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"El jardín secreto" es un clásico de la literatura en lengua inglesa, elegido por el público de "The Big Read" de la BBC como una de las 100 mejores novelas de todos los tiempos. El relato de Mary Lennox, Colin Craven y el jardín oculto fue la primera historia para niños que se publicó en una revista para adultos y es también un libro sanador y cargado de optimismo, una auténtica celebración de la vida. La presente edición ofrece una nueva traducción, prólogo y notas textuales de la escritora Ana Belén Ramos.
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Seitenzahl: 457
Veröffentlichungsjahr: 2013
Frances Hodgson Burnett
El jardín secreto
Edición y traducción de Ana Belén Ramos
Introducción
Esta edición
Bibliografía
EL JARDÍN SECRETO
Capítulo I. No queda nadie
Capítulo II. Doña Mary fastidiosa
Capítulo III. Cruzando el páramo
Capítulo IV. Martha
Capítulo V. El llanto en el corredor
Capítulo VI. ¡Había alguien llorando! ¡Lo había!
Capítulo VII. La llave del jardín
Capítulo VIII. El petirrojo que mostró el camino
Capítulo IX. La casa más extraña en la que nadie haya vivido
Capítulo X. Dickon
Capítulo XI. El nido del zorzal de Missel
Capítulo XII. ¿Podría tener un pedacito de tierra?
Capítulo XIII. Me llamo Colin
Capítulo XIV. Un joven rajá
Capítulo XV. La construcción del nido
Capítulo XVI. ¡No lo haré! —dijo Mary.
Capítulo XVII. Un berrinche
Capítulo XVIII. No debes perder tiempo
Capítulo XIX. ¡Ha llegado!
Capítulo XX. ¡Viviré para siempre, para siempre jamás!
Capítulo XXI. Ben Weatherstaff
Capítulo XXII. Cuando el sol se puso
Capítulo XXIII. Magia
Capítulo XXIV. Déjelos que rían
Capítulo XXV. La cortina
Capítulo XXVI. ¡Es madre!
Capítulo XXVII. En el jardín
Créditos
Frances Hodgson Burnett.
Príncipes perdidos, niños en la extrema pobreza que heredan una gran fortuna, ricos y nobles que lo tienen todo, pero que han de descubrir aún qué es la amistad, el amor y la belleza de la vida, huérfanos que encuentran su familia en desconocidos; amores peligrosos y desgraciados, y amores tan puros y luminosos que perduran más allá de la muerte; juramentos de lealtad que se mantienen frente a toda adversidad, rebeliones secretas contra gobiernos sanguinarios, batallas, misteriosas reuniones clandestinas, intriga, fantasmas, aventuras… Esa es la literatura de Frances Hodgson Burnett, la literatura que nos hace soñar.
Los más tiernos recuerdos de la escritora son reminiscencias de libros, de historias contadas en voz alta cuando nadie miraba, de juegos en los que un jardín se convertía en el mundo entero, de conversaciones que escuchaba al paso; todo en la vida, todo era para Hodgson Burnett el germen de una historia. Su propia vida lo fue, repleta como las páginas de sus más suculentas novelas de terribles pérdidas, mágicas iluminaciones o divorcios desastrosos. No en vano, una de sus más conocidas heroínas, Susan Crewe, clamaba: «Todo es un cuento. Tú eres un cuento. Yo soy un cuento»1.
Frances Hodgson Burnett nació en Manchester, Inglaterra, el 24 de noviembre de 1849, hija de Edwin y Eliza Hodgson. Edwin Hodgson poseía un próspero negocio de objetos de plata y metal para el hogar, que vendía a la clase más acomodada. Vivían bien gracias a las espléndidas ventas, y el hombre podía incluso dedicar tiempo a escribir algo de prosa, poesía y cartas para los periódicos locales2. Sin embargo, todo cuanto le quedó de su padre a la escritora fue su biblioteca, ya que el 1 de septiembre de 1853 murió repentinamente de una apoplejía. La pequeña Frances apenas tenía tres años. Eliza Hodgson se quedó entonces sola con cinco hijos: dos niños mayores, Herbert Edwin y John, y dos niñas menores que la escritora, Edith Mary y Edwina, que estaba a punto de nacer. La viuda intentó hacerse cargo del negocio sin mucho éxito, como muestran las numerosas mudanzas de la familia, cada vez a barrios de peor clase y a casas más pequeñas3.
Contamos con algunos recuerdos de la primera infancia de la escritora, escritos de su puño y letra en The One I knew the Best of All, autobiografía publicada en 1892 en la que habla de sí misma en tercera persona como «la Personita». En esas páginas se describe como una niña de pelo castaño rojizo y rizado, de rostro rosado y regordeta. Según el relato, empezó a leer a una edad muy temprana, guardaba vivos recuerdos de estar leyendo con tres años, junto a su abuela, el segundo capítulo del Evangelio de Mateo, y del dramático interés que le suscitó la historia de Herodes y los pobres inocentes, momento que describe como el descubrimiento de su fascinación por las historias: «De su introducción a Herodes data el primer encuentro [de la Personita] con la figura del “villano” del drama y el romance»4.
La casa de los Hodgson en Manchester.
Su primer libro, según explica, fue un silabario llamado Little Flower Book, en el que las letras estaban formadas por flores: «¡Qué hermosos dibujos! ¡Eran flores tan reales! Mientras uno miraba cada uno de los dibujos, crecía frente a sus propios ojos el jardín completo que los rodeaba!»5. Este dato puede leerse como testimonio de su temprano y tremendo interés por jardines y flores. Un interés no solo literario, pues la escritora pasaba horas, siempre que el tiempo lo permitía, jugando en el jardín de su casa, el primero de muchos, y al que siguió recordando toda la vida como el Jardín del Edén. En un artículo titulado «En el jardín», que se publicó póstumamente y en que trabajaba a sus setenta y cinco años de edad, poco antes de su muerte, dedica las siguientes palabras a aquel rincón de su infancia:
Toda mi vida he sido una apasionada jardinera... Desde que tenía siete años y me inclinaba sobre un arriate de pequeñas flores cuyo nombre desconozco y cuyas diminutas plantas, tan añoradas, crecían en el centro del jardín frontal, alrededor de un pequeño parterre de pocas yardas y con valla de hierro, frente a una casa en una vieja plaza de la ciudad más fea y llena de humo que pueda hallarse en todo el norte de Inglaterra6.
Pero ya desde entonces su mayor afición eran las historias, y de muy pequeña las representaba con sus muñecas:
Cuando recuerdo las aventuras por las que pasaban las muñecas de la Personita, las tragedias de la emoción, las escenas de batalla, asesinato y muerte repentina, no me extraña que a veces el serrín se saliera a chorros de su piel de calicó y el cuarto de juegos se inundara con él7.
En su juego ella representaba todos los personajes de la historia que inventaba menos uno, la heroína, papel que reservaba para la muñeca. Ella hacía del «héroe, del villano, del pirata, de los bandidos, de los verdugos, de las llorosas damas de honor, de los ancianos, conmovedores y benevolentes caballeros, los cortesanos, los exploradores, el rey»8. En una ocasión, su madre la descubrió dando latigazos a una muñeca que había atado al pie de hierro de un candelabro, y la autora rememoraba así los comentarios que su madre hizo a una amiga después del incidente:
No creo que en realidad sea una niña cruel. Siempre he considerado que tenía muy buen corazón, pero estaba azotando a esa pobre muñeca negra y hablando en voz alta, hecha una pequeña furia. Parecía malvada. Dijo que solo estaba jugando, ya sabes, que esa era su forma de jugar. No juega como lo hacen Edith y Edwina, juega a que su muñeca es alguien salido de un cuento y a que ella es otra persona. Es muy sentimental. El otro día me puso nerviosa cuando vistió de blanco una muñeca, la metió en una caja y la cubrió de flores y la enterró en el jardín. Estaba completamente absorta, y todavía no la ha desenterrado. Va y deja flores sobre la tumba, me gustaría saber a qué estaba jugando cuando golpeó a la muñeca9.
A lo que estaba jugando la joven Hodgson era a La cabaña del tío Tom. La muñeca representaba al tío Tom y ella al malvado Simon Legree. Los libros nutrían su desbordada imaginación; de aquella época recuerda nombres como William Shakespeare, Hans Christian Andersen, Fenimore Cooper, Walter Scott o Capitán Mayne-Reid. Los libros absorbían toda su atención, hasta tal punto que era común que la riñeran por no dejar de leer o por leer cuando se sentaba a la mesa, era «una criatura a punto de desfallecer de hambre aquellos días, con un apetito de libros auténticamente lobuno, aunque nadie supiera o entendiera la angustia de sus sufrimientos»10. Como la familia no poseía muchos libros, cada vez que terminaba uno le parecía un acontecimiento trágico y, sin embargo, su hambre voraz no le permitía detenerse:
—Ojalá tuviera algo que leer —solía decir a menudo.
—¿Dónde está aquel libro con el que te vi ayer?
—Ya lo he terminado —solía responder bastante avergonzadamente porque sabía que le contestarían:
—Entonces no debes haberlo leído correctamente. No puedes haberlo terminado en un periodo de tiempo tan corto. Lo habrás leído por encima. Léelo de nuevo.
Pero quién quiere leer otra vez algo cuando tiene hambre de cosas nuevas11.
Frances Hodgson Burnett en su juventud.
No solo los libros nutrían la imaginación de la pequeña Frances, era una niña muy inquieta y curiosa que siempre prestaba atención a lo que decían las personas que salían de la fábrica, los niños de la calle, cualquier persona a su alrededor. Y también prestaba atención a la particular forma de hablar de cada uno. Le fascinaban especialmente los distintos dialectos y se le daba muy bien aprenderlos. Posteriormente usaría esta afición en la escritura de sus libros, en los que el hecho de que los personajes usaran un dialecto u otro según su clase o procedencia se convirtió en una característica:
Detenerse en la puerta de hierro a las doce en punto y ver la gente de la fábrica pasar, y escuchar a las mujeres jóvenes con delantales abrochados en la espalda y con la cabeza cubierta con un chal lanzando amistosas o burlonas bromas a los jóvenes muchachos vestidos con pantalones de pana, era tan bueno como una obra de teatro. De hecho, mucho mejor que la mayoría de las obras12.
Empezó a escribir sus historias en pizarras y en los espacios libres de viejos cuadernos de cuentas, pero siempre se le quedaban cortos, le resultaban insuficientes para acabar sus interminables relatos. Un buen día empezó a contarlos en voz alta en la escuela y entonces despertó la fascinación de sus compañeras. Nunca perdió este hábito de contar historias en público, ni tampoco dejó de fascinar a su audiencia:
¡Y qué hechizado estaba el público! Habría sido un agradable triunfo para un contador de historias maduro ver tales ojos, tales bocas, escuchar tales exclamaciones de alegría u horror como las que inspiraba esta principiante13.
Entre tanto, la situación económica de su familia empeoraba cada vez más. También la situación económica del país era desfavorable, había ido empeorando progresivamente y, diez años después de la desaparición de Edwin, Eliza Hodgson no tuvo más remedio que abandonar el negocio, afectado de muerte con la escasez de algodón tras la guerra civil estadounidense, que repercutió en los precios de la industria textil14 y trajo consigo una disminución de los clientes. Finalmente, la familia se vio forzada a emigrar a Estados Unidos, donde el hermano de Eliza, William Bloond, llevaba una tienda. Así fue como el 11 de mayo de 1865 la escritora, a sus quince años, embarcó hacia América junto a toda su familia. Aquella muchacha tenía ya la forma de ser característica de su etapa adulta: «curiosa, romántica, optimista, compasiva, generosa, intranquila y no demasiado prudente»15.
Pese a lo halagüeño de las perspectivas, la primera experiencia en Estados Unidos no fue positiva. Al llegar a Tennessee descubrieron que el negocio de William apenas podía dar trabajo a uno de ellos. En aquella época tuvieron que vivir en una cabaña de troncos y sobrevivieron de la caridad de los vecinos. La familia vestía «con ropa de clase media y zapatos, pero no tenía nada en el estómago»16.
Frances Hodgson probó suerte abriendo una escuela para niñas, con idea de intercambiar educación por comida, pero no funcionó. Fue entonces cuando un acontecimiento cambió su vida. Cayó en sus manos una revista, y la siempre curiosa Hodgson se percató de que, en sus últimas páginas, el editor respondía a los que aparentemente habían enviado historias con la intención de verlas publicadas. Animada por su hermana, se decidió a escribir un relato y a mandarlo. Aunque eso de «mandarlo» no resultó tan sencillo, pues las niñas no tenían ni siquiera el dinero necesario para el papel y los sellos. Así da cuenta de ello la autora en su peculiar autobiografía:
—Sería tremendamente triste —dijo— que yo pudiera realmente escribir historias que le gustaran a la gente, y que pudiera venderlas y conseguir el dinero suficiente para que todos viviésemos bien, y que toda esa buena fortuna estuviese en mí, y que nunca lo descubriera en la vida, solo porque no puedo comprar un poco de papel y sellos17.
Lograron superar la romántica tragedia vendiendo fruta silvestre en el mercado, lo que les granjeó el dinero necesario para escribir y enviar la historia. Fue toda una aventura para ella el atreverse a mandarla y atreverse a pedir dinero por el relato. Pero Frances, que hasta ese momento había sido una idealista, acusada de no tener los pies en la tierra, dijo a su hermana:
Verás, Edith, si las historias son dignas de ser escritas, deben ser dignas de ser leídas, y si son dignas de ser impresas y leídas, deben ser dignas de ser pagadas, y si no son dignas de ser publicadas y leídas, no son dignas de ser escritas, y lo mejor sería no perder el tiempo con ellas18.
La nota que envió junto con aquella primera historia fue la siguiente:
Señor, acompaño sellos para la devolución del manuscrito de «Miss Desborough’s Difficulties» por si no lo encuentra adecuado para su publicación en su revista. Mi objetivo es pecuniario. Suya respetuosamente, F. Hodgson19.
En aquella época tuvieron que vivir en una cabaña de troncos.
Para sorpresa de las hermanas, la respuesta llegó, aunque en principio no supieron entenderla, y luego concluyeron que la revista pretendía publicar la historia sin pagar nada, así que pidieron la devolución del manuscrito y volvieron a enviarla a otra revista. En esta ocasión, la respuesta fue más clara, los editores querían saber si aquella era realmente una historia original, pues parecía escrita en inglés de Inglaterra y temían que fuese un plagio de alguna historia publicada allí: «La historia es original. Yo soy inglesa y llevo poco tiempo en América» fue la contestación de Hodgson. La revista escribió de nuevo y pidió otra historia antes de tomar una decisión, y, sin perder un instante, se apresuró a escribirla:
El gatito se enroscó en su brazo durante tres días, parecía arrullado por el incesante rasgueo de su lápiz. No dijo nada, pero quizá de alguna manera, felina y oculta, la estaba ayudando. Las mejillas de la Personita ardían cada vez más calientes. Sentía como si participara en una carrera a vida o muerte. Pero no estaba cansada20.
Terminó la historia en tres días. Era algo más corta que la anterior, pero Hodgson sabía que era buena «y que el editor vería que estaba escrita por la misma mano»21. Con el dinero restante de la venta de la fruta enviaron el relato y esperaron impacientemente el correo. Cuando al fin recibieron carta de la revista, contenía un cheque de 35 dólares por las dos historias. Este fue el comienzo de su carrera literaria. Corría el año 1868, la escritora tenía dieciocho años.
*
Un año después de la publicación de aquella primera historia, los relatos de Frances Hodgson aparecían casi cada mes en las revistas del país, y, gracias al dinero que le reportaban, la familia pudo mejorar su situación. En 1872, Frances Hodgson viajó a Nueva York, donde conoció a otros literatos, y de ahí a Inglaterra. Su madre había fallecido en 1870 y, tras la muerte, todos los hijos vivían en una casa que llamaban «Vagabondia», siempre llena de amigos y joviales encuentros en los que la escritora y sus cautivadoras historias eran el centro de atención. De entre los amigos que se acercan a «Vagabondia», había un estudiante de Medicina que llevaba tiempo pidiéndole matrimonio; su nombre era Swan Burnett. A la vuelta de su viaje, en 1873, la autora decidió aceptar su proposición, «aparentemente más por no herir los sentimientos del muchacho que por un profundo cariño»22.
El matrimonio tuvo su primer hijo, Lionel, en 1874. El marido terminaba sus estudios mientras su mujer escribía para mantener a la familia, incluso cuando viajan a París en 1875, donde él estudia con profesores franceses y ella escribe, cose y cuida de Lionel con la ayuda de un antiguo esclavo llamado Prissie. Allí nació el segundo hijo, Vivian.
Hasta la fecha, Frances Hodgson Burnett solo había publicado en revistas, pero en 1876 That Lass o’ Lowries, una historia serializada en la revista Scribner’s Monthly, se recopiló y apareció en forma de libro. Sería el primero de una larga y exitosa lista.
La irrupción de la escritora en este formato fue un gran triunfo, el libro recibió todo tipo de alabanzas. «La mejor novela original que ha aparecido en este país desde hace años», imprimía Philadelphia Press en sus páginas; «No conocemos otra obra más potente escrita en inglés por una mujer», decía el Boston Transcript; «Absorbente de principio a fin», rezaba el Boston Journal; «Demuestra el verdadero toque de una mano maestra», pronosticaba la Saturday Evening Gazette23.
La novela explora una estampa contemplada por la niña desde su ventana en Manchester: una de las jóvenes de la mina caminando junto a un padre tosco y autoritario. Esta pequeña visión se convirtió en una novela romántica de abnegación y triángulos amorosos en el difícil y rudo mundo de la minería.
Ocho años después de la publicación de su primer cuento, Hodgson Burnett se había convertido en una escritora muy popular. Sin embargo, el inicio de su éxito se vio oscurecido por la proliferación de ediciones no autorizadas de su obra. Surly Tim and Other Stories (1877) y las dos series de Earlier Stories (1878) son su intento de detener la reedición de sus historias de juventud, cuyos derechos no poseía. Así, en la página siete de Surly Tim and Other Stories se puede leer:
La autora ruega que se diga a sus lectores que That Lass o’ Lowries y el presente volumen son los únicos trabajos aparecidos con su nombre que han sido preparados y corregidos para publicación en forma de libro bajo su supervisión personal. F. H. B. 14, septiembre, 187724.
Y en Earlier Stories apareció la siguiente nota:
Estas historias de amor fueron escritas e impresas en Peterson’s Ladies’ Magazine. Debido a que esta revista no contempla derechos de autor, algunas de ellas han aparecido en forma de libro sin mi consentimiento, y representan los bocetos de mi trabajo posterior.
Si estas historias juveniles han de ser leídas en forma de libro, es mi deseo que mis amigos atiendan a la presente edición, que he revisado para tal propósito, y que ha sido publicada por mis editores. Frances Hodgson Burnett, octubre, 187825.
Este no es el único enfrentamiento que tendrá por el copyright de sus obras: años más tarde, después de haber publicado su novela Little Lord Fauntleroy, tuvo conocimiento de que se estaba haciendo una versión teatral en Londres sin su permiso. La autora viajó entonces hasta la capital inglesa —escribió su propia adaptación por el camino— y el juicio que sostuvo, y ganó, cambió la ley que todavía hoy protege a los novelistas ingleses. La Society of British Authors le estuvo tan agradecida que ofreció un banquete en su honor, al que asistieron, entre otros, Wilkie Collins, J. R. Lowell y H. Rider Haggard.
Desde 1871, los Burnett vivían en Washington, donde él había abierto una clínica, y donde ella pronto fue conocida y adorada. Era una escritora incansable, trabajaba tanto que durante toda su vida sufrió graves episodios de nervios y agotamiento. En este periodo, los libros se sucedieron exitosa y rápidamente: Haworth’s tuvo tres reediciones en sus primeros diez días de vida, le siguieron Louisiana (1880), A Fair Barbarian (1881) y Through One Administration (1883). Esta última novela da cuenta de la vida social y política de Washington. Según su biógrafa más reciente, Gretchen Holbrook, el libro ofrece también un vistazo a las dificultades de la vida privada de la escritora:
Su amigo íntimo Charlie Rice aparece como un hombre encantador con quien la heroína, Bertha, una mujer casada, parece dispuesta a tener una aventura; Swan tiene el papel del marido vago, arribista, con el que Bertha se arrepiente de haberse casado; su consejero legal, Will Dennis, está apenas disimulado como Trendennis, a quien secretamente ella ama. La novela termina con Bertha dedicándose a la maternidad26.
Ciertas o no las equivalencias entre obra literaria y realidad, el matrimonio de los Burnett hacía aguas. El suyo será un proceso muy largo de separación que, debido al rechazo de la sociedad de la época al divorcio, no culminaría hasta 1898.
En 1882, a la terminación de Through One Administration, una grave crisis aquejó a la autora y, como consecuencia, se vio forzada a dejar de escribir durante tres años. En este lapso descansó y viajó con su familia, y vio la reedición de Jarl’s Daughter as Jarl’s Daughter; and other Novelettes (1883) y el estreno de Young Folks’ Ways, la obra de teatro que, bajo el nombre de Esmeralda, había escrito en 1881 junto a William Gillette, con el que colaboró largamente.
Vivian Burnett como Fauntleroy.
Frances Hodgson Burnett era una reconocida escritora de libros para adultos cuando hizo su primera incursión en la literatura infantil. Lo hizo en 1879, con la historia titulada «Behind the White Brick», en la revista para niños St. Nicholas Magazine. Y, curiosamente, la historia que la devolvió a la escritura fue su primera novela para niños, Little Lord Fauntleroy. Escribir para niños le cansaba menos, y este libro demostró que podía tener tanto éxito en el terreno infantil como en el adulto, ya que fue todo un superventas. La historia parte de un relato inventado para contar a sus hijos Lionel y Vivian. De hecho, Vivian fue el modelo e inspiración tanto para el protagonista como para la propia historia: «Escribes tantos libros para adultos que no tenemos tiempo para estar contigo», le preguntó una vez el pequeño, «¿Por qué no escribes libros que les guste leer a los niños?»27. Dicho y hecho:
—Escribiré una historia sobre él [Vivian] —dije yo—. Lo pondré en un mundo nuevo y veremos qué hace... ¡Cómo le sorprenderá y desconcertará! Sí, así será, y Vivian será justo como es él... Vivian, con sus mismos rizos y sus mismos ojos y su adorable forma de ser. Little Lord lo-que-sea... Una historia como esta se escribe fácilmente. De algún modo se ha desarrollado en vivo delante de mis ojos28.
La ilustración del personaje principal está basada en una fotografía de Vivian Burnett vestido de terciopelo con cuello de encaje; esta ilustración dio la vuelta al mundo. Muy pronto, el atuendo se puso de moda y las madres hacían vestir a sus hijos de tan inusual forma. Es posible que la inspiración de aquella indumentaria fuera la visita que realizó Oscar Wilde a Hodgson Burnett y el extravagante estilo del escritor29.
El libro cuenta la historia de Cedric, hijo de un noble inglés cuyo padre repudia al descubrir que se ha casado con una huérfana de clase baja. El padre de Cedric y su esposa se establecen en Nueva York y, aunque no tienen acceso a las comodidades de las que hubieran disfrutado dentro de la noble familia, viven una vida sencilla y feliz hasta que él fallece, siendo Cedric pequeño. Pero cuando el niño tiene entre siete y ocho años, todos los tíos de Cedric mueren en Inglaterra y él es el único heredero del título y la enorme fortuna de la familia. Cedric cruzará el Atlántico para confrontar su amable y tierna naturaleza con la hosca y desdichada forma de ser de su abuelo. En palabras de Louisa May Alcott, autora de Mujercitas y amiga de Hodgson Burnett: «En Little Lord Fauntleroy ganamos otro niño encantador que añadir a nuestra galería de héroes y heroínas juveniles, uno que enseña una gran lección, con tal verdad y dulzura que nos despedimos de él apenados cuando el episodio acaba»30.
El libro gustó a grandes y pequeños, lo cual no es de extrañar, pues la autora ya fascinaba a los adultos y siempre había tenido una filiación especial con los niños. En sus propias palabras: «Recuerdo la criaturita que fui una vez y puedo entender qué les gustaría a otras criaturitas»31. Tuvo además gran interés en que sus libros contuvieran hermosas ilustraciones, y aquel fue otro acierto: «¡Piensa en los horribles manchurrones verdes, amarillos y azules que se ponían delante de un niño en los libros ilustrados! ¿Cómo se podía esperar que disfrutaran de algo que haría enfermar a un adulto?»32.
Un año después de su publicación, el libro figuraba en el primer puesto de ventas a un lado y otro del océano. Y como el libro se desarrolla a caballo de los dos continentes, el primer ministro británico confesó a la escritora que creía que el libro haría crecer un buen sentimiento entre Estados Unidos e Inglaterra. Si la autora ya era conocida, Little Lord Fauntleroy la convirtió en una celebridad y en un personaje público. Se guardan testimonios escritos de sus protestas frente a la invasión de su vida personal por los medios de comunicación de la época:
He visto afirmado en los periódicos, y creo que debe ser verdad, ya que lo he escuchado también de otras fuentes, que la señora Burnett ha hecho entre 50.000 $ y 60.000 $ en un año. Cuando uno piensa que Little Lord Fauntleroy le proporcionó al menos 25.000 $, que consiguió 15.000 $ para una nueva historia y que la dramatización de Fauntleroy, aquí y en Inglaterra, le reembolsan unos 1.500 $ a la semana, se comprende fácilmente que 50.000 $ no es una alta estimación de sus ingresos anuales. Pero este dinero no conlleva felicidad en estado puro.
La señora Burnett ha tenido algunos momentos amargos a costa de su éxito. Se ve convertida en un «personaje público», uno del que cualquier periodista puede decir lo que le plazca. Su vida privada se ve arrastrada frente al público. Ella tiene que leer que es una «excéntrica», que se viste para hacerse notar, que hace posar a sus hijos sobre la alfombra cuando entran los visitantes, que les enseña a besarle la mano y a llamarla «querida» delante de la gente; y otras cosas desagradables que no repetiré33.
Poco después de Little Lord Fauntleroy dio a luz otra historia similar, también para niños, Sara Crewe. La historia comienza cuando Sara, la hija del acaudalado capitán Crewe, pasa un año en un seminario para niñas llamado Miss Minchin, donde ha de recibir la mejor educación. Pero el padre de Sara muere después de que su socio perdiera todo su dinero en un negocio en la India, dejándola en la más absoluta pobreza, sin casa y sin nadie que cuide de ella.
Sara Crewe apareció primero como un serial en la revista St. Nicholas en 1887. Las 83 páginas que conformaban el relato fueron después publicadas como libro y, en 1905, la historia apareció reconvertida en una novela larga bajo el título de A little Princess, tras el triunfo de las puestas en escena de 1902 y 1903 en Estados Unidos e Inglaterra, respectivamente. De su éxito incuestionable nos hablan las nueve ediciones que conoció el libro en vida de la escritora. En la actualidad hace ya mucho que superaron el centenar.
Frances Hodgson Burnett en 1888.
En 1889, Hodgson Burnett tenía dinero para ella y para ayudar a toda su familia, incluidos hermanos y parientes cercanos a los que nunca dejó de asistir. Tenía la admiración de su inmenso público, en sus propias palabras: «Lo tenía todo... salvo una cosa»34. En aquel momento estaba residiendo en Surrey, al sudeste de Inglaterra, y fue allí donde un hombre de treinta años, Stephen Townesend, cautivó su atención. Se trataba de una de esas causas perdidas que fascinaban a la escritora: había estudiado la carrera de Medicina por obligación, pero su auténtico deseo era ser actor y le pesaba no poder dedicarse al teatro. Se le apareció como un hombre encantador, artista, escritor, con muy mala suerte. El tiempo haría ver a Frances que su encanto ocultaba en realidad un espíritu atormentado y nervioso, muy difícil de soportar. Pero antes, cautivada, la escritora se lanzó a ayudarlo en su carrera, comenzando por convertirlo en su propio mánager35.
La autora con sus hijos.
En estas circunstancias, recibió diversas cartas de su hijo Lionel, en las que le pedía que regresara a casa, pues no se encontraba bien y la echaba de menos. Sin embargo, Hodgson Burnett no se tomó muy en serio la petición de su hijo al principio, y el tremendo accidente sufrido cuando volcó su coche de caballos le impidió atenderla más tarde. Pasó varios días en coma y siguió enferma durante meses36. No se había recuperado todavía cuando la autora descubrió que su hijo tenía tuberculosis. Inmediatamente, aun sin estar del todo curada, regresó a América para llevarse a Lionel a balnearios de Europa, con intención de curar su dolencia. Pero no había esperanza alguna, y Lionel murió junto a ella en diciembre de 189037:
De The Washington Post, 8 de diciembre
El Dr. S. M. Burnett recibió ayer un cablegrama de su esposa, la señora Frances Hodgson Burnett, anunciando la muerte de su hijo mayor, Lionel, en París, ayer por la mañana. Lionel, como recuerdan aquí todos sus amigos, era uno de los muchachos más saludables de Washington. [...] Al final de la primavera, la señora Burnett se lo llevó a Europa. Visitaron diferentes centros de salud en Alemania y Austria, y finalmente fue llevado a París. El Dr. Burnett y su hijo pequeño, Vivian, están aquí en su casa de Massachussets Avenue. Lionel tenía quince años, y era un niño muy popular entre sus jóvenes amigos38.
La muerte de Lionel sumió a la autora en una pena profunda y su duelo duró muchos años. Posiblemente se trate del acontecimiento que más conmocionó su vida e influyó en su obra. Después de aquel duro golpe, se sumergió en la escritura de libritos para niños. En 1892 se publicó Children I Have Known (Giovanni and the Other), inspirado en su mayoría por historias auténticas de niños que ella había conocido;en 1893 publicó la biografía de su infancia The One I knew the Best y la recopilación de relatos cortos Little Saint Elizabeth and Other Stories. En 1894 publica Piccino and Other Child Stories, y en 1895 el cuento de dos niños en la Exposición Mundial de Chicago de 1893, Two little Pilgrims’s Progress. También trabaja en una novela histórica para adultos, A Lady of Quality, que se publica en 1896.
Tras muchos años de separación, Swan y Frances inician los trámites para el divorcio en 1898. En esta fecha, la escritora alquila una casa en Kent, Inglaterra, una espectacular mansión diseñada por Sir Edwin Lutyens donde residió hasta 1908. Un lugar que, como veremos después, resultará decisivo para la creación del El jardín secreto. Frances Hodgson Burnett se casó con Stephen Townesend en 1900, pero el suyo no resultó un matrimonio feliz. Al principio tuvo que sufrir los embates de la prensa, que se cebaba con el hecho de que él era diez años menor que ella, pero lo peor fue que Stephen resultó ser un marido celoso y violento:
Un diagnóstico moderno sería probablemente depresión maníaca o bipolaridad; pero fuera cual fuera la causa de su comportamiento, Burnett afirmaba que temía por su vida y se rodeaba de amigos. Afirmaba que él la había chantajeado para que se casara con él con la amenaza de arruinar su reputación39.
Al respecto, ella misma escribió:
Es peor de lo que pensaba que sería. Estoy segura de que no es cordura con lo que tengo que tratar, es de naturaleza violenta, y de comportamiento locamente celoso y extrañamente rencoroso y maligno. Nunca vi, ni oí, nada igual. No puede ser sano. Es demasiado furioso40.
De modo que en 1902, la escritora regresó a Estados Unidos con un triste propósito, el de internarse en un sanatorio. Allí reunió las fuerzas necesarias para romper su matrimonio con Townesend. Dos años después, regresó a su jardín en el condado de Kent, donde se dedicó a escribir, a la jardinería, a recibir a los amigos que la visitaban. Fruto de su estancia en Maythan Hall son sus libros The Making of a Marchioness, publicado en 1901, y The Shuttle, en el que relata la historia de Sir Nigel Anstruthers un hombre que viaja a América para casarse con una rica heredera. El protagonista demuestra ser un mujeriego, un mísero y un abusador.
Maythan supuso una gran felicidad para la escritora, aquel lugar era para ella un sueño hecho realidad. Siempre le había gustado la jardinería, pero fue allí donde se convirtió en jardinera, transformando un viejo y abandonado huerto frutal de Maythan en un hermoso jardín de rosas. Allí mismo estableció su estudio exterior y allí escribía, como relata Ann Thwaite, «siempre que hacía buen tiempo, con su vestido blanco y su gran sombrero»41.
Su amor por los jardines creció exponencialmente con la edad, como muestran estas palabras escritas a sus setenta y cinco años:
Tengo la teoría de que todas las personas del mundo desean realmente un jardín, aunque muchas quizá no sean conscientes de esta necesidad. Hay miles y miles de mujeres, y puede que el mismo número de hombres, que saben que quieren trabajar la tierra y respirar el dulce aroma húmedo y hacer crecer las plantas, pero piensan que no les es posible hacerlo.
Piensan que su pequeño trocito de tierra, su pequeño patio trasero o delantero es demasiado pequeño o demasiado arenoso o tiene demasiada sombra. Pero nada es demasiado pequeño para hacer crecer una flor, nada es tan arenoso que no se pueda enriquecer y hacer fértil. [...]
En lo más íntimo de tu corazón quieres con todas tus fuerzas tener un jardín. Puedes tenerlo. Puedes hacerlo tú mismo. Cualquiera puede tener un jardín42.
Frances Hodgson Burnett en su jardín de Maythan Hall.
Burnett permaneció en Maythan hasta que el dueño decidió vender la mansión. Desafortunadamente, la escritora no pudo pagar el precio que pedían por ella y volvió a los Estados Unidos para vivir más cerca de su hijo Vivian. El lugar que eligió fue una soleada villa de estilo italiano en Long Island. Madre e hijo compartían la afición por las flores, y entre las muchas cartas que ambos intercambiaban cuando ella estaba de viaje, se pueden leer fragmentos como el siguiente, del año 1911:
Querida mami:
Frank me cuenta que has sacado tu pasaje para el día 22. Por el aspecto de las plantas del jardín no llegarás antes que los jacintos y los asfódelos. Ayer pasé todo el día fuera de la casa poniendo las cosas en orden, y fue un día muy ocupado. He colocado fuera las cajoneras de cristal y he plantado flox, amapola, artotis, neguilla, y otras parecidas debajo, así que tendremos algunos macizos florecientes que colocar43.
Este es el entorno en el que surge el libro por el que será más recordada hoy día, El jardín secreto, una maravillosa fábula sobre la renovación y la alegría publicada en 1911. La historia de la pequeña huérfana que dejó atrás su vida en la India para encontrarse con la naturaleza y la fraternidad en el aparentemente desolado páramo inglés, un libro considerado en la actualidad como una de las mejores novelas de todos los tiempos.
Tras El jardín secreto, en el que nos detendremos un poco más adelante, Frances seguiría publicando otros libros para niños y adultos. En 1913 vio la luz T. Tembarom, el relato de la vida de un niño vagabundo estadounidense que con el tiempo descubre su herencia inglesa, una especie de Little Lord Fauntleroy para adultos adaptado a los años 20. En 1915 da a la imprenta el libro para niños The Lost Prince, que cuenta la historia deMarco, un niño de doce años que ha vagado junto a su padre por todo el mundo en una larga y penosa misión secreta que tiene que ver con el reino de Samavia, en el que esperan desde hace siglos que el descendiente del príncipe perdido vuelva a reinar. Marco se convierte en la clave para conseguir restaurar al auténtico monarca en el trono. En 1916 apareció la historia de Navidad The Little Hunchback Zia, historia del nacimiento de Cristo y la sanación del pequeño jorobado Zia. The Head of the House of Coombe y su continuación Robin se publicaron en 1922, y tratan de los horrores de la primera guerra mundial.
Escritorio donde Hodgson Burnett creó El jardín secreto.
Hasta el final de sus días, Frances Hodgson Burnett vivió y escribió en la casa de Long Island. Un cáncer de colon acabó con su vida el 24 de octubre de 1924. En su cama, en la fase final de la larga enfermedad escribió:
Mientras uno tiene un jardín, tiene un futuro; mientras uno tiene un futuro, está vivo. Es permanecer vivo lo que hace que la vida sea digna de ser vivida, no el simple hecho de permanecer en la superficie de la tierra. Y es mirar con placer al futuro lo que hace la diferencia entre los dos estados de ser44.
El jardín secreto apareció por primera vez como serial en una revista literaria para adultos, The American Magazine, entre noviembre de 1910 y agosto de 1911. Con la publicación del fragmento final en el magacín se hicieron los anuncios de la salida de la novela en formato libro. La publicidad aparecida en el Publisher Weekly comparaba la obra con el éxito infantil Little Lord Fauntleroy y con otros dos notables volúmenes para adultos de la autora: The Shuttle y The Dawn of a Tomorrow.
El libro fue publicado el 25 de agosto de 1911 por Frederick A. Stokes, y la repercusión fue tal que no había pasado ni un mes desde su salida en las librerías cuando la editorial anunciaba su segunda tirada, de 25.000 ejemplares. Los anuncios de la época afirmaban: «Está dirigido a los jóvenes y a los mayores. Combina la calidad de sus mejores trabajos. Está lleno de optimismo, salud y alegría»45. La primera crítica de la novela destacaba el «encanto de su misterio, la fascinación de la vida infantil, y una jovial y sana filosofía de vida»46. En el Literary Digest del 2 de septiembre se podía leer: «El público lector espera con ansia que aparezca un nuevo libro de la señora Burnett, y El jardín secreto encantará a cualquiera, niños y mayores»47. La crítica de The New York Times del 3 de septiembre de 1911 apreciaba «el atractivo dual del libro y el raro talento de la autora para conquistar a los jóvenes y a los mayores que aman las cosas de los jóvenes»48. A finales de 1911, el libro fue seleccionado como uno de los mejores del año. The New York Times lo incluyó entre sus «cien libros de Navidad», y los elogios no cesaron con los meses: «Creo que todo el mundo se hará con él»49, afirmaba rotundamente el Literary Digest.
En la actualidad, El jardín secreto se ha traducido a casi todos los idiomas del mundo y se ha ganado un lugar de honor en las librerías. Nadie duda en recomendar su lectura junto a otros grandes clásicos, ya sean de la literatura infantil o de adultos. Con todo, no fue el libro más conocido de la escritora ni el más celebrado mientras esta vivió; muestra de ello es que la primera idea que se barajó a la hora de construir una escultura en memoria de Burnett fue la de usar los personajes protagonistas de Little Lord Fauntleroy, A Little Princess y The Dawn of Tomorrow50. Según Gretchen Holbrook, la reivindicación de El jardín secreto se logró gracias al fenomenal trabajo de los ilustradores, que fueron dando nueva vida a la novela, comenzando con los dibujos de Nora Unwin51, en 1949. La novela empezó a ganar popularidad después de la Segunda Guerra Mundial hasta mudar su condición de libro indispensable para niños en la de clásico a secas. Según Jackie C. Horne y Joe Sutliff Sanders:
Los primeros indicios de un cambio en la opinión crítica llegaron en 1950, con la publicación del estudio biocrítico de Marghanita Laski Mrs. Ewing, Mrs. Molesworth, and Mrs. Hodgson Burnett. Pero la novela no llegó a ser ampliamente aclamada como un clásico infantil hasta los años sesenta, cuando historiadores británicos, tales como Roger Lancelyn Green y John Rowe Townsend empezaron a defender el libro. Apoyándose en este trabajo previo, la biografía de Burnett debida a Ann Thwaite y el volumen de 1984 escrito por Phyllis Bixler para la serie Autores Ingleses de Twaine consolidaron el lugar de la escritora en el canon de la literatura para niños52.
Portada de la primera edición de El jardín secreto.
El inmenso atractivo de esta novela deliciosa ha generado numerosas y heterogéneas adaptaciones. En lo que respecta a la pequeña y gran pantalla, tenemos la película muda de 1919, estrenada en vida de la autora, dirigida por Gustav von Seyffertitz, y en 1949 se estrenó otra versión dirigida por Fred M. Wilcox. En 1987 se creó la notable película para televisión que dirigió Alan Grint, y de 1993 es la película producida por Warner Bros. y dirigida por Agnieszka Holland. Ha habido asimismo varios musicales, adaptaciones para cabaré, programas radiofónicos, audiolibros y adaptaciones teatrales. Se han creado incluso libros de recetas y libros de jardinería basados en la historia, y existen diversas secuelas de la novela, entre las que se cuentan la película de 2000 dirigida por Michael Tuchner, la novela Misselthwaite, de Susan Moody, y varias novelas on-line. Prueba de su imperecedera relevancia son las exposiciones que se le dedicaron en 2005 en el Tate Britain Museum y en la British Library, muestra esta última que presentaba el libro como «uno de los más influyentes jamás escritos»53.
No cabe duda de que el éxito del libro se debe en gran medida a que resulta tremendamente entretenido, divertido e intrigante, y es por ello por lo que recomiendo que el lector que no lo conozca aplace la lectura de las próximas páginas de la Introducción, pues, por fuerza, se revelarán en ellas buena parte de la trama y misterios de El jardín secreto.
Cartel de la película dirigida por Agnieszka Holland.
El argumento es el siguiente: Mary Lennox es una niña feúcha y mandona, que vive en la India, donde su padre trabaja para el Gobierno inglés y su madre pasea su belleza de fiesta en fiesta. A sus nueve años de edad, Mary se dedica solo a hacerle la vida imposible a las criadas nativas encargadas de su crianza, pero de la noche a la mañana sucede algo que lo cambiará todo: un terrible brote de cólera mata a sus padres. La pequeña es enviada al norte de Inglaterra con su tío, Archibald Craven, del que dicen que es un desdichado jorobado, con tan mal humor que no permite que nadie se le acerque. Hasta allí viaja la niña, a través del páramo de Yorkshire, para encontrarse a solas en una mansión con más de un centenar de puertas (casi todas cerradas a cal y canto) en cuyos corredores resuena un misterioso llanto. Más tarde hallará un jardín amurallado que no ha sido abierto en diez años, un pájaro presumido de pecho rojo, un niño encantador de animales, un viejo jardinero gruñón, una llave escondida y a su primo Colin, el hijo de Craven, que se presupone inválido, encerrado en una de aquel centenar de habitaciones. En adelante, todos estos elementos se pondrán en juego para que surja el auténtico intríngulis del libro, la labor terapéutica del jardín en el proceso de curación de las dolencias físicas y psicológicas de Mary y Colin y, finalmente, también las del desdichado señor Craven.
Entre las virtudes del libro se cuentan también la sencillez y soltura del estilo, fruto de toda la maestría literaria acumulada por Burnett en sus más de cuarenta años de profesión. Además de leerse como puro entretenimiento, el libro resiste un análisis más profundo, y son muchos los que se le han hecho. Seguramente, la sencillez y expresividad de sus elementos principales —el jardín cerrado, el pájaro, el rosal…— promueven las lecturas simbólicas del libro; el hecho de que los protagonistas sean preadolescentes que aprenden la germinación de las flores ha posibilitado el estudio del libro desde la óptica sexual; e, igualmente, la batalla contra las enfermedades físicas y anímicas de diversos personajes ha atraído el análisis psicológico, y crea filiaciones entre El jardín secreto y los libros de autoayuda.
Además de estos análisis interpretativos habría que destacar la pertenencia de la novela a diversos géneros. El escenario natural en el que se desarrolla gran parte de la trama la vincula a la ancestral tradición pastoril, y la importancia que se da al vínculo del hombre con la tierra podría convertir al libro en un eslabón hacia la más moderna literatura ecológica. Elementos como la enorme casa abandonada en el páramo y su ambiente enrarecido, o la presencia de la madre muerta de Colin, vinculan la novela con la tradición gótica; la magia, la alusión continua a las hadas o el final feliz revelan su relación con los cuentos de hadas, tan amados por la escritora; y la melodramática historia de Mary y Colin, cuyas jóvenes vidas están jalonadas de pérdidas y soledad, entroncan la novela con el género que mejor conocía Burnett, la novela romántica.
En relación a dicha novela romántica, muchos críticos han señalado que sus dos principales influencias son dos conocidos libros de las hermanas Brontë. En primer lugar, Cumbres borrascosas, que le influye en elementos tan importantes como el argumento, los personajes, el ambiente o la estructura. En palabras de Susan E. James:
La misma Burnett parece señalar una conexión entre los dos libros a través de una insistencia en su texto en el verbo aborrascarse. Su personaje principal, Mary Lennox, está fascinada con la palabra y su significado, y tal énfasis debe ser considerado al menos como una referencia explícita al título de la novela previa de Brontë54.
Y, junto a Cumbres borrascosas, resuenan en El jardín secreto ecos de Jane Eyre. Tal como señaló la misma Burnett en una carta a su editor inglés: «Es un thriller inocente que los adultos escuchan embelesados para mi completa alegría. Ella Hepworth dijo que era una especie de Jane Eyre infantil»55.
Claro que todos los libros son fruto de la mente y las experiencias de su autor, y este no es una excepción. Los pensamientos y experiencias de Hodgson Burnett están especialmente expuestos en El jardín secreto. En él traslucen su pasión por las historias y su amor por la floricultura, y fue necesario que la escritora experimentara la maternidad y la pérdida de uno de sus hijos, que encontrase consuelo y paz en los jardines para poder crearlo.
Dentro de las semejanzas más obvias entre la obra y la vida de la autora se cuentan la muerte de los padres de la protagonista, que trae a la mente la muerte del padre de Frances, el largo viaje de la India a Inglaterra como reflejo de sus propios y constantes retornos a la patria, y la mansión rodeada de jardines que existió dentro y fuera del libro. Pero junto a estas similitudes más gruesas hay otras más sutiles, que fueron detalladas por la propia escritora en el relato titulado «My Robin» (Mi petirrojo).
Publicado en 1912 por Stokes, «My Robin» da respuesta a la carta de un lector que, fascinado por la viveza del personaje del petirrojo, preguntó a la escritora si ella había tenido en alguna ocasión un pájaro similar:
[Conocí al petirrojo] en mi jardín de rosas de Kent. Estoy segura de que nació allí y durante un verano al menos pensó que aquel era el mundo. Era un lugar adorable, místico, cerrado en parte por muros de ladrillo rojo contra los que se sujetaban los árboles frutales, y en parte por setos de laurel con madera tras ellos. Tenía el hábito de sentarme a escribir allí, bajo un árbol envejecido y retorcido, con líquenes grises y engalanado de rosas56.
Gracias a «My Robin» aprendemos que los jardines, el jardinero y el petirrojo de El jardín secreto están inspirados directamente en su estancia en Maythan, Inglaterra. Se habla aquí de un jardín amurallado, un jardín secreto, que Frances convirtió en su estudio de exterior y que acabó dando nombre al libro. Y, evidentemente, el petirrojo es el rey del relato. Cuenta que un día, mientras escribía, un pequeño pajarito se le acercó y se puso a brincar junto a ella. Lo que más sorprendió a la autora es que sentía que el pájaro la trataba como si también ella fuese algún tipo de petirrojo, que es justo lo que el pájaro de El jardín secreto piensa de Dickon: «En el preciso momento en que fijó su brillante ojo negro cual gota de rocío en Dickon supo que él no era un extraño, sino una especie de petirrojo sin pico y sin alas»57.
Pero el rasgo autobiográfico que más sobresale en el libro es la muerte de su hijo Lionel. Aunque habían pasado ya veintiún años de la tragedia cuando se imprimió la obra, hay muchos estudiosos que ven en el personaje de Colin un intento de variar literariamente el funesto destino del pequeño. Colin está abocado a una muerte temprana, o al menos eso ha escuchado decir siempre a su alrededor y, sin embargo, sufre la más maravillosa transformación, se convierte en un muchacho alto, sano y guapo que corre alegremente como cualquier otro niño del páramo.
Al margen de la posible identificación entre Lionel y Colin, el propio tema de la muerte alumbra pasajes enteros de los libros posteriores a la desaparición del hijo, incluso de los infantiles. Esto llamó la atención tanto de lectores como de críticos, y en ocasiones se le reprochó por ello. Por ejemplo, una reseña de Giovanni and the Other (1892) rezaba que «era demasiado melancólico para ser considerado saludable para la juventud»58, y también hubo quien argumentó que el relato «The Captain’s Youngest» (1894) contenía una descripción de la miseria doméstica que ningún niño podría entender y que su final «era excesivamente trágico»59. Hay fantasmas en In the closed Room (1904), libro protagonizado por una niña pequeña, y el personaje principal de The Dawn of a Tomorrow (1906) es un hombre que ha decidido suicidarse, y cuyo sino cambia gracias a una revelación espiritual. Seis años después de El jardín secreto, Frances dedicó la novela The White People, que versa específicamente sobre la vida más allá de la muerte, a su hijo fallecido, con un poema del naturalista John Burroughs que reza: «Nada puede apartarte de mí».
La muerte está presente en El jardín secreto desde el primer momento: el libro se abre con el fallecimiento de los padres de Mary, pero es la madre muerta de Colin la que tendrá una importancia más destacada en la obra. Su figura está presente mediante el retrato que hay en la habitación de su hijo; la madre de Dickon, Martha Sowerby, afirma en diversos momentos que el espíritu de la muerta vela por Colin; y, por último, la propia voz de la esposa resuena en los sueños del señor Craven, requiriendo su presencia en el jardín.
Cabe afirmar que, como en el resto de obras de la autora, las representaciones de la muerte en El jardín secreto tienen un enfoque positivo, sanador y esperanzador. Por ejemplo, la primera vez que Mary entra en el jardín se dice: «Todo era extraño y silencioso, y tenía la sensación de estar a cientos de kilómetros de cualquier persona, pero de algún modo no se sentía sola»60. El lector sabe que aquel es el lugar donde la madre de Colin sufrió el accidente mortal, y que por ello está clausurado bajo llave. Dicho jardín es una especie de mausoleo, pues era el lugar preferido de la señora Craven: allí pasaba las horas con su amor, y ella misma se encargaba del cultivo y cuidado de los rosales. El lugar la representa, y su propia presencia es denotada en la afirmación de que Mary «no se sentía sola».
Cuando Mary descubre la seca maraña gris que cubre el jardín, la niña tiene miedo de que esté muerto, pero poco después dice: «No es un jardín muerto, ni mucho menos. […] Aunque las rosas estuviesen muertas, hay otras cosas vivas»61. El jardín es un lugar a medio camino entre la vida y la muerte. Y el ansia que muestra Mary por las rosas y su deseo de que estén vivas, podrían leerse como un deseo de vida en el más allá, representado también por ese árbol seco sobre el que crece una fuente de rosas:
—Las ramas están muy grises y no tiene una sola hoja en ningún lado —siguió diciendo Colin—. Está completamente muerto, ¿no?
—Sí —admitió Dickon—. Pero las rosas can trepao por él han cubierto y taparán cada trocito de madera muerta cuando estén llenas de hojas y de flores. Entonces no parecerá muerto. Será el más hermoso de tos62.
Es posible que el lector se pregunte a estas alturas cuáles eran las ideas religiosas de Hodgson Burnett. Esta misma pregunta se la hicieron también sus contemporáneos, pero la escritora no quiso poner puertas al campo. Ya en 1909, después del estreno de la versión teatral de The Dawn of a Tomorrow, se escribía:
La obra de la señora Burnett The Dawn of a Tomorrow es una dramatización de Fe, Esperanza y Caridad, escrita como melodrama, representada como fantasía y recibida por sus espectadores si no como doctrina, al menos como una entretenida y provechosa excursión a la religión del Optimismo63.
Y en palabras de la autora:
Me han preguntado si soy una científica cristiana, con motivo de ciertas cualidades de mi versión dramática de A Dawn of a Tomorrow que se aplican a las doctrinas del esquema religioso de la señora Eddy64. Yo digo siempre: «Gracias a Dios no soy una científica de ningún tipo». Estoy peculiarmente desinteresada en las inquietantes precisiones del detalle científico. [...] Hay descubrimientos en literatura, y hoy particularmente en las obras de teatro modernas, que tienen de lejos una significación mayor para la felicidad de los hombres y mujeres que la que puede proporcionarles cualquier descubrimiento científico65.
No quiere esto decir que Burnett se opusiera a la ciencia, pensaba que la misma ciencia demostraría en el futuro lo que atisbaba el pensamiento espiritual. Prueba de ello es que Colin aúna magia y ciencia en El jardín secreto: «Mi experimento científico será conseguir algo de Magia y ponerla dentro de mí y hacer que me empuje, y tire de mí y me haga fuerte»66. Pero definitivamente Burnett no quería encasillar su búsqueda espiritual:
—No soy una cristiana científica, no soy una defensora del Nuevo Pensamiento, no soy una discípula de la enseñanza Yogui. No soy budista. No soy mahometana, no soy una seguidora de Confucio. Y con todo soy todas esas cosas.
—¿Y una optimista?
—Siempre una optimista67.
Pese a que ella no se pronunciaba, los estudiosos ven en El jardín secreto rasgos propios del Nuevo Pensamiento, de la teosofía y de la Ciencia Cristiana68. Si Burnett se definió alguna vez en base a sus creencias fue con la expresión «profeta de la felicidad». Según contaba la escritora, antes de que se fueran a dormir siempre preguntaba a sus hijos: «¿Has sido feliz?».
La infelicidad es indecencia y del peor gusto. [...] Yo me muevo con una linterna oscura, evadiendo las cosas desagradables. Practico una doctrina de eliminación de lo que no me hará feliz. Soy la profeta de la felicidad. En los primeros tiempos victorianos estaba de moda ser infeliz y huraño, pero ahora hemos cambiado ya todo eso. La infelicidad es indecente, indigna, y fútil69.
El jardín secreto refleja a las claras esta opinión de la artista, no en vano el Capítulo XXV se titula «Déjelos que rían», y «¡Cuanto más rían, mejor!»70 dice la madre de Dickon, refiriéndose a los niños, «una buena risa es más saludable que las melecinas cualquier día del año»71.
Conforme van curándose, los personajes van engordando y fortaleciéndose, y tan apreciable como este cambio físico es el anímico: los dos se pasan el tiempo riéndose. Al principio del libro Mary piensa: «Nunca le gusto a la gente y la gente nunca me gusta a mí. No podría hablar como los niños Crawford, que están siempre charlando y riéndose y haciendo ruido»72, pero cuando conoce a Colin las cosas empiezan a cambiar:
Y los dos empezaron a reírse por nada, como hacen los niños cuando están juntos y felices. Y se rieron tanto que al final hacían el mismo ruido que dos criaturas normales y sanas de diez años, en lugar del ruido que haría una chica dura, pequeña, desafecta y un chico enfermo que pensaba que iba a morir73.
Además de la alegría, el motor fundamental que genera los cambios positivos de los personajes de El jardín secreto es la magia. Se afirma que Mary ha usado magia para gustar a su primo, se dice que Dickon usa magia para encantar a los animales y a las personas, y es dentro del jardín secreto donde la magia logrará sus mejores frutos. Para la escritora, la magia es una energía positiva capaz de lograr que sucedan los cambios; en una entrevista lo definía así:
