El Hombre más Rico de Babilonia - George S. Clason - E-Book

El Hombre más Rico de Babilonia E-Book

George S. Clason

0,0
13,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

"El hombre más rico de Babilonia es una obra clásica de educación financiera que transmite principios atemporales sobre el manejo del dinero, la riqueza y el éxito económico a través de parábolas ambientadas en la antigua ciudad de Babilonia. Escrito por George S. Clason en 1926, el libro presenta enseñanzas prácticas mediante historias sencillas y profundas protagonizadas por personajes como Arkad, el hombre más próspero de la ciudad. A lo largo del libro, Arkad comparte sus conocimientos con amigos y ciudadanos, abordando temas como el ahorro disciplinado, la inversión sabia, el control de gastos y la importancia de aprender continuamente sobre el dinero. Cada parábola enseña una "regla de oro" financiera que sigue siendo relevante en la actualidad, como "una parte de lo que ganas es tuya y debes conservarla". Lejos de ser un tratado técnico, la obra utiliza un lenguaje claro, metáforas poderosas y situaciones realistas para transmitir hábitos que conducen a la libertad financiera. El hombre más rico de Babilonia ha inspirado a millones de lectores en todo el mundo y se considera una lectura fundamental para quienes buscan mejorar su relación con el dinero y construir una vida económica más estable y próspera. "

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



El hombre más rico de Babilonia le ofrece con un lenguaje ameno y sencillo, un plan financiero que le llevará al camino de la riqueza.

Aprenderá a ganar el dinero que necesita, a conservarlo y a hacerlo fructificar. Este libro trata del éxito personal fruto de nuestro esfuerzo y de nuestra acción. Una buena preparación y una actitud mental positiva son las claves del éxito. Una serie de reglas tan antiguas como el mundo contienen el secreto del éxito y de la prosperidad. En este libro, que se lee como una novela, aprenderá estos secretos.

George S. Clason

El hombre más rico de Babilonia

El secreto usado por los antiguos para alcanzar el éxito yobtener riqueza

Ante usted se extiende el futuro como un camino que lleva muy lejos. A lo largo del camino se encuentran las ambiciones que usted desea realizar y los deseos que usted quiere satisfacer.

Para realizar sus ambiciones y sus deseos, tiene que triunfar en el terreno financiero. Para ello, aplique los principios fundamentales claramente enunciados en las páginas de este libro. Deje que estos principios lo lleven más allá de las dificultades que trae la pobreza y que le ofrezcan la vida feliz y plena que da una bolsa bien provista.

Estos principios son universales e inmutables como la ley de la gravedad. Le podrán mostrar, como ya lo han hecho a tantos otros antes que a usted, la manera de engrosar su bolsa, de aumentar su cuenta bancaria y de asegurarse un notable éxito económico.

El dinero abundará para los que comprendan las simples reglas de la adquisición de bienes:

1. Comience a llenar su bolsa.

2. Controle sus gastos.

3. Haga dar frutos a su dinero.

4. Impida que sus tesoros se pierdan.

5. Haga que su propiedad sea una inversión rentable.

6. Asegúrese ingresos para el futuro.

7. Aumente su habilidad en la adquisición de bienes.

Prefacio

Nuestra prosperidad como nación depende de la prosperidad financiera de cada uno de nosotros como individuos.

Este libro trata del éxito personal de cada uno. El éxito significa realizaciones como resultado de nuestros propios esfuerzos y habilidades.

Una buena preparación es la clave del éxito. Nuestras acciones no pueden ser más sabias que nuestros pensamientos. Nuestros actos y nuestra manera de pensar no puede ser más sabios que nuestra comprensión.

Este libro de remedios para los bolsillos vacíos ha sido calificado como una guía de comprensión financiera. Su objetivo es ofrecer a los que ambicionan éxito económico una visión que los ayude a conseguir dinero, a conservarlo y a hacer que dé frutos.

En las páginas siguientes vamos a regresar a la antigua Babilonia, cuna de las reglas básicas de la economía que son reconocidas aún hoy en día y aplicadas en todo el mundo.

El autor desea que este libro sirva de inspiración para sus nuevos lectores, como lo ha sido para tantos otros en todo el país, a fin de que su cuenta bancaria se engrosara constantemente, de que aumenten sus éxitos económicos y de que descubran la solución a sus problemas financieros.

El autor aprovecha la ocasión para expresar su gratitud a los administradores que han compartido generosamente estos relatos con sus amigos, parientes, empleados y asociados. Ningún apoyo habría sido más convincente que el de los hombres prácticos que han apreciado estas enseñanzas y han triunfado utilizando las reglas que propone este libro.

Babilonia llegó a ser la ciudad más rica del mundo en la antigüedad porque sus ciudadanos fueron el pueblo más rico de su tiempo. Apreciaban el valor del dinero. Aplicaron sólidas reglas básicas para obtenerlo,

conservarlo y hacerle dar fruto. Consiguieron lo que todos deseamos: ingresos para el futuro.

Dinero es el criterio universal por el que se mide el éxito en nuestra sociedad.

El dinero da la posibilidad de gozar de las mejores cosas de la existencia.

El dinero abunda para quien conoce los medios de obtenerlo.

Hoy en día el dinero está sometido a las mismas leyes que lo regían hace seis mil años, cuando los hombres prósperos se paseaban por las calles de Babilonia.

1. El hombre que deseaba oro

Bansir, el fabricante de carros de la ciudad de Babilonia, se sentía muy desanimado. Sentado en el muro que rodeaba su propiedad, contemplaba tristemente su modesta casa y su taller, en el que había un carro sin acabar.

Su mujer salía a menudo a la puerta. Lanzaba una mirada furtiva en su dirección, recordándole que ya casi no les quedaba comida y que tendría que estar acabando el carro, es decir, clavando, tallando, puliendo y pintando, extendiendo el cuero sobre las ruedas; preparándolo de este modo para ser entregado y que fuera pagado por el rico cliente.

Sin embargo, su cuerpo grande y musculoso permanecía inmóvil, apoyado en la pared. Su mente lenta daba vueltas a un asunto al que no encontraba solución alguna. El cálido sol tropical, tan típico del valle del Éufrates, caía sobre él sin piedad. Gotas de sudor perlaban su frente y se deslizaban hasta su pecho velludo.

Su casa estaba dominada, en la parte trasera, por los muros que rodeaban las terrazas del palacio real. Muy cerca de allí, la torre pintada del Templo de Bel se recortaba contra el azul del cielo. A la sombra de una majestad tal se dibujaba su modesta casa, y muchas otras también, mucho menos limpias y cuidadas que la suya.

Así era Babilonia: una mezcla de suntuosidad y simplicidad, de cegadora riqueza y de terrible pobreza sin orden alguno en el interior de las murallas de la ciudad.

Si se hubiera molestado en darse la vuelta, Bansir habría visto cómo los ruidosos carros de los ricos empujaban y hacían tambalearse tanto a los comerciantes que llevaban sandalias como a los mendigos descalzos.

Incluso los ricos estaban obligados a meter los pies en los desagües para dejar paso a las largas filas de esclavos y de portadores de agua al servicio

del rey. Cada esclavo llevaba una pesada piel de cabra llena de agua que vertía en los jardines colgantes.

Bansir estaba demasiado absorto en su propio problema para oír o prestar atención al ajetreo confuso de la rica ciudad. Fue el sonido familiar de una lira lo que le sacó de su ensoñación. Se dio la vuelta y vio el rostro expresivo y sonriente de su mejor amigo, Kobi el músico.

—Que los dioses te bendigan con gran generosidad, mi buen amigo —

dijo Kobi a modo de saludo—. Pero me parece que son tan generosos que ya no tienes ninguna necesidad de trabajar. Me alegro de que tengas esa suerte. Es más, me gustaría compartirla contigo. Te ruego que me hagas el favor de sacar dos shékeles de tu bolsa, que debe estar bien llena, puesto que no estás trabajando en tu taller, y me los prestes hasta después del festín de los nobles de esta noche. No los perderás, te serán devueltos.

—Si tuviera dos shékeles —respondió tristemente Bansir—, no podría prestárselos a nadie, ni a ti, mi mejor amigo, porque serían toda mi fortuna.

Nadie presta toda su fortuna ni a su mejor amigo.

—¿Qué? —exclamó Kobi sorprendido—. ¿No tienes ni un shékel en tu bolsa y permaneces sentado en el muro como una estatua? ¿Por qué no acabas ese carro? ¿Cómo sacias tu hambre? No te reconozco, amigo mío.

¿Dónde está tu energía desbordante? ¿Te aflige alguna cosa? ¿Te han causado los dioses algún problema?

—Debe de ser un suplicio que me han enviado los dioses —comentó Bansir—. Comenzó con un sueño, un sueño que no tenía sentido, en el que yo creía que era un hombre afortunado. De mi cintura colgaba una bolsa repleta de pesadas monedas. Tenía shékeles que tiraba despreocupadamente a los mendigos, monedas de oro con las que compraba útiles para mi mujer y todo lo que deseaba para mí; incluso tenía monedas de oro que me permitían mirar confiadamente el futuro y gastar con libertad. Me invadía un maravilloso sentimiento de satisfacción. Si me hubieras visto no habrías conocido en mí al esforzado trabajador, ni en mi esposa a la mujer arrugada, habrías encontrado en su lugar una mujer con el rostro pletórico de felicidad que sonreía como al comienzo de nuestro matrimonio.

—Un bello sueño en efecto —comentó Kobi—, pero ¿por qué sentimientos tan placenteros te habían de convertir en una estatua colocada sobre el muro?

—¿Por qué? Porque en el momento que me he despertado y he recordado hasta qué punto mi bolsa se encontraba vacía, me ha invadido un sentimiento de rebeldía. Hablemos de ello. Como dicen los marinos, los dos remamos en la misma barca. De jóvenes fuimos a visitar a los sacerdotes para aprender su sabiduría. Cuando nos hicimos hombres, compartimos los mismos placeres. En la edad adulta, siempre hemos sido buenos amigos.

Estábamos satisfechos de nuestra suerte. Éramos felices de trabajar largas horas y de gastar libremente nuestro salario. Ganamos mucho dinero durante los años pasados, pero los goces de la riqueza sólo los hemos podido experimentar en sueños. ¿Somos acaso estúpidos borregos? Vivimos en la ciudad más rica del mundo. Los viajeros dicen que ninguna otra ciudad la iguala. Ante nosotros se extiende esta riqueza, pero no poseemos nada de ella. Tras haber pasado la mitad de tu vida trabajando arduamente, tú, mi mejor amigo, tienes la bolsa vacía y me preguntas: ¿Me puedes prestar una suma tan insignificante como dos shékeles hasta después del festín de los nobles de esta noche? ¿Y qué es lo que yo te respondo? ¿Digo que aquí tienes mi bolsa, y que comparto contigo su contenido? No, admito que mi bolsa está tan vacía como la tuya. ¿Qué es lo que no funciona? ¿Por qué no podemos conseguir más plata y más oro, más de lo necesario para poder comer y vestirse?

»Consideremos a nuestros hijos. ¿No están siguiendo el mismo camino de sus padres? ¿También ellos con sus familias, y sus hijos con las suyas, tendrán que vivir entre los acaparadores de oro y se tendrán que contentar con beber la consabida leche de cabra y alimentarse de caldo claro?

—Durante todos estos años que hemos sido amigos, nunca habías hablado así —replicó Kobi intrigado.

—Durante todos estos años, jamás había pensado así. Desde el alba hasta que me hacía parar la oscuridad he trabajado haciendo los más bellos carros que pueda fabricar un hombre, sin casi atreverme apenas a esperar que un día los dioses reconocerían mis buenas obras y me darían una gran prosperidad, lo que jamás han hecho. Al fin me doy cuenta de que nunca lo harán. Por eso estoy triste. Deseo ser rico. Quiero poseer tierras y ganado, lucir bellas ropas y llenar mi bolsa de dinero. Estoy dispuesto a trabajar para ello con todas mis fuerzas, con toda la habilidad de mis manos, con toda la destreza de mi cabeza, pero deseo que mis esfuerzos sean recompensados. ¿Qué nos ocurre? Te lo vuelvo a preguntar. ¿Por qué no

tenemos una parte justa de todas las cosas buenas, tan abundantes, que pueden conseguir los que poseen el oro?

—¡Ay si conociera la respuesta! —respondió Kobi—. Yo no estoy más satisfecho que tú. Todo el dinero que gano con mi lira se gasta rápidamente.

A menudo he de planificar y calcular para que mi familia no pase hambre.

Yo también tengo en mi fuero interno el deseo de tener una lira suficientemente grande para hacer resonar la grandiosa música que me viene a la mente. Con un instrumento así podría producir una música tan suave que ni el mismo rey habría oído nunca nada parecido.

—Tú deberías tener una lira así. Nadie en la ciudad de Babilonia podría hacerla sonar mejor que tú, hacerla cantar tan melodiosamente que, no sólo el rey, sino los mismos dioses quedarían maravillados. Pero, ¿cómo podrías conseguirla si tú y yo somos tan pobres como los esclavos del rey?

¡Escucha la campana! ¡Ya vienen! —señaló una larga columna de hombres medio desnudos, los portadores de agua que venían del río, sudando y sufriendo por una estrecha calle. Caminaban en columna de a cinco encorvados bajo la pesada piel de cabra llena de agua.

—El hombre que los guía es hermoso —Kobi indicó al hombre que tocaba la campana y andaba al frente de todos, sin carga—. En su país es fácil encontrar a hombres hermosos.

—Hay varios rostros bellos en la fila —dijo Bansir—, tanto como los nuestros. Hombres altos y rubios del norte, hombres negros y risueños del sur y pequeños y morenos de los países vecinos. Todos caminan juntos del río a los jardines y de los jardines al río, cada día de cada año. No pueden esperar ninguna felicidad. Duermen sobre lechos de paja y comen gachas.

¡Me dan pena esos pobres animales, Kobi!

—A mí también me dan pena. Pero me hacen recordar que nosotros no estamos mucho mejor que ellos, aunque nos llamemos libres.

—Es cierto, Kobi, pero no me gusta pensar en eso. No queremos seguir viviendo como esclavos año tras año. Trabajar, trabajar, trabajar… ¡Y no llegar a nada!

—¿No deberíamos intentar averiguar cómo los otros consiguieron su oro y hacer como ellos? —preguntó Kobi.

—Tal vez haya un secreto que podemos aprender simplemente si encontramos a los que lo conocen, —respondió Bansir pensativo.

—Hoy mismo —añadió Kobi— me he cruzado con nuestro viejo amigo Arkad, que se paseaba en su carro dorado. Te diré que ni me ha mirado; una cosa que algunos de los de su clase creen tener derecho a hacer. En vez de eso ha hecho una señal con la mano para que los espectadores pudieran verle saludar y conceder el favor de una sonrisa amable a Kobi el músico.

—Sí, dicen que es el hombre más rico de toda Babilonia —dijo Bansir.

—Tan rico, dicen, que el rey recurre a su oro para asuntos del tesoro —

contestó Kobi.

—Tan rico —comentó Bansir— que si me lo encontrara de noche estaría tentado de vaciarle la bolsa.

—¡Eso es absurdo! —replicó Kobi—. La fortuna de un hombre no está en la bolsa que lleva consigo. Una bolsa bien repleta se vacía con rapidez si no hay una fuente de oro para alimentarla. Arkad tiene unos ingresos que mantienen su bolsa llena, gaste como gaste su dinero.

—¡Los ingresos, eso es lo importante! —dijo Bansir—. Deseo una renta que continúe alimentando mi bolsa, tanto si me quedo sentado en el muro de mi casa como si viajo a lejanos países. Arkad debe de saber cómo un hombre puede asegurarse una renta. ¿Crees que será capaz de explicárselo a alguien con una mente tan torpe cómo la mía?

—Creo que enseñó su saber a su hijo Nomasir —respondió Kobi—.

Este fue a Nínive y, según dicen en la posada, se convirtió, sin la ayuda de su padre, en uno de los hombres más ricos de la ciudad.

—Kobi, lo que acabas de decir ha hecho nacer en mí una luminosa idea

—un nuevo brillo apareció en los ojos de Bansir—. Nada cuesta pedir un sabio consejo a un buen amigo, y Arkad siempre ha sido un amigo. No importa que nuestras bolsas estén tan vacías como el nido de halcón del año anterior. No nos detengamos por eso. No nos inquietemos por no poseer oro en medio de la abundancia. Deseamos ser ricos. ¡Ven! Vayamos a ver a Arkad y preguntémosle cómo podríamos conseguir ganancias por nosotros mismos.

—Hablas poseído por una auténtica inspiración, Bansir. Traes a mi mente una nueva visión de las cosas. Me haces tomar conciencia de la razón por la que nunca hemos tenido nuestra parte de riqueza. Nunca la hemos buscado activamente. Tú has trabajado con paciencia para construir los carros más sólidos de Babilonia. Has concentrado en ello todos tus

esfuerzos y lo has conseguido. Yo me he esforzado en convertirme en un hábil músico, y lo he logrado.

»En lo que nos hemos propuesto triunfar, hemos triunfado. Los dioses estaban contentos de dejarnos continuar así. Ahora, por fin vemos una luz tan brillante como el amanecer. Nos ordena que aprendamos más para hacernos más prósperos. Encontraremos, con un nuevo entendimiento, maneras honorables de cumplir nuestros deseos.

—Vayamos hoy a ver a Arkad —dijo Bansir—. Pidamos a los amigos de nuestra infancia que tampoco han triunfado que se unan a nosotros y que compartan con nosotros esa sabiduría.

—Eres en verdad un amigo considerado, Bansir. Por eso tienes tantas amistades. Haremos como dices. Vayamos hoy a buscarlos y llevémoslos con nosotros.

2. El hombre más rico de Babilonia En la antigua Babilonia vivía un hombre muy rico que se llamaba Arkad.

Su inmensa fortuna lo hacía admirado en todo el mundo. También era conocido por su prodigalidad. Daba generosamente a los pobres. Era espléndido con su familia. Gastaba mucho en sí mismo. Pero su fortuna se acrecentaba cada año más de lo que podía gastar.

Un día, unos amigos de la infancia lo fueron a ver y le dijeron:

—Tú, Arkad, eres más afortunado que nosotros. Te has convertido en el hombre más rico de Babilonia mientras que nosotros todavía luchamos por subsistir. Tú puedes llevar las más bellas ropas y regalarte con los más raros manjares, mientras que nosotros nos hemos de conformar con vestir a nuestras familias de manera apenas decente y alimentarlas tan bien como podemos.

»Sin embargo, en un tiempo fuimos iguales. Estudiamos con el mismo maestro. Jugamos a los mismos juegos. No nos superabas en los juegos ni en los estudios. Y durante esos años no fuiste mejor ciudadano que nosotros.

»Y por lo que podemos juzgar, no has trabajado más duro ni más arduamente que nosotros. ¿Por qué entonces te elige a ti la suerte caprichosa para que goces de todas las cosas buenas de la vida y a nosotros, que tenemos los mismos méritos, nos ignora?

—Si no habéis conseguido con qué vivir de manera sencilla desde los años de nuestra juventud —los reprendió Arkad—, es que habéis olvidado aprender las reglas que permiten acceder a la riqueza, o también puede ser que no las hayáis observado.

»“La Fortuna Caprichosa” es una diosa malvada que no favorece siempre a las mismas personas. Al contrario, lleva a la ruina a casi todos los hombres sobre los que ha hecho llover oro sin que hicieran esfuerzo alguno.

Hace actuar de manera desordenada a los derrochadores irreflexivos que gastan todo lo que ganan, dejándoles tan sólo apetitos y deseos tan grandes que no puedan saciarlos. En cambio, otros de a los que favorece se vuelven avaros y atesoran sus bienes por miedo a gastar los que tienen, pues saben que no son capaces de reponerlos. Además, siempre temen ser asaltados por los ladrones y se condenan a vivir una vida vacía, solos y miserables.

Probablemente existen otros que pueden usar el oro que han ganado sin esfuerzo, hacerlo rendir y continuar siendo hombres felices y ciudadanos satisfechos. Sin embargo, son poco numerosos. Sólo los conozco de oídas.

Pensad en los hombres que repentinamente han heredado fortunas y decidme si esto que os digo no es cierto.

Sus amigos pensaron que estas palabras eran verídicas, pues sabían de hombres que habían heredado fortunas. Le pidieron que les explicara cómo se había convertido en un hombre tan próspero.

—En mi juventud —continuó—, miré a mi alrededor y vi todas las buenas cosas que me podían dar felicidad y satisfacción, y me di cuenta de que la riqueza aumentaba el poder de esos bienes.

»La riqueza es un poder, la riqueza hace posible muchas cosas.

»Permite amueblar una casa con los más bellos muebles.

»Permite navegar por mares lejanos.

»Permite degustar finos manjares de lejanos países.

»Permite comprar los adornos del orfebre y del joyero.

»Permite, incluso, construir grandiosos templos para los dioses.

»Permite todas esas cosas y aún muchas otras que procuran placer a los sentidos y satisfacción al alma.

»Cuando comprendí todo eso, me prometí que yo tendría mi parte de las cosas buenas de la vida. Que no sería uno de esos que se mantienen al margen, mirando con envidia cómo los otros gozan de su fortuna. No me conformaría con ropas menos caras que sólo serían respetables. No me contentaría con la vida de un pobre hombre. Al contrario, estaría invitado al banquete de las buenas cosas.

»Siendo, como ya sabéis, el hijo de un humilde comerciante, y miembro de una familia numerosa, no tenía ninguna esperanza de heredar, y no estaba especialmente dotado de fuerza o de sabiduría, como habéis dicho con tanta franqueza; así que decidí que si quería obtener lo que deseaba necesitaría dedicar tiempo y estudio.

»En cuanto al tiempo, todos los hombres lo tienen en abundancia.

Vosotros habéis dejado pasar el tiempo necesario para enriquecerse.

»Y sin embargo admitís que no tenéis otros bienes que mostrar que vuestras buenas familias, de las que tenéis razón de estar orgullosos.

»En lo que concierne al estudio. ¿No nos enseñó nuestro sabio profesor que posee dos niveles? Las cosas que ya hemos aprendido y que ya sabemos; y la formación que nos muestra cómo descubrir las que no sabemos.

»Así decidí buscar qué había que hacer para acumular riquezas, y cuando lo encontré, me creí en la obligación de hacerlo y de hacerlo bien.

Pues ¿acaso no es sabio el querer aprovechar la vida mientras nos ilumina el sol, ya que la desgracia pronto se abatirá sobre nosotros en el momento que partamos hacia la negrura del mundo de los espíritus?

»Encontré un puesto de escriba en la sala de archivos, en la que durante largas horas todos los días, trabajaba sobre las tablillas de barro, semana tras semana, mes tras mes; sin embargo, nada me quedaba de lo que ganaba.

La comida, el vestido, lo que correspondía a los dioses y otras cosas de las que ya no me acuerdo, absorbían todos mis beneficios. Pero todavía estaba decidido.

»Y un día, Algamish el prestamista vino a la casa del señor de la ciudad y encargó una copia de la novena ley; me dijo:

»—La tengo que tener en mi poder dentro de dos días; si el trabajo está hecho a tiempo te daré dos monedas de cobre.

»Así que trabajé duro, pero la ley era larga y cuando Algamish volvió, no había terminado el trabajo. Estaba enfadado, si hubiera sido su esclavo me habría pegado. Pero como sabía que mi amo no lo habría permitido, yo no tuve miedo y le pregunté:

»—Algamish, sois un hombre rico. Decidme cómo puedo hacerme rico y trabajaré toda la noche escribiendo en las tablillas para que cuando el sol se levante la ley esté ya grabada.

»Él me sonrió y respondió:

»—Eres un joven astuto, acepto el trato.

»Pasé toda la noche escribiendo, aunque me dolía la espalda y el mal olor de la lámpara me daba dolor de cabeza, hasta que casi ya no podía ni ver. Pero cuando él regresó al amanecer, las tablillas estaban terminadas.

»—Ahora —dije—, cumple tu promesa.

»—Tú has hecho tu parte del trato, hijo mío —me dijo bondadosamente

—, y yo estoy dispuesto a cumplir la mía. Te diré lo que deseas saber porque me vuelvo viejo y a las lenguas viejas les gusta hablar, y cuando un joven se dirige a un viejo para recibir un consejo, bebe de la fuente de la sabiduría que da la experiencia. Demasiadas veces, los jóvenes creen que los viejos sólo conocen la sabiduría de los tiempos pasados y de ese modo no sacan provecho de ella. Pero recuerda esto: el sol que brilla ahora es el mismo que brillaba cuando nació tu padre y el mismo que brillará cuando muera el último de tus nietos.

»”Las ideas de los jóvenes —continuó—, son luces resplandecientes que brillan como meteoros que iluminan el cielo; pero la sabiduría del anciano es como las estrellas fijas que lucen siempre de la misma manera, de modo que los marinos puedan confiar en ellas.

»”Retén bien estas palabras si quieres captar la verdad de lo que te voy a decir y no pensar que has trabajado en vano durante toda la noche.

»Entonces, bajó las pobladas cejas, sus ojos me miraron fijamente y dijo en voz baja pero firme: