El filón - Pedro Muñoz Seca - E-Book

El filón E-Book

Pedro Muñoz Seca

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Beschreibung

El filón es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la trama se articula en torno a un ingeniero que ha encontrado un filón en California del que sacará una auténtica fortuna. Pronto todo su entorno querrá aprovecharse de él.-

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Seitenzahl: 119

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Pedro Muñoz Seca

El filón

COMEDIA EN TRES ACTOS

Estrenado en el Teatro INFANTA ISABEL, el martes 13 de Octubre de 1923.

Saga

El filón Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1923, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508581

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Esta obra es propiedad de su autor, y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España ni en los países con los cuales se hayan celebrado, o se celebren en adelante, Tratados Internacionales de propiedad literaria.

El autor se reserva el derecho de traducción.

Los comisionados y representantes de la Sociedad de Autores Españoles son los encargados exclusivamente de conceder o negar el permiso de representación y del cobro de los derechos de propiedad.

–––––––

Droits de representation, de traduction et de reproductlon rèservès pour tous les pays, y compris la Suède, la Norvège et la Hôllande.

–––––––

Queda hecho el depósito que marca la ley.

A mi querido amigo

el Marqués de Vivel

REPARTO

personajes actores dora Eloisa Muro amalia María Bassó dolores María Bru ramona Nanuel Iglesias paco Nicolás Navarro don francisco Pedro Sepúlveda german Antonio Suárez jusepe Salvador Mora santos José Calle

ACTO PRIMERO

Lujoso despacho en casa de don francisco pongilioni . Una puerta en el foro y otra en cada lateral. Es de día. En Madrid y en primavera. Epoca actual.

 

(Al levantarse el telón está en escena PACO, un muchacho simpático, elegante, pero elegante a la americana; es decir, sin afectaciones ni afeminamiento. Sentado ante la mesa (que estará a la derecha del actor, un poco escorzada) lee, ensimismado, unos papeles. Por la puerta de la derecha entra en escena, de puntillas, AMALIA, una muchacha monísima. Amalia se acerca por detrás a Paco, se apoya suavemente en el respaldo del sillón, examina los papeles que estudia. y le dice, al cabo, graciosamente:)

 

Ama . ¡Cuántos millones...!

Paco . Mujer, me has asustado...

Ama . ¿Todo eso es lo que vamos a ganar los accionistas de tus minas?

Paco . Tal vez.

Ama . ¿Y para qué necesitamos tanto?

Paco . ¿Te pesa el dinero?

Ama . Me pesa que, para ganarlo, tengas que irte otra vez a California, cuando aún no hace dos meses que llegastes.

Paco . Más lo siento yo, pero ¿qué vamos a hacerle? Es preciso pensar en cosas serias. Ya no somos aquellos dos chiquillos que no tenían otra ocupación que jugar juntos a todas horas...

Ama . Por lo menos, tú eres todo un señor ingeniero de reputación mundial.

Paco . Rebaja un poco.

Ama . No rebajo nada. ¿Acaso las acciones de esa mina explotada por tí, no han alcanzado el honor de cotizarse en la Bolsa de Londres?

Paco . Con gran sentimiento mío. Yo hubiera deseado que no salieran de nosotros, de los amigos, de la familia... Desgraciada... o, mejor dicho, felizmente, el desarrollo que ha tenido el negocio, ha hecho necesario un capital para el que ya no alcanzaban nuestras fuerzas, a pesar de que lo mismo tú, que el tío Francisco habéis puesto en la empresa casi toda vuestra fortuna.

Ama . Tenemos confianza en tí, como la tiene todo el mundo. Hasta mi aya y tu amigo Germán Salcedo han comprado acciones con sus ahorrillos... Es decir, Germán asegura que ha convertido en acciones cuanto tenía; ya ves, con lo desconfiado y lo agarradísimo que es.

Paco . Lo cual aumenta mi responsabilidad, y me obliga a volverme a aquel país, por mucho que me pese. Mi ausencia puede ocasionar dificultades...

Ama . ¿Temes haberte equivocado en los cálculos?

Paco . No: eso no. El filón que parece haberse perdido, se cortará de nuevo a la profundidad que he señalado. Estoy tan seguro, como si lo tuviera ante los ojos. Seremos ricos, inmensamente ricos, querida Amalia. ¿No te alegras?

Ama . A nadie le amarga un dulce, pero bien sabes que no es la riqueza mi ilusión.

Paco . Siempre fuistes desprendida.

Ama . Lo mismo que tú, aunque ahora quieras aparentar otra cosa. Si la ambición de ser ricos nos cegara, ¿no seríamos archimillonarios, sin necesidad de minas en los Estados Unidos?... Seríamos dueños de un capital de muchos millones.

Paco . Y a bien poca costa. A costa de casarnos.

Ama . (Riendo y mirándole con coqueteria.) ¡Mira que casados nosotros...!

Paco . (Riendo también.) Mujer, un recurso te queda, si no te conviene mi blanca mano; aceptar la del tío Francisco.

Ama . Tienes razón. No había yo caído. Nada, nada, me caso con él. Tía Soledad puede dormir tranquila: se cumplirá su testamento.

Paco . No te burles. La pobre señora lo hizo con buena intención. Quiso que toda la fortuna que su padre arrebató a nuestros abuelos, en un pleito famoso, volviera a las dos ramas de la familia, a las que perteneció antiguamente, pero a condición de que los representantes de ambas ramas se uniesen en matrimonio; y como por el lado paterno no queda más descendiente que tú, y por el materno, sólo quedamos el tío Francisco y yo, claro es, que sólo casándote tú con uno de nosotros, se cumple la condición impuesta por la testadora.

Ama . Que en realidad, lo que hizo la buena señora, sin saberlo, al imponernos esa condición, que no podemos cumplir, fué desheredarnos, porque nosotros... Todo el mundo nos cree hermanos.

Paco . Todo el mundo. Suponen que somos hijos del tío Francisco... Y en realidad, somos más que hermanos. El lazo de la sangre, por sí solo, no es tan fuerte como el que a nosotros nos liga. Los hermanos se crían a veces lejos unos de otros, separan sus vidas. Tú y yo no hemos separado nunca las nuestras. Mi primer viaje a América fué nuestra primera separación.

Ama . Y no te figurarás nunca la pena que me distes al marcharte. No me acostumbraba a tu ausencia.

Paco . Lo mismo me pasaba a mí.

Ama . ¿Y vas a marcharte otra vez...?

Paco . Mujer, por tí lo hago. Por acrecentar tu fortuna. No quiero que eches de menos los millones de la tía Soledad.

Ama . Te repito que no me hace falta ser más rica de lo que soy. Preferiría seguir teniéndote a mi lado.

Paco . ¿Tanto me quieres?

Ama . Tanto o más que si hubiera hecho lo que deseaba la tía. Para quererse bien no hace falta casarse.

Paco . ¡Que ha de hacer falta! Precisamente nosotros no nos casamos por querernos demasiado.

Ama . (Riendo) Tienes razón.

Dolores . (Por la puerta de la derecha. Es el ama de llaves y ha cumplido ya los sesenta años.) Bueno, las cosas que a mí me pasan no le pasan a nadie. Luego dirán ustedes que exagero.

Paco . ¿Qué te ha ocurrido, Dolores?

Dolo . Figuraros, que hace un momento, al salir de la iglesia, se me acerca una señora, acongojadísima, que se abraza a mí hecha un mar de llanto y me dice: «No me oculte usted nada, doña Dolores, tendré valor. ¿Es cierto que está en las últimas...?» ¿Quién, señora...? «Franchesco, mi Franchesco. Me ha dicho Jusepe, su criado, que anoche le repitió el ataque. ¡Ay, doña Dolores de mi alma...! Dígame la verdad. ¿Tiene los ojos vueltos? ¿Es cierto que le dan agua y la escupe...?» Vamos, señora usted está loca... «No quiere usted decirme la verdad. ¡Teme usted que me caiga redonda...» Y se alejó de mí llorando como una Magdalena y diciendo: «¡Dios mío, que no la diñe!»

Ama . ¿Y tú no la conoces?

Dolo . No la visto en mi vida.

Ama . ¡Qué raro! ¿A quién ha podido decir Jusepe...?

Paco . ¿Era una señora elegante, guapetona, blanca, pelo castaño, nada gruesa... pero... con cosas...?

Dolo . Sí... sí...

Paco . ¿Y antes de hablar, respiraba fuerte, como si suspirara...?

Dolo . Sí, sí...

Paco . Dora, es Dora la bestia, seguramente. ¡La pobre...!

Dolo . ¿Pero quién es esa Dora?

Paco . Es una amiga del tío.

Dolo . ¿Amistad de familia?

Paco . No, más bien... contra la familia.

Dolo . (Admirada.) ¿Eh? ¿Pero don Francisco...?

Paco . Sí; lleva más de catorce años de... amistad con ella. La conoció de quince años, no te digo más...

Dolo . ¡Qué te parece!

Paco . Ella llama «Dora, la bestia», porque es de lo más bruto que se concibe.

Dolo . ¡Y yo en la higuera! Como que los hombres... ¡Ay...! El más bueno, como San Lorenzo, en una parrilla, y yo soplando. Ya ves. Don Francisco: tan regalón, tan comodón, tan egoistón y con su... bestia y todo. ¿Y ella le llama don Franchesco?

Paco . Y mucha gente le llama así. Como nuestro apellido Pongilioni es italiano y él es tan entusiasta de Italia...

Dolo . ¿Pero don Francisco ha ido a Italia alguna vez?

Paco . Ni a Italia ni a niguna parte. No ha salido jamás de Madrid. Ahora, que él dice, que si alguna vez se decide a viajar será por Italia.

Ama . Sí, sí... Cualquiera le saca de sus casillas.

Dolo . Bueno, niña, a lo que yo venía. Tú dirás dónde se colocan los apliques.

Ama . ¿Están ahí los electricistas?

Dolo . Sí, y aunque me figuro lo que deseas, no he querido meterme en nada.

Ama . Has hecho muy bien. (A Paco.) Te dejamos trabajar.

Paco . Ya he de hacer bien poco. Tengo que salir y además oigo la voz del tío Francisco.

Ama . Hombre, pregúntale que cómo sigue del ataque.

Paco . (Riendo.) Sí.

Ama . Luego nos dirás... Hasta después. (Mutis por la derecha.)

Dolo . (Haciendo mutis tras ella.) Conque la «bestia», ¡que le parece a usted.. ! Lo que digo yo: el mejor en la parrillita y yo con un fuelle (Vase. Paco guarda los papeles que examinaba.)

Francisco , (Por la izquierda. Es un cincuentón atildado y muy simpático.) Hola, Paquete.

Paco . Hola, tío Franchesco. ¿Cómo va ese ataque?

Fran . Joroba. ¿Qué ataque?

Paco . Hombre, el que según Dora te tiene en las últimas.

Fran . ¿Eh?

Paco . Eso le ha dicho a ella Jusepe, y ella se se ha atrevido a preguntarle a Dolores esta mañana.

Fran . ¡Ese Jusepe...! No he visto un andaluz con menos imaginación. Nada, que apela siempre a recursos extremos. ¡Qué falta hace un criado con entendimiento, Paquillo...! Y es que llevo casi un mes sin ir a casa de Dora. ¿Sabes? Le prometí formalmente que el domingo tomaría el té con ella, pero como luego se terció lo de las carreras, encargué a Jusepe que fuera, como todas las tardes, y que me disculpara... Se conoce que el muy bruto le ha dicho alguna barbaridad... No tiene tacto ninguno. ¡Ay! Cuánto echo de menos a Celedonio, aquel muchacho riojano que me sirvió durante los diez años más floridos de mi vida. ¡Cómo mentía aquel hombre...! ¡Cómo las engañaba....! ¡Qué excusas tan razonables! ¡Qué pretextos tan verosímiles... Lo bien que me dejaba siempre... (Hace sonar un timbre.) Preguntaré a Jusepe lo que le ha dicho a Dorita... ¡Ay, ay...! Esto no es vivir Paquillo.

Paco . (Riendo.) Sí; con lo a pecho que tú tomas las cosas...

Juse . (Por el fondo. Tiene cuarenta años, es andaluz y más vivo que un rayo.) ¿Señor?

Fran . Escucha, majadero. ¿Qué le has dicho tu a la señorita Dora?

Juse . Que tiene usté un ataque agudo de apendicitis, que de momento no le pueden operá y que está usté si las lía o no las lía.

Fran . Pero, hombre; ¡qué bárbaro...! ¿Tú crees que esas son excusas? ¿Por qué apelas a esas monstruosidades...?

Juse . Señorito de mi alma, que llevo ocho años diciéndole mentiras a la señorita Dora y ya se m‘ha agotao el repertorio. Usté me dise tós los días: «No puedo ir a casa de Dora; llégate, dale una excusa y déjame bien.» Y hay días que no le puedo dejar a usté bien, porque, vamos, es que tengo ya el cerebro más seco que el esparto. (A Paco.) Que es una excusa diaria, señorito. Y que vengan aquí tios con inventivas. Ahora esto del apéndice m‘ha dao un respiro. Seis días grave, cinco de mejoría, luego la operación y luego le voy a mandar a usté a Vichy. (Ríen.) El asunto es pararle los pies, porque como usté no va por allí ni amarrao, y ella está de una querensia... ¡Josú! ¿Qué l‘ha dao usté a esa señora, don Fracisco?

Fran . Dos mil pesetas mensuales, desde hace quince años hijo mío.

Juse . Toma, así está ella. Pues el día menos pensao se planta aquí.

Fran . ¿Aquí? Eso de ninguna manera, Jusepe.

Juse . Bastante que se lo vengo yo quintando de la cabeza; pero, váyale usté con reflexiones a una mujé de sn temperamento. ¡Qué burra es, y usté perdone! Esa es de las que meten el remo hasta última hora. Se ha de vé entre cuatro velas y ha de meté el remo.

Fran . Bien, bien; pues llégate por allí y dile que me han llevado a un sanatorio de... de Suiza.

Juse . No lo va a creer.

Fran . El asunto es que se le quite de la cabeza la idea de venir a verme.

Juse Si, señó.

Fran . Corre.

Juse . ¿Y a la señorita Emilia...?

Fran . ¿Eh...?

Juse . La señorita Emilia, la Trebujenera que le disen, la que le encargó a usté lo del palco pa los toros.

Fran . Anda, es verdad. Ya no me acordaba... Toma (Le da unos billetes.) Cómpralo. Y si ya no hubiera, le das una excusa y procura dejarme bien.

Juse . Sí, señó.

Fran . Vuela.

Juse . ¿Y si viene a las tres la señorita Juliana con su nueva tia...?

Fran . Que me aguarden esta noche en Apolo.

Juse . Recuerde el señó que en Apolo está ahora de tiple la señorita Pepa, la de Murcia, y si lo ve a usted con la señorita Juliana...

Fran . Tienes razón. Bueno, pues entonces... discúlpame con ellas.

Juse . Sí, señó.

Fran . Y con respecto a la señorita Dora, ya sabes: mándame a un sanatorio.

Juse . Sí, señó. (Haciendo mutis por la izquierda.) (El día menos pensao te voy yo a mandá a tí a donde yo sé.) (Vase.)

Paco . ¡Cuidado que eres golfo, tío Franchesco!

Fran . ¿Yo? Quita, hombre, un primo y nada más que un primo, aunque tú creas otra cosa. Demasiado sé yo que hago el canelo desde que me levanto hasta que pernocto, pero en algo se ha de pasar el rato y con algo también se ha de gastar el dinero. Todo eso de mis conquistas son... sainetes. Ya ves que tengo fama de conquistador, y que he sido un gallito, ¿eh...? Pues sainetes. No he creido jamás en el cariño de las mujeres. Bueno... de ciertas mujeres se entiende.

Paco