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La lucha contra la droga, muchas veces desigual, la realizan diariamente las fuerzas de seguridad en la calle, los jueces en las cortes y, sin embargo, parece nunca terminar. Unos pocos contaminados enquistados en diferentes lugares públicos y privados son los que permiten la circulación de todo tipo de estupefacientes. Entonces aparece la paciencia de los agentes policiales exponiendo su propia vida, y la firmeza de la justicia para frenar este flagelo.
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Seitenzahl: 48
Veröffentlichungsjahr: 2023
José Agustín Ramos
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Libro digital, EPUB
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EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
El Federal
Sobre el autor
Sinopsis
Dedicado a los integrantes de las fuerzas de seguridad, los servicios de emergencia de salud y bomberos, que actúan con honestidad y sacrificio.
Cuando era un niño inocente, y caminaba sin apuro por la playa uruguaya, nunca se le hubiera ocurrido pensar que conocería las bellas montañas del norte argentino. Mucho menos en las situaciones en las que las conoció.
El teléfono sonaba en la comisaría, sería que no lo escuchaban por el ensordecedor ruido que hacían las gotas de lluvia que pegaban violentamente en el techo de chapa. En enero, pleno verano catamarqueño, es habitual que las lluvias sean torrenciales.
—Hola, ¿comisaría?
—Sí, ¿quién habla?
—Para avisar que en el paraje de las Chacritas, pasando el pueblo, camino a Aconquija, cayó un automóvil al precipicio, se ve poco por la niebla, aparentemente quedó a mitad de la ladera.
—¿Quién habla? ¡Hola, hola!
Cortaron.
Silva, el oficial de turno, le pregunta al sargento Carrizo.
—¿Quién es?
—Informan que vieron un automotor desbarrancado en la Chacritas, pero cuando pregunté quién llamaba cortaron –le contestó el sargento.
—La gente no quiere compromisos con la ley en estos tiempos –dijo Carrizo.
—Atención, llamen dando aviso al 911, al Grupo de Bomberos Voluntarios Cóndor de Valle Viejo, y a emergencia médica, que manden un par de ambulancias para el lugar, y nosotros vamos urgente, que venga con nosotros el Pipi.
El Pipi era el agente más joven que trabajaba en la dependencia, se caracterizaba por ser atlético, responsable, y siempre tenía buen humor.
De inmediato pusieron en marcha el móvil policial y con la sirena encendida se abrieron paso por la avenida. La lluvia seguía cayendo sin cesar, los limpiaparabrisas a full, aun así costaba tener una buena visibilidad. El siniestro se había producido a unos ciento veinte kilómetros aproximadamente, en un lugar montañoso.
Cuando Patricia levantó el teléfono de la sala de emergencia del hospital zonal tuvo una sensación que nunca la había tenido. Se había quedado después de su turno, para cubrir a una compañera.
—Emergencia, ¿diga?
—Habla el sargento Carrizo de la comisaría tercera, necesito que envíen un par de ambulancias al paraje conocido como las Chacritas, Ambato, denunciaron el vuelco de un automotor.
—Muy bien, de inmediato activamos el protocolo a tal fin.
—Gracias.
—Por nada, suerte.
Mientras viajaban a toda velocidad, el oficial Silva toma contacto con sus pares de la comisaría de Los Varelas, para informar del accidente y avisar que iban en camino, que seguramente necesitarían apoyo de los camaradas de la zona.
Las dos ambulancias también estaban en camino, o sea estaba activado el protocolo correspondiente a la situación.
El negocio de Torres no venía bien hacía un largo tiempo, las ventas cada vez eran menos, la gente prefería comprar comida que vestir una buena ropa, los créditos se volvieron impagables, comenzaron a llegar notificaciones de los estudios de cobranzas, la situación no mejoraba, no parecía que podría mejorar en el corto ni el largo plazo.
Tampoco alcanzaba con el magro sueldo de su pareja que trabajaba en un centro de salud.
Entonces, uno de los acreedores le hizo una propuesta que en otro momento ni por asomo la hubiera tomado, la venta camuflada de estupefacientes, y como una cosa lleva a la otra, se vio con algo de dinero extra y se dedicó al juego, esto lo terminó de arruinar, ahora tampoco podía cumplir con el pago de la droga, ya debía mucho dinero y su prestamista cada vez lo acorralaba más.
Cuando salía del casino, era un poco más de media mañana, un día nublado, tanto que algunas gotas de lluvia empezaron a mojar la vereda por donde caminaba cabizbajo, sin un peso en los bolsillos. Había jugado y perdido todo el dinero que le quedaba de la venta de la droga, y ese día tenía que pagar.
Al doblar la esquina vio el auto del Negro, el prestamista, iba por el dinero, se bajó del auto junto a un matón, imposible el escape.
—Hola, Torres, ¿tenés la plata? –le preguntó el Negro
—Nnno –tartamudeó–. Mirá, mañana sin falta te consigo algo.
—Hace tiempo que me estás boludeando, ya no te creo nada, subí al auto.
—No, te lo prometo… –alcanzó a decir cuando sintió el puñetazo en el rostro, y todo se volvió oscuridad.
Se despertó con un fuerte dolor de cabeza, estaba frente al Negro, que tenía los ojos desorbitados de rabia, este tipo le estaba haciendo perder mucho dinero, y merecía un escarmiento, entonces los otros vendedores no iban a tener ganas de quedarse con los vueltos.
Le hizo una seña al matón para que siguiera con la golpiza, con un puñetazo en el estómago lo hizo doblarse hacia adelante, antes de caer una patada en rostro lo tiró hacia atrás con tanta mala suerte que dio con la nuca en el filo de la mesa de algarrobo y cayó desvanecido al piso.
Al ver que no se movía, el Negro le tocó el cuello buscando signos vitales, pero no los encontró, estaba muerto.
—Qué has hecho, estúpido –le gritó al matón.
—Ahora qué hacemos, qué hacemos –repetía.
—Y este hijo de puta es sobrino de un comisario.
—Si no hacemos algo rápido vamos en cana. –El matón estaba mudo.
—¿El auto negro tiene suficiente combustible?
—Sí –le responde el matón
—¿Y la moto enduro?
—También.
—Bueno, andá a traer el auto, sé prudente, recordá que no debemos despertar sospechas.
Cuando salió en busca del auto vio que a lo lejos había una camioneta estacionada, pero le pareció que no había nadie en su interior.
Cuando regresó y con el apuro que tenía ni siquiera se fijó si seguía allí.