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…La triste noche de invierno había cerrado. El coronel y su joven esposa habían agotado en una larga conversación el tema de sus preocupaciones y esperaban los acontecimientos. Sabían que esta espera no sería larga; lo sabían demasiado... y este pensamiento hacía temblar a la pobre mujer. Mark Twain.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
Mark Twain
La triste noche de invierno había cerrado.
El coronel y su joven esposa habían agotado en una larga conversación el tema de sus preocupaciones y esperaban los aconteci-mientos. Sabían que esta espera no sería larga; lo sabían demasiado... y este pensa-miento hacía temblar a la pobre mujer.
Tenían una criatura de siete años, Abigail.
Dentro de breves instantes iba a aparecer para darles las buenas noches y ofrecer su frente cándida al beso de despedida. El coronel dijo a su mujer:
-Enjuga tus lágrimas, querida, y en atención a ella tratemos de parecer felices. Olvidemos por un momento la desgracia que va a herir-nos.
-Tienes razón. Aceptemos nuestro destino; soportémoslo con valor y resignación.
-Chist. Ahí está Abby.
Una preciosa niñita de ensortijados cabellos, vestida con un largo camisón se deslizó por la puerta y corrió hacia el coronel; se apelotonó contra su pecho, y lo besó una vez, dos veces, tres veces.
-Pero ¡papá!... no debes besarme así. Me enredas todo el pelo.
-¡Oh! ¡Lo siento mucho, mucho! ¿Me perdonas querida?
-Naturalmente papá. ¿Pero te pesa verdade-ramente lo que has hecho? ¿Pero te pesa de veras, no en broma?
-Eso lo puedes ver tú misma Abby.
Y se cubrió el rostro con las manos, fingien-do estar llorando. La niña llena de remordi-mientos al ver que era causante de un pesar tan profundo, rompió a llorar y quiso apartar las manos de su padre, diciendo:
-¡Oh, papá! ¡No llores, no llores así! Yo no he querido hacerte sufrir! no volveré a hacerlo!
Y al separar las manos de su padre, descu-brió inmediatamente sus ojos risueños y exclamó:
-¡Oh, papá malo! No llorabas; te estabas burlando de mí. Ahora me voy con mamá.
Y hacía esfuerzos para bajarse de las rodillas del padre; pero éste la estrechaba entre sus brazos.
-No querida; quédate conmigo. He sido ma-lo, lo reconozco y no lo haré nunca más. Tus lágrimas están secas ahora, y ni uno solo de tus rizos, está deshecho; sólo falta que me digas qué es lo que quiere.
Un instante después la alegría había reaparecido y brillaba en el rostro de la niña. Acari-ciando las mejillas de su padre, Abby eligió el castigo.