El hombre del sótano y otros relatos policiales - Carlos Alberto Stella - E-Book

El hombre del sótano y otros relatos policiales E-Book

Carlos Alberto Stella

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Beschreibung

Descubre la intensa lucha entre el bien y el mal en la Argentina de principios del siglo XX a través de El hombre del sótano y otros relatos policiales. Sigue al astuto Inspector Aguirre y al valiente Capitán Güiraldes en su incansable búsqueda de justicia, enfrentándose a oscuros complots anarquistas y crímenes que sacuden los cimientos de la sociedad. Cada caso revela un entramado de misterio, traición y valor, invitando al lector a sumergirse en el corazón de intrigantes investigaciones policiales.

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Seitenzahl: 104

Veröffentlichungsjahr: 2024

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CARLOS ALBERTO STELLA

El hombre del sótano y otros relatos policiales

Stella, Carlos Alberto El hombre del sótano y otros relatos policiales / Carlos Alberto Stella. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-5018-7

1. Cuentos Policiales. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenido

EL HOMBRE DEL SÓTANO

UN CASO EN ARECO

MUERTE EN EL SENADO

A Alejandro Rozitchner

tantos cursos, tanto impulso

Estimadolector,

Sepresentanacontinuacióntresrelatospoliciales.

Giranalrededordedospersonajes:el inspectorAguirreyel capitánGüiraldes.

Del inspectorAguirre podemos decir que suele reunirse con sus amigos, el profesorIngenieros,elDr.PuigrósyelIng.Etchebarne.Suesposalehallamadoafectuosamenteaestegrupo“losmuchachosdelosmiércoles”.EnsutrabajocuentaconlacolaboracióndelosoficialesBaltierrez,BermúdezyCárdenas.

Del capitán Güiraldes agregamos que sus colaboradores son los agentes: SalvadorVargas, Ramón Garmendia y Nora Bustamante. Su infancia transcurrió en la ciudadde San Antoniode Areco, cercadel afectodel padre Agustíny lahermana Amalia.

CarlosAlbertoStella

Parque Chas, noviembre de 2022

EL HOMBRE DEL SÓTANO

Primer movimiento

El 27 de marzo de 1905 el diputado Sica se dirigía a la Honorable Cámara de Diputados. Como era habitual se levantó temprano para tomar un baño y afeitarse.

Doña Eugenia, su esposa, solía despertarse unas horas más tarde, razón por la cual el Dr. Sica desayunaba en su despacho, mientras leía someramente los borradores de sus discursos en la Cámara.

Poco, o mejor dicho nada, sabía sobre el trágico final de su día. Alguien en las sombras había decidido que sería condenado sin juicio previo.

El chofer del Ford entró en la casa a la hora establecida. Usualmente, el chofer ayudaba al diputado con su maletín y papeles.

—Buenos días, Dr., ya tengo el móvil preparado.

—Gracias amigo, hoy tenemos un día de amplios debates. No podemos ni debemos esperar con algunos temas que hacen a la seguridad de nuestras familias.

El Ford arrancó tranquilamente por la calle Viamonte para luego acceder al Congreso por la avenida Mitre.

No sabía el Dr. Sica de los acontecimientos y en el devenir de episodios que generaría su muerte.

Escasamente sabemos qué puede ocurrir después de abandonar este mundo.

Un hombre común puede ser una víctima trascendente si su muerte es la primera de una serie de barbaries.

En la calle, un joven, mano en el bolsillo esperaba ese auto.

Fue bajar el Dr. del vehículo y solo alcanzó a oír pasos vertiginosos. Cuatro balas terminaron con su vida.

En medio del espanto, gritos, sangre y caos podía verse a un ciudadano, absorto, contemplando la escena trágica que se presentaba.

Comentarios en cenas

El inspector Aguirre esperaba al profesor Ingenieros para su habitual cena de los días miércoles. Lo hacía en el restaurante del subsuelo de Lavalle al 800.

Se accede al lugar por la calle Sarmiento: La denominada “Sociedad del Progreso”. Además del inspector e Ingenieros, solía encontrarse el doctor Puigrós, quien ejercía por entonces funciones en el Ministerio de Guerra y completaba el grupo el Ing. Etchebarne, a la sazón profesor del Otto Krause.

En la cena no faltaban la sobremesa, el humo de cigarros y licor. Aguirre estaba interesado en aprovechar el tiempo de las cenas para hacer una pausa en las actividades y desafíos de la división.

Durante los meses de enero y febrero las reuniones transcurrieron con temas habituales de punguistas y estafadores.

Pero todo cambiaría a partir del 27 de marzo. Ese día comenzaría en la ciudad una epidemia de violencia y asesinatos por parte de libertarios y anarquistas.

A partir de un segundo asesinato, del diputado Acevedo, quedó claro que:

a) la impunidad y crueldad de los atacantes era un hecho novedoso,

b) existía una red de contactos o telaraña de protección y

c) se filtraba información de organismos de inteligencia que saboteaban cualquier respuesta.

—Son tiempos difíciles, dijo Aguirre.

—Queda establecido que enfrentamos otro tipo de delitos, comentó Puigrós. Antes simplemente mandábamos un destacamento y luego de hablar con vecinos, porrazos de por medio, la cosa seguía con normalidad. Pero ahora se ha desatado una violencia inútil, no solo de extranjeros sino de criollos disconformes.

—Sí, sí. —Dijo Aguirre—. De yapa tenemos novelas policiales con personajes como Sherlock Holmes que ensalzan la prolijidad en la detención de un delincuente, cuando en realidad quienes los confrontamos día a día sabemos que no es así.

Sin embargo, para Etchebarne, ningún tema podía evadir el tema del Colegio Industrial. Etchebarne estaba orgulloso del colegio. “Mi colegio” solía decir. En cada cena no dejaba de elogiar los esfuerzos de los estudiantes. Recorría las aulas y veía alumnos que asombraban por la capacidad de aprender Química o Construcción. Según él, ese hecho era el futuro del país. Les recriminaba a sus amigos el pensar que solo consideraran que los delitos representaban a una sociedad.

Desconcierto

Ante el desconcierto del grupo de investigación, luego de la muerte de un segundo diputado, un dato registrado por un oficial, el cabo Fontana, abrió una línea de investigación productiva. Fontana notó, interrogando a testigos de los crímenes, la presencia de un ciudadano de aspecto perturbado. Con dificultades para caminar. Casi como si necesitara un bastón para no caerse. Tras algunas investigaciones, el hombre fue fácilmente localizado y llevado al centro de la división. El individuo fue sometido a un interrogatorio agresivo por parte de la mano derecha de Aguirre en esos casos: el oficial Baltierrez. Quien era capaz de sacar la última gota de un cítrico exprimido. El hombre, por cuestiones procedimentales fue llamado “el ciudadano X”. Luego de llevarlo a un cuarto oscuro, su rostro fue enfrentado a una potente luz.

—¿Dónde vivís? —le preguntó el oficial.

El ciudadano X mostró un rostro de temor ante la situación. Solo atinó a decir: “aquí hace frío, tengo frío”.

—Repito la pregunta zopenco. ¿Dónde vivís?

—En frente de la Plaza Once. Tengo un gato que necesita alimento ¿podré irme pronto?

—Te vas a ir cuando se me dé la gana. ¿No queda lejos tu ratonera de los lugares de asesinatos?

—Ocurre que empiezo a dormirme. No sé bien por qué termino lejos de mi habitación.

El oficial se empezó a impacientar. Algo le decía que este ciudadano X podría ser útil a la investigación, pero iba a costar mucho desenrollarle la lengua.

—Te vas a quedar dos días adentro. Hasta que se te afloje el habla o dejes de hacerte el sonámbulo.

X lloró. No entendía qué pasaba. Qué le pasaba. Tembló por su gato, nunca lo había abandonado.

Baltierrez refirió a Aguirre los pormenores del interrogatorio y el jefe le indicó:

—Déjalo ir. Pero seguilo, a ver si tiene algún contacto. A lo mejor es un testigo que puede dar cuenta de la frialdad y eficiencia con que un asesino cumple con un encargo.

El ciudadano X volvió a la pensión. Nunca había visto a César tan desesperado por la leche y el pan. Lo abrazó y lloró. Era lo que lo mantenía con los pies en la tierra. Poco le importaba el resto. Trabajaba en un banco donde hacía recados que a nadie le importaba.

Una idea

En su despacho, Aguirre compartió con Ingenieros y Puigrós la confusión por los pocos o nulos avances de la investigación.

Ingenieros escuchaba con atención. Tras reflexionar le dijo:

—Puede que sea necesario otro enfoque. Queda evidenciado que el ciudadano X tiene información, pero no parece estar simulando para confundirnos. Si usted me permite quiero verlo y mientras tanto me voy a poner en contacto con un Alienista americano. Él y su asistente han trabajado en México y conocen bien nuestro idioma y cultura.

Aguirre accedió al pedido de su amigo, aunque no veía con claridad la estrategia. Ni sabía que podía hacer “ese Alienista”.

Unos días después del interrogatorio del ciudadano X por parte de la policía, la dueña de la pensión tocó con firmeza la puerta de la habitación del ciudadano X.

El ciudadano X abrió la puerta.

—Abajo hay en señor petitero que lo busca.

El ciudadano X bajó con curiosidad pero sin temor. Si bien no conocía a su visitante no estaba perturbado.

Ingenieros lo miró. Se presentó. Le dio la mano y lo invitó a sentarse.

—No se asuste amigo. Soy el último en esta tierra que no utilizaría la razón para conocer o llegar a una verdad. Ante todo: ¿necesita ocuparse de su gato o podemos hablar con tiempo?

Por primera vez el ciudadano X esbozó una sonrisa.

Vigilancia

Habían quedado en vigilar y seguir al Ciudadano X. Se comisionó a dos agentes para ello. Los primeros informes que llegaron al Inspector daban cuenta de un hombre apacible y solitario. Solo salía para ir al trabajo en el banco y al mercado. Tomaba el tranvía y podría estimarse que lo hacía siempre en el mismo horario.

Una mañana, inesperadamente, cambió su rutina. Tomo otro camino, parecía dirigirse a Constitución.

Prontamente, uno de los agentes llamó al Inspector y automáticamente se activó la alarma en el departamento. Así pues, el ciudadano X había llegado a la estación Constitución e intrigaba esa presencia. Se lo veía parado en el Hall central. Inexplicablemente, no parecía tener objetivo alguno. Los agentes seguían rastreando sus movimientos.

De golpe: la explosión. Tremendo. Instantes que parecían un infinito de dolor.

A medida que el polvo y la ceniza comenzaron a caer, se vislumbró lo ocurrido. Un feroz aparato explosivo había destruido la vida de las personas que hacían fila para comprar un pasaje. Cálculo correcto. Toda la boletería destruida y cuerpos ensangrentados en el piso. Panfletos reivindicaban el hecho prolijamente distribuidos en todo el hall. Toda una visita al Apocalipsis.

Caído por el impacto de la explosión, estaba el ciudadano X. No parecía desmayado sino derrumbado. Junto a las otras víctimas fue llevado al hospital de ayuda “Nuestra Señora de la Concepción”. Fue instalado en una habitación separada y fuertemente vigilada.

Despertó, asustado y dolorido.

Estaban a su alrededor Ingenieros y la asistente del Alienista.

Vera Muñoz había llegado a Buenos Aires la noche anterior junto al Alienista.

Vera era una excelente asistente que poseía sólidos conocimientos de cuidados intensivos. Había publicado algunas monografías sobre el uso de plantas que alivian el dolor.

—No se perturbe, amigo, dijo Ingenieros. César está a buen recaudo y bien alimentado. Le presento a la señorita Vera Muñoz quien de ahora en más lo cuidará y ayudará a rehabilitarse.

La palabra rehabilitar era pertinente. En el ataque, su cuerpo tuvo cortaduras que requirieron de la acción de un cirujano.

—¿Recuerda lo ocurrido? —preguntó Vera.

—Poco. Salí a caminar sin rumbo. Cansado. No encuentro otra palabra para estos momentos. Al llegar a la estación sentí un despertar. Luego comencé a tener una sensación de mucho miedo. Me dolía el pecho. Luego estoy aquí. Por favor díganme: ¿qué me pasa?

El ciudadano X quedó tranquilo al ver a Vera. Confió inmediatamente en ella al verla tomar notas con un lápiz en un anotador de formato libreta de bolsillo.

—Tenga confianza ciudadano X, con el profesor Blackstone lo vamos a ayudar a terminar con sus pesadillas. Por ahora veremos qué le suceden a sus heridas. Ahora descanse.

Inmediatamente, Vera, se comunicó con el inspector para requerir el uso de las instalaciones de un laboratorio de química. Rápidamente, Aguirre se comunicó con el ingeniero Etchebarne quien accedió a intermediar para que un laboratorio de química del Otto Krause estuviera a su disposición.

Cuenta regresiva

Aguirre estaba reunido con los oficiales Bermúdez y Baltierrez cuando ocurrió la explosión. Ya estaba preparado el auto para dirigirse al lugar de la tragedia. En las calles se podía presentir la magnitud del siniestro. En las calles las miradas inspiraban y reflejaban pánico. Tal fue la conmoción que el ministro Falcón personalmente ordenó una reunión con el inspector de forma tal de coordinar un mayor número de agentes contra esta guerra en escala que comenzaba a operar en la ciudad.

Al día siguiente, temprano, todos los involucrados estaban reunidos en el Ministerio de Guerra.

—Seremos breves, dijo Falcón iniciando la reunión. Estamos en presencia de un ataque preciso y bien coordinado. El inspector Aguirre tiene información de inteligencia y quiero que estén a su disposición todo nuestro personal y armas disponibles. No quiero pesar ni congoja. Solo acción.

Luego de alguna que otra cuestión administrativa se dio por finalizada la reunión. Aguirre sintió que dos armas le apuntaban. Un arma era el estratega diabólico que atacaba sin piedad y la otra el retiro si no acertaba a bloquear el ataque. Difícil lidiar con anarquistas o libertarios. No tenían exigencias y no negociaban. Solo destruían. Cada uno de ellos era su propio ejército sin un general o soldado alguno a cargo.

Sin embargo, el inspector consideró que en este caso había algo de conspiración bien organizada o sociedad secreta.

Laboratorio