El dilema de Eduard Bloch - Félix Pal - kostenlos E-Book

El dilema de Eduard Bloch E-Book

Félix Pal

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Beschreibung

Bloch nació en Frauenberg (hoy República Checa, por entonces perteneciente al Imperio Austro Húngaro), estudió medicina en Praga. Se estableció en la ciudad Linz y allí se convirtio en el médico de la familia Hitler. El primero de la familia que Bloch trató fue Adolf. En 1904, Hitler había enfermado gravemente y estaba postrado en cama debido a una severa enfermedad pulmonar. En 1907, a la madre de Hitler, Klara, se le diagnosticó un cáncer de mama. Murió el 21 de diciembre. Debido a la mala situación económica de los Hitler, Bloch redujo sus honorarios y en ocasiones ni les cobró. Adolf, de 18 años, le escribió a Bloch una tarjeta postal que le aseguraba su "eterna gratitud y reverencia". Después de la anexión de Austria en marzo de 1938 (Anschluss), la vida se volvió más difícil para los judíos austríacos. En esa época le escribió una carta a Hitler solicitando su ayuda y, como consecuencia, recibió una protección especial de la Gestapo. Con el aval de Hitler, Eduard y su mujer pudieron partir en 1940 hacia Estados Unidos, radicándose en Nueva York. Bloch falleció a sus 73 años en Nueva York a mediados de 1945. Sobre la base de esta historia, Félix Pal construye una novela donde se imagina que antes de la entrevista con Hitler para solicitar sus pasaportes, Bloch es invadido por sueños que le exigen matarlo: "Ahora o nunca, es tu última oportunidad para acabar con el nefasto, una sola bala cambiará el curso de los acontecimientos y salvará millones de vidas". Excelente novela, donde la maestría del estilo de Pal atrapa al lector desde las primeras páginas.

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Seitenzahl: 86

Veröffentlichungsjahr: 2024

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El dilema de Eduard BlochEl médico judío de la familia Hitler

Félix Pal

Bloch nació en Frauenberg (hoy República Checa por entonces perteneciente al Imperio Austro Húngaro), estudió medicina en Praga. Se establecio en la ciudad Linz y allí se convirtio en el médico de la familia Hitler. El primero de la familia que Bloch trató fue Adolf. En 1904, Hitler había enfermado gravemente y estaba postrado en cama debido a una severa enfermedad pulmonar. En 1907, a la madre de Hitler, Klara, se le diagnosticó un cáncer de mama. Murió el 21 de diciembre. Debido a la mala situación económica de los Hitler, Bloch redujo sus honorarios y en ocasiones ni les cobró. Adolf, de 18 años, le escribió a Bloch una tarjeta postal que le aseguraba su “eterna gratitud y reverencia”. Después de la anexión de Austria en marzo de 1938 (Anschluss), la vida se volvió más difícil para los judíos austríacos. En esa época le escribió una carta a Hitler solicitando su ayuda y, como consecuencia, recibió una protección especial de la Gestapo. Con el aval de Hitler, Eduard y su mujer pudieron partir en 1940 hacia Estados Unidos, radicándose en Nueva York. Bloch fallece a sus 73 años en Nueva York a mediados de 1945.

Sobre la base de esta historia, Félix Pal construye una novela donde se imagina que antes de la entrevista con Hitler para solicitar sus pasaportes, Bloch es invadido por sueños que le exigen matarlo: “Ahora o nunca, es tu última oportunidad para acabar con el nefasto, una sola bala cambiará el curso de los acontecimientos y salvará millones de vidas.” Excelente novela, donde la maestría del estilo de Pal atrapa al lector desde las primeras páginas.

Colección Autores Hoy

Félix Pal

Nació el 29 de agosto de 1934 en el Hospital Israelita de Buenos Aires. Sus padres vivían en el difuso límite entre el Once y el Abasto, en Ecuador entre Sarmiento y Corrientes en la Ciudad de Buenos Aires. Se recibió de médico en 1959 para luego dedicarse a la especialidad de Alergia e Inmunología. Durante el transcurso de su carrera fue desarrollando una perspectiva humanística que lo llevo a interesarse en la relación del ser humano con su cultura. Hace muy pocos años empezó a escribir. Publicó Un día como cualquier otro (Editorial Topía, 2018).

Colección Autores Hoy

Diagramación E-book y arte de tapa: Mariana Battaglia.

Imagen de tapa: Montaje sobre Eudard Bloch on Collier’s megazine de Carlangelo Carrese

Pal, Félix

El dilema de Eduard Bloch : El médico judío de la familia Hitler / Félix Pal. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Topía Editorial, 2024.

Libro digital, EPUB - (Autores hoy)

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-4025-94-4

1. Judaísmo. 2. Nazismo. 3. ficción general. I. Título.

CDD A863

© Editorial Topía, Buenos Aires, 2024.

Edi­to­rial To­pía

Juan Ma­ría Gu­tié­rrez 3809 3º “A” Ca­pi­tal Fe­de­ral

e-mail: [email protected]

[email protected]

web: www.topia.com.ar

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

La reproducción total o parcial de este libro en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, no autorizada por los editores viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

El dilema de Eduard BlochEl médico judío de la familia Hitler

Félix Pal

Colección Autores Hoy

Indice

I

II

III

IV

“Mi pueblo, suponiendo que tenga uno”,

escribió Franz Kafka.

Kafka y Walter Benjamin “fueron hombres en tiempos de oscuridad”, que se sabían rechazados en Europa como judíos, y no podían ni deseaban “volver ni a las filas del pueblo judío, ni al judaísmo”:

Hannah Arendt

I

Pocos días después de lo que parecía ser el fin de la gran tragedia que enlutó a la humanidad y que lo había obligado a exilarse, la duda que lo acosó durante buena parte de su vida volvía a mortificarlo, mientras el cáncer de estómago lo acercaba, inexorablemente, a un final penoso. Los largos y, en su mayor parte, gratos años dedicados a la atención de pacientes en la lejana Linz, desfilaban en su mente que nunca había dejado de esforzarse por recordar aquellos tiempos felices, en especial su cordial relación con la familia de Alois Hitler. Todo aquello había sido absolutamente sobrepasado por los terribles y luctuosos acontecimientos posteriores que, para él, se revistieron de un manto aún más tenebroso a raíz de aquel yerro fatal, aquel temor imbécil producto de una cobardía imperdonable que lo llevó, en el instante decisivo, a dejarse envolver por las artimañas del pérfido personaje, a pesar de la claridad con que los extraños sueños habían expuesto las cartas sobre la mesa. Las imágenes se habían reiterado, implacables, luego de una primera oportunidad, acomodando su danza de tal modo que sirvieran para alimentar feroces pesadillas que, en extensos períodos, lo martirizaron, tenazmente; durante ellos sólo conoció treguas transitorias. Ahora agradecía el hecho de que esas presentaciones se hubiesen extinguido en suelo americano. Pero era él mismo, ante el inexorable final, habiéndose mostrado incapaz de archivarlas definitivamente, el que volvía a convocarlas, muy a su pesar.

Todo comenzó pocos días después de haber recibido la tarjeta postal mediante la cual, el adolescente Adolf le había hecho llegar su agradecimiento por la atención que él había dispensado a Klara, su madre, afectada por una enfermedad incurable. El joven utilizó en este mensaje palabras que lo conmovieron y jamás olvidaría: “Le deberé eterna gratitud” (Ich werde Ihnen ewig dankbar sein).

Una mañana, pocos días después de aquel gratificante reconocimiento, despertó alterado por extrañas y aterradoras escenas que, a diferencia de lo que suele ocurrir con los sueños, recordaba íntegramente, hasta en sus mínimos detalles. Esas estampas eran acompañadas de un fondo sonoro que evocaba el rumor de multitudes, al tiempo que escuchaba las guturales palabras expresadas con inusitada vehemencia por un personaje de mediana edad que, no tenía la menor duda, era ese mismo joven agradecido, avejentado por el transcurso de un cuarto de siglo, por lo menos. A pesar de la entrecortada audición del discurso, pudo discernir que este expresaba un tajante odio hacia los políticos y que se encarnizaba especialmente con los judíos, momento en el cual la representación cambiaba, permitiendo vislumbrar a personas vestidas con harapos a rayas que parecían constituir el uniforme que portaban esos seres esqueléticos, consumidos. Esta aparición se alternaba con otra, misteriosa, que mostraba altas chimeneas de las cuales emanaba un humo grisáceo. Y Eduard era judío.

Él, que se consideraba un cabal ciudadano del imperio Austro-Húngaro, no practicaba la religión de sus ancestros con los que se sentía muy laxamente unido, pero solía, no obstante, leer con cierto interés una revista de la comunidad que publicaba artículos de un médico de Viena, Sigmund Freud. Gracias a ellos, y a su propia experiencia, comprendió la excepcional naturaleza de aquella historia onírica: la contundencia y persistencia de su carácter y el insólito eco que reforzaba el aparente mensaje. Si el neurólogo vienés tenía razón, ¿qué le estaba diciendo su inconsciente? ¿O este sueño era otra cosa, bien diferente, algo así como una advertencia, una premonición? Pero ¿Qué tenía que ver con ese muchacho? Que, si bien era un poco raro y bastante vago, él comprendía que estaba transitando una etapa reconocidamente inestable de la vida. Por un momento estuvo tentado de viajar a la capital para consultar con el prestigioso y a la vez polémico colega, pero triunfó cierta timidez que lo llevó a desistir de un paso que se le antojaba demasiado arriesgado.

La respuesta sobrevino junto a un convulso despertar, pocas semanas después, cuando el mismo personaje, más nítido esta vez, que ahora indudablemente era un Adolf ya mayor, se sobreponía con un espectáculo de fusilamiento de personas que, sin duda alguna, por el atuendo de algunas de ellas, eran hebreas. Los cuerpos caían en una gran fosa excavada en un bosque. Si bien en un primer momento experimentó alarma por el contenido y la peculiaridad de la pesadilla; su carácter bonachón y la reserva que creyó prudente mantener para no involucrar a un paciente perteneciente a una familia conocida, lo llevaron a evitar comentarlo. Ni siquiera a su esposa mencionó este extraño asunto. Pero no podía olvidarlo, ni considerarlo el producto de una alucinación provocada por alguna substancia de moda, como los barbitúricos, la cocaína o la anfetamina, porque él nunca las había probado.

Después de haber gozado de descansos tranquilos, poblados de visiones habituales, una mañana despertó alterado por un nuevo cuadro, tan diáfano como los anteriores y sin duda alguna, dotado de su extraña naturaleza, pero muda esta vez. Se trataba de un gigantesco cartel que contenía, sobre un fondo blanco, una inscripción redactada con grandes caracteres en letra gótica y color negro que decía: “Está en tus manos detener la tragedia, debes eliminar al demonio”.

Desde esa mañana fueron de dos tipos los acontecimientos que lo persiguieron, acompañados o no de acústica, según el caso. Ellos comenzaron a aparecer intempestivamente, también durante las horas de vigilia, haciendo vanos sus esfuerzos por olvidarlos. La persistencia de esta intrusión en su tranquila vida de médico de una ciudad del interior, no logró quebrar la determinación que lo llevaba a mantener a toda costa el secreto de la existencia de esas raras experiencias. Después de cierto lapso, tuvo noticias de su antiguo paciente gracias al comentario de otro judío de Linz que, sumamente disgustado, lo puso al tanto respecto a las andanzas de Adolf. Este amigo, funcionario civil del estado austríaco, le comentó que el varón menor de los Hitler había huido a Munich para eludir el servicio militar en su país. Intentó entonces tranquilizarse pensando: ahora menos que nunca debo preocuparme por él y sus absurdas peripecias.