El Horla y Otros cuentos - Guy de Maupassant - E-Book

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Guy de Maupassant

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Beschreibung

Guy de Maupassant fue uno de los maestros del cuento realista francés del siglo XIX, y en su obra se destaca una visión crítica y lúcida de la sociedad de su tiempo. Con un estilo preciso, irónico y a menudo mordaz, Maupassant exploró temas como la hipocresía burguesa, la fragilidad humana, el deseo, la locura y la injusticia social. Sus cuentos más célebres revelan tanto su aguda observación del comportamiento humano como su habilidad para construir finales inesperados. En Bola de Sebo, Maupassant presenta una poderosa crítica a la doble moral social y patriótica durante la guerra franco-prusiana, al mostrar cómo una prostituta, inicialmente despreciada, termina siendo sacrificada por aquellos que antes se beneficiaron de su generosidad. El collar ofrece una amarga reflexión sobre la vanidad y el orgullo, contando la historia de una mujer que arruina su vida por querer aparentar una riqueza que no posee. El Horla se adentra en lo fantástico y psicológico, relatando la progresiva obsesión y deterioro mental de un hombre que cree estar siendo dominado por una entidad invisible, anticipando temas modernos sobre la locura y la pérdida de control. En Ese cerdo de Morin, Maupassant expone el contraste entre la apariencia respetable y el comportamiento escandaloso, usando el humor y la ironía para desmantelar los prejuicios sociales. La cama 29, por su parte, revela con sensibilidad y tragedia los lazos humanos en el contexto de un hospital, mostrando el sufrimiento y la esperanza en medio de la enfermedad. Estas obras demuestran la versatilidad de Maupassant para transitar del realismo al terror psicológico, sin perder nunca su mirada crítica hacia la condición humana. Su literatura sigue vigente por su capacidad de revelar verdades incómodas y emocionar al lector con historias tan breves como impactantes.

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Guy de Maupassant

EL HORLA Y OTROS CUENTOS

Sumario

PRESENTACIÓN

EL HORLA

BOLA DE SEBO

EL COLLAR

ESE CERDO DE MORIN

LA CAMA 29

PRESENTACIÓN

Guy de Maupassant

1850 – 1893

Guy de Maupassant fue un escritor francés ampliamente reconocido como uno de los maestros del cuento moderno. Nacido en Normandía, en el seno de una familia de la pequeña nobleza, Maupassant desarrolló una narrativa aguda y realista, marcada por la observación minuciosa de la sociedad francesa del siglo XIX. A través de su estilo conciso y directo, abordó temas como la guerra, a hipocresía social, a condição humana e o desejo, consolidando-se como uma das vozes mais expressivas do realismo literário.

Primeros años y formación

Guy de Maupassant creció bajo la influencia de su madre, una ávida lectora que despertó su interés por la literatura. Tras la separación de sus padres, fue enviado a estudiar en Ruan, donde comenzó a manifestar su talento literario. Durante la guerra franco-prusiana de 1870, sirvió como voluntario, experiencia que más tarde inspiraría muchos de sus relatos. Estudió Derecho en París, pero su vocación por la escritura prevaleció. Fue discípulo de Gustave Flaubert, quien lo orientó en los primeros pasos de su carrera literaria.

Carrera y contribuciones

Maupassant se destacó como autor de relatos breves, aunque también escribió novelas, ensayos y artículos. Su primer gran éxito fue el cuento Bola de sebo (1880), incluido en una antología editada por Émile Zola. Esta obra, elogiada por su realismo y complejidad moral, marcó el inicio de una producción prolífica: escribió cerca de 300 cuentos y seis novelas. Entre sus obras más notables se encuentran Bel-Ami (1885), sátira sobre la ambición social y el periodismo, y Pierre y Jean (1888), considerada una de las novelas psicológicas más logradas de su tiempo.

Sus cuentos, ambientados tanto en el campo normando como en el París burgués, retratan la vida cotidiana con una mirada crítica y penetrante. La economía narrativa, la ironía y el desencanto son características constantes de su estilo. También exploró el lado oscuro de la mente humana, anticipando elementos del naturalismo y del simbolismo, y mostrando un interés particular por la locura, el deseo y la muerte.

Impacto y legado

Guy de Maupassant revolucionó el arte del cuento con su enfoque objetivo, sin moralismos, y su habilidad para condensar emociones y situaciones complejas en unas pocas páginas. Su influencia se extendió más allá de Francia, alcanzando a autores como Anton Chéjov, O. Henry y Jorge Luis Borges. Su obra, a menudo pesimista pero profundamente humana, refleja una comprensión aguda de los mecanismos sociales y psicológicos que rigen la conducta humana.

Maupassant ayudó a consolidar el cuento como un género literario autónomo, no subordinado a la novela. Su capacidad para retratar personajes con pocas pinceladas, así como para construir atmósferas densas en narraciones breves, lo convirtió en un referente esencial de la literatura moderna. La claridad de su prosa y la universalidad de sus temas explican su vigencia hasta nuestros días.

La vida de Maupassant estuvo marcada por la enfermedad. Afectado por la sífilis, su salud mental se deterioró progresivamente, llevándolo a intentos de suicidio. Fue internado en una clínica psiquiátrica, donde murió a los 42 años, en 1893. A pesar de su corta vida, dejó una obra vasta y significativa.

Hoy, Maupassant es considerado uno de los grandes escritores franceses del siglo XIX. Su obra continúa siendo leída, estudiada y adaptada, y su maestría en el arte del cuento sigue siendo un modelo para escritores de todo el mundo. Maupassant legó una literatura lúcida y penetrante, capaz de capturar la complejidad de la existencia humana en su forma más sencilla y esencial.

Sobre la obra

Guy de Maupassant fue uno de los maestros del cuento realista francés del siglo XIX, y en su obra se destaca una visión crítica y lúcida de la sociedad de su tiempo. Con un estilo preciso, irónico y a menudo mordaz, Maupassant exploró temas como la hipocresía burguesa, la fragilidad humana, el deseo, la locura y la injusticia social. Sus cuentos más célebres revelan tanto su aguda observación del comportamiento humano como su habilidad para construir finales inesperados.

En Bola de Sebo, Maupassant presenta una poderosa crítica a la doble moral social y patriótica durante la guerra franco-prusiana, al mostrar cómo una prostituta, inicialmente despreciada, termina siendo sacrificada por aquellos que antes se beneficiaron de su generosidad. El collar ofrece una amarga reflexión sobre la vanidad y el orgullo, contando la historia de una mujer que arruina su vida por querer aparentar una riqueza que no posee.

El Horla se adentra en lo fantástico y psicológico, relatando la progresiva obsesión y deterioro mental de un hombre que cree estar siendo dominado por una entidad invisible, anticipando temas modernos sobre la locura y la pérdida de control. En Ese cerdo de Morin, Maupassant expone el contraste entre la apariencia respetable y el comportamiento escandaloso, usando el humor y la ironía para desmantelar los prejuicios sociales. La cama 29, por su parte, revela con sensibilidad y tragedia los lazos humanos en el contexto de un hospital, mostrando el sufrimiento y la esperanza en medio de la enfermedad.

Estas obras demuestran la versatilidad de Maupassant para transitar del realismo al terror psicológico, sin perder nunca su mirada crítica hacia la condición humana. Su literatura sigue vigente por su capacidad de revelar verdades incómodas y emocionar al lector con historias tan breves como impactantes.

EL HORLA

8 de mayo

¡Qué día tan delicioso! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, abriga y sombrea por completo. Adoro este lugar y me agrada vivir en él, porque tengo aquí mis raíces, las profundas y delicadas raíces que nos unen a la tierra donde nacieron y murieron nuestros abuelos, que nos identifican con lo que se piensa y con lo que se come, lo mismo con las costumbres que con los alimentos, con los modismos locales, con las entonaciones de los campesinos, con los perfumes de la tierra, con el ambiente de los pueblos, con el aire.

Adoro la casa donde me crié. Desde sus ventanas veo correr el Sena lamiendo la tapia de mi jardín, junto a la carretera; el anchuroso río va de Ruán al Havre, cubierto siempre de barcos.

A la izquierda y a lo lejos, Ruán, la ciudad espaciosa, con sus tejados azules, con sus innumerables campanarios góticos dominados por la veleta de hierro de la catedral, con sus campanas, que resuenan en el aire de los días claros, trayendo a mis oídos un dulce y lejano murmullo, su canto de bronce, ya resonante, ya débil, según que la brisa despierte o se adormezca.

Qué mañana tan deliciosa!

A eso de las once cruzaron por delante de mi verja varios buques arrastrados por un remolcador del tamaño de una mosca, y que hipaba de fatiga, vomitando un humo espeso.

A la zaga de dos goletas inglesas, cuya roja bandera ondeaba en el aire, iba un soberbio bergantín brasileño, muy blanco, admirablemente limpio y resplandeciente. Lo saludé, porque su presencia me agradó.

12 de mayo

Hace días que me siento febril; estoy enfermo y, sobre todo, estoy triste.

¿De qué provienen esas influencias misteriosas que truecan en desaliento nuestra dicha y nuestra confianza en angustia? Diríase que la invisible atmósfera está llena de ignorados poderes que nos hacen sentir su proximidad misteriosa. Me despierto alegre, con deseos de cantar. ¿Por qué? Bajo hasta la orilla del río y después de un corto paseo, vuelvo desolado, como si temiera encontrar en mi casa una desdicha. ¿Por qué? ¿Acaso un escalofrío, estremeciendo mi piel, ha desquiciado mis nervios y entristecido mi alma? ¿Tal vez la forma de las nubes o los reflejos del sol o el color tan variable de los objetos que se ofrecen a mis ojos ha turbado mi pensamiento? ¡Quién sabe!... Todo lo que nos rodea; todo lo que vemos hasta sin mirarlo; todo lo desconocido que nos roza; todo aquello en que tropezamos sin hacer intención de tocarlo; todo lo que se nos aparece sin que hubiéramos pensado el verlo, todo ejerce sobre nosotros, sobre nuestros sentidos, sobre nuestro pensamiento, sobre nuestro corazón, una influencia rápida, sorprendente, inexplicable.

¡Qué profundo es el misterio de lo invisible! Nuestra pobre naturaleza no puede sondarlo; nuestros ojos no saben percibir ni lo muy pequeño ni lo muy grande, ni lo muy próximo ni lo muy lejano, ni los pobladores de una estrella ni los pobladores de una gota de agua...; nuestros oídos nos mienten, porque nos transmiten las vibraciones del aire, formando sonoras notas. Como hadas, hacen el milagro de convertir en ruido el movimiento, y por esta metamorfosis crean la música, en la cual aparece convertida en cántico la silenciosa elaboración de la naturaleza...; nuestro olfato tiene una percepción mucho menor que el de un perro...; nuestro paladar apenas precisa los años que tiene un vino...

¡Ah! Si poseyésemos otros órganos que realizaran en ventaja nuestra otros milagros, ¡cuántos fenómenos descubriríamos alrededor!

16 de mayo

Estoy enfermo, ¡no hay duda! Y me sentía perfectamente hace un mes. Tengo fiebre, una fiebre devoradora o, más bien, un enervamiento febril que abate mi alma tanto como mi cuerpo. Me abruma sin cesar la sensación espantosa de un peligro imaginario: temo una desdicha que amenaza o la muerte que se acerca, presentimientos que deben ser manifestación de una enfermedad desconocida que invade todo mi organismo.

18 de mayo

Acabo de consultar con un médico, porque ya no podía dormir. Encontró mi pulso alterado, mis pupilas dilatadas, mis nervios estremecidos; pero ningún síntoma alarmante. Debo someterme a las duchas y al bromuro.

25 de mayo

¡Ningún alivio! Mi situación es muy extraña. A medida que se acerca la noche, una inquietud incomprensible me invade, como si la noche guardara para mí algo terrible. Como de prisa; intento distraerme con un libro; pero ni sé lo que leo, y apenas distingo las letras. Entonces, azorado, en un ir y venir inquieto, recorro mil veces mi sala, porque me impulsa un terror confuso, irresistible; temo dormir, temo acostarme.

A las dos aproximadamente me retiro a mi alcoba. Cierro con llave y cerrojo; tengo miedo. ¿Por qué? Nunca he temido así... Registro los armarios, levanto las ropas de la cama... escucho... ¿qué? ¿Resulta extraño que una insignificante dolencia, tal vez un desequilibrio en la circulación, la irritación de un nervio, algo de congestión, una perturbación minúscula en las funciones  — tan imperfectas como delicadas —  de nuestro organismo, pueda convertir en melancólico al más alegre de los hombres y en cobarde al más valiente? Al fin me acuesto, esperando al sueño como si esperase al verdugo. Aguardo estremecido que llegue, y mi corazón golpea, mi carne tiembla bajo las ropas, a cuyo suave calor me sumerjo en el descanso, como pudiera sumergirme para morir en un pozo. No lo siento acercarse, como lo sentía en otro tiempo, a ese malvado sueño que se oculta cerca de mí, que me observa, que me agarra cerrándome los ojos, abatiéndome.

Duermo mucho  — dos o tres horas —  y sueño después. No es una pesadilla lo que me sobrecoge.

Comprendo que me hallo en la cama y dormido. Lo sé..., y comprendo también que alguien se acerca, me mira, me toca, sube sobre mi cama, se arrodilla sobre mi pecho, me agarrota el cuello entre sus manos, y oprime, oprime..., con todas sus fuerzas para estrangularme.

Yo me rebelo, abrumado por la impotencia desastrosa que nos paraliza cuando soñamos; quiero gritar y no puedo; quiero incorporarme y no puedo; procuro con esfuerzos terribles, jadeando, cambiar de postura para sustraerme al peso que me ahoga, y no puedo. ¡No puedo!

De pronto me despierto enloquecido, sudoroso. Enciendo una bujía. No veo a nadie.

Pasada la crisis  — que se renueva todas las noches —  duermo ya tranquilo hasta el amanecer.

2 de junio

Mi situación se agrava. ¿Qué tengo? El bromuro no me sirve de nada; las duchas no me hacen efecto. Queriendo fatigar mi cuerpo  — tan abatido — , hice algunas caminatas por el bosque Roumare, creyendo al principio que la frescura de aquel ambiente ligero y suave, lleno de perfumes, renovaría la sangre de mis venas dando energías a mi corazón. Seguí un largo camino de cazadores y tomé luego hacia La Bouille por otro muy estrecho, entre dos filas de árboles que interponían una masa de verdura impenetrable casi negra entre mis ojos y el cielo.

Sentí un repentino estremecimiento; no un estremecimiento de frío, sino un estremecimiento de angustia.

Me apresuré, inquieto de hallarme solo, en aquel bosque, acobardado sin motivo, estúpidamente, por la profunda soledad. Luego me pareció que me seguían pisándome los talones, muy cerca, tocándome. Volvíme bruscamente. No había nadie. Sólo vi a mi espalda la doble fila de árboles que bordeaba el camino recto y solitario, espantosamente solitario; y delante de mi extendíase de igual modo, recto y cerrado siempre, hasta perderse de vista, solitario y terrible.

Cerré los ojos. ¿Por qué? Comencé a dar vueltas muy de prisa, como un trompo. Vacilé, abrí los ojos; los árboles bailaban en torno mío, la tierra flotaba; tuve que sentarme. Luego no supe ya por dónde había ido. ¡Extraña idea! ¡Extraña! ¡Muy extraña idea! No supe ya por dónde había ido, y tomando hacia la derecha, llegué al camino que me internó en el bosque.

3 de junio

La noche ha sido espantosa. He resuelto ausentarme un mes. Un viajecito, sin duda, me repondrá.