EL FANTASMA DE CANTERVILLE - Oscar Wilde - E-Book

EL FANTASMA DE CANTERVILLE E-Book

Oscar Wilde

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Beschreibung

Los Otis, una familia norteamericana de clase alta, compran el viejo castillo de Canterville con la advertencia de que desde hace siglos está habitado por el fantasma de Lord Simon Canterville, un anciano amargado que mató a su esposa y que desapareció de forma misteriosa. En lugar de asustarse, los integrantes de esta peculiar familia conviven con este espectro hasta volverlo el objeto de sus burlas.

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Colección Travesías Asombrosas

Título original: The Canterville Ghost

Autor: Oscar Wilde

HISTORIA DE LA PUBLICACIÓN

El libro fue publicado por primera vez en 1887 en dos números —23 de febrero y 2 de marzo— de la revista The Court and Society Review. En 1891 fue incluido en una colección de historias cortas titulada El crimen de lord Arthur Saville y otras historias.

Editado por: ©️Calixta Editores S.A.S 

E-mail: [email protected]

Teléfono: (571) 3476648

Web: www.calixtaeditores.com

ISBN: 978-628-7540-89-7

Editor en jefe: María Fernanda Medrano Prado 

Coordinador de colección: María Fernanda Medrano Prado

Adaptación y traducción: Ana Rodríguez S

Corrección de estilo: María Fernanda Carvajal

Corrección de planchas: María Fernanda Carvajal

Maqueta e ilustración de cubierta: Julián R. Tusso / @tuxonimo

Diagramación: Julián R. Tusso / @tuxonimo

Impreso en Colombia – Printed in Colombia 

Todos los derechos reservados:

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño e ilustración de la cubierta ni las ilustraciones internas, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin previo aviso del editor.

Contenido

Prólogo

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

PRÓLOGO: Travesías en mansiones embrujadas

Cuando era muy pequeña leí El fantasma de Canterville en el colegio, aunque en ese momento sentí un poco de miedo, quedé fascinada con Lord Simon y su historia. Ahora que lo leo con una visión diferente, veo esos detalles que antes pasé por alto, puedo identificarme con este personaje que, quitando de lado los pecados que cometió, sufre por el pasar del tiempo y por el cambio de las cosas en la sociedad. Y es que es normal que sea algo que nos asuste mientras crecemos y maduramos, ver que las tradiciones, la forma de ver las cosas importantes, cambian con cada nueva generación.

Siento que es algo que Wilde quería retratar con toda intención, mostrar el choque que se da entre la familia Otis –que viene de un continente joven, con un pensamiento más actual– con un fantasma que vive hace siglos en una vieja mansión y que, por su personalidad, no da espacio para abrir o cambiar su mentalidad y sus creencias, razón por la cual es a él a quien estas personas le parecen seres fuera de serie. El fantasma ya no es el objeto de estudio porque él no es la diferencia.

Los cuentos de Wilde son particulares por su fluidez y el uso de la magia de una forma que los hace entrañables y adictivos. Por supuesto, este no es la excepción. Además, Wilde tenía la habilidad de convertir con total naturalidad escenas que debería ser por completo terroríficas en escenas cómicas. Este cuento no solo hace que como niños podamos conectar con estos personajes tan memorables, sino que como adultos nos identifiquemos con estas situaciones tan fantasiosas, pero que en el fondo pueden ser tan reales. Esta es la magia que finalmente tienen las historias clásicas, sobre todo, las infantiles.

Trabajar en El castillo de Canterville me llenó de asombro y entendí aún más la forma en que las cosas pueden cambiar sin que nos demos cuenta, pero también nos podemos reconciliar con el hecho de que es algo inevitable y depende de nosotros amargarnos por esto o dejarnos llevar por la corriente de la vida disfrutando de sus cambios.

La traductora

Capítulo I

Cuando el señor Hiram B. Otis, ministro de los Estados Unidos de América, compró el castillo de Canterville, todo el mundo le dijo que cometía una gran locura porque no había duda de que el terreno estaba embrujado. Hasta el mismo lord Canterville, que era un hombre de la más escrupulosa honradez, creyó que era su deber mencionárselo al señor Otis cuando llegaron a discutir los términos.

—A nosotros mismos no nos interesa vivir en este lugar —dijo lord Canterville—, desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un ataque de nervios, del que nunca se repuso por completo, causado por el espanto que experimentó al sentir que las manos de un esqueleto se posaban sobre sus hombros cuando se vestía para cenar, me siento obligado a decirle, señor Otis, que el fantasma ha sido visto por varios miembros vivos de mi familia; así como por el rector de la parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado del King’s College de Cambridge. Después del trágico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar el sueño a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca.

—Mi lord —respondió el ministro—, me quedaré con los muebles y el fantasma bajo inventario. Vengo de un país moderno en el que podemos tener todo cuanto el dinero puede comprar y en el que todos nuestros ávidos jóvenes, que recorren el Viejo Mundo y lo tiñen de rojo, se llevan a sus mejores actores y divas, estoy seguro de que, si hubiera algo parecido a un fantasma en Europa, vendrán a buscarlo en seguida para colocarlo en uno de nuestros museos públicos o para exhibirlo en las calles.

—Me temo que el fantasma existe —dijo lord Canterville, sonriendo—, aunque puede haberse resistido a las ofertas de sus intrépidos empresarios. Hace más de tres siglos que se le conoce, de hecho, desde 1584, y siempre hace su aparición antes de la muerte de algún miembro de la familia.

—Bueno, lo mismo hacen los médicos de cabecera, para lo que importa, lord Canterville. Pero no existe tal cosa, señor, como un fantasma y no creo que las leyes de la naturaleza admitan excepciones en favor de la aristocracia inglesa.

—En verdad son muy naturales en Norteamérica —dijo lord Canterville, que no acababa de comprender la última observación del señor Otis— y, si no le importa tener un fantasma en casa, está bien. Solo recuerde que yo se lo advertí.

Algunas semanas después se cerró la compra y, a fines de la estación, el ministro y su familia emprendieron el viaje hacia el castillo de Canterville. La señora Otis, que con el nombre de señorita Lucrecia R. Tappan, de la calle West 53, había sido una célebre belleza de Nueva York y era ahora una mujer muy bella, de edad madura, con unos ojos hermosos y un perfil magnífico. Muchas damas norteamericanas, cuando abandonan su país natal, adoptan la apariencia de alguien afectado por una enfermedad crónica y da la impresión de que es uno de los sellos de distinción europea; pero la señora Otis no cayó nunca en ese error. Tenía una complexión espléndida y una abundancia de vitalidad animal. A decir verdad, era bastante inglesa en muchos aspectos y era un ejemplo excelente de que hoy en día tenemos mucho en común con Norteamérica, excepto la lengua, por supuesto. Su hijo mayor, bautizado con el nombre de Washington por sus padres, en un momento de patriotismo que él no cesaba de lamentar, era un muchacho rubio, bastante apuesto, que había logrado que se le considerara candidato a la diplomacia por dirigir al grupo alemán en los festivales del casino de Newport durante tres temporadas seguidas, y aun en Londres era bien conocido por ser un bailarín excepcional. Sus únicas debilidades eran las gardenias y la nobleza, aparte de eso, era en extremo sensato.