El inevitable hombre blanco - Jack London - E-Book

El inevitable hombre blanco E-Book

Jack London

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Beschreibung

El conflicto entre el capitán Woodward y el tabernero Charles Roberts es el de la visión colonial versus una noción más humanista de la expansión europea por la Micronesia y la Melanesia. "Si el hombre blanco se esforzara un poco por entender cómo funciona la mente del hombre negro, se podrían evitar la mayoría de los problemas", asegura Roberts, de mente más abierta y liberal. London, el racista, modificaba algunas de sus concepciones. En el viaje que hace entre 1907 y 1909 a bordo del Snark por Hawaii, las Islas Marquesas, Tahití, Fidji, las Islas Salomón, las Nuevas Hébridas y Australia, su concepto de la superioridad anglosajona se modifica. Está en desacuerdo con la forma como el hombre blanco ha sometido a la fuerza a los nativos, esclavizándolos o despojándolos de sus tierras. Hay una especie de crisis de conciencia que lo lleva a escribir historias donde muestra su simpatía hacia ciertos personajes, como el hawaiano Koolau, y donde da cuenta de la mano dura de los anglosajones. "Colonizar el mundo. Alguien tiene que hacerlo", parece ser la única consigna, no importando los medios para lograrlo. El relato es ambivalente: por un lado, la destreza de Saxtorph para hacerle frente a una horda de salvajes —la historia que cuenta el capitán Woodward—, y, por el otro, la velada certidumbre de que El inevitable hombre blanco es igual o peor de salvaje que los nativos.

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El inevitable hombre blanco

El inevitable hombre blanco (1900)Jack London

Editorial CõLeemos Contigo Editorial S.A.S. de [email protected]ón: Benito RomeroEdición: Abril 2021

Imagen de portada: RawpixelProhibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

Índice

Portada

Página Legal

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El negro nunca comprenderá al blanco ni el blanco al negro, mientras lo negro sea negro y lo blanco, blanco.

Eso me dijo el capitán Woodward.

Estábamos sentados en la taberna de Charley Roberts, en Apia, bebiendo Abu Hameds, preparados y acompañados por el antes mencionado Charley Roberts, quien aseguraba haber recibido la fórmula del propio Stevens, famoso por inventarla a impulsos de la sed del Nilo; me refiero a Stevens, el que escribió Con Kitchener a Kartum y que, luego, murió en el sitio de Ladysmith, durante la guerra de los boers.

El capitán Woodward, bajo y fornido, ya maduro, quemado por cuarenta años de sol tropical y con los ojos pardos más hermosos que he visto en un hombre, hablaba con la autoridad de su vasta experiencia. La red de cicatrices que le cubría la calva indicaba intimidad con los nativos a través de las mazas de guerra, e idéntica intimidad delataba la cicatriz que le corría en el lado derecho del cuello, donde le clavaron una flecha que tuvo que arrancarse él mismo. Según explicaba, en aquella ocasión tenía mucha prisa y la flecha le detuvo en su carrera, por lo que consideró que no disponía de tiempo para romper la punta y sacársela por el mismo sitio que entrara, como suele hacerse. En la época a la que me refiero, capitaneaba el Savaii, un enorme vapor dedicado a la recluta de mano de obra por las islas del Oeste, con destino a las plantaciones alemanas de Samoa.

—Casi todos los problemas nacen de la estupidez del hombre blanco —comentó Roberts, haciendo una pausa para beber un trago del vaso que sostenía y maldecir, en términos afectuosos, al nativo encargado de la barra—. Si el hombre blanco hiciese un esfuerzo para intentar comprender cómo funciona la mente del negro, podrían evitarse la mayoría de los líos.

—He conocido algunos que afirmaban conocer a los indígenas —dijo el capitán Woodward— y siempre me sorprendió que fuesen los primeros a quienes se kaikai