna retirada. Así que después de despedirse educadamente como un caballerito salió de la salita resoplando. Una vez más se había librado de la mofa de su madre y de la señora Wickifield.

Cuando subía corriendo por la escalera hacia su habitación, escuchó como la puerta principal se abría y el chapoteo de las patitas de Perry pisando sobre el mármol.

—¡Buenas tardes, George! —saludó su padre mientras cerraba el paraguas y se quitaba la capelina y el sombrero. Peter Blacksmith era delgado, elegante, y lucía un bigote bien cuidado que le hacía juego con su fino monóculo.

—¡Hola, papa! —contestó George y siguió su marcha hacía el piso de arriba.

—¡Jovencito! —Le gritó molesto— ¡Qué significa esa manera de subir la escalera! ¿Acaso eres un potro salvaje? —A veces George tenía tendencia a emocionarse demasiado.

—Lo siento, papa —Se disculpó frenando su carrera.

Perry subió corriendo a lamer las pantorrillas de George.

Siempre que se escuchaba entrar al señor Blacksmith por la puerta principal, aparecía en escena la señora Pegotty, que era la encargada de recoger la capelina y el sombrero de su padre y colgarlo en el aparador, además de colocar el paraguas en el paragüero.

—Buenas tardes señor… la señora está en la salita con la señora Wickifield —le informó.

—Gracias, Pegotty —dicho esto el señor Blacksmith desapareció y George siguió la carrera hacia su buhardilla.

Cuando abría la puerta de la habitación a George se le cambiaba la cara. Aquel era su reino. Solo la señora Pegotty tenía permiso para entrar a ordenar y limpiar, eso sí, con mucho cuidado de no desarmar ninguno de los cachivaches y artefactos que habían esparcidos por todos los rincones.

En aquella buhardilla George tenía todos sus tesoros. Su dirigible, construido con piezas metálicas, antiguos engranajes de relojes estropeados, hebillas de cuero, cables y tela de saco, colgaba de una viga. Cuando quería hacerlo «volar» de un lado a otro de la habitación, solo tenía que desatar un cordel liado a una manivela y dejarlo ir.

George también guardaba en un buró sus dos pistolas solares, compuestas por una culata de madera y un juego de pequeños espejos, encarados de tal manera que al reflejarse la luz del sol formaban un fino rayo de luz capaz de agujerear y provocar pequeñas quemaduras en arbustos, árboles e incluso personas. No las había usado nunca, pero consideraba que en caso de peligro siempre podía echar mano de ellas.

A parte de sus esquemas de complicados artilugios colgados por las paredes, George poseía centenares de libros amontonados encima de su mesa de estudio, junto a sus lentes de súper aumento compuestas por: una montura metálica con varias arandelas con cristales de diferentes aumentos, que combinándolas unas u otras podía ver hasta centenares de metros a lo lejos. Ni los monóculos, ni sus lentes, ni tan siquiera sus prismáticos le podían ofrecer una visión tan precisa.

Desde el ventanuco de forma circular de su habitación George miraba su solitario mundo. Aquella tarde llovía copiosamente y no había casi luz, así que encendió una lámpara de aceite y se tumbó en la cama para seguir con la lectura. El ruido de las gotas repiqueteando en los cristales y el olor a tinta que desprendían las hojas del libro le trasportaron de nuevo a la isla donde Robinson estaba a punto de bautizar a su nuevo criado con el nombre de Viernes.

Capitulo 2

El sonido de las ruedas de los carruajes sobre el camino empedrado, y del agua que salía proyectada de las numerosas fuentes que rodeaban el palacio de cristal, daban al lugar un aire de fantasía e irrealidad fuera de lo común.

George se quedó perplejo ante aquel espectáculo. Sobre todo al ver el imponente edificio construido en acero y cristal, que servía de recinto a la primera exposición universal.

—Es…es increíble —consiguió articular George, que impresionado, contemplaba la bella estructura del edificio, ni tan siquiera la nube de azúcar que saboreaba le hizo perder un solo detalle.

El doctor Blacksmith y su esposa iban cogidos del brazo. Su madre cubría su cabeza con una delicada sombrilla de flores y miraba a su alrededor saludando a todos los conocidos tal y como la etiqueta exigía en aquellos eventos sociales. Tras ellos Margie, la niñera, llevaba en brazos a su hermana Emily, George cerraba la comitiva de la orgullosa familia Blacksmith.

La entrada a la exposición fue impactante. El palacio tenía una gran nave central y dos alas de techos de cristal que cubrían todo el edificio. En la nave central se toparon con una gran fuente de cristal que desprendía destellos mágicos hacía todos los rincones. Había centenares, miles de personas que asombradas miraban hacía todas partes exclamando y señalando con la boca abierta. En el stand de la India colgaban sedas de vivos colores y chales de cachemira, y el aroma a incienso de sándalo flotaba entre los jarrones y las estatuas de dioses poseedores de docenas de brazos, con ojos de piedras preciosas y rasgos de animales.

George vio una fuente rodeada de plantas tropicales, justo al lado, en el stand de Persia, preciosas alfombras, lámparas doradas y alhajas se hallaban dispuestas como si se trataran del botín de un pirata.

También al fondo de la nave central del palacio, el niño vio a lo lejos dos enormes y frondosos árboles.

—Papa, ¿cómo han podido meter dos árboles aquí dentro?

El doctor Blacksmith se tocó el bigote, se colocó el monóculo y fijó la vista para saber de qué hablaba su hijo.

—Bueno querido George, se trata de dos Ulmus rubra, de la familia de los Ulmaceae, más conocidos como olmos. Y es evidente que el edificio ha sido construido alrededor de los mismos.

—¡Oh! —Exclamó el niño asombrado. Desde luego su padre, además de ser un gran doctor, sabía de todo, y aunque a veces pecaba de ser demasiado estricto, George sentía admiración por él.

En aquella exposición los Blacksmith pudieron ver: un bloque de 24 toneladas de carbón y otro de oro de 152 kilogramos llegado de Chile. Carruajes majestuosos, muebles curiosos, como una estantería rotatoria. Locomotoras de vapor y una máquina para elaborar soda llegada desde el otro lado del Atlántico. En el stand de Estados Unidos se hallaba la cosechadora MacCormick, y un tal Samuel Colt presentaba un súper revolver.

Pero a George lo que más les llamó la atención fue un futurista casco submarino y unas innovadoras máquinas voladoras parecidas a las que él había dibujado.

Por su parte, su madre se interesó mucho por una cocina de gas y un aparato llamado refrigerador, que servía para mantener los alimentos frescos. Aunque lo que más le gustó fueron las perlas y el marfil llegados desde las Antillas. Así como las pieles de tigre.

El doctor dedicó gran parte de la visita en informarse de las ventajas de las nuevas prótesis mecánicas: como un brazo artificial lleno de correas, ganchos y juego de muelles que facilitaban sus movimientos, o por unas narices postizas elaboradas en plata, además de instrumentos quirúrgicos de última generación.

Todos se quedaron fascinados al ver la pequeña fuente de colonia en el stand de Francia, y tanto su hermanita Emily como él, se asombraron de los diversos juguetes de lata y las muñecas articuladas en sus casitas de madera llegadas desde Austria.

Estaban todos agotados de tanto caminar, pero no estaban dispuestos a perderse ninguna de aquellas maravillas venidas de lejanos países, así que siguieron caminando, todavía les quedaba por visitar la planta superior del palacio de cristal, pero justo delante de la jaula de oro donde se mostraba el enorme diamante Koh-i-Noor como si de un brillante pájaro se tratara, se toparon cara a cara con el señor y la señora Wickfield que iban acompañados por una jovencita de la misma edad que George.

La niña de cabellos pelirrojos y rizados, lucía un tocado de puntillas atado bajo su barbilla. Tenía unos preciosos ojos verdes y la cara llena de pecas.

George no supo si fue a causa de la luz, pero le pareció la niña más bonita que jamás había visto en su vida.

—¡Qué grata sorpresa, señora Wickifield! —exclamó Adele. Su madre parecía muy contenta de haberse encontrado con su amiga. Los cuatro adultos se saludaron con un gesto de cabeza— ¿Y está jovencita? —preguntó su madre sonriendo a la niña.

—Es mi sobrina Brianna, la hija de mi hermana, la que vive en Sheffied. Ha venido a pasar una temporada con nosotros.

George sintió de nuevo como el calor invadía su cara y se le instaló una bola en el estómago, intentó disimular escondiendo el rostro tras su Children’s Prize Gift Box, un libro que se daba a todos los niños al entrar, donde se describían los inventos y objetos más raros que se presentaban en la exposición.

El pobre George intentaba pasar desapercibido mirando los dibujos de una cama que despertaba a su ocupante, catapultándole hacía una bañera de agua fría. El dibujo era muy cómico, aunque al niño no le parecía un invento nada práctico.

—George querido…

Cuando su madre usaba ese tono tan suave era la señal de que le iba a pedir algo que no le gustaría nada. Tímidamente fue asomando los ojos y la nariz por encima del libro. Sentía la cara arder.

— ¿Por qué no vas con Brianna a dar una vuelta, mientras nosotros vamos a tomar un té con los señores Wickifield?

A George le dio un vuelco el corazón. Aquello era una encerrona en toda regla. Entonces recordó la tarde anterior, cuando las dos mujeres charlaban en la salita de casa. Seguro que lo habían planeado todo para que los dos niños se conocieran. «George es tremendamente tímido, y siempre está enfrascado en sus libros. Prácticamente no tiene amigos de su edad», solía quejarse su madre a todo el mundo. ¿Por qué tanto empeño en buscarle amistades? A él no le importaba estar solo, a él le gustaba sentarse en el sillón de la biblioteca y devorar un libro tras otro. Él tenía muchos amigos: Oliver Twist, Tiny Tin, Gulliver, Ivanhoe.

—Margie ¿Puedes acompañarlos? Así Emily también se distraerá.

La joven niñera se puso enseguida al mando de la situación.

—¡Vamos chicos! ¡Vayamos al stand de Egipto! Me han dicho que tienen la reproducción de una esfinge y un mural lleno de jeroglíficos —les informó, mientras con una mano empujaba con dulzura a Brianna por la espalda.

Una vez fuera del alcance visual de los adultos, los niños empezaron a correr hasta las escaleras, subiéndolas de dos en dos como una manada de caballos desbocados. La pobre Margie les seguía resoplando con la pequeña Emily en brazos.

—¡Niños! ¡Niños! ¡Esperad!

Las escaleras temblaban y las damas murmuraban asustadas, apartando sus voluminosas faldas para dejarlos pasar. Una vez arriba Margie pudo alcanzarlos y ya no se separaron de ella ni un milímetro bajo amenaza de volver con los mayores.

Visitaron los stands de la China con sus flores de cera, sedas y sus dragones de colores. El de Bélgica donde pudieron probar sus bombones de chocolate y se acercaron a un stand lleno de científicos con batas blancas que se movían entre probetas donde líquidos burbujeantes humeaban sin parar.

Por fin los cuatro se adentraron en lo que parecía un callejón de la antigua ciudad de El Cairo, con suelos empedrados y teas encendidas que le daban un toque irreal. Al final del callejón al girar la esquina, se dieron de bruces con una esfinge de grandes dimensiones. Era una gran estatua con cara de hombre y cuerpo de león.

—Dios santo… —susurró George con los ojos abiertos como naranjas.

—Es la famosa esfinge de Guiza —le explicó Brianna—. Tiene el rostro del faraón Kefren y el cuerpo de un león.

—Kefen… —repitió Emily con media lengua haciendo que todos estallarán en una risotada.

—¡Mirad niños! —Margie corrió hacia un trono donde se sentó con la pequeña Emily en brazos. El trono era dorado lleno de flores de loto y escarabajos azul añil dibujados en él. La luz de las antorchas le daba un aspecto majestuoso.

—¡Soy la reina Cleopatra! —dijo Margie con tono solemne.

—¡Queopata! ¡Queopata! —respondió Emily dando saltitos sobre el regazo de la niñera. Su faldita de volantes se movían con gracia.

La escena era cómica. Emily parecía un pequeño mono agarrada al cuello de la joven

—¡Queopata! ¡Queopata! ¡Queopata!

—Mira —susurró Brianna en el oído a George, al mismo tiempo que señalaba hacía un rincón.

Tras un muro repleto de jeroglíficos, George pudo intuir la silueta de un viejo que fumaba de una pipa de agua. El viejo de ojos verdes y penetrantes, perfilados con una raya de pintura negra, desprendía un aura de misterio que les dejó boquiabiertos. Vestía una casaca granate con botones dorados, bombachos negros y zapatos acabados en punta. En su cabeza lucía un turbante también dorado con una pluma de faisán en la frente. Parecía un genio salido de una lámpara maravillosa.

El viejo les miraba sonriente.

George y Brianna, sintieron como si una atracción misteriosa les arrastrara hacía él. El hombre, sentado frente a su pipa de agua daba grandes caladas de la alargada boquilla y soltaba el humo, formando extrañas figuras que se desvanecían a los pocos segundos.

—Acercaos niños… no tengáis miedo —dijo moviendo sus delgados y huesudos dedos—, venid que no muerdo. Mi nombre es Jade, pero soy más conocido como «El Devorador de Libros».

—¿«El Devorador de Libros»? —preguntó George mirando a su alrededor. Sin darse cuenta se habían metido en un pequeño habitáculo con aspecto de carpa de circo. Dos mujeres ataviadas con túnicas oscuras y con el rostro cubierto con un velo, echaron unos tupidos cortinajes de terciopelo rojo para tener más intimidad.

George empezaba a sentirse incómodo. Miró a Brianna preocupado, pero la niña tenía una sonrisa dibujada en su rostro y parecía tranquila.

El humo de la pipa de agua flotaba formando filamentos blancuzcos.

—Hola George Blacksmith. Bienvenido a mi pequeño mundo —dijo el viejo.

George sintió miedo ¿Cómo podía saber aquel viejo su nombre? ¿Qué estaba pasando allí?

—¿Cómo sabe mi nombre? —preguntó con un nudo es el estómago—. ¿Qué quiere de nosotros?

—¿De qué país han llegado usted? No veo ninguna bandera. Solo hay libros. —Observó Brianna señalando hacía unos montones formados por centenares de libros de diferentes tamaños y colores.

—Yo no tengo país. Yo soy «El Devorador de Libros», yo pertenezco al mundo. Vivo a través de los libros, vivo en los libros. Yo conozco todo sobre vosotros. Por eso sé que te llamas George Blacksmith, que vives en el número 70 de Palace Garden terrace, que tu padre es el reconocido doctor Peter Blacksmith, que tu madre se llama Adele Midletow, y que tienes una hermana pequeña que está empezando a hablar.

—¡Claro! Eso es fácil saberlo —protestó Brianna—. No le hagas caso George, desde aquí se ve el stand de Egipto y ha podido escuchar tu nombre, incluso puede que se haya informado antes de tu vida para engañarte. Tú padre es un médico muy conocido en Londres.

—Si soy un farsante ¿cómo puedo saber que te llamas Brianna y que te gustan las galletas de jengibre que hace tu tía Dorothea y que las tardes soleadas que pasas en Londres te gusta escaparte a Hyde Park y sentarte frente al lago Serpentine a leer o a dar trocitos de pan a los cisnes?

Brianna se quedó muda y George sintió sus piernas temblar.

La situación era extraña. Los dos niños no entendían nada de lo que estaba pasando, pero incluso estando muertos de miedo, la curiosidad les tenía tan atrapados y no les dejaba mover ni un músculo.

—¿Qué quiere de nosotros? —se atrevió a preguntar George.

—Quiero proponeros un juego —dijo el anciano mientras las dos mujeres le ayudaban a levantarse del suelo.

—¿Un juego? —Brianna parecía entusiasmada.

El viejo se movía con dificultad, por ello las dos mujeres estaban pendientes en todo momento de todos sus pasos. De uno de los montones de libros que se hallaban esparcidos por el stand tomó uno cualquiera y después de pasar la palma de su mano sobre el lomo, para limpiar el polvo depositado se le entregó a George mirándolo fijamente.

—Quiero que os llevéis este libro. Es un libro muy especial, entre sus páginas encontraréis las pistas necesarias para buscar todos los elementos que necesitaréis para crear el mejor cacharro mecánico que jamás hayas construido.

—Pero, ¿de qué se trata? —preguntó George.

—Esa incógnita se despejará dentro de doce días a partir de esta noche.

Los dos niños se miraron, pese a no conocerse mucho intuyeron que en el fondo los dos deseaban asumir aquel reto, no tenían nada que perder, si decidían abandonar podían hacerlo en cualquier momento.

Con un ligero movimiento de cabeza los dos niños confirmaron sus intenciones. George alargó su mano, y con recelo cogió el libro que le ofrecía Jade con brusquedad, como si fuese la lengua de un camaleón atrapando a su presa. Una vez lo tuvo en su poder lo miró con atención. Era un libro pequeño, forrado de terciopelo negro y ribeteado con un cordón dorado. No había título alguno, solo un signo parecido a la silueta de un niño se hallaba impresa en rojo en la esquina inferior izquierda.

De repente las dos mujeres como si estuviesen sincronizadas en un extraño baile, se dirigieron hacía los cortinajes y los descorrieron dejando entrar el bullicio del exterior.

—¡Empieza el juego! —sentenció el viejo «genio».

Desde allí Brianna pudo ver a lo lejos a la pobre Margie que con Emily en brazos, les estaba buscando entre los visitantes preocupada.

Capitulo 3

Cuando la niñera localizó por fin a los dos niños, no supo si sonreírles o regañarles. «¡Pero! ¿Dónde demonios os habéis metido? ¡Llevo cinco minutos buscándoos! ¡Qué susto me habéis dado!».

Por un momento George sintió pena de la pobre Margie y trato de explicarle lo sucedido.

—Es que un viejo mago nos llamó y nos dijo que entráramos en su… —George se giró para mostrarle de lo que estaba hablando, pero al mirar hacia atrás se quedó perplejo—. ¿Dónde… dónde… se…?

El pequeño stand del viejo de manos huesudas había desaparecido como por arte de magia, y en su lugar había un gran biombo decorado con flores de loto y unos cortinajes dorados.

—¿Cómo es posible? —George, más que asombrado parecía enfadado—. Hace un momento allí había… un extraño viejo, era como una especie de mago. Nos ha dado este libro —dijo al mismo tiempo que se lo entregaba Margie—. Nos ha propuesto un juego.

—¡Jego! ¡Jego! —repitió Emily con su media lengua.

Margie miró a los dos niños y luego observó el libro extrañada. La niñera tuvo que apartarlo en varias ocasiones de las pequeñas manitas de Emily que intentaba atraparlo insistentemente sin éxito.

—Es muy elegante —bromeó mientras le daba la vuelta para ver el reverso. A Margie parecía importarle bien poco todo aquello—, pero solo es un libro, no veo qué interés puede tener, tú tienes muchos ¿No? Además ahora tenemos que ir en busca de tus padres y de los tíos de Brianna que ya deben estar preocupados —dijo devolviéndole el libro de nuevo, para luego empezar a caminar apresuradamente haciendo que los niños la siguieran.

Siempre igual, los mayores nunca prestaban atención a sus cosas. Aunque George ya estaba acostumbrado a que nadie le tomara en serio «Tu siempre con tus libros, tus historias y tus inventos» le solía decir su tío Graham, el relojero. «Este chico podía venir a trabajar conmigo y dejarse de tanto libro». A parte de ser un lector empedernido a George se le daba bien los trabajos de precisión, incluso a veces había ayudado a su tío en el arreglo de algún reloj.

George caminaba deprisa con el libro apretado contra su pecho. No pensaba contar nada de lo que había pasado a nadie; bueno, solo Brianna sabía todo lo acontecido aquella tarde, por eso a partir de aquel momento se había convertido en su cómplice.

—Recuerda que yo quiero participar en el juego —sentenció la niña mirando el libro—, no quiero que empieces sin estar yo presente.

George miró a Brianna a los ojos. Le daba rabia admitirlo pero aquella niña pecosa cada vez le gustaba más. Además parecía inteligente y aventurera, lo que le sumaba atractivo. Solo esperaba que no se le notara demasiado.

—La ventana de la biblioteca de mi casa, da justo en frente a la habitación de invitados de tu tía, la señora Wickifield.

—Formidable, allí es donde duermo. Podríamos comunicarnos de alguna manera, mediante señas o notas —sugirió Brianna.

Al momento George recordó el artefacto comunicador que meses atrás había construido. Aquella era la ocasión perfecta para probarlo. El artefacto, bautizado como: CLPLD «Comunicador de Latón Para Larga Distancia» estaba compuesto por dos latas de la armada británica, que un paciente, marinero de profesión le había regalado a su padre como agradecimiento por curarle de un escorbuto.

Las latas ya vacías estaban unidas por un cordón, cada una a un extremo del mismo. Colocando la lata en la boca o la oreja, servía para hablar y escuchar lo que llegaba desde la otra lata. De hecho George ya lo había probado con la pobre Margie, cuando una tarde escondió uno de los vasos estratégicamente tras un jarrón de flores y empezó a hablar desde la lata del otro extremo como si fuese el espíritu de un fantasma burlón. Todavía recordaba la reprimenda de su padre y los lloros histéricos de la niñera.

—¡Está bien! —George dejó de correr haciendo que Brianna le imitará, y hecho mano al bolsillo interior de la chaqueta de donde saco un reloj de bolsillo. Luego se lo entregó a Brianna, La esfera era de un color turquesa intenso y los números romanos brillaban sobre los engranajes—. Cuando estas agujas marquen las 12 de la noche, deberás estar pendiente de la ventana de la biblioteca de mi casa, a esas horas todos duermen así que creo que será el mejor momento. Te haré una señal con una vela dibujando un círculo, esa señal querrá decir que soy yo. Entonces te haré llegar un cable con una lata en el extremo y te lo pondrás en el oído.

—En la…

—No preguntes, tu hazlo —contestó George—. Ahora vamos. —Le ordenó y empezó a correr.

Al llegar al stand de la India, el doctor, su mujer y los tíos de Brianna seguían conversando animadamente. Emily se lanzó a los brazos de su madre dando pequeños grititos. Margie parecía agotada.

—Bueno niños, ¿qué tal ha ido la excursión? —preguntó la señora Blacksmith.

—Ha sido gratamente instructiva —respondió Brianna educadamente—. Hemos comido chocolate, hemos visto a unos científicos haciendo experimentos, hemos visto una esfinge, hemos paseado por una callejuela del Cairo, y Margie y Emily se han sentado en el trono de Cleopatra.

— ¡Keopata! ¡Keopata! —Gritó Emily de nuevo haciendo reír a todos los allí presentes.

Cuando abandonaron la exposición Universal, ya casi había anochecido y las grandes cristaleras que formaban el palacio brillaban intensamente reflejando las estrellas y una luna llena que empezaba a asomar tras la cúpula. Pero los dos niños no podían disfrutar de aquella visión, ellos solo tenían en su mente una cifra, las doce de la noche, hora en la que empezaría su aventura.

Capitulo 4

La tapa del viejo reloj de bolsillo se deslizó lentamente hacía un lado, acompañado de un ruidito mecánico. Una vez la tapa hubo realizado todo el recorrido empezó a emitir algo parecido al piar de un pajarillo hambriento. Brianna se levantó sobresaltada de la cama y se puso la bata y las zapatillas. Se escuchaba un piar débil, pero como todo estaba en silencio el volumen se triplicaba y corría el peligro de que alguien lo escuchara desde otras estancias. Brianna cerró la tapa del reloj para evitar que siguiera emitiendo aquel se sentó a la ventana impaciente.

No pasaron ni dos minutos cuando vio la luz de una vela al otro lado de los visillos. La luz dibujó un círculo muy despacio. Aquella era la señal, así que se apresuró a abrir la ventana. El aire frío le azotó la cara e hizo temblar la llama de una vela que tenía sobre la mesilla de noche. Cuando Brianna acostumbró sus ojos a la luz exterior, pudo ver como emergía de la oscuridad de la ventana de enfrente la cabeza de George con una especie de antifaz, luego vio que se trataba de sus lentes. Las dos ventanas estaban a unos escasos 3 metros y medio. De hecho podían hablar perfectamente en voz baja, pero se arriesgaban a que alguien les escuchara.

—Ten cuidado, te voy a lanzar una cosa. Debes cogerla al vuelo, así que solo tienes una oportunidad —susurró George—. A la de tres… ¿Preparada?... uno…, dos…, tres…

Brianna pudo ver como su amigo le lanzaba algo brillante. No le costó cogerlo. Al principio no supo que era aquello, pero enseguida vio que se trataba de una lata con un cordel que salía de la parte inferior. La niña se quedó mirando aquel extraño artefacto.

—Ponte el agujero de la lata en el oído —escuchó que le decía George. Su voz sonaba metálica.

Brianna se lo acercó poco a poco al oído alucinada ¿Acaso era un truco de magia?

—¿Hola? —preguntó Brianna.

—Noooo —escuchó la niña—. Para hablar debes hacerlo dentro de la lata. —Brianna le hizo caso y se acercó la lata a los labios.

—¿De dónde demonios has sacado esto? —preguntó la niña esperando respuesta. Desde la ventana de enfrente pudo ver George señalando la lata y llevándosela nervioso al oído, haciéndole entender que se la volviese a poner en la oreja.

—Curioso —susurró sorprendida, parecía que por fin lo había entendido.

—Ahora escúchame atentamente —dijo impaciente—, cuando quieras hablar te pones la lata frente a la boca y después para escuchar en la oreja. Ahora, si lo has entendido afirma con la cabeza.

Brianna se giró frente a la ventana y dijo que si con la cabeza.

—Muy bien, ahora escucha. He leído la primera página del libro y dice así —George se aclaró la garganta antes de empezar—:

«Este libro os llevará a través de la ciudad y sus misterios. Tendréis que descifrar los enigmas que en él se plantean. Cada enigma os llevara hacía un lugar o hacía una persona que os entregara, una a una las piezas necesarias para completar el juego. No podéis dejar ninguna de esas fases sin finalizar, si así lo hicierais no podréis completar el juego y no tendréis recompensa. Suerte, paciencia y disciplina son las claves de la vida.

Firmado: El Devorador de Libros.»

—¿Nada más? —preguntó Brianna cambiando la lata de la oreja a la boca,

—Bueno, también hay un fragmento de Frankenstein.

—¿Frankenstein? —Brianna no sabía de qué le estaba hablando, nunca había escuchado un nombre tan raro.

—Sí, es uno de los personajes principales de la obra de Mary Shelley. El doctor Víctor Frankenstein, crea un ser con el cadáver de un hombre ahorcado y lo devuelve a la vida.

A Brianna se le erizó el vello ¿A quién se le podía ocurrir semejante atrocidad? ¡Eso era imposible!

—Espera te lo leeré —dijo entusiasmado George—:

«Una desapacible noche de noviembre contemplé el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad rayana en la agonía, coloqué a mí alrededor los instrumentos que me iban a permitir infundir un hálito de vida a la cosa inerte que yacía a mis pies. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente, y la vela casi se había consumido, cuando, a la mortecina luz de la llama, vi cómo la criatura abría sus ojos amarillentos y apagados. Respiró profundamente y un movimiento compulsivo sacudió su cuerpo.»

Brianna sintió un escalofrío.

—¿Crees que tiene algo que ver con nuestro juego? La verdad es que me está dando un poco de miedo.

—Vamos Brianna, es solo una novela, no puedes ser tan miedica.

—¡No soy miedica! —gritó.

—Shhhss baja la voz nos van a oír —protestó George.

—Está bien, pero no lo soy —repitió molesta.

—Bueno, vamos a tranquilizarnos. A ver, además del fragmento hay una especie de adivinanza, creo que esta podría ser la primera pista del juego que dice así:

«Si tú quieres ser como Víctor Frankenstein, un cuerpo has de encontrar. Solo el palacio de Cristal deberás de nuevo visitar. 14-A. La cabeza encontrarás.»

—Si tú quieres… Víctor… Palacio de cristal… 14-A... —repitió Brianna susurrante—, de nuevo visitar... la cabeza… Está claro, nos está indicando que debemos volver a la Exposición Universal, allí estará la primera pieza, en este caso la cabeza, pero lo de 14-A…

A George se le ocurrió algo.

—Espera, quizás sepa que significa —dijo levantándose con cuidado—, ahora vuelvo.

George subió a su habitación procurando no hacer ruido. Allí busco su Children’s Prize Gift Box, y volvió a bajar a la biblioteca, esquivando a Perry que dormía plácidamente frente a la puerta del dormitorio de sus padres.

Una vez a salvo, volvió a sentarse frente a la ventana y expuso su teoría a su amiga.

—A ver, creo que ese número y esa vocal podrían indicarnos el lugar exacto donde debemos ir a buscar la primera pieza. Espera. —El niño abrió su pequeño libro justo por la mitad, donde había impreso el mapa del palacio de Cristal, Los stands estaban numerados, desde el primero, que se hallaba situado a la derecha de la entrada principal, hasta el segundo piso. George se acercó el candelabro con dos velas y siguiendo con su dedo fue rastreando sobre el mapa hasta encontrar el número 14. El stand 14 pertenecía a Austria—. Ya lo tengo — George tuvo que contenerse para no gritar—. Ya lo tengo, es el stand número 14 que pertenece a Austria, A de Austria. Si no recuerdo mal, allí pude ver varios muñecos de metal, incluso vi piezas expuestas que servían para montar juguetes.

—Pues está claro. No parece tan difícil ¿No? —se alegró Brianna—. Ahora tenemos que pensar en cómo y cuándo vamos a volver al Palacio de Cristal.

—Yo tengo un pase para toda la temporada de la exposición. Tú podrías usar el pase de mi hermana Emily. No creo que mis padres se opongan. Al menos mi madre estará encantada a que vayamos juntos, según ella no tengo amigos.

—Si tú lo dices. Por mi parte tampoco creo que mi tía ponga problemas. Eres el único niño de mi edad que vive cerca y que es hijo de unos buenos amigos.

—Podríamos ir mañana por la tarde —sugirió George.

—Formidable, hablaré con mi tía… Entonces hasta mañana.

—Hasta mañana —contestó el niño. No sabía si aquella noche podría dormir, tenía demasiadas cosas en que pensar

—Hasta mañana. —Brianna también pensó que le costaría dormir, pero ella por no poder quitarse de la cabeza a Frankenstein y su muerto viviente.

Una ráfaga de viento silbó en el callejón, y un relámpago brilló entre los edificios del barrio de Kensington, al cabo de cinco segundos se escuchó como retumbaba. Sé estaba acercando una tormenta.

Capitulo 5