El dueño del desierto - Lynne Graham - E-Book
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El dueño del desierto E-Book

Lynne Graham

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Beschreibung

Con este anillo... ¡Te chantajearé! Cuando la ingenua Polly Dixon aterrizó en Dharia, un reino del desierto, con un anillo que era su único lazo con su misterioso pasado, no podía imaginarse que iban a detenerla y a dejarla a los pies del imponente dirigente de ese país. El rey Rashad recelaba de la deseable Polly, pero la imaginación del pueblo de Dharia se había disparado al enterarse de que ella poseía el anillo y creían que Polly era la esposa que él había estado esperando. Por eso, Rashad inició una ofensiva sensual en toda regla para acabar derritiendo la firmeza de Polly y que le pidiera que la llevara al altar.

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Seitenzahl: 208

Veröffentlichungsjahr: 2018

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Lynne Graham

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El dueño del desierto, n.º 140 - mayo 2018

Título original: The Desert King’s Blackmailed Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-151-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

EL rey Rashad El-Amin Quaraishi estudió las fotos que tenía por encima de la mesa del despacho. Medía casi dos metros, había heredado la estatura excepcional de su abuelo, y sobresalía en casi todas las reuniones. También había heredado las facciones perfectas, el pelo moreno y los ojos oscuros que habían hecho que su madre fuese una belleza reconocida en todo Oriente Próximo. Naturalmente, la prensa siempre hablaba con admiración de él, y eso lo abochornaba mucho.

–Todo un derroche de perfección femenina –comentó con fervor Hakim, su asesor jefe–. Un reinado nuevo, una reina nueva y, esperemos, una dinastía nueva. La fortuna sonreirá a Dharia.

Él no discrepó, aunque su empleado parecía algo menos entusiasta, pero la verdad era que Rashad siempre había sabido que su deber era casarse y tener un hijo. Desgraciadamente, no era una perspectiva que le hiciera mucha gracia. No en vano, ya se había casado antes, cuando era muy joven, y conocía los inconvenientes. Sería agobiante vivir con una mujer con la que podría no tener nada en común. Se producirían muchos malentendidos y encontronazos de personalidad. Además, si no se quedaba embarazada en un tiempo récord, el agobio, la insatisfacción y la infelicidad serían insoportables.

Efectivamente, el matrimonio atraía muy poco a Rashad. Lo más que podía esperar de una futura esposa era que tuviese el suficiente sentido común y sentido práctico como para permitir que vivieran vidas separadas y en cierta paz, aunque no tenía muchas esperanzas, porque su esposa anterior se había pegado a él como una lapa. Tampoco era probable que fuese a olvidar el famoso y tormentoso matrimonio de sus padres. No obstante, también entendía y aceptaba que la estabilidad de su país dependía de que su pueblo lo viera como un modelo de hombre respetable.

La población de Dharia había sufrido mucho durante los últimos y convulsos años, y ya no anhelaba los cambios y la innovación porque todo el mundo, al buscar la paz, había recuperado las costumbres tradicionales. El despilfarro de su padre y su empeño obstinado en imponer una forma de vida occidental en un país extremadamente tradicional habían llevado a un gobierno cada vez más tiránico que había colisionado inevitablemente con el ejército, que pasó a defender la constitución con el apoyo del pueblo. La historia de esa revolución popular se grabó en las ruinas del palacio del dictador, en la ciudad de Kashan, y en la inmediata restauración de la monarquía.

Casi toda la familia de Rashad había muerto en un atentado atroz con un coche bomba. Entonces, su tío lo había escondido en el desierto para mantenerlo a salvo. Solo tenía seis años y era un niño asustado que estaba más apegado a su niñera inglesa que a sus padres, a quienes veía muy de vez en cuando. Además, hasta su niñera se había esfumado en medio del tumulto que había seguido a la bomba y a la declaración del estado de excepción. Se había saqueado el palacio, los leales empleados se habían dispersado y la vida que había conocido él había cambiado hasta que se hizo irreconocible.

–Majestad, ¿puedo proponeros algo? –le preguntó Hakim.

Rashad llegó a pensar por un momento que su asesor iba a proponerle que metiera las fotos de posibles esposas en una bolsa y que eligiera al azar. Sería una elección aleatoria y muy poco respetuosa con las candidatas, pero estaba convencido de que ese método sería tan bueno como cualquier otro.

–Por favor… –contestó él apretando los sensuales labios.

Hakim sonrió, abrió la carpeta que llevaba debajo del brazo y le mostró un dibujo muy detallado de una joya.

–Me he tomado la libertad de preguntarle al joyero real si podría reproducir la Esperanza de Dharia…

Rashad lo miró fijamente y sin salir de su asombro.

–Pero ¿cómo va a reproducirlo si está perdido?

–¿Qué tendría de malo crear un anillo que lo reemplazara? Es un símbolo muy potente de la monarquía. Era el legado más importante de la familia, pero ya, después de tanto tiempo, es muy poco probable que vaya a encontrarse el anillo original –comentó Hakim en tono serio–. Me parece que es el momento ideal para hacerlo. Nuestro pueblo se siente más seguro cuando se mantienen las tradiciones…

–Nuestro pueblo preferiría un cuento de hadas a que la digan la realidad, que mi difunto padre era un gobernante podrido que formó un gobierno corrupto y ávido de poder.

Rashad lo interrumpió con la franqueza que le caracterizaba y que siempre espantaba a Hakim, mucho más diplomático. El rostro barbudo del hombre mayor se quedó petrificado por la consternación y Rashad fue hasta la ventana que daba al jardín, que un ejército de empleados del palacio regaba abundantemente.

Estaba pensando en el anillo que el pueblo de Dharia había llamado, supersticiosamente, la Esperanza de Dharia. El anillo había sido un impresionante ópalo de fuego que el rey había llevado siempre en los actos ceremoniales. El anillo, montado en oro y con unas palabras sagradas grabadas, había alcanzado un aura casi mística porque lo había aportado a la familia su venerable bisabuela, una mujer adorada en todo el reino por su entrega a las causas benéficas. En otros países, el rey llevaba una corona o un cetro, pero en Dharia la autoridad y fuerza de la monarquía había estado representada por ese anillo antiguo. Había desaparecido después del saqueo del palacio y no se había encontrado nunca, a pesar de lo mucho que se había buscado. El anillo se había perdido para siempre, y podía entender lo que quería decir Hakim: indudablemente, un recambio bien diseñado sería mejor que nada.

–Encarga el anillo –le ordenó en tono apesadumbrado.

Sería un anillo falso para un rey falso, se dijo a sí mismo con su escepticismo innato. Nunca podría olvidarse de que no había nacido para sentarse en el trono de Dharia. Era el menor de tres hermanos y había sido un hijo tardío hasta que sus hermanos murieron con sus padres. Aquel día lo dejaron en casa porque era un niño pequeño demasiado activo y ruidoso, algo que le salvó la vida. Su popularidad todavía lo asombraba y lo convencía para que renunciara a sus ideales y se convirtiera en el hombre que su país necesitaba que fuera.

Una vez, había querido enamorarse y se había casado. El amor había sido sublime durante cinco minutos y luego se había muerto lenta y dolorosamente. No, no estaba dispuesto a pasar por eso otra vez. Sin embargo, también había creído que el deseo carnal estaba mal, hasta que se dejó llevar por él infinidad de veces mientras terminaba los estudios en una universidad británica. Todavía se alegraba de haber podido disfrutar de aquella época de libertad sexual antes de que tuviera que volver a su país para ocuparse de sus obligaciones. Desgraciadamente, en su país le esperaban los rígidos protocolos de la corte que lo obligaban a vivir en una burbuja dorada que transmitía perfección y como una figura que inspiraba una devoción absurda. Efectivamente, a su pueblo le gustaría que se repusiera el anillo y se recuperaran todos los sueños y esperanzas que lo acompañaban, pero a él, no.

 

 

Polly miró a Ellie, su hermana, y consiguió esbozar una sonrisa forzada mientras una mujer rubia y de mediana edad se acercaba a ellas después del breve funeral de su madre, que se había celebrado en una capilla casi vacía. A las dos jóvenes les había parecido un acto triste y desesperante. Ellie, dos años menor que Polly, no recordaba a su madre, y Polly recordaba vagamente una presencia esporádica, perfumada y sonriente, cuando todavía era muy pequeña. Su abuela las había criado y había fallecido hacía unos meses. Las hermanas Dixon no habían sabido nada de su madre durante más de diez años, ni siquiera habían sabido si estaba viva. Por eso le había impresionado que una completa desconocida se pusiera en contacto con ellas para comunicarles que había fallecido.

Vanessa James, la desconocida, y voluntaria en el hospicio donde había muerto su madre, no estaba mucho más cómoda que ellas con la situación y les había reconocido que había intentado convencer a su madre para que se pusiera en contacto con sus hijas, y hablara con ellas, antes de que muriera. Aunque también reconoció que era difícil entender a Annabel durante la última fase de su enfermedad y que esa reunión podría haber sido incómoda y desesperante para todas ellas.

–He reservado una mesa en el hotel para que almorcemos –comentó Vanessa con una sonrisa firme mientras estrechaba las manos de las jóvenes.

–Siento que nos conozcamos en unas circunstancias tan desdichadas.

Polly no tenía ningunas ganas de comer e intentó reconocerlo.

–Fue el último deseo de vuestra madre y dejó apartado el dinero para pagar la comida –le explicó la mujer mayor con delicadeza–. Es una invitación de ella, no mía.

Polly se sonrojó y su pelo rubio, casi blanco, sirvió de contraste para resaltar su incomodidad.

–No quería ser ingrata…

–Bueno, tenéis motivos de sobra para sentiros incómodas con esta situación –comentó Vanessa–. Os contaré algo sobre los últimos años de vuestra madre.

Las hermanas escucharon mientras la mujer mayor les hablaba de la enfermedad terminal que le había arrebatado la independencia y la movilidad a su madre cuando todavía tenía cuarenta y tantos años. Había vivido en un asilo y había muerto en el hospicio donde Vanessa había llegado a conocerla bien.

–Todo eso es muy triste –Ellie se apartó el pelo rojo de la frente con los ojos verdes rebosantes de compasión–. Podría haber hecho mucho para ayudarla… si lo hubiésemos sabido…

–Annabel no quería que lo supierais. Sabía que ya habías pasado unos años cuidando a vuestra abuela durante su declive y no quiso aparecer en vuestra vida para ser otra carga y una responsabilidad. Era muy independiente.

Las tres mujeres se sentaron a la mesa que había en un rincón del restaurante y miraron la carta casi sin verla.

–Tengo entendido que estás estudiando medicina –le dijo Vanessa a Ellie–. Annabel se sintió muy orgullosa cuando se enteró.

–¿Cómo lo supo? –le preguntó Ellie–. Han pasado años desde que se puso en contacto por última vez con nuestra abuela.

–Una prima de vuestra madre era enfermera y reconoció a Annabel hace un par de años, cuando estaba hospitalizada. Le puso al día de la evolución de la familia. Annabel también le hizo prometer que no hablaría con vosotras.

–¿Por qué? ¡Nosotras habríamos entendido cómo se sentía! –estalló Ellie.

–No quería que la vierais o la recordarais así. Siempre había sido una mujer hermosa y era un poco vanidosa con su aspecto.

Polly estaba dándole vueltas a la cabeza. Pensaba en los estudios de su hermana y se daba cuenta de que ella nunca había logrado nada en el terreno académico ni había hecho nada de lo que una madre pudiera sentirse orgullosa. Sin embargo, por un motivo o por otro, la vida siempre se había interpuesto en el camino de sus sueños y sus esperanzas. Se había quedado en casa para cuidar a su abuela enferma mientras Ellie había ido a la universidad para estudiar medicina, y estaba orgullosa de no haber sido egoísta. Al fin y al cabo, su hermana pequeña siempre había sido muy inteligente y siempre había tenido vocación para ayudar a los demás. Sabía que Ellie había tenido remordimientos por dejarla sola con su abuela, pero ¿de qué habría servido que las dos dejaran de estudiar? Polly había sido una alumna normal y corriente en el colegio, y Ellie había destacado.

–También había esperado que estuvieseis en contacto con vuestra hermana menor y que hubiese venido con vosotras –siguió Vanessa.

Las dos hermanas se quedaron pasmadas y la miraron con los ojos como platos.

–¿Qué hermana menor? –preguntó Polly con los ojos color violeta muy abiertos.

Vanessa las miró con tristeza antes de hablarles de la hermana que Annabel dio en adopción cuando ya no pudo cuidarla más. Era cuatro años menor que Polly y, al parecer, su abuela se había negado a acogerla.

–No sabíamos que teníamos otra hermana –reconoció Ellie–. La verdad que es que no sabemos nada sobre la vida de nuestra madre. Bueno, solo sabemos lo que nos contó la abuela, que no fue mucho ni muy halagador. Desde luego, ¡nunca dijo que fuésemos tres!

–Annabel llevó una vida bastante interesante cuando era joven –les contó Vanessa en tono apesadumbrado–. Era una niñera muy competente, viajó mucho y vivió en el extranjero. Trabajó para familias muy adineradas y recibió sueldos muy buenos, que solían tener muchas gratificaciones extras. Sin embargo, cuando tuvo hijos no pudo llevarlos con ella al trabajo y por eso acabasteis al cuidado de vuestra abuela. Entonces, cuando erais bastante pequeñas todavía, Annabel volvió a Londres e intentó poner en marcha una guardería. Metió todos sus ahorros y estaba pensando llevaros a vivir con ella, pero, desgraciadamente, todo salió mal. La guardería fracasó, la relación que tenía se rompió y descubrió que estaba embarazada otra vez.

–¿Dio a luz a otra chica? ¿Cómo se llama? ¿Por qué no hemos sabido nada hasta ahora?

Polly se quedó ligeramente conmovida por la noticia de que la madre que no había llegado a conocer sí había pensado criar a sus propias hijas. Aunque, naturalmente, lo consideraba una posibilidad muy remota porque, de niña, siempre le había parecido que tenía una madre que había eludido sus responsabilidades. Peor aún, a Ellie y a ella les había criado una mujer que se quejaba con amargura de la responsabilidad de tener que criar a sus nietas cuando había llegado a una edad en la que había esperado tomarse la vida con más tranquilidad, y eso había condicionado su punto de vista.

La otra hermana se llamaba Penelope Dixon, y Vanessa no sabía nada más de ella.

–Pregunté en los servicios sociales, pero no pude insistir porque no soy familiar directo. Una de vosotras tendría que hacer las averiguaciones. Es posible que hayan adoptado a Penelope, pero si es así, creo que podríais dejar una carta por si alguna vez indaga sobre su familia natural.

Llevaron la comida a la mesa y Vanessa sacó tres sobres del bolso.

–Vuestra madre os ha dejado un anillo a cada una y tengo que pediros que os hagáis cargo del anillo de vuestra hermana pequeña…

–¿Un… anillo? –preguntó Polly sin salir de su asombro.

–Y con un nombre. Supongo que es el nombre de vuestros padres… aunque Annabel era muy ambigua en ese terreno –contestó la mujer mayor con incomodidad–. Tengo que advertiros de que no estoy segura de que Annabel supiera con toda certeza quiénes eran vuestros padres.

–Ah… –susurró Polly en un tono muy elocuente.

–No fue concreta, pero me quedé con la impresión de que cuando vivía por todo lo alto, cuando cuidaba a los hijos de sus adinerados empleadores, pudo haber sido… un poco… liberal…

–Perdón, ¿qué quiere decir? –preguntó Polly.

–Que se acostaba con todos –contestó Ellie sin andarse por las ramas–. Gracias por ser tan sincera antes de que nos emocionáramos por esos nombres. Sin embargo, me imagino que a Annabel, con esa enfermedad concreta, le costaría recordar con claridad, y que es posible que se haya embrollado al intentar rememorar el pasado.

Entonces, Vanessa le dio su sobre a Polly, quien lo abrió inmediatamente porque la paciencia nunca había sido una de sus virtudes.

Cayó un anillo de oro macizo con una piedra muy grande. Se lo puso en el dedo, pero le quedaba enorme y se dio cuenta de que era el anillo de un hombre, no de una mujer. Miró la piedra con reflejos rojizos, anaranjados y amarillentos.

–Es un ópalo de fuego. Es muy raro, pero creo que no es especialmente valioso –comentó Vanessa–. También es antiguo y está hecho en un país extranjero.

–Muy bien… –murmuró Polly mientras sacaba una pequeña hoja de papel que estaba metida en el sobre y la leía con el ceño fruncido:

Zahir Basara… Dharia.

 

 

–¿Mi… Mi padre podría tener ascendencia árabe? He oído hablar de Dharia…

Polly no daba crédito a lo que había leído porque, a juzgar por su aspecto, no tenía ni una gota de sangre… exótica. En realidad, le habían preguntado varias veces si era escandinava.

–Tu madre fue la niñera de la casa real hasta que la familia real murió –contestó Vanessa.

Polly se preguntó inmediatamente si eso tendría relación con su nombre de verdad, el que aparecía en su pasaporte, que era Zariyah. A su abuela nunca le había gustado ese nombre extranjero y siempre la había llamado Polly.

–¡El mío es una esmeralda! –exclamó Ellie como si hubiese abierto un regalo de Navidad.

–¿Y el nombre? –le preguntó Polly con la esperanza de que fuese el mismo que el de su padre putativo.

–Me parece un nombre de origen italiano, pero me lo callaré por el momento.

Ellie se guardó el sobre en el bolso con un gesto categórico, pero estaba inusitadamente pálida. A petición de Vanessa, también se quedó con el sobre destinado a su hermana Penelope.

–Es posible que nuestra madre coleccionara anillos de pedida…

–Mi anillo es de un hombre –argumentó Polly.

–Sí, pero a lo mejor tenían la intención de achicarlo –replicó Ellie–. Me gustaría que nos hubiese dejado una carta que nos hablara de ella. Vanessa, ¿podríamos visitar el hospicio? Me gustaría mucho ver dónde pasó los últimos días Annabel y hablar con los empleados.

Mientras las otras dos mujeres se enfrascaban en una conversación muy intensa sobre el hospicio, la enfermedad que se había llevado la vida de Annabel y la investigación que financiaba la organización benéfica de Vanessa, Polly se dejó llevar por la imaginación, algo que le pasaba muchas veces.

Empezó a pensar en el ópalo de fuego y se preguntó si habría sido un símbolo de amor. Ellie era más pragmática, pero a ella le gustaba pensar que, al menos, sus padres habían estado enamorados cuando la concibieron. El amor entre dos personas de culturas distintas tuvo que ser complicado, y es posible que no pudieran superar unas diferencias tan grandes. Aun así, el nombre en el sobre le había despertado unas ganas enormes de saber cosas sobre Dharia. ¿Tenía sangre de Dharia en la venas? ¿Era posible que su padre viviera todavía y que quisiera conocerla?

Le encantaría tener un padre de verdad. Su madre las había abandonado y si bien su abuela no las había maltratado, tampoco las había amado. Pensó que sería maravilloso tener un padre que la quisiera de verdad, que se alegrara de sus virtudes y que pasara por alto y perdonara sus defectos.

–No vas a salir corriendo a un país extranjero para hacer averiguaciones –Ellie había visto el anillo y el nombre en el papel y sabía muy bien a dónde estaba llevándole la fértil imaginación de su hermana–. Sería un disparate.

Polly jamás había cometido un disparate… Ni siquiera se había opuesto a su abuela cuando consiguió una plaza en la universidad de Bellas Artes y la anciana le había dicho que tenía que renunciar y conseguir un empleo remunerado para ayudar a mantener la casa. Encontró un empleo en una organización benéfica y se contentó con las clases de arte que daba por las tardes con otros aficionados entusiastas.

Nunca había sido especialmente aventurera y sabía, con gran dolor de su corazón, que era muy improbable que llegara a visitar Dharia. No tenía dinero para pagarse el billete de avión o las vacaciones, no tenía dinero para buscar a un padre con el único dato de un nombre que podía ser el más normal y corriente de Dharia. Era un sueño y ella sabía que los sueños solo se hacían realidad si estaba dispuesta a correr riesgos y a aprovechar la ocasión…

 

 

Polly notaba que la miraban fijamente mientras esperaba en la fila de la aduana del aeropuerto de Kashan. Supuso que era por ser rubia y porque su tez blanca era muy rara en Dharia.

Estaba en el país de su padre, ¡por fin estaba allí y no podía creérselo! Estaba gracias a Ellie, que había aceptado un empleo a tiempo parcial a pesar de lo mucho que tenía que estudiar y que había insistido en que podía salir adelante sin la ayuda económica de su hermana durante un trimestre por lo menos. Aun así, ella había tenido que ahorrar durante unos meses para reunir el dinero suficiente para hacer un viaje así. Su presupuesto era diminuto y se alojaría en una pensión cerca del bazar de Kashan. Se conformaba con que estuviera limpia, y si no lo estaba, la limpiaría ella misma.

Se sonrojó al notar la mirada de otro hombre de ojos oscuros y lamentó no haberse hecho una trenza. Se prometió que al día siguiente se pondría un sombrero. Al fin y al cabo, Dharia no era un país turístico y sí era un poco anticuado. Desde luego, no se pondría los pantalones cortos y el top que había llevado, porque si bien las mujeres no llevaban velo, sí llevaban ropa larga y pasada de moda.

Llegó por fin al mostrador y entregó su pasaporte. Fue como una señal para que dos hombres se acercaran y uno de ellos se dirigiera a ella.

–¿Le importaría acompañarnos, por favor?

Para su desconcierto, fueron a la sala de equipajes, le retiraron la maleta y la bolsa y la llevaron a un cuartito con unas sillas y una mesa. Revisaron la maleta y la bolsa en su presencia mientras se preguntaba por qué no le habían devuelto el pasaporte. ¿Qué estaban buscando? ¿Drogas? Sintió un escalofrío de miedo, aunque lo más que tenía eran unas pastillas para el dolor de cabeza. Había oído historias aterradoras, y cuando entró una mujer del servicio de seguridad, su cuerpecito se puso rígido y en actitud defensiva. Se oyó una exclamación cuando uno de los hombres sacó el anillo con él ópalo de fuego y lo levantó para que la luz de la bombilla reflejara una cascada de colores en las paredes grises. Las tres personas empezaron a hablar atropelladamente en su idioma hasta que los dos hombres se marcharon y se llevaron el anillo. La mujer la miró fijamente y ella tomó aire para intentar tranquilizarse.

–Es usted muy hermosa –comentó la mujer para sorpresa de Polly.

Ella esbozó una sonrisa tensa porque no sabía qué responder a ese comentario en esas circunstancias.

–Gracias –dijo por fin para no ser grosera.

Los minutos fueron pasando con una lentitud desesperante y su acompañante contestó su teléfono. Ella se agarró las manos por encima del regazo y se preguntó por qué se habrían alterado tanto por el anillo. ¿Era un anillo robado? ¿Qué anillo producía esa reacción cuando, según Vanessa, no era muy valioso?

Entró otra mujer con una bandeja de té muy aromático. La acompañante de Polly se levantó y le ofreció una taza. Olía a menta y la mano le tembló mientras se llevaba la taza a la boca.

–¿Por qué me retienen aquí? –se atrevió a preguntar.

–Estamos esperando instrucciones.

–¿Y el anillo?

Las dos mujeres se miraron, pero ninguna contestó. Ella estaba enfadada porque le habían arrebatado el anillo y era el único vínculo que le quedaba con la madre que no había conocido. ¿Cuándo se lo devolverían? Al mismo tiempo, intentaba animarse porque no la habían desnudado para cachearla y le habían llevado té. Era un malentendido, no podía ser otra cosa. No había hecho nada malo, pero ¿habría hecho algo malo su madre cuando estuvo allí hacía todos esos años?

¿Cómo podía contestar a esa pregunta? Su madre, en muchos sentidos, seguía siendo un misterio absoluto. Annabel había recorrido el mundo rodeada de lujos para cuidar a los hijos de otros mientras abandonaba a sus hijas al cuidado de su propia madre, quien las había recibido a regañadientes. No obstante, había proporcionado ayuda económica a su madre y a sus hijas durante muchos años. Cuando esa ayuda terminó repentina e inesperadamente, ella había aprendido lo que era vivir con un presupuesto muy ajustado.

Las hermanas no habían heredado nada de su abuela, quien había dejado todo lo que había en la casa a su hijo, al tío de Polly, mientras se quejaba con amargura porque su hija le había arruinado la jubilación al obligarle a criar a sus hijas ilegítimas. Era una etiqueta que ella no podía soportar, una palabra que su generación no usaba casi nunca porque no se podía etiquetar a un niño con algo que no había hecho nada para merecerse. Sin embargo, era una palabra que había significado mucho para su conservadora abuela, quien se había avergonzado de que sus únicas nietas hubiesen nacido fuera del matrimonio.