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El eco fantasmal de un koto, uno de los relatos menos conocidos de Natsume Sôseki, es la historia del narrador, que está a punto de casarse y se ve sugestionado por la supersticiosa anciana que cuida su casa, quien le habla de una maldición que pondrá en juego la vida de su prometida si no la abandona. La inquietud que siembra en él va agudizándose con los diferentes sucesos que sufre en cuestión de pocas horas (una lluvia torrencial, la charla sobre fenómenos paranormales con un amigo psicólogo, conversaciones en la barbería sobre seres fantásticos de Japón…) y desemboca en un sorprendente desenlace donde se mezclan soberbiamente episodios fantasmagóricos con otros que desbordan comicidad y costumbrismo.
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Seitenzahl: 60
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Natsume Sōseki
EL ECO FANTASMAL DE UN KOTO
TRADUCCIÓN DEL JAPONÉS DE ÓSCAR TEJERO PRESENTADO PORMARIANA ENRIQUEZ
Sōseki
Mariana Enriquez
Dos amigos, compañeros de clase cuando eran estudiantes, se visitan. El que llega, sentado con su tazón de porcelana entre las manos, está de pésimo humor. No tiene tiempo de nada, se lo ve desmejorado físicamente y hasta se irrita al ver que Tsuda, el anfitrión, está dedicado a sus libros, cubiertos de anotaciones. Cuando se entera de que el tema de estudio del amigo son los fantasmas, se enfurece en su fuero íntimo, aunque no se lo dice. Lo piensa, y los lectores nos enteramos: «Dedicarse tan alegremente a leer sobre fantasmas mientras los demás nos afanamos sin descanso me parece el colmo de la indolencia». Tanto que se pone virulento y sigue desgranando su insatisfacción con saña. Tener casa propia le parece una desgracia. No se siente dueño de nada. La sirvienta le arruina la vida en vez de ayudarlo, con sus constantes críticas y demandas. Y así sigue, con el solo propósito de amargarle el rato juntos al amigo, sin piedad porque Tsuda aún vive en una pensión y sueña con la independencia. Mientras rumia sentimientos de desprecio —la porcelana es de saldo, el té que le sirve es barato— desgrana lo que de verdad le molesta: son las supersticiones de su empleada y de su suegra. Cierta idea de una maldición, la casa mal orientada, un monje que vaticina desgracias, un perro que no deja de aullar.
Tsuda escucha paciente: tiene un as bajo la manga para devolverle el mal rato al amigo quejoso y arrogante. Esa semilla de inquietud que le planta es una historia de fantasmas. No vamos a contarla aquí, para no continuar con la trama de esta deliciosa historia de Natsume Sōseki, pero podemos explicar a qué microgénero fantasmal pertenece. Es un fantasma de despedida: aparece antes de su muerte para decir adiós; el que lo ve reconoce al ser amado, aunque es imposible que esté presente de carne y hueso. Los investigadores contemporáneos de lo paranormal investigan el fenómeno, porque es uno de los más persistentes en el relato paranormal. Creen que es una comunicación telepática: el que está por morir le manda un último mensaje a la persona que ama, que está lejos. Un hijo en el campo de batalla se despide de su madre. Un abuelo en el hospital dice adiós a su nieto más querido. Alguien ve a su pareja al borde de la cama cuando debería estar de viaje y, al día siguiente, se entera del choque de trenes donde perdió la vida. Son fluctuaciones bioenergéticas que alteran nuestro campo eléctrico. Estamos hechos en parte de electricidad y, sabemos, la electricidad se transmite.
No hay por qué creer en esta explicación, pero es interesante saber que, de tanto repetirse, los casos recibieron atención académica —en la Universidad de Edimburgo, la Parapsicología se estudia en la carrera Psicología, por ejemplo—. Quizá el cuento folklórico sea más real que cualquier racionalización. Como sea, Tsuda lo usa para una de las más antiguas e inocentes venganzas: sugestionar al otro. Y Sōseki se encarga del resto en un relato tenso y divertido, lleno de imágenes hermosas y perturbadoras.
«Estaba convencido de que, tras la Res-tauración Meiji, los fantasmas habían pasado, de una vez por todas, a la historia», dice el narrador. Es una de las puntas del hilo para retratar a Natsume Sōseki. La Restauración Meiji (1868-1912) significó la caída del gobierno militar de los Tokugawa y la apertura de Japón a Occidente, con un programa de reformas muy veloz e impensable, un verdadero terremoto. La vida de Sōseki, que nació en 1867, coincide casi exactamente con este período y encarnó el espíritu de la época. Así expuso este momento bisagra cuando era estudiante: «A menos que desechemos totalmente todo lo viejo y adoptemos lo nuevo, será difícil que alcancemos la igualdad con los países de Occidente. Aunque hacerlo así va a debilitar el espíritu vital que hemos heredado de nuestros antepasados y nos puede dejar inválidos». Habitar como intelectual semejante era, cuando la identidad cultural debía ser resignificada —era inevitable que lo fuera: Japón casi no tenía influencias externas—, era para valientes. En la Constitución de 1868, el emperador Meiji decreta el fin de las «prácticas oscurantistas»: desde entonces se promueven otros saberes. En este relato, ese monje agorero, esa sirvienta que escucha aullidos, ese miedo ancestral, son de alguna manera el fantasma del viejo Japón. Y el protagonista, como suele suceder en las obras de Sōseki, sufre en carne propia las secuelas de la masiva convulsión cultural.
Natsume Sōseki, el escritor cuyo rostro supo estar en el billete de mil yenes de su país, tuvo una vida bastante particular. Fue dado en adopción varias veces de niño y luego restituido a su familia original; años después, su padre adoptivo lo chantajeó, y su madre murió cuando era adolescente. Aunque sociable, siempre fue melancólico, quizá por esta infancia compleja. Su primera formación fue clásica: obras chinas y confucianas, pero en la universidad estudió Literatura Inglesa. Era un hombre de dos mundos, un japonés moderno. Escribió haikus y poesía china toda su vida, pero también se lanzó decidido a la novela, un género que no tenía tradición como tal en Japón —sí la narración larga, no la novela a la manera occidental—. Su vida entera fue el complemento de tradiciones: cuando se enfermó de tuberculosis, muy joven, se recuperó en un templo zen leyendo a Percy Shelley. En 1900 viajó al Reino Unido como becario del Gobierno, y detestó el viaje, el país, a los británicos; pero a su regreso en 1903 reemplazó a Lafcadio Hearn, el autor de Kwaidan, en su puesto como profesor de Crítica Literaria de la Universidad de Tokio. Cuando, en 1905, le publicaron sus primeros textos de ficción, dejó la docencia y se dedicó al periodismo literario. Todos sus textos son clásicos en Japón, pero entre los más populares están esa belleza que es Soy un gato, publicada originalmente en la revista Hototogisu en 1905, la magistral novela Kokoro, de 1918, y el extraño Diez noches de sueños, de 1908. El eco fantasmal de un koto se publicó entre 1905 y 1906 en una de las revistas con las que colaboraba.
Natsume Sōseki murió de una úlcera estomacal en 1916. Después de su muerte, su cerebro y su estómago fueron donados a la Universidad de Tokio. Su cerebro, preservado, aún sigue ahí.
EL ECO FANTASMAL
DE UN KOTO
—Vaya, es todo un acontecimiento verte por aquí. Hace mucho que no te pasabas —dice Tsuda atenuando la llama al rebasar el tubo de la lámpara de aceite.Y me pongo a pensar, tres dedos jugueteando con el tazón de porcelana Sôma sobre mis pantalones, amenazando con rasgárseme por las rodillas de lo tirantes que me quedan al sentarme, que, en efecto, tiene razón; no me había pasado por la casa de huéspedes desde Año Nuevo, y los cerezos ya están en pleno apogeo.
—Hace tiempo que quería venir,pero nunca encuentro el momento.