El festín del cuervo - Eric Schumacher - E-Book

El festín del cuervo E-Book

Eric Schumacher

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  • Herausgeber: Next Chapter
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2023
Beschreibung

Es el año 935 y Hakon Haraldsson acaba de arrebatar el Trono del Norte a su despiadado hermano, Erik Hacha Sangrienta. Ahora, debe luchar para mantenerlo.

Los daneses hambrientos de tierras están presionando desde el sur para probar a Hakon antes de que pueda dar solidez a sus leyes. En el este, los habitantes de las Tierras Altas están haciendo sus propios planes para hacerse con el trono. No es de ninguna ayuda el compromiso de Hakon con su sueño de cristianizar a su pueblo —un sueño que sus paisanos no comparten y al que lucharan por resistirse—.

Mientras sus enemigos se mueven y su reino empieza a desmoronarse, Hakon y su grupo de guerreros juramentados mantienen su defensa en El festín del cuervo, la cautivadora secuela de El martillo de Dios.

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EL FESTÍN DEL CUERVO

LA SAGA DE HAKON LIBRO 2

ERIC SCHUMACHER

Traducido porKARLOS SAN PEDRO

Derechos de autor (C) 2017 Eric Schumacher

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2023 por Next Chapter

Publicado en 2023 por Next Chapter

Arte de la portada por David Brzozowski, BlueSpark Studios (arte adicional por Reza Afshar y Dominik Mayer)

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

Agradecimientos

Glosario

Parte I

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Parte II

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Parte III

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Epílogo

Apuntes históricos

Querido lector

Para Marie, Aidan, Lily y el resto de mi familia, por vuestro amor, paciencia y apoyo

AGRADECIMIENTOS

Este libro nunca habría llegado a ver la luz sin el consejo, el apoyo y la ayuda de un puñado de individuos. Primero y más importante, tengo que dar las gracias a Marg Gilks y Lori Weathers, cuyos ojos sagaces ayudaron a dar forma a la historia para que llegara al público. Estoy en deuda con Gordon Monks, capitán general del grupo de reconstrucción The Vikings, y con el resto de los primeros lectores, que sirvieron como una fuente inestimable de información y retroalimentación durante los últimos días de escritura. Quiero agradecer a Creativia por arriesgarse no solo con una de mis historias, sino con dos. Y por último, pero no menos importante, quiero dar las gracias a mis lectores, que han pedido esta secuela y que han esperado pacientemente a que la terminara. Es a todos ustedes, y a innumerables personas que me han acompañado gustosamente en este viaje, a quienes les debo una enorme gratitud.

GLOSARIO

Aesir – Una de las principales tribus de deidades veneradas por los nórdicos pre-cristianos. En Nórdico antiguo: Æsir.

Balder – Uno de los dioses Aesir. A menudo se le asocia con el amor, la paz, la justicia, la pureza y la poesía. En Nórdico antiguo: Baldr (se pronuncia [BALD-er]).

Pestaña de Balder – Un sustituto de la manzanilla, también conocido como manzanilla marítima. Se encuentra en muchas zonas costeras del norte de Europa, incluyendo Escandinavia e Islandia, a menudo entre la arena o entre los guijarros de la playa.

bonder – Hombres libres (agricultores, artesanos) que gozaban de derechos tales como el uso de armas y el derecho a asistir a vistas legales. Constituían la clase media. En Nórdico antiguo: baendr.

byrnie – Una camisa de malla (generalmente de manga corta) que cuelga hasta la parte superior del muslo. En Nórdico antiguo: brynja.

Dominica – El día de Dios. El domingo.

Dreki – «Dragón» o «serpiente» en Nórdico antiguo.

Frey – Hermano de la diosa Freya. A menudo se le asocia con la virilidad y la prosperidad, con la luz del sol y el buen tiempo. En Nórdico antiguo: Freyr.

Freya – Hermana del dios Frey. A menudo se la asocia con el amor, el sexo, la belleza, la fertilidad, el oro, la magia, la guerra y la muerte. En Nórdico antiguo: Freyja.

Frigga – La esposa del dios Odín y el más alto rango de las diosas Aesir. A menudo está asociada con el amor, el matrimonio y el destino. En Nórdico antiguo: Frigg.

fylke (fylker en plural) – En Nórdico antiguo, «tierra del pueblo», que ha llegado a significar «condado» en el uso moderno.

fyrd – Un antiguo ejército inglés formado por ciudadanos de una comarca que se movilizaba durante cortos períodos de tiempo, por ejemplo, para defenderse contra una amenaza en particular.

godi – Un sacerdote o jefe pagano. En Nórdico antiguo: goði.

Hel – Una giganta y/o diosa que gobierna sobre Niflheim, el inframundo donde moran los muertos. En Nórdico antiguo: Hel.

hird – un séquito personal de compañeros armados que formaban el núcleo de una guardia doméstica. Hird significa «hogar». En Nórdico antiguo: hirð.

hirdman – Un miembro o miembros del Hird. En Nórdico antiguo: hirðman.

hlaut – La sangre de los animales sacrificados.

jarl – «Conde» en Nórdico antiguo.

kaupang – En Nórdico antiguo: «mercado». También es el nombre de la principal ciudad mercado en Noruega que existió entre 800-950 después de Cristo.

knarr – Un tipo de buque mercante. En Nórdico antiguo: knorr.

Nidhogg – El nombre del dragón que roe la raíz del árbol del mundo, Yggdrasil. En Nórdico antiguo: Níðhǫggr.

Niflheim – El más allá nebuloso para aquellos que no tuvieron una muerte heroica o notable. Está regido por Hel. En Nórdico antiguo: Niflheimr.

Yegua Nocturna – La Yegua Nocturna es un espíritu maligno que cabalga sobre el pecho de las personas mientras duermen, trayendo pesadillas. En Nórdico antiguo: Mara.

Njord – Un dios asociado con el mar, la navegación, el viento, la pesca, la riqueza y la fertilidad de las cosechas. En Nórdico antiguo: Njörðr.

Derechos alodiales – Los derechos de propiedad de la tierra heredable en poder de una familia o sus parientes.

Odín – Marido de Frigga. El dios asociado con la curación, la muerte, la realeza, el conocimiento, la batalla y la hechicería. Supervisa el Valhall, el Salón de los Caídos. En Nórdico antiguo: Óðinn.

Ostara – La celebración de la diosa de la primavera que lleva el nombre de esa diosa.

seax – Un cuchillo o espada corta. También conocido como scramaseax o cuchillo lacerante.

escaldo – Un poeta. En Nórdico antiguo: skald o skáld.

Muro de escudos – Un muro de escudos era una «pared de escudos» formada por guerreros de pie en formación hombro con hombro, sosteniendo sus escudos de modo que se apoyen o se superpongan. En Nórdico antiguo: skjaldborg.

steer board – Un timón fijado a la popa derecha de un barco. El origen de la palabra «estribor». En Nórdico antiguo: stýri (timón) y borð (costado del barco).

skol – Un brindis por los demás al beber. En Nórdico antiguo: skál.

thing – La asamblea de gobierno de una sociedad o región vikinga, compuesta por la gente libre de la comunidad y presidida por los legisladores. En Nórdico antiguo: þing.

Thor – Un dios que empuña el martillo, asociado con los truenos, los relámpagos, las tormentas, los robles, la fuerza y la protección de la humanidad. En Nórdico antiguo: Þórr.

Valhall (también Valhalla) – La sala de los caídos presidida por Odín. Es donde van los valientes guerreros elegidos por las valquirias cuando mueren. En Nórdico antiguo: Valhöll.

Pozo de Urd – Un pozo o lago que se encuentra debajo del árbol del mundo, Yggdrasil. Es también de este pozo de donde provienen las Parcas (o Nornas). En Nórdico antiguo: Urðarbrunnr.

wergeld – También conocido como «precio del hombre», era el valor que se le daba a cada ser y propiedad.

Yggdrasil – Un inmenso árbol mítico que conecta los nueve mundos en la cosmología nórdica. En Nórdico antiguo: Askr Yggdrasils.

Yngling – Se refiere a la dinastía Fairhair, que descendía de los reyes de las Tierras Altas, Noruega.

PARTEI

Los pájaros satisfechos de Odín

Después arañaron a los voladores;

Los cuervos buscaban su comida,

Y saciaron su deseo.

CANTAR DE HAKON

CAPÍTULOUNO

EL VIK, VERANO, 935 D.C.

Hakon se arrodilló ante el ancho tronco de un arce y agarró la cruz que colgaba de su cuello.

Cerrando los ojos irritados por la falta de sueño, trató de recordar una oración que había aprendido en la corte cristiana de su padre adoptivo, el rey Athelstan, pero no lo consiguió. Al contrario, imágenes no deseadas ni bienvenidas invadieron sus pensamientos. Imágenes de Erik y su hacha de guerra ensangrentada. El rostro carmesí de Gunnar rugiendo mientras decapitaba al joven que le había clavado una lanza. El brillo de la espada de Ivar mientras cortaba el cuello de Aelfwin y su vida se derramaba, oscura y horrible, sobre las manos de su asesino. Llegaban rápidamente, una tras otra, desinhibidas; y con la misma rapidez, los ojos inyectados en sangre de Hakon se abrieron para borrarlas.

Durante tres días —desde la batalla contra Erik— las visiones habían abordado a su joven cerebro. Llegaban en los momentos de silencio para atormentar sus pensamientos y robarle la paz. Cuando descansaba. Cuando dormía. Cuando oraba. Imágenes escalofriantes que variaban en su horror, pero cuya vivacidad nunca flaqueaba. Luchar contra ellas era como luchar contra la niebla.

—Te lamentas de tu propia suerte, muchacho.

Hakon se estremeció ante la repentina voz que escuchó a su lado, y su mano instintivamente se dirigió a agarrar su seax, pero solo era Egil Woolsark, el anciano líder de su guardia doméstica. Había sido una vez un guerrero de renombre en el ejército de Harald, el padre de Hakon. Ahora servía a Hakon y era el único hombre a su servicio al que se le permitía llamar «muchacho» a su rey adolescente. Usualmente usaba el término de forma cariñosa, a menos que involucrara al Dios cristiano, como lo hacía ahora.

Egil hizo un gesto de desaprobación al ver la cruz en la mano de Hakon, movimiento que desplazaba los mechones blancos de su cabello para revelar por un instante su calvo cuero cabelludo: —El campo de batalla pertenece a Odín, no a tu Cristo Blanco.

Hakon le fulminó con la mirada. Era una grieta común entre ellos, y estaba cansado de la burla de Egil: —Guarda tus palabras para el más allá, Egil.

Egil resopló y cambió de tema: —El enemigo se está moviendo.

Hakon tiró de sí mismo para ponerse de pie. Aunque solo había visto catorce o quince inviernos —de los cuales había perdido la cuenta—, su cuerpo se sentía mucho más viejo. La batalla contra su hermano Erik lo había golpeado y magullado, y la posterior marcha hacia la costa había cargado sus extremidades, una realidad que se hizo aún más evidente a medida que seguía a Egil a través del bosque hacia el campamento enemigo.

Egil se arrodilló al borde del bosque y Hakon cayó a su lado. El campamento estaba a la distancia de un tiro de flecha, a pocos pasos tierra adentro desde una pequeña playa. Era un campamento rudimentario, base de una retaguardia heterogénea cuya misión era proteger los barcos que se balanceaban sobre las olas cercanas. Dentro de la empalizada protectora del campamento, los guerreros se apresuraban a desmantelar sus tiendas de campaña y recoger sus cofres. Las mujeres del campamento ayudaban a recoger los víveres.

Hakon miró al enemigo con frialdad. No sentía remordimiento alguno por su inminente destrucción. La aplastante pérdida de Aelfwin lo había inmunizado contra tales sentimientos. Además, había empujado a su ejército con insistencia para llegar a este lugar; no podía negarles las armas, armaduras y brazaletes de los guerreros enemigos, porque eran el botín de la victoria. Tampoco dejaría que estos hombres sin nombre tomaran los barcos varados en la orilla, especialmente el que solía pertenecer a su padre. Dreki, o Dragón, era su nombre. Incluso desde esta distancia, Hakon podía ver sus altos laterales y su proa extendiéndose sobre las otras naves que descansaban a su lado.

—Deberíamos atacar ahora, mientras todo sigue siendo un caos —gruñó Egil.

—Sí. Traedlos hacia aquí —respondió Hakon.

Egil mostró una sonrisa llena de dientes podridos y se fue a preparar a los hombres, incluidos los aliados de Hakon, los Jarl Sigurd y Tore.

Poco a poco, sus guerreros se arrastraron por el bosque y se diseminaros a ambos lados de Hakon, con sus armas desenfundadas pero manteniéndolas bajadas. Nadie llevaba casco o armadura de metal por miedo a que el sonido y el brillo alertaran al enemigo. Dentro del campamento, los guerreros eran ajenos al peligro, ya que todos estaban decididos a irse.

Hakon desenvainó su seax y apretó su empuñadura de cuero. Tenía una hoja más corta que su espada larga, a la que había bautizado como Quern-biter, y era un arma mejor para luchar de cerca desde la pared de escudos. Lentamente deslizó su brazo por las correas de su escudo, haciendo una mueca de dolor mientras su magullado antebrazo se deslizaba por la madera. Exhaló lentamente, preparándose para el próximo derramamiento de sangre.

—¡Atacad! —llegó la orden de Egil desde algún lugar entre los árboles.

Las flechas volaron a través del aire de la mañana, buscando su presa con un travieso siseo. En el campamento, tres guerreros cayeron redondos al suelo. Otros dos agarraron las saetas que ahora sobresalían de sus extremidades. Los gritos hicieron añicos la calma de la mañana. Las gaviotas se dispersaron con chillidos airados.

Hakon cargó desde el sotobosque mientras una segunda oleada de flechas enviaba aún a más hombres a la muerte. Con el escudo en alto y la espada corta lista, corrió, su dolorido cuerpo lleno ahora de adrenalina y con su grito de batalla uniéndose a los gritos de sus hermanos de armas que cargaban a su lado. Por delante de él, el amigo de Hakon,Toralv,partió con su hacha la soga que mantenía la puerta cerrada. Hakon abrió la puerta de un golpe y cargó hacia el campamento, escudo en alto, listo para las saetas que sabía que llegarían. Y ciertamente llegaron. Una flecha rebotó en el armazón de su escudo y fue a parar a la hierba junto a sus pies. La siguió una lanza, estrellándose contra el centro de su escudo y enviándole una puñalada de dolor a través de su antebrazo. Se liberó de ella y siguió adelante.

—¡Pared de escudos! —gritó Hakon a sus hombres.

Con la habilidad que les daba la práctica, el grupo delantero se reunió a su lado, superponiendo sus escudos con el suyo. A su derecha estaba Egil. A su izquierda, el joven gigante Toralv. Detrás de ellos, el segundo grupo levantó sus escudos y se preparó. Los hombres del Jarl Sigurd se abrieron en abanico a su derecha. La línea de Tore se movió a la izquierda. Ante ellos, el enemigo se reunió alrededor de su líder, una bestia de hombre que llevaba solo una espada y un escudo y no llevaba ni armadura ni yelmo. También formaron una pared de escudos, aunque frente al ejército de Hakon, resultaba patéticamente pequeño. Sin embargo, no les faltó coraje. Golpearon sus armas contra los armazones de los escudos e instaron a los atacantes a responder y a morir a espada.

— ¡Adelante! —gritó Hakon.

Sus hombres avanzaron, sus escudos cerrados y sus armas listas para atacar. El enemigo dio un paso atrás, retrocediendo con sorprendente orden. Las mujeres del campamento se dispersaron como ratas en un salón en llamas. Algunas se dirigieron hacia los barcos. Otras buscaron la seguridad de los árboles. El ejército de Hakon las ignoró, concentrándose en cambio en la amenaza que se alineaba ante ellos.

— ¡Más rápido! —imploró Hakon. No podía dejar que llegaran a las naves. Sus naves.

Los guerreros de Hakon empezaron a trotar, haciendo todo lo posible para mantener sus escudos en posición. El enemigo continuó su retirada. Algunos de sus guerreros menos experimentados rompieron filas y corrieron hacia las naves. El líder gritó para que los demás mantuvieran la formación. No era un hombre que tuviera miedo a morir, porque a pesar del grupo abrumador que se le acercaba, mantuvo a sus hombres concentrados y preparados.

Las dos formaciones se encontraron con un estruendoso choque que resonó a través de la playa. Hakon miró el joven rostro del guerrero que tenía ante él. Después de la batalla, recordaría que había miedo en los ojos del muchacho, pero en el fragor de la batalla tales cosas no se tenían en cuenta —lo único que importaba era sobrevivir—. Así que Hakon dirigió su ataque sobre el borde de su escudo hacia esa cara. Su espada golpeó algo, aunque no sabría decir qué, porque todo era caos y empujones. Tiró de su seax hacia atrás justo cuando una punta de lanza se deslizó por encima de su hombro. Siguió el filo de un hacha, que se enganchó en la parte superior de su escudo. Hakon retrocedió bruscamente, tirando del portador del hacha hacia adelante y haciéndole perder el equilibrio. Egil rebanó con su espada el muslo del guerrero. Mientras el hombre se tambaleaba, Toralv macheteó su cuello y el guerrero cayó muerto a los pies de Hakon.

Hakon se subió encima del cadáver, ajustó su escudo con el de Toralv de nuevo, y continuó presionando hacia delante. A su lado, Egil rugió mientras hacía descender su espada sobre la cabeza expuesta de un hombre, partiendo en dos su cráneo.

Un grito de alegría se escuchó de repente y Hakon se aventuró a echar un vistazo. El líder enemigo había caído, y también lo había hecho su estandarte. El muro de escudos enemigo se desmoronó y los hombres rompieron filas y huyeron. El ejército de Hakon los persiguió, rebanando la espalda de los desafortunados cobardes que llegaban a la orilla o intentaban subir a bordo de las naves. Un grupo de guerreros siguió luchando alrededor del estandarte, pero cayeron demasiado pronto bajo los implacables filos de sus asaltantes. El ejército de Hakon trepó rápidamente a las naves, atacando a las mujeres y a los pocos hombres que intentaban protegerlas, porque el frenesí de la batalla estaba sobre ellos ahora y nada los detendría hasta que su ira y lujuria fueran saciadas.

Hakon se quedó observando un momento y luego dio la espalda a la escena. Detrás de él se alzaban los gritos de los moribundos y de aquellas que estaban siendo violadas. Bloqueó su pensamiento, con la única intención de librarse de la sangre que se aferraba a su piel y de respirar profundamente un aire que no estuviese ensuciado por la muerte.

Tirando a un lado su maltrecho escudo, se arrodilló sobre la orilla de guijarros junto al mar y sumergió sus manos en el agua fría. Se restregó la suciedad y la sangre de la cara y los juveniles bigotes que ahora crecían desde su mandíbula, dándose cuenta con frialdad de que, por primera vez, no había vomitado después de una batalla. Aunque si eso contaba como madurez o insensibilidad, no podía decirlo, ni deseaba saberlo.

Después de lavarse y refrescarse, se quedó mirando su reflejo en las ondas de la superficie del océano, sus ojos glaciales, su larga nariz y los mechones de color trigo. Los hombres dijeron que heredó el aspecto de su difunto padre, el rey Harald. Si había algo de verdad en eso, Hakon no lo sabía, ya que solo había conocido a su padre como un anciano, mucho después de que su característico «cabello rubio» se hubiera vuelto blanco y sus ojos, legañosos con la edad.

Más tranquilo, Hakon miró a las naves. Cuando encontró la que buscaba, se acercó a ella con reverencia, ignorando los cadáveres colocados sobre las bordas y flotando sobre las olas junto a su casco. La llamaron Dragón por la cabeza de serpiente que adornaba el poste de proa en la batalla y por las largas líneas inclinadas de su casco de roble. Podía acomodar a treinta y cuatro remeros por cada lado, con espacio para más en las cubiertas de proa y popa. Era una de las mejores naves que el Norte había visto, y ahora era suya. Hakon se metió entre el oleaje y pasó su mano por encima de las tallas que decoraban sus líneas —diseños serpenteantes que representaban la vida y las aventuras del célebre padre de Hakon—.

—Es bueno verte de nuevo, mi vieja amiga —susurró Hakon, recordando con una punzada de nostalgia todas las veces que su padre había zarpado en ella hacia alguna tierra distante o hacia alguna batalla, dejando a Hakon solo con la esperanza de que algún día él también pudiera seguir el camino de su padre. Y ahora era suya. Sonrió al pensar en ello, pero su alegría duró poco, porque alguien tosió detrás de él. Hakon se volvió para ver a Egil de pie en la playa, la inmundicia carmesí de la batalla salpicando su barba blanca y su camisa de lana o woolsark, haciendo honor a su apellido.

—Se acabó —dijo Egil sencillamente. Detrás de él, los guerreros estaban empezando a despojar al enemigo muerto de sus armas y posesiones.

Hakon asintió: —Asegúrate de que el botín se comparta por igual, y que nuestros muertos y heridos sean atendidos —dijo. —Luego reúne a los jarl. Tenemos mucho de qué hablar—. Egil asintió y se giró para irse. —Y Egil —lo llamó Hakon— lávate.

Más tarde, aquella misma mañana, Hakon se sentó con sus líderes guerreros, los Jarl Sigurd y Tore, sus sobrinos Gudrod y Trygvi, y Egil. Frente a ellos crepitaba un pequeño fuego, porque aunque la luz del día ya iluminaba la playa, el sol aún no había podido atravesar las nubes.

— ¡La de hoy ha sido una gran victoria! — comenzó Sigurd con su tono embravecido habitual. Su constitución gruesa y su melena castaña le recordaban a Hakon a un oso. Él gobernaba una tierra muy al norte llamada Trondelag, una tierra que el padre de Hakon le había dado al padre de Sigurd. También era uno de los asesores más cercanos de Hakon y el hombre responsable de traer a Hakon de vuelta al norte desde Engla-lond para luchar contra Erik. —Deberíamos ofrecer un sacrificio de agradecimiento a los dioses, ¿eh, Hakon?—. Guiñó el ojo ante su broma cristiana, pero Hakon no estaba de humor para tales bromas y no se dejó llevar por su provocación. Cerca de allí, las gaviotas habían reunido su propio ejército y picoteaban meticulosamente y se abrían paso a través de los cadáveres. La vista y el ruido ponían enfermo a Hakon.

Trygvi arañaba los piojos en las profundidades de su rebelde pelo castaño. —No ha sido una gran victoria, Sigurd. No era más que una escaramuza en comparación con la batalla contra Erik—. Estudió sus uñas un momento y luego lanzó algo al fuego.

—Solo era una broma —explicó Sigurd, sacudiendo la cabeza ante la dura mollera de Trygvi.

Trygvi era el hijo de Olav, el hermanastro mayor de Hakon, un hombre descarado que había muerto por subestimar a Erik. Tristemente, Trygvi había heredado la inclinación de Olav a actuar antes de pensar, un rasgo que lo convertía en un formidable luchador en el muro de escudos, pero no muy prudente. Lo que Trygvi dijo, sin embargo, era cierto: la batalla contra el hermano de Hakon, Erik Hacha Sangrienta, y su ejército de occidentales y daneses había sido amarga. El ejército más grande de Erik había peleado colina arriba y finalmente había roto el muro de escudos del ejército más pequeño de Hakon. Sólo la llegada final del Jarl Tore y sus hombres había cambiado el impulso de la lucha y había aplastado la voluntad del enemigo.

Hakon miró en dirección al Jarl Tore. Él, como Sigurd, Gudrod y Trygvi, era parientes. Su esposa era Alov, la hermanastra mayor de Hakon, convirtiéndolo así en cuñado de Hakon, lo cual resultaba algo extraño, dada su diferencia de edad. La semana anterior había sido dura para todos, pero especialmente para Tore, que ya no era un hombre joven, cuyo enredado cabello gris, sus hombros caídos y sus ojos enrojecidos revelaban la tensión de dos batallas en tan poco tiempo. Tore llamó la atención de Hakon y sonrió cansado, estirando la gruesa cicatriz de su cuello, una herida que había recibido hacía varios inviernos y que aún le impedía hablar, salvo algunas palabras bien elegidas, y que se había ganado el sobrenombre de «El Silencioso».

—Batalla o escaramuza, qué más da —intervino Hakon—. Lo que importa es que hoy lo hemos hecho bien. Pero todavía queda mucho por hacer. Hoy hemos tomado las naves de mi hermano. Ahora nos llevaremos su riqueza.

Los del grupo se miraban unos a otros: — ¿Qué propones? —preguntó Egil mientras estudiaba un brazalete de plata que había sido parte del saqueo.

—Propongo que recuperemos Kaupangen Skiringssal—. El comentario atrajo todas las miradas hacia Hakon.

Hace mucho tiempo, el abuelo de Hakon, Halfdan el Negro, había erigido un enorme salón en el Vestfold, cerca de los túmulos donde estaban enterrados sus antepasados. Llamó a la estructura Skiringssal, el "Salón Luminoso". En algún tiempo un mercado, o kaupang, había florecido en la orilla de una ensenada cerca del salón. Era lo más cercano que el norte tenía a una núcleo comercial, aunque era mucho más pequeño que Hedeby en la tierra de los daneses, o Birka, al este. Bjorn el Comerciante, otro de los hermanastros de Hakon y padre de Gudrod, heredó con el tiempo el territorio y el salón y construyó el mercado en una pequeña ciudad.

Siempre celoso de la riqueza de la ciudad, Erik Hacha Sangrienta mató a Bjorn cuando llegó al poder y colocó a un danés llamado Ragnvald al mando del territorio. El padre de Ragnvald era un danés de cierta importancia en Jutlandia, con lazos con el rey danés, Gorm. Los hombres habían cuestionado el nombramiento al principio, pero había demostrado ser uno de los movimientos más sabios de Erik. Reparó las relaciones con los daneses y trajo más comerciantes daneses a la ciudad, lo que a su vez puso más oro en las arcas de Erik.

Hakon miró a Gudrod y a Trygvi: —Es hora de recuperar la tierra que gobernaron vuestros padres.

—Nada me haría más feliz —dijo Gudrod, hablando en nombre de ambos. De los dos sobrinos de Hakon, él era el más delgado, con una estructura larga y enjuta y el pelo rubio lacio que a menudo llevaba atado en una cola de caballo. Ahora colgaba directamente sobre su cara, cubriendo la herida en la frente que había recibido en la batalla contra Erik. Al igual que Trygvi, era mayor que Hakon, pero a diferencia de Trygvi, era mucho más inteligente y trabajador.

Sigurd posó su descomunal estructura sobre el tronco donde se sentó y acarició su barba castaña: —Matar a Ragnvald podría poner a los daneses contra nosotros.

—Prefiero correr ese riesgo que dejar que Ragnvald gobierne —dijo con fuerza Trygvi —. Es nuestra tierra. Nuestra ciudad.

—Estoy de acuerdo en que puede causar problemas con los daneses, y también estoy de acuerdo en que no podemos dejar que uno de los hombres de Erik gobierne allí. Deberíamos atacar rápidamente, antes de que Ragnvald tenga la oportunidad de prepararse —los gélidos ojos de Hakon escudriñaron las caras a su alrededor. —Os he pedido mucho estos últimos días, pero necesitaré vuestro apoyo en una lucha más. ¿Qué decís?

—Sí —dijeron Gudrod y Trygvi al unísono.

Sigurd asintió: —Supongo que puedo con una batalla más.

Egil se encogió de hombros: —Soy tu hombre, Hakon. Yo voy donde tú vayas,

Todos los ojos se volvieron hacia el Jarl Tore, que mantuvo su mirada en las llamas que tenía enfrente: —Haré la pregunta a mis hombres —contestó con su voz temblorosa. Con su cuello herido, cada palabra era una lucha para el hombre envejecido. —Aquellos que deseen luchar pueden hacerlo. No me uniré a ellos. Es hora de dejar que algunos de los cachorros más jóvenes se ganen su fama. Yo ya me he ganado la mía.

Hakon sonrió ante su fanfarronería, dando varias palmadas en el hombro de Tore: —Te entiendo, amigo.

Se volvió hacia los demás: —Saldremos a navegar por la mañana. Egil, lleva a Trygvi y a Gudrod a inspeccionar los barcos. Yo creo que tenemos hombres suficientes para echar a navegar a diez de ellos, así que elige los mejores y comprueba que estén en condiciones de navegar.

— ¿Qué pasa con las demás? —preguntó Egil. —Hay otras diez buenas naves allí. Parece un desperdicio dejarlas para que algún desconocido las encuentre—. Lo cual era verdad. Construir un buen barco podría llevar años y suponer mucho dinero. Además, a medida que el ejército de Hakon crecía, las naves serían necesarias, o eso esperaba él. Pero transportarlas llevaría más tiempo y hombres de los que tenía, especialmente si deseaba navegar hacia Kaupang rápidamente.

—Déjame eso a mí —intervino Tore. —Todavía tenemos nuestras naves amarradas al este de aquí. Llevaré las naves restantes a mi flota y las llevaré a Kaupang—. Tragó varias veces para aclararse su garganta dañada. —Simplemente ten la cerveza lista para mí. Llevar todas estas naves allí será un trabajo que me provocará mucha sed.

—Entonces, está decidido —dijo Hakon. —Dividiremos las naves por igual entre nosotros cuando el Jarl Tore las traiga—. Los hombres sonrieron ante la generosidad de su líder. Él despidió sus sonrisas con un saludo: —Ahora alejaos.

Tore y Sigurd permanecieron con Hakon después de que los otros se fueran. Se sentaron en silencio durante un rato, cada uno perdido en sus pensamientos. Tore acercaba las manos a las llamas mientras Sigurd empujaba las brasas con un palo. Hakon arañaba el rastrojo rubio de su barbilla, esperando a que hablaran. Los conocía lo suficientemente bien como para saber que tenían algo en mente. Finalmente, ya no pudo soportar su silencio: — ¿Tenéis algo más que decir?

Los ojos de Sigurd se asomaron por debajo de sus cejas de color castaño. —Tu victoria sobre Erik es solo el principio, Hakon. Cuando los hombres se enteren de su derrota, habrá advenedizos listos para usurpar su lugar. Debes dar a conocer tu victoria y mostrar tu fuerza. Dado que prefiere no luchar, deja que el Jarl Tore navegue hacia el oeste con toda su fuerza para difundir la noticia de la derrota de Erik.

Tore gruñó: —Lo que haré con mucho gusto.

— ¿No es extraño enviar al hombre que llamamos «el Silencioso» para compartir la historia de mi victoria con otros?—. Hakon guiñó el ojo a su pariente para mostrarle que no quería ofenderlo.

—Antes de esto —señaló a su cicatriz—, mi voz resonaba como el propio trueno de Thor.

Sigurd puso los ojos en blanco: —Eso eran tus pedos, viejo. No tu voz.

Hakon se rio: —Entonces está hecho. Después de llevar las naves a Kaupang, llevarás mi mensaje de victoria al oeste.

Un silencio se instaló en el grupo como la nieve del invierno. Sigurd volvió a avivar el fuego. —Hay más, Hakon —dijo después de un rato. El júbilo que momentos antes había bailado en sus ojos ya había desaparecido. —También debes consolidar tu poder. De forma inmediata. Cuanto antes te cases con Groa, mejor.

Sigurd había arreglado el matrimonio para garantizar el apoyo de una zona conocida como las Tierras Altas en la batalla contra Erik. Pero la princesa Groa había demostrado ser mal educada y repulsiva. Peor aún, era la hija de Ivar, el autodenominado rey de las Tierras Altas, y el hombre que había asesinado al amor de la infancia de Hakon, Aelfwin, en la víspera de la batalla contra Erik como sacrificio a los dioses de la guerra. La sola mención de Groa y su padre avivó una furia negra que Hakon había estado luchando por suprimir, una furia que ahora comenzaba a hervir.

Sigurd debió darse cuenta, porque levantó las manos para calmar a su rey. —Veo en tu cara el dolor que te causa. Sin embargo, este es tu juramento y el precio de tu realeza.

—No sabes nada del dolor que siento, Sigurd —escupió Hakon, y luego miró hacia otro lado hasta que pudo controlar su creciente ira. Cuando estuvo más tranquilo, se volvió hacia los jarl: —Además, no puedo casarme con ella hasta que tenga sacerdotes aquí para bautizarla. Ese era el trato.

—Puede que no tengamos tiempo para eso —dijo Tore rudamente. —Debes aceptar el matrimonio pronto. Por el bien de todos.

Hakon se levantó, atravesando con su gélida mirada a un hombre y luego al otro: —El matrimonio se celebrará, Tore. No temáis—. Se alejó del fuego, para no decir algo de lo que pudiera arrepentirse.

Mientras Hakon irrumpía a través de las puertas del campamento, vio a los prisioneros de su batalla contra Erik. Habían capturado a unos cincuenta hombres en total, incluyendo a su hermano. Cuatro días antes, Erik iba sentado en su caballo, resplandeciente con su yelmo y su armadura de batalla a la cabeza de un ejército que contaba con más de mil hombres. Ahora, bajo la atenta mirada de los guerreros de Hakon, Erik se arrastraba entre los supervivientes, magullado y ensangrentado, con la camisa y los pantalones rasgados, despojado de su armadura y de sus armas y con su ejército aplastado. Hakon se acercó a él.

—Deberías haberme matado cuando tuviste oportunidad, hermano —dijo Erik cuando Hakon se acercó. —De momento te perseguiré hasta que haya conseguido mi venganza.

Hakon le miró a los ojos de color gris verdoso: —Descansaré bien, sabiendo que te perdoné la vida, Erik. Pero lo hago solo una vez. Si vuelves, no seré tan caritativo.

Erik levantó la barbilla con su barba roja llena de suciedad: —Volveré, Hakon. ¡Este reino me pertenece!

—Nuestro padre te dio la tierra para gobernarla, no para saquearla y usarla como una ramera. Has abusado de tu derecho, así que ahora estás aquí ante mí, como prisionero.

Erik escupió en la cara de su hermano menor. Fue una reacción repentina a las duras palabras de Hakon, pero fue un error, porque Hakon todavía ardía con la ira causada por las palabras de Sigurd y Tore. Hakon se apartó de su hermano, limpiándose la saliva con la manga.

—Aléjate, hermano —se burló Erik. —No tienes el coraje de...

Hakon giró y le dio un puñetazo a Erik en el estómago con todas sus fuerzas. El aire salió disparado del cuerpo de Erik y cayó de rodillas, con la cabeza inclinada mientras luchaba por respirar. Antes de que pudiera recuperarse, Hakon golpeó con el puño la cara de Erik. La cabeza de su hermano se sacudió hacia atrás y se desplomó inconsciente al suelo. La sangre brotaba de su nariz aplastada. Temblando de rabia, Hakon le escupió mientras los otros prisioneros miraban desalentados.

CAPÍTULODOS

—Esto es como navegar hacia Niflheim —gruñó Egil mientras el barco avanzaba.

Niflheim era el mundo de la niebla y la oscuridad, donde la diosa Hel gobernaba los cadáveres de los hombres indignos y la serpiente Nidhogg roía las raíces del Árbol del Mundo, Yggdrasil. Hakon se santiguó ante su mención y miró hacia la grisura que tenían delante. Densas ráfagas de humedad se arremolinaban alrededor del Dragón, resbalando por las cubiertas y envolviendo la tierra a la que ahora se acercaban. Recogiendo la humedad que goteaba del pelo y las caras de los guerreros a los remos y de los colmillos de la bestia que decoraba la proa. La falta de viento dejó espacio para un estribillo enloquecedor de sonidos sin dirección que atormentaban los nervios de Hakon: la suave bofetada de los remos contra el agua, el crujido de las tracas del barco, el estridente grito de las gaviotas invisibles. Hacía frío, pero la aprensión de Hakon lo calentaba. Una gota de sudor bajaba por su espalda blindada.

La niebla había llegado la noche anterior mientras acampaban, helados y sin fuego, sobre sus barcos en una cala en el lado sur de una isla cercana, lejos de los ojos errantes de los exploradores de Ragnvald. Los consejeros de Hakon le habían advertido de que esperara a que se levantara la niebla. Era un mal presagio y un peligro, advirtieron. Las cosas malas acechaban en la niebla, como los espíritus malignos y las rocas invisibles y los troles escondidos bajo de la superficie del agua. Hakon también temía la niebla, pero había visto exploradores durante su viaje hacia el sur y tuvo el presentimiento de que Ragnvald estaría esperando. Retrasarse ahora era dar al enemigo más tiempo para prepararse. Por espantosa que fuera, la niebla protegería sus movimientos de los ojos vigilantes, por eso había decidido venir.

Ahora, mientras sus ojos se asomaban a la blancura ondulante, esperaba haber hecho lo correcto. Las naves viajaban en fila de a una con Dragón a la cabeza, el sobrino de Hakon, Gudrod, en el poste de proa, escuchando, observando y guiando con la mano, porque había crecido con Trygvi en esta zona y la conocía bien. Las otras naves seguían de cerca, aunque Hakon apenas podía verlas. En cada una remaba una tripulación esquelética compuesta por los heridos y los restos del ejército de Erik.

Gudrod levantó ambos brazos. Arriba los remos. Miraba a su derecha, donde de vez en cuando la niebla revelaba un tramo de costa rocosa. Entonces, de repente, señaló. Egil tiró con fuerza hacia estribor. Al unísono, el lado izquierdo de la nave frenó mientras que la parte posterior derecha remaba. Dragón giró la cabeza y se deslizó hacia tierra. Las otras naves siguieron detrás de ella.

Hakon caminó hacia la proa, escudriñando la grisura frente a él. Llevaba en la mano su espada, Quern-biter. Un tramo de playa se asomó a través de la niebla, y luego emergió de la niebla envolvente mientras Dragón se acercaba. Estaban en una bahía formada por lenguas de tierra rocosas y cubiertas de árboles a cada lado. No había señales de movimiento.

Dragón mordió la arena y descansó. Rápidamente, Hakon y la mayoría de su tripulación desembarcaron y corrieron por la playa para formar una pared protectora con sus escudos. Egil fue con ellos.

— ¿Por dónde, Gudrod? —susurró Hakon.

Señaló con su espada desenvainada hacia la grisura mientras los tripulantes de las otras naves se unían a ellos. —Hacia el norte. Hay un sendero que podemos seguir. Atraviesa el bosque que tenemos enfrente y nos llevará a Kaupang desde el interior.

Hakon no vio árboles, solo niebla espesa y cambiante. Se santiguó y tiró de su capa con fuerza sobre sus hombros blindados.

Cuando todos los barcos habían desembarcado, el ejército se trasladó hacia el interior. Cincuenta hombres se quedaron atrás para vigilar las naves y a los prisioneros. Unos doscientos pasos hacia el interior encontraron la línea de árboles. Hakon detuvo a sus hombres y se arrodilló detrás de su escudo. Esperó, como si esperara que lanzas y flechas fueran disparadas desde las sombras del bosque. No pasó nada. Hizo un gesto para que la columna avanzara.

Aunque hubieron llegado a tierra desapercibidos, esa protección pronto desapareció entre los árboles. Un ejército de guerreros hizo ruido. Demasiado ruido. Aunque las mojadas agujas de pino alfombraban el suelo, las ramas seguían rompiéndose, los cinturones crujían y el metal rechinaba, era inevitable y estresante. Con cada paso, Hakon esperaba que el ejército de Ragnvald se materializara ante él o que atacara desde algún lugar invisible, pero el único ejército que encontraron fueron las sombras, las ramas de los árboles y los animales del bosque que se escabullían entre la maleza.

Caminaban, inclinados, tierra adentro. Aquí, la niebla clareó y la tierra se transformó en una brecha entre dos colinas repletas de árboles. Hakon examinó el paisaje. Si Ragnvald deseaba defenderse, este era el lugar perfecto.

Gudrod le hizo un gesto para que siguiera adelante y señaló hacia su derecha: —Kaupang está sobre esa colina. Quizá a dos tiros de flecha desde aquí.

— ¿Y Skiringssal?

—Hacia adelante. A mil pasos más o menos.

— ¡Mantente alerta! — susurró Hakon a su gigante amigo Toralv, que caminaba cerca de él. —Haz correr la voz—. Toralv se marchó para cumplir las órdenes de Hakon.

Al final, nunca hubo un ataque. Más bien, el paisaje se abrió y se sumergió en una cuenca a través de la cual un arroyo envuelto en niebla serpenteaba hacia la bahía a la derecha de Hakon. En el lado opuesto del arroyo, enclavado en una elevación rocosa de tierra, estaba Skiringssal… o lo que quedaba de ella.