La venganza de don Mendo
Pedro Muñoz Seca
Century Carroggio
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Reservados todos los derechos.Portada; El beso, Francisco de Hayez (pinacoteca de Milán)Isbn: 978-84-7254-612-7
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Introducción al autor y su obra
LA VENGANZA DE DON MENDO
JORNADA PRIMERA
JORNADA SEGUNDA
JORNADA TERCERA
JORNADA CUARTA
Introducción al autor y su obra
«Un actor mediocre, representando una obra dramática, en lugar de decir: "La vaca torda", tal como marcaba el texto original, se equivocó y dijo: "La vaca tarda", y en el segundo acto, a fin de arreglarlo, no se le ocurrió otra cosa que soltar de repente: "Y esa vaca, ¿que no viene?"» Esta gracia teatral de Pedro Muñoz Seca, extraída en una forma libre y sucinta de una de sus obras, puede constituir una especie de símbolo de aquello que caracteriza ante todo la creación escénica de este autor que ha hecho reír a varias generaciones: la lozanía interna de un humor por la que parece que Muñoz Seca fue el primero en disfrutar y divertirse con su propio teatro. En efecto, en toda su producción se advierte interiormente el fenómeno curioso de un hombre que lo pasa en grande imaginando y creando nuevos recursos para convertir el teatro en algo regocijante y sorprendentemente cómico. Si se quiere de una manera juvenil e incluso ingenua, parece que el primer espectador que se destornillaba de risa al presenciar en sesión privadísima las obras de Muñoz Seca era el mismo Muñoz Seca. Desde la parodia del drama romántico en La venganza de don Mendo hasta la ocurrencia de poner en escena una cola interminable como en ¡¡Cataplum!!, se observa la capacidad notable de descubrir la extensa gama de situaciones jocosas que el mismo género teatral puede producir.
Sin embargo, este hombre que sin duda debió de pasarlo bien y reírse jovialmente con su propia labor literaria no tuvo precisamente una educación frívola. Nadie podría haber intuido de antemano que una persona inmersa brillantemente en graves estudios clásicos, filosóficos y jurídicos pudiera alcanzar luego las más altas cotas de un humor libre y siempre insurrecto, como estilo anticipado de lo que muy bien podría llamarse «el teatro de unos hermanos Marx españoles». Con mayor razón todavía, nadie podría haber sospechado de antemano su tremendo final. Pero la historia de su vida es un claro exponente de esos enormes contrastes humanos que configuran la existencia de los hombres singulares, dotados de una extraordinaria personalidad.
De una formación muy seria al disparate cómico.
Nacido en Puerto de Santa María (Cádiz) el 20 de febrero de 1881, Pedro Muñoz Seca cursó el bachillerato en el colegio de los padres jesuitas de aquella misma ciudad, siguiendo una pedagogía tradicionalmente considerada como rigurosa y sometida a una severa planificación racional. Como en tantos casos parecidos, no obstante (recordemos a este respecto, únicamente a título de ejemplo, a Descartes, Ortega y Gasset, Luis G. Berlanga, Fidel Castro y Alfred Hitchcock), se hizo evidente que una formación sólida, por más atenazante que fuera, no podía constituir una máquina capaz de producir piezas iguales, cortadas con el mismo patrón. La fuerza de la individualidad acaba siempre imponiéndose a los esquemas generalizadores. Con todo, el joven Muñoz Seca se sintió atraído por los estudios serios y, al terminar el bachillerato, se trasladó a Sevilla para cursar al mismo tiempo las carreras de Derecho y de Filosofía y Letras. Fue aquí, en un ambiente estudiantil más desenvuelto y alegre, donde estrenó sus primeras obras: unas cuantas farsas y sainetes andaluces en los que ya apuntaban el ingenio y la gracia del futuro comediógrafo. República estudiantil fue uno de los primeros títulos de Muñoz Seca, cuya representación se llevó a cabo ya en esos años de aprendizaje.
La afición literaria, sin embargo, no pasaba aún de ser esto: una afición. De momento era necesario dedicarse con ahínco a aquellas dos carreras universitarias que implicaban las verdaderas posibilidades para medrar en la vida. Tras lograr la licenciatura en ambas ramas, Muñoz Seca dejó Sevilla para marcharse a Madrid, donde consiguió tanto el doctorado en Derecho como el doctorado en Filosofía y Letras. Había terminado brillantemente su período de estudios y ahora tenía que afrontar la tarea de encontrar trabajo en primer lugar y luego abrirse paso hasta llegar a una posición estable y segura.
Al principio entró como pasante en el bufete de Antonio Maura, el famoso abogado mallorquín que alcanzó gran prestigio en su profesión y que se convirtió en una de las figuras capitales de la vida política española en la primera década del siglo xx. Más tarde decidió dedicarse a la enseñanza, convirtiéndose nada menos que en flamante profesor de lengua y literatura griegas en una academia particular de Madrid.
Era todavía muy joven: tenía tan sólo veintidós años, y en su interior surgía siempre de nuevo el impulso irresistible del humor y la necesidad de plasmarlo literariamente. Colaboró en diversas revistas famosas de la época, como «Blanco y Negro», «Nuevo Mundo» e «Ilustración Española y Americana». Pero fue la creación de un sainete lo que haría cambiar de rumbo definitivamente la vida de Pedro Muñoz Seca.
En 1904, en efecto, estrenó la pieza cómica y de carácter popular titulada El contrabando que enseguida alcanzaría un éxito deslumbrante. El público había acogido al nuevo autor teatral con verdadero aplauso y entusiasmo, al lado de nombres tan famosos como Carlos Amiches y los hermanos Quintero que ya se habían impuesto en el género sainetesco en esos albores del siglo presente. Digamos solamente, como muestra de un primer triunfo que logró superar los estrechos límites de una acogida circunstancial, que El contrabando siguió representándose durante muchos meses después, consiguiendo rebasar la cifra de 600 representaciones.
Al comprobar que era un hecho el sorprendente éxito obtenido, Muñoz Seca decidió dedicarse por completo al teatro, iniciando de inmediato una actividad literaria tan febril, que («si parva licet componere magnis»: si es lícito comparar las cosas grandes con las pequeñas) en este aspecto sólo se encuentra un precedente en el gran Lope de Vega. Lanzado con verdadero gozo y auténtica pasión a una tarea que quizás únicamente había acariciado en su interior como un simple sueño, aquel joven de veintitrés años empezó a producir sin parar numerosísimas obras que iban del sainete andaluz a la comedia de enredo. Los estrenos se sucedían continuamente y el nombre de Pedro Muñoz Seca iba adquiriendo carta de ciudadanía en las carteleras de los más famosos teatros españoles. Aquella fecundidad increíble y extraordinaria lo llevó a establecer un récord teatral probablemente nunca superado ni tan sólo igualado: en los dos primeros meses de 1917 estrenó en Madrid nada menos que 17 piezas originales.
Ahora bien, el gran logro de Muñoz Seca se produjo sin duda al año siguiente, cuando estrenó en Madrid la obra por la cual todavía es recordado y representado en la más reciente actualidad: la inimitable y desenfadada burla del drama romántico La venganza de don Mendo.
Estaban aún en boga las producciones más típicas del romanticismo español, debidas a plumas tan consagradas como las de Martínez de la Rosa y el duque de Rivas. Obras como Aben Humeya, La conjuración de Venecia, El moro expósito y Don Álvaro o la fuerza del sino seguían atrayendo a un público más bien maduro y aristocrático que gozaba con la sensibilidad refinada y los sublimes sufrimientos de unos personajes totalmente idealizados y propensos a la más morbosa fatalidad. Muñoz Seca no poseía aún el poderoso distintivo que identificaba su simple nombre con el más libre humorismo y muchos espectadores acudieron al teatro con la esperanza de ver revivir en escena los grandes éxitos del drama romántico. El mismo título de La venganza de don Mendo no hacía suponer entonces en ningún sentido que se tratara de una explosiva caricatura del teatro magistral del siglo XIX. Los primeros compases de la obra ya consiguieron inquietar a un público manifiestamente inadecuado. ¡Qué cara debió de poner alguna señora enjoyada de las primeras filas del patio de butacas al oír que el juglar Bertoldino recitaba enfáticamente, al estilo de las grandes evasiones románticas, unos versos repletos de ripios jocosos y de intolerable procacidad! Su impresión debió de ser, ciertamente, muy desagradable al llegar al punto del romance en que se dice:
«Para asaltar torreones,
cuatro Quiñones son pocos.
¡Hacen falta más Quiñones!»
Las crónicas cuentan que, mientras muchos cedían sin poder evitarlo a la comicidad inequívoca de la situación, algunos espectadores abandonaban la sala incapaces de soportar ni de captar la gracia aguda de aquella parodia.
Con todo, La venganza de don Mendo, pletórica de retruécanos divertidos y de anacronismos hábilmente encajados, tenía que convertirse en uno de los hitos más logrados del humorismo disparatado y del absurdo inteligente. Si Groucho Marx hubiera hablado en español con la suficiente soltura para representarla, sin duda habría realizado una interpretación única e insuperable del personaje de don Mendo, enormemente adecuado para el histrionismo del contraste y de los súbitos cambios de expresión.
Ya en su misma época se produjeron amables respuestas que correspondían a la aceptación y a la implícita comprensión de las regocijantes alusiones anacrónicas. Es famosa la anécdota acaecida con los versos pronunciados por uno de los caballeros de Pravia en uno de los momentos más álgidos del segundo acto:
«Para lavar el baldón,
la mancha que nos agravia,
conde Nuño, henos de Pravia».
La casa productora de los célebres jabones envió a Muñoz Seca una muestra bastante cuantiosa de sus especialidades.
Pero si momentáneamente la burla grotesca de La venganza de don Mendo no fue comprendida y aceptada por el público en toda su extensión, tal como suele ocurrir con las grandes manifestaciones del humor que siempre se avanza a su época, con el tiempo tenía que prevalecer el juicio acertado de quienes rieron a gusto con la parodia de una sensibilidad altamente superada. Por lo menos ya entonces era claro y manifiesto lo que el mismo Jacinto Benavente escribió con atinado criterio en uno de los numerosos prólogos a la obra: «Es una broma literaria por la que nadie puede darse por lastimado ni ofendido».
En la actualidad, por otra parte, una lectura sagaz del texto puede advertir claramente muchas posibilidades aún inéditas de representación que todavía harían reír mucho más, dentro de un ambiente libre y permisivo que ya no ha de contar con los estrechos márgenes de los remilgos y de los escándalos puritanos. Se trata de una obra rica en recursos cómicos que poseen la cualidad intrínseca de la reinterpretación personal y de la readaptación actualizada.
Del disparate cómico a la ironía mordaz.
La extensísima producción de Pedro Muñoz Seca hasta comienzos de los años treinta se había caracterizado sobre todo por una gracia muy peculiar que brotaba de situaciones descabelladas y a menudo inverosímiles. Los abundantes juegos de palabras y el poder detonante del retruécano hacían casi imposible que un espectador quedara impasible frente a lo que ocurría y se decía en escena. Había una fuerza directa y franca en su humorismo que obligaba, tarde o temprano, a soltar la carcajada y a no resistirse al regocijo de la palabra y de la situación escénicas.
Por lo que se refiere a la técnica teatral, la crítica ha reconocido que Muñoz Seca poseía un notable dominio de los resortes propios del género. Su imaginación fértil lo llevaba a encontrar de repente salidas inesperadas y desconcertantes que convertían un embrollo mayúsculo en algo perfectamente lógico dentro de la ilógica general. En esto consistía precisamente la «sal» específica de su teatro. Otro elemento muy importante era el diálogo, siempre ágil e ingenioso. Ni siquiera las frases de personajes secundarios dejaban de tener su gracia concreta, amenizada con anécdotas jocosas o con golpes de efecto carcajeante. Cierto aspecto culto innegable contribuía, además, a dotar el diálogo de una riqueza y de unas posibilidades mayores para jugar con términos y conceptos capaces de crear una comicidad aguda e inteligente.
Sin duda, al hablar de las cualidades y de los elementos típicos del teatro de Muñoz Seca, no puede soslayarse la valiosa colaboración de dos hombres que, dentro de una simpática y estrecha amistad, tomaron parte activa en diversos aspectos de bastantes de sus obras que siempre fueron firmadas a dúo, aunque injustamente se olvide muchas veces su trabajo y se atribuya, quizá por pura comodidad, quizá por clara decantación de la fama, únicamente a nuestro autor. Se trata de Pedro Pérez Fernández y Enrique García Álvarez.
Entre las piezas más importantes en las que colaboró Pérez Fernández hay que destacar ante todo Los extremeños se tocan, la divertida zarzuela sin música que todavía hoy posee una fuerza cómica irresistible y que permite un montaje teatral de brillantes efectos jocosos. No puede olvidarse, no obstante, su participación posterior en obras como La Oca, Jabalí y Anacleto se divorcia que habrían de tener especiales consecuencias en la vida de Muñoz Seca y que representan un hito singular en su producción. De la colaboración con García Álvarez merece citarse particularmente El verdugo de Sevilla, tan ingeniosa y precursora del más moderno humor negro español.
Se sabe que la forma de colaborar entre Muñoz Seca y Pérez Fernández o García Álvarez, según el caso, era ciertamente curiosa y a la vez perfectamente compenetrada. Tras un bosquejo general del argumento por parte de Muñoz Seca, cada autor se encargaba de escribir un acto, para terminar con una revisión conjunta que siempre corría a cargo del autor de La venganza de don Mendo.
Parece que la aportación más peculiar de estos dos escritores ha de situarse más bien en las obras del género «astracanada», al que Muñoz Seca se dedicó especialmente en los tres primeros decenios de nuestro siglo. Fue la época más feliz en que el humor disparatado y grotesco dominó casi por entero su extensa producción.