El engaño del millonario - Katherine Garbera - E-Book

El engaño del millonario E-Book

Katherine Garbera

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Miniserie Deseo 211 En aquel cambio de imagen, la belleza servía hasta cierto punto… Dante Russo, director ejecutivo de Inferno Brewing, proyectaba una imagen bastante informal. Al haberse hecho famoso, tenía que cambiarla. Y para eso contrató a una especialista en la materia, Olive Hayes, la misma Olive que lo había rechazado despiadadamente en la universidad. Ahora las tornas habían cambiado y a Olive la tentaba el hombre en que Dante se había convertido. ¿Qué haría él: buscar una pequeña venganza o llevar más allá la mutua atracción?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 212

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Katherine Garbera

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El engaño del millonario, n.º 211 - abril 2023

Título original: Billionaire Makeover

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411417761

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Olive Hayes compró un café con hielo en la panadería y cafetería del vestíbulo de su edificio antes de que el taxi que había llamado la condujera a la sede central de la fábrica de cervezas Inferno Brewing. La empresa había comprado un viejo edificio cerca del Navy Pier de Chicago y lo había remodelado para convertirlo en una fábrica y embotelladora de cerveza, además de en oficina y tienda. Como todo el mundo, ella había oído por la radio los anuncios del director ejecutivo de la empresa, Dante Russo, durante el invierno y la primavera, sobre el cambio de estación y la importancia de ser auténtico.

El público había captado el mensaje perfectamente, pero Olive creía que era su voz, soñadora, profunda y bien modulada, la que había tentado a la gente a fantasear sobre el verano. Así que se puso muy nerviosa al recibir la llamada de Kiki Marin, la directora de mercadotecnia de Inferno Brewing.

La mujer fue al grano: Dante necesitaba cambiar por completo su imagen en los medios, por lo que solicitaba la ayuda de Olive, debido a la fama adquirida en su trabajo. Tras la llamada, Olive echó un vistazo a las redes sociales de Dante, y no tuvo que dedicarle mucho tiempo, ya que no tenía.

No tenía cuenta en Facebook ni en Twitter, ni seguidores en Instagram o Tik Tok.

A ella, eso le facilitaría el trabajo. Sería como empezar de cero. Aunque Kiki le había dicho que Dante era un diamante en bruto, pensó que exageraba. Cualquier hombre con esa voz debía resultar muy atractivo a las mujeres.

«Deja de dar cosas por supuesto», se reprochó. Suspiró, dio un sorbo de café y contempló Chicago por la ventanilla.

Había elegido cuidadosamente la ropa que llevaba: un vestido de algodón a cuadritos de color púrpura y unas sandalias de cuña, acompañados de un bolso a juego con el vestido que Paisley, su amiga íntima le había hecho el año anterior. Las tres socias de la empresa tenían bolsos similares hechos por ella.

Olive había creado la empresa con Paisley y Delaney al acabar la universidad. Las tres eran guapas, populares, ricas y mimadas hasta decir basta, como reflejaban sus redes sociales, así que no tuvieron más remedio que hacer algunos cambios de imagen. Al principio comenzaron a pequeña escala. Y resultó que muchos de sus amigos necesitaban el mismo tipo de cambio, entre ellos el novio de la universidad de Delaney, a quien habían contratado para jugar al baloncesto profesionalmente y necesitaba una imagen más de «estrella del deporte» que de «universitario bebedor».

Ese fue uno de los numerosos cambios de imagen que habían realizado durante los ocho años anteriores. Sus padres no entendían por qué su hija se dedicaba a eso, pero estaban orgullosos y la apoyaban. Su madre insistía en que debía buscar esposo, pero Olive no estaba preparada. Había dicho a sus padres claramente que, antes de formar parte de una pareja, debía encontrarse a sí misma.

Seguía madurando y solo ahora comenzaba a gustarle la mujer en que se había convertido. Durante muchos años, se había acostado drogada o bebida y se levantaba lamentando su comportamiento de la noche anterior.

Se colocó detrás de la oreja un mechón de cabello castaño rojizo que se le había escapado de la cola de caballo, mientras el taxi se detenía frente al edificio de Inferno Brewing. Sonrió al conductor y le deseó que tuviera un buen día, antes de bajarse del vehículo. Recicló el vaso de café en el contenedor frente a la puerta y entró en el edificio.

Estaba nerviosa, pero esbozó una sonrisa profesional al acercarse al mostrador de recepción para presentarse.

–Soy Olive Hayes. Tengo una cita a las diez y media con Kiki Marin.

–Gracias –dijo la recepcionista mientras tecleaba. Asintió y le entregó una insignia de visitante–. Siéntese, por favor. La señorita Marin bajará dentro de unos minutos.

Olive se sentó en uno de los bancos que había frente a la recepción. Sacó un cuaderno del bolso y tomó unas notas. Después volvió a repasar la información que le había enviado Kiki. Dante debía de cambiar de imagen antes de The Taste, el festival gastronómico de Chicago que se celebraría el fin de semana del Cuatro de Julio, así que quedaban seis semanas. Kiki había mencionado que necesitaría formación en redes sociales, por lo que Olive tomó unas notas al respecto. Siempre hacía preguntas al cliente durante la primera cita para comprobar cómo respondía de forma improvisada, así como la longitud de las respuestas.

Al fin y al cabo, nadie quería oír a alguien divagando sobre el producto que ofrecía.

–Hola, Olive. Soy Kiki Marin. Encantada de conocerte –dijo la joven tendiéndole la mano.

Olive sonrió y se la estrechó mientras se levantaba.

–Lo mismo digo. Reconozco que el hombre de los anuncios de Inferno Brewing despierta mi curiosidad. Como cualquiera que lo haya oído en la radio, me gustaría saber qué aspecto tiene.

Kiki soltó un bufido.

–Prométeme que, cuando lo conozcas, no saldrás corriendo.

–Claro que no –contestó Olive al tiempo que se preguntaba con qué iba a encontrarse al entrar en el despacho de Dante Russo.

Kiki entró.

–¿Puedes recibirnos, Dante?

–Sí –contesto este con aquel profundo timbre de voz que a Olive le encantaba. Entró, pero se detuvo al observar la mata de cabello rizado que enmarcaba un rostro difícil de distinguir a causa de la espesa y poco cuidada barba. Cuando se levantó, ella vio que llevaba una holgada camiseta gris, una camisa vaquera encima y unos pantalones cargo de color caqui.

Por fin entendió lo que Kiki había querido decir. Se tendría que enfrentar a un gran desafío.

 

 

Olive Hayes estaba allí.

Le resultaba difícil creer que la chica de la que se había enamorado en la universidad, la que lo había rechazado de mala manera y obligado a tomar duras decisiones estuviera allí en carne y hueso. En el umbral de la puerta y más hermosa que nunca.

Miró a Kiki, que enarcó las cejas a modo de advertencia para indicarle que fuera amable.

–Hola, soy Dante Russo –dijo él acercándose a Olive–. Pero la cortesía era fingida. De hecho, estaba resuelto a no cambiar de imagen, porque no iba a poder trabajar con ella, pero le daría a Kiki una oportunidad, pues creía que Olive era la persona más adecuada para el puesto.

–Encantada de conocerlo. Reconozco su voz, que me ha hecho medio enamorarme de usted. ¡Es fabulosa!

Dante se dio cuenta de que no lo había reconocido. En la universidad estaba más gordo, gracias a la comida de su madre y a que no hacía ejercicio. Y entonces se llamaba Danny, no llevaba barba, aunque el rizado y despeinado cabello era el mismo. No le extrañaba que no lo reconociera.

–Gracias.

–Ya ves por qué te necesitamos –apuntó Kiki–. Tiene una voz estupenda, pero…

Él le dirigió una mirada furibunda. Se estaba pasando de la raya.

–Pero ¿qué? –preguntó Olive–. Lo que veo es lo que me esperaba a partir de su voz: un hombre natural, sin artificios. Entiendo que quiera pulirse un poco para hacer anuncios de vídeo, pero creo, sinceramente, que va a querer continuar siendo como es. Si proyectamos una imagen de tío bueno de Hollywood, la gente no se lo va a tragar.

Él miró a Olive y, más allá de la universitaria, vio a la profesional que se hallaba en el despacho. Llevaba el pelirrojo cabello recogido en una cola de caballo. Sonreía con facilidad y su hermoso rostro se le iluminaba.

Sin embargo a él le costaba mirarle otra cosa que no fuera la boca. En la universidad, se pasaba las horas mirándosela mientras ella hablaba. Y aunque se hubiera portado mal con él, tenía una sonrisa que hacía que un hombre se sintiera un gigante, y su boca de labios carnosos invitaba a besarla.

No estaba seguro de si lo que ella decía era que nunca sería un guapo de película, pero sí de que quería trabajar con él sin convertirlo en algo que no era.

–Estoy de acuerdo –dijo Kiki–. Siento haber sido tan directa, Dante, y lo único que quiero es que todo vaya a la perfección.

–Lo entiendo. No me has ofendido –no lo había hecho. Él no se engañaba sobre cómo era; en parte, gracias a Olive, que le había hecho analizar su carácter y que dejara de intentar ser alguien que no era–. Entonces, ¿por dónde empezamos? ¿Quieres tomar algo, Olive?

–Un vaso de agua, por favor. Vamos a establecer unos parámetros. Cuando sepa lo que quieres hacer, empezaremos a trabajar para crear al hombre que se ajuste a la fantasía que tu voz provoca.

Olive se sentó a la mesita redonda que había en un rincón del despacho. Kiki la imitó, mientras Dante les servía algo de beber.

La hora siguiente la dedicaron a hablar del lanzamiento que Kiki había planeado para la empresa, que incluía un desfile de famosos por la alfombra roja durante el festival gastronómico de Chicago. Él tenía que acudir a algunos eventos antes del Cuatro de Julio, pero Kiki quería que apareciera previamente en las redes sociales como imagen de la empresa, no solo como la voz.

Poco después, Kiki se marchó porque tenia una cita y Olive y él se quedaron solos. Ella alzó la vista del cuaderno de notas.

–Esto es lo que Kiki necesita de ti, pero tú eres quien debe hacer todos esos cambios. ¿Qué cosas son imposibles para ti?

–¿Imposibles?

–Cosas que no estás dispuesto a hacer bajo ningún concepto, como cambiarte el cabello, la barba, la ropa… Aunque creo que vamos a tener que buscarte prendas nuevas que se ajusten a tu aspecto informal y relajado, pero que no sean…

–¿De leñador elegante?

Ella rio y asintió. Él sonrió a su vez.

–Sí.

–No me importa cortarme el pelo y recortarme la barba, pero una vez me dijeron que tengo poca barbilla, así que, si te parece bien, prefiero dejarme la barba.

–¿Quién te lo dijo? A veces, la gente dice cosas sin pensar. Seguro que tienes una barbilla estupenda, pero podemos trabajar con la barba.

Era ella la que se lo había dicho. Fue una de las muchas razones que enumeró para explicarle por qué no saldría con él y que mucho menos bailaría con él en una fiesta universitaria.

–Fue una mujer.

–Probablemente era una engreída. Tengo un empleado que se ocupa del cabello y la barba, así que te concertaré una cita con él. ¿Tienes tiempo hoy? Cuanto antes comencemos, mejor. Nos quedan seis semanas hasta el cuatro de julio, pero el primer evento al que debes acudir es el… –consultó sus notas.

Él dejó de escucharla mientras pensaba en lo que había dicho de la mujer. ¿Ella era engreída, por aquel entonces? Tras su forma de rechazarlo, se había dado cuenta de que no la conocía, de que solo había visto a una niña guapa de la que se había encaprichado, como le había sucedido con muchas otras. Sin embargo, al comenzar a hacer un trabajo de grupo, aquel capricho se había convertido en algo más.

No había vuelto ni volvería a cometer ese error.

–¿Qué te parece? –preguntó ella interrumpiendo sus pensamientos.

–Perdona, me he distraído.

Ella le puso la mano sobre la suya y una descarga eléctrica lo sacudió. La retiró inmediatamente.

–Te he preguntado si te viene bien quedar esta tarde para que te arreglen el cabello.

Él asintió y ella recogió sus cosas y se marchó. Dante, sin darse cuenta de lo que hacía, se acercó a la ventana y observó la plaza hasta que la vio salir. Era innegable que era preciosa, sexy, pero no iba a volver a enamorarse de ella. Era lo bastante inteligente, tenía el suficiente éxito y la suficiente seguridad en sí mismo para no hacerlo.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Olive mandó un mensaje a Paisley y Delaney para ponerlas al día sobre su nuevo cliente. Lo hizo, sobre todo, para dejar de pensar en Dante. No se esperaba que fuera tan atractivo. Había en él una innegable sensualidad subyacente. Pero no iba a permitirse sentirse atraída por un cliente. Así que solo se permitió dedicar un breve pensamiento a la aguda inteligencia de sus verdes ojos y a que lo había pillado mirándola de una forma muy poco profesional, como si le gustara. Después se puso a trabajar.

Ya había quedado con Pietro, el peluquero, para que fuera a la oficina de la Inferno Brewery esa tarde a intentar domar la melena y la barba de Dante. También debía hacer una compras para el nuevo guardarropa de su cliente, pero no sabía por dónde empezar.

Sabía que deberían hacerle algunos trajes a medida, desde luego, pero el hombre necesitaba ayuda urgentemente, así que decidió comprarle unos de confección.

Agarró el móvil y le mandó un mensaje.

Olive: Hola, soy Olive Hayes. Necesito tus medidas para comprarte ropa.

Dante: ¿Qué ropa? En casa tengo vaqueros y pantalones caqui.

Olive puso los ojos en blanco y lo llamó en vez de mandarle otro mensaje.

El contestó de inmediato.

–Hola, no pretendo ser difícil, pero detesto desperdiciar el dinero en comprarme ropa.

Su voz le produjo un escalofrío. Olive negó con la cabeza e intentó centrarse. Ya suponía que no se gastaba mucho en ropa.

–Lo entiendo, pero debemos hacernos una idea de qué imagen deseas proyectar. Quiero tener distintas opciones para poder seguir adelante, cuando te hayan arreglado el cabello y la barba. Si quieres, puedo echar un vistazo a tu guardarropa y escoger algunas prendas.

El suspiró.

–Esta mañana no tengo tiempo.

–No importa. Dime tu talla y elegiré ropa en las tiendas en las que tengo cuenta para ver si te gustan.

–Muy bien. Supongo que no debería discutirte cada cosa que me propones –masculló él.

–Me facilitaría mucho el trabajo. Pero te entiendo, Dante. Vendes la cerveza que fabricas, no a ti mismo. Lo que pasa es que la gente cree conocerte a causa de tu voz, y me parece que tu directora de mercadotecnia tiene toda la razón al tratar de aprovecharlo. Así que me esforzaré en complacerla y en no molestarte en exceso.

–Te lo agradezco. Te he autorizado para que puedas utilizar una de mis tarjetas de crédito. Voy a mandarte el número para que pagues con ella.

–No hace falta.

–Claro que sí. Quiero hacer las cosas bien. Por cierto, ya que vas a comprarme ropa, necesito un traje nuevo para hacer lo que Kiki quiere que haga.

–Mandaré a un sastre a tomarte las medidas.

–Estupendo. Tengo que marcharme a una reunión, pero ¿dónde tengo que ir para el cambio de imagen?

Su voz hizo que se lo imaginara con su nuevo aspecto y pensó que le gustaría que el cambio se llevara a cabo en casa de ella. Quería verlo con el cabello y la barba arreglados. Su voz prometía ser la de un hombre que podía cambiarle la vida.

¡Caramba! ¿Qué le pasaba? ¿Por qué Dante Russo le provocaba esos pensamientos?

–Kiki ha ofrecido el salón de actos. Te llevaré la ropa para que te la pruebes después de cortarte el cabello.

–¡Uf! Parece uno de esos programas de cambio de imagen que ve mi madre.

–Es precisamente eso –ella, desde luego, se moría de ganas de ver contemplar la transformación. ¿Estaría tan sexy como se imaginaba?–. Será divertido.

–Seguro. Hasta luego, Olive.

–Hasta luego, Dante.

Una vez que hubo colgado, recibió varios mensajes, incluyendo uno de American Express que le autorizaba el uso de la tarjeta de Dante. Este le envió también sus medidas, que eran inferiores a lo que creía. Claro que la ropa que él llevaba cuando se habían visto esa mañana era ancha. Se fue a comprar.

Le encantaba ir de compras. Era una parte de su trabajo con la que disfrutaba. En lugar de comprar para el hombre al que había conocido esa mañana, pensó en la imagen que su voz le había creado en la mente y compró para ese hombre.

–Hola –dijo Delaney mientras la tomaba del brazo en la sección de perfumería de Bloomingdale’s.

A Olive no se sorprendió ver a su socia y amiga. Las tres tenían la aplicación para rastrear a los amigos y Olive sabía que Delaney no tenía clientes en ese momento. Hija de los Alexander, una familia que se había hecho rica vendiendo jabones y detergentes, los medios de comunicación afirmaban de ella que prefería el estilo de vida de la jet set a trabajar, pero Delaney tenía los pies en la tierra y trabajaba tanto como Olive y Paisley.

Y a pesar de que se aseguraba de que los paparazis la retrataran de noche, con sus amigos, siempre se presentaba a trabajar a la mañana siguiente.

–Hola, ¿qué te parece este? –preguntó Olive sosteniendo un frasco de colonia para que su amiga la oliera.

–¿Para quién es?

–Para el dueño de Inferno Brewing.

–Me gusta, pero ¿y este? –preguntó Delaney agarrando otro frasco que contenía una colonia con más olor a madera.

Olive cerró los ojos y pensó en Dante. Recordó el chispazo que había sentido al tocarle la mano y que se había excitado… Pero debía de haber sido por su voz.

–Me encanta –compró la colonia, la loción para después del afeitado y el gel de baño y lo mandó a la oficina de Inferno Brewing–. ¿Qué te pasa?

Mientras salían de los almacenes, Delaney se lo explicó.

–Creo que Malcolm está con otra.

–¿Qué? Creía que te quería –dijo Olive.

En realidad, no la sorprendía. Delaney solo salía con hombres que la utilizaban. Por algún motivo, únicamente la atraían los mentirosos. Nunca había tenido una relación sana. Olive deseaba ayudarla, pero no sabía cómo.

–Es lo que me había dicho, pero creo que lo hizo para que lo invitara a la fiesta de Nochevieja que dio mi padre. Ya sabes lo cuidadoso que es con las invitaciones, y Malcolm no tiene nada que a mi padre le guste.

–Salvo tu amor.

Delaney soltó un bufido y Olive la abrazó.

–Lo siento.

–Yo también, pero no pasa nada. ¿Tenemos tiempo para comer?

Olive miró el reloj.

–Sí, si lo hacemos deprisa. Tengo que estar de vuelta en Inferno Brewery a las dos.

 

 

A Dante, el humillante rechazo de Olive en la universidad le había cambiado la vida. Decidió dejar de intentar ser otro y ser él mismo, así como no continuar mintiendo. No había engañado a nadie, pero llevaba mucho tiempo mintiéndose a sí mismo sobre quién era. Así que, mientras esperaba a que llegara el peluquero, se preguntó si debía decirle a Olive que ya se conocían.

¿Se acordaría de él?

Y si se lo decía, ¿lo haría por él o por ella? Soltó un bufido.

¿Qué ganaba con decirle que había sido grosera con él en la universidad? Su padre, escritor de ciencia ficción, decía que nunca se debía hacer daño a los demás. Y cuanto mayor se hacía Dante, más pensaba que tenía razón.

Decírselo a Olive le proporcionaría cierta ventaja sobre ella, pero no contribuiría en modo alguno a su relación laboral.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la entrada de Kiki en el despacho, sin llamar, como hacía siempre que estaba entusiasmada.

–¡Jefe! Una de las carpas que se van a montar en el festival de la cerveza de Milwaukee que se celebrará dentro de unas semanas nos ha pedido que seamos los patrocinadores. He estado a punto de rechazar la oferta, por lo mal que se portaron con nosotros hace cinco años…

–Estamos por encima de esas tonterías.

–Así es. Y será la ocasión perfecta para presentar al mundo al atractivo director ejecutivo de cuya voz se ha enamorado.

Dante hizo una mueca.

–No sé si soy ese director, pero, en efecto, será una buena ocasión para dar a conocer mi nueva imagen. ¿Va haber un concierto en la carpa?

–¡Por supuesto! Y de tu grupo preferido: After Dark. Parece que el destino se ha propuesto que lo hagamos.

–El destino está muy ocupado últimamente –musitó Dante.

Kiki enarcó una ceja.

–¿Me he perdido algo?

–No, nada –contestó él, porque no quería hablar con Kiki de su vida anterior. Era una persona estupenda, pero trabajaba para él, y no deseaba mencionar aquellos años–. El peluquero debe de estar a punto de llegar. ¿Quieres ir a comprobarlo?

–Desde luego, jefe –le aseguró ella mientras salía.

Cuando Dante comenzó a vender cerveza, necesitaba a alguien tan optimista como ella. Y Kiki seguía siendo una joya. Se acercó al escritorio para agarrar el móvil y vio que Olive le había enviado varias fotos de distintas prendas.

No le convencía ninguna, pero Kiki tenia razón: ya no era un fabricante de cerveza de poca monta, por lo que debía desempeñar su papel correctamente. Al ganar el primer millón, había dejado el pisito en el que vivía para mudarse a una mansión. A pesar de su aspecto actual, durante un tiempo acudió a discotecas y clubes vestido a la moda y desempeñando su papel en círculos de gente adinerada, pero se cansó enseguida.

Aunque el dinero lo hiciera más deseable ante mujeres como Olive Hayes, a él no le satisfacía. Se había acostado con muchas en un intento por vengarse de Olive, pero no tardó en percatarse de que no avanzaba, por lo que dejó de ir a citas durante unos años y se dedicó a buscarse a sí mismo. Los anuncios radiofónicos que le encantaban a todo el mundo comenzaron con reflexiones que tenía por las mañanas mientras corría. Eran palabras que lo habían sacado del agujero negro hacia el que se dirigía al obtener lo que creía que deseaba y darse cuenta de que estaba vacío.

Llamaron a la puerta.

–¿Dante? Kiki me ha dicho que me esperabas.

Dante se volvió.

–Sí.

–Soy Pietro Savarino. Veo que vamos a tener mucho trabajo. ¿Tienes alguna idea de lo que quieres?

–Se supone que me debo poner en tus manos, pero me gustaría conservar parte de la barba.

–No hay problema. Vamos a empezar.

Pietro era tan amable como la mayoría de los peluqueros. Hacía tiempo que Dante no se cortaba el cabello; desde los días en que salía de fiesta, por lo que se sorprendió al mirarse al espejo, una vez que Pietro hubo terminado.

No estaba mal. Pietro le había dejado el cabello largo en la parte superior de la cabeza, lo que hacía que los rizos parecieran espesos en vez de rebeldes. El corte de barba le acentuaba la mandíbula y le daba un aire serio.

Salió del cuarto de baño.

–Me gusta, gracias.

–De nada –contestó Pietro.

–¡Vaya! –exclamó Olive al entrar en el despacho–. Puede que no tengamos que preocuparnos del guardarropa, Dante.

Sus ojos se encontraron y él notó una descarga eléctrica y sexual. Se dijo con firmeza que eran imaginaciones suyas. No iba a volver a caer bajo el hechizo de Olive. Ahora era mayor y sabía más. Pero al ver la reacción de ella se preguntó si su venganza con las jóvenes ricas no había obtenido resultados porque no la había llevado a cabo con ella.

Aún recordaba cuando la conoció. Los habían asignado al mismo grupo en clase de Psicología. Ella sonrió a todo el mundo y adoptó el papel de líder. Ahora se daba cuenta de que aquella sonrisa lo había cautivado. Él era inteligente y Olive lo utilizó en beneficio propio llevándole cafés y agradeciéndole que le hiciera su parte del trabajo.

Y a él, entusiasmado por las sonrisas y los cafés, no se le ocurrió que se limitaba a ser amable para que hiciera todo el trabajo. Al final de aquel semestre, solo fantaseaba con ella. Y por la forma de relacionarse con él, creía que ella sentía lo mismo.

Tras haberlo humillado, él se juró que no volvería a ser un títere en manos de nadie. Durante un tiempo se convirtió en la versión masculina de Olive y se dedicó a utilizar a las mujeres y a partirles el corazón, lo cual no le gustaba.

Y ahora ella había vuelto.

¿Y si dejaba que lo que había entre ellos se desarrollara? ¿Y si dejaba que ella se enamorara, para luego hacerle lo que ella le había hecho? ¿Y si, finalmente, conseguía olvidarse de ella y pasar página?